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y sin nubes, cuando un relámpago los cegó, un ordenó que las luces permanecieran encendi- DEL AMOR Y OTROS

DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS no se confundieran. Así que mi primera visión


estampido sísmico los sacó de quicio, y doña das hasta el amanecer, expulsó a los esclavos al entrar en el templo fue una larga fila de mon-
Olalla cayó fulminada por la centella. que poco a poco se apoderaban de los espacios Gabriel García Márquez tículos de huesos, recalentados por el bárbaro
vacíos, y llevó a la casa los primeros mastines sol de octubre que se metía a chorros por los
La ciudad sobrecogida interpretó la tragedia Para Carmen Balcells bañada en lágrimas
amaestrados en artes de guerra. portillos del techo, y sin más identidad que el
como una deflagración de la cólera divina por Parece que los cabellos han de resucitar
nombre escrito a lápiz en un pedazo de papel.
una culpa inconfesable. El marqués ordenó fu- El portón se cerró. Relegaron los muebles mucho menos que las otras partes del cuerpo
Casi medio siglo después siento todavía el es-
nerales de reina, en los cuales se mostró por franceses cuyos terciopelos apestaban por la TOMÁS DE AQUINO De la integridad de los
tupor que me causó aquel testimonio terrible del
primera vez con los tafetanes negros y la color humedad, vendieron los gobelinos y las por- cuerpos resucitados, (cuestión 80, cap. 5) El 26
paso arrasador de los años.
macilenta que había de llevar hasta siempre. Al celanas y las obras maestras de relojería, y se de octubre de 1949 no fue un día de grandes
regreso del cementerio lo sorprendió una neva- conformaron con hamacas de lampazo para noticias. Allí estaban, entre muchos otros, un virrey
da de palomitas de papel sobre los naranjos del entretener el calor en las recámaras desmante- del Perú y su amante secreta; don Toribio de
El maestro Clemente Manuel Zabala, jefe de
huerto. Atrapó una al azar, la deshizo, y leyó: ladas. El marqués no volvió a misa ni a retiros, Cáceres y Virtudes, obispo de esta diócesis; va-
redacción del diario donde hacía mis primeras
Ese rayo era mío. ni llevó el palio del Santísimo en las procesio- rias abadesas del convento, entre ellas la madre
letras de reportero, terminó la reunión de la ma-
nes, ni guardó fiestas ni respetó cuaresmas, Josefa Miranda, y el bachiller en artes don Cris-
Antes de terminar el novenario había hecho ñana con dos o tres sugerencias de rutina. No
aunque siguió puntual en el pago de los tributos tóbal de Eraso, que había consagrado media
donación a la iglesia de los bienes materiales encomendó una tarea concreta a ningún redac-
a la Iglesia. Se refugió en la hamaca, a veces vida a fabricar los artesonados. Había una cripta
que sustentaron la grandeza del mayorazgo: tor. minutos después se enteró, por teléfono de
en el dormitorio por los sopores de agosto, y cerrada con la lápida del segundo marqués de
una hacienda de ganado en Mompox y otra en .que estaban vaciando las criptas funerarias del
casi siempre para la siesta bajo los naranjos del Casalduero, don Ygnacio de Alfaro y Dueñas,
Ayapel, y dos mil hectáreas en Mahates, a sólo antiguo convento de Santa Clara, y me ordenó
huerto. Las locas le tiraban sobras de cocina y pero cuando la abrieron se vio que estaba vacía
dos leguas de aquí, con varios hatos de caba- sin ilusiones:
le gritaban obscenidades tiernas, pero cuando y sin usar. En cambio los restos de su marque-
llos de monta y de paso, una hacienda de la- el gobierno le ofreció el favor de mudar el mani- sa, doña Olalla de Mendoza, estaban con su
«Date una vuelta por allá a ver qué se te
branza y el mejor trapiche de la costa caribe. Sin comio, se opuso por gratitud con ellas. lápida propia en la cripta vecina. El maestro de
ocurre».
embargo, la leyenda de su fortuna se fundaba obra no le dio importancia: era normal que un
en un latifundio inmenso y ocioso, cuyos linde- Vencida por los desaires del pretendido, (El histórico convento de las clarisas, con- noble criollo hubiera aderezado su propia tum-
ros imaginarios se perdían en la memoria más Dulce Olivia se consoló con la añoranza de lo vertido en hospital desde hacía un siglo, iba a ba y que lo hubieran sepultado en otra. En la
allá de los pantanos de La Guaripa y los bajos que no fue. Se escapaba de la Divina Pastora ser vendido para construir en su lugar un hotel tercera hornacina del altar mayor, del lado del
de La Pureza hasta los manglares de Urabá. Lo por los portillos del huerto cada vez que podía. de cinco estrellas. Su preciosa capilla estaba Evangelio, allí estaba la noticia. La lápida saltó
único que conservó fue la mansión señorial con Amansó e hizo suyos los mastines de presa con casi a la intemperie por el derrumbe paulatino en pedazos al primer golpe de la piocha, y una
el patio de la servidumbre reducido al mínimo, y cebos de buen amor, y dedicaba sus horas de del tejado, pero en sus criptas permanecían cabellera viva de un color de cobre intenso se
el trapiche de Mahates. A Dominga de Adviento sueño a cuidar de la casa que nunca tuvo, a ba- enterradas tres generaciones de obispos y aba- derramó fuera de la cripta. El maestro de obra
le entregó el gobierno de la casa. Al viejo Nep- rrerla con escobas de albahaca para la buena desas y otras gentes principales. El primer paso quiso sacarla completa con la ayuda de sus
tuno le mantuvo la dignidad de cochero que le suerte y a colgar ristras de ajo en los dormitorios era desocuparlas, entregar los restos a quienes obreros, y cuanto más tiraban de ella más larga
concedió el primer marqués, y lo encargó de para espantar a los mosquitos. Dominga de Ad- los reclamaran, y tirar el saldo en la fosa común, y abundante parecía, hasta que salieron las úl-
velar por lo poco que quedaba de la caballeriza viento, cuya mano derecha no dejaba nada al Me sorprendió el primitivismo del método. Los timas hebras todavía prendidas a un cráneo de
doméstica. azar, murió sin descubrir por qué los corredores obreros destapaban las fosas a piocha y aza- niña. En la hornacina no quedó nada más que
amanecían más limpios de como anochecían, dón, sacaban los ataúdes podridos que se des- unos huesecillos menudos y dispersos, y en la
Por primera vez solo en la tenebrosa man- y las cosas que ordenaba de un modo amane- barataban con sólo moverlos, y separaban los lápida de cantería carcomida por el salitre sólo
sión de sus mayores, apenas si podía dormir cían de otro. Antes de cumplir un año de viudo, huesos del mazacote de polvo con jirones de era legible un nombre sin apellidos: Sierva Ma-
en la oscuridad, por el miedo congénito de los el marqués sorprendió por primera vez a Dulce ropa y cabellos marchitos. Cuanto más ilustre ría de Todos los Ángeles. Extendida en el suelo,
nobles criollos de ser asesinados por sus escla- Olivia fregando los trastos de cocina que le pa- era el muerto más arduo era el trabajo, porque la cabellera espléndida medía veintidós metros
vos durante el sueño. Despertaba de golpe, sin recían mal tenidos por las esclavas. había que escarbar en los escombros de los con once centímetros.
saber si los ojos febriles que se asomaban por
cuerpos y cerner muy fino sus residuos para
los tragaluces eran de este mundo o del otro. «No creí que te atrevieras a tanto», le dijo. El maestro de obra me explicó sin asombro
rescatar las piedras preciosas y las prendas de
Iba en puntillas a la puerta, la abría de pronto, que el cabello humano crecía un centímetro por
«Porque sigues siendo el pobre diablo de orfebrería.
y sorprendía a un negro que lo aguaitaba por la mes hasta después de la muerte, y veintidós
cerradura. Los sentía deslizarse con pasos de siempre», le contestó ella.
El maestro de obra copiaba los datos de la metros le parecieron un buen promedio para
tigre por los corredores, desnudos y embadur- lápida en un cuaderno de escolar, ordenaba los doscientos años. A mí, en cambio, no me pare-
Así se reanudó una amistad prohibida que
nados de grasa de coco para que no pudieran huesos en montones separados, y ponía la hoja ció tan trivial, porque mi abuela me contaba de
por lo menos una vez se pareció al amor. Habla-
atraparlos. Aturdido por tantos miedos juntos con el nombre encima de cada uno para que niño la leyenda de una marquesita de doce años
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cuya cabellera le arrastraba como una cola de Tenía la nariz afilada, el cráneo acalabaza- quier otro de la tierra o del agua. Sudaba frío en mas remilgadas, llevaba botines altos de cordo-
novia, que había muerto del ¡ mal de rabia por do, los ojos oblicuos, los dientes intactos y el la oscuridad y despertaba sin aire en la madru- bán con adornos de perlas. Al contrario de otros
el mordisco de un perro, y era venerada en los porte equívoco de un gladiador romano. No la gada por el silencio fantasmal de los potreros. principales que usaban pelucas anacrónicas y
pueblos del Caribe por sus muchos milagros. La herraron en el corralón, ni cantaron su edad ni El mastín de presa que velaba sin pestañear botones de esmeralda, el marqués vestía en
idea de que esa tumba pudiera ser la suya fue su estado de salud, sino que la pusieron en ven- frente a su dormitorio lo inquietaba más que los cuerpo con ropas de algodón, y birrete blando.
mi noticia de aquel día, y el origen de este libro. ta por su sola belleza. El precio que el goberna- otros peligros. Él lo había dicho: «Vivo espan- Sin embargo, siempre asistió obligado a los ac-
dor pagó por ella, sin regateos y de contado, fue tado de estar vivo». En el destierro adquirió el tos públicos porque nunca pudo vencer el es-
Gabriel García Márquez Cartagena de In- el de su peso en oro. talante lúgubre, la catadura sigilosa, la índole panto de la vida social.
dias, 1994 UNO Un perro cenizo con un lucero contemplativa, las maneras lánguidas, el habla
en la frente irrumpió en los vericuetos del mer- Era asunto de todos los días que los perros despaciosa, y una vocación mística que parecía Doña Olalla había sido alumna de Scarlatti
cado el primer domingo de diciembre, revolcó sin dueño mordieran a alguien mientras anda- condenarlo a una celda de clausura. Doménico en Segovia, y había obtenido con ho-
mesas de fritangas, desbarató tenderetes de ban correteando gatos o peleándose con los nores la licencia para enseñar música y canto
indios y toldos de lotería, y de paso mordió a gallinazos por la mortecina de la calle, y más en Al primer año de destierro lo despertó un en escuelas y conventos. Llegó de allá con un
cuatro personas que se le atravesaron en el los tiempos de abundancias y muchedumbres fragor como de ríos crecidos, y era que los ani- clavicordio en piezas sueltas, que ella misma
camino. Tres eran esclavos negros. La otra fue en que la Flota de Galeones pasaba para la fe- males de la hacienda estaban abandonando armó, y diversos instrumentos de cuerda que
Sierva María de Todos los Ángeles, hija única ria de Portobelo. Cuatro o cinco mordidos en un sus dormideros a campo traviesa y en silencio tocaba y enseñaba a tocar con gran virtud.
del marqués de Casalduero, que había ido con mismo día no le quitaban el sueño a nadie, y absoluto bajo la luna llena. Derribaban sin rui- Formó un conjunto de novicias que santificó
una sirvienta mulata a comprar una ristra de menos con una herida como la de Sierva Ma- do cuanto les impidiera el paso en línea recta las tardes de la casa con los nuevos aires de
cascabeles para la fiesta de sus doce años. ría, que apenas si alcanzaba a notársele en el a través de dehesas y cañaverales, torrenteras Italia, de Francia, de España, y del cual llegó
tobillo izquierdo. Así que la criada no se alarmó. y pantanos. Delante iban los hatos de ganado a decirse que estaba inspirado por la lírica del
Tenían instrucciones de no pasar del Portal Ella misma le hizo a la niña una cura de limón y mayor y las caballerías de carga y de paso, y Espíritu Santo.
de los Mercaderes, pero la criada se aventuró azufre y le lavó la mancha de sangre de los po- detrás los cerdos, las ovejas, las aves de corral,
hasta el puente levadizo del arrabal de Getse- llerines, y nadie siguió pensando en nada más en una fila siniestra que desapareció en la no- El marqués parecía negado a la música.
maní, atraída por la bulla del puerto negrero, que en el jolgorio de sus doce años. che. Hasta las aves de vuelo largo, incluidas las Se decía, al modo francés, que tenía manos
donde estaban rematando un cargamento de palomas, se fueron caminando. Sólo el mastín de artista y oído de artillero. Pero desde el día
esclavos de Guinea. El barco de la Compañía Bernarda Cabrera, madre de la niña y es- de presa amaneció en su sitio de guardia frente en que desembalaron los instrumentos se fijó
Gaditana de Negros era esperado con alarma posa sin títulos del marqués de asalduero, se al dormitorio del amo. Ese fue el principio de la en la tiorba italiana, por la rareza de su doble
desde hacía una semana, por haber sufrido a había tomado aquella madrugada una purga amistad casi humana que el marqués mantuvo clavijero, el tamaño de su diapasón, el número
bordo una mortandad inexplicable. dramática: siete granos de antimonio en un con aquél y con muchos mastines que le suce- de su encordadura y su voz nítida. Doña Olalla
vaso de azúcar rosada. dieron en la casa. Desbordado por el terror en se empeñó en que la tocara tan bien como ella.
Tratando de esconderla habían echado al
la heredad desierta, Ygnacio el joven renunció a
agua los cadáveres sin lastre. El mar de leva Había sido una mestiza brava de la llama- Pasaban las mañanas cancaneando ejerci-
su amor y se sometió a los designios del padre.
los sacó a flote y amanecieron en la playa des- da aristocracia de mostrador; seductora, rapaz, cios bajo los árboles del huerto, ella con pacien-
A éste no le bastó con el sacrificio del amor, y
figurados por la hinchazón y con una rara co- parrandera, y con una avidez de vientre para cia y amor y él con una tozudez de picapedrero,
le impuso la cláusula testamentaria de casarse
loración solferina. La nave fue anclada en las saciar un cuartel. hasta que el madrigal arrepentido se les entregó
con la heredera de un grande de España. Fue
afueras de la bahía por el temor de que fuera un sin dolor.
Sin embargo, en pocos años se había bo- así como desposó en una boda de estruendo a
brote de alguna peste africana, hasta que com-
rrado del mundo por el abuso de la miel fermen- doña Olalla de Mendoza, una mujer muy bella La música mejoró tanto la armonía conyu-
probaron que había sido un envenenamiento
tada y las tabletas de cacao. Los ojos gitanos de grandes y varios talentos, a la que mantuvo gal, que doña Olalla se atrevió a dar el paso
con fiambres manidos.
se le apagaron, se le acabó el ingenio, obraba virgen para no concederle ni la gracia de un hijo. que le faltaba. Una noche de tormenta, tal vez
A la hora en que el perro pasó por el mer- sangre y arrojaba bilis, y el antiguo cuerpo de si- De resto, siguió viviendo como lo que siempre fingiendo un miedo que no sentía, se fue a la
cado ya habían rematado la carga sobrevivien- rena se le volvió hinchado y cobrizo como el de fue desde su nacimiento: un soltero inútil. recámara del marido intacto.
te, devaluada por su pésimo estado de salud, un muerto de tres días, y despedía unas vento-
Doña Olalla de Mendoza lo puso en el mun- “Soy dueña de la mitad de esta cama”, le
y estaban tratando de compensar las pérdidas sidades explosivas y pestilentes que asustaban
do. Iban a misa mayor, más a mostrarse que a dijo, “y vengo por ella”.
con una sola pieza que valía por todas. Era una a los mastines. Apenas si salía de la alcoba, y
cumplir, ella con basquiñas de muchos vuelos
cautiva abisinia con siete cuartas de estatura, aun entonces andaba a la cordobana, o con un
y mantos de resplandor, y la toca de encajes Él se mantuvo en sus trece. Segura de con-
embadurnada de melaza de caña en vez del balandrán de sarga sin nada debajo que la ha-
almidonados de las blancas de Castilla, y con vencerlo por la razón o por la fuerza, ella siguió
aceite comercial de rigor, y de una hermosura cía parecer más desnuda que sin nada encima.
un séquito de esclavas vestidas de seda y cu- en los suyos. La vida no les dio tiempo. Un 9
tan perturbadora que parecía mentira.
Había hecho siete cámaras mayores cuando biertas de oro. En vez de las chinelas de andar de noviembre estaban tocando a dúo bajo los
por la casa que usaban en la iglesia hasta las naranjos, porque el aire era puro y el cielo alto
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mejor la muerte. Lo único lícito que podía hacer- justicias. regresó la criada que acompañó a Sierva María, «Santo Cielo», exclamó. «¡A cómo
se entonces era apelar al hospital del Amor de y no le habló del mordisco del perro. En cambio, estamos!» La casa colindaba con el manicomio
Dios, donde tenían senegaleses diestros en el Ygnacio, el heredero único, no daba señales le comentó el escándalo del puerto por el nego- de mujeres de la Divina Pastora. Alborotadas
manejo de herejes y energúmenos enfurecidos. de nada. Creció con signos ciertos de retraso cio de la esclava. «Si es tan bella como dicen por la música y los cohetes, las reclusas se
De no ser así, el marqués en persona tendría mental, fue analfabeto hasta la edad de mere- puede ser abisinia», dijo Bernarda. Pero aunque habían asomado a la terraza que daba sobre
que asumir la condena de mantener a la niña cer, y no quería a nadie. El primer síntoma de fuera la reina de Saba no le parecía posible que el huerto de los naranjos, y celebraban cada
encadenada en la cama hasta morir. vida que se le conoció a los veinte años fue que alguien la comprara por su peso en oro. explosión con ovaciones. El marqués les
estaba de amores y en disposición de casarse preguntó a gritos que dónde era la fiesta, y ellas
«En la ya larga historia de la humanidad», con una de las reclusas de la Divina Pastora, «Querrán decir en pesos oro», dijo. lo sacaron de dudas. Era 7 de diciembre, día de
concluyó, «ningún hidrofóbico ha vivido para cuyos cantos y gritos arrullaron su infancia. San Ambrosio, Obispo, y la música y la pólvora
contarlo» . Se llamaba Dulce Olivia. Era hija única en una «No», le aclararon, «tanto oro cuanto pesa
tronaban en el patio de los esclavos en honor de
familia de talabarteros de reyes y había tenido la negra».
Sierva María. El marqués se dio una palmada
El marqués decidió que no habría una cruz que aprender el arte de hacer sillas de montar
«Una esclava de siete cuartas no pesa en la frente.
por pesada que fuera que no estuviera resuelto para que no se extinguiera con ella una tradición
a cargar. menos de ciento veinte libras», dijo Bernarda.
de casi dos siglos. A esa rara intromisión en un «Claro», dijo. «¿Cuántos cumple?» «Doce»,
«y no hay mujer ni negra ni blanca que valga
oficio de hombres se atribuyó el que hubiera dijo Bernarda.
De modo que la niña moriría en su casa. El ciento veinte libras de oro, a no ser que cague
perdido el juicio, y de tan mala manera, que
médico lo premió con una mirada que más pa- diamantes». «¿Apenas doce?», dijo él, tendido otra vez
costó trabajo enseñarla a que no se comiera sus
recía de lástima que de respeto. en la hamaca. «¡Qué vida tan lenta!» La casa
propias miserias. Salvo por eso, habría sido un Nadie había sido más astuto que ella en el
partido más que mejor para un marqués criollo había sido el orgullo de la ciudad hasta principios
«No podía esperarse menos grandeza de comercio de esclavos, y sabía que si el gober-
de tan escasas luces. del siglo. Ahora estaba arruinada y lóbrega, y
su parte, señor», le dijo. «y no dudo de que su nador había comprado a la abisinia no debía
parecía en estado de mudanza por los grandes
alma tendrá el temple para soportarlo». de ser para algo tan sublime como servir en su
Dulce Olivia tenía un ingenio vivo y buen espacios vacíos y las muchas cosas fuera de
cocina. En esas estaba cuando oyó las primeras
Insistió una vez más en que el pronóstico no carácter, y no era fácil descubrir que estaba lugar. En los salones se conservaban todavía
chirimías y los petardos de fiesta, y enseguida
era alarmante. La herida estaba lejos del área loca. Desde la primera vez que la vio, el joven los pisos de mármoles ajedrezados y algunas
el alboroto de los mastines enjaulados. Salió al
de mayor riesgo y nadie recordaba que hubiera Ygnacio la distinguió en el tumulto de la terraza, lámparas de lágrimas con colgajos de telaraña.
huerto de naranjos para ver qué pasaba.
sangrado. Lo más probable era que Sierva Ma- y ese mismo día se entendieron por señas. Ella, Los aposentos que se mantenían vivos eran
ría no contrajera la rabia. cocotóloga insigne, le mandaba mensajes en Don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, segundo frescos en cualquier tiempo por el espesor de
palomitas de papel. Él aprendió a leer y escribir marqués de Casalduero y señor del Darién, los muros de calicanto y los muchos años de
«¿y mientras tanto?», preguntó el marqués. para corresponder con ella, y ese fue el principio también había oído la música desde la hamaca encierro, y más aun por las brisas de diciembre
de una pasión legítima que nadie quiso enten- de la siesta, que colgaba entre dos naranjos del que se filtraban silbando por las rendijas. Todo
«Mientras tanto», dijo Abrenuncio, «tóquenle der. Escandalizado, el primer marqués conminó estaba saturado por el relente opresivo de la
huerto.
música, llenen la casa de flores, hagan cantar al hijo a que hiciera un desmentido público. desidia y las tinieblas. Lo único que quedaba de
los pájaros, llévenla a ver los atardeceres en Era un hombre fúnebre, de la cáscara amar- las ínfulas señoriales del primer marqués eran
el mar, denle todo lo que pueda hacerla feliz». «No sólo es cierto», le replicó Ygnacio, ga, y de una palidez de lirio por la sangría que le los cinco mastines de presa que guardaban las
Se despidió con un voleo del sombrero en el «sino que tengo la licencia de ella para pedir su hacían los murciélagos durante el sueño. Usa- noches.
aire y la sentencia latina de rigor. Pero esta mano».Y ante el argumento de la locura, con- ba una chilaba de beduino para andar por casa
vez la tradujo en honor del marqués: «No hay testó con el suyo: y un bonete de Toledo que aumentaba su aire El fragoroso patio de los esclavos, donde
medicina que cure lo que no cura la felicidad». de desamparo. Al ver a la esposa como Dios la se celebraban los cumpleaños de Sierva María,
«Ningún loco está loco si uno se conforma había sido otra ciudad dentro de la ciudad en los
echó al mundo se anticipó a preguntarle:
DOS Nunca se supo cómo había llegado con sus razones». tiempos del primer marqués. Siguió siendo así
el marqués a semejante estado de desidia, ni «¿Qué músicas son esas?» «No sé», dijo con el heredero mientras duró el tráfico torcido
porqué mantuvo un matrimonio tan mal aveni- El padre lo desterró en sus haciendas con
ella. «¿A cómo estamos?» El marqués no lo de esclavos y de harina que Bernarda manejaba
do cuando tenía la vida resuelta para una viu- un mandato de dueño y señor que él no se
sabía. Debió de sentirse de veras muy inquieto con la mano izquierda desde el trapiche de Ma-
dez apacible. Habría podido ser lo que hubiera dignó utilizar. Fue una muerte en vida. Ygnacio
para preguntárselo a su esposa, y ella debía hates. Ahora todo esplendor pertenecía al pa-
querido, por el poder desmesurado del primer tenía terror de los animales, menos de las galli-
de estar muy aliviada de su bilis para haberle sado. Bernarda estaba extinguida por su vicio
marqués, su padre, Caballero de la Orden de nas. Sin embargo, en las haciendas observó de
contestado sin un sarcasmo. Se había sentado insaciable, y el patio reducido a dos barracas
Santiago, negrero de horca y cuchillo y maestre cerca una gallina viva, se la imaginó aumentada
en la hamaca, intrigado, cuando se repitieron de madera con techos de palma amarga, donde
de campo sin corazón, a quien el rey su señor al tamaño de una vaca, y se dio cuenta de que
los petardos. acabaron de consumirse los últimos saldos de
no escatimó honores y prebendas ni castigó in- era un endriago mucho más pavoroso que cual-
la grandeza.
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Dominga de Adviento, una negra de ley que Del padre, en cambio, tenía el cuerpo escuálido, Bernarda se escandalizó. Prefería morirse mañas de Abrenuncio, hasta que éste le puso la
gobernó la casa con puño de fierro hasta la vís- la timidez irredimible, la piel lívida, los ojos de como estaba, sola y desnuda, antes que poner oreja en el pecho para auscultarla. El corazón le
pera de su muerte, era el enlace entre aquellos un azul taciturno, y el cobre puro de la cabellera su honra en manos de un judío agazapado. Ha- daba tumbos azorados, y la piel soltó un rocío
dos mundos. radiante. Su modo de ser era tan sigiloso que bía sido médico en casa de sus padres, y lo ha- lívido y glacial con un recóndito olor de cebollas.
parecía una criatura invisible. Asustada con tan bían repudiado porque propalaba el estado de Al terminar, el médico le dio una palmadita cari-
Alta y ósea, de una inteligencia casi clari- extraña condición, la madre le colgaba un cen- los pacientes para magnificar sus diagnósticos. ñosa en la mejilla.
vidente, era ella quien había criado a Sierva cerro en el puño para no perder su rumbo en la El marqués la enfrentó.
María. Se había hecho católica sin renunciar a penumbra de la casa. Dos días después de la «Eres muy valiente», le dijo.
su fe yoruba, y practicaba ambas a la vez, sin fiesta, y casi por descuido, la criada le contó a «Aunque usted no lo quiera, y aunque yo
orden ni concierto. Su alma estaba en sana paz, lo quiera menos, usted es su madre», dijo. «Es Ya a solas con el marqués, le comentó que
Bernarda que a Sierva María la había mordido
decía, porque lo que le faltaba en una lo encon- por ese derecho sagrado que le pido dar fe del la niña sabía que el perro tenía mal de rabia. El
un perro. Bernarda lo pensó mientras tomaba
traba en la otra. Era también el único ser hu- examen». marqués no entendió.
antes de acostarse su sexto baño caliente con
mano que tenía autoridad para mediar entre el jabones fragantes, y cuando regresó al dormito-
«Por mí hagan lo que les dé la gana», dijo «Le ha dicho muchos embustes», dijo,
marqués y su esposa, y ambos la complacían. rio ya lo había olvidado. No volvió a recordarlo
Bernarda. «Yo estoy muerta». «pero ese no».
Sólo ella sacaba a escobazos a los esclavos hasta la noche siguiente porque los mastines
cuando los encontraba en descalabros de so- estuvieron ladrando sin causa hasta el amane- «No fue ella, señor», dijo el médico. «Me lo
Al contrario de lo que podía esperarse, la
domía o fornicando con mujeres cambiadas en cer, y temió que estuvieran arrabiados. dijo su corazón: era como una ranita enjaulada».
niña se sometió sin remilgos a una exploración
los aposentos vacíos. Pero desde que ella mu-
minuciosa de su cuerpo, con la curiosidad con
rió se escapaban de las barracas huyendo de Entonces fue con la palmatoria a las barra- El marqués se demoró en el recuento de
que hubiera observado un juguete de cuerda.
los calores del mediodía, y andaban tirados por cas del patio, y encontró a Sierva María dormida otras mentiras sorprendentes de la hija, no con
«Los médicos vemos con las manos», le dijo
los suelos en cualquier rincón, raspando el cu- en la hamaca de palmiche indio que heredó de disgusto sino con un cierto orgullo de padre.
Abrenuncio. La niña, divertida, le sonrió por pri-
cayo de los calderos de arroz para comérselo, Dominga de Adviento. Como la criada no le ha- «Quizás vaya a ser poeta», dijo. Abrenuncio no
mera vez.
o jugando al macuco ya la tarabilla en la fresca bía dicho dónde fue el mordisco, le levantó la admitió que la mentira fuera una condición de
de los corredores. En aquel mundo opresivo en sayuela y la examinó palmo a palmo, siguiendo Las evidencias de su buena salud estaban a las artes.
el que nadie era libre, Sierva María lo era: sólo con la luz la trenza de penitencia que tenía en- la vista, pues a pesar de su aire desvalido tenía
ella y sólo allí. De modo que era allí donde se roscada en el cuerpo como una cola de león. «Cuanto más transparente es la escritura
un cuerpo armonioso, cubierto de un vello dora-
celebraba la fiesta, en su verdadera casa y con Al final encontró el mordisco: un desgarrón en más se ve la poesía», dijo.
do, casi invisible, y con los primeros retoños de
su verdadera familia. el tobillo izquierdo, ya con su costra de sangre una floración feliz. Tenía los dientes perfectos, Lo único que no pudo interpretar fue el olor
seca, y unas excoriaciones apenas visibles en los ojos clarividentes, los pies reposados, las de cebollas en el sudor de la niña. Como no sa-
No podía concebirse un bailongo más el calcañal. No eran pocos ni triviales los casos manos sabias, y cada hebra de su cabello era bía de ninguna relación entre cualquier olor y
taciturno en medio de tanta música, con los de mal de rabia en la historia de la ciudad. El de el preludio de una larga vida. Contestó de buen el mal de rabia, lo descartó como síntoma de
esclavos propios y algunos de otras casas de más estruendo fue el de un gorgotero que anda- ánimo y con mucho dominio el interrogatorio in- nada. Caridad del Cobre le reveló más tarde al
distinción que aportaban lo que podían. La niña ba por las veredas con un mico amaestrado cu- sidioso, y había que conocerla demasiado para marqués que Sierva María se había entregado
se mostraba como era. yas maneras se distinguían poco de las huma- descubrir que ninguna respuesta era verdad. en secreto a las ciencias de los esclavos, que la
nas. El animal contrajo la rabia durante el sitio Sólo se puso tensa cuando el médico encon- hacían masticar emplasto de manajú y la ence-
Bailaba con más gracia y más brío que los
naval de los ingleses, mordió al amo en la cara y tró la cicatriz ínfima en el tobillo. La astucia de rraban desnuda en la bodega de cebollas para
africanos de nación, cantaba con voces distin-
escapó a los cerros vecinos. Al desdichado sal- Abrenuncio le salió adelante: desvirtuar el maleficio del perro.
tas de la suya en las diversas lenguas de Áfri-
timbanco lo mataron a garrote limpio en medio
ca, o con voces de pájaros y animales, que los
de unas alucinaciones pavorosas que las ma- «¿Te caíste?» La niña afirmó sin pestañear: Abrenuncio no dulcificó el mínimo detalle de
desconcertaban a ellos mismos. Por orden de
dres seguían cantando muchos años después la rabia. «Los primeros insultos son más graves
Dominga de Adviento las esclavas más jóvenes «Del columpio».
en coplas callejeras para asustar a los niños. y rápidos cuanto más profundo sea el mordisco
le pintaban la cara con negro de humo, le colga-
Antes de dos semanas una horda de macacos El médico empezó a conversar consigo mis- y cuanto más cercano al cerebro», dijo. Recordó
ron collares de santería sobre el escapulario del
luciferinos descendió de los montes a pleno día. mo en latín. El marqués le salió al paso: el caso de un paciente suyo que murió al cabo
bautismo y le cuidaban la cabellera que nunca
Hicieron estragos en porquerizas y gallineros, e de cinco años, pero quedó la duda de si no ha-
le cortaron y que le habría estorbado para cami-
irrumpieron en la catedral aullando y ahogándo- «Dígamelo en ladino». bría sufrido contagio posterior que pasó inad-
nar de no ser por las trenzas de muchas vueltas
se en espumarajos de sangre, mientras se ce- vertido. La cicatrización rápida no quería decir
que le hacían a diario. «No es con usted», dijo Abrenuncio. «Pienso
lebraba el tedeum por la derrota de la escuadra nada: al cabo de un tiempo imprevisible la cica-
Empezaba a florecer en una encrucijada de inglesa. Sin embargo, los dramas, más terribles en bajo latín». triz podía hincharse, abrirse de nuevo y supurar.
fuerzas contrarias. Tenía muy poco de la madre. no pasaban a la historia, pues ocurrían entre la La agonía llegaba a ser tan espantosa que era
Sierva María estaba encantada con las arti-
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confesó que nunca se había atrevido a montar. el valor para empezar. población negra, donde escamoteaban a los la mala fama de ser remiendavirgos y abortera,
mordidos para tratarlos con magias africanas aunque la compensaba con la buena de cono-
«Temo tanto a los caballos como a las «Licenciado», murmuró. Abrenuncio no en los palenques de cimarrones. cer secretos de indios para levantar desahucia-
gallinas», dijo. esperaba el llamado. dos.
A pesar de tantos escarmientos, ni blancos
«Es una lástima, porque la incomunicación «¿Ajá?» «Bajo la gravedad del sigilo ni negros ni indios pensaban en la rabia, ni en El marqués la recibió de mala gana, de pie
con los caballos ha retrasado a la humanidad», médico, y sólo para su gobierno, le confieso que ninguna de las enfermedades de incubación en el zaguán y demoró en entender lo que que-
dijo Abrenuncio. es verdad lo que dicen», dijo el marqués en un lenta, mientras no se revelaban los primeros ría, pues era una mujer de gran parsimonia y
tono solemne. síntomas irreparables. Bernarda Cabrera pro- circunloquios enrevesados. Dio tantas vueltas y
«Si alguna vez la rompiéramos podríamos
cedió con el mismo criterio. Pensaba que las revueltas para llegar al asunto, que el marqués
fabricar el centauro». «El perro rabioso mordió también a mi hija».
fabulaciones de los esclavos iban más rápido y perdió la paciencia.
El interior de la casa, iluminado por dos Miró al médico y se encontró con un alma más lejos que las de los cristianos, y que hasta
un simple mordisco de perro podía causar un «Sea lo que sea, dígamelo sin más latines»,
ventanas abiertas a la mar grande, estaba arre- en paz.
daño a la honra de la familia. Tan segura estaba le dijo.
glado con el preciosismo vicioso de un soltero
empedernido. «Ya lo sé», dijo el doctor. «Y supongo que de sus razones, que ni siquiera le mencionó el
«Estamos amenazados por una peste de
por eso ha venido a una hora tan temprana». asunto al marido, ni volvió a recordarlo hasta el
mal de rabia», dijo Sagunta, «y yo soy la única
Todo el ámbito estaba ocupado por una fra- domingo siguiente, cuando la criada fue sola al
«Así es», dijo el marqués. Y repitió la que tengo las llaves de San Huberto, patrono
gancia de bálsamos que inducía a creer en la mercado y vio el cadáver de un perro colgado
pregunta que ya había hecho sobre el mordido de los cazadores y sanador de los arrabiados».
eficacia de la medicina. Había un escritorio en de un almendro para que se supiera que había
orden y una vidriera llena de pomos de porcela- del hospital: muerto del mal de rabia. «No veo el porqué de una peste», dijo el
na con rótulos en latín. Relegada en un rincón marqués.
«¿ Qué podemos hacer?» En vez de su res- Le bastó una mirada para reconocer el luce-
estaba el arpa medicinal cubierta de un polvo
puesta brutal del día anterior, Abrenuncio pidió ro en la frente y la pelambre cenicienta del que
dorado. Lo más notorio eran los libros, muchos «No hay anuncios de cometas ni eclipses,
ver a Sierva María. Era eso lo que el marqués mordió a Sierva María. Sin embargo, Bernarda
en latín, con lomos historiados. Los había en que yo sepa, ni tenemos culpas tan grandes
quería pedirle. Así que estaban de acuerdo, y el no se preocupó cuando se lo contaron. No ha-
vitrinas y en estantes abiertos, o puestos en el como para que Dios se ocupe de nosotros».
coche los esperaba en la puerta. bía de qué: la herida estaba seca y no quedaba
suelo con gran cuidado, y el médico caminaba
por los desfiladeros de papel con la facilidad de ni rastro de las escoriaciones. Sagunta le informó que en marzo habría un
Cuando llegaron a la casa, el marqués en-
un rinoceronte entre las rosas. El marqués esta- eclipse total de sol, y le dio noticias completas
contró a Bernarda sentada al tocador, peinán- Diciembre había empezado mal, pero pronto
ba abrumado por la cantidad. de los mordidos el primer domingo de diciem-
dose para nadie con la coquetería de los años recuperó sus tardes de amatista y sus noches bre.
lejanos en que hicieron el amor por última vez, de brisas locas. La Navidad fue más alegre que
«Todo lo que se sabe debe de estar en este
y que él había borrado de su memoria. El cuarto en otros años por las buenas noticias de Espa- Dos habían desaparecido, sin duda esca-
cuarto», dijo.
estaba saturado de la fragancia primaveral de ña. Pero la ciudad no era la de antes. El merca- moteados por los suyos para tratar de hechi-
«Los libros no sirven para nada», dijo sus jabones. Ella vio al marido en el espejo, y do principal de esclavos se había trasladado a zarlos, y un tercero había muerto del mal de
Abrenuncio de buen humor. le dijo sin acidez: La Habana, y los mineros y hacendados de es- rabia en la segunda semana. Había un cuarto
tos reinos de Tierra Firme preferían comprar su que no fue mordido sino apenas salpicado por la
«La vida se me ha ido curando las «¿Quiénes somos para andar regalando
mano de obra de contrabando y a menor precio baba del mismo perro, y estaba agonizando en
enfermedades que causan los otros médicos caballos?» El marqués la eludió. Cogió de
en las Antillas inglesas. De modo que había dos el hospital del Amor de Dios. El alguacil mayor
con sus medicinas». la cama revuelta la túnica de diario, se la tiró
ciudades: una alegre y multitudinaria durante había hecho envenenar aun centenar de perros
encima a Bernarda, y le ordenó sin compasión:
los seis meses que permanecían los galeones, sin dueño en lo que iba del mes. En una semana
Quitó un gato dormido de la poltrona prin-
«Vístase, que aquí está el médico». y otra soñolienta en el resto del año, a la espera más no quedaría uno vivo en la calle.
cipal, que era la suya, para que se sentara el
marqués. Le sirvió un cocimiento de hierbas de que regresaran.
«Dios me libre», dijo ella. «De todos modos, no sé qué tenga yo que
que él mismo preparó en el hornillo del atanor, No volvió a saberse nada de los mordidos ver con eso», dijo el marqués.
mientras le hablaba de sus experiencias médi- «No es para usted, aunque buena falta le hasta principios de enero, cuando una india
cas, hasta que se dio cuenta de que el marqués hace», dijo él. «Es para la niña». andariega conocida con el nombre de Sagunta «y menos a una hora tan extraviada» .
había perdido el interés. tocó a la puerta del marqués a la hora sagrada
«No le servirá de nada», dijo ella. «O «Su niña fue la primera mordida», dijo
Así era: se había levantado de pronto y le de la siesta. Era muy vieja, y andaba descalza Sagunta. El marqués le dijo con una gran con-
se muere o no se muere: no hay de otra».
daba la espalda, mirando por la ventana el mar a pleno sol con un bordón de carreto y envuelta vicción:
Pero la curiosidad pudo más: «¿Quién es?»
huraño. Por fin, siempre de espaldas, encontró de pies a cabeza en una sábana blanca. Tenía
«Abrenuncio», dijo el marqués.
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«Si así fuera, yo habría sido el primero en «No importa cuál», precisó, «siempre criollas con patas de gallina para venderlas a «Vino sola, señor», dijo, antes de que él le
saberlo». que no sea una enfermedad de perro». El los circos». preguntara nada. «Ni siquiera me di cuenta».
marqués comprendió en ese instante, como
Creía que la niña se sentía bien, y no le una deflagración celestial, cuál era el sentido Algo había cambiado también en ella. A pe- El marqués sabía que era cierto. Indagó cuál
parecía posible que algo tan grave le hubiera de su vida. sar de la ferocidad de la risa su rostro parecía de ellas acompañaba a Sierva María cuando la
ocurrido sin que él lo supiera. Así que dio la visi- menos amargo, y había en el fondo de su perfi- mordió el perro. La única mulata, que se llama-
ta por terminada y se fue a completar la siesta. «La niña no se va a morir», dijo, resuelto. dia un sedimento de compasión que el marqués ba Caridad del Cobre, se identificó tiritando de
«Pero si tiene que morir ha de ser de lo que Dios no advirtió. miedo. El marqués la tranquilizó.
No obstante, esa tarde buscó a Sierva María disponga» .
en los patios del servicio. Estaba ayudando a Tan pronto como la sintió lejos, le dijo a la «Encárgate de ella como si fueras Dominga
desollar conejos, con la cara pintada de negro, El martes fue al hospital del Amor de Dios, niña: de Adviento», le dijo.
descalza y con el turbante colorado de las es- en el cerro de San Lázaro, para ver al arrabia-
clavas. Le preguntó si era verdad que la había do de que le habló Sagunta. No fue consciente «Es una gorrina» . Le explicó sus deberes. Le advirtió que no
mordido un perro, y ella le contestó que no sin la de que su carroza de crespones mortuorios iba la perdiera de vista ni un momento y la tratara
Le pareció percibir en ella una chispa de con afecto y comprensión, pero sin complacen-
menor duda. Pero Bernarda se lo confirmó esa a ser vista como un síntoma más de las des-
interés: cias. Lo más importante era que no traspasara
noche. El marqués, confundido, preguntó: gracias que se estaban incubando, pues hacía
muchos años que no salía de su casa sino en la cerca de espinos que haría construir entre el
«¿Sabes lo que es una gorrina?», le
«¿Por qué Sierva lo niega?». las grandes ocasiones, y hacía otros muchos patio de los esclavos y el resto de la casa. En
preguntó, ávido de una respuesta. Sierva María
que no había ocasiones más grandes que las la mañana al despertar y en la noche antes de
«Porque no hay modo de que diga una no se la concedió. Se dejó acostar en la cama,
infaustas. dormir debía darle un informe completo sin que
verdad ni por yerro», dijo Bernarda. se dejó acomodar la cabeza en las almohadas
él se lo preguntara.
de plumas, se dejó cubrir hasta las rodillas con
La ciudad estaba sumergida en su maras-
«Entonces hay que proceder», dijo el la sábana de hilo olorosa al cedro del arcón sin «Fíjate bien lo que haces y cómo lo haces»,
mo de siglos, pero no faltó quien vislumbrara el
marqués, «porque el perro tenía el mal de hacerle la caridad de una mirada. Él sintió un concluyó. «Has de ser la única responsable de
rostro macilento, los ojos fugaces del caballero
rabia». temblor de conciencia: que estas mis órdenes se cumplan».
incierto con sus tafetanes de luto, cuya carroza
«Al contrario», dijo Bernarda. abandonó el recinto amurallado y se dirigió a «¿Rezas antes de dormir?» La niña no lo A las siete de la mañana, después de enjau-
campo traviesa hacia el cerro de San Lázaro. miró siquiera. Se acomodó en posición fetal lar los perros, el marqués fue a casa de Abre-
«más bien, el perro debió morir por morderla En el hospital, los leprosos tirados en los pisos por el hábito de la hamaca y se durmió sin nuncio. El médico le abrió en persona, pues no
a ella. Eso fue por diciembre y la muy descarada de ladrillos lo vieron entrar con sus trancos de despedirse. El marqués cerró el mosquitero con tenía esclavos ni sirvientes. El marqués se hizo
está como una flor». muerto, y le cerraron el paso para pedirle una li- el mayor cuidado para que los murciélagos no a sí mismo el reproche que creía merecer.
mosna. En el pabellón de los furiosos continuos, la sangraran dormida. Iban a ser las diez y el
Ambos siguieron atentos a los rumores amarrado a un poste, estaba el arrabiado. coro de las locas era insoportable en la casa «Éstas no son horas de visita», dijo.
crecientes sobre la gravedad de la peste, y
redimida por la expulsión de los esclavos.
aun contra sus deseos tuvieron que conversar Era un mulato viejo con la cabeza y la barba El médico le abrió el corazón, agradecido
otra vez sobre asuntos que les eran comunes, algodonadas. Estaba ya paralizado de medio El marqués soltó los mastines que salieron por el caballo que acababa de recibir. Lo llevó
como en los tiempos en que se odiaban menos. cuerpo, pero la rabia le había infundido tanta en estampida hacia el dormitorio de la abuela, por el patio hasta el cobertizo de una antigua
Para él era claro. Siempre creyó que amaba a fuerza en la otra mitad, que debieron amarrarlo olfateando las hendijas de las puertas con lati- herrería de la que no quedaban sino los escom-
la hija, pero el miedo al mal de rabia lo obliga- para que no se despedazara contra las paredes. dos acezantes. El marqués les rascó la cabeza bros de la fragua. El hermoso alazán de dos
ba a confesarse que se engañaba a sí mismo Su relato no dejaba dudas de que lo había mor- con la yema de los dedos, y los calmó con la años, lejos de sus querencias, parecía azoga-
por comodidad. Bernarda, en cambio, no se lo dido el mismo perro ceniciento del lucero blanco buena noticia: do. Abrenuncio lo aplacó con palmaditas en las
preguntó siquiera, pues tenía plena conciencia que mordió a Sierva María. Y lo había babeado, mejillas, mientras le murmuraba al oído vanas
de no amarla ni de ser amada por ella, y ambas en efecto, aunque no sobre la piel sana sino en «Es Sierva, que desde esta noche vive con promesas en latín.
cosas le parecían justas. Mucho del odio que una úlcera crónica que tenía en la pantorrilla. nosotros».
ambos sentían por la niña era por lo que ella Esa precisión no fue bastante para tranquilizar El marqués le contó que al caballo muerto
tenía del uno y del otro. Sin embargo, Bernarda al marqués, que abandonó el hospital horroriza- Durmió poco y mal por las locas que can- lo habían enterrado en la antigua huerta del
estaba dispuesta a hacer la farsa de las lágri- do por la visión del moribundo y sin una luz de taron hasta las dos. Lo primero que hizo al le- hospital del Amor de Dios, consagrada como
mas y a guardar un luto de madre adolorida por esperanza para Sierva María. vantarse con los primeros gallos fue ir al cuarto cementerio de ricos durante la peste del cólera.
preservar su honra, con la condición de que la de la niña, y no estaba allí sino en el galpón de Abrenuncio se lo agradeció como un favor ex-
muerte de la niña fuera por una causa digna. Cuando volvía a la ciudad por la cornisa del las esclavas. La que dormía más cerca despertó cesivo. Mientras hablaban, le llamó la atención
cerro encontró a un hombre de gran apariencia asustada. que el marqués se mantuviera a distancia. Él le
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Bernarda, por su parte, ni siquiera lo pensaba. murió, los esclavos volvieron a infiltrarse con sentado en una piedra del camino junto a su ca- grado al Caribe por la persecución en España, y
Tan olvidada la tenía, que de regreso de una de gran sigilo, primero las mujeres con sus crías ballo muerto. El marqués hizo detener el coche, había heredado su mala fama de nigromante y
sus largas temporadas en el trapiche la confun- para ayudar en oficios menudos, y luego los y sólo cuando el hombre se puso de pie reco- deslenguado, pero nadie ponía en duda su sa-
dió con otra por lo grande y distinta que estaba. hombres ociosos en busca de la fresca de los noció al licenciado Abrenuncio de Sa Pereira biduría. Sus pleitos con los otros médicos, que
La llamó, la examinó, la interrogó sobre su vida, corredores. Cao, el médico más notable y controvertido de no perdonaban sus aciertos inverosímiles ni sus
pero no obtuvo de ella una palabra. la ciudad. Era idéntico al rey de bastos. métodos insólitos, eran constantes y sangrien-
Aterrada por el fantasma de la ruina, Ber- tos. Había inventado una píldora de una vez al
«Eres idéntica a tu padre», le dijo. «Un narda los mandaba a que se ganaran la comida Llevaba un sombrero de alas grandes para año que afinaba el tono de la salud y alargaba
engendro». mendigando en la calle. En una de sus crisis de- el sol, botas de montar, y la capa negra de los la vida, pero causaba tales trastornos del juicio
cidió manumitirlos, salvo a los tres o cuatro del libertos letrados. Saludó al marqués con una los primeros tres días que nadie más que él
Ese seguía siendo el ánimo de ambos el servicio doméstico, pero el marqués se opuso ceremonia poco usual. se arriesgaba a tomarla. En otros tiempos so-
día en que el marqués regresó del hospital del con una sinrazón: lía tocar el arpa a la cabecera de los enfermos
Amor de Dios y le anunció a Bernarda su de- «Benedictus qui venit in nomine veritatis»,
para sedarlos con cierta música compuesta a
terminación de asumir con mano de guerra las «Si han de morirse de hambre, es mejor que dijo.
propósito. No practicaba la cirugía, que siempre
riendas de la casa. Había en su premura un algo se mueran aquí y no por esos andurriales».
Su caballo no había resistido de bajada la consideró un arte inferior de dómines y barbe-
frenético que dejó a Bernarda sin réplica.
No se atuvo a fórmulas tan fáciles cuando el misma cuesta que había subido al trote, y se ros, y su especialidad terrorífica era predecir a
Lo primero que hizo fue devolverle a la niña perro mordió a Sierva María. Invistió de pode- le reventó el corazón. Neptuno, el cochero del los enfermos el día y la hora de la muerte. Sin
el dormitorio de su abuela la marquesa, de don- res al esclavo que le pareció de más autoridad marqués, trató de desensillarlo. El dueño lo di- embargo, tanto su buena fama como la mala
de Bernarda la había sacado para que durmiera y mayor confianza, y le impartió instrucciones suadió. se sustentaban en lo mismo: se decía, y nadie
con los esclavos. El esplendor de antaño se- cuya dureza escandalizó a la misma Bernanda. lo desmintió nunca, que había resucitado a un
guía intacto bajo el polvo: la cama imperial que A la primera noche, cuando la casa estaba ya «Para qué quiero silla si no tendré a quién muerto.
la servidumbre creía de oro por el brillo de sus en orden por primera vez desde la muerte de ensillar», dijo. «Déjela que se pudra con él».
A pesar de su experiencia, Abrenuncio esta-
cobres; el mosquitero de gasas de novia, las ri- Dominga de Adviento, encontró a Sierva María
El cochero tuvo que ayudarlo a subir en la ba conmovido por el arrabiado.
cas vestiduras de pasamanería, el lavatorio de en la barraca de las esclavas, entre media doce-
carroza por su corpulencia pueril, y el marqués
alabastro con numerosos pomos de perfumes na de jóvenes negras que dormían en hamacas «El cuerpo humano no está hecho para los
le hizo la distinción de sentarlo a su derecha.
y afeites alineados en un orden marcial sobre entrecruzadas a distintos niveles. Las despertó años que uno podría vivir», dijo. El marqués no
Abrenuncio pensaba en el caballo.
el tocador; el beque portátil, la escupidera y el a todas para impartir las normas del nuevo go- perdió una palabra de su disertación minuciosa
vomitorio de porcelana, el mundo ilusorio que bierno. «Es como si se me hubiera muerto la mitad y colorida, y sólo habló cuando el médico no
la anciana baldada por el reumatismo había del cuerpo, suspiró. tuvo nada más que decir.
soñado para la hija que no tuvo y la nieta que «Desde esta fecha la niña vive en la casa»,
nunca vio. les dijo. «Nada es tan fácil de resolver como la «¿Qué se puede hacer con ese pobre
muerte de un caballo», dijo el marqués. hombre?», preguntó.
Mientras las esclavas resucitaban el dormi- «Y sépase aquí y en todo el reino que no
torio, el marqués se ocupó de poner su ley en tiene más que una familia, y es sólo de blancos». Abrenuncio se animó. «Éste era distinto», «Matarlo», dijo Abrenuncio.
la casa. dijo.
La niña resistió cuando él quiso llevarla en El marqués lo miró espantado.
Espantó a los esclavos que dormitaban a la brazos al dormitorio, y tuvo que hacerle enten- «Si tuviera los medios, lo haría sepultar en
sombra de las arcadas y amenazó con azotes der que un orden de hombres reinaba en el tierra sagrada». Miró al marqués a la espera de «Al menos es lo que haríamos si fuéramos
y ergástulas a los que volvieran a hacer sus mundo. Ya en el dormitorio de la abuela, mien- su reacción, y terminó: buenos cristianos», prosiguió el médico,
necesidades en los rincones o jugaran a suerte tras le cambiaba el refajo de lienzo de las escla- impasible.
y azar en los aposentos clausurados. No eran vas por una camisa de noche, no logró de ella «En octubre cumplió cien años».
una palabra. Bernarda lo vio desde la puerta: el «Y no se asombre, señor: hay más
disposiciones nuevas. Se habían cumplido con «No hay caballo que viva tanto», dijo el
marqués sentado en la cama luchando con los cristianos buenos de los que uno cree». Se
mucho más rigor cuando Bernarda tenía el man- marqués.
botones de la camisa de dormir que no pasaban refería en realidad a los cristianos pobres de
do y Dominga de Adviento lo imponía, y el mar-
por los ojales nuevos, y la niña de pie frente a cualquier color, en los arrabales y en el campo,
qués se regodeaba en público de su sentencia «Puedo probarlo», dijo el médico.
él, mirándolo impasible. Bernarda no pudo re- que tenían el coraje de echar un veneno en la
histórica:
primirse. «¿Por qué no se casan?», se burló y Servía los martes en el Amor de Dios, ayu- comida de sus arrabiados para evitarles el es-
«En mi casa se hace lo que yo obedezco». como el marqués no le hizo caso, dijo más: dando a los leprosos enfermos de otros males. panto de postrimerías. A fines del siglo anterior
Pero cuando Bernarda sucumbió en los Había sido alumno esclarecido del licenciado una familia entera se tomó la sopa envenenada
tremedales del cacao y Dominga de Adviento «No sería un mal negocio parir marquesitas Juan Méndez Nieto, otro judío portugués emi- porque ninguno tuvo corazón para envenenar
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solo a un niño de cinco años. «No sé latín», se excusó el marqués. acercó a ella caminando con ínfulas de grumete enrarecido por su grajo amoniacal. Sintió el re-
para que se le notara el precio. suello de minotauro buscándola a tientas en la
«Se supone que los médicos no sabemos «Ni falta que le hace!», dijo Abrenuncio. Y lo oscuridad, el fogaje del cuerpo encima de ella,
que esas cosas suceden», concluyó dijo en latín, por supuesto. «Quinientos pesos oro», dijo. las manos de presa que le agarraron la sayuela
Abrenuncio. «Y no es así pero carecemos de por el cuello y se la desgarraron en canal mien-
autoridad moral para respaldarlas. A cambio de El marqués quedó tan impresionado, que su Ella lo midió con un ojo de tasadora rejuga-
tras le roncaba en el oído: «Puta, puta». Desde
eso, hacemos con los moribundos lo que usted primer acto al volver a casa fue el más raro de da.
esa noche supo Bernarda que no quería hacer
acaba de ver. Los encomendamos a San Huber- su vida. Le ordenó a Neptuno que recogiera el
Era enorme, con piel de foca, torso ondu- nada más de por vida.
to, y los amarramos a un poste para que puedan caballo muerto en el cerro de San Lázaro y lo
enterrara en tierra sagrada, y que muy tempra- lado, caderas estrechas y piernas espigadas, y
agonizar peor y por más tiempo» «¿No hay otro Se enloqueció por él. Se iban por las noches
no al día siguiente le mandara a Abrenuncio el con unas manos plácidas que negaban su ofi-
recurso?», preguntó el marqués. a los bailes de candil en los arrabales, él vesti-
mejor caballo de su establo. cio. Bernarda calculó:
do de caballero con levita y sombrero redondo
«Después de los primeros insultos de la que Bernarda le compraba a su gusto, y ella
Después del alivio efímero de las purgas de «Mides ocho cuartas».
rabia, no hay ninguno», dijo el médico. Habló disfrazada de cualquier cosa al principio, y des-
de tratados alegres que la consideraban como antimonio, Bernarda se aplicaba lavativas de
«Más tres pulgadas», dijo él. pués con su propia cara. Lo bañó en oro, con
enfermedad curable, con base en fórmulas consuelo hasta tres veces al día para sofocar
cadenas, anillos y pulseras, y le hizo incrustar
diversas: la hepática terrestre, el cinabrio, el el incendio de sus vísceras, o se sumergía en Bernarda le hizo bajar la cabeza al alcance diamantes en los dientes. Creyó morir cuando
almizcle, el mercurio argentino, el anagallis flore baños calientes con jabones de olor hasta seis de ella para examinarle la dentadura, y la pertur- se dio cuenta de que se acostaba con todas
purpureo. «Pamplinas», dijo. veces para templar los nervios. Nada le queda- bó el hálito de amoníaco de sus axilas. Los dien- las que encontraba a su paso, pero al final se
ba entonces de lo que fue de recién casada, tes estaban completos, sanos y bien alineados. conformó con las sobras. Fueron los tiempos en
«Lo que pasa es que a unos les da la rabia cuando concebía aventuras comerciales que
«Tu amo debe estar loco si cree que alguien que Dominga de Adviento entró en su dormitorio
y a otros no, y es fácil decir que a los que no les sacaba adelante con una certidumbre de adivi-
te va a comprar a precio de caballo», dijo a la hora de la siesta, creyendo que Bernarda
dio fue por las medicinas». na, tales eran sus logros, hasta la mala tarde
Bernarda. estaba en el trapiche, y los sorprendió en pe-
en que conoció al Judas Iscariote y se la llevó
Buscó los ojos del marqués para asegurarse lotas haciendo el amor por el suelo. La esclava
la desgracia.
de que seguía despierto, y concluyó: «Soy libre y me vendo yo mismo», contestó se quedó más deslumbrada que atónita con la
Lo había encontrado por casualidad en una él. Y remató con un cierto tono: mano en la aldaba.
«¿Por qué tiene tanto interés?» «Por corraleja de ferias peleándose a manos limpias,
piedad», mintió el marqués. «Señora». «No te quedes ahí como una muerta», le
casi desnudo y sin ninguna protección, contra
gritó Bernarda.
un toro de lidia. Era tan hermoso y temerario «Marquesa», dijo ella.
Contempló desde la ventana el mar aletar-
que no pudo olvidarlo. Días después volvió a «o te vas, o te revuelcas aquí con nosotros»
gado por el tedio de las cuatro, y se dio cuenta
verlo en una cumbiamba de carnaval a la que Él le hizo una reverencia de cortesano que .
con el corazón oprimido de que habían vuelto
ella asistía disfrazada de pordiosera con antifaz, la dejó sin aliento, y lo compró por la mitad de
las golondrinas. Aún no se alzaba la brisa. Un
y rodeada por sus esclavas vestidas de marque- sus pretensiones. Dominga de Adviento se fue con un porta-
grupo de niños trataba de cazar a pedradas un
sas con gargantillas y pulseras y zarcillos de oro zo que le sonó a Bernarda como una bofetada.
alcatraz extraviado en una playa cenagosa, y «Sólo por el placer de la vista», según dijo.
y piedras preciosas. Judas estaba en el centro Ella la convocó esa noche y la amenazó con
el marqués lo siguió en su vuelo fugitivo hasta A cambio le respetó su condición de libre y el
de un círculo de curiosos, bailando con la que le castigos atroces por cualquier comentario que
que se perdió entre las cúpulas radiantes de la tiempo para seguir con su toro de circo. Lo
pagara, y habían tenido que poner orden para hiciera de lo que había visto.
ciudad fortificada . instaló en un cuarto cercano al suyo que había
calmar las ansias de las pretendientas. Bernar-
da le preguntó cuánto costaba. Judas le contes- sido del caballerango, y lo esperó desde la «No se preocupe, blanca», le dijo la esclava.
La carroza entró en el recinto de las mura-
llas por la puerta de tierra de la Media Luna y tó bailando: primera noche, desnuda y con la puerta desa-
trancada, segura de que él iría sin ser invitado. «Usted puede prohibirme lo que quiera, y yo
Abrenuncio guió al cochero hasta su casa a tra- le cumplo».Y concluyó:
«Medio real». Pero tuvo que esperar dos semanas sin dormir
vés del bullicioso arrabal de los artesanos. No
fue fácil. Neptuno era mayor de setenta años, y en paz por los ardores del cuerpo. «Lo malo es que no puede prohibirme lo que
Bernarda se quitó el antifaz.
además indeciso y corto de vista, y estaba acos- En realidad, tan pronto como él supo quién pienso».
tumbrado a que el caballo siguiera solo por las «Lo que te pregunto es cuánto cuestas de era ella y vio la casa por dentro, recobró su
calles que conocía mejor que él. Cuando dieron por vida», le dijo. Si el marqués lo supo se hizo bien el des-
distancia de esclavo. Sin embargo, cuando Ber- entendido. A fin de cuentas, Sierva María era lo
por fin con la casa, Abrenuncio se despidió en la narda había dejado de esperarlo y durmió con
puerta con una sentencia de Horacio. Judas vio que a cara descubierta no era tan único que le quedaba en común con la esposa,
pordiosera como parecía. Soltó la pareja, y se sayuela y pasó la tranca en la puerta, él se me- y no la tenía como hija suya sino sólo de ella.
tió por la ventana. La despertó el aire del cuarto
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