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nos despedimos
mejor
Alejandro Ricaño
Prólogo.
MATEO:
Febrero 14 de 1990. La sonda Voyager 1, a una distancia de seis mil millones de kilómetros,
toma una fotografía de la Tierra. Captura un pequeño punto azul, pálido, en medio de la densa
oscuridad del universo: nuestro hogar. Más de doce mil kilómetros de diámetro, reducidos a un
punto imperceptible. Ahí ocurre la vida como la conocemos. Ahí suceden las pequeñas
historias. (Pausa) Si tuviera que contarles la mía, tendría que comenzar relatando el día que mi
padre se acostó con mi tía, la hermana de mi madre, diez años y unas horas atrás. Tendría que
decirles, además, que mi tía, incluso en 1979, era encabronadamente fea. De la manera más
injusta. Y que mi padre a pesar de todo fue a acostarse con ella. No es que no amara a mi
madre. Son cosas que uno hace. Mi padre jodió a mi madre. Y después yo jodí a Sara. Y una
serie de eventos desafortunados nos jodió a todos. (Pausa) En ese pequeño punto
imperceptible.
U n o.
MATEO:
Mi madre no debía estar equilibrándose al pie de la escalera de madera que llevaba al sótano.
Todavía en 1979, debajo de casa mis padres, había un pequeño sótano que ellos llamaban “el
cuartito”.
Mi madre no debía estar allí escuchando un traqueteo constante, detrás de la puerta al final de
la escalera.
Debía estar en casa de mis abuelos –con su panza redondísima, a punto de dar a luz-
Bajó la escalera.
Pausa.
Yo no.)
Ve, entre otras cosas, los calcetines de mi tía, de pares distintos, apuntando hacia un foquito en
Se queda muda.
Muda.
Tanto, que no advierte cuando un caldo amniótico baja por sus piernas haciendo un charco
D o s.
“Se que el amor es un reacción química que se da en el cerebro, pero te diré lo que
Pues allí adentro debe haber una parte de ti que desea perdonarme, y buscarme en la cama en
Pausa.
(Cualquiera, con un poquito de esperanza, hubiera pensado que, después de cinco años, estaba
Ve a mi padre a través del retrovisor y le dice algo que él –ni yo- logramos entender.
Y se marcha.
Mi madre se marcha.
Frente a la costa del puerto de San Lorenzo en el estado de Michoacán, mientras tanto –a
cientos de kilómetros de donde mi padre vería por última vez a mi madre- está a punto de
originarse el epicentro de un terremoto que alcanzará los 8.1 grados en la escala de Richter.
Veo el televisor.
mientras las lámparas en el techo oscilan en círculos y los cristales de las ventanas, empañados
Mi padre sale corriendo del baño, me toma de la silla y me lleva corriendo hasta la banqueta de
enfrente.
Cuando todo vuelve a la calma, como si hubiera sabido exactamente en dónde se encontraba
Diez.
Quince.
Veinte.
Treinta cuadras.
(Pausa)
A tientas, a través de la densa polvareda, busca cualquier resquicio para llegar hasta mi madre.
¡Graciela!
¡Graciela!
¡¡Graciela!!
¡¡GRACIELA!!
¡¡GRACIELA!!
¡¡GRACIELA!!
Mi amor.
Graciela.
Envuelto en su bata deshilachada, comienza a golpear los bloques de concreto hasta que se
Silencio.
Tardaron dos días en sacar el cuerpo de mi madre, prensado a su escritorio, para que
pudiéramos incinerarlo.
Silencio.
Entonces tuve la idea de que mi madre, llena de rencor, había hecho temblar la tierra para
Sólo a veces, casi nunca, para desechar esa idea, intento recrear la boca de mi madre en el
retrovisor esa mañana. Para encontrar que, al final –aunque fuera tarde- lo perdonó.
Silencio.
También esa mañana, sin que lo supiéramos, la madre de Sara quedó sepultada bajo los
mismos escombros.
(Pero ustedes todavía no saben quién es Sara. Y ustedes necesitan saber quién es Sara.
Para eso tenemos que volver a la mañana del 31 de diciembre de 1979.
Y, ahora que saben que mi madre está muerta, podemos regresar a allí, sin temor a
encariñarnos de ella.)
T r e s.
Entonces, mi madre está tumefacta frente al culo contraído de mi padre, con un charco de
Mi padre asoma una mejilla sudada por encima del hombro desnudo.
Advierte a mi madre.
Repara en el charco alrededor de sus zapatos y, de un salto, llega hasta ella y la carga en brazos.
La mete al auto.
Llueve.
Llegan al estacionamiento.
Suben a mi madre a la sala de expulsión y comienza labor de parto sin tregua hasta la media
noche, hasta que, finalmente, a las 11 con 59, el doctor me sostiene de los tobillos y azota su
Y en ese preciso momento, a escasos metros de ahí, detrás de una cortina desleída, otra niña,
Bajo esa configuración de eventos, nacimos Sara y yo, en el último segundo de 1979.
C u a t r o.
Mi padre lo recordó justo cuando el viento se llevaba las cenizas en la orilla de la playa.
Putísima verga -gritó persiguiendo lo que quedaba de mi madre- El Pacífico es el que está en la
izquierda.
Mi madre terminó de desparecer en una playa de Veracruz, sin dejarnos otra cosa que una
(Pausa)
Para que eso ocurriera, el secretario de gobernación tuvo que detener el flujo de información
Lo escuchamos en la televisión.
¿Qué putas significa que se cayó el sistema? -Gritó mi padre azotando una colilla de cigarro
contra el Philco- ¡Se cayeron tus huevos, maricón! Detrás de esto están los gringos, Mateo. Y
detrás de ellos están los judíos. Los pinches judíos están detrás de todo.
(Este es mi primer encuentro con Sara. Estamos por cumplir nueve años.)
en un semáforo.
Estoy apunto de sufrir una insolación cuando un luchador, en un unitardo rojo, emerge de la
eufóricos.
Súper Barrio.
Voy surcando las multitudes sobre un remedo de héroe, empapado en sudor frío, cuando Sara,
(Además de un dolor que le marcaría la vida para siempre, al morir, la madre de Sara le dejó
una cámara Polaroid instantánea de 1972 sin la cual, Sara, no podía dormir por las noches.)
Dispara el obturador y, en seguida, una lámina rectangular sale por una rendija de la misma
cámara.
Me refiero a su rostro.
(Mucho tiempo después sabría que ese instante, fosilizado en un trozo de papel bañado en
químicos, había sido la primera fotografía que Sara había tomado en su vida.)
Agita la lámina con su mano hasta que, poco a poco, se devela la imagen.
Y, por un momento, me observa con reproche como si, de alguna manera, hubiera arruinado
su primera fotografía.
yo.)
O ningún otro.
C i n c o.
Recordar –me dijo un día mi padre llorando- proviene del latín recordari, formado por los
vocablos re, que significa de nuevo; y cordis, que significa corazón. Cuando recordamos a
Pausa.
coincidimos en el aeropuerto.
disparado a Colosio.
Alguien había puesto una pistola calibre 38 sobre su oído derecho y le había perforado la
(Durante seis años, desde la marcha del 88, por la noche, había pensado en Sara.
Luego una ráfaga de viento levantaba ligeramente su vestido y alcanzaba a ver sus muslos.
Y lo había hecho tantas veces que para cuando mi padre fue a decirme en la mañana que
debíamos llevar a mi abuelo al aeropuerto no había un espacio en mis sábanas que no estuviera
Y justo comenzaba a hacerme a la idea de que no volvería verla nunca cuando escuché el
Volteé y la observé con la boca abierta a punto de babear por las comisuras.)
Había salido a tiempo, pero regresó. La sacaron de los escombros con los pulmones
perforados. Yo la encontré en una camilla de hospital con la boca llena de tubos. Cuando me
vio, se sacó los tubos para hablar. Volví por una mujer, me dijo. La vi por la ventana. Estaba
aferrada a su escritorio. No quería irse de ahí. Quería morir aplastada, como si ella misma
hubiera provocado el terremoto. Intenté sacarla por la fuerza pero fue imposible. Cuando quise
salir, el techo se partió sobre nosotros. Es todo lo que recuerdo. Esa mujer estaba llena de
rencor, Sara. Nunca guardes rencor por nadie. (Pausa) Esa noche murió mi madre. De no ser
por esa mujer quizá estaría viva. (Pausa) ¿Tu madre vive?
Silencio.
Sí.
Silencio.
(Desde la cocina, en el retrovisor del auto, veo los labios de mi madre.
Recordar viene del latín recordari, que significa volver a pasar por el corazón. Para roerlo hasta
Seis.
Quiero que seas la madre mis hijos, le respondo desde el otro extremo, empapado por la lluvia.
Porque no tengo un clavo. Me gasté todos mis ahorros en llegar hasta aquí.
Sara sonríe.
(Debí imponer un record en los cien metros planos antes de verla desparecer por el control de
seguridad del aeropuerto. Antes de llegar, tropecé y fui a partirme la boca con el piso.
Sara, especifiqué.
Y se fue.
Yo no tenía una puta idea de dónde quedaba San Cristóbal de las Casas, pero sonreí con mi
diente roto y el labio partido por la mitad chorreando sangre en el piso del aeropuerto.)
El 21 de diciembre de 1997, poco antes de cumplir 18 años, finalmente reuní valor –y dinero
Desde hacía dos años vivían en una pequeña comunidad llamada Acteal a unos cuantos
¿Acteal?
Permanecí en silencio.
Lo sé.
Todo el mundo los conoce en San Cristóbal, le expliqué. Fue así como te encontré.
La luz de los faros dejaba ver la lluvia salvaje que se azotaba contra el camino de barro.
Al llegar a Acteal caminamos a través de un estrecho camino lodoso que serpeaba la montaña.
Antes de llegar a su casa nos encontramos con un pequeño campamento levantado con ramas
Seguimos el camino hasta su casa en silencio, empinándonos lo que quedaba de una botella de
Siete.
Esto, que a simple vista parece una caja, es una cámara estenopeica. Aquí hay un orificio que
ustedes no alcanzan a ver, justo aquí; un orificio pequeñísimo. Todos ustedes entran a través
echara un vistazo a través de este orificio, pensaría que las butacas están clavadas al techo. Allí
donde se proyectan, hay un trozo de papel fotográfico. Cuando la luz incide en este papel
ocurre una reacción química que los captura a todos ustedes en una imagen en blanco y negro.
El tiempo de exposición es mucho más lento que el de una cámara normal. Hacer una
(Esta es la primera vez que hice el amor con Sara, después de haberme masturbado pensando
A escasos metros de una pequeña iglesia, una enredadera trepa por las paredes de adobe de la
La luz del amanecer se filtra por el enramado y va a dar sobre mi espalda desnuda.
La noche anterior, mientras descendíamos el camino lodoso, imaginaba que iba a hacer el amor
Me moría de los putos nervios, así es que me bebí el posh lo más rápido que pude.
Entonces, de un baúl, sacó la cámara estenopeica que ella misma había fabricado y la colocó
sobre sus rodillas. Descubrió el diminuto orificio y capturó la imagen de mi cuerpo, enredado
entres las sábanas de su cama, en una ceremonia silenciosa que se extendió por casi una hora.
(Estamos ahí.)
Del interior de la caja saca el papel fotográfico en blanco y lo sumerge en la primera charola.
Mira, dice señalando la pared que está atrás de mí. Eres tú.
La noche anterior -dice colocándose detrás de mí, haciendo rozar su mejilla con mi hombro-
me había masturbando hasta que amaneció. Nunca lo había hecho. Pero pasé toda la noche
pensando en ti. Y luego te encontré en el aeropuerto. Me asusté mucho. Pensé que no iba a
volver a verte nunca. Te tomé esa fotografía para que no se me olvidara tu rostro. Pero nunca
Baja sus calzones por debajo de su falda y se sienta en la barra entre las charolas de químicos y
Despacio, me dice.
Me muerde la oreja.
Pausa
Un grito.
Nos detenemos.
Corremos a la casa.
Silencio.
Una mujer corre hacia la casa, pero antes de que pueda acercarse, una bala atraviesa su pecho y
Quédate conmigo.
Silencio.
Aún ahora –cada vez menos- escucho el tintineo de los casquillos golpeando contra el suelo.
A la mañana siguiente nos reunimos con el papá de Sara en San Cristóbal para regresarnos a la
ciudad de México.
Ocho.
Pausa.
Pausa.
Lo invitaste a pasar.
¿Stevie?
¿Crees?
Tengo que preguntarte algo, papá. El día que mamá murió te dijo algo por el retrovisor del
Mi madre provocó el terremoto que la mató. Lo sé. Porque le rompiste el corazón. Yo nunca
voy a hacerle eso a Sara. Hiciste las cosas mal. Me toca intentar hacer las cosas bien. Tienes que
dejarme ir.
Si crees que así son las cosas, puedes largarte cuando quieras.
Volvió a meterse por última vez el cigarro y giró la cabeza hacia la ventana.
Pausa
Antes de doblar en la esquina, por el retrovisor, lo vi corriendo detrás del taxi, con la bata
No nos alcanzó.
Con Sara.
Sí.
No pudo oponerse.
No pudo oponerse.
Ni falta que hace, dijo volviendo a acariciar al perro, pero Stevie saltó de sus piernas y fue a
Pausa.
No voy a volver a preguntarte sobre tu madre si no quieres, dijo Sara poniendo su mano sobre
N u e v e.
Esta es una cámara de formato medio. A diferencia de otras cámaras, su visor está arriba. La
cuelgas de tu cuello y la colocas a la altura de tu ombligo. Abres el visor y ves la imagen que
tienes enfrente. De ese modo el disparo es menos directo. Mientras ves el rostro de la persona
a la que estás fotografiando, la persona puede ver tu rostro mientras tomas su fotografía.
Cuando alguien te toma una fotografía con una de estas cámaras, puedes ver su reacción en el
Pausa.
Los siguientes años después de que me mudé con Sara fueron espléndidos.
Teníamos 20 años.
Estábamos en el piso de terapia intensiva del seguro social cuando anunciaron que Fox había
ganado la presidencia.
Una mañana el padre de Sara fue al doctor creyendo que tenía apendicitis y salió de allí
sabiendo que iba morir en los siguientes meses. Tenía cáncer en el estómago.
Esa noche nos abrazamos mientras lo desconectaban del electro y el respirador artificial.
En la funeraria me persiguió una idea: como el padre de Sara había muerto no íbamos a tener
sexo en mucho tiempo. Comenzaba a ponerme de malas cuando Sara me rodeó con sus brazos
Sonreí en mi interior.
No nos lo dijimos, pero todo el tiempo tuvimos la sensación de que su padre nos observaba.
Yo no pude terminar.
En la madrugada me despertó un golpe en la cara. Pero cuando abrí los ojos, no había nadie.
Cada pequeño detalle del que me había enamorado comenzó a parecerme insípido.
Hasta que el 3 de mayo del 2006 nos separamos por primera vez.
Diez.
Aún ahora no puedo explicar cómo es posible que estuviéramos en esa serie de eventos
desafortunados.
A veces –sólo a veces- se me ocurre que fuimos nosotros quienes provocamos todo.
Marion Brochet había venido por su cuenta desde Francia para hacer un documental sobre el
hacia el Distrito.
No lo hicimos.
México, siguiendo el proceso de expropiación de varias hectáreas por parte del gobierno para
la construcción de un aeropuerto.
Y como Sara y yo estábamos a nada de arrojarnos el último plato que nos quedaba, fuimos a
Al llegar al mercado, la policía estaba retirando a los vendedores de flores de la banqueta del
palacio municipal.
Y cuando la vi, tuve la misma sensación que sólo había tenido 18 años atrás, en la marcha del
88, cuando vi a Sara sobre el toldo del Valiant tomándome una fotografía.
Tomó una fotografía y luego volteó a vernos y agitó su mano de un modo que me hizo tener la
¡Mateo! Gritó. ¡Sara! Y caminó hacia nosotros, pero antes de que pudiera llegar, alguien la
Mierda.
Una análoga.
No, respondió Marión volteando en todas direcciones, y tengo que enviar las fotos en la noche
Yo sólo traigo ésta, dijo Sara refiriéndose a su cámara de formato medio. Nunca uso digital.
Pero puedes venir a nuestra casa a revelar, agregó Sara. Tenemos un pequeño cuarto oscuro.
Marion sonrió.
Al llegar la noche, Sara me dijo de pronto: lleva a Marión a revelar a la casa. Yo los alcanzo
mañana temprano.
¿Fotografiar? Son campesinos, siempre les quitan algo. Los fotografías otro día.
Eres un imbécil, Mateo. Quiero estar sola. Lleva a Marion a la casa. Nos vemos en la mañana.
Once.
Debajo de la casa, siguiendo una estrecha escalera de madera, está el cuarto de revelado.
En el metro, mientras estábamos sentados, Marion bajó su antebrazo y dejó que sus vellitos
Ahora estoy detrás de ella, observando su espalda mientras saca un rollo de la cámara.
Les escribí porque quería verte, me dice acercándose. Puede parecerte la obsesión de una niña
tonta, pero nunca dejé de pensar en ti desde la central de autobuses. No tengo otra explicación.
Observo sus labios entre abiertos.
Pausa.
Sería un verdadero hijo de puta si me la tirara en este momento, pienso, en casa de Sara,
mientras ella arriesga su vida fotografiando a esos pobres campesinos. No voy a hacerlo.
Pausa.
Abro mi pantalón.
Pausa.
Sara, mientras tanto, está equilibrándose al pie de la escalera que lleva al cuarto de revelado.
Adentro, envueltos por una luz roja, nos encuentra a Marion y a mí, fornicando sobre una
Me quedo inmóvil.
Salgo a la calle.
Pausa.
No está.
D o c e.
Un delgado hilo de humo subió a través de su rostro, desde un cigarro arrugado que colgaba de
su boca.
Con sus calcetines descocidos, y una sola chancla, caminó hacia mí.
Es tu culpa, murmuré.
Trece.
Tampoco volví a ver a Marion, hasta que un día nos encontramos en un vagón del metro.
Bien. Supongo.
Me dio gusto verte, dije acercándome a la puerta para bajarme en la siguiente estación.
Me detuve.
¿Está aquí?
La mandaron a Morelia.
¿A Morelia?
Esta mañana.
me prestes?
Llegué a Morelia poco antes de las 11 de la noche y tomé un taxi al palacio de gobierno
Y un resplandor.
Un resplandor salvaje.
Catorce.
cama.
Atardece.
Silencio.
Llegaste anoche, con todos. Una granada de fragmentación estalló a pocos metros de donde
¿Quién?
Estaba ahí.
Permanece en silencio.
Mi quito el catéter.
No está aquí.
Salgo de la habitación.
Está muerta.
Golpeo mi cabeza.
Mierda.
Golpeo la puerta.
¡Carajo!
Golpeo la puerta.
La puerta se abre.
Pausa.
Permanecemos en silencio.
Quince.
De la pequeña ventana.
mugrienta.
Sara no está.
Pausa.
Las sombras de los marcos de las ventanas subieron a través de la pared a medida que el sol se
Nunca había sentido tanto miedo, me dijo Sara llorando contra mi pecho.
En silencio.
Había viajado para borrar hasta el último vestigio que quedara de mí en su memoria.
lado mi cuerpo muerto, cubierto de sangre. Despertó sudando, en medio de una habitación de
hotel.
Pausa.
Ese ha sido el peor momento de mi vida, Mateo, me dijo afuera del elevador. Te busqué en
cinco hospitales.
Mi madre no se fue a ningún lado. Mi madre murió en el terremoto. El cheque que recibía
todos los meses era de la pensión que nos dejó. Nunca he trabajado en ningún lado.
Sara volvió a suspirar. ¿Qué hacías cuando decías que ibas a trabajar?
Iba a ver los entrenamientos de una liga infantil de basquetbol. A veces llevaba cerveza, si
había partido.
Llevabas cerveza.
Pausa
La última vez que mi madre vio a mi padre, estaban afuera de la casa. Discutían. Mi madre se
subió al auto y le dijo algo a mi padre por el retrovisor. He reconstruido ese momento en mi
memoria cientos de veces. Mi padre se había acostado con la hermana de mi madre, y le había
pedido perdón todos los días hasta esa mañana. Mucho tiempo pensé que lo había perdonado.
Que esa mañana, a través del retrovisor, finalmente le había dicho: te perdono. Pero luego
empecé a dudar. (Pausa) Le pregunté a mi padre, antes de abandonarlo la primera vez: sabes
qué te dijo esa mañana mi mamá, papá, a través del retrovisor. Respondió que no. (Pausa) Yo
sé qué le dijo, Sara. Una noche cerré los ojos y nos los abrí hasta que pude recrear cada
movimiento de la boca de mi madre. Cuando abrí los ojos había amanecido. (Pausa) Nunca lo
perdonó. Mi madre era esa mujer, en la escuela, llena de rencor. Tu madre murió por culpa de
la mía. Mi madre murió por culpa de mi padre. (Pausa) Yo te hice lo mismo. Cuando desperté
en el hospital me dio mucho miedo que hubieras estado ahí, y que hubieras provocado esa
Eso lo único que te importa –preguntó Sara- que hubiera querido castigarte.
No lo sé, respondí.
Pausa
Pausa.
Me despierto.
Me levanto.
Leo.
Dieciséis.
Empujándose con sus dos patas delanteras, Stevie cruzó la sala sobre la sillita de ruedas que le
Era penoso verlo chocar de pared en pared como una aspiradora automática.
Hacía tres años que no sabía nada de Sara, y quizá era la primera mañana, desde entonces, que
Stevie cruzó la sala cuando descubrí a Sara en la imagen pálida del Philco.
No diré de qué manera conseguí dinero para llegar a allá, porque aún me queda un poco de
Todos los periodistas estaban en la presentación del libro de uno de los candidatos a la
presidencia.
Llegué a la sala cuando alguien le preguntaba qué libros habían marcado su vida.
Pausa.
Cruzo la sala.
Leí algo sobre caudillos, dice el candidato, pero no recuerdo el título exacto.
Se sorprende de verme.
Se queda muda.
Vuelvo a empujarla.
Había otro libro, dice el candidato, que eran las mentiras sobre el libro de este libro.
Y supongo que el tipo, al lado de Sara, sobándose los nudillos, piensa lo mismo.
Hice una estupidez. Pero ya pasaron tres años. ¿Todavía no puedes perdonarme? Le pregunto.
impresión de que ya no estabas enamorado de mí. Si hubiéramos estado bien no hubieras echo
El murmullo de la gente.
Pausa.
Realmente no podría nombrar un libro que haya marcado mi vocación, escucho decir al
Diecisiete.
Febrero 14 de 1990. La sonda Voyager 1, a una distancia de seis mil millones de kilómetros,
toma una fotografía de la Tierra. Captura un pequeño punto azul, pálido, en medio de la densa
oscuridad del universo: nuestro hogar. La imagen se publica en todos los periódicos como un
problemas. (Pausa) Si uno se parara frente a un acantilado, sin embargo, y contemplara el mar,
le resultaría imposible ver en dónde termina. O en un avión, si observara las nubes por una de
las ventanillas, descubriría que se extienden hasta un punto que provoca vértigo. El 2 de julio
del 2012 mi habitación medía cuatro metros cuadrados y no podía encontrar el camino a la
puerta. Había entrado a trabajar entrenando a un equipo de basquetbol de la liga infantil, por si
Sara volvía algún día, pero hacía más de un año que Sara había desaparecido de la faz de este
diminuto punto azul, pálido. Comenzaba a hacerme a la idea de que no volvería a verla nunca
Una bocanada de humo se elevó delante de su cabeza y se desvaneció antes de llegar al techo.
Hacía mucho que el philco se había golpeado y solo se veían tres cuartas partes de la pantalla.
El presidente del IFE confirmaba el triunfo a la presidencia de aquel tipo que no había sabido
Rompiendo el espeso velo de humo de cigarro, caminó haciendo hondear lo que quedaba de
Se sentó en silencio.
Y sonrío.
enfrente.
Pausa
Dieciocho.
Brisaba.
Las lámparas se sucedían sobre mi cabeza, debajo del cielo nublado.
Me encontré con el final de la manifestación a varias cuadras del edificio del PRI.
Sara, grité.
¡Sara!
De pronto, como si ese mar de gente la hubiera arrojado contra mí, Sara chocó contra mi
pecho.
Me miró asustada.
Me interesa lo que... está pasando en mi país. Ahora soy otra persona, Sara.
¿Y Ramón?
El repartidor de periódicos.
Martín, corrigió. No lo sé.
Algo se agotó dentro de mí, Mateo. Algo que hacía que te amara.
Pausa.
Comenzó a llover.
Yo sólo quería pasar el resto de mi vida contigo, dijo. Pero ahora no puedo.
Quizá el amor sea una reacción química que se da en el cerebro, pero la bomba de sangre,
Yo la había roto.
Y no podía repararla.
Pausa.
La veo marcharse.
Y que no hubiera tenido que ver sus ojos, allí y entonces, tan tristes.
Que solo fuéramos, después de todo, nada más que un pequeño punto imperceptible,
Pero no es así.
Y debemos seguir.
Pausa
Voltea.
Y nos contemplamos.
Nos contemplamos.