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Había una vez en un apacible vecindario, una perra llamada Margarita.

Era conocida por su


belleza inigualable, con un pelaje suave y brillante que relucía como el sol en la tarde. Sus ojos
oscuros, chispeantes y tiernos, conquistaban los corazones de todos los que tenían la dicha de
conocerla.

Margarita vivía con una familia amorosa que la cuidaba y mimaba. Sin embargo, su verdadero
encanto residía en su personalidad amigable y juguetona. A Margarita le encantaba jugar con
los niños del vecindario, acompañar a los ancianos en sus paseos matutinos y alegrar a todos
con su simple presencia.

Un día, un concurso de belleza canina fue anunciado en la ciudad. La noticia se esparció


rápidamente, y muchos dueños de mascotas se apresuraron a inscribir a sus perros. A pesar de
que Margarita era hermosa por dentro y por fuera, su familia no tenía intenciones de inscribirla
en concursos. Para ellos, Margarita ya era la perra más preciosa del mundo.

Sin embargo, los niños del vecindario, quienes adoraban a Margarita, decidieron hacer algo
especial. Organizaron una pequeña pasarela en el parque local, adornaron a Margarita con una
corona de flores y organizaron un desfile para mostrar su belleza y carisma.

Mientras Margarita caminaba por la pasarela improvisada, los vecinos la vitoreaban y


aplaudían, reconociendo su gracia natural y su alma encantadora. A pesar de no ser un
concurso oficial, Margarita ganó los corazones de todos los presentes.

La historia de Margarita, la perra muy bonita, se convirtió en un ejemplo de que la verdadera


belleza no reside únicamente en la apariencia, sino en la amabilidad, la alegría y la forma en
que uno ilumina la vida de los demás con su presencia. Desde entonces, Margarita continuó
siendo una embajadora de la bondad y la gracia, recordándonos a todos que la belleza interior
es la más radiante de todas.

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