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LENGUA Y LITERATURA

Prof. Gonzalo Oyola Quiroga

SARMIENTO
Ficha de estudio

A continuación se presentan fragmentos prólogos a Facundo de Sarmiento, para


reflexionar sobre algunas cuestiones vinculadas al autor y al texto. Se trata de fragmentos que
provienen de textos diferentes y de diferentes modos del género prólogo. El Prólogo de Carlos
Altamirano opta por una breve introducción en si prólogo al Facundo editado por EUdeBaA
poniendo en foco algunas cuestiones fundamentales. El prólogo de Noé Jitrik, más antiguo que
el de Altamirano y escrito para el prestigioso proyecto latinoamericano Biblioteca Ayacucho,
tiene las características de los prólogos de esa colección, que estaban más cercanos a un
estudio académico que al prologo como forma breve que precede un texto. Por su parte, el
prólogo de Laura Ramos no es una introducción al libro de Sarmiento, sino una introducción al
libro que la propia Ramos escribió sobre la historia de las maestras estadounidenses que
Sarmiento trajo a Argentina, un texto riguroso, documentado y muy reciente (2022) que narra
un aspecto fundamental del proyecto modernizador de Sarmiento: Las señoritas. Noé Jitrik y
Carlos Altamirano son dos de los intelectuales y críticos literarios más destacados de la
segunda mitad del siglo XX, ambos profundos conocedores de la obra de Sarmiento. Laura
Ramoses una de las más importantes cronistas de la literatura argentina contemporánea;
escribió Corazones en llamas. Historias del rock argentino y durante más de diez años publicó
en el Sí. Suplemento Joven del diario Clarín la columna semanal “Buenos Aires me mata” –
crónicas dedicadas a la cultura de la noche en Buenos Aires, sus personajes, sus espacios, sus
leyendas urbanas– y muchos de los textos de esta columna fueron posteriormente recopilados
en libro bajo el mismo título.

Excéntrico en todos los sentidos posibles, de nariz achatada y labios


gruesos, orejas sobresalientes y con un aspecto general alejado de
cualquier idea de belleza, Sarmiento era, provinciano, vehemente, escritor
genial, Sarmiento era autodidacta por conversión desde que intentó, sin
lograrlo, entrar al colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires. Aprendió
griego, francés y latín con un tío clérigo, y a los veinte años, en Chile, tuvo
una hija con una alumna de diecisiete. La madre se desentendió de la niña y
él la tomó bajo su cuidado, le dio su apellido y la llevó a San Juan, para que
la criaran su madre y sus hermanas. A los treinta y cinco años había
fundado varias escuelas en Chile y la Argentina y un periódico desde el que
lanzaba diatribas al gobierno central, sobre todo a las masas gauchas e
indígenas, a las que llamaba la barbarie. Desde muy joven rumiaba varias
obsesiones mesiánicas. Una de ellas era unir en una gran confederación a
los estados argentino, paraguayo y uruguayo- La capital sería Argirópolis,
una ciudad utópica emplazada en la isla Martín García en ese tiempo en
manos de Francia. Otra era cambiar el sistema educativo rioplatense. El 28
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de octubre de 1845, exiliado en Chile por el gobierno de Juan Manuel de


Rosas, partió hacia España con el encargo del ministro chileno de
Instrucción de estudiar los sistemas educativos de distintos países
europeos.
Las ciudades de Europa lo decepcionaron: “He visto sus millones de
campesinos, proletarios y artesanos viles, degradados, indignos de ser
contados entre los hombres, la costra de mugre que cubre sus cuerpos, los
harapos y andrajos de que visten…” *. Ya hacia el final del viaje, en Londres,
encontró unos escritos del pedagogo estadounidense Horace Mann. Así
descubrió al gran reformador de su tiempo, el hombre que había aplicado
en las escuelas públicas de su país las nuevas teorías pedagógicas del suizo
Johann Heinrich Pestalozzi. Varado en Liverpool, con pocos recursos, se
embarcó rumbo a Estados Unidos en el Montezuma, “un rápido velero que
hubiera hecho once nudos con la más leve brisa” ****, para entrevistarse
con Mann.
Durante dos medes viajó en trenes, barcos y diligencias por veintiún
estados y una parte de Canadá, una recorrida que registró en una bitácora
de viaje alucinada: “Veinte millones de habitantes, todos educados,
leyendo, escribiendo y gozando de derechos políticos” ******. Su exaltación
le impidió tomar nota de la pobreza del sur, del analfabetismo, de la
cuestión de la esclavitud, de la guerra contra México, en la que Estados
Unidos se había apropiado de más de la mitad de territorio vecino. […]
Aunque el país entero lo fascinó, Nueva Inglaterra fue su “patria de
pensamiento” Boston vivía en ese momento una especie de siglo de las
luces; era el centro cultural más sofisticado de la nueva nación, vecino de la
Universidad de Harvard y del foco de filósofos de Concord. […] Con su estilo
desmedido y florido Sarmiento describió Boston, “el santuario de mi
peregrinación” —ya que allí vivía Horace Mann–, como “la reina de las
escuelas de enseñanza primaria”, “la ciudad puritana, la Menfis de la
civilización yankee”.
Mann recibió al argentino en su casa, donde transcurrieron dos días
de conversaciones que terminaron con la visita de Sarmiento, escoltado por
la señora Mann, a la Escuela Normal de Lexington. Allí, escribió luego
Sarmiento, “no sin asombro vi mujeres que pagaban una pensión por
estudiar matemáticas, química, botánica y anatomía, como ramas
complementarias de su educación. Eran niñas pobres que tomaban dinero
anticipado para costear su educación, debiendo pagarlo cuando se
colocasen en las escuelas como maestras; y como los salarios que se pagan
son subidos, el negocio era seguro i lucrativo para los prestamistas”********
[…] Reformador y político, [Mann] formulaba la importancia de la educación
en el crecimiento económico y la necesidad de impartir conocimientos
prácticos en beneficio de la comunidad. Formidable credo para una nación
capitalista en ciernes. Mann había logrado que el Estado se comprometiera
a garantizar el acceso a la educación de todos los niños al margen de las
religiones y proporcionó a Sarmiento uno de los principales argumentos

*
Sarmiento, Domingo F, Viajes por Europa, África i América 1845-1847, Tomo V, Alicante: Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes, 2001, p. 69.
****
Ibidem, p. 145.
******
Ibidem, p. 305.
********
Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes en Europa, África y América, tomo II, Santiago de Chile,
Imprenta de Julio Berlín y Cía., 1851, p. 125.
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para contratar maestras al resaltar la especial habilidad femenina para


instruir a los niños pequeños. Un motivo secundario para el argentino,
aunque fundamental fue que las mujeres cobraban salarios más bajos que
los hombres, por la misma tarea.
Fragmentos del prólogo de Ramos, Laura, Las señoritas. Historia de las maestras
estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX, Buenos Aires, Penguin-
Random House, 2021.

El sábado 10 de enero de 1885 un grupo de cuatro jóvenes maestras


emprendió el cruce de los Andes, un viaje a mula extraordinario que en
1817habían hecho el general San Martín y sus tropas para liberar a Chile del
imperio Español. Además de Franc Allyn con sus amigas de Mendoza en
1879, Mary Graham, la directora de la escuela de San Juan, también había
cruzado la Cordillera a lomo de mula […] Influenciada por la filosofía de R.
W. Emerson, como sus colegas, Mary Graham era una pedagoga
purasangre. En sus clases, primero en San Juan y luego en La Plata, se
debatía, se cambiaban ideas, se discutía en libertad. […] Entraba en el aula
acompañada de un mono que solía hacer muecas y gestos graciosos pero
las alumnas no se burlaban.
Fragmento del capítulo “El cruce de los Andes” en Ramos, Laura, Las señoritas. Historia de las
maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX, Buenos Aires,
Penguin-Random House, 2021 p. 315.

[…] todavía son Sarmiento y el Facundo objeto de veneración y de


execración ciegas; hablar de uno o del otro, o de ambos, implica un riesgo
cierto y un compromiso grave pues según algunos la adhesión a una u otra
línea, ya tradicionales, es insoslayable; Sarmiento está, en este sentido,
privilegiadamente situado en el cruce de ambas en la medida en que por un
lado ciertos sectores políticos argentinos, de extracción conservadora y
vocación despótica y hasta cierto punto antipopular, lo reivindican como
suyo (aunque, también, para hacer más difuso el panorama, lo reclaman
para sí sectores que, siendo liberales y aun izquierdistas, de ninguna
manera se viven a sí mismos como opresores actuales o posibles del
pueblo), y otros que cuentan indudablemente en sus filas a lo que se puede
entender como el “pueblo”, se horrorizan a su mera mención, como si
siguiera siendo la suma del espanto histórico, el modelo superior de aquello
que hay que atacar y destruir. Si para unos constituye la columna vertebral
del “sentido” de lo argentino, para los otros dicho “sentido” debía buscarse
en otra parte o en otras figuras, esquema en el que la coincidencia sobre un
“sentido” marca la gravedad de los enfrentamientos y su perduración.
Acaso haya que despojarse de esa obsesión definitoria para empezar a
hacer algo con él, lo que no quiere que, precisamente en virtud de ese
tironeo que lo tiene como centro, el compromiso sea muy serio pero
igualmente ineludible: reclamamos para abordarlo una libertad de hablar
de un tema y de un objeto irritantes, lo que implica un indispensable
distanciamiento respecto de las ideas interpretativas que en realidad son
líneas de presión, formas de lectura cuyos fundamentos ideológicos
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estaríamos ya en condiciones de discernir. Esa perspectiva de libertad nos


lleva, en consecuencia, no a la repetición de autoridades y a la sinopsis de
sus argumentos sino a procurar una mirada nueva y en lo posible fresca que
teniendo en cuenta la montaña de lecciones que no nos dejan progresar,
nos permita dejarlas de lado para encontrar una zona de trabajo en y con
nuestros medios propios y en función de objetivos amplios que superan la
mera metodología para dar cuenta de una nueva situación cultural.
[…] ¿Y cuáles son esas lecturas, esas explicaciones, esos prólogos, cómo se
ordena la proliferación? […] Vale la pena clasificarlas:
1) la lectura liberal, para la que la ideología explícita del Facundo constituye
todavía la esencia de la ideología que ordena y define y debe ordenar y
definir el país; nos parece anacrónica y violenta ya que surgió –y se
mantiene condicionada por un proyecto que ha llegado a sus límites;
2) la lectura del pensamiento “revisionista”, cuyo principal mecanismo
activo consiste en rechazar esa ideología triunfante para reivindicar otra; su
anacronismo reside en que la disputa ideológica sólo muy forzadamente y
por medio de proyecciones arraiga en conflictos actuales: esa “otra”
ideología es contemporánea a Sarmiento e imponerla es sustraer el texto
de todo su proceso posterior;
3) la lectura “literaria”, que al sacar el texto de lo “político” […] presenta
una separación apta para liberarse de toda acción ideológica […].
4) la lectura “verdadera”, según la cual lo que hay de decisivo que hay en lo
literario —el genio, la expresión, la felicidad de las imágenes— ilumina lo
político […]:
5) la lentura del “modelo mental”, que consiste en reconocer hasta dónde
los artefactos intelectuales presentados en Facundo (Civilización y Barbarie,
el más notorio) han entrado en la realidad latinoamericana y están
presentes como categorías indiscutibles, en la literatura y la política
latinoamericanas y del actual siglo. [NOTA: Jitrik de se refiere al siglo XX]
[En Facundo]Las imágenes se nos aparecen diseminadas por todas partes
en el texto pero cada una de ellas obedece a un esquema constitutivo acaso
diferente; las hay que surgen por antítesis, otras toman la forma de la
acumulación, la mayor parte tiene un notable alcance metafórico. Si algo las
liga es un ritmo general de elocución para definir el cual se nos ocurre la
palabra “empuje”; el mismo Sarmiento caracterizó esta estructuración del
ritmo cuando señaló que “las intelijencias [NOTA: se conserva la ortografía
de la época] muy ejercitadas, cuando una idea fundamental las ha
absorbido largo tiempo, derraman sobre el papel i sin esfuerzo alguno, un
libro entero, de una pieza, como la hebra dorada que hila al gusano de
seda”. Desenvolverse, producir un hilo, he aquí el secreto de su ritmo […]
nunca como en este texto un ritmo se nos ha hecho tan material […]. Es
como una trama, o si se quiere verlo de otro modo, una estructuración
dentro de la cual, aquí y allá, las imágenes están colocadas, acaso
imprevisiblemente. En cuanto al ritmo, da idea de totalidad; en cuanto a las
imágenes, de fragmentarismo.
[…] Creo que para el Facundo la estructura que surge del ritmo es la de un
“saber contar” en el sentido más primario del concepto. O sea poder una
relación corporal con “lo que se sabe” […] y se quiere transmitir, lo que
tiene como consecuencia una liberación […] respecto de convenciones, de
conveniencias, de acuerdos “formales”. […] en el caso de Facundo, lo que
“se sabe” se recuesta sobre el pasado, considerado como una suma de
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experiencias, tradiciones, lecturas e improvisados mecanismos de


información, pero también se recuesta en un horizonte lingüístico, el saber
de la lengua, que supone, concretamente en Sarmiento, el conflicto entre lo
heredado, lo colonial, lo provinciano, y un proyecto, lo adquirible, un
mundo de modelos cuya presencia modifica el punto de partida y le
confiere, en el cruce, esa vibración única y dramática, irreprimible.
Jitrik, Noé. “Prólogo” a Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Caracas: Biblioteca Ayacucho,
1988.

En la Argentina, el pensamiento social nació ligado a la reflexión sobre las


causas del derrumbe de los gobiernos ilustrados y el triunfo de los caudillos.
¿Por qué fracasó el gobierno liberal de Rivadavia? ¿Por qué impera Rosas en
la culta Buenos Aires? ¿Por qué la patria no había logrado organizarse
después de la emancipación del dominio español? ¿Por qué la guerra de la
independencia se había continuado en una guerra civil que parecía no tener
término? Para comprender esos hechos y salir del laberinto de las
disensiones sin fin había que cambiar la manera de pensar. Más aún: había
que conquistar un pensamiento propio, americano. Éstos fueron el mensaje
y la misión que asumió la llamada generación de 1837, joven elite
intelectual compuesta mayormente por estudiantes universitarios, que
primero se congregó en el Salón Literario, establecido ese año en Buenos
Aires, y poco después se agrupó en una logia secreta: la Asociación de la
Joven Generación Argentina.
[…]El Facundo de Domingo F. Sarmiento fue el fruto literario mayor del
programa intelectual esbozado en 1837. Se publicó en 1845 en Chile y su
autor tenía entonces 34 años.
[…] Sarmiento había escapado al país vecino cuando su permanencia en San
Juan, gobernada por un caudillo federal, se volvió peligrosa para su vida. En
el momento de dar a conocer el Facundo ya se había hecho un nombre en
la prensa de Chile, donde gozaba también de reputación como educador.
Pese a la orientación liberal de su pensamiento, Sarmiento, como la
mayoría de los emigrados argentinos en ese país, se hallaba políticamente
más próximo al gobierno conservador que a los escritores liberales chilenos,
quienes militaban en la oposición al partido del orden.
“La vida de Quiroga”: así tituló Sarmiento el aviso que anunciaba, el 1º de
mayo de 1845, la aparición del Facundo, que al día siguiente comenzó a
publicarse en forma de folletín en el diario chileno El Progreso. Tras esta
aparición por entregas, el texto vio la luz en un volumen editado también
por El Progreso el mismo año y que llevaba el largo título de Civilización y
barbarie, vida de Facundo Quiroga, y aspecto físico, costumbres y hábitos
de la República Argentina. La presencia de un enviado de Rosas en Chile y el
rumor de que el gobernante argentino se proponía ganar amigos y
propagandistas de su causa en aquel país le ofrecieron a Sarmiento el
motivo circunstancial para publicar sus “apuntes”, como llama en el aviso a
su biografía de Quiroga. Lo publica, dice, para defender a los “millares de
argentinos residentes en Chile”, que se hallaban en situación comprometida
a raíz de la propagación de las intrigas
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rosistas. I
Sin embargo, basta leer la introducción para percibir que lo animaban
propósitos intelectuales más ambiciosos, que no quería sólo añadir un
capítulo más a la abundante literatura antirrosista. Su escrito buscaba
también varias otras cosas: explicar las guerras civiles de la Argentina y la
naturaleza del caudillismo sudamericano; contar una biografía novelesca,
llena de sucesos extraños e interesantes, dentro de una naturaleza algo
exótica; difundir un esbozo de programa político y social.
¿Por qué una biografía? Sarmiento amaba el género. En 1842, a manera de
prefacio de la serie de biografías que publicaría el diario chileno El
Mercurio, escribió: “La biografía de un hombre que ha desempeñado un
gran papel en una época y país dados es resumen de la historia
contemporánea, iluminada con los animados colores que reflejan las
costumbres y los hábitos nacionales, las ideas dominantes, las tendencias
de la civilización y la dirección especial que el genio de los granes hombres
puede imprimir a la sociedad”. Esta capacidad sinóptica de la biografía —la
vida de un hombre eminente, el hombre representativo, permitía evocar las
costumbres y el espíritu de una época— encerraba a los ojos de Sarmiento
también otra virtud: poner los hechos históricos “al alcance del pueblo y de
una instrucción más directa y clara”.II
[…] Facundo no es una obra de erudición histórica. Las fuentes con que
Sarmiento reconstruyó los hechos de la vida de Quiroga eran
primordialmente orales —a la vieja usanza, cuando el acceso al pasado se
apoyaba en el testimonio de los que vivieron o participaron del suceso que
se buscaba reconstruir, o bien en la palabra de quienes escucharon a los
testigos directos—. Aunque había solicitado a algunos de sus amigos
radicados en la Argentina que recogieran y le enviaran información y
documentos para la biografía que pensaba escribir, la mayor parte de las
fuentes no se hallaban a su alcance en Chile, en el caso de que el examen
cuidadoso hubiera tentado a quien, como Sarmiento, ideaba y escribía con
prisa. En la dedicatoria a Valentín Alsina, que figura en la segunda edición
del Facundo (1851), Sarmiento le explica a su amigo que había compuesto
la obra “sin el auxilio de documentos a mano, y ejecutada no bien era
concebida, lejos del teatro de los sucesos, y con propósitos de acción
inmediata y militante”. Le confiesa haber usado con mesura las notas que
Alsina le había enviado para apuntar los errores y exageraciones que
contenía el libro. Teme “que por retocar obra tan informe desapareciese su
fisonomía primitiva i la lozana i voluntariosa audacia de la mal disciplinada
concepción”.III Creía, en resumen, que su obra era esencialmente verdadera,
aunque contuviera errores y que corregirla la arruinaría también
literariamente.
Pero si no es obra de erudición histórica, lo es, en cambio, de imaginación
histórica y sociológica. Autodidacta voraz, Sarmiento cultivó esa
imaginación con el alimento de diversas lecturas. Primero, con las novelas

I
“Anuncio de la ‘vida’ de Quiroga”, El Progreso, Santiago de Chile, 1º de mayo de 1845, reproducido en
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, prólogo y notas del profesor Alberto Palcos, Buenos Aires,
Ediciones Culturales Argentinas, 1961, pp. 1-5.
II
Domingo Faustino Sarmiento, obras completas, La Matanza, Universidad Nacional de La Matanza, 2001,
vol. I, p.129.
III
2Señor Valentín Alsina”, dedicatoria reproducida en Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, rólogo y
notas delprofesor Alberto Palcos, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 21.
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históricas de Walter Scott; después, con la literatura de doctrina que


acompañó el movimiento romántico en Francia, vasto y heterogéneo
conjunto de ideas y credos que en el Río de la Plata se divulgará con el
nombre de “filosofía de Julio”, por la revolución francesa de julio de 1830, y
en la que se mezclaban los estudios históricos con la filosofía de la historia,
el eclecticismo y las críticas del eclecticismo, el humanitarismo socializante
y el liberalismo, las teorías de la literatura y las del derecho.
[…] Tiempo después, y en Chile, hará el descubrimiento de una nueva
historia, es decir, de una nueva forma de concebir y practicar el estudio del
pasado, la del historicismo romántico. […] Francia fue el centro en que se
forjó […] ese discurso histórico que cautivaría a Sarmiento, en el que la
historia filosófica, heredada de la Ilustración, se ampliaba en una historia
social que incluía en su ámbito no sólo las costumbres, las creencias y las
instituciones de la vida civil y del gobierno, sino también la acción y el
enfrentamiento de fuerzas colectivas. La noción de “guerra social”, que da
título a dos capítulos de la vida de Quiroga, proviene de esa historiografía,
cuyo concepto regulador era el concepto de progreso, el progreso de la
civilización.
“He creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo
Quiroga, porque creo que él explica suficientemente una de las tendencias,
una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad
singular”, dice Sarmiento en la Introducción. Pero si este caudillo no era un
caudillo simplemente, “sino una manifestación de la vida argentina tal
como lo han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno”, el
personaje y su proyección debían ser, a su vez, explicados por los hechos
del medio físico e histórico. De ahí las dos partes en que se divide la historia
de Facundo: en la primera, que ocupa los primeros cuatro capítulos, evoca
“el terreno, el paisaje, el teatro sobre que va a representarse la escena”; en
la segunda, que abarca los nueve capítulos siguientes, aparece el
“personaje con su traje, sus ideas, su sistema de obrar”. Para Sarmiento,
que en esto adopta uno de los preceptos de la concepción romántica de la
historia, entre el personaje y su medio existía una unidad orgánica: se
reflejaban mutuamente.
El escenario en el que va a hacer su aparición la figura del caudillo,
como su emanación más auténtica, es la campaña. En esa llanura extensa y
poco habitada —nos va a decir Sarmiento—, en la que durante largo tiempo
se cruzaron indios y españoles, se había forjado ya en los años de la Colonia
un modo de vida distinto del de los núcleos urbanos. Primitivo, duro,
expuesto a la presión inmediata de la naturaleza y a las arbitrariedades de
la fuerza, alejado de la ley y las doctrinas de la ciudad, el modo de vida de la
campaña pastora había engendrado sus costumbres y sus tipos sociales,
todos los cuales no eran sino variantes de uno, el gaucho. El saber, las
destrezas —las del caballo o la del cuchillo, las del baqueano o las del
rastreador—, así como los valores de los habitantes de este mundo
elemental son los requeridos por las faenas rudimentarias de la estancia
ganadera y una vida sometida permanentemente al peligro. Nada estimula
allí la sociabilidad, y la reputación de los hombres no proviene de la vida
pública, que no existe. Lo que produce fama son las habilidades estimadas
por los gauchos y las pruebas del coraje físico. Éste era el ambiente de la
barbarie, un término que en el lenguaje ideológico de la época —es decir,
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no sólo en Sarmiento— representaba tanto un concepto como una


invectiva.
La antítesis del espacio bárbaro es la ciudad: “Allí están los talleres de
las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo
lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos”. La ciudad es el ámbito de las
leyes y de las ideas, el núcleo de la civilización europea, rodeado por la
naturaleza americana —la pampa, el desierto—.
[…] Hasta 1810 coexistieron en el territorio de la futura Argentina, uno
junto a otra, estas dos formas de establecimiento humano, dos sociedades,
dos “civilizaciones” (aunque una era casi una no sociedad y la antítesis de la
civilización). Ambos eran producto de la acción conjugada del medio físico
americano y la colonización española y cada una se desenvolvía en un
escenario propio. Cada una de estas dos sociedades alojaba su propio
espíritu y su propio principio. La ciudad, el principio de la civilización
europea o civilización a secas; la campaña, el principio de la barbarie, la
antagonista de la civilización. Ambas permanecieron indiferentes una de la
otra hasta que la revolución de 1810 las uso en activo contacto. La
revolución de la ciudad, impulsada por el espíritu de la época, es decir, por
las ideas europeas (libertad, progreso…) movió, a su vez, a la campaña, y
ésta introdujo un elemento extraño, un “tercer elemento”, que trastorna
todo el cuadro clásico de la revolución, en el que se enfrentan
revolucionarios y conservadores: ese “elemento” no correspondía a
ninguna de tales categorías.
[…] El movimiento revolucionario activó una doble lucha: una, la guerra de
las ciudades, la que libraron contra el orden español los que buscaban abrir
paso al progreso de la cultura europea; otra, la que libraron los caudillos,
representantes del espíritu de la campaña, contra las ciudades. El objeto de
esta otra guerra no era poner fin a la autoridad española, sino a toda
autoridad y a todo ordenamiento civil. […]
En el marco de esta fórmula interpretativa […] comienza el relato de
la vida de Facundo Quiroga. Si el esquema explica las condiciones y las
tendencias generales que crearon el escenario para la trayectoria del
caudillo riojano, la biografía se propone enlazar en un destino, a la vez
singular y representativo, los elementos discontinuos y dispersos de una
historia colectiva.
[…] Sarmiento, es verdad, no es insensible al “costado poético” de la vida
bárbara, y a veces su palabra se entrega a la descripción admirada de la
naturaleza y los personajes de ese mundo de frontera, rudo y elemental.
Incluso apunta, en un pasaje del capítulo II que si “un destello de literatura
nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades
americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas
naturales y, sobre todo, de la lucha entre la civilización europea y la
barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia…”. […] en el Facundo no
hay únicamente rechazo, sino también admiración por los héroes y las
costumbres de la sociedad pastoril. Hay que notar, sin embargo, que
Sarmiento (como en general los románticos argentinos) acompaña a sus
maestros, los románticos europeos, sólo hasta cierto punto: no busca ni
descubre en el mundo rural, como ellos, la cultura del pueblo original, una
cultura que se había perdido en las ciudades por obra de una civilización
cosmopolita. La valoración estética de la sagacidad del rastreador, de la
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sabiduría empírica del baqueano o del gaucho cantor no implica una crítica
al progreso ni un correctivo a la civilización.
[…]Lo que Sarmiento valora a través de la idea de civilización no son sólo los
hábitos y las instituciones que él mismo destaca varias veces —los modales,
el refinamiento de las costumbres, la escuela, los juzgados, el comercio, las
artes de la industria, el cultivo de las letras, etc.–, sino algo aun más básico,
que puede ser captado en aquello que la campaña pastora no provee. ¿Qué
es lo que esa campaña no ofrece ni puede ofrecer, en virtud de su propia
configuración? Sitios regulares de interacción entre los hombres, que son
los que moderan los impulsos del hombre natural y generan el sentido y el
interés de lo público. La ciudad, por el contrario, multiplica esos sitios.
Mientras la campaña pastoril dispersa a sus habitantes y sus energías, la
ciudad los reúne e inserta esas energías, incluso las que provienen del
egoísmo, en alguno de los marcos de la sociedad civil. Finalmente, en tanto
la asociación urbana engendra el espacio público —espacio de deliberación
animado por ciudadanos ilustrados que se expresan a través de la prensa—,
la campaña, que no puede suscitarlo dentro de su ámbito, lo destruye
cuando sus representantes se apoderan de la ciudad. A partir de ese
momento la opinión no puede poner límites al poder. Para Sarmiento, el
régimen de los caudillos es una variante del despotismo, un tipo de
gobierno en que manda uno sin someterse a ninguna ley.
El Facundo busca hacer ver y aleccionar, pues la verdad ha de ser
sensible además de inteligible. […] El procedimiento de dar apariencia
sensible al pensamiento, sea la fórmula interpretativa o el concepto […]
anima la marcha general del discurso, como si Sarmiento respondiera,
permanentemente, a la pregunta: ¿qué escena, qué relato, qué individuo
puede dar figura sensible a la idea?
Hacer ver a través de escenas, personajes y acciones se asocian la
idea de representación, drama y espectáculo. Sarmiento utiliza más de una
vez la metáfora clásica del teatro. Citemos una; “Por la puerta que deja
abierta el asesinato de Barranca YacoIV, el lector entrará conmigo en un
teatro donde todavía no se ha terminado el drama sangriento.
Hacer ver remite también a enseñar, en la doble acepción de mostrar
e instruir. Estampar las buenas ideas es el papel que tienen los ejemplos en
el sermón religioso, Y bien, esa voz que no deja de hacerse oír en el
Facundo, intercalada entre los relatos, los argumentos o los cuadros de
costumbres, nos recuerda la presencia del predicador, cuya plataforma no
es, en este caso, la del púlpito, sino la plataforma mundana de la
civilización.

Altamirano, Carlos, selección de su “Prólogo” a Domingo F. Sarmiento, Facundo, Buenos


Aires, EUdeBA, 2015, pp. 7-18.

IV
Barranca Yaco es el paraje en la provincia de Córdoba donde fue asesinado Facundo Quiroga a manos
de los hermanos Reinafé. Este hecho histórico ha sido material de la literatura de escritores importantes:
1) el propio Facundo dedica su capítulo XIII al episodio, y ya desde la introducción aparece una
dimensión de denuncia enunciados sugieren la autoría intelectual de Roas en el crimen de Quiroga; 2) En
la década de 1920, momento en que Borges es uno de los jóvenes representantes de la vanguardia
porteña, escribe un poema notable: “El General Quiroga va en coche al muere”.

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