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FIN DE LA
MODERNIDAD:
NIETZSCHE Y
HEIDEGGER
INTRODUCCIÓN
En este módulo veremos el pensamiento de Nietzsche y Heidegger, quienes hicieron una profunda
crítica a la modernidad filosófica, considerándola el punto culminante de la cultura occidental.
Estos autores, primero con sus críticas y, luego con sus propias posturas, abrieron nuevos
horizontes de pensamiento que marcaron el desarrollo de las ciencias humanas —en particular la
Psicología— durante el s. XX y lo que va del s. XXI.
OBJETIVOS DEL MÓDULO
Comprender el alcance de la crítica y la ruptura con el pensamiento moderno.
Reconocer el aporte de los dos autores analizados en este módulo, Nietzsche y Heidegger,
quienes sentaron las bases para diversas corrientes de pensamiento que marcaron el ámbito
de las ciencias humanas en general.
EL INCONSCIENTE
En este video se puede ver brevemente el concepto de inconsciente en Nietzsche que es un
antecedente para el pensamiento de Freud.
o INTRODUCCIÓN:
En esta unidad, veremos algunos aspectos básicos del pensamiento de Friedrich Nietzsche.
En primera instancia, daremos una visión de los aspectos generales de la crítica a la
Modernidad que atravesó el s. XX, y que tiene su origen precisamente en su pensamiento, y
es retomado por Heidegger (filósofo que veremos más adelante). Estas críticas confrontan
directamente con la definición de hombre y lo humano que postulaba la filosofía y ciencia
modernas. En segunda instancia, nos centraremos en conceptos tales como “sujeto”,
“verdad”, “lenguaje”, “yo”, etc. que son puestos en tela de juicio de manera radical por este
Nietzsche. Estas críticas y reformulaciones han encabezado una ruptura profunda con la
tradición filosófica en general, y con la Modernidad en particular, lo que ha servido como
base a gran parte de las teorías de pensamiento más importantes del s. XX y que llegan
hasta nuestros días.
o CONTENIDOS DE LA UNIDAD:
1. Crítica a la Modernidad: la muerte de Dios.
2. Nietzsche: el cuerpo y el lenguaje.
La racionalidad humana permitiría establecer leyes, tanto en las ciencias naturales como sociales,
que ordenarían los hechos de modo tal que todos los conflictos sociales, enfermedades y
confrontación con otras naciones, serían absolutamente superados. Estos preceptos están en la
base de la Ilustración que es una corriente cultural y política fundamental para la consolidación de
los Estados Modernos en Europa y América, y una de sus figuras fundamentales fue Kant. La idea
de un hombre nuevo, culto, racional daría lugar a un nuevo orden social en el que el desarrollo
tecnológico mejoraría la vida de todas las personas.
No hace falta aclarar, que estos ideales de desarrollo mundial no se han cumplido. Si bien, son
insoslayables, los progresos en el tratamiento, prevención y cura de muchas enfermedades que
hasta no hace mucho tiempo eran mortales; además de los innegables avances en las
comunicaciones, tampoco se pueden negar las consecuencias nefastas que han tenido muchos de
estos “adelantos” para el planeta en su conjunto. Las bombas atómicas, las armas químicas, la
contaminación de ríos y océanos, y la devastación de selvas y bosques originarios, nos muestran la
cara siniestra y violenta de la ciencia y la tecnología.
Nietzsche considera que el pensamiento moderno se caracteriza por una racionalidad absoluta y
totalizadora. Habíamos visto que, con René Descartes, el “yo que piensa” era la primera gran
verdad que no se podía poner en duda jamás, pero este “yo” era concebido como pensamiento,
“soy una cosa que piensa”, es decir, una realidad determinada por la acción de pensar, lo que
queda fuera de dicho pensamiento —tal es el caso del cuerpo, pues no puedo percibir pos mi
pensamiento ni la circulación de mi sangre, ni el intercambio de oxígeno en mis células, etc.—
pierde toda fuerza de realidad. Esto determina que el mundo como ámbito en el que
desarrollamos nuestra vida, deja de ser una realidad per se, y sólo existe en la medida en que está
presente en nuestro pensamiento. Todo esto implica, según Nietzsche, un desprecio profundo por
la vida, ya que la racionalidad absoluta —que está en la base de toda la ciencia moderna— es
estática, eterna y binaria; en otras palabras, la razón es una capacidad que lo que busca son los
principios inmutables, por ejemplo, dos más dos es igual a cuatro, ha sido siempre así, y lo seguirá
siendo eternamente; la vida es, por el contrario, cambio permanente, complejidad y contradicción.
Los seres vivos no permanecen eternamente de la misma manera, todo en la naturaleza es
dinámico y perecedero. Lo que hoy es, mañana no lo será; y, del mismo modo, nacerán seres que
hoy no son. La racionalidad moderna niega las fuerzas vitales, y esto es así, según Nietzsche,
porque les temen.
Según Heidegger, en su texto La época de la imagen del mundo, se refiere a la Modernidad como
la época en la que “el mundo se convirtió en imagen” y el “hombre devino sujeto”; estas
afirmaciones hacen alusión a la muy particular relación que el hombre, en tanto sujeto cognoscente
establece con el mundo, en tanto objeto a ser conocido. Dicha relación tiene como característica
fundamental el hecho de que toda la realidad (naturaleza e historia) se reduce a la representación
que de ella se hace el hombre. Cabe aclarar que por “imagen del mundo” no hay que entender
meramente al retrato de la realidad que surge de la determinada manera que tiene una época de
observar el mundo, la cual podría ser comparable a la mirada antigua o medieval; lo que
Heidegger nos quiere decir es que en la Modernidad lo que se produce es una interpretación del
ente en su totalidad (mundo) consistente en ser representación para el hombre, devenido, en este
acto, sujeto.
Imagen del mundo, comprendido esencialmente, no significa por lo tanto una imagen del
mundo, sino concebir el mundo como imagen. Lo ente en su totalidad se entiende de tal
manera que sólo es y puede ser desde el momento en que es puesto por el hombre que
representa y produce. En donde llega a formarse una imagen del mundo, tiene lugar una
decisión esencial sobre lo ente en su totalidad. Se busca y encuentra el ser de lo ente en la
representabilidad de lo ente. (Heidegger, 2010, p 74)
Es necesario, en este punto, aclarar algunos de las cosas expresadas hasta aquí. Cuando Heidegger
habla del ente, se refiere a todo lo que es, es decir, lo que existe; por lo cual, “lo ente en su
totalidad” se refiere al mundo y a las cosas que en él están, entre las cuales desarrollamos nuestra
existencia. Cuando después agrega: “Se busca y encuentra el ser de lo ente en la representabilidad
de lo ente”, lo que nuestro filósofo quiere decir es que todo lo que existe —lo ente— queda
reducido a representación, es decir, a imagen mental; y, como no puede ser de otra manera, una
representación pertenece a un sujeto que piensa. En otras palabras, el mundo pasa a ser la imagen
que se hace un sujeto del mundo que lo rodea.
“Fuera del tiempo”, “ahistórico” “universal y necesario”, el sujeto cognoscente tiene características
similares a las de Dios, frente a esto parece imposible discutir la ley de Divina, pero la realidad se
nos rebela y estas leyes nos han mostrado su peor cara. A lo mejor es tiempo de resolver el Edipo,
y animarnos a discutir, analizar y repensar las leyes del Padre.
Hasta aquí, hemos visto un resumen de los aspectos generales de la crítica de Nietzsche y
Heidegger a la modernidad, en la unidad siguiente veremos algunos de los puntos fundamentales
de estos dos pensadores que han sentado las bases de muchas de las reflexiones que han
caracterizado al s. XX y lo que va del XXI.
Ahora bien, esta definición de verdad se basa en el supuesto de que el lenguaje tiene la capacidad
de expresar la realidad tal cual es; es decir, que hay una relación de correspondencia entre las
palabras y las cosas; y el hombre como ser racional, puede llegar a conocer y expresar lo que
conoce de una manera inequívoca. Esta relación entre las palabras y las cosas está puesta en tela de
juicio por Nietzsche, y es una de sus críticas más profundas a la cultura occidental. En este punto
el pensador retoma la senda iniciada por Heráclito (540 a. C.-480 a. C), quien afirmaba que todo en
el universo cambia constantemente, nada permanece, todo está en perpetuo flujo. Pero, como nota
Nietzsche, el lenguaje es fijo, es decir, las palabras obedecen a un orden estático, por lo cual, están
imposibilitadas de reflejar la verdadera naturaleza de las cosas; así, por ejemplo, la palabra “río”
que es fija y simple, pretende reflejar una realidad cambiante y compleja, la del río que se
caracteriza por fluir eternamente. “El lenguaje no es una representación del mundo exterior; no
hay coincidencia entre las designaciones y las cosas” (Santiago, 2008, p 138).
La verdad no es real, sino que es fruto de una necesidad humana y del grupo social; pues, como
sabemos, el lenguaje es un conjunto de palabras-símbolos que sirven para referirse a las cosas,
pero la relación entre símbolo y cosa es arbitraria. El lenguaje como conjunto de palabras es la
respuesta del hombre a los estímulos que el mundo le provoca; en otras palabras, el lenguaje
expresa el modo en que las cosas del mundo afectan a las personas, por lo cual, las palabras tienen
un origen fisiológico, vale decir, corporal. Por lo cual, Nietzsche afirma que el lenguaje es el modo
en que los seres humanos interpretamos el mundo.
A partir de lo dicho se comprende la afirmación nietzscheana que sostiene que todo lenguaje es
metáfora. Todos recordamos que una metáfora es un recurso retórico mediante el cual se expresa
una realidad utilizando conceptos que, en realidad, significan otra cosa; por ejemplo, un tango
dice: “tu piel, magnolia que besó la luna”; obviamente, la magnolia no fue nunca besada por la
luna y no se identifica con la piel. Para Nietzsche, según lo que hemos visto hasta aquí, todo
lenguaje es metáfora porque no existe la relación de correspondencia entre la palabra y la cosa.
Esto determina que la verdad no existe. Pero con el correr del tiempo, los grupos humanos se van
olvidando del origen “fisiológico” de las palabras y su carácter metafórico. De este modo, algunas
metáforas se van imponiendo sobre otras y se instauran como verdades. “Se pierde de vista que,
en relación con una realidad extralingüística, todas las palabras mienten, y pasa a llamarse
“verdad” a las metáforas que cristalizan por la convención” (Santiago, 2008, p 138). Así, se genera
una calificación de las proposiciones lingüísticas, según la cual algunas son consideradas
“verdaderas” —y, por ello, más valiosas—, mientras que otras son consideradas “falsas” o
mentirosas —y, por ello, disvaliosas—. Así el lenguaje se enviste de un carácter netamente moral,
y surge la obligación de decir la verdad. Pero, como sabemos, la verdad no existe y todo lenguaje
miente.
Pero, entonces, ¿por qué hay que decir la verdad y castigar al mentiroso? La imposición de unas
metáforas sobre otras genera una suerte de criterio de autoridad, pues quien postula las
afirmaciones “verdaderas” tiene un conocimiento del que los demás carecen. De lo que se
desprende que decir “mentiras” no es un problema en sí mismo, porque todo lenguaje miente. La
verdadera cuestión es que mentir es una afrenta a la autoridad.
EL CUERPO Y EL YO
Hasta aquí hemos visto como Nietzsche niega toda posibilidad de creer que el lenguaje nos
permite acceder a la verdad, en su libro El crepúsculo de los ídolos, dice que “no nos liberaremos
de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática”, esta afirmación se refiere, sin duda, a lo ya
analizado en el punto anterior; pero su significación es aún más profunda.
El lenguaje, además de ser el instrumento que nos sirve para expresarnos, también es el modo en
que se estructura nuestro pensamiento. En otras palabras, las estructuras lingüísticas son las
estructuras de nuestro pensamiento, y cuando nuestro pensamiento es racional, constituye la
expresión de nuestra propia racionalidad. Así se entiende que los griegos utilizaran el mismo
término para referirse al discurso y a la razón, dicho término es logos. Por lo cual, la crítica de
Nietzsche al lenguaje es una crítica a toda la tradición occidental que desde los griegos le ha dado
a la razón el carácter esencia del ser humano, pues se define al hombre como el animal racional.
Como también hemos visto, esta tendencia llega a su máxima expresión con la Modernidad que
comienza con el racionalismo de Descartes. Recordemos que el racionalismo es esa corriente que
sostiene que la única manera de acceder a la verdad es la razón, fuente de toda certeza. En el
esquema cartesiano, el “yo pensante” es la única entidad cuya existencia es indubitable, mientras
que el cuerpo es una mera representación de ese yo que piensa.
En su apartado titulado “De los despreciadores del cuerpo” perteneciente al Libro 1, de su obra
Así habló Zaratustra, Nietzsche arremete contra quienes postulan la superioridad del alma por
sobre el cuerpo. “Instrumento de tu cuerpo es tu pequeña razón, hermano mío, a la que llamas
‘espíritu’…” (Nietzsche, 1984, p 60). Debemos aclarar en este punto que, en términos cartesianos,
“espíritu”, “alma”, “yo” y “conciencia” son sinónimos. En este punto, invierte la tradición
occidental-judeo-cristiana que sostiene la soberanía del alma o yo sobre el cuerpo, para el
pensador alemán el yo o conciencia es fruto de las necesidades del cuerpo para hacerse más fuerte.
El cuerpo es fuente de vida, y el instinto vital busca las estrategias para reforzarse, es decir, para
revitalizarse, fruto de ello es nuestra alma. “Dices ‘yo’ y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa
cosa más grande aún, en la que tu no quieres creer —tu cuerpo y su gran razón: ésa no dice yo,
pero hace yo” (Nietzsche, 1984, p 60). El cuerpo no obedece a la conciencia, por el contrario, es el
cuerpo quien dirige a la conciencia, pues la ha creado según sus necesidades vitales. En realidad,
lo que Nietzsche está diciendo, es que la conciencia o “yo” está bajo el dominio de las fuerzas
inconscientes del cuerpo. En el texto que estamos analizando, el cuerpo también es mencionado
como “sí mismo” (selbst) que alude al carácter impersonal del cuerpo, pues no es ni “yo”, ni “tú”,
ni “él”, es “ello”.
El sí-mismo dice al yo: “¡siente dolor aquí!” Y el yo sufre y reflexiona sobre cómo dejar de sufrir
—y justo para ello debe pensar.
El sí mismo le dice al yo: “¡siente placer aquí!” Y el yo se alegra y reflexiona cómo seguir
gozando a menudo— y justo para ello debe pensar. (Nietzsche, 1984, p 61)
En este fragmento se alude a que el “sí mismo” determina tanto el dolor como el placer del yo, es
decir, todo lo que nos hace sufrir o gozar está determinado por las fuerzas vitales e inconscientes
de nuestro cuerpo. “El sí mismo creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el
placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una de su voluntad”
(Nietzsche, 1984, p 61).
EL CAMELLO EN LEÓON
Pero el camello, después de haber asumido las cargas más pesadas, llega un momento que
decide no obedecer más. Se da la segunda transformación, el alma se vuelve león; “… en
león se transforma aquí el león, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa,
y ser señor de su propio desierto” (Nietzsche, 1984, p 50). Llega un punto que la obediencia
del camello pierde su sentido, ya se ha obedecido lo suficiente, hay que liberarse. El león se
enfrenta al dragón que representa el “tú debes” e impone el “yo quiero”. “¿Quién es el gran
dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? ‘Tú debes’ se llama el
gran dragón. Pero el espíritu del león dice ‘yo quiero’” (Nietzsche, 1984, p 50). Ahora bien,
el león es la imagen de la ruptura con el pasado, de la destrucción de los viejos valores; pero
es necesaria una tercera transformación, es necesario quien pueda crear nuevos valores,
valores que impliquen una verdadera transformación del pasado. Pues, si bien, para que
haya creación es necesario que primero se dé la confrontación y ruptura con el pasado, para
crear, es necesario salir de esta situación de crisis. Según el mismo Nietzsche, es necesario
pasar de “ser libre de”, para llegar a “ser libre para”.
EL LEÓN EN NIÑO
Aquí se produce la tercera transformación: cuando el león se transforma en niño. “Inocencia
es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma,
un primer movimiento, un santo decir sí” (Nietzsche, 1984, p 51). La inocencia del niño
carece de culpas, por lo cual es un “santo decir sí” a la vida carente de todo resentimiento.
El niño puede crear porque no le debe nada al pasado y ama la vida sin restricciones.
Las tres transformaciones representan la posibilidad de asumir el pasado hasta sus últimas
consecuencias, lo que da la fortaleza para romper con él, dejarlo como lo que es “pasado”, y de
este modo, poder crear nuevos valores, hijos de nuestra propia voluntad que promuevan el amor a
la vida con todo su potencial.
NIETZSCHE
Es un video documental en el que hace una breve reseña de la vida de Friedrich Nietzsche y de los
aspectos centrales de su pensamiento. Podemos observar así el diálogo existente entre filosofía y
psicología.
CIERRE DE LA UNIDAD
La centralidad del sujeto y su falsa fundamentación de la verdad que esconden el carácter violento
del pensamiento moderno, por lo cual es necesario reconsideran nuestra concepción del Ser
Humano.
Conclusión
En esta unidad hemos visto la profunda crítica a la Modernidad realizado por Nietzsche y
Heidegger, en primera instancia. Después nos centramos en la teoría nietzscheana sobre el
lenguaje, el ser humano y la constitución unitaria de cuerpo y alma, además del proceso de
superación del alma, para llegar a una superación de la Modernidad, lo que implica una liberación
de una tradición sometedora.
o INTRODUCCIÓN:
En esta unidad nos centraremos en el pensamiento de Martín Heidegger y su concepción
del ser humano y la existencia. Este pensador marcó profundamente el pensamiento
filosófico del s XX y lo que va del XXI.
Desarrollaremos el análisis heideggeriano sobre la existencia humana, la experiencia de la
finitud y la angustia. Este análisis es fundamental para un cambio de mirada acerca de lo
humano y su constitución, lo que fue determinante para muchas disciplinas humanas, más
allá de la propia filosofía.
o CONTENIDOS DE LA UNIDAD:
1. El Dasein vs. el sujeto.
Estamos frente a las filosofías de la existencia, las que partiendo de la base de que venir a este
mundo es un hecho irracional e involuntario, pretenden desterrar todo carácter de absoluto del
sujeto moderno. Dentro de esta corriente podemos situar el pensamiento de Martín Heidegger. No
sería del todo correcto enmarcar al pensamiento heideggeriano como una postura existencialista
más, ya que —si bien, uno de sus temas claves es la existencia humana— la preocupación
fundamental de Heidegger es el ser.
Según nuestro pensador, los filósofos occidentales desde los griegos —Platón y Aristóteles— hasta
nuestros días, han olvidado la diferencia entre ser y ente, por lo cual, ante la pregunta por el ser,
han respondido acerca de los entes. Aquí cabe una breve aclaración. Cuando hablamos de
“entes”, nos referimos a “lo que es”; en otras palabras, todos los seres son entes. Ahora bien, una
cosa es un ente, y otra cosa es el “ente”, es decir, una cosa es ejercer la acción de ser, y otra cosa es
la acción de ser en sí misma. Vamos a hacer una analogía que, si bien es poco académica, creemos
que puede aclarar, una cosa es el ente que camina, caminante, —hombre, animal, etc.— y otra cosa
es el acto mismo mencionado por el verbo “caminar”. Cuando quiero definir qué es un caminante,
digo: “un ser-ente que camina”, y cuando quiero definir el “caminar”, digo: “es la acción de
trasladarse por sus propias piernas o patas”. Está más que clara la distinción entre el ente que
camina, y la acción de caminar; en el caso del verbo ser, la cosa se complica, pues, no parece tan
difícil entender que “ente” es todo lo que es, los seres. Pero, cuando nos preguntamos: ¿Qué es el
“ser” ?, la respuesta no está tan clara. Así, cuando, por ejemplo, Platón decía que el verdadero ser
era el de las Ideas, o cuando Descartes, decía que la única existencia indudable era al del “yo que
piensa”, según Heidegger, están olvidando la diferencia entre “ente” y “ser”. Nuestro pensador
afirma que la verdadera pregunta por el ser no ha sido verdaderamente formulada:
…en realidad aquella pregunta nunca ha sido preguntada como tal, (…) nunca se ha preguntado
por el ser mismo, sino que la filosofía, aunque emplease la palabra “ser”, lo ha entendido a éste
siempre como un ente. Por ello, es por lo que, al responder a su pregunta, lo ha hecho
señalando, no el ser mismo, sino un ente, el ente supremo (ens summum), aquel ente que cada
filósofo consideró como la condición y fundamento de todo lo demás. (Carpio, 2004, p 429)
Ahora bien, esta disquisición entre “ser” y “ente” podría parecer a simple vista como abstracta y
alejada de la vida concreta de los seres humanos, pero, por el contrario, para Heidegger es la
pregunta fundamental, ya que la respuesta a dicha pregunta que cada época histórica da, termina
la relación de las personas entre sí y con su entorno. En otras palabras, la respuesta que damos a la
pregunta por el ser determina lo que somos y cómo nos consideramos a nosotros mismos.
De la manera cómo cada hombre y cómo cada época histórica comprenden el ser dependen en
definitiva todas las decisiones fundamentales que tejen la existencia humana; porque sólo
sobre la base de la comprensión-del-ser puede el hombre entrar en relación con los entes, y
concebirlos, y manejarlos, y sufrir y luchar con los entes. En este sentido el ser nos domina, nos
de-termina, nos hace ser lo que (en cada caso) somos. (Carpio, 2004, p 433)
Para marcar la diferencia entre este ente privilegiado que “en cada caso somos”, Heidegger va a
utilizar un término tomado del idioma alemán coloquial, es decir, una palabra del lenguaje vulgar:
Dasein; término que, a su vez, está conformado por el adverbio da que significa “ahí”, y el verbo
Sein, que significa “ser”, es decir, Dasein se traduce literalmente como “ser-ahí”; por lo cual, el
hombre es el “ser-ahí”, el Dasien. “El hombre, en efecto, es el lugar (metafóricamente hablando) —
el “ahí” (Da)— donde el “ser” (Sein) se manifiesta, puesto que el hombre es comprensión del ser”
(Carpio, 2004, p 438).
En este punto, ya está esbozado, aunque de modo provisorio, el desarrollo posterior: la pregunta
fundamental, según Heidegger, es la pregunta olvidada por toda la filosofía occidental, la
pregunta por el ser y su diferenciación de los entes. Ahora bien, para entender qué es el ser,
primero hay que determinar qué tipos de entes o seres hay. La diversidad entre los entes y sus
modos de ser es múltiple, pero sólo hay un ente capaz de preguntarse y comprender qué es el ser,
dicho ente es el hombre, el Dasein; el ente en el que el ser se manifiesta, porque es quien lo puede
comprender. Por lo cual, la comprensión es uno de los aspectos fundamentales del hombre.
EL SER EN EL MUNDO
En el punto anterior hablamos de la comprensión del ser como una característica esencial del
Dasein. Dicha comprensión —que cabe aclarar, no se trata de una comprensión racional—
depende de un aspecto peculiar del Dasein: su estado-de-abierto.
Lo propio del Dasein es la existencia. El verbo que en español se traduce por “existir”, en alemán
es existieren. En ambas lenguas, estos verbos provienen del latín: existere, que, a su vez, está
compuesto por el prefijo: ex, que significa “hacia afuera” —tal es el caso de la palabra “externo”—,
y el verbo: sistere, que significa “tomar posición” y “estar fijo”; de lo que se sigue, que tanto
“existir” (en español) y existieren (en alemán), indican un estado de abierto al mundo. Por lo cual,
cuando Heidegger afirma: “La ‘esencia’ del ‘ser-ahí’ (Dasein, hombre) es la existencia” (Heidegger,
2004, p 54), alude al hecho de que el hombre a diferencia de los demás entes está en una relación
de apertura hacia el mundo y al ser, lo que indica una diferencia radical con el sujeto de la
modernidad, que era un ser que ya venía constituido a priori, y que la experiencia del mundo era
sólo una experiencia de conocimiento y apropiamiento racional.
Pero como el modo de ser del hombre no es ‘cosa’, (…) no es nada cerrado en sí, sino una salida
de sí en relación-al-ser, Heidegger reserva el término ‘existencia’ (Existenz) exclusivamente para
designar el ser del hombre, el modo cómo es el Dasein. Entonces podrá decir que sólo el
hombre existe. (Carpio, 2004, p 441)
En resumen, el hombre —Dasein, ser ahí— es el ente o ser que es capaz de preguntarse y
comprender al ser, y esto marca una diferencia de maneras de ser entre el Dasein y las demás
cosas que constituyen la realidad; el “ser-ahí” está abierto al mundo, está atravesado por la
realidad, existe en referencia al ser, lo comprende, es decir, puede ir más allá de lo que meramente
aparece.
El hombre no es antes de la relación, pues se constituye en ella. Fuera de ella no se puede hablar
del hombre en tanto hombre. (…) El hombre puede aparecer como hombre únicamente dentro
de ella. Y dentro de ella solamente puede trabar la relación con los entes, pues sólo en relación
con el ser se constituye un ámbito para el hombre en el cual los entes se hacen presentes y
pueden convertirse en lo frontero [lo que está frente del hombre]. (Carpio, 2004, p 442)
En este punto tenemos que ser muy claros, no estamos hablando, como en el caso del pensamiento
de Kant, de un sujeto que gracias a sus impresiones y a sus estructuras racionales crea sus objetos
de conocimiento que son los que conforman su realidad, y dado que este sujeto es universal,
constituye una realidad trascendental. Muy por el contrario, Heidegger ataca de plano esta idea.
No hay un sujeto dado que es creador del objeto, sino que el Dasein (hombre) se constituye como
tal, en tanto comprende al ser, es decir, en tanto existencia que se caracteriza por estar abierta al
ser. Pero, como ya dijimos, el ser siempre es ser de algo, ser de un ente (cosa); por lo cual, esta
apertura del hombre al ser implica su apertura a los entes o cosas que constituyen su realidad.
Ahora bien, no tenemos que olvidar que esta comprensión no es racional, en realidad, Heidegger
la denomina “pre-comprensión”, para aludir con dicho término a un modo de ser del hombre en el
mundo.
La existencia (la comprensión-del-ser) no es algo que el hombre ‘tenga’, a la manera que sus
caracteres; no es un “qué cósico”, sino que es su manera de ser. (Carpio, 2004, p 444)
Ya hemos dicho que el término “Dasein” significa “ser-ahí”, este “ahí” equivale al mundo, en otras
palabras, el Dasein es ser-en-el-mundo. Pero en este punto cabe aclara que “mundo” no se debe
entender como algo independiente del hombre. Hemos visto que en el caso del pensamiento
heideggeriano, no debemos hablar de un sujeto cerrado que habita una realidad o mundo
independiente a él. El “ser-en-el-mundo” es un aspecto estructural del Dasein; pero conforma una
estructura compleja en la que los componentes se implican mutuamente y tiene sentido en función
de dicha implicancia; es decir, cada una de las partes adquiere sentido en función del entramado
de sentidos que conforman la totalidad.
En otras palabras, cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, nos pensamos en este entramado
de relaciones que constituye el ámbito de nuestra vida. Así, por ejemplo, un miembro de una tribu
del Amazonas se piensa a sí mismo como pescador, cazador, jefe de la tribu, etc.; y en esta, su
realidad, la flecha, las plumas, los árboles, los ríos y los peces constituyen los útiles que él
manipula para construir su mundo. En este juego de relaciones comprende su entorno y, en un
mismo acto, se comprende a sí mismo. Pero esta comprensión no es racional, es decir, es previa a
toda razón posible. Tanto en el Dasein amazónico, como en el que vive en una gran urbe, como en
el que vive en las heladas tierras de Canadá, la comprensión originaria, dada por el carácter de
abierto del Dasein —también llamada pre-comprensión— determina el mundo de cada hombre,
de cada uno de nosotros. Por lo cual la existencia del Dasein implica que el hombre, a diferencia de
todos los demás entes o seres, se caracteriza por tener mundo. El hombre es el ser que tiene un
mundo que le es propio, y en el entramado de redes de sentido que constituyen ese mundo,
desarrolla su vida o existencia. Esto se denomina la “mundanidad del Dasein”.
La existencia del hombre, su ser-en-el-mundo, como dijimos, está determinado por su ser entre los
demás entes de los que dispone como útiles; pero además de estos entes inanimados, están las
demás personas, el Dasein es “ser-con”; “…el hombre siempre existe con otros hombres. (…) [Lo
que] significa que siempre está abierto a los otros” (Carpio, 2004, p 454). Ahora bien, este “ser con
otros" tiene dos posibilidades:
El hombre siempre existe con otros, pero estos otros no son individuos aislados, sino que
conforman una masa uniforme, al que Heidegger denomina “uno” y que es impersonal. El
impersonal uno indica valores, criterios, normas y pautas de acción. “El impersonal, el uno,
‘prescribe la forma de ser de la cotidianeidad’ [del Dasein], su mundo; ‘regula inmediatamente
toda interpretación del mundo y del Dasein, y tiene en todo razón” (Carpio, 2004, p 456). Por lo
cual, cuando el hombre se entrega a una existencia irreflexiva, vive según el mandato de este
“uno”, dicho de otro modo, el hombre vive según “se” debe, “se” dice, “se” usa; es decir, vive
según cómo consideran los otros que debe vivir. Esta forma de vida es una existencia inauténtica.
Por el contrario, cuando el hombre se anima a tomar el mando de su propia existencia y vivir
según las necesidades y deseos que le son propios, cuando puede tomar una postura reflexiva y
crítica frente al impersonal “se”, su forma de vida va a ser una existencia auténtica. Aquí la
pregunta que cabe es: ¿por qué el hombre, muchas veces se entrega sin más a una existencia
inauténtica? La respuesta va a estar dada por la angustia.
Hace un rato hablamos del Dasein como proyecto, es decir, como plexo de posibilidades de
desarrollo de la propia vida; pero todas las posibilidades de cada hombre terminan en una única
posibilidad infalible: la muerte. El Dasein en tanto ser como proyecto, es ser para la muerte.
El “ser para la muerte” produce angustia. Para escapar de esta angustia existencial es que el
hombre se entrega de manera irreflexiva a las determinaciones del impersonal uno o se.
El miedo a la muerte hace que la existencia caiga en el factor inauténtico, cotidiano. Porque el
“se” no permite pensar en la muerte propia y sólo habla de la muerte en la forma impersonal de
“se muere”. Por el contrario, la existencia propia o auténtica encara abiertamente sus
posibilidades y, al hacerlo, se encuentra de frente con lo que constituye su última y definitiva
posibilidad: la muerte. (Cruz, 2002, 188)
Aquí aparece la línea divisoria entre existencia auténtica e inauténtica. Si bien, vivir entregado al
“se” calma la angustia existencial, en algún momento experimentamos la posibilidad de la muerte,
dicha experiencia se traduce en angustia. Frente a esto, tenemos dos opciones: escapar a la
angustia, olvidarnos de nosotros mismos y vivir una existencia inauténtica según los mandatos de
los otros; o podemos enfrentar la angustia y, aprovechar para vivir nuestra vida, durante el tiempo
que dure, de un modo pleno, según nuestra propia escala de prioridades, aprovechando todas
nuestras posibilidades y desarrollando nuestro propio proyecto vital.
GRANDES FILÓSOFOS- HEIDEGGER
Es un video documental en el que hace una breve reseña de la vida de Martín Heidegger y de los
aspectos centrales de su pensamiento. Podemos observar así el diálogo existente entre filosofía y
psicología.
CIERRE DE LA UNIDAD
Porque es necesario re-pensar al ser humano como un ser abierto, inacabado y en constante
desarrollo para que sea capaz de una vida auténtica.
Conclusión
Hasta aquí hemos desarrollado algunas de las cuestiones del pensamiento de Martín Heidegger: la
concepción del ser humano —Dasein—, el mundo, la vida, la angustia y la autenticidad-
inautenticidad de la existencia. Todas estas cuestiones han sido retomadas por muchísimos
pensadores y teóricos del s. XX y lo que va del XXI, marcando un cambio profundo en la
concepción del ser humano.