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La Justicia - H. Spencer
La Justicia - H. Spencer
LA
TICIA
POR
SP ^i`J:EIR1
MADRID
^A ESPAÑA MODE1:Zi TA
POR H. SPENCER 7
H. S.
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LA JUSTICIA
CAPÍTULO DRIMERO
^tica ar^i^n.al_
Justicia
J 9.asticia a-
^
CAPÍTULO I V
(1) J.
Lubbock: Prehistoric Times. Londres, I869, pig. 509.
(2) J. Weddell: ti'oyape towards the South Pole, páí •. 1 i^► .
POR H. SPENCER
La fórmula de la justicia..
g
o , á través de esas venganzas y de esas revanchas,
y prepara el reconocimiento de limites definidos,
tanto para el territorio como para la efusión de san-
gre , hasta sostener en el fiel , en ciertos casos , la ba-
lanza de las muertes de los dos lados. Esta concep-
ción creciente de la justicia en las relaciones de tribu
á tribu, va acompañada de una concepción creciente
de la justicia en las relaciones entre los miembros de
la misma tribu. El temor de las represalias ha sido
en un principio el único' para mantener un cierto
respeto hacia las personas y los bienes de otro ; la
idea de la justicia era entonces la de una compensa-
ción de injusticias: «Ojo por ojo , diente por diente.»
Esta idea persiste mientras duran los primeros esta-
dos de la civilización. Después que la parte lesionada
ha dejado de tornar la justicia por su mano , persis-
te aún en la pretensión de hacerla imponer por la
autoridad constituida. El grito que se eleva hacia el
poder justiciero , es un grito que reclama un castigo
y la imposición de un daño por lo menos igual al
daño sufrido , ó , en su defecto , una compensación
equivalente al daño. La petición de una reparación,
en la medida de lo posible, de las violaciones de la
igualdad, no se apoya aún más que en el aserto táci-
to de la igualdad de derechos.
Es casi inútil explicar cómo la concepción. defini-
tiva de la justicia tiende gradualmente á separarse
de esta concepción grosera. La experiencia de los
males que engendra la idea falsa, engendra la idea
verdadera. La percepción de las restricciones jus-
tas de la conducta llega á ser, naturalmente, más
clara, á medida que el respeto de tales restricciones
POR H. SPENCER 69
Autoridad de la fórmula..
i
que a menos de torcer esas lineas no podrán encerrar
ese espacio. En la hipótesis de la evolución, esta res-
, icción no ha podido fijarse más que á consecuencia
del comercio con las cosas exteriores, que durante un
lapso de tiempo inmenso ha determinado directa ó
indirectamente la organización del sistema nervioso
rP
Corolarios de la fórroaila_
t o
CAPITZFLO IX
(1) Williams :Ind Calvert: Fiji and , /rjians, 1858, t. I, pág. 112.
(2) Grimm: Deutsche Rechtsaltarthiumer, p,íá. 488.
POR . H. SPENCER 93
t'
CAPITULO XII
derecho de propi.eclad_
(1) Locke Two Treatises of Gover %ment 5. • edic. Londres 1728. Se-
gundo tratado, § 21.
134 LA JUSTICIA
I^
(1) Burehell: Travels into the Interior of Southern A , Erica, lr, 395,
(2) Lander : Journal of an Expedition to the Cours and Termination
of the Niger, i, 250.
(3) Beecham: Ashanti and (lie Gold's Coat, 148.
(4) Harris (\V.): highlands of Ethiopia. Londres, 18 +.-4, rT, 26.
(5) Proycrt: History of Loango en Pinkerston's Collection xvi,
W78.
(6) Burton (R. J.) : 1Iission to Gelele, King of Dahomey. Londres,
11364, I , p`lg. Fit.
(7) Winterbottorn (T.) : Account of the Native Africans in the
.'Teiglilourkood of Sierra Leona. Londres, 1803, :, n0.
(8) Deacterono2 nio, XX;T, 8.
(91 Mo y ers: Die .Phoenizien. Bonn, 1841 , I, 6; IT, 108-110.
(10) Zurita (M. J.): Rapport sur les dif ferentes classes de chefs de lax
Aroueelle Issa-igne. Paris, 1840, p,íg. 223.
(11) ximenez: La historia del orígen de los indios de Guatemala
(1721), publicada por t: claerzer. Viena, 1857, ¡Jag. 203.—Palacio:
Nan, Salvador y Honduras.-- Squier: Nicaragua, n, 841.
(I2) Fitzroy: Narrative of the Surveying T % ol/arges of the «Adventure»
and «Beagle». Londres, 1889-40, , 150.
(13) Bates: The naturalista on the River Amazon, 2." edit. prig. 274.
POR. H . SPENCER 179
`á
I'+
iIYU, l !1) Levasseur: llistoire des classes ouvriers, I." y 2. a serie, i, 82.83.
j SÜ LA JL`STIf.I.1.
(])
Ebers: / gypten und die Bucher Aloses, 1862, i, 307-8.
(2) Tácito: Los germanos , xviii.
(3) Grimen (J.): Deutschen Rechtsalterthumer. Gotinga, 1.828, pá
, gina 450.
1
(4) I13a'nc: Ancient Lana, pág. 153.
15
2?{5 L:1 JIISTICII
respecto cae e
de aquéllos. La primera razones
esas ^. s al-
ta á la vista, y apenas si hace falta entrar en detalles
respecto de la segunda. Realmente, no es posibl a
proceder á la estimación de los títulos relativos en
la forma en que la ley de Li libertad nos permito
hacerlo respecto de los adultos, sin embargo, inspi -
rá.ndonos en cuanto se pueda en esta última, encon-
traremos que, á cambio de la subsistencia y demás
cuidados, los padres deben recibir los equivalentes
bajo forma de obediencia y de prestación de peque-
ños servicios.
POR II. SPENCER ,^^
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3`_
(1) Hearne `H.': Jourwy from Prince of Walfes's Fore. Dublin, 1ß96,
pág. 161.
LA. JUSTICIA
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guerra es la única ocupación de la vida, se asocia Al
la convicción ile que todo individuo debe ser el vasallo
de la comunidad: es lo mismo que los griegos mani-
festaban diciendo (1) que el ciudadano no se perte-
nece ni ._i sí mismo , ni A su familia, sino si la ciudad.
Es natural que el individuo sufra entonces l a absor-
ción de sus derechos por los derechos del todo, y la
coacción (le este (:tltiulo quo le domina , pues ha cíe
hallarse sometido â la disciplina , las lecciones
A la dirección, consideradas como necesarias para
hacer de él un buen soldado y un buen servidor del
Estado.
No es posible citar ejemplos satisfactorios de la
Tercera categoría de sociedades, porque no existen
aún plenamente desenvueltas. Las condiciones des-
favorables de su medio , impiden d las raras tribus
perfectamente pacificas que se encuentran en alguna
de las islas Papus, ó en las regiones febriles de la
India, cuvas tribus belicosas diezma la malaria, des-
desenvolverse en el trabajo. Viviendo del cultivo,
reunidos en aldeas de diez A cuarenta casas , y tras-
ladándose hacia territorios nuevos en cuanto han
agotado los antiguos, los bolos , los dhimales, los
koeches y otros pueblos aborigenes (2) practican solo
la división del trabajo entre los sexos , y no conocen
otra cooperación que la que consiste en ayudarse para
construir sus moradas é instalarse en sus tierras. En
general, las circunstancias propicias para el desenvol-
t 17
?J8 Lk Ji-s"t'ICI.1
(fjt2NTINL'ACIüN)
i
31 ?, L. JliS'TICIA
J.
en jefe reservado á un duque de la fainlij:, real, la
creación m ú'lltiple de generales, cuyo fin no es otro
que la satisfacción de intereses de clase, y promocio-
nes que sólo ami ele lejos se corresponden con los
méritos. La ad mi nistraa.ción oculta á nuestros oficia.-
les perfeccionamientos que muestra á los oficiales
extranjeros , mientras los secretos de nuestros arse-
nales son divulgados por las confidencias de los em-
314 L A JUSTICIA
^1) Stanley Juvens: Ph' State tira R,elatioA to Labour, 1832, p. 37.
832 tisTlt.iA
`^2
CAPITULO XXIX
(corgcLusioN )
La propiedad de la tierra.
734 millones.
El motivo moral.
dF azúcar diciendo ¡no! no los toca hasta que digo ¡sí! Y, cosa
singular... raras veces le bastará el sí. primero aunque si obe-
eee siempre al primer ¡ no ! La experiencia le ha enseñado
que un ¡sí! puede ir seguido de un ¡no! y por ello espera
apresura á desligarse de una obligación valiéndose de la
primer excusa que se presente. ( Trátase sin duda de un caso
especial, no general entre los perros.) El espíritu de los pe--
rros sabe distinguir entre las grandes y las pequeZas excep-
ciones de su patrón de obligación. Si dejo caer un gran pedazo
de azúcar, ni Fanny (la perra), ni Punch, se consideran con de-
recho á cogerlo. Si el pedazo fuese muy pequeño, vacilarían, y
si mis ¡no: no se dejaran oir, acabarían por comérselo. He inten-
tado graduar el tamaño de los pedazos á fin de descubrir en
qué instante la idea del «deber» surge. 'Y he comprendido que
el perro tiene la conciencia más delicada que la perra. ¡No!
¡Oh! ¡So! ¡Go! son equivalentes para el perro, pero el silbido
debe parecerles muy dulce. Lo mismo ocurre con Yes, Bess,
Press; sin embargo, ambos reconocían la equivalencia de las
diferentes formas de expresión. Para Punch, Yes (ó sea sí) ó
You may have it (¡puedes cogerlo!) tienen igual valor. Para un
poney que tengo muy deseoso de cumplir con su deber, Woh!
hlt! Stop! tienen el mismo valor. Lo que sí me ha parecido,
es que el perro estudiaba el tono de voz menos que el pcney,
fijándose más en el sonido y en el volumen. Los actos de am-
bosme producían el efecto de verdaderos actos de «culto» bajo
su forma más sencilla: puedo citar, á guisa de ejemplo , el he-
cho á que creo haber aludido, del deseo manifestado por el
perro á los tres años de edad, con ocasión de su primer g ruñi-
do de cólera. En tal momento no había reconocido aún la no-
ción del «deber» en mi perro, y aún no lo había castigado.»
Mr. Jones remite con su carta una serie de notas muy ins-
tructivas que demuestran al propio tiempo su espíritu crítico
muy concienzudo, y la confianza que deben inspirar sus con-
clusiones. Las reproduzco, omitiendo algunos párrafos:
380 LA JUSTICIA
^.:apituloa. Pigs.
Capítulos. Yß2-x.
APÉNDICES
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Universidad de Sevilla.
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