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Antonio Carrizo: A mí una vez me invitaron de la Provincia de Buenos Aires para iniciar
una campaña de la lectura y dije una frase que quedó para la historia: yo no sé de qué,
pero la lectura me salvó.
Alejandro Dolina: Está bien, ésa es una estructura mítica interesante: creer que las
cosas intensas que nos pasan en la vida tal vez nos salvaron de algo.
Carrizo: Vos, Alejandro, alguna vez dijiste cada libro malo que uno lee es un libro menos
que uno lee. Ésta es una idea de Dolina que yo nunca terminé de entender pero es
brillante y es verdad. Por eso, cuando el libro es malo, Borges recomendaba largarlo
enseguida.
Dolina: Y no hay que avergonzarse de que ese libro que no es para uno, tenga buena
prensa.
Carrizo: A mí una vez vino un tipo con una pistola y me dijo ¡Qué libro bárbaro el Código
Da Vinci! y le contesté es el peor libro que leí en mi vida y por culpa de todos ustedes lo
tuve que terminar. Tardé un año porque leía un capítulo y lo abandonaba, y cuando leía el
otro era el mismo capítulo que el anterior pero en otra parte, y el tercero en París y el
cuarto en Verona; y el tipo lo tuvo que terminar mal porque no encontraba la manera de
terminarlo. Siempre había una ciudad más. Ése es un libro malo.
Dolina: El libro que no estoy leyendo es el que me tortura. Ahora bien, acceder a ese
mundo es ampliar los horizontes. El tipo que empieza a leer siente que el mundo se le
ensancha. Por eso creo que es una bendición haber seguido la lectura, no para deleitarse
en placeres de mandarín pero sí para disfrutar muchos placeres que, de otro modo, serían
menores. Hay algo que no se les dice a los chicos cuando trata uno de obligarlos a leer, y
les dice lean para convertirse en hombres de bien. No me parece muy seductor.
Carrizo: No creo que la lectura te convierta en un hombre de bien.
Dolina: Tampoco creo que el chico de siete años quiera serlo. Lo que no se dice es que
la lectura amplía el territorio del placer. Un tipo que va adquiriendo en sí mismo una
complejidad, también sabe utilizar esa complejidad para gozar y eso no se le dice nunca
al niño: ‘Oye pequeño Atilio Armando, lee porque gozarás más’.
Carrizo: Para seducir a una mujer, si has leído novelas de amor vas a tener instrumentos
que la gente que no ha leído no tiene. Para algo sirve la lectura, además del goce
personal. La lectura te carga de conocimientos.
Dolina: Y te hace más complejo.
Carrizo: Claro, mucho más complejo. El hombre empieza a ser mucho más complejo
cuando aprende a leer. Hace 250 años, cuando se escribió El Quijote, no andaban
millones de españoles diciendo en algún lugar de la Mancha…; no, no lo había leído
nadie. De cada 100 mil tipos lo leían dos.
Dolina: Cuando nos quejamos que nadie lee en esta época, cometemos el error
gravísimo de no reconocer que es la época en que más se lee. Nunca se ha leído tanto.
Carrizo: Nunca se ha leído tanto y tan mal, pero nunca se ha leído tanto y tan bien. Hay
lecturas técnicas, científicas, educativas… hay muchas formas de lectura. Antes leíamos
en voz alta para aprender el valor de las palabras. Nos hacían pasar en la hora de lectura
y nos enseñaban que en la coma teníamos que levantar la vista y contar hasta uno. Te
enseñaban a leer en voz alta. Flaubert, cuando escribía, repetía a los gritos cada párrafo
para ver cómo sonaba. La lectura no fue solamente un ejercicio ocular.
Dolina: En el origen era vocal. Nadie leía en silencio. En las Confesiones de San Agustín
cuenta cómo él vio a su maestro: ‘abrí la puerta y vi que leía, y sin embargo estaba en
silencio’. Le llamaba la atención porque todo el mundo leía en voz alta. Cuando recibía las
cartas de sus generales, Alejandro se encerraba para leer, para que no lo vieran.
Carrizo: A Séneca le gustaba la lectura en voz alta porque ocultaba otros ruidos. Y a
Sócrates no le gustaba que la gente aprendiera a leer porque dejaba de escuchar. La
historia de la lectura es muy rara, pero es una conquista del hombre. Uno no entiende por
qué las tabletas sumerias eran una forma de lectura porque no hay letras, no hay nada.
Evidentemente era lectura auditiva.
Dolina: Tanto es así que en la China hay regiones en donde el ideograma es igual pero el
sonido que corresponde es distinto. Entonces, vos escribís Rey, que serán tres palitos, y
se dice Ki; sin embargo al lado se escribe con los tres palitos, pero se dice Ko. Quiere
decir que si yo te lo digo, vos no me entendés, pero si te lo escribo, sí.
Carrizo: Hay una escuela poética que empezó y terminó en las primeras décadas del
siglo XX, que se llama imaginismo. Era la poesía por imágenes. La poesía no te llega ni
por el sonido ni por la belleza de las palabras. Una tarde de siesta y un tapial de ladrillos
colorados y a su sombra… Ahí no hay verso, no hay rima, pero nos está diciendo tantas
cosas.
Dolina: Lo contrario de alguna clase de poesía que sólo es sonido, ‘paloma peregrina,
peregrina paloma’.
Carrizo: ¿Sabés por qué dije imaginismo? Es una herencia de la poesía china. Hay dos
poesías en China, la hablada y la que tiene imágenes. Poesía por imagen, o sea que la
lectura es bella porque la imagen es bella.
Dolina: Por ejemplo, había una carrera que era la de los burócratas y para entrar en esa
carrera tenías que ser poeta, y en el examen te daban una frase del emperador o de los
clásicos y vos tenías que dibujarla. Una decía, por ejemplo, El caballo tenía los cascos
manchados por el pasto destrozado, y el tipo dibujaba un caballo cuyas patas estaban
rodeadas de mariposas. Era la metáfora de la descripción.
La escuela y la lectura
Dolina: A veces puede jugar en contra. Si se convierte este placer enriquecedor en una
tortura inevitable, vamos a rechazar la lectura por el resto de nuestras vidas. Si la lectura
es una obligación, si no nos sale y lo padecemos como una vergüenza, si nos roban
nuestras horas más dichosas para hacernos aprender a leer o si la maestra no es hábil en
esos asuntos, corremos el riesgo de odiar para siempre la lectura.
Carrizo: Yo volvería a la hora de la lectura. Más te digo: a la lectura en voz alta. Yo daría
un premio. Hacer una vez por mes el concurso de lectura. No creo que sea una idea
novedosa y es muy posible que en muchas escuelas haya concurso de lectura.
Dolina: Lo que hay también, contrariamente a lo que dije antes, es una idea que a mi
juicio hace mucho daño, conforme a la cual todo el proceso de la educación debe
enmascararse detrás de una especie de joda. El famoso dicho aprendamos jodiendo.
Carrizo: Es peligroso eso.
Dolina: Se cree que el aprendizaje son juegos, barajas, que las cuatro estaciones del año
son el pato Donald, el perro Pluto y no sé qué. Y además nos aleja de la idea central que
es que aprender es gozoso, no porque lo disfrazamos de cumpleaños, es gozoso per se,
porque nos va a convertir en tipos más aptos para gozar como se ha dicho antes. Esa
idea de engañar al niño, al único que engaña es al maestro.
Carrizo: ¿Sabés quién le ha hecho bien a las multitudes argentinas? Los muchachos
comentaristas de fútbol, porque el análisis de un partido es casi un ensayo de ficción. Por
eso todos los analistas lo comentan diferente. Le han enseñado al público que hay algo
más detrás de lo que ve, que vale la pena leer el suplemento de fútbol de La Nación,
Clarín u Olé, para ver qué opina fulano o sultano del partido que él, que está leyendo, vio
el día antes.
Dolina: Vos decís que eso los hace asomar a una estructura que después de todo es la
misma que toda esa biblioteca que estudia a Hamlet. Hay una pluralidad de significados.
Carrizo: Yo les he dicho a los muchachos ustedes hacen ensayos de ficción. ¿Qué quiere
decir, que inventamos? Sí, por supuesto. La palabra ensayo es una palabra muy rica. La
inventó Mountain, que escribió un libro que se llama Ensayos. Por ejemplo, Ensayo sobre
el amor, y escribía 20 páginas que si las leés siglos después, decís qué hermoso es esto,
qué divertido, qué inteligente. Volviendo al concurso de lectura, creo que los libros los
tiene que elegir el maestro con la directora. En lo posible hay que despojarlo de
ideologías, buscar lecturas bellas, inteligentes, divertidas. Sarmiento escribía bien,
poemas de Borges. Y si el chico no entiende, llamar a alguien que se lo explique. El tema
es llamar a alguien que entienda a Borges y pueda explicarlo. Los libros que yo puedo
recomendar no son para la iniciación de la lectura. El Facundo; el Martín Fierro; Muerte y
transfiguración de Martín Fierro, que es un libro de Martínez Estrada que explica el Martín
Fierro; El Payador de Lugones, que explica el Martín Fierro; Borges. No es tan fácil. Son
libros iniciáticos, no son de comienzos. Son ya el mundo de la lectura, del goce de la
lectura del que ha hablado Dolina.
La escuela
Carrizo: Lo mejor. Para el chico es lo mejor.
Dolina: Claro, no lo va a mandar a la estación de Retiro.
Carrizo: Yo a los cinco años le leía el diario al abuelo. Era famoso por eso. Llegaban
visitas a casa y les decían ¿Vos sabés que Tonito sabe leer ya? Y traían el libro y yo leía
en voz alta, mal, pero leía. Me gustaba leer. Nos enseñaban a leer. Blanquita Pérez, que
se jubiló de inspectora de escuela, cuando tenía cinco años como yo, fue un día llorando
a su casa y le dijo a Clementa, su madre le van a dar mañana al que mejor lea una yunta
de palomas y Antonito va a ganar. Lloraba y la madre la retó: Por qué no lees tú mejor
que Antonito. Y me gané la yunta de palomas. Aparecí en mi casa con una yunta de
palomas vivas.
Dolina: Hoy en día sería un peludo de regalo.
Carrizo: Siempre recuerdo a Coca Sánchez, que era la maestrita que nos enseñó a leer.
Yo me enfermé de tifus en febrero y me levanté como cinco meses después, porque el
enfermo de tifus se agarra otras enfermedades. Me acosté en una tarde de carnaval con
una fiebre tremenda y me levanté en agosto, y Coca Sánchez se había muerto de tifus.
Siempre fue como una figura extraordinaria para mí.
Dolina: Yo aprendí de muy chico en mi casa no por afán didáctico sino porque en casa
vivía mucha gente: mi abuelo, mi abuela, mi padre, mi madre, mis tías solteras y yo, que
era el primer nieto que había nacido. Todos tenían vocación de escandalizar y entonces
me enseñaban cosas… me enseñaban a leer, cuentos verdes, malas palabras, a tocar el
piano con un dedo y de esa clase de escándalo ya había nacido una vocación propia. Fui
el instrumento del aburrimiento de mis tías.