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La idea de ruptura es en realidad inherente a toda visión historicista de la literatura; es uno de los

términos de una dialéctica que anima todo propósito literario; el otro es conservación: entre los dos
no sólo se entabla una lucha sino que se necesitan recíprocamente; es de lo que hablaba Guillaume
Apollinaire, de quién Guillermo de Torre tomó el concepto tan fecundo de "La aventura y el
orden".
La noción de conservación está ligada a la de perduración y aspira a un estatuto cultural
firme; dicho de otro modo si se piensa que la literatura "construye" cultura, los elementos que la
componen deben poseer cierta virtud de perduración. Pero la conservación, sobre cuyo principio se
constituye la tradición, promete frisos inertes y en gran medida institucionales, obligatorios, se
satisface con la repetición aunque tolere ciertas, tenues, variaciones.
Por su lado, la ruptura es algo así como una fuerza, una perspectiva de irrupción en el
mar calmo de lo que se conserva; se propone -deliberada o espontáneamente- desbaratar y reiniciar
procesos tendientes a devolver su energía, que se entiende y a la que se acusa como extraviada, a
un imaginario sentido como congelado en el friso. La ruptura, o los movimientos rupturistas,
intentan recuperar un dinamismo inicial extraviado en las normas y si arrasan con convenciones o
con estabilidades no con el fin de anular el sentido que puede tener la producción literaria y crear
una tierra baldía sino para, como
señalaba Mallarmé a propósito de Edgar Allan Poe, "dar un sentido más puro a las palabras
de la tribu".
Se diría que esta dialéctica es eterna y si se la deja de lado se deja de comprender una
evolución, nada menos que el cambio, o sea esa instancia canaliza nociones tales como innovación,
originalidad, renovación, detención del sentido congelado, y, correlativamente, se pierde la
significación que tiene el objeto sobre el cual se ejerce o sea, para decirlo de nuevo, lo que
permanece e invita a regresar incesantemente, en otras palabras, al espacio literario.
Hay momentos en la historia de la literatura en los que los intentos ruptura sufren un
bloqueo -academias mediante, dictaduras oprimentes, miedo miedos al pensamiento, inquisiciones
feroces- y otros en los que proliferan y brindan frutos más evidentes y aprovechables por la
institución que los recoge y asimila. Valga, como un ejemplo pre claro, el aporte modernista a la
poesía latinoamericana: nada fue igual después irrupción, los códigos establecidos cambiaron
radicalmente, pero luego esos mismos cambios incorporados fueron sacudidos por las vanguardias
que, a su vez, infundieron a la literatura argentina un dinamismo que alteró la tranquilidad de lo
consagrado.
El proceso continúa -es eterno, como se dice arriba- pero se dieron, a partir de los años
'20, varios hechos determinates: el paso de Vicente Huidobro por Buenos Aires, la llegada de Jorge
Luis Borges, portador del ultraísmo, el regreso de Emilio Pettorutti cubista, el futurismo de Cúnsolo
y Lacamera, los viajes de Girondo, las extravagancias de Xul Solar, son hechos reveladores cuando
no desencadenantes hasta 1950 aproximadamente, con importantes secuelas después. Período de
grandes cambios sociales y culturales en una sociedad que sí por un lado el había consolidado
instituciones y reglas de convivencia democrática y aceptado los frutos de una política y migratoria
de gran alcance por el otro no impedía que determinados sujetos sintieran que el edificio no se
tambaleaba porque se pusieran en cuestión algunas de sus funciones e incluso de sus fundamentos.
En ese período pasan muchas cosas en todos los órdenes y en cada uno de ellos se
levantan voces cuestionadoras en lo mental e ideológico pero también en lo formal; la actitud
generalizada de ruptura establece, precisamente, un conjunto entre lo mental y lo formal, un
circuito semiótico que confiere a la vida del período una animación sin parangón, una suerte de
fiebre creadora cuyo núcleo es una creatividad que le propone a la sociedad entera una
modernidad todavía en ciernes en los restantes órdenes de la vida social.
(Adaptación a partir del texto de Noé Jitrik "Epílogo" en Historia Crítica de la
Literatura Argentina, volumen 7, EMECÉ, 2009).

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