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Domingo XXX del Tiempo Ordinario

Meditación de la Palabra
Mt 22, 34-40
LEYENDO A SAN AGUSTÍN
“No te envió a cumplir muchos preceptos: ni siquiera diez, ni siquiera dos;
la sola caridad los cumple todos. Pero la caridad es doble: hacia Dios y
hacia el prójimo. Hacia Dios, ¿en qué medida? Con todo. ¿A qué se refiere
ese todo? No al oído, o a la nariz, o a la mano, o al pie. ¿Con qué puede
amarse de forma total? Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la
mente; amarás la fuente de la vida (Cf. Sal 36,9) con todo lo que en ti tiene
vida. Si, pues, debo amar a Dios con todo lo que en mí tiene vida, ¿qué me
reservo para poder amar al prójimo? Cuando se te dio el precepto de amar
al prójimo no se te dijo: «Con todo el corazón, con toda el alma y con toda
la mente», sino: como a ti mismo. Has de amar a Dios con todo tu ser,
porque es mejor que tú, y al prójimo como a ti mismo, porque es lo que
eres tú.” (Sermón 179 A, 3).
Para meditar
“El amor implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas.
Las acciones brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro
considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias
físicas o morales. El amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo
mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos
haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad
abierta a todos” (Papa Francisco, Carta Encíclica Fratelli tutti, 94).

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