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DIVERSIDAD FEMINISTA

Feminicidio. La política del


asesinato de las mujeres

Com isión Especial

Diana E. Russell para Conocer y dar


Seguim iento a las
Investigaciones
Relacionadas con los
y Jill Radford Feminicidios en la
República M exicana
y a la Procuración
Editoras de Justicia Vinculada

Presentación de Sil : t\ 7 i
2

Marcela Lagarde y de los Ríos


Comité editorial del c e iic h

Luis Benítez-Bribiesca
Norma Blazquez Graf
Daniel Cazés Menache
Enrique Contreras Suárez
Rolando García Boutigue
Rogelio López Torres
John Saxe-Fernández
Isauro Uribe Pineda
Guadalupe Valencia García
Feminicidio.
La política del asesinato
de las mujeres

Editado por
Jill Radford
Diana E. H. Russell

C orriír.lófi I. spoclnl
p a m ( ' ( i i i i ' K i y ilm
S e g u im ie n to m l»m
In v G íitlq M f.lo r to n
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F e n iin k.iílio -i «»n l.i
R e p ú b lic a >inu
y a la P rot.ui m l<'m
CIENCIAS V HUMANIDADES d e Juotlcla Vhx iilm l¡
I ílulo original: Fem icide The P olitics o fW o m a n K illin g
Publicado porTwayne Publishers
Macmillan Publishing Company
866 Third Avenue
New York, New York 10022

Copyright ® 1992 Jill Radford y Diana E. H. Russell


Editado por Jill Radford y Diana E. H. Russell

En esta edición

Traducción: Tlatolli Oílin S.C.


Diseño de portada: Lorena Salcedo Bandala

(° lili Radford y Diana E. H. Russell


<0 Presentación de Marcela Lagarde
^ Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades
Universidad Nacional Autónoma de México
Torre II de Humanidades, 4o piso, Circuito Interior,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, México, D.F.
www.ceiich.unam.mx

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier


medio sin la autorización escrita de las editoras.

ISBN 970-32-2096-7

Impreso en México / Printed in México


Mi dedicatoria de este libro es a la memoria de mi amiga Mary y a otras
mujeres que murieron a causa de la violencia de los hombres, a las sobre­
vivientes que luchan por recuperar el control sobre sus vidas, a las muje­
res que tratan de responder a la violencia en sus vidas, a las mujeres
comprometidas en las luchas a escala mundial para cuestionar, resistir
y luchar contra la violencia sexual de Ios-hombres, y a las mujeres cuya
visión incluye un mundo libre de toda forma de violencia, opresión y
feminicidio. Está lleno de esperanzas y de la visión de que nuevas real i
dades son posibles.

Jil l R a d f o r d

Dedico este libro a Nikki Craft por sus acciones que irrumpieron en el
campo de la lucha contra el feminicidio desde antes de que incluso existie­
ra una palabra para ello; a Chris Domingo por su entrega para hacer con­
ciencia sobre el feminicidio y por establecer el Centro de Información sobre
Feminicidio, la primera organización de su tipo en Estados Unidos; a to­
das las otras mujeres, conocidas y desconocidas, que han denunciado y se
han organizado para oponerse a la masacre de mujeres que el dominio
patriarcal ha cometido por siglos y, finalmente, a todas aquellas mujeres
que abrirán sus corazones y sus mentes a la realidad de la edad feminicida
que nos ha tocado vivir y que darán los pasos firmes, necesarios, para
terminar con ella.

D i a n a \l.l l. ki jssi i i
índice

Presentación a la edición en español ............................ 15


Prefacio ............................................................. ' ................. 19
Reconocimientos ............................................................... 27
Introducción
Jill Radford .................................................................... 33

Feminicidio: Sexismo terrorista contra las mujeres


janet Caputi y Diana E.H. Russell ........................... 53

PARTE 1
EL FEMINICIDIO ES TAN ANTIGUO
COMO EL PATRIARCADO

Introducción........................................................................ 73
La brujo-manía en los siglos XVI y XVII
en Inglaterra como control social délas mujeres
Marianne Hester ........................................................... 77
Lesbicidio legal
Ruthann Robson ............................................................ 101
Esposa torturada en Inglaterra
Francés Power Cobbe ................................................... 113
Feminicidio por linchamiento en Estados Unidos
Compilación de Diana E. H. Russell ......................... 127
Mujeres a la hoguera: el suti como
una institución normativa
Dorothy K. Stein ........................................................... 143
Genocidio femenino
Marielouise Janssen-Jurreit ........................................ 153

PARTE 2
LA CASA PATRIARCAL:
EL LUGAR MÁS LETAL PARA LAS MUJERES

Introducción........................................................................ 169
Matanza de mujeres
Pat Parker ...................................................................... 173
Hasta que la muerte nos separe
Margo Wilson y Martin Dale .................................... 179
"Si yo no puedo tenerte, nadie puede":
Poder y control en el homicidio
de la pareja femenina
Jacquelyn C. Campbell ................................................. 209
Licencia para matar
Rikki Gregory ..............................%............................... 237
Mujer y violencia estructural en la India
Govid Kelkar .................................................................. 243
Miles visitan un poblado en la India donde
una viuda murió en cumplimiento del suti
Rajendra Bajpai ......................................................... .. 255
Infanticidio femenino: Nacida para morir
S. H. Venkatramany ..................................................... 257
"Feminicidio íntimo": Efectos de la legislación
y los servicios sociales 1
Karen D. Stout .......................................... .................. 273

PARTE 3
FEMINICIDIO Y RACISMO

Introducción..................... .................................................. 291


¿Quién nos está matando?
Jaime M. Grant ............................................................. 295
Aniquilación por asesinato y por los medios:
Los otros feminicidios de Atlanta
Diana E. H. Russell ............................................... 325 -(
Violador y feminicida elige mujeres asiáticas
como victimas
Diana E.H. Russell ..................................................... 329
Esclavitud y feminicidio
Diana E. H. Russell .................................... ................ 335
Matanza de mujeres amerindias:
Una perspectiva de las mujeres Tewa
Beverly R. Singer ..................................................... .... 339

PARTE 4
MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN,
PORNOGRAFÍA Y GORENOGRAFÍA

Introducción........................................................................ 349
Matón de mujeres convertido en trágico héroe
Sandra MaNeill ....................................................... .... 351
"¿Eso es entretenimiento?": Jack el destripador
y la venta de violencia sexual
Deborah Cameron ......................................................... 361
Snuff, lo últim o en el odio conlm las mu joros
Deborah Cameron ......................................................... 371
Lo que el hombre blanco no nos dirá: Informe
del Centro de Información sobre. Feminicidio
en Berkeley (Berkeley Clearinghouse)
Chris Domingo . . . . í ................................................... 381
Publicidad feminicida: Violencia letal contra
las mujeres en pornografía y gorenografía
Jane Caputi .................................................................... 395

PARTE 5
FEMINICIDIO Y PARODIAS DE JUSTICIA

Introducción........................................................................ 433
Retrospectiva de un proceso
Jill Radford .............................................................. 437
El caso del destripador de Yorkshire:
¿Loco, malo, bestia u hombre?
Lucy Bland . . . . .......................................................... 449
Matanza de mujeres: ¿Licencia para matar?
La muerto de Jane Asher
Jill Radford .............................................................. 489
Latosas, putas y emancipadas:
Las provocadoras que llevan a los hombres a matar
Sue Lees .......................................................................... 515
Fay Stender y las políticas del asesinato
Diana E. H. Russell .......................... ........................... 555

PARTE 6
LA LUCHA DE LAS MUJERES CONTRA EL FEMINICIDIO

Introducción 579
Mujeres eriojadas por la violencia masculina,
dicen: "¡Resistan al toque de queda!"
Dusty Rhodes y Sandra McNeill ................................ 583
Luchando por la justicia
La Campaña Gurdip Kaur ........................................ 585
Dos luchas: Hacer frente a la violencia
masculina y a la policía
Southhall Black Sisters ................................................. 595
En duelo y con rabia (con análisis premeditado)
Suzanne Lacy ............................................................... (>05
Nikki Craft: La protesta inspiradora
Introducción
Diana E. H. Russell .................................................... (>21
El increíble caso de las fotografías
de Stack O'Wheat
Nikki Craft .................................................................... 624
La evidencia del dolor
D. A. Clarke .................................................................. 632
El asombroso flynt
Irene Moosen ............................................................... 640
Acción contra Hustler
Brigada de Mujeres Preying Mantis ..................... .. 642
La campaña contra Penthouse
Melissa Farley ................................................................ 645
¿Qué podemos hacer con el feminicidio?:
Una propuesta
Anonywomen ................................................................ (>5‘>

RESUMEN Y CONCLUSIONES

¿De aquí, por dónde seguimos?


Jill Radford .................................................................... <>(>!>
No es tan bueno haber nacido mujer (I)
Ntozake Shange ........................................................... 679

Fuentes ................................................................................. 683

ín d ice ..................................................................................... 703


Presentación
a la edición en español

L a Comisión Especial para Conocer y Dar Seguimiento a las


Investigaciones Relacionadas con los Feminicidios en la Re­
pública Mexicana y a la Procuración de Justicia Vinculada,
tiene el honor de coeditar con el Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Univer­
sidad Nacional Autónoma de México (CEIICH-UNAM), el li­
bro Feminicidio. La política del asesinato de las mujeres, tanto por
el aporte teórico que contiene como por el análisis de proce­
sos de feminicidio en diversas épocas y continentes, con acento
en la actualidad. Desde una perspectiva feminista, este libro
ha inspirado diversos estudios sobre los homicidios de niñas
y de mujeres en nuestro país.
De manera sólida Diana E.H. Russell y Jill Radford po­
nen las bases para el desarrollo teórico/le la violencia de gé­
nero contra las mujeres y, en este marco, del feminicidio.
Nuestras autoras remontan la visión descriptiva sobre la vi­
sión que homologa el homicidio de mujeres con el homicidio
de hombres, y fundamentan con claridad que la condición de
género de unas y de otros no es un dato más. Ser mujer o ser
hombre implica una condición de género, es decir, un con­
junto de características sexuales, sociales, económicas, jurídi­
cas, políticas y culturales que determinan relaciones de po­
der y de dominio de los hombres sobre las mujeres.
En el marco de la supremacía patriarcal de género de los
hombres, se sitúa la violencia de género contra las mujeres
como un mecanismo de control, sujeción, opresión, castigo y
agresión dañina que a su vez genera poder para los hombres
y sus instituciones formales e informales. La persistencia pa­
triarcal no puede sostenerse sin la violencia que hoy denomi­
namos de género, sin la violencia de los hombres, del Estado,
de los medios de comunicación, de las organizaciones civiles
y políticas, de las iglesias y de las fuerzas represivas contra
las mujeres.
La opresión de las mujeres sería inexplicable sin la vio­
lencia, por eso desde la perspectiva feminista se considera
estructural a la organización patriarcal del mundo ya que
permite la cosificación sexual, soporte de la expropiación a
las mujeres de su condición humana y, por tanto, de su con­
dición de sujeto. La violencia de género contribuye a mante­
ner a las mujeres excluidas de espacios fundamentales, y
permanecen marginales o periféricas a éstos en condiciones
de subordinación y dependencia de quienes monopolizan los
poderes, así como sujetas a diversas formas de discrimina­
ción y explotación.
Para Diana Russell y Jill Radford el asesinato misógino
de mujeres por parte de hombres constituye el feminicidio, al
que conciben como una forma de violencia sexual, y concuer-
dan con Liz Kelly al definir la violencia sexual como cual­
quier acto físico, visual, verbal o sexual experimentado por
una mujer o una niña, al mismo tiempo o después de una
amenaza, invasión o asalto que tenga como efecto herirla o
degradarla y que le quite su posibilidad de controlar el con­
tacto íntimo.
Desde esta perspectiva, para Diana Russell y Jill Radford
el feminicidio es el conjunto de hechos violentos contra las
mujeres que, en ocasiones, culmina con el homicidio de algu­
nas niñas y mujeres. Cuando Diana Russell participó en el
Seminario Internacional Feminicidio Justicia y Derecho, orga­
nizado por la Comisión Especial en 2005, consideró apropia­
da la traducción defem icide como feminicidio para evitar que
su traducción al castellano íuera. femicidio y, por lo tanto, con­
dujera a considerarlo sólo como la feminización de la palabra
homicidio. Por eso, se optó por la v o z feminicidio tanto en este
libro como en Feminicidio: una perspectiva global, antología cu­
yas compiladoras son Diana Russell y Robería A. Harmes,
que también tradujo y coeditó la Comisión -Especial en cola­
boración con el CEIICH-UNAM.
En las páginas de Feminicidio. La política del asesinato de
las mujeres hay una profunda discusión teórica sobre la vio­
lencia y las condiciones que contribuyen al feminicidio, así
como una importante evidencia empírica sobre la violencia
patriarcal aportada por connotadas investigadoras y activis­
tas acerca de procesos concretos como la caza de brujas, el
lesbicidio, la pornografía, el linchamiento de mujeres, el ra­
cismo, y los medios de comunicación en diversos países y
culturas, así como la lucha contra el feminicidio.
La concepción teórica y política feminista que este texto
contiene es una contribución extraordinaria, tanto a la teoría
como a la política de la construcción de los derechos huma­
nos de las mujeres, porque permite identificar sus múltiples
determinaciones y además las vías para erradicarlo. El
feminicidio ha transitado al campo jurídico y está contem­
plado en la Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de
violencia, que recientemente aprobó la Cámara de Diputados
y, en una primera lectura, el Senado. En dicha ley se define a
la violencia feminicida como una de las formas de violencia
de género contra las mujeres, y en el Código Penal Federal se
enuncia a la tipificación del delito de feminicidio como un
delito contra la humanidad.
Las coediciones de Feminicidio. La política del asesinato de
las mujeres y de Feminicidio: una perspectiva global han sido
posibles gracias a la estrecha colaboración de la Comisión
Especial y la Universidad Nacional Autónoma de México, la
cual se consolida en el convenio entre ambas instituciones
para dar vida al Archivo del Feminicidio y del Derecho a la
Vida de las Mujeres.

Por la vida y la libertad de las mujeres

D ip u t a d a D r a . M a r c e l a L a g a r d e y d e l o s R íos
P r e s id e n t a d e la C o m is ió n e s p e c ia l d e l F e m in ic id io
H . CÁM ARA DE DIPUTADOS, L IX LEGISLATURA.
Prefacio

E l asesinato de una mujer a veces ha generado la rabia feme­


nina e inspirado actos de protesta. Sin embargo, el feminicidio
por sí mismo, esto es, que por misoginia un hombre mate a
una mujer, raramente ha sido objeto del análisis feminista.
Esta antología representa un intento por llenar ese vacío al
reunir y, hacer más accesibles, los trabajos existentes sobre
feminicidio, así como al traer nuevos materiales sobre este
tomo. Las aportaciones abordan al feminicidio en Estados
11nidos, el Reino Unido y la India. Esperamos que su influen­
cia colectiva logre persuadir a las y los lectores a reconocer al
feminicidio como un problema urgente, que avance el pensa­
miento feminista sobre este tema, incremente la comprensión
del mismo y, quizá lo más importante, que genere resistencia
ante el mismo.
El libro está dividido en seis partes. Al igual que muchos
esquemas organizativos, éste tiene un elemento de arbitra­
riedad. Cada uno de los escritos bien podría entrar en más de
una sección. La parte 1 explora la historia del feminicidio
dem ostrando que éste es tan antiguo com o el propio
patriarcado. La parte 2 estudia uno de los mitos más extendi­
dos de la cultura patriarcal: que el hogar proporciona un pa­
raíso de seguridad a las mujeres. Los trabajos demuestran que
el hogar es el lugar donde las mujeres corren mayor riesgo
cuando lo comparten con un hombre, sea esposo, amante,
padre o hermano. La parte 3 aborda la compleja trama entre
el racismo y el feminicidio. Las aportaciones en esta sección
demuestran que el feminicidio no hace distinción de grupo
racial, clase o cultura, y reconocen los complejos efectos que
el racismo y la misoginia tienen en las mujeres de color. Res­
petamos la preferencia para hacer referencia a las cuestiones
de raza y etnia de las mujeres en Inglaterra y Estados Unidos,
por ello las autoras usan su propia terminología. Así, las con­
tribuciones provenientes de Inglaterra utilizan los términos
de mujeres negras y de minorías étnicas, mientras que las esta­
dounidenses utilizan mujeres afroamericanas, asiáticoamericanas
e indígenas americanas, etcétera. Los artículos reimpresos man­
tienen el estilo con que fueron originalmente publicados.
La parte 4 examina cómo los medios de comunicación
presentan al feminicidio, mostrando que por lo general dejan
de identificar los aspectos políticos del mismo y regularmen­
te simpatizan con el asesino a expensas de la mujer víctima.
También aborda el aspecto tan importante de la violencia
sexual que aparece en la pornografía. Las partes 5 y 6 ilustran
la naturaleza arbitraria de nuestro esquema de clasificación:
la mayor parte de los trabajos en esta antología narran una
parodia de justicia (parte 5) y la mayoría incluye descripcio­
nes de mujeres luchando contra el feminicidio (parte 6). Sin
embargo, la parte 5 específicamente se centra en la respuesta
del sistema legal al feminicidio; mientras que la parte 6 se
concentra, en exclusiva, en la forma como las mujeres han
empezado a luchar y a convocar al activismo feminista. Re­
conocer que la lucha contra el feminicidio ya está en marcha,
puede ser una fuente importante de fortaleza y empoderamiento
para contrarrestar los sentimientos de desesperación que por
sí mismo genera un único enfoque sobre este problema.
Debido a que el tema del feminicidio es totalmente per­
turbador, trabajar en este volumen no ha sido fácil. No obs­
tante, un aspecto fortalecedor ha sido conocer a otras mujeres,
en persona o a través de sus escritos, que no sólo saben del
dolor y de la rabia ocasionados por el feminicidio, sino que
están comprometidas a confrontar esta forma extrema de vio­
lencia sexual.

***

Esta antología es producto del esfuerzo conjunto entre Jill


Radford en Reino Unido y Diana Russell en Estados Unidos.
Al hacer la compilación nos abrumó la riqueza de materiales
disponibles sobre el asesinato de mujeres, tanto en términos
de trabajos escritos publicados como de otros recién escritos.
Finalmente, tenemos que reconocer que lo abultado de nues­
tro manuscrito se convirtió en dos libros. Esto nos llevó a to­
mar la decisión de separar los artículos analíticos sobre el
asesinato misógino de las narraciones llanas de la matanza de
mujeres, titulando al primero como Feminicidio. Las políticas del
asesinato de mujeres y al segundo como Atracciones fatales.
Debido a las dificultades de la comunicación trasatlántica,
cada una de nosotras escribió una introducción y una conclu­
sión para la versión original. Y, dado que nos sentimos inca­
paces para unirlas, decidimos utilizar las aportaciones más
académicas de Jill para Feminicidio y las de Diana para Atrac­
ciones fatales. Sin embargo, muchas de las ideas y muchos de
los argumentos de Diana han sido incorporados en la intro­
ducción y en las conclusiones de este volumen. A continua­
ción presentamos las posturas personales de cada una, en las
que expresamos nuestras particulares preocupaciones con
respecto del feminicidio.
Desde hace más de 15 años participo en la lucha contra la
violencia de los hombres. Mi preocupación por el feminicidio
tiene un origen personal. La noche del 29 de octubre de 1981
una amiga muy querida, Mary Bristol, fue asesinada en su
casa de Winchester a manos de su ex novio: Meter Word.
Quien acosó y amenazó a Mary hasta que al final la mató. Su
razón declarada para matarla fue que ella se rehusó a reanu­
dar la relación con él.
Es una cruel ironía que el año previo a su muerte, el gru­
po pro liberación femenina de Winchester, incluidas en él
Mary y yo misma, y del que ella era socia fundadora, comen­
zó a trabajar en contra de la violencia contra las mujeres. Poco
después que iniciamos este trabajo vimos reportes periodís­
ticos de la muerte provocada a una mujer de la localidad,
Jane Asher, del juicio y finalmente la liberación en tribunales
de su esposo y asesino. Iniciamos una campaña centrada en
mostrar cómo los tribunales y la prensa habían culpado a Jane
Asher de su asesinato. Nadie de nosotras la habíamos cono­
cido, pero nos percatamos de que la muerte de cualquier mujer
podría presentarse de esa forma. Comenzamos a reconocer el
poder de la ideología patriarcal que busca controlar a las
mujeres, castigar a aquéllas que se resisten a la violencia y
después culparlas acusándolas de provocar esa violencia. Esta
ideología la compartían el asesino de Jane Asher y el juez que
lo absolvió, y su poder era tal que permitió al hombre salir
libre después de haber matado a su esposa.
Casi un año después de ese día, el Winchester Women's
Liberation Group respondió nuevamente ante una muerte pro­
vocada por la misoginia. Sentimos la misma rabia, pero en
esa ocasión también experimentamos el choque y el dolor por
la pérdida personal. Era una de nosotras, Mary Bristol, la que
había muerto a manos de un hombre. Más tarde fue la vida
de Mary la que se puso en el banquillo de los acusados y
también fue distorsionada por un sistema judicial masculino
y por una prensa dominada por los hombres.
Al igual que muchas mujeres de nuestro grupo, dejé el
Winchester después del juicio. Me mudé a Londres y me hice
activista del Central London WAVAW (Women against Violence
against Women), uno de los múltiples grupos activos en el
Reino Unido a principios de 1980. Tomamos las calles para
protestar por el odio contra las mujeres expresado en la por­
nografía y para "reclamar la noche" para las mujeres. Nos
manifestamos frente a los juzgados que habían fallado en
contra de las mujeres responsabilizándolas por la violencia
en contra de ellas y dando sentencias que trivializaban a la
violencia masculina. También comencé a hacer investiga­
ción.
Con una beca del Greater London Council y con apoyo de
un grupo comunitario que observaba las acciones de la poli­
cía, inicié un proyecto de investigación sobre el problema de
la violencia m asculina en el municipio londinense de
Wandsworth. Este proyecto demostró hasta qué punto la
amenaza y la realidad de la violencia sexual masculina limi­
taban, si bien de distintas formas, la cotidianidad de las vi­
das de 300 mujeres entrevistadas. Fue durante la fase
concluyente de ese proyecto que conocí a Diana Russell, y
entonces nació la idea de hacer una antología sobre las políti­
cas del asesinato de mujeres.
Un enfoque feminista del feminicidio hace posible vincu­
lar este tipo extremo de violencia sexual con las formas más
cotidianas de hostigamiento, abuso y violencia en t;orno a las
cuales se estructura la vida de las mujeres. Al tomar al
feminicidio como su objeto de estudio esta antología busca
contribuir en la comprensión feminista de la violencia mas­
culina v de la resistencia a dicha violencia.

J.R.

La primera noción que me llegó sobre el término feminicidio


fue cuando en 1974 una conocida me dijo que la escritora es­
tadounidense Carol Orlock estaba preparando una antología
sobre feminicidio. Si bien su libro nunca se publicó, y yo no
tenía idea de cómo ella había definido esta nueva palabra,
reverberó poderosamente en mí como un vocablo que debía
referirse a la muerte de mujeres ocasionada a manos de hom­
bres por el simple el hecho de ser mujeres. Desde hacía mucho
necesitábamos un término como éste, como una alternativa
al homicidio que es neutral en un sentido de género. Estable­
cer una categoría que denota el hecho de provocar la muerte
de mujeres es un paso importante en la dirección de hacer
pública esta forma de violencia contra las mujeres. Nombrar
una injusticia y, en consecuencia, aportar los medios para
pensar en ella, por lo general son aspectos que anteceden a la
creación de un movimiento contra la justicia misma.
La primera ocasión en que utilicé el término feminicidio
fue cuando, en 1976, testifiqué sobre un asesinato misógino
ante el Tribunal Internacional de los Crímenes contra las
Mujeres. Después empecé a utilizarlo en mis clases y en mis
presentaciones públicas. Desafortunadamente muy pocas
personas están, incluso ahora, familiarizadas con esta pala­
bra. Más problemático todavía: es muy raro que se reconozca
a la misoginia como un factor determinante en muchos casos
de asesinato de mujeres. La realidad del feminicidio es nega­
da en la perspectiva común de las feministas, y no feminis­
tas, que ven en la violación y en la agresión las formas más
extremas de la violencia contra las mujeres.
Durante el proceso de investigación para mi libro Rape in
Marriage (Violación en el matrimonio) de 1982, descubrí que
la amenaza de feminicidio por parte de los esposos en Esta­
dos Unidos estaba perturbadoramente extendida. Del total
de 930 mujeres, de 18 años y más, que mi equipo de investi­
gación entrevistó en San Francisco, 644 estaban casadas, de
ésas, 87 habían sido violadas por su esposo o ex esposo, por
lo menos en una ocasión. Veintidós por ciento (19) de esas
mujeres víctimas de violación señalaron, sin que se les pre­
guntara, que sus esposos las habían amenazado de muerte.
No obstante la evidencia de que esos hombres no habían cum­
plido con la amenaza hasta el momento de la entrevista, no
había forma de saber qué porcentaje de esas amenazas se cum­
plirían.
No es de sorprender que organizamos contra la violencia
no fue nada fácil. El 6 de diciembre de 1981 abordé a un pe­
queño grupo, en su mayoría de mujeres, que se había reuni­
do para protestar por el asesinato de varias mujeres en Martin
County, una zona de ingresos altos y bajo índice de crimina­
lidad ubicada tan sólo un poco al norte de San Francisco. Más
adelante, David Carpenter, el asesino serial convicto por es­
tos feminicidios y otros, asesinó a esas mujeres mientras ca­
minaban por la zona silvestre de la población. Las mujeres
que siguieron transitando en el área o cerca de ésta sintieron
más temor que antes de ser atacadas, y tuvieron que confron­
tar la elección -nada desconocida para las mujeres- entre li­
bertad de movimiento y seguridad.
En mi presentación sobre feminicidio señalé que en Esta­
dos Unidos las mujeres viven bajo el riesgo de ser asesina­
das, no por ninguna otra razón sino sólo porque son mujeres.
Urgí a las que estaban presentes a que se organizaran para
comenzar a hacer conciencia sobre el feminicidio. Un grupo
de feministas respondió conformando un grupo cuya meta
era organizar una conferencia nacional sobre feminicidio.
Desafortunadamente, después de mucho trabajo, el grupo se
disolvió sin haber conseguido su meta. No fue sino hasta ocho
años después que Chris Pocock fundó el Clearinghouse on
Femicide (Centro de Información sobre Feminicidio) e hizo
uso de la información que ella y otras integrantes del bisoño
grupo habían comenzado a reunir tiempo atrás.
Por coincidencia, el haber abordado a ese pequeño grupo
que se reunió en Martin County, sucedió que ocho años des­
pués cuando un día, como aquél, 14 mujeres estudiantes de
ingeniería fueron asesinadas a tiros en una masacre en la
Universidad de Montreal. La misoginia abierta de Marc
Lépine, que las convirtió en blanco, además de llamarlas
"pinches feministas", hizo que la existencia del fenómeno de
feminicidio fuera, por lo menos para algunas personas, im­
posible de ignorar. Desde entonces, el uso del término
feminicidio ha ido creciendo. Espero que esta antología lo
institucionalice en el idioma inglés, y que el nombrar esta for­
ma extrema de violencia sexual signifique una amplia y di­
fundida resistencia en contra de ella.

D.E.H.R.
Reconocimientos

D e s e o agradecer a las mujeres que contribuyeron para que


editaráramos este libro. A mi colega Diana E. H. Russell y a
todas las mujeres que a través de los años han ayudado a
desarrollar mi pensamiento y me han dado apoyo emocional
en los momentos de crisis. Las ideas que aquí expresamos
son producto de 15 años de trabajo con otras mujeres sobre el
problema de la violencia sexual de los hombres. En particu­
lar quiero reconocer el apoyo del Winchester Women's Liberation
Group, del Women against Violence against Women, del Lesbian
Policing Project, Rights o f Women (ROW), del Sexual Violence
Group y del Lavo Group en ROW, la British Sociological Association,
el Women's Caucus, el Violence Against Women Study Group,
así como las y los trabajadores de la North London Polytechnic
Child Sexual Abuse Research Unit, y a mis otros amigos.

J. R.

Gratamente me impresionó la lectura de algunos artículos de


Jill Radford sobre el asesinato de mujeres en Inglaterra, en­
tonces le pedí a mi amiga Sheila Jeffries que si podía presen­
tármela durante mi visita a Londres en 1986. Fué en nuestro
primer encuentro que Jill y yo decidimos colaborar en la pre­
paración de este libro. La mayor parte de las feministas —in­
cluso aquéllas dedicadas a trabajar sobre violencia contra las
mujeres— han guardado silencio sobre esta última forma: el
feminicidio. Fue la necesidad de romper este silencio la que
nos motivo a Jill y a mí para trabajar en este libro.
Estoy agradecida con Chris Domingo, la organizadora del
Centro de Información sobre Feminicidio en Berkeley,
California, por las tantas formas en que apoyó este proyecto.
Ella llamó mi atención sobre numerosos artículos, me facilitó
los archivos del Centro de Información, generosamente donó
su tiempo para hacer investigación en la biblioteca, me apo­
yó para conseguir los permisos de reimpresión de los mate­
riales que habían aparecido publicados, dedicó innumerables
horas para ayudarme a preparar el manuscrito final e inves­
tigar respuestas a numerosas preguntas sobre hechos que re­
querían de meticulosidad y que yo necesitaba saber. Chris es
una de las pocas mujeres que conozco que comparte mi pro­
funda preocupación por el feminicidio.
En octubre de 1989 tuve la suerte de conocer a Jane Caputi,
la primera persona en Estados Unidos que escribió un análi­
sis feminista sobre el asesinato serial: The Age o f Sex Crime
(1987) (La edad del crimen sexual). Dado que pasó su año
sabático en Berkeley, donde vivo, tuvimos la oportunidad de
ser amigas y colaboradoras en varias acciones y proyectos
para escribir sobre feminicidio. Con frecuencia trabajar en la
frontera de la conciencia feminista es un solitario bregar en
un problema que muy pocas feministas están dispuestas a
enfrentar o a tomar con la seriedad que merece. Fue un placer
conocer un espíritu tan afín, y maravillosamente reafirmante,
con quien compartir las numerosas experiencias que ambas
tuvimos con gente que, al igual que nosotras, pensaba si esta­
ba mal por pasar tanto tiempo y por gastar tanta energía en
este tema aún tabú del asesinato de mujeres. Jane también
me ayudó muchísimo al llamar mi atención hacia diversas y
muy útiles historias aparecidas en algunos diarios, además
de otras referencias, y por ser una compañera de diálogo muy
estimulante en relación con teorías sobre el feminicidio y tan­
tos otros tópicos relacionados con éste.
Asim ismo, estoy m uy agradecida con Catherine
MacKinnon, quien revisó el manuscrito y me ofreció muchas e
invaluables sugerencias. Muchas otras compañeras me ayu­
daron, de distintas formas, durante los meses que tomaron la
redacción y la preparación del original: Marny Hall, Priscilla
Camp y Joan Balter leyeron las versiones preliminares de uno
o de más capítulos; Marny, Joan, Sandy Butler y Maryel Norris
me escucharon con empatia cuando lo necesité; Sydelle
Kramer encontró una casa editorial interesante, cuando es­
cribir sobre asesinato de mujeres recibía poca atención e inte­
rés; Jan Dennie, Dennos Bell, Verónica Jordán, Catha
Worthman, Steve McCoy y Felicity Word me ayudaron con
el procesador de palabras y el trabajo de oficina, y Candida
Ellis dedicó comprometidamente su conocimiento editorial a
los trabajos que aporté a este volumen. A todas ellas mi más
sincero agradecimiento. Y quiero dedicar un reconocimiento
especial a Roberta Harmes por todas las maneras en que me
ayudó con este trabajo, completando referencias y localizando
artículos, libros y fotografías, casi siempre al último minuto.
Me ahorró la frustración de muchas horas de trabajo y lo hizo
con envidiable paciencia y tranquilidad. Agradezco también
a Ann Forfreedom por decirme dónde encontrar una ilustra­
ción sobre mujeres perseguidas y acusadas de ser brujas.
También aprecio los esfuerzos de las editoras de Twayne,
Carol Chin e India Koopman, por el trabajo paciente y es­
merado que realizaron para transformar nuestro manuscrito
en este libro. Espero que todas las que participamos en
Feminicidio. La política del asesinato de las mujeres, una vez que
esté disponible para las y los lectores interesados, sintamos
que nuestro esfuerzo ha valido la pena.

D. E. H. R.
Feminicidio
La política del asesinato de las mujeres
Marcha a favor de recuperar la noche. Cambridge, Massachussets,
1980. Foto: Ellen Shub.
Introducción
Jill Radford

JTeminicidio: asesinato misógino de mujeres cometido por


hombres; es una forma de violencia sexual. Liz Nelly ha defi­
nido la violencia sexual como "cualquier acto físico, visual,
verbal o sexual" experimentado por una mujer o niña que
"en ese momento o posterior, sea como amenaza, invasión o
asalto, tenga el efecto de dañarla o degradarla y/o arrebatar­
le la capacidad de controlar el contacto íntimo" (1988:41). En
esta definición subyace el reconocimiento de la diferencia en
la forma en como hombres y mujeres percibimos y experi­
mentamos el mundo social y la violencia sexual. Da priori­
dad a la experiencia y la comprensión que las mujeres tienen
en relación con las intenciones de los hombres y, como tal, es
congruente con uno de los principios del feminismo: el dere­
cho de las mujeres a nombrar nuestra experiencia.
El concepto de violencia sexual es valioso ya que va más
allá de los primeros debates feministas sobre la violación y
si, por ejemplo, ésta debe de verse como un acto de violencia
o de ataque sexual. La limitación de este debate se centra en
la definición estrecha del término sexual que descansa en si el
hombre está buscando o no placer sexual. En contraste el tér­
mino violencia sexual se centra en el deseo de poder, dominio
y control por parte del hombre. Esta definición permite que
la agresión sexual cometida por un hombre se ubique en el
contexto de la presión generalizada a que están sujetas las
mujeres en una sociedad patriarcal. Asimismo, favorece al
análisis feminista de distanciarse de la discusión legal que se
basa en definiciones inconexas y reducidás de lo sexual y la
violencia, explicaciones que pueden distorsionar y negar la ex­
periencia de las mujeres. Dicho alejamiento es particularmente
importante dado el conservadurismo moralista, racista y he­
terosexual dominante en los debates sobre la legislación y el
orden que se dieron en los años de la década de 1980.
El concepto de violencia sexual también hace posible es­
tablecer vínculos entre sus diversas formas, y da lugar a lo
que Nelly denominó "un continuo de violencia sexual" (1988:
97). Violación, hostigamiento sexual, pornografía y abuso fí­
sico a las mujeres y a las niñas, son todas expresiones distin­
tas de la violencia sexual m asculina y no expresiones
inconexas. Esta reconceptualización es teóricamente signifi­
cativa, ya que aporta una perspectiva más amplia que refleja
con mayor sensibilidad la experiencia de la violencia mascu­
lina, tal y como la nombran y definen las mujeres y las niñas.
En lugar de forzar la entrada de la experiencia de abuso sexual
en categorías legales inconexas, el concepto de continuo nos
permite identificar y abordar una amplia gama de experien­
cias heterosexuales forzadas o coercitivas. La noción de con­
tinuo facilita, además, el análisis de la violencia sexual
masculina como una forma de control central para mantener
al patriarcado.
Asimismo, ubicar al feminicidio en este continuo nos per­
mite avanzar en el análisis feminista radical de la violencia
sexual y comparar el tratamiento que recibe el feminicidio en
la legislación, la política social y los medios de comunicación
en relación con otras expresiones de violencia sexual. Esto es
im p o rtan te, ya que las d iscu sion es fem in istas sobre
feminicidio han estado limitadas en comparación con la dis­
cusión de otras formas de violencia sexual. Este descuido re­
sulta particularm ente inquietante, debido a la extensa
cobertura que los medios de comunicación hacen de la muer­
te de mujeres a manos de hombres, incluido el creciente nú­
mero de asesinatos en serie. Por lo general, los medios de
comunicación pasan por alto las motivaciones misóginas dé
estos asesinatos, y culpan a las mujeres o niegan la humani­
dad, y por tanto la masculinidad del asesino, a quien regular­
mente retratan como bestia o animal. Tal cobertura de la prensa
enmascara el significado político del feminicidio. Reubicar al
feminicidio en el continuo de la violencia sexual permite esta­
blecer su significado en términos de las políticas sexuales.
Sin embargo, ésta no es una tarea sencilla. Muchas femi­
nistas aún consideran que la violación es la forma más extre­
ma de violencia sexual. Hay más libros sobre m ujeres
asesinadas (por ejemplo, Browne, 1987; Jones, 1980; Walter,
1989) que tratan sobre hombres que asesinan mujeres. El tra­
bajo de Deborah Cameron y Elizabeth Frazer The Lust to Kill:
A Feminist Investigation o f Sexual Murder (La afición por matar:
Una investigación feminista del asesinato sexual) es un parte
aguas, y el de Jane Caputi In the Age ofS ex Crime (En la Edad
del Crimen Sexual) pero no han podido romper la resistencia
general a reconocer la existencia del feminicidio. Asimismo,
Women's Aid en Gran Bretaña o la Nacional Coalition against
Domestic Violence (NCADV) y la Nacional Coalition against Sexual
Assault (NCASA), ambas en Estados Unidos, han realizado mu­
cho trabajo en relación con el asesinato de esposas a manos
de sus esposos, o sobre el asesinato de víctimas de violación
o sobre el asesinato misógino en general.
La limitada discusión sobre el asesinato de mujeres en la
literatura feminista no significa que las feministas estén
concientes de dicha problemática. Muchos grupos se han or­
ganizado en torno a las instancias particulares respecto del
feminicidio en sus comunidades. Ejemplos de esto son el
Combahee River Collective en Boston y los grupos Repeat Attacks
y Murders o f Women en Gran Bretaña. Aún así, éstas han sido
respuestas ad hoc en su mayoría; en tanto que problemática,
el feminicidio aún no queda firmemente ubicado en la agen­
da feminista. La mayor parte de los escritos feministas se han
centrado en las sobrevivientes de violencia masculina más
que en sus perpetradores.
Una de las razones del rechazo a reconocer el feminicidio
es su finalidad, pues lo coloca fuera de los modos de trabajo
feminista tradicional. Cuando hay una mujer asesinada no
hay una sobreviviente que cuente la historia. No hay forma
de compartir la experiencia de una muerte violenta, lo único
que se puede compartir es el dolor y la rabia de quienes sa­
ben de una pérdida como ésa. Y ese dolor lejos de ser una
base de unidad y fortaleza —como es el caso de los grupos de
apoyo para mujeres sobrevivientes de violencia sexual — pue­
de ser demoledor y provocar el silencio. En muchas culturas
aceptar la muerte es considerado como un asunto privado.
Las mujeres que han hablado tienen que reflexionar mucho
sobre el impacto que sus palabras provocan en las personas
cercanas a la mujer asesinada. También existe el riesgo de
enfrentar la acusación de "capitalizar políticamente el luto".
Por estas razones, quizá para las fem inistas abordar el
feminicidio representa una de las dimensiones más desgarra­
doras y sensibles de la violencia masculina.
Desafortunadamente el silencio que guardan las femi­
nistas sobre este tema tan importante, si bien es entendible,
que deja abiertas las puertas a la justificación o a la nega­
ción por parte de la cultura general. Durante los siglos XVI y
XVII el pensamiento dominante justificó el asesinato de mu­
jeres en la creencia de que eran brujas, lo cual a su vez se
fundamentó en el supuesto de su inherente maldad. En épo­
cas más recientes el pensamiento hegemónico ha llevado a
un sistema legal que minimiza el asesinato de ciertas mujeres
—lesbianas, esposas sospechosas de adulterio, prostitutas —
en relación con otros asesinatos. La negación del femini­
cidio es evidente en la manera en como se representa en el
cine —tanto en los programas policíacos o de misterio en la
televisión como en la pornografía—, en que la tortura y el
asesinato de mujeres se pintan como sexualmente gratificantes
para los hombres. En las llamadas películas snuff la produc­
ción de pornografía resulta en el asesinato de una mujer,
por lo general negra o proveniente del Tercer Mundo, a quien
con engaños o coerción se la hace "participar". Lo que tie­
nen en común estos ejemplos es el hecho de convertir a la
mujer en un objeto. Cuando se le ve sólo como una bruja, una
lesbiana, un cuerpo que el hombre usa para obtener gratifica­
ción sexual, esa mujer deviene en algo menos que una mujer,
menos que un ser humano, se le convierte en un objeto que se
puede desechar o reemplazar con facilidad. Tratar a las mu­
jeres como objetos y negar sus experiencias subjetivas —un
aspecto que reside en el centro mismo del discurso feminis­
ta — es un tema que discurre a lo largo de los escritos en este
volumen.
Los textos aquí reunidos también desafían las leyes, las
prácticas legales y las ideologías que permiten que los hom­
bres que han matado a sus esposas salgan libres o sólo pur­
guen sentencias por mero formulismo. Por lo general la
trivialización del feminicidio es justificada al señalar que la
mujer en cuestión es de alguna forma culpable de su muerte.
Esta forma de "victimar" está bastante extendida.
Victimar es una manera muy popular de explicar el cri­
men en criminología. Sostiene que las víctimas de crímenes
por lo general son responsables del hecho. Se ha utilizado en
una amplia gama de contextos criminales, pero ha sido em­
pleada con más fuerza para explicar la violencia interpersonal,
de manera particular la violencia contra las mujeres. A prin­
cipios de la década de 1970 las feministas pusieron una con­
siderable atención en la identificación y en el cuestionamiento
de los mitos victimológicos de la violación cometida por ex­
traños —las mujeres "la pedimos", "la disfrutamos" o "la pro­
vocamos por la forma en como nos vestim os", "lo que
decimos", "la forma como nos comportamos" —. No obstan­
te el desvelamiento que las feministas hicieron de estos mitos
sobre la violación, éstos han resurgido en relación con la vio­
lencia sexual contra mujeres y las niñas en el hogar. También
aquí las acciones de las mujeres y las niñas son objeto de es­
crutinio, y casi siempre se las ve como patologías, que termi­
nan por hacerlas responsables de la violencia y el abuso.
En el caso de 14 mujeres estudiantes de ingeniería asesi­
nadas por Mark Lépine en Montreal en diciembre de 1989,
no sólo se culpó a las víctimas —de las que Lépine se refirió
como "pinches feministas" — sino a otra mujer, la madre de
Lépine. El diario londinense Today citando a un psicólogo que
sugirió el motivo del asesinato señaló: "La incapacidad de la
madre de prodigar atención al chico durante algún momento
de depresión o enfermedad, pudo ser el origen del desequili­
brio emocional. O quizá, la madre sedujo inconcientemente a
su hijo llevándolo a sentir rabia debido a ser menospreciado
por el padre" (1989: 9). El artículo también cita al director del
Centre for Crisis Psychology, en Reino Unido, quien:
[...] concordó en que asesinos del tipo de Mark con frecuencia
cargan consigo un odio hacia las mujeres.
Pero, ¿por qué este hombre lo cargaba contra las feministas?,
de verdad que no tengo idea. Imagino que tenía algo en común
con muchos delincuentes sexuales, esto es, probablemente tenía
una intensa sensación de humillación por parte de las mujeres.
Por lo general, a los delincuentes sexuales esto les viene de
una madre dominante.

Cuando la mayor parte de los análisis feministas sobre la


violencia sexual masculina culpan a las mujeres, retoman la
teoría feminista radical. Estos análisis son de carácter políti­
co cuando interpretan la violencia sexual masculina con res­
pecto de las relaciones de poder y de género en la sociedad
patriarcal. En las formulaciones del feminismo radical del
decenio de 1970, las sociedades caracterizadas por el domi­
nio masculino y la subordinación femenina fueron identifi­
cadas como patriarcales. Las relaciones de género fueron
identificadas como relaciones de poder, que eran definidas
estructuralmente a través de la construcción social o política
de la masculinidad como activa y agresiva, y de la construc­
ción social de la feminidad como receptiva y pasiva. La vio­
lencia sexual m asculina ha sido identificada como una
característica que define a las sociedades patriarcales (Nelly
y Radford, 1987), como una intención central para que los
hombres mantengan el poder sobre las mujeres y las niñas.
La opresión patriarcal, al igual que otras formas de opresión,
puede manifestarse en discriminación legal y económica, y
también como otras estructuras de opresión está enraizada
en la violencia.
En el contexto del análisis feminista radical el feminicidio
tiene un gran significado político. Es una forma de castigo capi-
tal que afecta a las mujeres que son sus víctimas, a sus familias
y a sus amigas y amigos. En realidad sirve como medio para
controlar a las mujeres en tanto que clase sexual, y como tal las
mujeres son centrales para mantener el status quo patriarcal.
Cuando el feminicidio se revalida en los juicios de los tribuna­
les y se representa en los medios de comunicación está rodea­
do de la mitología de la mujer culpable. Es el comportamiento
de la mujer lo que está en escrutinio y se la encuentra deseosa
cuando se le contrasta con las construcciones masculinas idea­
lizadas de la feminidad y de los estándares del comportamien­
to femenino. El mensaje del mito es claro. Para las mujeres
establece: "salte de la línea y te puede costar la vida", y para
los hombres: "puedes matarla y seguir tan campante".
Este mensaje puede leerse en el consejo de la policía y de-
otros que ofrecen proteger a las mujeres del crimen violento.
De manera rutinaria se aconseja a las mujeres no vivir solas,
ño salir solas por la noche (es decir sin un hombre) o no ir a
ciertas áreas de la ciudad. En el Reino Unido, por un periodo
de seis años, noche y día, toda la zona poniente de Yorkshire
quedó definida como insegura para las mujeres debido al
Destripador de Yorkshire. Un consejo como éste busca con­
trolar a las mujeres al limitar los lugares a donde pueden ir y
al establecer cómo deben comportarse en público, así como
un recordatorio de que el espacio público es un espacio mas­
culino y la presencia de las mujeres está condicionada a la
aprobación de los hombres. El lugar de las mujeres —según
la ideología patriarcal — está en la casa. Sin embargo, incluso
ahí ellas no están seguras, éste es un hecho ocasionalmente
mencionado. La casa es el lugar más letal para las mujeres
que viven en familias nucleares.
La tarea de identificar al feminicidio como un objeto de
preocupación, análisis y acción para el feminismo tiene para-
lelos con la tarea que se echaron a cuestas las feministas que
trabajaron en torno a la violencia contra las mujeres en la dé­
cada de 1970. Antes de esa época, feministas y no feministas
no pudieron percibir la ubicuidad de la violación y de la vio­
lencia doméstica, así como de la amenaza que representan
para las mujeres. Las feministas encabezaron un llamado de
atención a la población para que volteara la mirada hacia esta
amenaza y exigiera una respuesta. Al publicar la evidencia
del feminicidio, con una perspectiva de género, Diana Russell
y yo deseamos que una vez más el feminismo encuentre el
coraje para cuestionar ésa otra forma de violencia sexual. Al
superar la discusión en esencia académica sobre la evidencia,
y al hacer de la lucha contra el feminicidio .un tema principal
de esta antología, esperamos que este texto desempeñe un
papel estratégico para consolidar la resistencia femenina al
feminicidio.
El feminicidio tiene diversas formas: el racista se da cuan­
do mujeres negras son asesinadas por hombres blancos, el
homófobo sucede cuando las lesbianas son asesinadas por
hombres heterosexuales, el marital se da cuando las mujeres
son asesinadas por sus esposos; también existen el feminicidio
cometido fuera del hogar por un extraño, el feminicidio en
serie y el fem inicidio m asivo. En esta era del SIDA el
feminicidio incluye la transmisión deliberada del virus del
VIH por el violador. El concepto de feminicidio abarca más
allá de su definición legal de asesinato, e incluye situaciones
en lás cuales se acepta que las mujeres mueran como resulta­
do de actitudes misóginas o de prácticas sociales.
Por ejemplo, donde no se reconoce el derecho de las mu­
jeres a controlar su propia fertilidad, ellas mueren por abor­
tos mal practicados. En 1970, cuando la Suprema Corte de los
Estados Unidos declaró como inconstitucional la pena de
muerte, Kate Millett señaló que "[...] indirectamente, una
forma de la 'pena de muerte' aún se mantiene en los Estados
Unidos. El sistema legal patriarcal priva a las mujeres de te­
ner el control sobre sus propios cuerpos empujándolas hacia
los abortos ilegales; se estima que entre dos y cinco mil muje­
res mueren cada año por esta causa" (1970: 43-44). No obs­
tante que el aborto quedó legalizado en 1973, el derecho a
elegir se ha ido reduciendo en algunos estados y puede que
en el futuro sea más restringido. Muchos países niegan o res­
tringen el acceso de las mujeres al aborto, por lo que en con­
secuencia miles de ellas mueren al año por esa causa. Otros
ejemplos de feminicidio incluyen muertes por causa de ci­
rugías innecesarias, incluidas las histerectom ías, y las
clitodirectomías o a causa de infanticidios, donde hay más
bebés niñas que mueren en comparación con los bebés niños,
e incluso por la preferencia deliberada hacia los niños en de­
trimento de las mujeres en muchas culturas, lo que resulta en
muerte por negligencia e inanición. Esta lista es de carácter
ilustrativo, no definitiva, en la medida en que la forma del
feminicidio se da dependiendo de las culturas y de los con­
textos.
Entre las formas que aquí abordamos están el feminicidio
racista y el feminicidio homófobo. Conforme el feminismo se
desarrollaba a lo largo del decenio de 1980, nos vimos forza­
das a considerar el impacto que las estructuras de poder pa­
triarcal tienen en las vidas y —en este contexto— en las
muertes de las mujeres adscritas a los distintos grupos racia­
les, culturales y de clase. Las mujeres negras han tenido que
insistir en que se ponga atención a las complejas interacciones
entre racismo y sexismo. A las feministas blancas se les ha
tenido que decir cómo el racismo conforma las experiencias
de violencia sexual que viven las mujeres negras —esto es,
por ejemplo, cómo es que el racismo y la misoginia son di­
mensiones inseparables de la violencia—. Las feministas blan­
cas han tenido que reconocer que las experiencias de las
mujeres negras están enraizadas en historias que divergen
con respecto de las de las blancas. El dominio imperial y co­
lonial consideraba la violación de una mujer esclava negra
como el privilegio de su propietario. La influencia de esta
historia persiste hoy en día: se expresa en el estereotipo de
las mujeres negras que los medios de comunicación mues­
tran y en celebraciones pornográficas de violencia en contra
de mujeres negras, asimismo en la respuesta de la policía y
de otros profesionales del sistema legal ante las mujeres ne­
gras que experimentan la violencia masculina; uña respuesta
por lo regular dictada por el racismo. El análisis que no reco­
noce las diferencias en las experiencias de las mujeres, sean
culturales y /o históricas, reproduce la incapacidad de una
sociedad blanca y masculina de reconocer categorías más
amplias que la diferencia. Es decir de lo que significa ser ne­
gra, lesbiana-o pobre. Cualquier estrategia de cambio que no
reconozca estas relaciones de poder muy probablemente be­
neficiará sólo a algunas mujeres a expensas de otras.
Una conciencia de las complejidades del racismo, del le­
gado histórico del colonialismo y del imperialismo, así como
de la sensibilidad ante el tópico de la violencia sexual, nos ha
llevado a pensar con mucho cuidado en cómo abordar el
feminicidio de mujeres negras en Estados Unidos y el Reino
Unido. Como mujeres blancas estamos concientes de la tram­
pa que implica apropiarnos de las experiencias de las muje­
res negras con el fin de avanzar en las agendas del feminismo
blanco. Aun así, queremos identificar las formas complejas
en las que el racismo interactúa con la misoginia para confor­
mar la manera en que las mujeres experimentan la violencia
• y
sexual y la respuesta que una sociedad blanca da. Este es un
punto de partida esencial para entender el feminicidio racis­
ta. Queremos abordar este feminicidio contra las mujeres ne­
gras cometido por hombres blancos, así como la existencia de
la violencia sexual y del feminicidio en las comunidades ne­
gras. El racismo ha provocado que este último tema sea para
muchas mujeres muy delicado de abordar. Con frecuencia la
violencia sexual en las comunidades negras ha sido aborda­
da de tal forma que: o bien exagera el problema —perpetuan­
do el estereotipo de que los hombres negros están más
predispuestos a la violencia en comparación con los blancos—
o minimiza su importancia sugiriendo que la violencia sexual
es más aceptada en esas comunidades a las que después se ve
como patológicas.
Reconocer la heterosexualidad como una institución so­
cial opresiva, más que una preferencia sexual privada, forma
nuestra comprensión del feminicidio y, en específico, del
feminicidio homófobo. La conciencia de la heterosexualidad
como una poderosa fuerza opresiva corresponde a un análi­
sis feminista radical:

La heterosexualidad describe una visión del mundo en la que


la mujer existe en relación con el hombre (Raymond, 1986). En
Gran Bretaña el "heteropatriarcado" comienza a ser utilizado
para significar un sistema de relaciones sociales basado en el
dominio y en la supremacía masculina, en el que las relaciones
que los hombres estructuran con las mujeres son el eje en tomo
al cual giran todos los otros sistemas de explotación.
La supremacía masculina no es la única estructura de poder
en las sociedades capitalistas y neocolonialistas que afecta
adversamente a las mujeres. En tanto que a éstas las afecta un
estatus social inferior en relación con los hombres, un análisis
teórico adecuado debe de reconocer otras estructuras de poder
basadas en desigualdades sistémicas, en particular las de cla­
se, las raciales y las sexuales. Estas estructuras de poder no son
mutuamente excluyentes, por el contrario interactúan entre sí
(Hanner, Radford y Stanko, 1989: 6).

Reconocer a la heterosexualidad como una estructura de


poder es teóricamente importante. Sin embargo, hacer el se­
guimiento de este reconocimiento con los escritos explícita­
mente lésbicos sobre feminicidio no es tan sencillo. Pudimos
encontrar algunos recuentos en los que a la víctima se le defi­
nía con toda clarid ad com o lesbiana. En una cultura
heterosexista, tal admisión por la familia y las, amistades de
la víctima sólo constituye el estigma asociado con el asesina­
to. En el Reino Unido el heterosexismo ha sido codificado en
leyes recientemente aprobadas1. En este clima político, que
ha visto un incremento en los ataques a las lesbianas, es im­
portante reconocer el problema del feminicidio contra ellas.
Asimismo, no es difícil explicar el número limitado de apor­
taciones lésbicas sobre el tema.
Las diferencias culturales entre las diversas sociedades
patriarcales pueden dar origen a distintas form as de

1 En 1988 la Ley del Gobierno Local (Local Government Act) proscribió


la "promoción de la homosexualidad" en la educación pública. En 1990 la
Ley de Embriología Humana y Fertilización (Human Embryology and
Fertilization Act) excluyó a las lesbianas del acceso a la inseminación donada
y al tratamiento por infertilidad. Un documento de consulta, la Guía para la
Ley de los Niños (Guidelines to the Children's Act 1989) intentó evitar que las
lesbianas pudieran adoptar y criar niñas/os, señalando que los "derechos de
igualdad y los derechos de las personas gay" no cabían en los servicios de
adopción. Para mayor información véase: los Derechos de las Mujeres (Rights
of Women), (1991).
feminicidio. Al tiempo que reconocemos el feminicidio como
un problema mundial, en este volumen exploramos sus for­
mas en dos países occidentales, industrializados y patriarcales:
Estados Unidos y Gran Bretaña, y, en un país en desarrollo,
la India. Una revisión más comprensiva del feminicidio cru­
zaría todas las culturas, sin embargo tal cobertura supera el
alcance de esta antología que se encuentra limitada por nues­
tro conocimiento actual y por las situaciones de tiempo y es­
pacio. Enfrentadas a los aspectos de inclusión y exclusión,
nuestra decisión estuvo conformada por nuestro deseo de
evitar producir un volumen mundial en su alcance, pero su­
perficial y vojeurista en su análisis. Al limitar la discusión,
esperamos hacer justicia a las complejidades históricas y con­
temporáneas del feminicidio y de la resistencia que las muje­
res desarrollan en Gran Bretaña, Estados Unidos y la India.
Al mismo tiempo, estamos conscientes del impacto que el
feminicidio tiene en la vida y en la muerte de las mujeres en
otras partes del mundo: África, América Central y América
del Sur, el mundo Árabe, el sudeste Asiático y Europa orien­
tal. Muchas de estas regiones y sus comunidades tienen su
propia historia de feminicidio y de resistencia a éste, que tie­
ne que ser reconocida para generar una lucha antirracista e
internacional y plena de las mujeres contra este fenómeno.
Al abordar el feminicidio en India, en una antología he­
cha fundamentalmente por mujeres y para mujeres que viven
en Occidente, hemos tratado de evitar el voyeurismo y los este­
reotipos culturales. En antropología el término etnocentrismo
se usa para describir la presentación de la experiencia en el
Tercer Mundo a través de los ojos del Primer Mundo, para
un lector del Primer Mundo. Con la intención de reducir este
problema, y una vez que hemos establecido que el feminicidio
es una problemática mundial, incluimos escritos redactados
por mujeres hindúes que pertenecen a las culturas que repre­
sentan.
Una vez tocada la definición de feminicidio y algunas de
sus formas y contextos, se hace necesario discutir la cuestión
de su prevalencia. Debemos establecer que si bien nuestra
preocupación es el feminicidio, no afirmamos que las muje­
res son asesinadas con mayor frecuencia que los hombres. En
Estados Unidos, por ejemplo, las estadísticas sobre homici­
dio recolectadas por el Nacional Centerfor Health Statistics de­
pendiente de los U.S. Public Health Service indica que las
posibilidades estimadas de ser asesinada es de 1 en 282 para
todas las mujeres y 1 en 84 para todos los hombres (San Fran­
cisco Chronicle, 1985). Como lo muestra la tabla 1, las posibili­
dades de que una persona sea asesinada en Estados Unidos
difieren según su género y grupo racial. Estas estadísticas no
son una medida de feminicidio, en la medida en que no indi­
can el género del asesino.

TABLAl. Posibilidades de ser asesinada/do


en Estados Unidos

Total 1 en 133

Hombres 1 en 84
Blanco 1 en 131
Negro 1 en 21
Mujeres 1 en 282
Blanca 1 en 369
Negra 1 en 104

Fuente: San Francisco Chronicle, 6 de mayo de 1985.


Nuestro argumento es que mientras los hombres son ase­
sinados con mayor frecuencia que las mujeres, rara vez se
asesina a los hombres simplemente porque sean hombres.
Incluso, en los rarísimos casos en los que las mujeres matan
hombres es poco probable que maten porque la víctima sea
hombre. La mayor parte de los asesinatos cometidos por
mujeres son en defensa propia o representan un intento de­
sesperado de autoconservación2. En el Reino Unidos y en los
Estados Unidos el derecho a la autodefensa se construyó para
reflejar situaciones de violencia entre hombres en lugares
públicos. La ley que protege este derecho excluye la situa­
ción de una mujer que, después de años de violencia, mata a
su compañero en un momento de desesperación, sintiendo
que ésa era la única forma en que ella podría sobrevivir. Es
muy raro que una mujer actúe de forma en que la ley reco­
nozca su autodefensa: una respuesta inmediata ante una si­
tuación que amenaza la vida sin tener que usar un arma, como
lo requiere la definición legal de proporcionalidad de fuerza.
Feministas en el Reino Unido están haciendo una campaña
por una nueva autodefensa formal.
Las estadísticas en los Estados Unidos y en el Reino Uni­
do muestran que las mujeres que corren mayor riesgo de

2 En 1991 algunas feministas en el Reino Unido comenzaron a discutir la


posibilidad de una nueva defensa para las mujeres que cometían asesinato —la
de autoconservación—, reconociendo que los elementos de defensa existentes,
"no culpable por razones de autodefensa" y "homicidio no premeditado" en
muy raras ocasiones cubren las situaciones en las que una mujer está
repetidamente sujeta a abuso violento y, en consecuencia, mata al hombre
que abusa de ella. Rechazamos apoyar esos supuestos elementos de defensa
como el de "síndrome de la mujer golpeada" para reducir la responsabilidad.
El problema con esta etiqueta es que reproduce el lenguaje y las imágenes de
la victimología que representan a las mujeres como si fueran no responsables
de sus acciones, patologizando su rabia y su resistencia.
feminicidio son las que viven con Sus esposos e hijos. El ries­
go tan alto que corren las mujeres que viven en familias
heterosexuales puede explicarse en parte por las dificultades
que enfrentan cuando quieren dejar a un compañero violen­
to. Las agencias encargadas de hacer cumplir la ley, al igual
que la gente no feminista, están más dispuestas a ayudar a
una mujer que fue atacada por un extraño que a una agredi­
da por el esposo o compañero. El supuesto, ampliamente ex­
tendido, según el cual la violencia doméstica es un asunto
privado que la mujer provoca y la conjetura de que la mujer
es propiedad de su esposo, contribuyen a la prevalencia de
esta forma de feminicidio.
Es d ifícil decir si esta form a de fem in icid io se ha
incrementado o no. Por ejemplo, a principios del decenio de
1990 en Estados Unidos las cifras proporcionadas por el FBI
sugerían un descenso en el número de esposas asesinadas
(Russell, 1982: 294). Diana Russell ha señalado que el incre­
mento en la tasa de divorcios podría haber jugado un papel
en dicha disminución. Por otro lado, una considerable evi­
dencia anecdótica sugiere que las esposas están en creciente
riesgo de feminicidio cuando señalan que quieren salir de una
relación o iniciar los trámites de divorcio.
En los Estados Unidos hay una clara evidencia que sugie­
re que los asesinatos en serie de mujeres y niñas se han hecho
más frecuentes. Aunque no disponemos de cifras precisas,
los expertos en mantener la ley estiman que "tanto como dos
tercios [o 3,500] de un estimado de cinco mil casos de homici­
dio no resueltos en el país cada año, podrían ser asesinatos en
serie" (Starr, 1984:100). Jane Caputi reporta que para media­
dos de la década de 1990 los oficiales de la policía estimaban
que el total de los asesinatos en serie se había incrementado a
cuatro mil al año (1987: 117). Mientras algunos asesinos en
serie matan hombres, la mayor parte de los expertos coincide
en que la gran mayoría de sus víctimas son mujeres (Caputi,
1987:203). Suponiendo que cuatro quintas partes de las vícti­
mas de los asesinos en serie sean mujeres3, y asumiendo que
los expertos encargados de hacer cumplir la ley de mediados
del decenio de 1980 estén en lo cierto al estimar que hay cua­
tro mil asesinatos en serie cada año, suceden cerca de 3,200
feminicidios anuales, 32 mil por década.
El asesinato masivo, un solo crimen en el cual mueren
varias personas, es dirigido con menor frecuencia exclusiva­
mente hacia mujeres, y por lo tanto no se le interpreta como
feminicidio. No obstante, hay algunos casos notables de
feminicidio en masa, como la masacre cometida por Marc
Lépine en contra de 14 mujeres estudiantes en la Universi­
dad de Montreal en 1989.
Las estadísticas oficiales sólo han sido parcialmente úti­
les para evaluar hasta qué grado se extiende el feminicidio;
sin embargo, su existencia —en forma de asesinato franco, ne­
gación del derecho al aborto o prácticas sociales misóginas —
es irrebatible. Nuestra intención con este volumen no es in­
ducir a la desesperación ante este problema urgente y exten­
dido, sino producir resistencia ante el mismo.

Referencias
Browne, Angela. Whett Battered Woman Kill. Free Press, Nueva York,
1987.

3 Hipótesis sustentada por la experta en asesinatos en serie Jane Caputi.


Comunicación personal, 19 de diciembre de 1989.
Cameron, Deborah y Elizabeth Frazer. The Lust to Kill: A Feminist
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Caputi Jane. The Age ofSex Crime. Bowling Green State University
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1987.
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Reimpreso por Frog in The Well, Palo Alto, California, 1974.
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Walker, Lenore. Terrifying Love.: Why Battered Women Kill and How
Sodety Responds. Harper & Row, Nueva York, 1989.
Feminicidio: Sexismo terrorista
contra las mujeres*
Jane Caputi y Diana E.H. Russell

"Maten a las putas feministas"


Pinta en un muro de la Universidad de Western Ontario,
después de que Mark Lépine asesinara a 14 mujeres
en Montreal, 1989.

L a novelista canadiense Margaret Atwood tina vez pregun­


tó a un amigo por qué los hombres se sentían amenazados
por las mujeres. Él respondió: "Tienen miedo de que las mu­
jeres se rían de ellos". Después preguntó a un grupo de muje­
res por qué se sentían amenazadas por los hombres. Ellas
respondieron: "Tememos que nos maten".
No obstante lo desproporcionado de estos temores, se
encuentran profundamente relacionados, como quedó demos­
trado el 6 de diciembre de 1989 en la Universidad de Montreal.
Ese día Marc Lépine, de 25 años de edad y aficionado a la
lectura de revistas de combate, se vistió para ir a la guerra y
apresuró el paso hacia la escuela de ingeniería. En un salón
' de clases separó a las mujeres de los hombres y a estos últi­
mos los sacó, después gritó: "todas ustedes son unas pinches

* Otra versión de este artículo apareció como "Feminicide: SpeakingThe


Unspeakable", en la revista Ms., septiembre-octubre, 1990. Si bien las
referencias no se incluyen aquí, Ms. Pidió que se documentaran todas las
fuentes. Queremos agradecer a Joan Balter, Sandy Butler, Phyllis Chesler,
Candida Ellis, Mamy Hall, Robín Morgan y Helen Vann por sus comentarios y/
o sugerencias para la edición.
feministas" y abrió fuego contra las mujeres. Durante media
hora, lleno de rabia, Lépine mató a 14 jóvenes mujeres, hirió
a otras nueve y a cuatro hombres, después se disparó él mis­
mo. En la nota que dejó, de tres páginas de extensión, culpa a
las mujeres por todos sus fracasos; sintió que lo habían re­
chazado y habían hecho escarnio de él. En su cuerpo también
se encontró una lista con los nombres de 15 mujeres cana­
dienses prominentes.
Incapaz de terminar una solicitud de ingreso a la Escuela
de Ingeniería, Lépine se sentía humillado por las mujeres ("se
habían reído de él") a las que denominó "feministas" porque
habían entrado en territorio masculino. Su respuesta al des­
gaste de la exclusividad y del privilegio del hombre blanco
fue letal; también fue eminentemente política.
Después de la masacre, los medios de comunicación ne­
garon la naturaleza política del crimen de Lépine, citando
comentarios como el del novelista canadiense Mordecai
Richler: "fue el acto de un hombre por completo demente
[que no permite] explicación alguna". Richler obvió la expli­
cación del propio Lépine por su acción. Odiaba a las mujeres,
en particular a las feministas; si el asesino era un "demente"
es una cuestión que no viene al caso. La fijación en la patolo­
gía de los perpetradores de violencia contra las mujeres sólo
oscurece la función de control social de estos actos. En una
sociedad sexista y racista, hombres psicóticos, lo mismo que
hombres supuestamente normales, con frecuencia manifies­
tan actitudes claramente racistas, misóginas y homófonas
con las que fueron criados y que todo el tiempo ven legiti­
madas.
Los asesinatos que cometió Lépine eran crímenes de odio
dirigidos hacia víctimas seleccionadas por su género, no por
su pertenencia a un grupo racial, religioso, étnico u orienta­
ción sexual. En el caso de los linchamientos y las masacres
nadie pierde tiempo especulando sobre la salud mental de
los perpetradores o de sus experiencias personales previas
con los afroamericanos o los judíos. La mayor parte de la gente
hoy en día entiende que el linchamiento y las masacres son
formas de violencia motivadas por razones políticas, cuyo
objetivo es conservar la supremacía blanca y cristiana. De
forma similar, la meta de la violencia contra las mujeres (sea
consciente o no) es conservar la supremacía masculina.
El primer análisis feminista de otras formas de violencia
sexista (la violación) afirmó que no es, como la mitología co­
mún insiste, un crimen por una atracción frustrada, provoca­
ción de la víctima o una urgencia biológica incontenible. La
violación tampoco la comete un perpetrador proveniente de

Marcha para recuperar la noche, en conmemoración del feminicidio masivo


de 14 estudiantes de ingeniería en Montreal, en 1989. San Francisco, 1990.
Foto: Jane Philomen Cleland.
un grupo marginal aberrante. Por el contrario, la violación es
una expresión directa del significado político de lo sexual, un
acto de conformidad con las normas sexuales masculinas (como
lo puso el "humorista" Orden Nash: "La seducción es para los
maricas, un he-man quiere una violación") y una forma de te­
rrorismo que sirve para preservar el status quo de género.
Al igual que con la violación, la mayor parte de los asesi­
nos de mujeres son esposos, amantes, padres, conocidos y
extraños que no son producto de alguna extraña desviación.
Son feminicidas, la forma más extrema de terrorismo sexista
motivado por odio, desprecio, placer o sentido de propiedad
sobre una mujer. El feminicidio abarca el asesinato y la muti­
lación, el asesinato y la violación; golpes que suben en inten­
sidad hasta que llegan al asesinato, la inmolación de brujas
en Europa Occidental y de novias y viudas en India, así como
"crímenes de honor" en algunos países latinoamericanos o
de Oriente Medio, donde las mujeres de las que se sospecha
que perdieron la virginidad son asesinadas por sus parientes
hombres. Llamar al feminicidio asesinato misógino elimina
la ambigüedad de los términos asexuados de homicidio y
asesinato.
La amplia identificación masculina con los matones de­
muestra lo profundamente enraizado del feminicidio en una
cultura sexista. Por ejemplo, la estudiante Celeste Brousseau
que se ha quejado de sexismo en la Facultad de Ingeniería en
la Universidad de Alberta, ha sido objeto de "cánticos" que
dicen "dispárale a la puta" de parte de cientos de sus "com­
pañeros" estudiantes cuando decidió participar en una no­
che humorística de una sociedad estudiantil de ingeniería
poco después de la matanza que hiciera Lépine.
La misoginia no sólo motiva violencia contra las mujeres
sino que distorsiona la cobertura que la prensa hace de esos
crímenes. En efecto, la prensa ignora el feminicidio, la viola­
ción y el maltrato de mujeres o los cubre con sensacionalis-
mo dependiendo del grupo racial, la clase social y el atractivo
a los que pertenece la víctima (según los estándares masculi­
nos). La respuesta de los medios, la policía y la opinión pú­
blica a los crímenes contra las mujeres de color, pobres,
lesbianas, prostitutas y consumidoras de drogas es particu­
larmente insondable, por lo general de apatía con una mez­
cla de estereotipos peyorativos e inculpación a la víctima (por
ejemplo, "todas las mujeres de color son drogadictas o pros­
titutas y ellas mismas se ponen en peligro"). Además, el inte­
rés público se centra de manera irracional en casos en los que
los atacantes no son blancos y víctimas blancas de clase me­
dia, como la alharaca que se armó en Boston en tomo al ase­
sinato de Carol Stuart en 1989, una mujer blanca embarazada
que, según declaraciones falsas de su esposo, había muerto
debido a que un ladrón afroamericano le había disparado.
Carol Stuart no fue asesinada por ese fantasma parecido a
Willie-Horton maquinado por su esposo, sino por él mismo,
un hombre rico y blanco.
El feminicidio es el extremo de un continuo de terror
antifemenino que incluye una gran cantidad de formas de
abuso verbal y físico: como violación, tortura, esclavitud
sexual (particularmente en la prostitución), incesto y abuso
sexual infantil extrafamiliar, maltrato físico y emocional, hos­
tigamiento sexual (por teléfono, en las calles, en la oficina y
en el salón de clases), mutilación genital (clitoridectomía,
escisión, infabulación), operaciones ginecológicas innecesa­
rias (histerectomías gratuitas), heterosexualidad forzada, es­
terilización forzada, m aternidad forzada (mediante la
crim inalización de los anticonceptivos y el aborto),
psicocirugía, negación de alimentos a las mujeres en algunas
culturas, cirugía cosmética y otras mutilaciones en nombre
de la belleza. Siempre que estas formas de terrorismo resul­
ten en la muerte son feminicidios.

La magnitud del sexismo terrorista


en Estados Unidos
Las estadísticas de la Federación n<p revelan el alcance de la
violencia contra las mujeres. Una investigadora feminista,
Mary Koss, ha descrito los esfuerzos del gobierno federal para
reunir estadísticas nacionales sobre violación como "un cruel
engaño que cubre, en lugar de develar, el riesgo que corren la
mujeres de ser víctimas". Estudios realizados por investiga­
doras independientes señalan tasas terribles de maltrato y
agresión hacia las mujeres. Por ejemplo, en la muestra que
Diana Russell conformó con 930 mujeres en San Francisco, 44
por ciento informaron haber sido víctimas de violación o in­
tento de violación; 38 por ciento víctimas de incesto y de abu­
so sexual infantil extrafamiliar; 16 por ciento víctimas de abuso
incestuoso y 14 por ciento de violación marital.
Al igual que con la violación y el abuso sexual infantil, es
muy probable que el feminicidio lo cometan los integrantes
masculinos de la familia, amigos o conocidos. Irónicamente,
el convenio doméstico patriarcal ideal (la pareja heterosexual)
conlleva el mayor potencial de feminicidio. Si bien no es legí­
timo suponer que el elemento misógino siempre está presen­
te cuando un hombre mata a una mujer, sí es muy probable
que sea el caso en la mayor parte de los asesinatos de mujeres
a manos de sus esposos legales o de sus compañeros con quie­
nes viven en unión libre. La tabla 1 muestra que las mujeres
asesinadas por sus esposos sobrepasan al resto de las catego­
rías de víctimas cuando se tiene información sobre su rela­
ción. Específicamente en los casos en que es posible determi­
nar la relación entre la mujer asesinada y su asesino, los
esposos constituyen un tercio de los asesinos en el periodo
analizado de 12 años.

TABLA 1. Estadística del asesinato de mujeres


de 15 años de edad y mayores según su relación (1976-1987)

Relación Número Porcentaje Porcentaje


de mujeres en relaciones
asesinadas conocidas3

Esposo/unión libre 11,236 22.81 33.10


Otro familiar 2,937 5.96 8.65
Otras personas íntimasb
Conocidos 5,318 10.80 15.67
Extraños 9.930 20.16 29.26
Indeterminado 4,521 9.18 13.32
Total 15,320 31.10
49,262 100.0 100.0

Fuente: James A. Mercy. "Men, women, and murder: Gender specific differences
in rates of fatal violence and victimization", Journal of Trauma, próximo por
aparecer.
a. (N = 33,942)
b. Amigo, con quien salía, con quien cohabitaba

Los crím enes violentos contra las m ujeres se han


incrementado en los decenios recientes. Algunos consideran
que este incremento se debe al mayor número de casos re­
portados. Sin embargo, la investigación realizada por Russell
sobre violación (no reportada legalmente) establece, por ejem­
plo, un incremento dramático en los últimos 50 años. Si bien
aún no es posible evaluar el número de asesinatos sexuales
en ningún año dado, casi todos los expertos concuerdan en
que ha habido un crecimiento sustancial de ese tipo de asesi­
natos desde comienzos de la década de 1960. Los criminólogos
reconocen que a partir del decenio de 1950 se inició una esca­
lada en el aumento de asesinatos en serie (cuando un
perpetrador mató a varias víctimas en incidentes separados),
lo que constituyó un fenómeno característico del fin del siglo
XX en Estados Unidos.
Vemos esta escalada de violencia contra las mujeres como
parte de la reacción masculina contra el feminismo. Esto no
quiere decir que la culpa sea del feminismo: la cultura pa­
triarcal aterroriza a las mujeres, ya sea que luchemos o no.
Claro está que cuando se cuestiona la supremacía masculina
el terror se intensifica. Cuando muchas mujeres decidieron
salirse de la línea en Europa durante los inicios de la moder­
nidad, fueron grotescamente torturadas y asesinadas, acusa­
das de brujas (con cifras estimadas que van de 200 mil a nueve
millones de asesinadas); hoy en día a las mujeres que deci­
den hacerlo no se les baja de putas e hijas de puta, que mere­
cen cualquier cosa que les suceda. "¿Qué tiene de malo el
deshacerse de unas pinches hijas de puta?", señaló Kenneth
Bianchi, convicto por el caso del "estrangulador de Hillside".
Muchos oficiales responsables de hacer cumplir la ley han
comentado sobre el incremento de asesinatos violentos.
Robert Heck, funcionario del Departamento de Justicia, se­
ñaló: "Tenemos gente allá afuera matando 20 ó 30 personas y
más, y algunos de ellos no solamente matan, torturan a sus
víctimas de formas terribles, las mutilan antes de matarlas".
Por ejemplo:
• La adolescente Shirley Ledford gritaba pidiendo pie­
dad mientras Roy Norris y Lawrence Bittaker de Los
Ángeles la violaban y mutilaban con unas pinzas, la
golpeaban con un martillo y le perforaban el oído con
un picahielo. Los hombres grabaron el feminicidio-tor-
tura de principio a fin.
• Jack King, de 65 años de edad, casi le destruyó el rostro
a Cheryl Bess, de 16 años de edad, al vaciarle ácido so­
bre la cabeza después de que trató de violarla. Bess so­
brevivió al ataque, quedó ciega, su oído severamente
dañado y con el rostro todo desfigurado.
• Una víctima de feminicidio fue encontrada con "heri­
das de arma punzo cortante en la vagina y las ingles,
así como con la garganta cercenada. Le habían arranca­
do los pezones y golpeado severamente el rostro; en­
contraron su cuero cabelludo colgado en la rama de un
árbol cercano.
• En 1987 la policía encontró a tres mujeres afroeme-
ricanas desnutridas "encadenadas a la tubería del desa­
güe en un sótano que remedaba una cámara secreta
para tortura", en la casa de Gary Heidik, un hombre
blanco de Filadelfia; "también descubrió unos 12 kg de
extremidades humanas apiladas en un congelador, así
como otras partes de cuerpos en un homo y en una ca­
zuela". (Véase parte 3 de este volumen: "Esclavitud y
feminicidio").

Este tipo de atrocidades también las comenten las perso­


nas que tienen una relación íntima con una mujer. Joel
Steinberg —que mató a Lisa, su hija adoptiva, y torturó a su
compañera Hedda Nassbaum por años — y Curtís Adams son
ejemplos extremos aunque no los únicos:
• "Steinberg la pateó [a Nussbaum] en el ojo, la medio
estranguló, la golpeó en los genitales, se orinó en ella,
la colgó en un tubo usando unas esposas, le laceró un
conducto lagrimal al picarle con un dedo el ojo, le rom­
pió la nariz varias veces y le arrancó mechones de ca­
bello mientras la echaba del departamento de ambos.
La propia Nussbaum señaló: "a veces, cogía el soplete
y lo movía a mi al rededor y me hacía saltar [...] por lo
mismo, tengo quemaduras en todo mi cuerpo. Joel me
dijo que lo hacía para mejorar mi coordinación".
• En 1989 Curtís Adams fue sentenciado a 32 años de
prisión por torturar a su esposa durante un ataque que
duró diez horas. Después de que ella se rehusó a tener
coito anal, Adams la esposó y primero le introdujo en
el ano una botella, después el palo de una escoba y lue­
go la colgó desnuda en una ventana [...] tomando des­
cansos para hacerla leer pasajes de la Biblia donde
conminaba solemnemente a las mujeres a obedecer a
sus esposos.

La cultura de sexo y violencia de final del siglo XX es


suelo fértil para este tipo de torturadores novatos y verdu­
gos que han surgido como tropas de choque del dominio
masculino.
El sentido de propiedad es otra causa de terrorismo sexual.
Muchos hombres creen que tienen el derecho a obtener lo
que quieran de las mujeres. Si las niñas o las mujeres los su­
peran, algunos se vuelven violentos, algunos al extremo de
cometer feminicidio. Considérese el extraordinario odio mos­
trado en respuesta a que mujeres estudiantes en la Universi­
dad de Iowa, se quejaron por el volumen elevado de los
estéreos de los estudiantes hombres que vivían en el piso de
arriba. En el baño de los hombres se encontró escrito: "Las
diez cosas que hay que hacerles a las putas de abajo", y des­
pués aparecieron publicadas en el periódico de la Universi­
dad. La lista incluyó exhortaciones para golpear a las mujeres
"hasta dejarlas en una masa sanguinolenta y reírse" e ins­
trucciones sobre "cómo mutilar los genitales femeninos con
una sierra eléctrica, pinzas y un 'cautín al rojo vivo'". En una
muestra similar de desprecio por las mujeres se hizo una su­
gerencia en el periódico estudiantil de Ingeniería en la Uni­
versidad de Toronto: "Que las mujeres se corten los pechos si
están enfermas de hostigamiento sexual".
Para saber de dónde estos estudiantes sacan estas horri­
pilantes ideas, nada más tenemos que ver la pornografía y la
gorenografía (películas y revistas con escenas de violencia
sensacionalista y erotizada) exhibidas en los medios de co­
municación. Al igual que muchas feministas, nosotras consi­
deramos a la pornografía como una forma de propaganda
contra las mujeres, que promueve una visión de ellas como
objetos, mercancías o "cosas" que pueden ser poseídas, usa­
das y consumidas, al tiempo que fomenta los correlatos lógi­
cos: todas las mujeres son putas y por lo tanto no hay bronca,
la violencia sexual es normal y aceptable; las mujeres mere­
cen y desean ser lastimadas, violadas e incluso asesinadas.
La investigación indica que las imágenes degradantes y vio­
lentas que hacen de las mujeres un objeto en la pornografía y
gorenografía, predisponen a ciertos hombres para que se exci­
ten con la violación o la violencia ejercida contra las mujeres o
debiliten las inhibiciones para ejercer violencia sexualizada.
Un estudio del FBI sobre 36 matones sexuales encontró
que la pornografía ocupaba un lugar preponderante en la
lista de los múltiples intereses sexuales de un sorprendente
81 por ciento. Matones notables como Edmund Kemper (el
"Co-matón"), Ted Bundy, David Berkowitz (el "Hijo de Sam"),
Kenneth Bianchi y Angelo Buono (los "estranguladores de
Hillside") consumían cantidades importantes de pornografía.
Bundy sostuvo que la pornografía "tuvo un impacto en mí tan
central en el desarrollo de mi comportamiento violento, que
fue ahí donde me enganché". Su declaración coincide con el
testimonio de muchos otros criminales, así como con una in-
Vestigación hecha sobre los efectos de la pornografía.
El feminicidio con mutilación es el tema central de las
películas de terror, de las novelas de horror "splatterpunk" o
del sin fin de novelas baratas de suspenso en las que apare­
cen crímenes sexuales. Todos ellos son géneros que cuentan
—en la basta mayoría de sus admiradores— con hombres,
particularmente los jóvenes. En las historietas contemporáneas
de super héroes abundan imágenes gráficas de feminicidio.
Por ejemplo, un número reciente de "Flecha Verde" muestra
a una prostituta casi desnuda, torturada y crucificada. Un
distribuidor de historietas se justificó explicando: "Los lecto­
res son chavos adolescentes, entonces lo que tienen es mu­
cha rabia reprimida [...] les gusta ver a los personajes
tasajeados y hechos cuadritos".
No queremos decir que uno tiene que ir a la cultura de la
"lectura de bolsillo" para encontrar temas feminicidas. Gran­
des directores de cine como Brian DePalma comentó en una
ocasión: "Siempre me atacan por mi enfoque erótico y sexista:
corto mujeres y las pongo en peligro. ¡Estoy haciendo cine de
suspenso! ¿Qué otra cosa puede ocurrirles?". En Harlem
Nights, una "comedia", Eddie Murphy primero se "lleva a la
cama" a Jasmine Guy (el objeto del deseo en la película) para
luego dispararle. Temas misóginos y feminicidas abundan
en el rock and roll. Hace veinte años Mick Jagger amenazó:
"Rape, murder, it'sjust a kiss away" (Violar y /o asesinar está a
un beso a distancia). Hace menos tiempo, Gun 'N' Roses can­
tó suavemente: "Well I used to love her/but I had to kill her/she
bitched so much/she drove me nuts", (Bueno la quería/pero la
tuve que matar/puteaba tanto/que me enloqueció).
En todos lados se ha normalizado el feminicidio y, para no
hablar en broma, se ha convertirlo en una fantasía corriente. Si
bien la aniquilación de las mujeres no se ha institucionalizado
formalmente, en los medios de comunicación sí se presenta
como tal, desde las revistas de historietas, la literatura gana­
dora de premios Nobel de literatura, hasta los éxitos en ta­
quilla del cine snuff. Mientras el comentario común es: "Hay
chicas, sólo como entretenimiento", el FBI se expresa de los
asesinatos sexuales como "asesinatos recreativos".
La mayor parte de los estadounidenses se niega a recono­
cer el periodo genocida en el que vivimos —y morimos — hoy
en día. Atravesar las calles es enfrentar un desafío. La familia
nuclear es una prisión para millones de niñas y mujeres. Al­
gunos esposos y padres actúan como guardianes de tiempo
completo que amenazan con matar si se les desafía, una ame­
naza que en muchas ocasiones se cumple. Un "dedicado lec­
tor de la Biblia", John List, fue sentenciado por asesinato
masivo en Nueva Jersey en 1990 después de estar prófugo
por 18 años. En una carta a su pastor, List se quejaba de que
su esposa rehusaba ir a la iglesia, un hecho que "él sabía que
le haría daño a los niños". Además su hija quería seguir la
carrera de actriz, cosa que le hacía "temer por las consecuen­
cias que ello podría tener para que siguiera siendo una cris­
tiana". En un arrebato por la pérdida de control sobre su
familia, este buen hombre asesinó despiadadamente a su es­
posa, hija, madre y dos hijos.
Si todos los feminicidios fueran reconocidos como tales y
contados de forma confiable, si la incidencia descomunal de
los ataques sexuales no fatales contra las mujeres y niñas fue­
ran contados, si el abuso incestuoso y los golpes fueran reco­
nocidos como formas de tortura (con frecuencia se prolongan
por años), si el hogar patriarcal fuera visto como una prisión
sin la posibilidad de escape en la que comúnmente se con­
vierte, si la pornografía y la gorenografía fueran reconocidas
como literatura que fomenta el odio, entonces en Estados Uni­
dos tendríamos que reconocer que vivimos en medio de un
reino de terror sexista comparable en magnitud, intensidad e
intención, a la persecución, la tortura y la aniquilación de mu­
jeres europeas acusadas de ser brujas entre los siglos XIV-XVII.

RE-RECORDAR Y RESISTIR
Básicamente, yo lo adoraba. Era el hombre más maravilloso
que jamás había conocido. Creí que tenía poderes sobrenaturales,
como los de Dios.

-HEDDA NUSSBAUM en JOEL STEINBERG

Nosotras no los adoramos.


Nosotras no adoramos lo que han hecho.
Nosotras no confiamos en ellos.
Nosotras no creemos lo que dicen...
Nosotras no los adoramos.

-A l ic e W a l t e r , "C a d a u n a , ja l a a u n a "

Resulta indescriptiblemente doloroso para la mayor parte de


las mujeres hablar sobre la violencia que los hombres ejercen
contra nosotras, sea individual o colectivamente. Y cuando tra­
tamos de pensar lo impensable, de hablar de lo indecible como
debemos, la violencia, la incredulidad y el desprecio que en­
contramos, por lo general resultan tan abrumadores que nos
retraemos, negamos o reprimimos nuestras experiencias'.
En noviembre de 1989, Eileen Franklin-Lipsker de 28 años
de edad, de Foster City, California, de pronto recordó haber
atestiguado cómo su padre abusaba sexualmente de su amiga
Susan Nason, de ocho años de edad, y luego la aporreaba has­
ta matarla. Veinte años después, entregó a su padre a la poli­
cía. Tales recuerdos y denuncias son el trabajo que tiene que
hacer todo el movimiento feminista para enfrentar la violen­
cia contra las mujeres: desobedecer la orden de los padres de
olvidar, negar y mantener silencio; por el contrario, hay que
entregar a los padres abusivos, a los esposos, los hermanos,
los amantes, los hijos y los amigos. El recuento y reconocimiento
de la historia y la experiencia que ha sido profundamente re­
primida es lo que Toni Morrison, en su obra maestra Beloved
(Bienamado), llama re-recordar. Beloved aborda el tema dolo­
roso e impensable de la esclavitud. En una entrevista sobre el
libro, Morrison hizo notar que prácticamente no hay recuer­
do —conocimientos tradicionales, canciones o danzas— de
los africanos que murieron en camino al Continente Ameri­
cano. Morrison sugiere: "Sospecho que la causa es que no era
posible sobrevivir en ciertos niveles y pensar en ello. Es pro­
bable que la gente que sí pensó en ello haya terminado mu­
riendo por eso, y es posible que la gente que no pensó en ello
haya seguido adelante [...] Hay una necesidad de recordar el
horror pero [...] de una forma en que la memoria no sea
destructiva". Si bien Morrison pensó el concepto de re-recor­
dar para describir el tormento psíquico que se inflingió a la
población africana en Estados Unidos, es crucial para las
mujeres que se las tienen que ver con un mundo feminicida.
También tenemos que ser capaces de enfrentar el horror de
una forma que no sea destructiva, sino para salvarnos.
Después de la masacre feminicida cometida por Mark
Lépine en Montreal, M. Bourassa, primer ministro de Québec,
rechazó las peticiones de cerrar la legislatura y las universi­
dades el día del funeral. Un día de luto oficial sólo era apro­
piado para, insistió, "cuando alguien importante para el
Estado muere". Algunas feministas canadienses luchan por­
que el 6 de diciembre sea el día nacional de la remembranza
de sus hermanas masacradas. Animamos a las mujeres en todo
el mundo a que se unan a nuestras hermanas canadienses
para que el 6 de diciembre sea declarado día internacional de
luto y rabia, un "día de re-recordar" a todas las mujeres que
han sido víctimas de violencia sexual. Como Ntozake Shange
escribió: "Tendríamos que nombrar calles y monumentos
después de que estas mujeres y niñas murieran por su país".
Aún así, este tipo de conmemoraciones siguen siendo un
paliativo, modos de sanar, pero no una cura. Las feministas,
colectiva e internacionalmente, deben hacerse a la tarea ur­
gente de formular estrategias de resistencia al feminicidio.
La gente progresista de inmediato estuvo a favor de un boi­
cot contra Sudáfrica mientras reinara la segregación racial,
¿por qué entonces no alguien considera la eficacia potencial
de boicotear a los hombres abusivos y violentos y a su cultu­
ra? Las mujeres en la obra Lisístrata, de Aristófanes, partici­
paron en un boicot sexual contra los hombres para impulsar
un fin a la guerra. En 1590, las mujeres Iroquois se reunieron
en Séneca para pedir el cese de la guerra entre las naciones.
Nosotras ahora debemos exigir que se ponga fin a la guerra
patriarcal mundial en contra de las mujeres.
Una cultura feminicida es una donde se adora a los hom­
bres. Esta adoración se obtiene mediante la tiranía, sutil y
abierta, sobre nuestras mentes amoratadas, nuestros cuerpos
golpeados y nuestros cadáveres, y en nuestra cooptación para
apoyar a los golpeadores, violadores y asesinos. "Básicamente,
lo adoraba", dijo Hedda Nussbaum. "Nosotras no los adora­
m os.. . nosotras no confiamos en ellos" escribió Alice Walter.
En una miríada de formas, permitámonos rehusar el nutrir,
complacer, apoyar y aprobar. Permitámonos renunciar a nues­
tra adoración.
Parte 1
El feminicidio es tan antiguo
como el patriarcado
Mujeres ahorcadas durante la cacería de brujas que plagó Europa durante los
siglos XVI y XVII. A caballo está el campanero, en la escalera el colgador,
abajo dos sargentos y a la derecha la cazadora de brujas cobrando el dinero
por su trabajo. Se publicó por primera vez en 1655.
Se reproduce con la autorización de la Librería Británica.
Introducción

C o n frecuencia se afirma que el problema de la violencia


contra las mujeres es nuevo o que recientemente hía empeo­
rado. Se dice que las mujeres ya no pueden salir seguras por
la noche, dando a entender que en alguna época dorada las
calles eran seguras para ellas. Incluso se ha sugerido que la
violencia contra las mujeres en el contexto doméstico no era
un problema hasta que las feministas lo revelaron en el dece­
nio de 1970. Hacer comparaciones históricas es difícil dado
que muchas de las experiencias de las mujeres están escondi­
das en la historia. De forma similar, hacer afirmaciones gene­
rales como ésas son imposibles de validar, ya que carecen de
referencia en un contexto histórico y cultural específico.
Es muy difícil documentar históricamente la existencia
de la violencia sexual contra las mujeres, incluso es más pro­
blemático demostrar hasta qué punto se extendía dicha vio­
lencia. El feminicidio no es un término legal reconocido, por
lo cual no hay datos estadísticos oficiales al respecto desde el
pasado hasta el presente. Nuestro objetivo en la parte 1 de
esta antología es dem ostrar que si bien el concepto de
feminicidio es nuevo, el fenómeno que describe es tan anti-
guo como el patriarcado. Hemos reunido una serie de artícu­
los que demuestran que el feminicidio, al igual que otras for­
mas de violencia sexual, a lo largo de la historia ha sido usado
por los hombres para asegurar las relaciones sociales del
patriarcado, esto es, el dominio masculino y la subordina­
ción femenina. Además, buscamos mostrar que el feminicidio
refleja otras jerarquías en sociedades patriarcales específicas
que afectan de forma distinta a las mujeres, dependiendo de
la posición que guardan en esas estructuras de poder, ya sea
que queden definidas en términos de religión, grupo racial,
relaciones heterosexuales o de clase.
Una discusión histórica sobre el feminicidio en diferen­
tes culturas ilustra continuidad y cambio en las formas que
éste toma en distintos puntos de las historias patriarcales.
Algunas prácticas como la persecución de las mujeres de quie­
nes se sospechaba que usaban la hechicería, que discute
Marianne Hester, son muy específicas de su contexto cultu­
ral, político y económico. De forma similar, como Diana
Russell muestra, el linchamiento de las mujeres afroame­
ricanas en el sur de Estados Unidos estaba dado por la natu­
raleza específica del racismo en esa cultura. Marielouise
Janssen-Jurriet explora otra forma de feminicidio: el infanti­
cidio femenino, que identifica como un fenómeno vinculado
directamente con el género y practicado ampliamente en las
sociedades patriarcales. Otras formas de feminicidio, como
la tortura y la muerte de las mujeres a manos de sus esposos,
identificado en 1878 por Francés Power Cobbe, tienen claros
paralelos con experiencias contemporáneas. Al reunir discu­
siones históricas sobre feminicidio en la Europa de la Edad
Media, el sur de Estados Unidos y los siglos XVIII y XIX en
India, la parte 1 de este volumen muestra que si bien todas
estas sociedades patriarcales se caracterizan por el feminicidio,
sus prácticas se fueron configurando debido a los arreglos
sociales, políticos y económicos de las distintas culturas en
periodos diferentes.
Esta evidencia apoya el argumento de que todas las so­
ciedades patriarcales han usado —y siguen usando— el
feminicidio como una forma de castigo o control social ejerci­
do por los hombres sobre las mujeres. Por ejemplo, los hom­
bres han usado el feminicidio como una forma de castigo
contra las mujeres que han optado por no vivir su vida según
las definiciones de los hombres acerca de lo que constituye el
papel apropiado de una mujer. Por ejemplo, Ruthan Robson
documenta casos poco conocidos de lesbicidios legales —el
asesinato legal de una mujer a causa de su lesbianismo—
sucedidos en el patriarcado angloeuropeo. Esta forma de casti­
go capital ejercido contra las mujeres que desafían o parecen
desafiar las nociones masculinas de lo femenino, también sir­
ve como una forma de amenaza o control social para un grupo
amplio de mujeres, al mostrar lo que les puede suceder a las
que se salen de la línea; una línea marcada por los hombres.
Este recuento también nos permite estudiar las respues­
tas legales al feminicidio. Algunas formas de feminicidio han
sido respaldadas por el m arco legal, como lo m uestra
Marianne Hester en su aportación con respecto de lo que por
lo general se ha denominado como "brujo-manía" (éste es un
eufemismo desafortunado para referirse a la persecución y
posterior masacre de mujeres acusadas de brujas). En otras
ocasiones el feminicidio puede ser materia de conflicto o con­
troversia en la ley y los procesos legales. Esto se muestra de
distintas manera en el trabajo de Dorothy Stein sobre el suti
(práctica hindú en la que la viuda es cremada viva en la pira
funeraria de su esposo) o la cremación de la novia, además
de la discusión de Diana Russell sobre el linchamiento.
Quizá, lo más importante es que los escritos de la parte 1
sugieren que históricamente las mujeres han desafiado al
feminicidio. Las formas de resistencia han estado limitadas
por las posibilidades abiertas a las mujeres en diferentes cul­
turas. En pocas palabras, la historia del feminicidio se da pa­
ralela a una historia de resistencia por parte de las mujeres.
La brujo-manía en Inglaterra
en los siglos XVI y XVII como
control social de las mujeres
Marianne Hester

JD urante los siglos XVI y XVII, primero en Europa continen­


tal y después en Escocia, aunque también en Inglaterra, mi­
les de personas fueron condenadas a prisión y a ser ejecutadas
acusadas del crimen de "hechicería". Este periodo de cacería
de "brujas" rampante ha sido denominado con toda propie­
dad como "brujo-manía" (Trevor-Roper, 1969). Lo que resul­
ta tan impactante de este periodo, y la razón por la cual es un
área tan importante para el análisis y la comprensión femi­
nista, es que la gran mayoría de quienes fueron encontrados
culpables de hechicería eran mujeres Más del 90 por ciento
de los acusados en Inglaterra fueron mujeres y los pocos hom­
bres que también fueron acusados en dicho país tendían a
estar casados con una mujer acusada de ser bruja o a apare­
cer junto con una mujer. (MacFarlane, 1970:160)
Hay muchas explicaciones para la brujo-manía, sin em­
bargo, aparte de unas pocas aportaciones, casi todas feminis­
tas (Caly, 1979; Ehrenreich y English, 1976; Dworkin, 1974;
Karlsen, 1987; Larner, 1983), el hecho de que fuesen casi ex­
clusivamente mujeres las acusadas no es en ningún sentido
cuestionado o tiende a ser abordado con muchas deficien­
cias1. Sostengo que la brujo-manía no puede ser bien explica­
da sin enfocarse de manera específica al problema de por qué
fueron las mujeres las primeras afectadas, porque creo que la
manía fue —si bien inconciente— un intento por mantener y
restaurar la supremacía masculina. La forma que ello tomó,
usando la acusación por hechicería, fue producto del contex­
to sociohistórico. Sólo ciertas mujeres (por lo general ancia­
nas, de clase baja, pobres y con frecuencia solteras o viudas)
fueron las afectadas, y esto también fue producto del contex­
to histórico específico. La brujo-manía puede verse como un
ejemplo de feminicidio, en el que el uso de la violencia contra
las m ujeres de parte de los hom bres descansaba en un
constructo particular de la sexualidad femenina. Para enten­
der por qué el control social de las mujeres tomó esta forma
particular en ese momento específico, tenemos que examinar
los eventos que desembocaron en y tuvieron lugar durante el
periodo de la brujo-manía; que en el caso de Inglaterra se ex­
tendió sobre todo desde mediados del siglo X V I hasta la mi­
tad del X V II.
La época previa y durante la brujo-manía fue muy com­
pleja, sobre todo porque fue un periodo de gran cambio y
reestructuración de la sociedad. Previo a la brujo-manía, y
definiendo el marco para la cacería de brujas, se erigió la In­
quisición, principalmente en Europa. Fue un intento por erra­

1 Para el material de Inglaterra, véase L'Estrange Ewen, Witch Hunting


and Witch Triáis (1929); Christina Hole, Witchcraft in England (1974); Wallace
Notestein, A History of Witchcraft in England from 1558 to 1718 (1968), y
Keith Thomas, Religión and the Decline of Magic (1978). El libro de Alan
MacFarlane Witchcraft in Tudor and Stuart England (1970) es el trabajo más
detallado en las acusaciones en Essex; los archivos del tribunal, específicamente
los Assizes, fueron compilados por James Cockburn en Calender of Assize
Records (1978, 1982). Véase infra nota 6.
dicar las desviaciones y la oposición a la iglesia católica, esta
última denominada como "herejía". Resulta de particular in­
terés que la acusación de herejía implicaba cargos que po­
drían verse como una "desviación de género" o "desviación
sexual" que se apartaba de la doctrina o ideología de la Igle­
sia. Los grupos que elevaban la condición social de las muje­
res —como los albigenses, que también fueron acusados de
homosexualidad (véase Karlen, 1971)2 y la orden religiosa de
las Beguinas (García Clark, 1981)3— fueron perseguidos, como
lo fue Juana de Arco, acusada de ataviarse con ropas supues­
tamente "masculinas". (Lea, 1906).
La visión que la iglesia católica tenía de la mujer, que tam­
bién formaba parte de la ideología dominante con respecto al
género antes y durante la brujo-manía, se basaba en la histo­
ria de la creación en el Génesis. Eva salió de la costilla de
Adán por lo que era inferior a él. Eva, la representante de la
mujermanidad (womankind) también había pecado en el Jardín
del Edén, haciendo, por consecuencia, pecaminosas a todas
las mujeres; se consideraba a las mujeres como sexualmente
insaciables que llevaban a la condenación a los hombres a
través de la asociación con sus cuerpos. Esta visión siguió
siendo dominante hasta el final de la brujo-manía y, de he­
cho, en el cambio de la ideología de género de la clase domi­
nante, que también devaluaba a las mujeres de distinta forma
aunque igualmente represiva, fue muy importante para faci­

2 Los albigenses eran miembros de un grupo religioso medieval cristiano


que se consideraban a sí mismos como puros en oposición con la iglesia
ortodoxa. Permitían que las mujeres ocuparan puestos de alta jerarquía en el
grupo. Fueron proscritos como heréticos (Karlen, 1971).
3Las Beguinas fueron una orden cristiana para mujeres, establecida durante
la Edad Media. Realizaban actividades religiosas pertenecientes al campo de
lo masculino según la iglesia ortodoxa.
litar la reducción de la manía. La "nueva ideología" cambió
la percepción sobre las mujeres pasando de considerarlas
"brujas poderosas y amenazantes" a la idea de "mujeres his­
téricas" al hacer hincapié en la subordinación de la mujer en
jél matrimonio (Karlsen, 1987; Hester, 1988,1992).
La creencia en la hechicería y la magia existían antes de la
brujo-manía, sin embargo, en un inicio no fueron una causa
de preocupación como sí lo serían más tarde. Lo anterior se
debió a que la hechicería no era considerada como algo si­
niestro y a que el aparato legal para su persecución no existió
sino hasta muy entrada la Edad Media (Cohn, 1975:163). Lo
que también resulta importante es que dentro de la tradición
de la brujería entre las clases bajas (el grupo contra el cual se
dirigieron las acusaciones en la brujo-manía), la bruja siem­
pre era mujer. Como Cohn explica: "Siglos antes de la gran
cacería de brujas, la imaginación popular en muchas partes
de Europa estaba familiarizada con las mujeres que podrían
traer desgracias mediante una mirada o un conjuro. Fue la
imaginación popular la que vio a la bruja como una mujer
vieja enemiga de la nueva vida, que mataba a los pequeños,
causaba impotencia en los hombres y esterilidad en las muje­
res, desaparecía cosechas" (Ibidem: 153).
Éste era el estereotipo que de la bruja se delineó en el
Molleus Maleficarum (1486), uno de los manuales con mayor
número de impresiones y de mayor circulación utilizado para
descubrir brujas y cazar mujeres (véase Kramer y Sprenger,
1971), cuyos ecos también aparecieron durante las acusacio­
nes en Inglaterra. Era un estereotipo mediante el cual se pre­
sentaba a las mujeres como amenaza potencial al bienestar
de la población, y a las que había que controlar.
¿Entonces, qué fue lo específico durante los siglos XVI y
XVII que hizo posible el cam bio de una acusación inform al de
hechicería a una cacería de brujas formal? Las siguientes con­
sideraciones parecen muy significativas.
Primero, durante los siglos XVI y XVII sucedieron cambios
importantes en las dimensiones religiosas, económicas y po­
líticas de la sociedad. Rápidamente, el dominio de la iglesia
católica, los terratenientes y la monarquía cambiaron hacia el
protestantismo, se incrementó la importancia del trabajo asa­
lariado y creció la influencia del parlamentarismo. La pobla­
ción aumentaba a gran velocidad. La administración de la
ley comenzaba a transferirse de manos eclesiásticas a manos
seculares, esto es, la Iglesia ya no hacía cumplir la ley sino el
Estado, aunque la Iglesia (protestante) sigue siendo la base
de éste. Estos cambios llevaron a tensiones y conflictos ha­
ciendo aparecer inestable a la sociedad (Pennington y Thomas,
1978; Hill, 1975). Sylvia Walby (1986) encontró que cuando
hay cambios en la esfera económica, como en los métodos
de producción, también surgen conflictos en las relaciones de
poder hombre-mujer con el fin de asegurar el dominio mascu­
lino. Podría argumentarse que otros cambios sociales tam­
bién traen consigo realineamientos similares en relación con
el poder masculino. Si la cacería de brujas se relaciona con la
cacería de mujeres, como lo sostenemos en este trabajo, en­
tonces es de esperarse que la cacería de brujas se intensifique
en tiempos de gran cambio e inestabilidad. En efecto, éste es
el caso, como Henry Kamen (1971) señala: "En cada país eu­
ropeo la aparición de una persecución más intensa de brujas
se dio en tiempos de desastres". (Ibidem, 276) De forma simi­
lar, en Inglaterra hubo un incremento marcado de acusacio­
nes por brujería, por ejemplo, durante el periodo de la guerra
civil.
Un área evidente de conflicto masculino-femenino en ese
tiempo se dio en lo referente a los recursos económicos, par­
ticularmente en los espacios donde la economía era muy im­
portante para el desarrollo del capitalismo. La industria tex­
til era una de esas áreas y experimentó gran crecimiento
durante el periodo de la cacería de brujas: Asimismo, las zo­
nas textileras fueron los centros de persecución por hechice­
ría (lo cual no quiere decir que fueron los ún icos),
(MacFarlane, 1970:149) Las industrias de la lana y los textiles
fueron muy importantes en los siglos XVI y XVII en Inglaterra
y también resultaron cruciales para el desarrollo del capita­
lismo. Eran las mujeres quienes hacían todo el trabajo del hi­
lado (spinning o f thread) para el tejedor; de donde devino el
término spinster (mujer soltera) que se aplicó a las mujeres
que vivían de hilar. Ese trabajo era muy mal pagado, como
observa Alice Clark (1982): "Si bien esos salarios no daban
margen para sostener a los hijos, sí era posible para una mu­
jer que hilara carretes de hilo de alta calidad mantenerse a sí
misma con independencia" (Ibidem: 115). En otras palabras,
era posible para una mujer soltera sin hijos mantenerse a sí
misma de esa forma.
No obstante que las mujeres eran quienes hilaban, los te­
jedores eran de manera creciente hombres. "Las mujeres es­
taban excluidas de tejer prendas de vestir sobre la base de
que su fuerza era insuficiente para trabajar con los grandes y
pesados telares de la época" (Clark, 1982: 103). Sólo siendo
viuda de un tejedor una mujer podía desarrollar ese oficio o
incluso tomar aprendices. Sin embargo, dichos aprendices
podrían no ser aceptados por el gremio de tejedores como lo
eran los capacitados por hombres, con lo cual, otra vez, se
colocaba a las mujeres en una posición relativamente inferior
(Lewenhak, 1980: cap. 7).
Segundo, las características de la población estaban camr
biando. Durante los siglos XVI y XVII las mujeres superaban
en número a los hombres, y específicamente para las clases
bajas el matrimonio se daba en edades avanzadas. Como se­
ñala Stone (1979): "Entre los pequeños propietarios y trabaja­
dores la edad promedio para su primer matrimonio era muy
alta en el siglo X V I y fue incluso mayor en el X V II [...] pasando
de 27 a 28 años entre los hombres y de 25 a 27 entre las muje­
res" (Ibidem: 44). Las difíciles condiciones económicas no
permitían que fuera financieramente posible contraer matri­
monio sino hasta muy avanzada edad. El efecto fue la evolu­
ción de una población con un gran numero de personas
solteras, sobre todo mujeres; mujeres que no vivían bajo el
control directo de un hombre4 (Wall, 1981). En este contexto
las mujeres se mantenían activas, aunque de manera indivi­
dual, en competencia con los hombres por los medios de vida,
no obstante la escasez de recursos y una creciente población.
Éste era el caso particular de las mujeres campesinas, el gru­
po más directamente afectado por la brujo-manía (véase Alice
Clark, 1982).
Tercero, para mediados del siglo XVI, momento en que
surge la brujo-manía en Inglaterra, las mujeres comenzaban
a invadir algunos dominios antes "masculinos". Por ejem­
plo, fue un periodo extraordinario en el ascenso de mujeres
monarcas: María Tudor, Elizabeth I, María Reina de Escocia,
Catalina de Medici, que gobernó Francia en nombre de sus
hijos, así como varias regentas en el imperio de los Habsburgo.
Este dominio de las mujeres era considerado como no natu­
ral e indeseado, lo cual produjo varias reacciones condenato­
rias y misóginas, como los escritos de John Knox (1558) contra

4 Es muy probable que mujeres solteras trabajaran como sirvientas y


vivieran en las mismas casas donde trabajaban; casas encabezadas por hombres.
Véase Lastlett, 1977, pp. 13-48.
el "Monstruoso régimen de las mujeres", dirigido específi­
camente contra María Reina de Escocia, aunque también pu­
blicado en Inglaterra (Fraser, 1969:178).
Por último, hay que decir que la amenaza que significa­
ban las mujeres para la supremacía del status quo masculino
y la reacción de los hombres contra dicha amenaza, constitu­
yeron una preocupación específica de los altos estratos ilus­
trados de la sociedad a lo largo del periodo de la brujo-manía.
Esto es muy importante, sólo fue posible a través de la san­
ción del control social de las mujeres, ejercido por las clases
altas, que el aparato legal fuera utilizado contra las mujeres
en tanto que brujas. El debate resultante sobre la posición de
las mujeres vis-a-vis con la de los hombres es conocido como
la "Controversia Popular".
El debate en esta controversia se caracterizó por referen­
cias religiosas al "pecado original" de Eva en el Paraíso, al
pasaje según el cual Dios hizo a Eva de la costilla de Adán, y,
en general, por argumentos destinados a mostrar la inferiori­
dad de las mujeres ante los hombres y el rol de ellas como
"vasijas débiles" que sólo servían a la tarea inferior de cargar
bebés. La distinción entre el "bien" y el "m al" constituía un
aspecto muy importante de esa definición de la naturaleza y
ser de la mujer. En el contexto profundamente religioso de
los siglos XVI y XVII la distinción se expresaba en los siguien­
tes términos: las mujeres eran débiles y más proclives al pe­
cado (esto es, ser sexuales) que los hombres, y como resultado
era más probable que las mujeres terminaran haciendo un pacto
con el Diablo que se apoderaría de ellas usando sus poderes
sexuales y prometiéndoles ciertos poderes. Entonces, las mu­
jeres siendo por naturaleza más débiles, podrían hacerse más
poderosas que los hombres mediante su alianza con el Diablo.
La ideología de género dominante insistiría, en consecuen­
cia, en que las mujeres fácilmente representarían una amena­
za para la sociedad y por lo tanto para los hombres, a menos
que el comportamiento de ellas estuviese bajo vigilancia.
Con el debate de la Controversia Popular, Joseph Swetnam
expresa esta forma de ver a las mujeres, por ejemplo, cuando
al escribir en 1615 señala: "Entonces quién no podría sino decir
que las mujeres surgen del Diablo, cuyas cabezas, manos y
corazones, mentes y almas son malas, por eso las mujeres son
llamadas el gancho de todo mal, porque los enganchan como
a los peces el gancho de pescar" (Ibidem: 54). Swetman tam­
bién sostiene la idea de que las mujeres tenían defectos dado
que provenían de la "costilla vil de Adán". Es interesante ver
que en respuesta a la misoginia de Swetnam, Ester Sowerman
(1617) dio un giro total a la idea, de manera que no sólo la
hace sonar ridicula sino que condena al hombre que produce
una idea como ésa. Sowerman sugiere que: "[...] si la mujer
recibe su vileza de la costilla, y en consecuencia del hombre,
¿cuánto más vil será el hombre, que tiene más de esas viles
costillas?". A pesar de las reacciones y la resistencia de las
mujeres ilustradas (y de algunos hombres) en ese momento,
la ideología de género dominante que se expresaba a través
de la Controversia Popular sancionaba lo que se constituyó
en recursos particularmente brutales para eliminar a las mu­
jeres. Al inducir el miedo a los interrogatorios violentos, al
encierro en condiciones inhumanas y a la sentencia a muerte,
la brujo-manía impuso el control social sobre las mujeres de
una forma similar al control que surge tanto de la amenaza
de violencia sexual como del cumplimiento de la misma con­
tra las mujeres de hoy. Además, como mencioné, sólo fue a
través del cambio en la ideología de género dominante que la
persecución por hechicería, y con ello la brujo-manía, final­
mente se redujeron.
Las acusaciones
La gran mayoría de los casos de brujería en Inglaterra de los
que se tienen noticias de que llegaron ante los tribunales, su­
cedieron durante el reinado de Elizabeth I (1563-1603). Du­
rante el reinado de James I (1603-1620) el número de casos
descendió, mientras que la tendencia subyacente fue un des­
censo en las acusaciones formales de hechicería hasta la abo­
lición de la legislación relativa en 1736. El número de
ejecuciones a lo largo del periodo de la brujo-manía en Ingla­
terra fue pequeño en comparación con las experiencias euro­
pea y escocesa; sólo una mínima porción de las acusaciones
en Inglaterra terminaron en ejecuciones. El número de éstas
(a diferencia del de las acusaciones) ha sido estimado por
Ewen (1929) en "menos de 1,000" (122) entre 1542 y 1736; esto
es, entre la aprobación del primer estatuto contra la brujería
y la abolición del último. Por lo general ha sido difícil disponer
de cifras de las acusaciones y del resultado de las mismas. Essex
es una de las áreas donde hay mejor documentación en In­
glaterra: en el poblado de Hatfield Peveril (una de las zonas
donde se concentró mucho la persecución) cerca de 15 acusa­
ciones llegaron a los tribunales en un periodo de 30 años, en
una población de aproximadamente 600 personas. De estas
15 personas, seis no fueron encontradas culpables, dos fue­
ron colgadas por el crimen de hechicería y las restantes su­
frieron penurias o el encarcelamiento (MacFarlane, 1970:95).
Las acusaciones informales de hechicería parecieron con­
tinuar localmente hasta el siglo XIX y, como ya lo mencioné,
también ocurrieron antes del periodo de la brujo-manía. Hoy
en día el término bruja nos es familiar para describir el abuso.
Puede argumentarse que el término todavía se utiliza, de for­
ma limitada, como parte del mecanismo de control social de
las mujeres: en ocasiones a las mujeres se les acusa de ser
"brujas" cuando se salen de la línea de los roles "aceptables"
para ellas.
A diferencia de los crímenes de robo y asalto, la brujería
no era nada más un crimen contra un individuo —no obstan­
te que así aparezca en los juicios ingleses — era un crimen
contra Dios y, quizá por inferencia, un crimen contra el géne­
ro hum ano* es decir, contra el hombre. Además, casi imposi­
ble de negar, una vez acusada del mismo delito e incluso si a
una mujer no se la encontraba culpable de éste, seguía pesan­
do sobre ella el adjetivo de "bruja". A algunas de esas muje­
res se les volvió a acusar de hechicería tiempo después5.
Los crímenes, como los describen los panfletos de los jui­
cios6, no aparecen del todo como reales sino como aclaracio­
nes de eventos desagradables en el poblado. La creencia
generalizada en poderes sobrenaturales colocó a los eventos
de la vida de los pobladores en un contexto de hechicería, más
que los acontecimientos específicos en sí mismos. En otras pa­
labras, la brujería no existió, pero se imaginaron que existía.

* N. deT. En el original, la autora utiliza "mankind", sustantivo nó neutral


que denota a la "humanidad" o "género Humano", por ello subraya el "man".
5 Un caso como éste es el de Margaret Welles (o Gans), quien fue absuelta
del crimen en 1579 después de ser acusada de usar la hechicería para causar
asesinato. Después aparece en los archivos de Assize, poblado vecino, acusada
de embrujar a un puerco, pero nuevamente fue absuelta. Véase también el
caso de Elizabeth Francis infra.
6 Se puede encontrar material relativo a la brujo-manía en Inglaterra en
diversas fuentes actuales:
1. Archivos de los tribunales, principalmente del de Assize, también
de las sesiones de los distritos, y hasta cierto punto en los archivos
de los Tribunales Eclesiales y los de Borough.
2. Panfletos sobre algunos juicios individuales.
3. Literatura que discute la naturaleza y el tratamiento de la hechicería,
por ejemplo, The Daemology de James I (véase MacFarlane, 1970).
Un análisis del material de los juicios muestra el proceso
mediante el cual las mujeres fueron acusadas de ser "brujas".
Por ejemplo, en 1566 en el juicio que se llevó a cabo en
Chelmsford Assizes, Elizabeth Francis fue una de las tres
mujeres acusadas de hechicería. Las otras dos fueron Agnes
Waterhouse, su hermana, y Joan Waterhouse, hija de Agnes.
La historia de Elizabeth Francis, según el panfleto del jui­
cio en 1566, presenta un escenario muy plausible para la vida
de una mujer. Andrew Byles abusó sexualmente de Elizabeth,
quien pensó que se casaría con ella, pero él la rechazó. Des­
pués, ella se percató de que estaba embarazada y enfrentada
a la tremenda presión social y financiera de convertirse en
madre soltera con un hijo ilegítimo, entonces trató de abor­
tar. A lo largo del periodo descrito en el juicio recibió ayuda
para conseguir lo que quería (aunque esto no siempre resultó
de su agrado) su "familiar"**, a través de Satán el gato (se pen­
saba que los fam iliar tenían acceso directo a los poderes del
Diablo). Fue encontrada culpable de ocasionar daño a un po­
blador, por lo que fue sentenciada a seis meses de prisión.
Sea o no que el juicio de Elizabeth Francis, descrito en el
panfleto de la época, representara su verdadera experiencia,
los eventos mencionados y la forma como se describen pue­
den verse como producto de una sociedad en la cual los hom­
bres dominaban a las mujeres. En una sociedad como ésa
sería de esperar que las mujeres tendieran a depender
financieramente de los hombres, que se les abandonara con
la responsabilidad del em barazo y que ellas fuesen
sexualmente agredidas por los hombres y no a la inversa.
Además, parece lógico que las mujeres hayan terminado por

** N. de T. En el folklore se hace referencia a un espíritu maligno que


habita en un animal y que constantemente asiste a alguien.
tratar de usar, o por lo menos de pensar en tratar de usar,
poderes sobrenaturales para "luchar" en lugar de exigir, por
ejemplo, una compensación legal o financiera a las que no
tendían a tener tanto acceso como los hombres. Por ello, en
algunos juicios la acusada parece admitir que sí usó la hechi­
cería, presumiblemente porque esta aceptación le permitía
sentir algún poder sobre su vida; sin embargo, en otros jui­
cios la acusada negó haber hecho uso de la hechicería para
¡salvar el cuello!
En otro juicio que involucró a Elizabeth Francis, el núme­
ro 1579 en Chelmsford, puede hacerse la misma interpreta­
ción, si bien las circunstancias fueron un tanto distintas. Al
igual que la anterior, se trata de una historia dg deseos no
satisfechos y de compensación obtenida mediante hechice­
ría: Elizabeth Francis quería levadura de una de sus vecinas,
la "esposa de Poole", quien desafortunadamente no le dio
nada. Como consecuencia, Elizabeth trajo un espíritu malig­
no en la forma de un perro blanco para "hacer pagar" a su
vecina, a quien le dio un dolor de cabeza interminable; el cos­
to del servicio que prestó el espíritu fue un pedazo de pan
duro. De nuevo, Elizabeth Francis fue encontrada culpable
de ocasionar lesiones mediante hechicería; además de ser
encerrada, la colgaron en la picota.
Este escenario es común en los juicios: una vecina pide
ayuda a otra, no la obtiene y usando hechicería provoca da­
ños a la persona díscola. También era común que las mujeres
se acusaran entre sí, incriminando a otra mujer durante el
proceso (lo cual, por cierto, hizo Elizabeth Francis al inculpar
a la viuda Lorde y a la madre Osborne de brujas). No resulta
sorprendente que las mujeres delataran a otras, como parte
de una sociedad misógina y supersticiosa, no sólo estarían
dispuestas a creer que las mujeres se inclinaban más que los
hombres a tener contacto con el Diablo, sino que al mismo
tiempo acusarían a otras de hechicería para desviar sospe­
chas sobre ellas mismas.
En algunos materiales, parece ser que en ocasiones las
mujeres "confesaban" que habían usado hechicería como re­
sultado de las presiones o promesas de llegar a un "acuerdo"
con el juez o con la parte acusadora, o bien por hostigamien­
to. Ursula Kempe, juicio 1582 en Essex, es uno de esos casos.
Mientras estaba encerrada en prisión, recibió presión de par­
te del juez para que confesara varios crímenes en los que se
involucraba la hechicería, entre éstos estaba el de asesinato.
El juez prometió indulgencia si ella confesaba, promesa que
él nunca cumplió. Colgaron a Ursula Kempe después de que
por fin confesó. Matthew Hopkins, también conocido como
el "caza brujas", fue particularmente dado a usar la tortura
para obtener la "evidencia" contra la acusada, y como resul­
tado, por lo menos en parte, consiguió que murieran una can­
tidad terrible de mujeres acusadas de crimen por hechicería,
cerca de 200 mujeres en un periodo de tres años. Hopkins
(que desató su cacería en el año de 1640) sujetó a las acusadas
a periodos prolongados sin dormir hasta que veían a sus fa ­
miliar o diablillos y, esta "evidencia" era central en los subsi­
guientes juicios.

La brujo-manía como control social de las mujeres


A lo largo de este trabajo he venido sosteniendo que el fenó­
meno de la brujo-manía implicó el control social de las muje­
res en el contexto de las sociedades basadas en la supremacía
masculina, tanto ideológica como religiosa, en la cual la sexua­
lidad femenina estaba ideológicamente construida como ac­
tiva e insaciable. Ahora quiero mostrar cómo la brujo-manía,
en tanto instancia de violencia contra las mujeres, servía como
una forma de control social a las mujeres en el interés de los
hombres.
En el análisis que aquí hacemos de la brujo-manía es una
forma de violencia contra las mujeres, experimentada por ellas
en los siglos XVI y XVII (también véase Bashar, 1983). Por su­
puesto que la brujo-manía no es totalmente similar a la vio­
lencia que hoy en día experimentan las mujeres. Es de esperar
que suceda así, dado que la brujo-manía ocurrió en un con­
texto socio-histórico particular distinto al de la sociedad ac­
tual. Lo que es importante es que el marco general de la
revisión sigue vigente; haré una breve descripción antes de
analizar el fenómeno de la brujo-manía.
El marco que utilizo tiene que ver con el mantenimiento
y la perpetuación del poder sobre las mujeres y con la com­
prensión de la longevidad de la supremacía masculina. Por
"supremacía masculina" quiero decir sistemas en los cuales
los hombres se encuentran en una posición general de domi­
nio en relación con las mujeres y donde estas condiciones de
dominación descansan en nociones naturales, si bien ideoló­
gicas, de la superioridad masculina, sea como se la quiera
definir. Al partir de la experiencia actual de las mujeres que
viven en una sociedad masculino-supremacista y al apoyar­
me en la investigación histórica, surgen dos áreas de particu­
lar interés con respecto al mantenimiento del poder masculino
sobre las mujeres: sexualidad y violencia contra las mujeres.
Más aún, estos dos temas están íntimamente relacionados
(véase Jeffreys, 1983,1985; Jackson, 1984,1987; Hester, 1988,
1992).
Entonces, en el centro mismo del análisis feminista aquí
utilizado hay que enfocarse en lo "personal" como "políti­
co", de manera particular en el área de la sexualidad, la cual
se ve como un constructo social más que un hecho biológico
dado. La sexualidad es vista como un aspecto fundamental
de la construcción de lo masculino y lo femenino que define
comportamientos distintos para mujeres y para hombres; los
constructos de masculinidad y feminidad pueden variar
dependiendo de un contexto sociohistórico particular. Enton­
ces en las sociedades con supremacía masculina las sexuali­
dades masculina y femenina tienden a construirse de tal
manera que se mantiene la supremacía masculina.
El resultado es un sistema de supremacía masculina don­
de la sexualidad y las "relaciones personales" son áreas ex­
tremadamente cruciales para manifestar y m antener el
dominio masculino, y donde estas relaciones desiguales de
poder entre los hombres y las mujeres se institucionalizan en
distintas formas, y al mismo tiempo, por lo general, se refle­
jan en relaciones sociales. En particular, la institución de la
heterosexualidad es un eje del dominio y del control mascu­
lino sobre las mujeres, ya que en las relaciones heterosexuales
los hombres pueden "ejercer el poder" con mayor efecto so­
bre las mujeres (Jeffreys, 1983, 1985; Jackson, 1984, 1987;
Hester, 1992; Wise y Stanley, 1987). En las relaciones formali­
zadas del matrimonio y la familia, los hombres también pue­
den beneficiarse materialmente, como ha sido señalado por
varias autoras (Pahl, 1980; Delphy, 1984).
La violencia contra las mujeres practicada por los hom­
bres (y la amenaza de dicha violencia) descansa y refuerza
el constructo social previamente definido (Edwards, 1987).
En años recientes las feministas han argumentado que la
violencia masculina contra las mujeres es, en cualquiera de
sus formas —desde hostigamiento, violación, maltrato con
golpes —, un mecanismo crucial mediante el cual los hom­
bres mantienen su dominio y control sobre ellas (Hanmer y
Maynar, 1987).
La construcción de la sexualidad femenina que discuti­
mos con anterioridad implica convertirla en objeto. En el con­
texto contemporáneo este proceso reduce a las mujeres a
objetos heterosexuales pasivos que se ajustan a las "necesi­
dades" masculinas, aunque al mismo tiempo esta objetivación
también representa atractivo sexual y amenaza potencial, que
la reafirmación del control masculino requiere. Las mujeres
quedan implicadas en el proceso de su propia opresión. Por
ejemplo, el caso de Peter Sutcliffe, el llamado Destripador de
Yorkshire, muestra como un constructo como el descrito lle­
va a que las mujeres sean vistas como culpables de su propia
muerte o la de otras a manos de los hombres, mientras que al
agresor masculino se le coloca en una situación de menor res­
ponsabilidad (Stanley, 1985). El dominio y el control mascu­
lino se afirman, entonces, con algunos hombres ejerciendo
violencia sobre algunas mujeres (Nelly, 1987), mientras que
todas las mujeres al mismo tiempo viven con la amenaza de
violencia potencialmente proveniente de cualquier hombre
(LRCC, 1984).
No obstante que la perspectiva descrita podría dar la im­
presión de que las mujeres tienden a ser víctimas pasivas en
el contexto de la supremacía masculina, éste no es el caso.
Las estructuras y las instituciones sociales e ideológicas de la
supremacía masculina actúan para constreñir a las mujeres.
Sin embargo, ellas no son pasivas, por el contrario, muchas
mujeres resisten o luchan contra su opresión y sus opresores
utilizando diversas estrategias (Wise y Stanley, 1987). En efec­
to, puede sostenerse que sin esa actividad por parte de las
mujeres los complejos mecanismos de control masculino so­
bre ellas resultarían superfluos.
Ahora mostraré cómo esta perspectiva aporta un análisis
comprensivo y específicamente histórico de la brujo-manía
en los siglos XVI y XVII en Inglaterra.
La brujo-manía constituye violencia contra las mujeres en
el sentido de que la gran mayoría de los acusados fueron
mujeres. A diferencia de la violación, en la que un hombre o
un grupo de hombres violan a una mujer, la objetivación de
la violencia masculina en la brujo-manía es más compleja: el
aparato legal, un ingrediente esencial en la manía, estaba to­
talmente ocupado por hombres de las clases altas. Individuos
que hicieron de la caza de brujas su empresa, como en el caso
de Matthew Hopkins. No obstante, lo más importante fue el
contexto de la brujo-manía: ocurrió durante un periodo en el
que se creía que las mujeres eran inferiores y pecaminosas, y
cuando las estructuras sociales reflejaron la supuesta inferio­
ridad de la mujeres se les mantuvo fuera de las áreas impor­
tantes del poder societal (por ejemplo, de las jerarquías
eclesiales y del Estado). Sin este contexto sería muy difícil
entender que tal proporción abrumadora de mujeres haya sido
culpada por los problemas de las poblaciones. Entonces, en
un nivel más general la brujo-manía fue violencia contra las
mujeres en un contexto de relaciones sociales masculino-do­
minantes, más que violencia cometida por hombres indivi­
duales en contra de las mujeres.
Como ya se señaló, la definición de bruja descansa en un
constructo sexualizado del comportamiento femenino, según
el cual la sexualidad femenina quedó definida como distinta
y desviada de la de los hombres y como amenaza potencial.
Esto se refleja en muchos de los casos mencionados en los
panfletos sobre los juicios de Essex donde, por ejemplo, a las
mujeres se les describe en términos de "desviadas" sexuales,
como siendo "depravadas", teniendo hijos ilegítimos y, en
un caso, al parecer por ser lesbiana (Hester, 1988,1992). Como
resultado de la construcción del comportamiento femenino
como desviado, acusar de brujería a las mujeres parecía razo­
nable y necesario, así como mandarlas a prisión y al patíbulo.
Así, lo que podríamos denominar feminicidio era visto como
una necesidad para garantizar el orden social: el orden social
masculino. Además, dado que ser débil y pecaminosa era
parte y parcela de la naturaleza femenina, las mujeres se cul­
parían a sí mismas por usar la hechicería, de manera seme­
jante al mito actual según el cual las mujeres "piden" ser
violadas por, supuestamente, presentarse como sexualmente
atractivas (LRCC, 1984).
La vida de las mujeres estaba demasiado controlada por
la amenaza de ser acusadas de hechicería, como está domina­
da la vida de las mujeres actuales por la amenaza de violen­
cia (Hanmer y Saunders, 1984). En las sociedades de los siglos
XVI y XVII cualquier conversación, solicitud de ayuda o movi­
miento entre los pobladores podría construirse en evidencia
de brujería, hicieran cosas buenas o cosas malas, dejaban abier­
ta la posibilidad de que una mujer fuese acusada de hechice­
ría. A toda mujer que conociera a una bruja o que se la
relacionara con una, seguramente se le etiquetaba de bruja.
En pocas palabras, era muy fácil ser acusada de hechicería, una
imputación que podría significar la muerte. El hecho de que
muchas mujeres se incriminaran entre sí, es una señal de la
presión que sentían para tratar de evitar ser acusadas de he­
chicería o de un intento por reducir sus propias sentencias.
En este sentido el marco para analizar la actual violencia
contra las mujeres que describimos con anterioridad puede
ayudarnos a entender mucho del fenómeno de la brujo-ma­
nía. Dentro de este marco puede sostenerse que cualquier mujer
puede ser el blanco de la violencia masculina. Hoy es posible
que algunas mujeres se encuentren en una situación de ma­
yor vulnerabilidad, incluso si se percibe que otras están en
una situación de am enaza m ás directa. Com o Susan
Brownmiller (1976) escribió sobre Albert De Salvo, el Estran-
gulador de Boston, "él inició deliberadamente su carrera de
asesino 'echándose' mujeres ancianas que ciertamente pre­
sentarían menos resistencia física y, después, habiendo gana­
do confianza comenzó a medir su fuerza contra mujeres
jóvenes" (Ibidem: 205). De manera similar en la época de la
brujo-manía, quizá era más fácil acusar a quienes estaban en
una situación de mayor vulnerabilidad, como las mujeres
ancianas, viudas y pobres; si bien, por sí misma la manía es­
taba basada en una ideología religiosa e inherente a la supre­
macía masculina que vio a las mujeres en general como una
amenaza y por tanto con la necesidad de control.

Conclusión
La brujo-manía no es un evento único que puede archivarse
bajo la categoría de "pasado histórico e irrepetible". Más bien,
la brujo-manía fue un evento particular de un periodo histó­
rico específico muy significativo, fue producto de una socie­
dad con prevalencia de creencias supersticiosas sobre el mal
y lo mágico; sin embargo, también fue una respuesta a un
viejo problema, una parte del proceso dinámico en el cual los
hombres, en tanto que grupo, intentan a toda costa mantener
el dominio sobre las mujeres, mismas que han sido extraña­
mente complacientes. Para entender la brujo-manía es nece­
sario observar su contexto histórico particular y situarlo en el
permanente y amplio mecanismo de control social.
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Lesbicidio legal
Ruthann Robson

E l asesinato legal de mujeres a causa de su lesbianismo tie­


ne una larga, aunque no conocida, historia en el patriarcado
anglo-europeo1. No obstante que es muy popular afirmar que
el lesbianismo (como opuesto a la homosexualidad masculi­
na) ha sido tradicional y legalmente irrelevante, o que no es
un concepto inteligible históricamente previo al "surgimien­
to de los sexólogos" del siglo X IX , mi trabajo me ha conduci-
Sto a encontrar evidencia de una tradición de lesbicidio legal,
(lu ch os sistemas legales han autorizado la muerte como un
castigo apropiado para la sexualidad lésbica.
Los indicios históricos del lesbicidio legal son quijotescos,
abstractos y accidentales. En la civilización romana si una
mujer casada era sorprendida en cualquier actividad sexual
lésbica (incluso caricias mutuas), y que no hubiese produci­
do el número requerido de hijos, podía ser acusada de adul­

1 Este artículo se limita a la historia legal europea y angloamericana, debido


a la naturaleza limitada de mis habilidades para la investigación histórica, Me
formé como fiscal, no como historiadora. Además, el propósito de revisar la
ley en la que este artículo se basa fue confrontar la declaración con frecuencia
repetida en la literatura legal estadounidense de que el "lesbianismo nunca ha
sido castigado".
terio. En caso de ser condenada, su esposo podía matarla apli­
cando la "pena justa por su crimen" (Ide, 1985: 49). No obs­
tante, "la población romana excusaba al lesbianismo por ser
resultado de la embriaguez: las mujeres de quienes se sospe­
chaban 'tendencias lésbicas' tenían prohibido ingresar en la
cava familiar, y una mujer descubierta en la cava podía ser
forzada a morir por inanición, aún no habiéndosela encon­
trado en una situación comprometida con otra mujer" (Ide,
1985: 50). Hay evidencia de un "baño de sangre general" en
el que miles de mujeres fueron sentenciadas a muerte por
participar en ritos "bacanales", se las entregó a sus parientes
hombres para que murieran en privado (Ide, 1985: 50-52).
Martial, un poeta con mucha influencia, sostuvo que las
lesbianas romanas deberían de perder sus propiedades e in­
cluso la vida.
Al igual que la antigua Roma, el cristianismo romano y la
Europa medieval continuaron penalizando la sexualidad
lésbica, generalmente basándose en la Carta de Pablo a los
Romanos en la que menciona la preocupación sobre las mu­
jeres que cambian lo "natural en lo innatural" (1:26). En el
Sacro Imperio Romano en la época del emperador Carlos V
(1519-1556) la constitución estableció, de manera explícita, que
la impureza de "una mujer con otra mujer" merecía la sen­
tencia de muerte por cremación (Faderman, 1981: 49). Las le­
yes seculares también ordenaron la muerte como pena para
el lesbianismo. El famoso Código de Orleans de 1260, en Fran­
cia, secularizó la prohibición del lesbianismo, ordenando que
por los dos primeros crímenes una mujer podría "perder su
miembro" y por el tercer delito podría ser quemada (Bailey,
1955: 142; Crompton, 1981: 13). Un poblado pequeño cerca
de Venecia, Italia, adoptó un estatuto en 1574 en el que se
prohibieron las relaciones sexuales de "una mujer con otra
mujer si son mayores de 12 años de edad", ordenando como
castigo que "se le atará desnuda en un poste en la calle de
Locusts, donde habrá de permanecer todo el día y toda la
noche bajo custodia responsable y al día siguiente morirá
quemada fuera de la ciudad" (Crompton, 1981:16).
Quemarlas vivas también fue el castigo preferido para el
lesbianismo en España. Una glosa de mediados del siglo XVI
sobre la legislación básica del país expresada en el código de
1256 lo hace explícito (Compton, 1981: 14). No obstante los
juristas hispanos e italianos pusieron atención en castigos
específicos dependiendo de la naturaleza de la actividad
lésbica (Faderman, 1981: 36,419 n. 14). Por ejemplo, el jurista
hispano Antonio Gómez "siente que quemar debe ser man­
datario sólo en los casos en que una mujer tenga una relación
con otra mujer por medio de cualquier instrumento material"
(Faderman, 1981:36,419 n.14; Crompton: 17; Brown: 165-166
n.5). Si una "m ujer tiene relaciones con otra mujer sin instru­
mentos de por medio" entonces el castigo es variable: podría
ser, por ejemplo, golpeada como mujer delincuente en Gra­
nada (Crompton: 19). De forma similar en Italia, el jurista
Farinaccius decretó que si una mujer se comporta "com o un
hombre con otra mujer estará en peligro de pena por sodo­
mía y muerte" (Brown, 1986:14). Sin embargo, si una mujer
sólo hace insinuaciones, tiene que ser denunciada en públi­
co; si se "comporta corruptamente con una mujer sólo será
restregada", será "castigada". Si "introduce un instrumento
de madera o de vidrio en la panza de otra" será condenada a
muerte (Brown, 1986:14).
Además de los textos legales que ordenan los castigos por
lesbianismo, hay referencias en la historia europea en rela­
ción con ejecuciones y otro tipo de castigos a mujeres por
mostrar comportamientos sexuales lésbicos o por travestismo.
En España se quemó a dos monjas por usar "instrumentos
materiales" (Crompton, 1981:17). En Francia una mujer fue
quemada en 1536 por "oponerse a la acción del esposo"
(Crompton, 1981:17; Federman, 1981:51). Hasta el Parlamento
de Toulouse llegó un caso de lesbianismo en 1553 y otro en
1555 (Brown, 1986: 6,165 n.5) y dos mujeres más estuvieron
sujetas ajuicio y tortura, aunque al final fueron absueltas por
no haber encontrado suficiente evidencia (Crompton, 1981:
17). En Alemania se ejecutó a una niña por ahogamiento en
Speier en 1477, por causa de "amor lésbico" (Crompton, 1981:
17). En Italia, en 1580 una mujer fue colgada por involucrarse
en "una aventura amorosa lésbica" (Brown, 1986: 165 n.5).
Todas estas referencias se conservan por puro accidente, por
ejemplo, este último caso de la mujer italiana quedó registra­
do en el diario de Montaigne (Crompton, 1981:18). Así, los
casos descubiertos de lesbicidio no reflejan con toda seguri­
dad el verdadero número de asesinatos sancionados legal­
mente en contra de mujeres a causa de actos lésbicos.
El juicio de Catharina Margaretha Linck y Catharina
Margaretha Muhlhahn en 1721 quedó registrado en una
trascripción rara de acusación criminal por lesbianismo
(Ericksson, 1981). La trascripción hace una descripción tam­
bién extraña de dos mujeres de clase trabajadora que trataron
de llevar una vida lésbica en una época del todo desfavora­
ble. Es interesante que el procedimiento judicial centrara
obsesivamente su atención en la naturaleza exacta de los ac­
tos sexuales entre las dos mujeres, ya que "sólo resulta justo
determinar la pena de acuerdo con la seriedad del crimen"
(Ericsson, 1981:39). Que Catharina Linck sería asesinada nun­
ca se puso en duda; el tema sobre el que los jueces delibera­
ron fue si el castigo debía ser colgarla y después quemar su
cuerpo o condenarla a muerte por espada o quemarla viva.
Cualquier discusión sobre lesbicidio estaría incompleta
sin hacer referencia a la "brujo-manía", que independiente­
mente de su caracterización como "manía" más bien, con fre­
cuencia, fue feminicidio legalizado. Las autoridades y la
opinión popular vinculaban hechicería, herejía y homosexua­
lidad. Un tratado anónimo que circuló en 1460 durante el jui­
cio de mujeres acusadas de ser brujas en Francia, documenta
a este respecto: "A veces, en efecto, se comenten ultrajes in­
descriptibles en el intercambio de mujeres, por orden del dia­
blo que preside, al pasar de una mujer a otras mujeres y de
un hombre a otros hombres, un abuso contra la naturaleza de
las mujeres por ambas partes y similarmente con la naturale­
za de los hombres, o por una mujer por un hombre fuera del
orificio normal y en otro orificio" (Evans, 1978: 76; Robbins,
1959: 468). Los recuentos de historias de brujas rebosan con
reseñas de orgías en las que se incluyen menciones de homo­
sexualidad y bisexualidad, y la frasefem ina cumfeminus (mu­
jer con mujer) al parecer era una acusación generalizada en
los juicios contra brujas (Russell, 1972: 94-95, 239).
Uno de los juicios más famosos fue el de Juana de Arco,
acusada de herejía y hechicería. A los 16 años Juana de Arco
rechazó casarse, a pesar de los deseos de su padre. Su prome­
tido la demandó por incumplimiento de contrato con base en
la promesa del padre. Ella se defendió de esta acusación y
ganó (Russell, 1972:86). Durante su exitosa carrera como sol­
dado, Juana de Arco vistió indumentarias masculinas, inclui­
da la armadura que le ayudó a protegerse. Después de su
captura, la Inquisición se centró en sus atuendos como una
prueba de criminalidad. Los jueces también la interrogaron
con respecto a sus relaciones con otras mujeres, incluidas las
mujeres con las cuales vivió después de que dejara a sus pa­
dres y otra mujer con la que admitió haber dormido por dos
noches (Evans, 1978: 6). Ya sea que Juana de Arco haya parti­
cipado en relaciones lésbicas o no2, su rechazo a sucumbir a
la heterosexualidad resultó en su muerte atada y quemada
en una estaca.
Contemporáneos a la subyugación que la Inquisición hizo
con medios legales contra la brujería, los conquistadores y
otros colonizadores en los territorios del Nuevo Mundo sofo­
caron la sexualidad lésbica que encontraron en muchos de
los pueblos naturales de dichos territorios. Por supuesto que
los pueblos indígenas del nuevo continente no eran
monolíticos en cultura ni en costumbres. Paula Gunn Alien,
indígena estadounidense (1981) describe las tradiciones
koskalaka de la cultura Lakota, según la cual las mujeres que
no querían casarse eran seguidoras de wiya numpa o "mujer-
doble" quien puede relacionar a dos mujeres juntas (82)3. Sin
embargo, había leyes entre los aztecas y pueblos precolombi­
nos que ordenaban la pena de muerte por lesbianismo (Katz,
1976: 283). La académica lesbiana Judy Grahn (1984) hace

2 En lugar de abocarme a un análisis de la verdadera "razón" por la cual


Juana de Arco fue ejecutada, creo que es importante hacer un vínculo entre la
sexualidad lésbica, el travestismo y el paganismo, todos ellos elementos que
amenazan la autoridad de los hombres. Arthur Evans (1978) explícitamente
hace notar la relación que Juana de Arco tenía con mujeres como parte de los
cargos que se le hicieron (6) y también establece una relación muy importante
entre travestismo y paganismo: "Por una cosa es importante el hincapié en el
travestismo de Juana de Arco que se hizo durante su juicio, ya que éste jugó
un papel fundamental en la religión de Europa antes del cristianismo. El
historiador Pennethorne Hughes (1965) lo pone de esta manera: 'El uso de
ropas apropiadas al sexo opuesto siempre fue uno de los ritos de la hechicería,
como lo ha sido de los pueblos primitivos [s/c] durante sus festividades
dedicadas a la fertilidad a través de la historia del mundo'" (11).
3 También véase a Katz (1976), 293-298; 302-303; 304-311; 317-318;
320, 321-325 y 327; Grahn, (1984), 49-72.
notar que "la gente gay indígena generalmente fue la prime­
ra en ser asesinada y que incluso cuando las tribus fueron
toleradas por la gente blanca, las personas gay fueron causa
de burla y persecución hasta el punto en que tuvieron que
cambiar su comportamiento para seguridad de sus pueblos"
(56). Los. misioneros preguntaban sobre las prácticas lésbicas
mientras confesaban a la gente (Katz, 1976:183, 286-287). En
la medida en la que el Nuevo Mundo fue colonizado, los po­
deres europeos extendieron sus leyes prohibiendo el lesbia­
nismo. Por ejemplo, los portugueses extendieron su pena de
muerte al Brasil en 1521 y ampliaron la lista de crímenes que
merecían la pena capital, para incluir los actos de lesbianis­
mo en 1602 (Greenburg, 1988:304).
Al igual que los misioneros católicos, los protestantes tam­
bién buscaron suprimir los actos sexuales lésbicos en sus ju­
risdicciones. En 1636 el reverendo John Cotton preparó, a
petición de la Corte General de Massachussets, la legislación
para la colonia en la Bahía de Massachussets. Cotton incluyó
al lesbianismo —"mujer con mujer" — en su definición del
crimen capital de sodomía; sin embargo, dicha legislación no
fue adoptada (Katz, 1976:20). Poco después el gobernador de
la colonia de la Bahía de Massachussets escribió á los teólo­
gos de Plymouth solicitando su opinión con respecto a qué
"actos de sodomía" habría que purgar con la pena de muerte.
Por lo menos un teólogo, el reverendo Charles Chauncy, que
posteriormente se convertiría en presidente de la Universi­
dad de Harvard, incluyó el "mujer con mujer" como un cri­
men capital (Katz, 1976: 20-21; Oaks, 1981: 81). Sin embargo,
los castigos de los que se tiene registro para los actos sexuales
lésbicos en Massachussets de esa época, no fueron capitales.
En la actualidad, los incidentes de lesbicidio legal podrían
estar disimulados por el compromiso del sistema legal a ca­
llar sobre el lesbianismo. A pesar de los estatutos y juicios
hay un rechazo, atrincherado desde hace mucho tiempo, a
reconocer el lesbianismo. Por ejemplo en el siglo XV el rector
Jean Gerson se apoyó en Santo Tomás de Aquino para con­
cluir que el lesbianismo era un crimen contra la naturaleza y
lo describió como un pecado en el cual "mujeres se tienen
unas a otras con medios detestables y horribles que no deben
ser escritos ni nombrados" (Brown, 1986: 7 y 19). Este silen­
cio también fue practicado por las autoridades seculares.
Germain Colladon, un jurista famoso del siglo XVI, aconsejó
a las autoridades de Genevan —que no tenían experiencia
previa en crímenes lésbicos — que hicieran lectura pública de
la sentencia de muerte, pero que había que omitir la descrip­
ción específica del crimen: "U n crimen tan horrible y contra
la naturaleza es tan detestable y por el horror que implica, no
puede ser nombrado" (Monter, 1981: 41). Entonces cuando
ahogaba a una lesbiana debido a su crimen, en 1568, Colladon
declaró: " [ ...] no es n ecesario h acer una d escrip ció n
pormenorizada de las circunstancias de un caso como éste,
es suficiente decir que fue por el detestable crimen de forni­
cación antinatural" (Monter, 1981: 48). Dado tal silencio ofi­
cial, es muy probable que más mujeres hayan sido castigadas
por cometer actos sexuales lésbicos, pero sus crímenes no fue­
ron nombrados o se les dio otro nombre en los archivos ofi­
ciales.
Un debate estatutario moderno reproduce este compro­
miso con el silencio. Una enmienda de 1921 a una ley británi­
ca buscó penalizar cualquier acto "de indecencia mayor entre
personas de sexo femenino". Como Sheila Jeffrey explica, la
enmienda no pudo pasar debido a una acción deliberada para
ignorar al lesbianismo. Citando el debate entre integrantes
del Parlamento, Jeffrey sostiene que la opción de ignorar al
lesbianismo fue deliberadamente seleccionada como el me­
jor método para erradicar "pervertidas". Los integrantes del
parlamento argumentaron que la pena de muerte las "saca­
ría" y que podrían "deshacerse de ellas" si las encasillaban
señalándolas de lunáticas, pero que ignorarlas sería lo mejor
"porque estos casos se auto-exterminan". Los integrantes del
parlamento reconocieron explícitamente el peligro del lesbia­
nismo. Creían que éste había sido la causa del fin de la civili­
zación griega y de la "caída" del Imperio Romano; temían
que el lesbianismo hubiera sido el motivo del ocaso de "nues­
tra raza" y la falta de mujeres disponibles para los hombres
("cualquier mujer que se involucre en este vicio no querrá
nada que ver con el otro sexo") (Jeffrey, 1985:114). La deci­
sión de los legisladores fue que el peligro de hacer mención a
las relaciones sexuales lésbicas sobrepasaba por mucho al de
no criminalizarlas.
El lesbicidio legal ha incluido al asesinato —por ahoga-
miento, por cremación en la pira, por inanición y por ahorca­
miento— de mujeres de carne y hueso. Tales crímenes han
sido cometidos por los poderes secular y religioso. Estas ins­
tituciones siguen respaldando otro tipo de lesbicidio legal: el
asesinato de la elección lésbica para las mujeres. Así, aunque
en la actualidad el lesbianismo no es un crimen capital, mu­
chos gobiernos criminalizan la sexualidad lésbica que, al mis­
mo tiempo, es condenada por la mayor parte de las religiones.
Incluso, sin el respaldo de los poderes de la Iglesia o del Esta­
do, el lesbicidio persiste como un acto "privado" en mucho
semejante al derecho que el esposo tenía de privar de alimen­
tos a la esposa hasta ocasionarle la muerte por inanición; prác­
tica "p riv ad a" perm itida en la legislación del Imperio
Romano. Al investigar casos legales modernos de violencia
contra mujeres lesbianas, descubrí una cantidad increíble de
referencias en las que la violencia de los hombres contra las
mujeres incluye acusaciones verbales de lesbianismo. Dado
que buscaba asesinatos de "verdaderas" lesbianas, al inicio
desconté esos casos en los que las opiniones judiciales asu­
mieron que las víctimas eran heterosexuales. Pero, quizás ésa
es la esencia del lesbicidio: el asesinato de la posibilidad
lésbica en carne y en espíritu.

Referencias
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Ericksson, B. (Traducción al inglés). "A Lesbian Execution in Ger-
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Robbins, R. Encyclopedia o f Witchcraft and Demonology, Crown,
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Russell J.B. Witchcraft in the Middle Ages, Cornell University Press,
Nueva York, 1972.
Esposa torturada en Inglaterra
Francés Power Cobbe

JFranees Power escribió este artículo como parte de la exitosa cam­


paña a favor de la Matrimonial Causes Act (Ley de causas matri­
moniales) de 1878, que permitía que las esposas víctimas de maltrato
físico de parte de sus esposos pudiesen obtener órdenes de separa­
ción para mantenerlos apartados. Las leyes de Inglaterra y la inter­
pretación que de ellas hacían los tribunales alentaban el castigo físico
de las esposas en la medida en que sus esposos eran responsables de
las acciones de sus esposas. En la ley consuetudinaria un hombre
tenía el derecho “a corregir moderadamente a su esposa [...] con
castigo doméstico", al igual que podía hacerlo con los hijos y los apren­
dices. Asimismo, la ley consuetudinaria reconocía su derecho a res­
tringir físicamente a su esposa "para evitar que se integrara a la
sociedad que él no aprobara o si desobedecía su correcta autoridad".

El ataque que sufre una esposa de parte de su esposo parece


estar rodeado por una especie de halo de jocosidad que invi­
ta a que la gente .se ría cada vez que escucha de un caso (que
casi puede terminar en asesinato) y que la mención de las
causas no lleven a otra cosa sino a la hilaridad durante una
fiesta. Esta jocosidad oculta, vinculada con los golpes que
recibe una esposa, ciertamente forma la parte más curiosa del
asunto. En efecto, a la luz del estado de cosas que dejan ver
nuestras estadísticas no deja de haber algo de ominoso en el
hecho de que el "golpe" sea el drama nacional callejero de los
dos últimos siglos. [En el que] e s... notable que mucho del re­
gocijo se concentre en los porrazos que, por ejemplo, recibiera
la pobre Judy y el hecho de que el bebé saliera volando por la
ventana. Probablemente el sentido de que los hombres reciban
una buena cantidad de simpatía tácita de parte de otros hom­
bres tiene algo que ver con alentar a los golpeadores de muje­
res, igual que sucede con la noción fatal de la bebida entre
compadres que no produce otra cosa que miles de briagos.
El desprecio generalizado a la mujer sexual ya es suficien­
temente malo, pero en el asunto que estamos considerando
el desprecio especial que se tiene a las esposas es el responsa­
ble directo del ultraje que soportan. La noción de que la espo­
sa de un hombre es su PROPIEDAD [...] es la raíz fatal de
incalculable mal y miseria. Cada hombre bruto, cabeza hueca
y otros tantos que en otras relaciones de la vida no son bru­
tos, comparten más o menos la noción de que su esposa es de
hecho sú cosa y están listos a vociferar con indignación (como
lo leemos una y otra vez en los reportes de la policía) a cual­
quiera que interfiera en el trato que da a su esposa: "¿No pue­
do hacer lo que quiero con mi propia esposa?". Incluso en
algunas ocasiones se dice del pobre hombre que no posee nada
sino su esposa, lo que en consecuencia provoca ¡que parezca
doblemente difícil entrometerse en el ejercicio de su poder en
esa esfera tan reducida!
[N]o sólo un crimen contra una esposa es condenado como
una culpa inferior sino que cualquier crimen de la esposa con­
tra el esposo se toma como una especie de Petty Treason [...]
En efecto, es culpable de "fastidiar", de criticar con severi­
dad, de ser una mujer descuidada o de haberse intoxicado;
siempre se la desestima y no se le favorece en nada, e incluso
la persona más humanitaria hablará de su crimen como cons­
tituyendo si no una causa para su muerte sí su explicación.
Ella es, en pocas palabras, responsable de pecado capital sin
necesidad de juez o jurado por una trasgresión que en el caso
de un hombre nunca será penalizada o bien será causa de
una multa expedita de cinco chelines.
[Nota de las editoras: El texto anterior lo redactó una mujer
intelectualmente capaz; el texto a continuación proviene del ar­
tículo original de Cobbe aparecido en Contemporary Review].
No, en su caso hay incluso un apresuramiento a perdo­
nar la omisión de las formas ordinarias de aplicación de la
ley, considerándolas una carga innecesaria. En ningún caso,
salvo en el de la esposa golpeada, se excusa a un hombre por
tomar la ley en sus manos. Estamos acostumbrados a aceptar
como principio que el "linchamiento" no puede estar autori­
zado en un país civilizado, y que la primera lección de orden
ciudadano es que ningún hombre puede ser juez, parte y eje­
cutor en su propio caso. Sin embargo, cuando se trata del cri­
men de una esposa, esta saludable regla se pasa por alto y los
hombres que bajo otras circunstancias serían justos, se refie­
ren condescendientemente a la circumstance atenuante [circuns­
tancia atenuada] de la embriagues de la esposa o por ser mal
hablada, como si eso no sólo constituyera una excusa para
insultarla, sino hacerlo de forma apropiada para que cuadre
y al mismo tiempo rompa la paz de la Reina y los huesos de
la mujer.
Con respecto a la extensión del mal es difícil llegar a un
cálculo justo. Pero hablando sólo de los casos que llegan ante
los tribunales, probablemente apenas un tercio del total, los
elementos para formarse una opinión son los siguientes:
En las Estadísticas Judiciales de Inglaterra y el país de Gales
publicadas en 1877, correspondientes al año de 1876, encon­
tramos que los Ataques Agravados Contra Mujeres y Niños,
del tipo que, desde 1853, han sido presentados bajo Jurisdic­
ción Sumaria, fueron reportados:

En 1876 2,737
En 1875 3,106
En 1874 2,841 .

¿Cuántos de estos ataques los realizaron esposos contra


sus esposas?, no hay manera de distinguirlos, pero juzgando
por otras fuentes imagino que pueden constituir cuatro quin­
tas partes del total.
Entre los peores casos, cuando las personas acusadas fue­
ron llevadas a juicio o llamadas a comparecer en Assize o
Sessions (en calidad de Procedimiento Judicial), la clasifica­
ción adoptada en el Parliamentary Return no permitía identi­
ficar los casos que sólo concernían a mujeres. Algunos cálculos
burdos sobre la materia podrían formarse a partir de la pre­
ponderancia de criminales hombres en toda clase de críme­
nes violentos. De 67 personas acusadas de asesinato en 1876,
35 fueron hombres; de 157 acusados de disparar, apuñalar,
etcétera, 146 fueron hombres; de 232 acusados de homicidio
no premeditado, 185 fueron hombres, y de 1,020 acusados de
ataque ocasionando daños en el cuerpo, 857 fueron hombres.
En resumen, de 1,517 personas acusadas de crímenes con
crueldad y violencia más de cinco sextas partes fueron hom­
bres y sólo 235 mujeres. Por supuesto las ofensas de los hom­
bres incluyeron una variedad de crímenes además de golpes
y torturas a las esposas.
Los detalles de los crímenes por los cuales 22 hombres fue­
ron condenados a pena capital en 1876 son importantes para
este encabezado (Estadísticas Criminales, p. xxix). De éstos:

Edgard Deacon, zapatero, asesinó a su esposa decapitán­


dola con un hacha pequeña.
John Thomas Green, pintor de brocha gorda, disparó con
una pistola a su esposa.
John Eblethrift, trabajador, asesinó a su esposa a puña­
ladas.
Charles O'Donnell, trabajador, asesinó a su esposa a
golpes.
Henry Webster, trabajador, asesinó a su esposa cortándo­
le la garganta.

Además de ellos, otros cinco hombres asesinaron muje­


res con quienes vivían en relaciones viciosas, y otros tres (in­
cluido el monstruo de William Fish) asesinaron niños. En total,
más de la mitad de los convictos ejecutados ese año fueron
culpables de asesinar a sus esposas, o lo que podríamos de­
nominar como asesinato de cuasi-esposa.
Titulé este trabajo como Esposa-torturada en Inglaterra (Wife
torture in England) porque quiero imprimir en los lectores el
hecho de que el término, ya familiar, "esposa-golpeada" ex­
presa de forma remota una noción de crueldad extrema como
la aplicada por cándidos e ingenuos "vivisectomistas" que
dicen que es como "arañar la cola de un tritón", cuando se
refieren a quemar perros vivos, a diseccionarles los nervios o
cuando torturan 90 gatos en una serie de experimentos.
Esposas-golpeadas es el calentamiento previo a la carrera;
el prefacio de lo que seguirá. A veces, es cierto, hay hombres
con disponibilidad relativamente mediana que se conforman
con ir y golpear a sus esposas, año tras año, a veces ponién­
doles un ojo morado, dejándoles moretones, arrancándoles
algunos mechones de cabellos y escupiéndoles en la cara o
dejando una marca horrible de sus dedos de acero en la carne
blanda del brazo de la mujer [...] pero no van más allá de
estos daños menores hacia algo más arriesgado.
Sin embargo, la penetrante inquietud, el descubrimiento
de lo que me ha llevado a tratar de llamar la atención pública
sobre todo este asunto es éste: con el tiempo y en casos innu­
merables, la esposa -golpeada ha avanzado a la esposa-tortu ra­
da y la e s p o s a -to rtu ra d a gen eralm en te term in a en
esposa-m utilada, esposa-ciega o esposa-asesinada. Un hombre
que ha "aporreado" a su esposa con el puño una docena de
veces se hastía de ese gusto y la próxima vez que se enoja la
patea con el sueco. Después de haberla pateado en algunas
ocasiones parada o sentada, la pateará en el piso golpeándo­
la en el estómago, en los pechos o en la cara. Si no usa suecos
o botines se ayuda con otra arma: un cuchillo, un atizador,
un martillo, una botella de vitriolo o una lámpara encendida
y con ella la golpea o le prende fuego, y después, y después
sólo el sufrimiento de la pobre criatura queda al final.
Especialmente deseo no hacer este trabajo más doloroso
de lo necesario para ayudar. Sin embargo, es indispensable
que algunos especímenes de los torturadores a los que hago
referencia lleguen hasta los ojos del lector. Los tomaré sólo
de los casos reportados durante los últimos tres o cuatro me­
ses, ya que de ir más atrás, un año o dos, con facilidad encon­
traremos casos más "sensacionalistas", como el de Michael
Copeland, quien arrojó a su esposa a una ardiente hoguera,
el de George Ellis que asesinó a su esposa arrojándola por
una ventana, el de Ashton Keefe quien golpeo a su esposa y
lanzó una caja de fósforos encendidos contra el pecho de su
pequeña hija por no apurarse a llevarle su cerveza, y el de
C harles B rad ley quien de acu erd o con el rep o rte del
M anchester Examinen

[...] llegó a casa, y después de cerrar con llave le dijo a su espo­


sa que la mataría. Enseguida le echó encima a un enorme perro
buldog, el cual después de lanzarse a la parte alta del cuerpo
atrapó el brazo derecho de la mujer que levantó para proteger­
se, desgarrándoselo en pedazos. Mientras tanto el prisionero
la golpeaba en la cara, al tiempo que incitaba al animal a ata­
carla. El perro la arrastró de un lado para el otro mientras le
desgarraba los brazos, después el prisionero se dirigió al sofá
para golpear a la mujer y patearle los pechos.

Sin embargo, los casos de los últimos tres o cuatro meses,


de septiembre a finales de enero, son más que suficientes para
establecer todo lo que quiero probar; y en este punto me per­
mito agradecer al a Srta. A. Shore por su búsqueda y por sus
tantas y muy útiles observaciones y notas realizadas, y que
ha tenido la bondad de ponerlas a mi disposición.
No es necesario señalar que durante la lectura hay que
mantener en mente que cuando los reportes de estos casos
aparecen en los periódicos siempre son, sin duda, confiables
o calculados para transmitir las mismas impresiones dadas a
quienes presenciaron el juicio. En algunos de los siguientes
casos, sólo he podido obtener el primer anuncio del crimen,
sin contar con ningún medio para corroborar los subsiguien­
tes procesos en el tribunal. Por el contrario, siempre debe
recordarse que en algunos de estos casos hay posibilidades
de que hayan sido exagerados o magnificados (como resultó
en el del hombre que vertió vinagre de chile en los ojos de su
esposa). Por cada uno de estos horrores publicados, por lo
menos hay tres o cuatro que nunca fueron reportados y en los
cuales la pobre víctima murió en silencio a causa de sus heri­
das cual animal herido, sin siquiera procurar la burla de la
reparación que le ofrecía la ley.
James Mills le rebanó la garganta a su esposa mientras
ésta dormía. Estaba totalmente sobrio en ese momento. En
una ocasión anterior casi le arrancó el pecho izquierdo.
J. Coleman regresó temprano a casa por la mañana y, al
encontrar a su esposa dormida, tomo un tronco pesado y con
él de dio en la cabeza y el brazo dejándole un moretón. En
una ocasión anterior le fracturó las costillas.
John Mills vació} deliberadamente vitriolo y lo arrojó a la
cara de su esposa, porque ella le pidió una parte de su sala­
rio. Antes, él le dijo que la dejaría ciega.
James Lawrence, a quien en muchas ocasiones se le aper­
cibió para que se mantuviera en paz, y cuya esposa lo había
apoyado trabajando por años, le dio con un atizador en la
cara, dejando imágenes de lo más espantosas el día en que
ella apareció en el tribunal.
Frederick Knight saltó sobre la cara de su esposa (esto,
después de haber estado encerrado por un mes) con un par
de botines con estoperoles.
Richard Mountain golpeó a su esposa en la espalda y en
la boca, y la sacó de su cama y del cuarto, esto tan sólo una
hora después de que lo soltaron, pues había estado encerrado.
Alfred Roberts tiró a su esposa al piso, aun cuando tenía
un niño en brazos; se le arrodillo encima y la apeñuscó del
cuello. Ella ya lo había acusado y él había recibido tres
citatorios pero nunca se presentó.
John Harris, un zapatero, en Sheffield, encontró a su es­
posa y a su hijo en cama; la sacó a rastras de la cama y, des­
pués de su fracasado intento de meterla en el horno, le arrancó
la pijama y le dio de vueltas frente a la lumbre semejando un
"pedazo de carne", mientras que su hijo, parado en las esca­
leras, presenciaba y escuchaba los gritos agonizantes de su
madre.
Richard Scully golpeó en la frente de su esposa.
William White, albañil, arrojó una lámpara de parafina
a su esposa y se quedó silenciosamente observando como
las llamas la envolvían. Como consecuencia del hecho ella
murió.
William Hussell, un carnicero, dio una serie de cuchilladas
a su esposa y la mató. En varias ocasiones previas la amena­
zó con hacerlo.
Robert Nelly, maquinista, le arrancó un pedazo- de meji­
lla a su esposa.
William James, operario que fabricaba calderas, apuñaló de
muerte a su esposa, después de lo cual declaró: "siento no haber
matado a las dos" (a su esposa y a la madre de su esposa).
Thomas Richards, herrero, lanzó a su esposa por una es­
calera de 14 escalones cuando ella llegó a suplicarle que le
diera algo de dinero para mantenerse. Thomas estaba vivien­
do con otra mujer, una enfermera del hospital donde había
estado enfermo.
James Frickett, un atrapa ratas. Encontraron a su mujer
agonizante, con las costillas rotas, con cortadas y moretones
en la cara, y con un bastón lleno de sangre a un costado.
Frickett advirtió: "Si me van a colgar por ti, te amo".
James Styles golpeo a su esposa en la cabeza cuando la
encontró en el City Road. Ella lo había apoyado por años ha­
ciendo trabajo de limpieza doméstica y durante todo ese tiem­
po él la golpeó. En una ocasión le dio tan duro que ella perdió
la visión de uno de sus ojos. Era habitual que él se emborra­
chara con el dinero que ella ganaba.
John Harley, compositor, sujeto a juicio por cortar y herir
a su esposa, a quien intento asesinar.
Joseph Moore, trabajador, sometido a juicio por causarle
la muerte a su esposa al golpearla en la cabeza con un instru­
mento de metal.
George Ralph Smith, petrolero, cortó a su esposa, como
señaló el doctor: "en pedacitos", con un hacha, en la parte de
atrás de su salón de belleza. Después del suceso ella murió
pero a él no lo encontraron culpable, ya que no se supo con
certeza si las heridas le causaron la muerte.
Alfred Cummins, sastre, golpeó a su esposa con tal fuer­
za que la dejó ciega de un ojo.
Thomas Paget, lavandero, de un golpe tiró a su esposa en
la calle, después la pateó hasta dejarla inconsciente. Lo hizo
porque ella se rehusó a darle dinero para irse a beber.
Alfred Etherington, zapatero, pateó a su esposa de mane­
ra peligrosa y una semana más tarde la sacó arrastrando de la
cama, le brincó encima, y la golpeó. Dijo que le quitaría la
vida a ella y a todos sus hijos. No daba dinero para el susten­
to de su familia (seis hijos) y la previno para que no siguiera
con la situación que a ella le permitía mantenerlos. Ya lo ha­
bía demandado en seis o siete ocasiones.
Jeremiah Fitzgerald, un trabajador, golpeó a su esposa y
la tiró dándole patadas muy fuertes en la frente. Él ya había
estado convicto en un par de ocasiones. La mujer apareció en
el tribunal con la cabeza toda vendada.
Patrick Flynn, pateó violentamente a su esposa después
de haberla golpeado y tirado, luego pateó a un hombre que
intervino para rescatarla. Ya había pasado seis meses de tra­
bajos forzados por atacar a su esposa.
Enseguida hay un caso registrado a partir de las observa­
ciones personales del empleado de un magistrado:
Atendí la declaración de una mujer agonizante en la vivienda
de un borracho. El esposo estaba presente bajo custodia de la
policía. La desdichada esposa estaba tendida con varias cos­
tillas rotas, el hombro y un brazo rotos, y la cabeza tan gol­
peada que difícilmente se podía reconocer que se trataba de
una mujer. En su última agonía dijo que su esposo la había
golpeado con el poste de madera de la cama. Él dijo balbu­
ceando. "Sí, es verdad, pero estaba borracho o no lo hubiera
hecho".

Y, aquí hay otra que llegó mientras redactaba este escrito:

Ayer en el cuartel de policía de Blackbum, John Chamock fue


enviado a juicio acusado de intento de asesinato. Declaró que
ató la cabeza de su esposa a un armario para luego patearla
con sus suecos con metal, y que deliberadamente le había roto
el brazo (3 de febrero de 1878).

Aquí hay un reporte más (publicado en el M anchester


Courier, del 5 de febrero) que se detiene tanto en los detalles
de los motivos del asesinato de la esposa, del tipo de mujer
que es asesinada, de los hombres que matan, así como de los
sentimientos del jurado en relación con lo que constituye una
"provocación" por parte de una esposa, que tengo que ex­
traer un fragmento:

Homicidio en Dukinfield

Thomas Harlow, 39 años, golpeador, Dukinfield, fue indiciado


por el homicidio de su esposa, Ellen Harlow, de 45 años de
edad, en Dukinfield, el 30 de noviembre de 1877. El magistra-
do lo sentenció a prisión bajo el cargo de asesinato premedita­
do, sin embargo, el gran jurado redujo la sentencia a una co­
rrespondiente a homicidio. El fiscal Marshall y el prisionero,
que no tuvo la defensa de un abogado, declararon en su peti­
ción de reducción de la pena, que no tenía la intención de ma­
tar a su esposa cuando la golpeó.
El prisionero que trabajaba fuera y en Dukinfield, vivía con
su esposa y tres hijos en Waterloo Street, en ese pueblo. En la
mañana del 30 de noviembre la occisa como siempre salió a
pregonar y regresó un poco antes de las 12 del día; se dedicó a
preparar la comida, mientras que el prisionero salió por un
momento. Por la tarde éste se recostó y se durmió por dos o
tres horas. Como a las cinco la hoy occisa, una inquilina de
nombre Margaret Daley y otras, estaban sentadas en la casa
cuando el prisionero entró a pedirle dos peniques. Ella le con­
testó que no tenía los dos peniques y que había tenido sufi­
cientes problemas pregonando todo el día bajo la lluvia y con
hambre. Entonces él comenzó a maltratarla y le pidió algo de
comer; ella le dio papas y tocino. Después de comerse la mayor
parte comenzó otra vez a maltratarla y de nuevo le pidió que le
diera dinero. Al ver Margaret Daley que iba haber problemas
le dio los dos peniques y le dijo que mejor se fuera a tomar una
cerveza. En lugar de salir por la cerveza, él mandó a una de las
pequeñas a comprar un poco de carbón, para luego seguir
maltratando a su esposa. Al poco tiempo se le escucho gritar,
"hoy por la noche va haber una vida menos y yo la voy a arran­
car". Cuando el prisionero entró, las personas que estaban sen­
tadas en la casa salieron dejando solos a Harlow, a su esposa y
a sus hijos Thomas y Daley. El prisionero tuvo otro altercado
con su esposa quien terminó con un tremendo golpe que él le
asestó bajo el oído derecho, tirándola al piso. Unos minutos
después, ella murió. La causa de la muerte fue conmoción ce-
rebral; entonces el prisionero se entregó y declaró que su com­
portamiento se atribuía a la conducta de su esposa.
El jurado lo encontró culpable y recomendó que pidiera cle­
mencia en consideración a la provocación que había recibido. La
sentencia se aplazó.

Creo que ahora, sin peligro, puedo pedir al lector que


después de la lectura de estos horrores tome aire y concuerde
conmigo en que no pueden, no deben, pasar desapercibidos
sin hacer algo por detenerlos y salvar a estas criaturas mise­
rables que están en peligro [...] ¿Será que debemos quedar­
nos sentados pacientemente y permitir que sus vidas sean
pisoteadas dejándolas en agonía?
Feminicidio por linchamiento
en Estados Unidos
Compilación de Diana E.H. Russell

E l linchamiento —"asesinato cometido por una turba de tres


o más personas"—1 está indisolublemente relacionado, en la
mente de la mayor parte de la gente/con el destino de los
hombres afroamericanos. Si bien es cierto que fueron ellos
los primeros en ser el blanco de esta práctica bárbara, es im­
portante recordar que las mujeres afroamericanas también
estuvieron sujetas al linchamiento. Lo mismo sucedió con los
blancos, en efecto, la mayor parte de la gente se sorprende al
saber que también los blancos fueron linchados. En su libro
When and W here I Enter (1984), Paula Giddings sostiene que:
"El linchamiento, un elemento siempre del Sur, se tornó más
horrible cuando, con el final de la esclavitud la mayor parte
de las víctimas fueron negros en lugar de blancos y la imagen
de los negros dejó de ser la de niños para convertirse en la de
animales peligrosos". Más específicamente, entre 1840 y 1860
se registraron trescientas víctimas colgadas o quemadas por
la turba. De esa cifra sólo diez por ciento fueron negros"
(Giddings, 1984: 79).

Ésta es la definición legal, dé acuerdo con Giddings, 1984: 18.


En Rope and Faggot (1969), Walter White reportó que en­
tre 1882 y 19272fueron linchados 3,513 afroamericanos y 1,438
hombres blancos, 71 por ciento y 29 por ciento respectiva­
mente. De éstos casi cinco mil linchamientos, 92 fueron mu­
jeres3: 76 afroamericanas y 16 blancas. Entonces, las primeras
constituyeron el 83 por ciento del total de mujeres linchadas;
dos por ciento del total de afroamericanos linchados y 1.5
por ciento del total de personas linchadas. White proporcio­
na frecuencias para el caso de las mujeres blancas que fueron
linchadas en distintos estados (véase tabla 1). No conozco
ninguna fuente que documente el número de mujeres de ori­
gen latino linchadas. Podemos suponer que fueron clasifica­
das como blancas, como aún sigue siendo la práctica en la
Oficina de Censos de Estados Unidos.
Dado que el concepto de feminicidio hace referencia al
asesinato misógino de mujeres y dado que el linchamiento
de afroamericanos a manos de estadounidenses blancos fue
principalmente motivado por el racismo, no podemos asu­
mir que en cada caso en el que una mujer afroamericana fue
linchada constituya un caso de feminicidio. Sin embargo,
cuando el linchamiento estuvo acom pañado por un acto
sexista —por lo general la violación— es claro que estuvo
implicada la misoginia junto con el racismo. El recuento de
todos los linchamientos que sigue a continuación, queda cla­
ramente encuadrado en casos de feminicidio y racismo. Los

2 De acuerdo con White, "El linchamiento no fue considerado tan


importante como para ser registrado sino hasta 1882, cuando el Chicago
Tribune incluyó en su resumen anual crímenes, desastres y otros
fenómenos como el de la turba de asesinos de ese año".
3 El total de linchamientos de mujeres por estado, que aparece en la
tabla 1, llegó a 91 víctimas en lugar de a 92 que son a las que White se
refiere (White, 1969: 227).
primeros cuatro segmentos se enfocan hacia las mujeres
afroamericanas; el caso final describe el linchamiento de una
chicaría.

TABLA 1. Número de mujeres linchadas


en Estados Unidos, 1882-1927, por estado

Estado núm. de linchamientos

Mississippi 16
Texas 12
Alabama 9
Arkansas 9
Georgia 8
Carolina del Sur 7
Tennessee 7
Kentucky 5
Louisiana 5
Florida 3
Oklahoma 3
Missouri 2
Carolina del Norte 2
Nebraska 1
Virginia 1
Wyoming 1
TOTAL 91

Nota: A su recuento estadístico White agregó: "Tres de las 12 víctimas de Texas


fueron una madre y sus dos jóvenes hijas asesinadas por una turba en 1918,
cuando 'amenazaron a un hombre blanco'. ¡Así fue como se mantuvo la civi­
lización blanca!"
Fuente: White, 1969: 227
FEMINICIDIO POR LINCHAMIENTO
A MUJERES DE COLOR*

GEORGIA —"La caballerosidad del Sur" no distingue sexos.


Un agricultor inescrupuloso en el sur de Georgia se rehusó a
pagarle a un negro por el trabajo que había realizado. Unos
días después le dispararon al granjero y murió. Al no encon­
trar al negro sospechoso de la muerte, una turba comenzó a
matar a todo negro que incluso remotamente hubiera tenido
algo que ver con la víctima y el asesino en cuestión. Uno de
estos hombres fue Hayes Turner, cuyo crimen fue que cono­
cía al asesino, una circunstancia no del todo extraña, ya que
ambos trabajaron para el mismo granjero. Un mes después
del acontecimiento llegó a oídos de la esposa de Turner que
éste había muerto. Ella lloró de pena, maldiciendo a quienes
la habían dejado en la viudez de forma tan abrupta y cruel.
Las palabras de amenaza que profirió, según las cuales
había jurado que arrestarían a los asesinos de su esposo, lle­
garon a oídos de los involucrados. "Y a le enseñaremos a esa
maldita criada negra"; ésa fue su respuesta, al tiempo que
comenzaron a buscarla. Temerosos, sus amigos escondieron
a la apesadumbrada mujer en una granja ubicada a varios
kilómetros. Un domingo por la mañana, con el sol de mayo
cayendo a plomo, la encontraron. Para asegurarla le ataron
los tobillos y, de ellos, la colgaron en un árbol. A sus ropas,
que quedaron colgando, las rociaron con gasolina y aceite de
motor, y un cerillo encendido la envolvió de inmediato en

* Reimpreso y tomado de Walter White, Rope and Faggot, Alfred A.


Knopf, Nueva York, 1929. Reimpreso por Amo Press, Nueva York, 1969, pp.
27-29.
llam as. Burlas y carcajadas fueron la respuesta de sus
torturadores ante los gritos de suplica, dolor y terror. "¡Se­
ñor, tenía que haber escuchado los alaridos de esa criada ne­
gra!", me dijo uno de los integrantes de la turba unos días
después, mientras estábamos parados en el lugar donde mu­
rió Mary Turner.
Las ropas seguían encendidas en su cuerpo achicharra­
do, en el que aún quedaba un halo de vida, un hombre avan­
zó hacia ella y de un tajo le abrió el abdomen, haciéndole una
cruenta cesárea. Del vientre salió un bebé prematuro. Dio dos
leves llantos, y por respuesta recibió un golpe de talón de
parte de un hombre totalmente insensible, mientras la vida
abandonaba a la pequeña criatura. Bajo el árbol de la muerte
cavaron una fosa, cortaron la soga que ataba los tobillos de
Mary para dejarla caer en su tumba. No sin un sentido del
humor o de propiedad de alguno de los miembros de la tur­
ba, colocó una botella vacía de whisky, de a cuarto, como lápi­
da. En su cuello metieron un puro a medio fumar que había
salvado del hedor que soltara la carne humana quemada al
delicado olfato de uno de los integrantes de la turba.

NEGRO Y ESPOSA QUEMADOS*


DODDSVILLE, Miss., 7 de febrero — Luther Holbert y su es­
posa, negros, fueron quemados en una estaca el día de hoy.
En el hecho participó una turba de más de mil personas, esto

* "Negro and Wife Burned", New York Press, 8 de febrero de 1904.


Reimpreso en Ralph Ginzburg, 100 Years o f Lynchings: A Shoking
Documentary of Race Violence in America, Lancer Books, Nueva York, 1962,
pp. 62-63. ® 1990 Ralph Ginzburg.
por la muerte de James Eastland, un prominente dueño de
plantaciones y John Carr, un negro, el miércoles en la planta­
ción de Eastland que se ubica a poco más de tres kilómetros
de la ciudad.
Con la quema de Holbert y su esposa se cierra una trage­
dia que cobró ocho vidas, involucró a 200 hombres y a dos
jaurías de sabuesos en una persecución de cuatro días a tra­
vés de cuatro condados que provocó en esta sección del
Mississippi un estado casi de frenesí.
Los muertos son los siguientes: Luther Holbert y su espo­
sa, negros, quemados en una estaca por la turba; James
Eastland, blanco, hacendado y asesinado por Holbert; John
Carr, un negro asesinado por Holbert; John Winters, negro,
asesinado por Eastland; tres negros desconocidos asesinados
por una partida del alguacil. Las muertes de Eastland, Carr y
Winters sucedieron el miércoles en la plantación del prime­
ro. Holbert y Winters se encontraban en la choza de Carr cuan­
do entró Eastland y ordenó al primero que se fuera de la
plantación. Se armó una zacapela durante la cual se dice que
Holbert abrió fuego contra Eastland hiriéndolo de gravedad
y matando a Carr. Eastland repelió los disparos y mató a
Winters.
Cuando la noticio llegó a Doddsville el alguacil armó una
cuadrilla que de inmediato salió hacia la plantación de
Eastland. Al llegar al lugar se inició otro tiroteo en el que
murió un negro desconocido. Holbert y su esposa ya se ha­
bían ido. También se arm aron cuadrillas en Greenville,
Ittaben, Cleveland y otros puntos dándose inicio a la perse­
cución de Holbert y su esposa. La búsqueda, en la que parti­
ciparon hombres a caballo y jaurías de sabuesos, dio inicio el
miércoles por la mañana y se extendió hasta entrada la noche
cuando Holbert y su esposa, después de viajar a pie más de
160 kilómetros atravesando cañadas y pantanos, fueron en­
contrados durmiendo en una zona maderera a unos cinco ki­
lómetros al este de Sheppardstown. Fueron capturados y
llevados a Doddsville; esa tarde murieron quemados en una
estaca a manos de una enorme turba bajo la sombra de la
iglesia de los negros.
Ayer la cuadrilla del alguacil mató a dos negros descono­
cidos cerca de Belzoni, Yazoo County. Uno de ellos tenía un
parecido extraordinario con Holbert, por lo que la partida lo
tomó equivocadamente por éste.
Eastland era m iem bro de una fam ilia adinerada de
Mississippi y sus familiares ofrecieron una recompensa de
1,200 dólares por la captura de su asesino. Dos de sus-herma-
nos participaron en la búsqueda y captura de Holbert, y am­
bos estaban presentes cuando éste y su esposa fueron
quemados.
La pareja asesinada dejó a un hijo joven.

IMPOTENTE PARA AYUDAR A SU HERMANA


QUE FUE VIOLADA Y LINCHADA*
CLOVIS, N.M. 27 de abril —El hermano de la joven de color
que hace unas semanas fue linchada por una turba de rufia­
nes blancos cerca de Wagner, Oklahoma, pasaba por ese pue­
blo en su viaje a M éxico. H izo un triste recu ento del
linchamiento ante la gente de color aquí.

* "Was Powerless to Aid Sister Who Was Raped and Lynched", New
York Edge, 30 de abril de 1914. Reimpreso en Ralph Ginzburg, 100 Years of
Lynchings: A Shoking Documentary of Race Violence in America, Lancer
Books, Nueva York, 1962, pp. 90-91. ® 1990 Ralph Ginzburg.
La hermana del joven tenía 17 años de edad y era hija de
padres respetables. Dos hombres blancos borrachos entraron
a su casa durante la ausencia de la madre y encontraron a la
joven vistiéndose, se encerraron con ella en la recámara y la
atacaron criminalmente. Su hermano escuchó sus gritos pi­
diendo ayuda y tirando a patadas la puerta fue a rescatarla.
En defensa de su hermana le disparó a uno de los brutos; el
otro escapó.
Más tarde, al no encontrar al hermano, las autoridades
arrestaron a la hermana a quien una turba sacó de la cárcel a
las cuatro de la mañana para lincharla. Desde su escondite el
hermano, de 21 años de edad, escuchó los gritos de su her­
mana pidiendo auxilio pero no pudo ayudarla.

VIOLARON Y LINCHARON A UNA MAMÁ NEGRA**


COLUMBUS, Miss., 17 de diciembre —El jueves, hace ya una
semana, Cordella Stevenson fue encontrada en la mañana
colgada de la rama de un árbol, estaba desnuda y muerta. La
colgaron el miércoles por la noche después de que una turba
la sacara de su choza, la arrebatara a su esposo, y la linchara
después de maltratarla. Encontraron el cuerpo como a metro
y medio de la vía del tren M obil & Ohio, y los miles de pasaje­
ros que llegaron y salieron ese día jueves quedaron horrori­
zados por el espectáculo. Una turba sedienta de sangre la colgó
en el árbol desde la noche anterior, después de que la sacaron
de su casa arrancándola de la cama para arrastrarla por las

** "Rape, Lynch Negro Mother", Chicago Defender, 18 de diciembre de


1915. Reimpreso en Ralph Ginzburg, 100 Years o f Lynchings: A Shoking
Documentar/ ofRace Violence in America, Lancer Books, Nueva York, 1962,
pp. 96-97. ® 1990 Ralph Ginzburg.
calles sin que opusiera ninguna resistencia. La llevaron a un
lugar lejano, hicieron su cochinada y luego la colgaron.
Varios meses atrás el establo de Gabe Frank, un blanco,
fue quemado. Se sospechó que había sido el hijo de la señora
Stevenson. No obstante que ella y su esposo eran reconoci­
dos como gente trabajadora que se empleó por once años con
el mismo patrón, a su hijo se le tachaba de haragán.
A la señora Stevenson la llevaron a la estación de policía
donde le preguntaron sobre la posibilidad de que su hijo hu­
biera incendiado el granero de Frank. La mujer dijo que su
hijo había salido de casa meses atrás antes del incendio, y
que ella no sabía de su paradero. Convencidos de que decía
la verdad, los policías la dejaron en libertad y ella regresó a
casa.
Nada más se pensó del caso, hasta el jueves por la maña­
na. Se habían ido a dormir temprano, como siempre, cuando
escucharon que tocaban a la puerta. De acuerdo con Arch
Stevenson, esposo de la mujer, él corrió tras la turba que se
había llevado a su esposa. Antes de que él pudiera responder
al llamado, la turba ya había echado la puerta abajo y pesca­
do a su esposa, mientras a él le apuntaron con un rifle en la
cabeza y lo amenazaron si se movía. En la primera oportuni­
dad que pudo se echó a correr en medio de una lluvia de
balas. Después de contar su historia se fue a un lugar desco­
nocido. La turba se apoderó de la mujer a las diez de la no­
che, después de lo cual nadie sabe exactamente qué sucedió.
Las condiciones del cuerpo muestran que fue abusada. El al­
guacil Bell telefoneó al Juez de Paz McKellar para que reali­
zara una investigación, pero éste estaba fuera del pueblo y
no regresaría sino hasta el jueves por la tarde. Dejaron colga­
do el cuerpo ante la muchedumbre morbosa que llegó para
mirarlo hasta el viernes por la mañana, cuando lo bajaron y
dio inicio la investigación. El veredicto del jurado fue que fue
asesinada a manos de gente desconocida.
Era el mismo fallo que dictaban todos los jueces en los
casos de este tipo. Los Estados Unidos envían misioneros para
educar a los paganos, Ford fue a Europa con sus ministros de
paz a predicar en bien de la humanidad, mientras que en el
sur sigue habiendo los mismos crímenes ruines y nadie se
ofrece como voluntario para levantar la voz en contra de un
crimen como éste cometido en contra una persona de raza.
Pero todo se paga en esta vida. Bélgica le robó a la gente ne­
gra del Congo su marfil y su caucho y a cambio de oro vendió
a los trabajadores de ese noble pueblo. Si su trabajo no res­
pondía a lo que los belgas esperaban les cortaban un brazo o
les imponían algún otro castigo cruel. Ahora Bélgica sufre, el
día de hacer cuentas le llegó. Y lo mismo sucederá con este
país que cosechará lo que sembró. Hoy los empresarios están
forzando su entrada en Sudamérica, y los países latinoameri­
canos sólo los dejarán entrar bajo ciertas condiciones. La dis­
crim inación racial y los lincham ientos no encontrarán
simpatizantes ahí; la gente etiquetará a los estadounidenses
de linchadotes, y va a ser muy difícil para estos últimos con­
vencerlos de lo contrario.

JUANITA: LA ÚNICA MUJER LINCHADA


DURANTE LA FIEBRE DEL ORO*
"El jurado encontró que la mujer, Josefa, es culpable del ase­
sinato de Frederick Alexander Augustus Cannon y será eje­

* Reimpreso de William B. Secrets, Juanita: The Only Woman Lynched in


the Gold Rush Days, Saga-West Publishing, Fresno, California, 1967, pp. 23-26.
cutada en dos horas. Al hombre José, se le encontró no culpa­
ble, pero el jurado recomienda seriamente que el Juez Rose le
aconseje abandonar el pueblo en 24 horas. Amos L. Brown
Foreman".
Con el rostro petrificado, Josefa se dejó conducir por varios
guardias que la llevaron a la cabina donde aguardaría su desti­
no. Se le permitió que viera a todos los amigos que eligiera, mien­
tras la turba se volcaba otra vez en las cantinas y se hacían los
arreglos para la ejecución. Ahora sólo quedaban dos horas
—horas que parecían una eternidad para una turba de mineros
enloquecidos—; horas que pasan raudas para una mujer mexi­
cana diminuta mientras hincada hace las paces con Dios.
El plazo casi terminaba y los mineros ansiosos comenza­
ban a bajar en dirección al río. Ya se había corrido la voz de
que iban a colgar a alguien en el Jersey Bridge, y quienes llega­
ron temprano veían los preparativos que realizaban unos
hombres para una horca improvisada. Con el rugir del río
serpenteando a través de las montañas cubiertas de pinos, el
paisaje era hermoso. No parecía posible que un drama iba a
ocurrir en ese lugar y, no obstante, el reloj seguía marcando
los minutos.
Hasta donde se sabe no hubo ningún esfuerzo de último
minuto para salvar a la condenada Josefa. Excepto el doctor
Airen, y posiblemente uno o dos más, nadie hizo nada signi­
ficativo para cuestionar el juicio y la sentencia de horca, no
obstante la sustantiva cantidad de hombres presentes a lo lar­
go de todo el procedimiento. De acuerdo con un historiador,
el Coronel Weller se rehusó a asistir a la condenada en el jui­
cio y a intervenir a favor de la mujer. David Barstow1, que

1 El historiador Bancroft, en su Popular Tribunals escribió que Weller se


rehusó incluso a asistir al juicio o a intervenir en nombre de Josefa.
atestiguó todo el asunto, señaló que Weller estuvo sentado
en la plataforma que ocuparon los oradores a lo largo del pro­
ceso, pero que todo el tiempo guardó un extraño silencio.
Weller era un orador muy popular, y es posible que si ese día
hubiera hecho algún esfuerzo por evitar la tragedia, muchos
lo habrían apoyado. Dándole el beneficio de la duda, hubiera
tenido el inmenso valor para pararse ante la turba enloqueci­
da y sedienta de linchamiento, y además ¿cómo podría igua­
lar a dos mil m ineros votando en contra de una mujer
mexicana sin derecho a voto? Había otros hombres en el pue­
blo que no eran menos populares que Weller y, aún así, todos
permanecieron en silencio de principio a fin del condenado
momento. De hecho, era difícil que una pequeña compañía
de caballería hubiera podido salvar a Josefa y es posible que
cualquier esfuerzo por detener la tragedia hubiera termina­
do en mayor violencia.
Fue sencillo construir el patíbulo; se utilizaron vigas de
las que se colocan en el techo para sostenerlo. A cada lado del
puente se ataron ambos extremos de una viga pesada como a
1.20 metros del suelo; atada como estaba la viga, a una señal
dos hombres simultáneamente cortarían con hachas las cuer­
das para dejar caer el tronco que servía de cadalso a la vícti­
ma. Un sistema primitivo pero efectivo.
Presagiando el final sonó el gong por última vez ese día y
Josefa fue llevada al puente en el extremo más cercano del
pueblo. Más de dos mil hombres cubrían los bancos del río y
Barstow los caracterizó como "la turba más sedienta, enlo­
quecida y salvaje como nunca había visto en ningún lugar".
El corresponsal del Pacific Star escribió el final de capítulo del
drama que atestiguó:
"A la hora indicada para la ejecución, la prisionera fue
llevada al patíbulo al que ella se acercó sin la menor duda y
mientras estaba ahí parada, así se me informó, dijo que ella
había matado a Cannon y esperaba sufrir por ello; que la úni­
ca solicitud que quería hacer era que después del sufrimien­
to, entregaran su cuerpo a sus amigos para que pudiera recibir
una sepultura digna2. Su petición fue aceptada de inmediato
(y) de mano saludó por última vez a todos los que estaban
alrededor suyo con un "adiós señor"; voluntariamente subió
al cadalso, cogió la cuerda y ella misma se la ajustó al cuello
soltando su hermosa cabellera para que se meciera libre con
el viento; luego intentaron sujetarle los brazos, cosa que ella
rechazó con firmeza, le apretaron sus ropas, le cubrieron y
ajustaron la capucha en la cabeza y un momento después fue­
ron cortadas las cuerdas que sujetaban el cadalso [...] ella
"quedó suspendida entre el cielo y la tierra". Mientras el cuer­
po se retorcía lentamente, la muchedumbre se dispersó vol­
viendo a llenar las cantinas de Downieville. Todo sucedió
poco después de las cuatro de la tarde, entonces aún había
tiempo para echarse algunos tragos antes de la cena. Por la
noche, en las cantinas no se dejó de hacer referencia a la le­
yenda de Josefa o Juanita a quien colgaron en Downieville.
En la medida en que la historia de la tragedia se regó por
todo California, la prensa escrita fue unánime al condenar el
episodio. Quizá el Sacramento Times y Transcript hablaron por
todos en California cuando señalaron:

2 J.J. McCIosky recuerda que Josefa fue enterrada detrás del viejo teatro
que él administraba por esa época. El recuento de Barton señala que Josefa y
Cannon fueron enterrados, una al lado del otro, en el cementerio local. Más
tarde, en la década de los años de 1870, los cuerpos fueron inhumados y
vueltos a enterrar cuando el terreno que ocupaba el cementerio lo abrieron a
la minería. En ese momento, siguiendo todavía a Barton, al esqueleto de Josefa
le quitaron el cráneo y por algunos años lo utilizaron como parte de los ritos
de iniciación de una sociedad secreta local.
Los procedimientos violentos de una turba indignada y excita­
da, ocasionados por los enemigos de una mujer desafortuna­
da, son una mancha en la historia del estado. Que ella cometiera
un crimen de carácter verdaderamente horrendo, no obsta para
que un verdadero estadounidense no se alzara contra el curso
de la acción tom ada hacia esta extranjera sin am igos y
desprotegida. Esperábamos que el episodio fuera inventado.
Pero no lo fue, como tal los perpetradores se han avergonzado
a sí mismos y a su raza".

Entre los habitantes de Downieville comenzó a incre­


mentarse la sensibilidad hacia las críticas por el linchamien­
to, y finalmente uno de ellos decidió que era suficiente.
Escribió en el Daily Alta California del 29 de enero de 1852,
insistiendo en que el linchamiento había sido merecido y que
la muerte de Cannon no había sido sino un asesinato a san­
gre fría. Y continuó: "En este caso la víctima no fue la prime­
ra ni la segunda acuchillada por esta mujer [...] los habitantes
(de Downieville) no son los monstruos diabólicos sedientos
de sangre como se los representa, por el contrario, desde en­
tonces han sido menos severos al castigar a los criminales, y
en el caso que nos incumbe lo que los llevo a tomar esa deci­
sión no fue otra cosa que una justicia reparadora". La carta
simplemente estaba firmada Ventos, la palabra latina para
verdad.
Los hechos o personas asociadas a un lugar son impor­
tantes para los anales de M other Lode, en California, en la
medida en que son sitios verdaderamente históricos. Un lu­
gar es famoso por la leyenda de Joaquín Murrieta; otro pue­
blo es conocido por su asociación con Mark Twain o Bret
Harte. Sin embargo, hay un pueblo en California con un re­
cuerdo único, sino es que siniestro, que se remonta a los pri­
meros tiempos de la fiebre del oro. Menciona el nombre de
ese pueblo a alguien suficientemente viejo en algunos de los
museos o tiendas que salpican la autopista 49 y es posible
que te diga: "¿Downieville? Sí, está al norte. Sí señor, allá por
1851 lincharon a una mujer en Downieville".
Mujeres a la hoguera: El Suti como
una institución normativa
Dorothy K. Stein

L a práctica de cremar o enterrar viva a una mujer con su


esposo difunto [suti], incluso como expresión soterrada de la
“mujer como propiedad, no es una costumbre tan extraña y
exótica identificada con la India hindú, como se la ha queri­
do ver. En efecto, no obstante que los griegos que viajaban al
norte de India reseñaron la práctica del suti desde el siglo IV
A.C., lo cierto es que también hay reseñas del sacrificio de
viudas entre los escandinavos, eslavos, griegos, egipcios, chi­
nos, finlandeses, maoris y algunos grupos indígenas estado­
unidenses. Al parecer la práctica se originó entre los guerreros
que probablemente también elaboraron la mitología que la
acompaña. El heroísmo de la sati (la mujer sacrificada) se equi­
paraba al heroísmo del guerrero, el vínculo del suti con la
casta guerrera y gobernante (Ksatriya) la imbuía de un presti­
gio social que aún conserva. En los siglos XIV a XVI se hizo
práctica común limpiar los aposentos de la mujer de un go­
bernante fallecido antes de instalar a su sucesora. En ocasio­
nes se incluía a los ministros, y el total de personas que iban a
dar a la pira llegaba a varios miles, incluidas reinas, concubi­
nas y sirvientes de ambos sexos1.
Se dice que por lo menos en un inicio dicha práctica estu­
vo prohibida para los brahmanes, la casta superior en térmi­
nos de jerarquía social, pero el honor asociado al suti adquirió
tal prestigio, que finalmente las mujeres brahmanes fueron
cremadas con la misma frecuencia que las Ksatriya, o incluso
en número mayor en la medida que el poder y séquito de la
p rin cesa declinaba. C itan do el C alcu ta R iv er de 1868
Thompson escribe:

En Bengala, a inicios del siglo xix o finales del xvm, hay casos
en que una o incluso dos mujeres eran quemadas junto con un
hombre no tan importante. Escuchamos de una pira que duró
prendida durante tres días mientras las viudas esperaban ser
arrojadas a distancia. El muerto era un (kulin) brahmán y mu­
chas de estas mujeres eran, por lo menos nominalmente, sus
esposas [...] algunas de (las mujeres) ni siquiera vivieron en
algún momento con su esposo ni lo conocieron después de ce­
lebrado el matrimonio, excepto cuando subieron a la pira fu­
neraria2.

La asociación entre brahmines y suti probablemente es


responsable de la forma de la ceremonia y su asimilación a la
tradición de las escrituras y del sacrificio.

1 Nicolo de¡ Conti. En India in the Fifteenth Century; A Collection of


Narrative ofVoyages to India, R.H. Major, Hakluyt Society, núm. 22, Hakluyt
Society, Londres, 1857.
2 E. Thompson. Suti, Houghton Mifflin Co., Boston, 1928, p. 36.
Thompson toma como fuente autorizada un artículo sin firma en el Calcutta
Review (46, 1868, pp. 221-226), además de otros recuentos en inglés. Aquí
sólo lo empleamos para ejemplificar las actitudes británicas hacia el suti en el
momento en que fueron escritos los artículos.
La forma más común del suti fue cremar a la esposa aún
viva en o sobre la pira funeraria que consumía el cuerpo del
esposo. Había reglas escritas que prohibían la ceremonia
mientras la mujer estuviese menstruando (pues se le asocia
con impureza y no castidad), embarazada o no pudiese dejar
de cuidar a su bebé. En esos casos, o cuando el esposo moría
en ausencia, algunas mujeres se quemaban a sí mismas junto
con alguna pieza de vestimenta u objeto personal del esposo
muerto. Este "seguirlo" estaba prohibido para algunas cas­
tas, incluidos los brahmines. En los casos en que al deceso no
seguía la cremación se enterraba al esposo y junto con él se
enterraba viva a la esposa. Thompson agrega:

Algo irregular es que podía ser por ahogamiento, en especial


cuando una mujer escapaba de la pira. Por otro lado, tenemos
la reseña de un testigo según el cual un brahmán estaba en una
barcaza en medio de un río en Allahabad supervisando el sui­
cidio de seis mujeres, pero creo que la Cyclopedia o f India pudo
equivocarse al suponer que se trataba de un suti. Entre las cas­
tas inferiores esta práctica no era común, pero a veces imita­
ban a sus superiores y hay casos y registros de incluso
mahometanos siendo cremados y sus esposas junto con ellos3.

Ocasionalmente una madre murió en la pira de su hijo y


se consideró que ésa era la forma más elevada de suti; muy
de vez en cuando una hermana murió en la pira de su herma­
no. En la forma más común de la ceremonia se pedía que la
propia viuda o su hijo mayor encendiera la pira. En su cami­
no a la pira, la viuda era objeto (por primera vez) de atención
pública. Distribuía dinero y joyas entre la muchedumbre.

3 Ibidem, p. 39.
Imbuida de los dones de la profecía y del poder de maldecir
y bendecir, era inmolada en medio de un gran despliegue,
con gran veneración. Dado que ninguna mujer que hubiese
sido infiel a su marido podía ser cremada, el suti no hacía
virtuosa a la sati, más bien venía a probar que había sido
virtuosa toda su vida. Así, la viuda sólo tenía dos opciones:
una muerte dolorosa, heroica y relativamente rápida o una vida
miserable, oscura y de humillación como pecadora penitente.
No resulta difícil ver por qué era preferible la muerte a la
viudez. Las prescripciones, frecuentemente reiteradas, para
una buena conducción de la viudez incluían no comer sino
un alimento muy simple al día, desempeñar las actividades
menos relevantes, nunca dormir en una cama, sólo dejar la
casa para ir al templo, no dejarse ver durante los festivales
(ya que era poco favorable, excepto para sus hijos), usar las
prendas de vestir más simples y, por supuesto, nada de joye­
ría. Quizá lo más humillante para una mujer de alta alcurnia
era dejarse rasurar la cabeza por un barbero que no podía
tocar4. Y, todo esto era necesario sólo para mantener el bien­
estar del alma de su esposo y para evitar que ella reencarnara
como hembra de algún animal. En teoría la viuda podía
rehusarse, pero en la práctica estaba bajo una tremenda pre­
sión, como lo hizo notar un cronista portugués: "[...] el luto
terminaba y se les hablaba, se les aconsejaba que fueran por
ellas mismas a la pira y no deshonraran a su generación"5.
Una vez que el compromiso de la viuda era expresado me­
diante las señales y pruebas apropiadas, no podía cambiar de

4 Véase, por ejemplo, M. Felton. A Chile Widow's Story, Harcourt, Brace


& World, Nueva York, 1966.
5 "Chronicle of Fernando Niniz". En R. Sewell, A Forgotten Empire, 1a.
ed. india, Gobierno de la India, Nueva Delhi, 1962, p. 372.
opinión a despecho de traer desgracia para la familia. Las
medidas que la familia y los sacerdotes oficiantes tomaban
para evitar que ello sucediese era la construcción de unas pla­
taformas que se inclinaban hacia el pozo de fuego, columnas
diseñadas para que obstruyeran las salidas y dejaran colapsar
el techo que caía sobre la cabeza de la mujer, amarrándola o
empujándola con maderos ardiendo o varas de bambú. Si todo
fallaba y la mujer lograba escapar de la pira, por lo general
era arrastrada de regreso usando la fuerza, y por lo regular el
encargado de hacerlo era su propio hijo.
¿Cómo podía racionalizarse un trato así? La creencia hin­
dú ortodoxa era que la viuda era responsable de que el espo­
so hubiese muerto primero, debido a un pecado en una vida
anterior, cuando no en la presente, ya que en el curso normal
de los eventos se esperaba que la esposa muriera primero.
Una vida de austeridad era considerada muy poca cosa para
expiar su supervivencia. Entonces el suti estaba basado antes
que nada en la creencia de que sexualmente no se puede con­
fiar en las mujeres que, además, son incapaces de llevar una
vida casta sin un esposo que las controle. Harts nos dice que
la literatura antigua Tamil (sur de la India) describe a las
mujeres como imbuidas de un poder sagrado que se hace es­
pecialmente peligroso después de las muertes de los esposos:

El poder sagrado se aferra a la mujer y, mientras esté bajo con­


trol, da a su vida y a la de su esposo auspicio y corrección sa­
grada. Pero es un poder que debe mantenerse firmemente
controlado, de otra forma es una amenaza. Entonces, las muje­
res deben acatar la castidad con mucho cuidado [...] Después
de la muerte de su esposo, ella es especialmente peligrosa y
debe rasurarse la cabeza, cocinar con lodo, dormir en una cama
de piedra y comer semillas de lirio en lugar de arroz [...] Si una
viuda es casta y joven está tan infectada de poder mágico que
ella misma debe arrancarse la vida6.

Solamente con la cremación la viuda podía estar segura


de "deshacerse ella misma de su cuerpo femenino". Además
con el fuego, ella, su esposo, la familia de su esposo, la fami­
lia de su madre y la familia de su padre estarían en el paraíso
por 35 millones de años, sin importar qué tanto hubiesen pe­
cado. En el paraíso se reuniría con su esposo, independiente­
mente de que lo quisiera o no.
Por encima y más allá de esta inducción espiritual, la cos­
tumbre concedía prestigio a las familiares que les sobrevi­
vían en este mundo lo mismo que en el otro. Para las familias
de alto rango y cierta holgura económica también había be­
neficios tangibles. Cuando una joven hindú se casa es oficial­
mente transferida del linaje paterno al de su esposo; al mismo
tiempo su familia queda liberada de cualquier responsabili­
dad moral sobre su futura manutención. Una vez viuda no
tiene ningún valor para su familia política por ser portadora
potencial de hijos; y, en efecto, el peor temor de la familia es
que la mujer se embarace y arroje un halo de luz negativa
sobre los hijos legítimos previos. De acuerdo con esta tradi­
ción fanáticamente patrilineal, la muerte de la viuda asegura
para la familia de su esposo el cuidado y la influencia indispu­
table sobre los hijos. También evita que haga valer los dere­
chos que le corresponden de por vida en la propiedad de su
esposo.
El sacerdote brahmán y otros individuos que participan
en la ceremonia también sacan provecho:

6G. Hart. "AncientTamil Literatura: ItsScholarly Pastand Future", Essays


on South India, B. Stein, University Press of Hawaii, Honolulu, 1975, pp.
43-44.
Como pudo observar el autor en Vuttack, 1824, los gastos que
implicaba el suti, según el experto, eran los siguientes: "Ganso,
tres rupias; vestimenta, una rupia; traje nuevo para la viuda,
dos rupias; madera, tres rupias; el experto Andawlut recibió
tres rupias; la mujer dio una rupia con algún propósito; arroz,
dos annas; cáñamo, cuatro annas; háldee, una anna; mateeanlet,
chundun, doop, coco, una anna, una pieza; cargador, cinco annas;
músicos, media rupia; clavos, cuatro annas; madera cortada,
tres annas. Total, quince rupias, cinco annas, tres piezas. Costo
total del shradda [fiesta funeraria] quince o veinte rupias. En­
tonces se gastaron treinta rupias (tres o cuatro kilogramos de
plata). Las fiestas parecían muy pobres7.

Al parecer los gastos se incrementaban según la riqueza


de los participantes. El sacerdote recibía los adornos de oro
de la sati. La muchedumbre recibía los presentes que ella re­
galaba y, de acuerdo con numerosos recuentos, encontraba la
ocasión para festejar. Evidentemente cualquier ventaja eco­
nómica desaparecía cuando la familia no era rica.
La explicación del suti entre los pobres y las castas más
bajas sólo puede encontrarse en las aspiraciones indicadas
por la imitación, en algunas ocasiones con un gran costo para
aquéllos que desde un inicio se hubiesen beneficiado con esta
práctica. En sus orígenes era un rito de alto rango, para el
siglo X IX esta práctica se había extendido a las capas más ba­
jas de la estructura social, de manera que parecía que ningu­
na casta se sentía lo suficientemente inferior como para aspirar
a dicha ceremonia. El Calcuta Review menciona a un grupo de
nutts a quienes se les negó el permiso para un suti debido a

7J. Pegas. "The Suti's Cry to Britain", 1831, traces, vol. 694, India Office
Library, Londres. Peggs fue misionera en Cuttack.
su baja condición social. Un caso surgido en 1823 en Bengala,
mostró que de un total de 576 satis, 235 fueron brahmines, 34
chatrias (una casta respetable pero no aristocrática), 14 vaisyas
(comerciantes que tradicionalmente se encontraban por de­
bajo de los sacerdotes y guerreros) y 292 sudras ("sirvientes"
por tradición)8. En cuanto al estatus económico, aparte de la
casta, Mukhopadhyay estimó que en un distrito en 1825, 26
satis eran viudas de hombres ricos, 52 de "regulares" y 26 de
pobres, sin embargo no se dieron criterios para estas estima­
ciones. Se anotaron satis de todas las edades, desde los ocho
hasta más de los 80 años, y Peggs, un observador hostil, pre­
sentó tablas que incluyen por lo menos a una niña de cuatro
años de edad9.
Dentro de las fronteras de la India hubo grandes varia­
ciones por región en la incidencia de esta práctica. A princi­
pios del siglo XIX la mayor parte de sutis ocurrió en Bengala,
Bombay y Madrás, las tres regiones bajo control directo de la
British East India Company; de éstas, 5,997 se realizaron en
Bengala. Otras 2,137 murieron en Bengala entre 1824 y 182810.
Estas cifras son de horror en términos de su número absolu­
to; sin embargo, también muestran que el suti sólo se practicó
en una pequeña minoría de viudas. Para hacer una compara­
ción, en Backerganj, en Bengala, 25 mil personas murieron de
cólera tan sólo en 1825, y el número total de suti fue de 63u.
Es posible que la variación regional estuviera relacionada con
la diversidad de tradiciones en las castas y sectas que resi­
dían en ellas; sin embargo, los intentos por tomar estas dife­

8 Cifras tomadas de A. Mukhopadhyay. "Suti as a Social Institution in


Bengal", Bengal Past and Present, 1957, pp. 99-115 (especialmente p. 109).
9 Pegas, op. cit.
10 A. Mukhopadhyay, op. cit.
11 Ibidem.
rencias en cuenta no han sido satisfactorios. El examen que
hace Mukhopadhyay con respecto de la variación distrito por
distrito no muestra una relación coherente, sea con la ortodo­
xia en general o con costumbres particulares como la poliga­
mia kulin. Se redujo a invocar tradiciones locales largamente
establecidas y un clima generalizado de desprecio por la vida
humana que acompaña la tolerancia al suicidio. Sin embar­
go, el significado del suti puede entenderse mejor en térmi­
nos de las razones por las cuales la sati era valorada, las
opciones ofrecidas y el lugar normativo que las mujeres ocu­
pan en la sociedad hindú. Resulta poco relevante tratar de
diferenciar el concepto de suti y su práctica.
Genocidio femenino
Marielouise Janssen-Jurreit

Mucho mejor si una hija no nace o no nace viva. Si nace,


es mejor que quede bajo tierra; el banquete del funerál
se combina con el del nacimiento.

-VERSO DEL UIGHUR

Un sexo podría ser favorecido por la selección. Esto puede llevar


a una distorsión en la proporción de sexos. Un excedente de hombres
limitaría el crecimiento poblacional y, posiblemente,
incrementaría los niveles generales de agresión en la sociedad.

-A n n e M c L a r e n

L a noción de que los sexos se complementan uno con otro


armónicamente y de que la división del trabajo entre ambos
es natural es una premisa de la investigación occidental que
se toma casi por sentada. Hace que los fenómenos de nuestro
pasado aparezcan como curiosidades etnológicas o folclóricas,
más que como componentes de un comportamiento que tam­
bién pueden influir en nuestra civilización actual. Tiene que
ver con la costumbre del infanticidio femenino y con la pre­
gunta sobre las causas de dicho comportamiento.
Uno de los primeros etnólogos importantes del siglo XIX,
el escocés John Ferguson MacLennan, pensaba que el infanti­
cidio femenino entre los pueblos antiguos era un fenómeno
tan extendido que lo consideraba causa de exogamia. El ex­
cedente de hombres producto del asesinato de las bebés lle­
varía automáticamente al robo, adopción y compra de mujeres
o niñas adolescentes de otras tribus.
Que a los recién nacidos se les mate es un fenómeno uni­
versal de la sociedad humana. Hay evidencia de ello entre los
pueblos primitivos de todos los continentes, aunque también
en las grandes civilizaciones históricas. En algunos pueblos es
una reacción ante un ambiente hostil y condiciones extremas
de desnutrición. Las mujeres que están amamantando a un
niño y traen otro al mundo matan al nuevo bebé debido a la
escasez de leche, pues no resulta suficiente para ambos. La
muerte provocada o el dejar sin cuidados a un recién nacido
es una cuestión de supervivencia para el grupo, y una forma
de compensar las deficientes técnicas anticonceptivas. Cual­
quiera que sea la razón, no debemos perder de vista el hecho
de que en la mayor parte de las sociedades donde se practica
el infanticidio, las niñas recién nacidas que quedan expuestas
o que son asesinadas son más que los niños y, que en muchas
sociedades fueron víctimas exclusivamente las niñas bebés. El
genocidio femenino fue practicado incluso por los ricos.
En efecto, inscripciones antiguas lo mismo que inscrip­
ciones sagradas en Delfos indican que, casi exclusivamente,
familias acomodadas y sobre todo de mercantes, practicaban
el genocidio femenino.
Es un hecho que el asesinato de recién nacidos o el hecho
de dejarlos a su suerte era una práctica común en la Europa
precristiana. Estos actos paternos estaban justificados por las
condiciones hostiles del ambiente, y eran interpretados como
necesarios y como una política de población responsable. Que
tales hechos repetidos aclarasen la relación de dominio mari­
tal no es un aspecto que se hayan planteado los historiado­
res. Cada acto que implicaba arrebatarle un bebé a una madre
o matarlo rompía su resistencia interna. Además, el infantici­
dio femenino privaba a la madre de contar con ayuda futura
en su trabajo y con una aliada potencial en su hija.
En muchas sociedades el cambio de proporción entre los
sexos amplió la homosexualidad y la soltería.
Las cifras entre los griegos son significativas. Por siglos
los griegos vivieron con el temor de la sobrepoblación; en
los siglos II y III A.C. las familias griegas sólo tenían uno o
dos hijos. W.W . Tarn, un historiador de la antigüedad escri­
bió: "De unas mil familias griegas que recibieron la ciuda­
danía Milesia, hay información detallada de 79 familias: éstas
trajeron consigo 118 hijos varones y 28 hijas mujeres, muchas
eran pequeñas; ninguna causa natural puede explicar esta
proporción"1.
De Atenas en el siglo TV A.C. se menciona una proporción
de 87 hijos varones y 44 hijas en 61 familias; la desigualdad
en la proporción se incrementa de manera constante.
La familia ideal tenía uno o dos hijos varones (por si aca­
so uno moría en la guerra). Ocasionalmente, en Grecia la pro­
porción entre los sexos varió de 1:7 a favor de la población
masculina. Esto no toma en cuenta el hecho de que cierto
número de hijos haya emigrado y, aún así, la desproporción
sigue siendo grande. "Según las inscripciones de Delfos, de
600 familias en el siglo II A.C. sólo el uno por ciento criaba
dos hijas; la evidencia de Mileto concuerda y, a través de to­
das las inscripciones, los casos de hermanas pueden contarse
con los dedos de la mano [.. .]"2.
No sólo los historiadores, sino la m ayor parte de los
etnólogos ven al infanticidio femenino únicamente como una
medida de política poblacional y no como una expresión del
poder masculino, de la arbitrariedad y de los celos. El valor

1 Hellenistic Civilization. Rev. de W.W. Tarn y G.T. Griffith, Meridian


Books, World Publishing Co., Cleveland y Nueva York, 1964, p. 101.
2 Ibidem.
a d a p ta tiv o de este gen ocid io fem en ino se a ce n tú a
unilateralmente. Son raros los investigadores que señalan el
carácter psicológico del infanticidio femenino.
Una excepción es el estadounidense Milton R. Freeman
quien llegó a la conclusión de que el infanticidio femenino
sistemático entre los esquimales Netsilik tenía causas distin­
tas a las ecológicas3. Media docena de prominentes académi­
cos esquimales que han estudiado este fenómeno se mostró
opuesta a la generalización de que el infanticidio femenino
servía para crear un equilibrio en la proporción de los sexos;
el número de hombres en la tribu estaba tan diezmado por
los accidentes, que éste era una medida perceptible. Incluso,
algunos autores citaron la opinión de que años de darle pe­
cho a una niña reducía las posibilidades de tener un hijo que
cuidara a los padres en la vejez. Freeman se refiere a esto como
"racionalizaciones retrospectivas". "E n resumen, mi tesis es
que, debido a la mutua dependencia y a los roles de trabajo
complementarios, es necesario señalar de manera explícita el
dominio masculino. Los comentarios externados por los en­
trevistados por Netsilik arrojan luz en relación con el domi­
nio de los hombres sobre las mujeres".
El autor cita un incidente de 1913 que ocurrió durante la
visita de un científico danés. Este último se había puesto en
c o n ta cto con un c a z a d o r fam o so con tres hijos que
consistentemente había optado por la muerte de sus nueve
hijas. Cuando de nuevo escuchó que había nacido una hija, él
estaba pescando con arpón —una de las actividades preferi­
das de los cazadores— y había logrado una buena presa. Fue

3 Milton R. Freeman. "Asocial and Ecological Analysis of Systematic Female


Infanticide among the Netsilik Eskimo", American Anthropologist, vol. 73,
1971.
a la tienda de su esposa y en esta ocasión permitió que la hija
viviera. Freeman escribe: "L a disposición mental del padre es
manifiestamente significativa en la decisión de la suerte de la
niña". Él mismo menciona otro hecho en 1918 en el cual la
madre había deseado criar a la niña. La madre dijo: "N o pude
hacer nada, en esos días teníamos miedo a nuestros esposos".
Freeman llegó a la conclusión de que el padre está celoso
de la madre, quien en la hija está criando una ayuda y una
compañía, mientras que él no tiene nada. "N o le guarda ren­
cor a la niña recién nacida, pero lo considera necesario para
garantizar su dominio sobre su esposa una vez más; incluso
puede pensar que ella le hizo tram pa".
No obstante que Freeman logra creer que las ventajas de
una política de población es un efecto secundario no inten­
cional del infanticidio femenino entre los esquimales, al igual
que otros que apoyan las teorías funcionalistas, define cos­
tumbre como adaptativa, "ya que reduce la tensión en la uni­
dad donde se toman las decisiones en la sociedad Netsilik, a
saber, el hogar". En otras palabras, el hombre esquimal pue­
de compensar su tensión interna matando a sus hijas y no
hiriendo a la madre. Debido a su impotencia ante la socie­
dad, el dolor de la madre no amenaza su vida juntos.
La India es un caso en el que se demuestra que el infanti­
cidio femenino sistemático no es resultado de presiones del
medioambiente sino la consecuencia de un excesivo sentido
del honor masculino. En el Punjab y en el Kashmir al inicio
del siglo XX había castas y tribus en las que no quedaba viva
una sola niña. Una ram a de los Sikhs, los Bedees, eran cono­
cidos como los Koree mar, o carniceros de hijas, tina tradición
que había pasado de padres a hijos durante tres siglos. Entre
otras castas la Rajput y la Chouhans, se cree que esa costumbre
inició desde tiempos inmemorables".
Se citan tres razones para el infanticidio femenino. Los
Chouhans tenían temor por los altos costos de la dote y de las
festividades para las bodas de las hijas, eran demasiado or­
gullosos para someterse a ser suegros o yernos de alguien y
veían como desafortunado el hecho de que una hija viviera.
"L a tercera de las tres razones era la más profunda".
En el década de 1840, el Rajah de M ynpoory mantuvo
viva a su sobrina, es probable que ella haya sido la primera
niña nacida y criada en la ciudadela de los Chouhans desde
que la construyeron. Sin embargo, cuando su padre murió,
y lo mismo sucedió al poco tiempo con el Rajá, los Chouhans
reforzaron y profundizaron su convicción de que la muerte
de ambos personajes había sido causada por dejar vivir a la
niña4.
En Rajputana y en la Jumna de Etawah había una razón
adicional. El espíritu de la casta exigía que una hija sólo po­
dría ser prometida a un hombre del mismo rango o uno más
alto. Sin embargo, esto requería de tantos regalos que los pa­
dres se hubieran convertido en pordioseros. El concepto del
honor masculino, de acuerdo con un mayor británico, dejaba
dos opciones a los Rajput "sacrificar la felicidad del padre o
la vida de la hija".
Entre los Bedees había un adagio del fundador de su cas­
ta, Dhrum Chad: "Si los Bedees se mantienen fieles a su fe y
evitan la mentira y el alcohol, la Providencia los bendecirá
exclusivamente con hijos varones"5.
Las parteras Bedees matan a la niña, ya sea por estrangu-
lamiento o dejándola sobre el piso expuesta al aire frío, o la

4 M.N. Das. "Female Infanticide among the Bedees and the Chouhans:
Motives and Modes", Man in India, vo!. 36, núm. 4, 1956.
5 Ibidem. También cfr. M.N. Das, "Movementto Suppress the Custom of
Female Infanticide in the Punjab and Kashmir", Man in India, vol. 37, 1957.
matan de inmediato retacándole la boca con estiércol de vaca
o ahogándola en leche de vaca. En Gujarat se quema vivas a
las bebés. Colocan sus cuerpos en un recipiente de cerámica
cuya abertura cubren con una pasta hecha de estiércol, y a las
niñas les dan una pequeña pastilla de opio que les causa la
muerte después de unas horas. En muchos casos la madre
queda condenada a m atar a su propia hija, se unta el pezón
con ungüento de opio y deja que la niña lo chupe hasta que
muere.
Un reporte sobre las prácticas actuales de los indígenas
Waika en la parte alta del Orinoco señala: "Incluso entre los
indígenas de las misiones existía la costumbre de matar a las
recién nacidas justo después del parto, especialmente si la
pareja ya tenía varias hijas"6.
Un pasaje del Corán dice: "Si un árabe escucha que le ha
nacido una hija, la tristeza cubre de negro su rostro; esta no­
ticia lo golpea como un mal ominoso y ya no se deja ver por
nadie, y es cuestionable si mantendrá a la hija que para su
deshonra le nació o si la enterrará de inmediato"7.
¿Cuál es la razón para describir esta costumbre que des­
de hace mucho ha sido superada? ¿En realidad hay alguien
que en verdad pueda afirmar que en el último tercio del siglo
XX esa práctica sigue siendo posible?
La respuesta no puede ser un categórico no. Ciertamente
es muy poco probable que el genocidio femenino como el que
se daba entre las castas hindúes se repita en nuestro país, sin
embargo, y por otro lado, las constelaciones psicológicas que
hicieron posible esos acontecimientos aún siguen implanta­
das en nuestra cultura: las mujeres son el sexo no deseado.

6 Angelina Pollak-EItz. En Anthropos, 1963, p. 64 y 1968, p. 69.


7 Ploss y Bartels, op. c/'t.
A continuación tenemos algunos ejemplos de la forma
como la tendencia a un desprecio al nacimiento de una niña
sigue sobreviviendo.
La proporción normal de nacimientos es de 100 niñas por
105 ó 106 niños. Dado que la mortalidad de los niños, debida
a deficiencias genéticas, hasta hace muy poco tiempo era más
alta que la de las niñas incluso en los países desarrollados, la
proporción de los dos sexos al llegar a la madurez sexual es­
taba casi equilibrada; sin embargo, comenzó a variar a partir
de los 20 años de vida a favor de las mujeres, de manera que
en las sociedades occidentales hay un excedente de mujeres.
Debido a que en la mayoría de los países la tasa de mor­
tandad materna e infantil ha decrecido y las mujeres tienen
una expectativa de vida mayor en comparación con los hom­
bres, la proporción de mujeres en la población mundial debe
ser mayor que la de hombres.
En el presente, para 1985 se proyecta que la proporción
de mujeres descienda de 49.91 a 49.78 por ciento, lo que sig­
nifica que habrá unos 21 millones de mujeres menos que de
hombres8.
La falta de mujeres no puede ser explicada contraponien­
do a los países industriales con los subdesarrollados; sin em­
bargo, hay claros cortes de diferencia entre los países en
desarrollo con estructuras super patriarcales y aquéllos en
los que, debido a la cultura, existen actitudes menos hostiles
hacia las mujeres.
Los países árabes e islámicos presentan las menores pro­
porciones de mujeres:

8 Population División ofthe Department of Economic Social Affaire, 1974.


Un trabajo para la Conferencia Internacional de Mujeres celebrada en la Ciudad
de México, del 19 de junio al 1 de julio de 1975. E/Conf.66/3/Add. 3.
País Porcentaje

Egipto 49.54
Líbano 49.21
Jordania 49.15
Túnez 48.95
Siria 48.73
Malasia 48.17
Libia 48.00
Irán 46.92
Kuwait 43.19

Los Emiratos Árabes Unidos muestran la menor propor­


ción de mujeres en su población, 38.14 por ciento, lo que pue­
de significar una de dos cosas: o a las mujeres se las considera
como algo tan insignificante que cualquier censo sobre su
número es inadecuado o son concientemente diezmadas me­
diante descuido de las recién nacidas y por inadecuada hi­
giene materno-infantil.
Algunos países de América del Sur (Colombia, Ecuador,
Cuba, Panamá y Guatemala) y África (República Centro Afri­
cana, Rhodesia y Guinea Ecuatorial) también son notorios por
su reducida proporción de mujeres. La India ofrece un ejem­
plo en el que puede probarse que las tendencias hostiles ha­
cia las mujeres son la causa de la regresión.
De acuerdo con el profesor Asís Bose del Instítute ofEconomic
Growth, una organización responsable de observar la situación
demográfica de las mujeres en la India: en el año de 1901 por
cada mil hombres había 972 mujeres; para el año de 1971 había
930 mujeres. En 1971 la mortandad de niñas era de 148 por
cada mil nacimientos, mientras que la de los niños tan sólo era
de 132 de cada mil nacimientos. Estas cifras que contradicen a
las de los países occidentales, en los cuales la mortandad de
niños es mucho mayor que la de las niñas, es una prueba de
que en la India a las niñas se les proporciona menor atención
que a los niños. Los médicos creen que a las niñas no se les
nutre ni alimenta tan bien como a los niños y cerca de la mitad
de las mujeres hindúes toman sus alimentos después que sus
esposos, padres e hijos; una costumbre que lleva a la desnutri­
ción de las mujeres en las clases más pobres9.
Hace algunos años esta tradición de separar a los sexos y
de privilegiar a los hombres ocasionó conmoción cuando se
supo que en Biafra los primeros en morir de hambre eran las
y los hijos, después las mujeres y por último los hombres.
Informes similares llegaron a través de testigos durante la
hambruna en la zona de Sahel.
No obstante, cualquier cambio en la proporción a favor
de la población masculina incrementa los niveles de agresión
en la sociedad, como lo han m anifestado unánimemente
genetistas y biólogos10. La selección sexual pronto tendrá gran­
des consecuencias para las políticas de población.
Es muy probable que la selección sexual altere el infanti­
cidio. Algunos estudiosos de la población, estadísticos y mé­
dicos, han realizado investigaciones sobre el tema. En un
estudio de 1941, que comprendió parejas casadas en la re­
gión medio-oeste de Estados Unidos, se encontró que los hom­
bres tienen mayor preferencia que las mujeres por un hijo
varón como el primogénito11. Un estudio similar realizado

9 Citado por WIN. (Women's Internacional Network), vol. 1, núm. 2,


Lexington, Massachussets, 1975, p. 54.
10 Cfr. R. Jungk y J.H. Mundt, eds. Hat die Familia noch eine Zukumft?,
Viena & Basel, Munich, 1971.
" Charles F. Westoff y Ronald R. Rindfuss. "Sex Preselection in the United
States: Some Implications", Science, vol. 184, 1974, p. 633.
por el Gallup Institute en 1947, también mostró que los hom­
bres, más que las mujeres, sienten una preferencia muy fuer­
te por un hijo varón cuando piensan en un hijo mayor. En
1970 una encuesta aplicada a estudiantes universitarios nó
casados, mostró que al 90 por ciento de los hombres y al 78
por ciento de las mujeres les gustaría tener un hijo varón en
caso de que sólo pudieran tener un hijo.
El mismo porcentaje de hombres no estudiantes también
prefirió tener un hijo varón, sin embargo, el 70 por ciento de
mujeres de clase baja prefirió tener una niña.
Otros datos estadísticos completan el cuadro: si el primer
hijo nacido es niño los padres, en promedio, aguardan tres
meses antes de tener el siguiente bebé. Después del nacimiento
de una niña, las madres estadounidenses experimentan cam ­
bios emocionales más fuertes. Las mujeres embarazadas sue­
ñan dos veces más en tener un niño varón que una niña12.
Estos resultados indican que si la preselección sexual fuese
posible, el esposo preferiría tener un hijo.
Sin embargo, hay un rechazo a la preselección sexual. En
una encuesta reciente en Estados Unidos, 46.7 por ciento se
opuso a ella contra 38.4 por ciento a favor13. No obstante, la
inclinación a determinar el sexo del bebé puede cambiar de­
cididamente. En efecto, si la técnica de selección fuera simple,
la m otivación para la selección sexual con seguridad se
incrementaría, pero si el método fuera complicado posiblemen­
te esto no sucedería sino hasta después del primer nacimiento.
El ideal es la familia con dos hijos, siendo el primero el
niño y la segunda la niña. En una familia con uno o con tres
hijos, el hecho de que el hijo varón sea más deseado daría por

12 Sherman, op. cit.


13 Westoff y Rindfuss, op.cit.
resultado un excedente de hijos varones. (En familias de tres
hijos, por cada 100 niñas nacidas, nacerán 125 niños).
La selección sexual resultaría en un excedente abruma­
dor del primer hijo varón. ¿Qué consecuencias psicológicas y
sociales tendría esto para las mujeres? Ésta es una cuestión
que no ha sido muy estudiada hasta el momento, aunque hay
gran cantidad de estudios de la influencia de la posición en la
secuencia de los herm anos/herm anas y el desarrollo de un
hijo único. Los factores de capacidad de desempeño intelec­
tual, creatividad, neurosis —de acuerdo con varios estudios—
son mayores en los/las primeros nacidos. Por lo general los
padres invierten más, no sólo en la educación del hijo varón,
sino en el que nació primero.
Es posible que los científicos occidentales tiendan a mini­
mizar los resultados de la selección sexual, pero factores como
el desarrollo de puestos de trabajo o una visión general del
futuro sí tienen un efecto en ella. Las madres que desean hi­
jos varones no necesariamente los valoran más, simplemente
esperan que ellos podrán mantenerse mejor en un mundo
marcado por una brutal competencia.
Incluso la tensión entre los campos políticos puede ser
decisiva para la producción de hijos varones, dada la necesi­
dad de so ld ad o s. Los p aíses con fu e rte s trad icio n es
patriarcales deben esperar un excedente de hijos varones en
caso de que las técnicas de selección sexual no sean muy cos­
tosas o complicadas. Por ejemplo, en una sociedad patriarcal
e industrializada como Japón es fácil suponer las consecuen­
cias. Los gobiernos de todos los países subdesarrollados po­
drían interesarse en ese tipo de métodos tan sólo porque un
excedente de nacimientos de niños resolvería los problemas
poblacionales en el largo plazo. Para los países en desarrollo
con tendencias imperialistas y una fuerte estructura patriar­
cal, el excedente masculino podría ser tan atractivo que los
gobiernos promoverían la introducción de preparados quí­
micos para la predeterminación sexual. Tal vez la motivación
que las mujeres pudieran tener para tomar ese remedio sería
mayor que los motivos para usar la anticoncepción, dado que
en todos los países subdesarrollados el estatus de la mujer se
basa en cuántos hijos varones puede traer al mundo. No obs­
tante, hay que hacer notar que las consecuencias de ese cam ­
bio en la proporción de sexos no serían absolutam ente
positivas para las mujeres que paren. Quizás, si hubiera de­
manda de m ujeres, sus posibilidades de casam iento se
incrementarían, pero es cierto que sus posibilidades de libe­
ración no.
Parte 2
La casa patriarcal:
el lugar más letal para las mujeres
Mujeres golpeadas hablan. Boston, Massachusetts, 1976. Foto Ellen Shub.
Introducción

L a s contribuciones para la parte 2 se centran en el asesinato


de mujeres en sus propios hogares a manos de hombres con
los que tenían o tuvieron relaciones. Es irónico que el lugar
donde las mujeres deberían poder esperar sentirse más segu­
ras —sus propios hogares — sea el lugar donde están en m a­
yor riesgo de vivir violencia sexual mortal cuando comparten
ese hogar con un hombre. Asimismo, resulta irónico que sean
esos hombres, en quienes se fomenta que las mujeres confíen
y busquen su amor y protección, los que significan el mayor
peligro para ellas, ya sean sus esposos, amantes, ex esposos o
ex amantes.
La sección abre con un extracto del poema Womanslaughter
("matanza de mujeres"), en el que Pat Parker habla íntima­
mente sobre una mujer afro-americana asesinada a manos de
su esposo después de que la policía le negara protección.
Parker acusa a la policía y al sistema judicial por no apoyar a
las mujeres en situaciones que amenazan sus vidas.
Al testimonio de Parker siguen dos estudios académicos.
En "Hasta que la muerte nos separe" Margo Willson y Martin
Daly analizan la razón por la cual los hombres matan a sus
parejas íntimas, y examinan las circunstancias en las cuales
es más probable que suceda un feminicidio íntimo. El siguien­
te artículo, escrito por Jacquelyn Campbell, es un estudio es­
tadístico de los asesinatos en Dayton, Ohio, en un periodo de
cuatro años. Campbell muestra cómo la amenaza de muerte
que se lanza a las mujeres no sólo ha sido sistemáticamente
oscurecida por la prensa sino por los científicos sociales que,
al igual que ésta, tienden a culpar a las mujeres víctimas de la
violencia.
En recuentos más personales, que agregan intimidad a
algunas de las temáticas planteadas por los dos estudios an­
teriores, Rikki Gregory narra la experiencia de su amiga
Mandy y la violencia de su esposo. Al igual que muchas
mujeres que viven en una relación violenta, Mandy adoptó
una estrategia de respuesta basada en la negación. Puede ser
que esta estrategia le haya permitido vivir un poco más en la
relación, pero al final le costó la vida.
Los siguientes tres trabajos abordan el feminicidio en la
India. Govind Kelkar relaciona la práctica de la cremación
de la novia en la sociedad hindú contemporánea con la fa­
milia patriarcal y a la estructura económica y política más
amplia de la sociedad, que engendra la dependencia de las
mujeres con respecto de los hombres. Esta dependencia la
exacerban los patrones tradicionales del matrimonio. Des­
pués de la boda, es común que la mujer deje a su familia para
ir a vivir con la del esposo, la cual puede estar a miles de
kilómetros de distancia. Este aislamiento de su primera fami­
lia, junto con la dependencia que tiene respecto de la nueva,
la coloca en una posición vulnerable. La autora vincula esta
indefensión con la práctica de la cremación de la novia en la
sociedad hindú. Asimismo, explora las protestas contra esta
práctica por parte de las mujeres hindúes, que contraviene la
estereotipada visión occidental que se tiene de ellas como
mujeres pasivas.
Al artículo de Govind Kelkars le sigue un reporte apare­
cido en la prensa sobre el suti (cremación de la esposa)* por
Rajendra Bajpai en el San Franciso Chronicle. La reportera co­
menta que, aún cuando las autoridades condenan esa práctica,
sigue siendo tan popular que atrae mirones que se desplazan
miles de kilómetros para asistir al espectáculo.
S.H. Venkatranamani desplaza el centro de atención a otra
forma de feminicidio, el infanticidio femenino.
La preferencia para y el trato preferencial hacia el niño
varón tienen una larga historia en las sociedades patriarcales
—para el caso India— donde a los hombres, en todas las esfe­
ras de la sociedad, se les asigna y reconoce mayor valor so­
cial, económico y político que a las mujeres. En algunas
culturas esta preferencia por los niños varones ha resultado
en la práctica del infanticidio de las niñas. Venkatramani
vincula infanticidio con el aborto selectivo de embriones fe­
meninos. La autora no intenta afirmar que el aborto es una
forma de asesinato, sino preguntarse si cierto tipo de abortos
se realizan como resultado de presiones o porque no hay más
opción.
Finalmente, Karen Stout ve hacia las opciones disponi­
bles para las mujeres que viven en hogares inseguros, y eva­
lúa el vínculo entre feminicidio íntimo y disponibilidad de
remedios legales y refugios para las mujeres que los necesitan.

* N. del T. Práctica hindú en la cual se quema a la esposa, aún estando


viva, en o sobre la pira funeraria que consume al cadáver del esposo.
Matanza de mujeres
Pat Parker

Hola, Hola Muerte


Había un hombre tranquilo
se casó con una mujer callada.
Juntos, vivían
una vida tranquila.

No tanto, no tanto
dijeron sus hermanas,
la verdad sale
mientras ella yace muerta.
Él lá golpeó.
Él la acusó
de cosas horribles
y la golpeó.
Un día ella partió.

Fue a casa de su hermana


Ella, también, era una mujer sola.
El hombre tranquilo llegó
y la golpeó.
Ambas mujeres estaban atemorizadas.
"Hola, Hola Policía
soy una mujer
y tengo miedo.
Mi esposo me va a m atar".

"Señora no podemos hacer nada


hasta que intente lastimarla.
Vaya ante el juez y él decretará
que su esposo la deje en paz!".

Ella encontró un departamento


con una amiga.
Ella comenzaría una vida nueva.
El decreto de divorcio
terminó con el hombre tranquilo.

Él llegó hasta su hogar


y la golpeó.
Ambas mujeres estaban atemorizadas.

"Hola, Hola Policía


soy una mujer sola
y tengo miedo.
Mi ex esposo me va a m atar".

"N o tema señora


lo vamos a vigilar".
Fue demasiado tarde
cuando lo agarraron.
Un día un hombre tranquilo
mató a su callada mujer
le disparó tres veces por la espalda.
También le disparó a su amiga.
Su esposa murió.

¿Qué se podrá hacer con este hombre?


¿Es asesino en primer grado?
No, dijeron los hombres
fue un crimen pasional.
El estaba enfurecido.

¿Es asesinato en segundo grado?


Sí, dijeron los hombres,
Pero diremos que no.
Hay que pensar en su historia.
Diremos que fue homicidio no premeditado.
La pena es igual.
¿Qué haremos con este hombre?
Su jefe, un hombre blanco, llegó.
Es un tranquilo hombre Negro, dijo
trabaja para mí.
Los hombres enviaron al tranquilo hombre Negro
a la cárcel.
Él fue a trabajar en el día.
Él fue a la cárcel y durmió en la noche.
En un año regresó a su hogar.

Hermana, no entiendo
estoy furiosa y no entiendo.
En Texas lo soltarían.
Un Negro mata otro
y hay un Negro menos en Texas.
Pero aquí no es Texas,
es California
la ciudad de los ángeles.
¿Fue su crimen tan leve?
George Jackson estuvo
años preso por robo.
Eldridge Cleaver estuvo
1 años preso por violación.
Sé de un hombre en Texas
condenado a cuarenta años
por posesión de marihuana.
¿Fue su crimen tan leve?
¿Cuál fue su crimen?
Sólo mató a su mujer.
Pero el divorcio, yo dije.
No terminó, dijeron ellos.
Las cosas de ella eran de él,
incluso su vida.
¡Los hombres no pueden
violar a sus mujeres!
Los hombres no pueden
matar a sus mujeres.
Sólo adorarlas hasta la muerte.

Las tres hermanas


de Shirley Jones
vinieron y la cremaron.
Y no fueron fuertes.
Escúchenme ahora—
son casi tres años
y me siento fuerte otra vez.
He ganado muchas hermanas.
Y si una es golpeada,
violada o asesinada.
No vendré en la mañana vestida de luto,
no escogeré las flores apropiadas,
no festejaré su muerte y
no importará si es Negra o blanca—
si ama a las mujeres o a los hombres.
Vendré con muchas hermanas
y decoraremos las calles
con las tripas de aquellos
hermanos-asesinos-de-mujeres.
Ya no adormeceré mi coraje
en alcohol ni en deferencia
ante los tribunales de los hombres.
Vendré a mis hermanas
no sumisa
sino fuerte.
Hasta que la muerte nos separe
Margo Wilson Martin Daly

ivevelar la infidelidad de una mujer es una provocación tan


extrema que un "hombre razonable" es capaz de responder
con violencia letal. Este impulso es tan fuerte y natural que al
cornudo homicida no se le puede hacer totalmente responsa­
ble de su horrorosa acción. Eso es lo que dice el derecho con­
suetudinario.
Otros errores conyugales —como roncar o quemar la cena
o mal administrar las finanzas famliares — no pueden ser in­
vocados como provocaciones. Los hombres razonables no
reaccionan con violencia ante el despilfarro, la estupidez, la
pereza o los insultos de sus esposas. De hecho, la única pro­
vocación además del adulterio de la esposa, a la que se asig­
na el mismo poder para mitigar la responsabilidad criminal
de un asesino, es el ataque físico directo contra él o contra un
pariente (véase, por ejemplo, Dressler, 1982).
La ley de la provocación refleja una teoría popular sobre
la mente masculina, según la cual atrapar a la mujer en un
acto de infidelidad constituye un impulso único y poderoso
a la violencia. Esta teoría no es privativa de las sociedades
occidentales sino que está bastante diseminada. ¿Realmente
refleja la realidad?
La provocación y el "hombre razonable"
No obstante el repunte de los asesinatos en serie, de las vio­
laciones que terminan en asesinato y de los homicidios que
ocurren durante los robos, lo cierto es que la m ayor parte de
las mujeres asesinadas muere a manos de su pareja mascu­
lina.
Una pequeña proporción de hombres que mataron a sus
esposas son encontrados "imposibilitados de resistir un jui­
cio" o "no culpables por causa de trastorno mental". Frecuen­
temente se considera que tales hom bres sufren de una
condición p siq u iátrica d en om inad a "ce lo s m órbidos"
(Mowat, 1966), diagnosticados sobre la base de una preocu­
pación obsesiva por posible infidelidad y la tendencia a in­
vocar "evid en cia" rara para apoyar sus sospechas. Sin
embargo, los hombres que matan en un ataque de celos no
son considerados como locos. No sólo es "norm al" que esté
celoso, sino que, al parecer, es un celoso violento normal, por
lo menos cuando el perpetrador es un hombre que comete el
crimen al calor de la pasión.
La ley consuetudinaria inglesa descansa fuertemente en
la concepción de la forma como se espera que actúe un "hom­
bre razonable". Esta criatura hipotética encarna el supuesto
judicial del orden natural de las relaciones conyugales y las
pasiones de los hombres, postulado que descansa en esta ca­
racterización académica legal: "Los jueces han avanzado con­
siderablemente hacia el establecimiento de —por lo menos
en cuanto a la ley de la provocación concierne— una norma
sobre qué es lo que constituye un hombre razonable y sus
reacciones. Dicen que no es impotente y que normalmente
no está ebrio; que no pierde su autocontrol al escuchar una
mera confesión de adulterio, pero se desequilibra cuando ve
el adulterio, por supuesto, está casado con la adúltera"
(Edwards, 1954: 900).
Este "hombre razonable" puede desconcertar al lector o a
la lectora, pues parece un raro invento inglés, sin embargo, es
algo más que eso. La legislación de Solón otorga el mismo
derecho al griego cornudo, mientras que la ley romana exime
al homicida cornudo sólo si el adulterio ocurre en su casa.
Muchas de esas disposiciones siguen en vigor en la Europa
continental contemporánea.
Hasta 1974 la ley en Texas señalaba que un homicidio se
justificaba —no era un acto criminal y por tanto no estaba
sujeto a ninguna penalidad— " [...] si lo cometía un esposo
que sorprendiese a la persona en un acto de adulterio con la
esposa, siempre y cuando el asesinato tuviera lugar antes de
que las partes que intervienen en el acto de adulterio se hu­
bieran separado" (Código Penal de Texas de 1925, artículo
1220). En todos lados ésta es la "ley no escrita" y los casos,
tanto en Texas como en otros estados con prácticas análogas
basadas en precedentes, han considerado la justificación has­
ta el punto de contemplar el ataque mortal contra la esposa
infiel, el rival o ambos. (Los factores que pueden anticiparse
sobre las posibilidades de que un cornudo violento ataque a
su esposa en lugar de al rival, aún están por dilucidarse.)
Muchas otras tradiciones legales tan distintas de la nues­
tra, abordan de forma similar este asunto de la respuesta le­
gítima del esposo "víctim a". Más que darle derecho a una
compensación material al esposo injustamente tratado, el
adulterio está ampliamente construido para justificar su vio­
lencia, misma que en otras circunstancias sería considerada
criminal. Por ejemplo, entre los isleños melanesios de Wogeo
el tema central de la ley y la moralidad es el adulterio, y "el
coraje del esposo que ha sido tratado injustamente" se consi­
dera predecible y justificable; los W ogeans afirman: "es como
un hombre a quien robaron sus puercos", sólo que mucho
más enojado (Hogbin, 1938, pp. 236-237). Entre los Nuer de
África Oriental, "comúnmente se reconoce que un hombre al
que se le sorprende en adulterio corre el riesgo de sufrir le­
siones serias o incluso la muerte a manos del esposo de la
mujer" (Howell, 1954:156). Habiendo atrapado a su esposa
en "flagrante delito", el Yápese cornudo "tiene derecho a ma­
tarla a ella y al adúltero o a quemarlos en la casa" (Muller,
1917:229). Entre los Toba-Batak de Sumatra, "el hombre inju­
riado tiene el derecho de matar al hombre atrapado en pleno
adulterio de igual forma que mataría a un puerco en un arro­
zal" (V ergouw en, 1964: 266). En general, los registros
etnográficos sugieren que los arranques de furia de los cor­
nudos son universalmente predecibles y considerados am­
pliamente como legítimos.

Propiedad sexual masculina


Los hombres exhiben la tendencia a pensar que las mujeres
son una "propiedad" sexual y reproductiva que pueden po­
seer e intercambiar. Denominar a un hombre "propietario"
sexual es conceptualmente similar a llamarlo "celoso" sexual,
aunque esto último carece de ciertas restricciones como la
connotación que en ocasiones tienen los celos como compor­
tamiento excesivo o socialmente indeseable. La propiedad
implica una visión más abarcadora que hace referencia, no
sólo a la fuerza emocional de los sentimientos de derecho que
uno tiene, sino a una actitud más penetrante hacia las rela­
ciones sociales^ El derecho a la propiedad sobre la gente ha
sido concebido e institucionalizado como idéntico al derecho
de propiedad sobre la tierra, bienes muebles y otros recursos
económicos. Histórica y transculturalmente a los propieta­
rios de esclavos, sirvientes, esposas e hijos/hijas se les ha dado
el derecho a disfrutar los beneficios de la propiedad sin inter­
ferencia alguna, a modificar su propiedad y a comprar y ven­
der, mientras que la propiedad tiene muy poca o ninguna
condición legal o política por "su " propio derecho (véase por
ejemplo, Dobash y Dobash, 1979; Russell, 1982; Sachs y
Wilson, 1978).
Que los hombres tomen una perspectiva de propiedad
sobre la sexualidad femenina y su capacidad reproductiva se
manifiesta en diversas prácticas culturales (Wilson, 1987;
Wilson y Daly, 1992). La legislación angloamericana está re­
pleta de ejemplos de derechos de propiedad de los hombres
sobre la sexualidad y la capacidad reproductiva de sus espo­
sas e hijas. Desde antes de Guillermo el Conquistador ha ha­
bido una elaboración permanente de instrumentos legales que
permiten a los hombres buscar una compensación monetaria
por robo y daño de la sexualidad y capacidad reproductiva
de las mujeres. Estos agravios, que hasta hace muy poco han
sido todos sexualmente asimétricos, incluyen: "pérdida de
consorcio", "incentivo", "conversación criminal", "pérdida
de afecto", "seducción" y "abducción" (Attenborough, 1963;
Backhouse, 1986; Brett, 1955; Sinclair, 1987; Wilson y Daly,
1992). En todas estas acciones de agravio quien tenía el dere­
cho a buscar compensación era el propietario de la mujer,
cuya virtud y castidad era fundamental; esos derechos que
permiten mantener la propiedad sobre prostitutas y otras
mujeres de dudosa reputación no tienen causa legal. Ade­
más, el consentimiento de la mujer no mitiga la injusticia.
A través de la historia de la humanidad y en todo el mun­
do, hombres poderosos han tendido a acumular tantas muje­
res en edad fértil como podían manejar y han invertido es­
fuerzos sustanciales y recursos en tratar de secuestrarlas de
o tro s hom b res (B etzig, 1 9 8 6 ). U n a am p lia gam a de
"enclaustramientos", incluido el uso del velo, el atado de pies
y el encarcelamiento en habitaciones femeninas, así como in­
tervenciones mecánicas o quirúrgicas como los cinturones de
castidad y la infibulación han sido utilizados por los hom­
bres propietarios con el fin de mantener la exclusividad sexual
y reproductiva (Dickeman, 1979 y 1981; Hosken, 1979). En
m uchas socied ad es p atrilin eales (v éase por ejem plo,
Comaroff, 1980; Borgerhoff Mulder, 1988) el precio que el
novio y su familia pagan por la novia a su padre realmente es
el precio que se abona por un niño, y debe pagarse incluso en
cuotas después de cada nacimiento. Con frecuencia, la inca­
pacidad reproductiva de una mujer es causa de que el hom­
bre inicie el divorcio con el reembolso del pago que hizo por
la novia (Stephens, 1963). La adquisición de derechos sobre
la capacidad reproductiva de una mujer conlleva los dere­
chos al trabajo y al valor diferenciado dependiendo de los
hijos que la mujer produzca y a vigilar la sexualidad de éstos.
Casi invariablemente a los esposos se les otorga el derecho
de ejercer control sobre la vida sexual de sus esposas, lo cual
casi siempre significa que restringen el acceso sexual sólo a
ellos mismos. La legislación sobre adulterio, sexualmente
asimétrica, que hace que el coito con una mujer casada se con­
vierta en un crimen contra el esposo, es una característica de
los códigos legales indígenas de todas las civilizaciones del
mundo (Daly, Wilson y Weghorst, 1982).
No sólo se ha otorgado el derecho de exclusividad a los
esposos en cuanto al acceso sexual hacia sus esposas, sino
que esto conlleva el derecho a usar la fuerza para conseguir­
lo. El criminalizar la violación en el matrimonio y, por tanto,
afirmar el derecho de la mujer ha rehusarse a tener relaciones
sexuales es una cuestión que sólo quedó establecida hace muy
poco tiempo (Edwards, 1981; Russell, 1982). A los esposos
ingleses se les otorgó el derecho a imponer restricciones a sus
esposas desobedientes, y no fue sino hasta 1973 que un espo­
so fue condenado por secuestro, por tratar de evitar que la
esposa lo dejara para irse con otro hombre (Atkins y Hoggett,
1984). La expresión "rule o f thumb" (ley del pulgar) se deriva
del poder judicial según el cual un esposo tenía derecho a
usar una vara no más gruesa que su dedo pulgar para contro­
lar a una esposa sobradamente independiente (Edwards,
1985).

Homicidio y propiedad sexual


Aún si concediéramos que los hombres desean controlar a
sus esposas y que están prestos a utilizar la fuerza para lo­
grarlo, la pregunta es ¿por qué las matan? Paradójicamente,
aunque no lo parezca, hay una fuerte evidencia de que el
devocidio (homicidio cometido por exceso de "devoción" a
la esposa) es una manifestación de propiedad.
La mayor parte de los estudios realizados sobre los "m o­
tivos" del homicidio han dependido de los resúmenes de los
archivos policiales, por lo cual están limitados a la escasa in­
formación ahí registrada y a los propósitos específicos de esa
información. Las dos categorías más importantes de motivos
que aparecen en un estudio de Marvin Wolfgang (1958) que
busca trazar una tendencia investigando hom icidios en
Filadelfia, por ejemplo, quedan definidos como "altercados
originados por cuestiones relativamente triviales" y "dispu­
tas domésticas". Ninguna de estas dos categorías nos dice
mucho. Los "celos" ocuparon el tercer lugar como causa y,
no obstante, constituyeron la temática principal en la lista de
Wolfgang, igual que han probado serlo para muchas investi­
gaciones.
En Canadá, las investigaciones de la policía generan un
reporte por cada homicidio, éste lo hace la Agencia Federal
de Estadísticas del Canadá, para lo cual usa un formato de
opciones múltiples, estandarizado. La policía proporciona 12
motivos, uno de los cuales es los "celos". Entre 1974 y 1983 la
policía canadiense consideró como motivos para el asesinato
de esposas en 1,006 casos de 1,060 (Daly y Wilson, 1988a). De
éstos, 214 (21.3 por ciento) fueron atribuidos a los celos; de
812 homicidios, 195 fueron cometidos por esposos y de 248,
19 fueron perpetrados por esposas. Sin embargo, es seguro
que se trata de una subestimación del papel que desempeña­
ron los celos, ya que la mayoría de los casos no estuvieron
vinculados con ninguna fuente de conflicto sustantiva: la
policía atribuyó 513 casos simplemente a "discutieron y pelea­
ron" y ojtros 106 a "enojo y odio". Estos motivos reflejan las
preocupaciones que los detectives y los fiscales tienen con res­
pecto de la premeditación en oposición a la reacción impulsiva;
sin embargo, no nos dicen nada sustancial sobre el conflicto
marital. Cualquiera de estos casos pudo haber sido provocado
por sospechas de infidelidad o incluso por su descubrimiento.
Nuestra afirmación, en el sentido de que en Canadá la
instancia de estadísticas encargada de capturar los motivos
de los homicidios subestima la importancia que tienen el adul­
terio y los celos en los conflictos conyugales, es más que una
conjetura. En efecto, el estudio de Catherine Carlson (1984)
sobre homicidios maritales investigados por una fuerza poli­
cial de Ontario aporta evidencias claras sobre este punto.
Carlson examinó los archivos de la policía en 36 homicidios
maritales, y en los cuales la Agencia de Estadística de Cana­
dá anotó en sus registros los motivos de los asesinatos. Sólo
en cuatro de los casos se coló por "celos" y, no obstante, la
propiedad sexual fue claramente relevante para varios de los
otros. Por ejemplo, está la declaración hecha ante la policía
de un hombre, de 53 años y desempleado, que mató a su ene­
mistada esposa de 42 años de edad:

Yo sabía que andaba cogiendo por ahí. Había estado esperan­


do por unos cinco minutos y miré cómo llegaba en un taxi,
acerqué mi auto y lo estacioné detrás del de ella. Le dije: "¿dis­
frutaste tu fin de semana?" y ella dijo: "Vete al diablo, por su­
puesto que sí, y voy a disfrutar otros más". Yo dije: "No, no
creo. Me has estado engañando desde hace mucho y ya no
aguanto más". Le seguí preguntando si iba a regresar conmi­
go. Ella me dijo que me desapareciera de su vida. Yo dije: "No
hay modo; si yo me desaparezco, nos desaparecemos los dos"
(Carlson, 1984: 7-8).

Al reportar el caso a la oficina de Estadísticas de Canadá,


la policía lo clasificó dentro de la categoría de "enfermo men­
tal, retrasado".
En otro caso catalogado como "enojo y odio" (que es la
categoría más popular en esa fuerza de policía, y que así cla­
sificó a 11 de los 36 casos de homicidio marital menciona­
dos), un hombre de 31 años de edad apuñaló a su pareja
femenina de 21, con quien vivía en unión libre, después de
seis meses de separación temporal. En su declaración a la
policía, el acusado hizo este recuento de los hechos:

"Entonces ella dijo que desde que había regresado en abril,


había cogido como unas diez veces con ese otro hombre. Yo
dije: ¿cómo puedes hablar de amor y matrimonio si has estado
cogiendo con ese hombre? Realmente estaba muy enojado. Fui
a la cocina por el cuchillo. Regresé a nuestra recámara y le pre­
gunté si había sido en serio lo que me dijo. Ella dijo que sí.
Peleamos sobre la cama, la estaba apuñalando cuando llegó su
abuelo y trató de quitarme el cuchillo de la mano. Yo le dije
que me hiciera favor de llamar a la policía. No sé por qué la
maté; yo la amaba" (Carlson, 1984: 9).

La sinopsis de la policía y las estadísticas del gobierno


obviamente no son las fuentes ideales de información sobre
los motivos de homicidio. Afortunadamente ha habido por
lo menos algunos estudios en los cuales los investigadores
han entrevistado, ellos mismos, a los asesinos con respecto a
las fuentes de conflicto que terminaron en homicidio conyu­
gal. Tales investigaciones son unánimes al confirmar que la
propiedad sexual constituye el aspecto peligroso en el matri­
monio, independientemente de si es el esposo o la esposa
quien finalmente resulta asesinado.
Por lo general los acusados de asesinato están obligados
a someterse a un examen psiquiátrico para determinar si pue­
den o "están aptos para enfrentar un juicio". En 1955, Manfred
Guttmacher, encargado de establecer las aptitudes de los ase­
sinos en la Ciudad de Baltimore, publicó un informe que re­
sumía el exam en que practicó a 31 personas que habían
matado a sus cónyuges: 24 hombres y 7 mujeres. Estos casos
formaban parte de 36 homicidios intrafamiliares consecuti­
vos en esa ciudad, y Guttmacher tabuló lo que consideró como
"factores aparentemente motivadores" a partir de las entre­
vistas personales que sostuvo con los perpetradores. Si bien
presenta los datos en una forma un tanto ambigua (tabula
algunos de los casos en más de un motivo), parece ser que 25
de estos eventos (el 81 por ciento) de los 31 homicidios con­
yugales estuvieron motivados por la propiedad sexual; 14 se
debieron a que el o la cónyuge terminó con la relación y se
fue por otra pareja: cinco se debieron a cónyuges "promis­
cuos", cuatro por "celos patológicos", uno por descubrimiento
de adulterio en flagrante delito, y uno por sospechas equivo­
cadas de adulterio entre la esposa del asesino y su yerno.
Un informe similar del Servicio de Psiquitría Forense de
la Universidad de Virgina revela una preponderancia de ca­
sos de propiedad sexual masculina que, incluso, es mucho
más dramática que la muestra de Baltimore. Showalter, Bonnie
y Roddy (1980) describen 17 casos de "asesinato o de heridas
graves" al cónyuge. Seis de éstos fueron atribuidos-a desór­
denes psiquiátricos; sin embargo, los autores estaban tan im­
presionados con la gran similitud que presentaban los 11 casos
restantes que por título pusieron a su informe: "El síndrome
del homicidio de la cónyuge". Todos los 11 atacantes fueron
hombres, y todos profesaron su profundo amor por las vícti­
mas. Diez de los 11 ataques fueron precipitados por una "am e­
naza inmediata de terminar la relación", y ocho de las 11
esposas víctimas por lo menos habían dejado al delincuente
en una ocasión previa, para luego regresar. Además, "en los
11 casos, las víctimas estaban envueltas en una aventura amo­
rosa con otros hombres o habían hecho creer a los delincuen­
tes que ellas eran infieles. En diez de los 11 casos, las víctimas
no hicieron ningún intento por ocultar sus otras relaciones"
(127). Barnard et al. (1982) informa de resultados similares en
un estudio hecho en Florida.
Un estudio canadiense sobre esposos convictos por ha­
ber asesinado a sus cónyuges, nuevamente apunta a los pre­
dominantes celos masculinos y al sentido de propiedad como
motivos del homicidio conyugal. El sociólogo Meter Chimbos
(1978) entrevistó a una "m uestra disponible" de 34 asesinos
de sus parejas, 29 hombres y cinco mujeres. Las entrevistas se
realizaron en un intervalo promedio de tres años después del
homicidio: 30 en la cárcel y cuatro fuera de la misma, al poco
tiempo de haber quedado en libertad el sujeto. Diecisiete es­
taban legalmente casados con sus víctimas y 17 estaban vi­
viendo en unión libre. En un hallazgo que es reminiscencia
del "síndrome" de Virginia, 22 de las 34 parejas se habían
separado previamente por infidelidad y más tarde se habían
reconciliado.
El resultado más impresionante del estudio de Chimbos
es la casi unanimidad que hubo entre los asesinos con res­
pecto a lo que identificaron como la causa principal del con­
flicto y del fracaso de su matrimonio. Veintinueve de 34 casos
(85 por ciento) señalaron "cuestiones de sexo (aventuras amo­
rosas y rechazos)", tres culparon al "exceso de bebida" y dos
manifestaron que no había conflictos importantes. Es notable
que sean estos pocos aspectos los que abarcan la lista. La
mayor parte de los asesinos tenía pocos años de escolaridad
y ocupaba bajos puestos de trabajo; sin embargo, ninguno
señaló problemas financieros como primera fuente de con­
flicto. No obstante que 28 de las 34 parejas tenían hijos, nin­
guna consideró que ellos hubieran sido la fuente principal
del conflicto; éste fue por cuestiones sexuales, lo cual quería
decir adulterio.
Desafortunadamente Chimbos no desagregó las riñas de
infidelidad de acuerdo con el sexo. Sin embargo, es claro que
las esposas adúlteras fueron por mucho más que los hombres
la manzana de la discordia, sin importar cuál de las partes
terminó muerta. Las monografías están salpicadas de citas
textuales de las entrevistas a los asesinos; trece de éstas, pro­
venientes de los hombres delincuentes incluyen alusiones a
la infidelidad, y todas son quejas sobre la imposibilidad de
confiar en las esposas. Haciendo una comparación con citas
extraídas de las mujeres asesinas, ellas también hicieron refe­
rencia a la infidelidad, pero no reflejaron el tipo de quejas
expresadas por los hombres. Al aludir al adulterio, las cuatro
mujeres se refirieron a las acusaciones que sus esposos les
habían hecho; en uno de los testimonios las acusaciones fue­
ron mutuas.
Chimbos escogió seis casos para hacer una descripción
detallada. Cuatro fueron cometidos por hombres y dos por
mujeres. En cada uno de los casos seleccionados —según el
autor porque representan a la amplia gama de conflictos en
toda la m uestra— el esposo acusó rabiosamente a su esposa
de adulterio antes del homicidio. En tres casos la acusación
fue mutua.

Si yo no puedo tenerte, nadie puede:


Poder y control en el homicidio de la pareja femenina
Jacquelyn C. Campbell

Los hombres no dejan ir fácilmente a las mujeres. Van en busca


de las que los dejaron para discutir y amenazarlas, y en oca­
siones para matarlas. Como un hombre en Illinois que le dijo
a su esposa seis meses antes de que ella se divorciara de él y
siete meses antes de que la matara en su casa disparándole:
"Te juro que si algún día me dejas, te seguiré hasta el fin del
mundo para matarte" (Peo-pie v. Word, 391 N.E., 2a, 206).
Las mujeres separadas de sus esposos, perseguidas y ase­
sinadas son casos comunes en los archivos de la policía. Los
casos inversos, de asesinatos vengativos cometidos por espo­
sas abandonadas son extremadamente raros, no obstante la
popularidad de este recurrente tema en las novelas y en las
películas. En Canadá, entre 1974 y 19 8 3 ,1 1 7 de 524 (22 por
ciento) mujeres asesinadas por sus esposos legalmente reco­
nocidos estaban separadas de ellos, en comparación con 11
de 118 (nueve por ciento) hombres asesinados por sus espo­
sas también legalmente reconocidas. Entre esas parejas, poco
comunes, la proporción de esposas víctimas contra los espo­
sos agraviados fue de 10.6 a uno (117 contra 11), comparada
con una proporción de 3.8 a uno (407 contra 107) de parejas
que habitaban juntas (Wilson, 1989). Y mientras la policía atri­
buyó a los "celos" 43 por ciento de los 117 homicidios cometi­
dos por esposos separad os, sólo dos de 11 hom icidios
cometidos por esposas separadas fueron atribuidos a esa cau­
sa. En el caso excepcional de una mujer que asesinó a su es­
poso separado, es m uy probable que se tratara de una
situación de autodefensa en contra de un hombre que no la
dejaba vivir en paz. En un estudio hecho en Australia, Wallace
(1986) encontró incluso una relación más fuerte entre separa­
ción y devocidio: 98 de 217 mujeres asesinadas por sus espo­
sos estaban separadas de ellos o en el proceso, comparado
con tan sólo tres de 79 hombres asesinados por sus esposas.
Los homicidios que la policía y los criminalistas atribu­
yen a los "celos" incluyen un par de dramas un tanto diferen­
tes que habría que distinguir. Por un lado tenemos lo que
algunos criminalistas denominan "triángulos amorosos", son
casos en los que se sabe o se sospecha de una tercera persona.
En otros asesinatos, no es claro si una tercera persona en par­
ticular estaba involucrada en el asunto o incluso si la persona
celosa sospechaba de su existencia, y simplemente no pudo
soportar que su com pañera/ o terminara con la relación. Con
frecuencia en estos casos la parte celosa es el hombre, en com­
paración con los triángulos amorosos. Por ejemplo, en Detroit
en 1972, en 30 de 40 asesinatos por "triángulo amoroso" los
hombres fueron la parte celosa, mientras que en 17 de 18 ca­
sos fueron hombres quienes cometieron los crímenes simple­
mente por no soportar que los dejaran (Daly, W ilson y
Weghorst, 1982).
La diferencia entre una esposa adúltera y el abandono a
su marido ilustra dos aspectos separados, aunque relaciona­
dos, que subyacen a los celos masculinos (Daly y Wilson,
1988a; Wilson y Daly, 1992). Si bien sólo el primero hace que
el hombre corra el riesgo de que le pongan el cuerno y que
mal invierta su tiempo brindando cuidado paterno al hijo de
otro hombre, el riesgo para ambos aspectos es parcialmente
el mismo. En efecto, en cualquiera de los dos casos el hombre
está en la posibilidad de perder el control sobre la capacidad
reproductiva de su esposa (Wilson, 1987). Y, evidentemente,
este aspecto reproductivo estratégico compartido por ambos
casos les confiere un aspecto psicológico en común: los in­
vestigadores han agrupado las dos situaciones en casos de
"celos", lo cual se debe al sentido tan agresivo de propiedad
que los esposos tienen sobre sus esposas y a que tienden a
considerar el adulterio y el abandono como equivalentes a la
violación de sus derechos. El hombre que persigue y mata a
una mujer que lo dejó, seguramente cayó en un resentimien­
to fútil y puso en práctica los vestigios de su poder de domi­
nación para un fin inútil.

Celos conyugales y violencia en todo el mundo


El fenómeno que hemos venido discutiendo no es particular
de las sociedades industrializadas. En cada sociedad para la
cual hemos encontrado un ejemplo de homicidio conyugal,
la historia es básicamente la misma: la mayoría de los casos
surgen de la respuesta violenta, celosa y de propiedad de los
esposos hacia la infidelidad (real o imaginaria) o al abando­
no de sus esposas.
Han sido publicadas muchas monografías sobre el tópico
de homicidios entre personas aborígenes en la India. Están,
por ejemplo, las de Bison-Horn Maria (Edwin, 1950), Munda
(Saran, 1974), Orao (Saran, 1974) y Bhil (Varma, 1978). La vio­
lencia letal entre estas tribus de agricultores es alta y 99 por
ciento de los asesinatos los comenten hombres. Estas mues­
tras de homicidio incluyen 20 casos de esposas Bison-Horn
Maria asesinadas por sus esposos; tres casos de Munda, tres
de Oraon y ocho de Bhil. En cada una de las cuatro socieda­
des la mayoría de los homicidios conyugales fueron cometi­
dos debido a la sospecha o al conocimiento que los esposos
tenían de la infidelidad de sus esposas, los habían abandona­
do y se resistían a regresar con ellos. Además, en cada uno de
estos estudios cerca de 20 por ciento de los homicidios entre
hombres, que son mucho más numerosos, se debieron expre­
samente a la rivalidad por una mujer o a la respuesta por las
insinuaciones sexuales hechas a una hija o a otra mujer con la
que tenían algún parentesco.
Fallers y Fallers (1960) reunieron información sobre 98
casos de homicidios consecutivos (esto es 98 víctimas) de 1947
a 1954 entre los Basoga, una tribu hortícola patrilineal y
polígama en Uganda. Aparentemente, ocho de estos asesina­
tos fueron accidentales. De los 90 casos restantes, en 42 casos
un hombre mató a una mujer, por lo general a su esposa; para
32 de éstos crímenes se dieron los siguientes motivos: diez
por adulterio, 11 por abandono o por rehusarse a tener rela­
ciones sexuales y 11 por una diversidad de otros motivos. En
otros cinco casos que involucraron a dos hombres, fue claro
que se trató de rivalidad por cuestiones sexuales. Sólo dos
mujeres cometieron delito, una que le quitó la vida a un hom­
bre y otra a una mujer; este último fue el único caso en el que
hubo celos sexuales entre mujeres o rivalidad, en compara­
ción con 26 homicidios por celos masculinos. (En las socieda­
des polígamas las esposas pueden ser feroces rivales y aun
así es menos frecuente que se maten entre sí como sucede
entre los hombres).
Sohier (1959) revisó archivos de los tribunales de 275 ho­
micidios que terminaron en condenas entre 1948 y 1957, en lo
que por ese entonces era el Congo Belga. A muchos casos no
se les asignó ningún móvil particular, pero de a los que sí se
les identificó un motivo, 59 fueron atribuidos a celos mascu­
linos, en contraposición con un único caso de celos femeni­
nos. Dieciséis esposos a los que les pusieron los cuernos
mataron a sus esposas adúlteras, al hombre adúltero o a am­
bos. Diez más m ataron a sus esposas por abandono o por
amenaza de éste. Tres más asesinaron a su esposa después de
que ésta había conseguido el divorcio y tres mataron al nue­
vo cónyuge de la ex esposa. Otros 13 hombres mataron a sus
novias o amantes en las que no pudieron confiar. Así sigue la
lista; sólo 20 casos de homicidios conyugales no fueron atri­
buidos a celos masculinos, aunque los motivos tampoco que­
daron especificados. En el único caso de celos femeninos
registrado, una mujer mató a la amante de su esposo.
¿Existe alguna excepción a este record deprimente de coer­
ción conyugal y violencia? Ciertamente hay sociedades don­
de las tasas de homicidio son excepcionalmente bajas. Sin
embargo, ¿hay alguna tierra exótica donde los hombres evi­
ten la violencia, no asuman la propiedad sobre la sexualidad
de sus esposas y acepten las relaciones sexuales extramaritales
como algo bueno, limpio y divertido? En una sola palabra la
respuesta es no, si bien son muchas y muchos los que han
anhelado una sociedad como ésa y pocos han imaginado que
la han encontrado.
El lugar más popular donde se sitúa este reino mítico,
pacífico, es en una isla del Mar del Sur. Margaret Mead des­
cribe a Samoa, en innumerables escritos, como una tierra
idílica de libertad y de sexualidad inocente donde, afirma,
difícilmente se conocen los celos sexuales.

"Concediendo que los celos son indeseables, un lugar amargo


en cada persona tan afligida, una actitud afectiva tan negativa
que es más probable que nos haga perder una meta en lugar de
conseguirla, ¿cuáles son las posibilidades de que podamos si
no eliminarlos sí, por lo menos, excluirlos más y más de la vida
humana? Samoa ha tomado un camino para eliminar las emo­
ciones fuertes, plantearse altos propósitos, hacer hincapié en la
personalidad, interesarse en la competencia. Una actitud cul­
tural como ésta elimina muchas de las actitudes que han afligi­
do a la humanidad, y quizá los celos sean los más importantes
de todas" (Mead, 1931, 46).

Finalmente, en 1983 Derek Freeman exploró el lugar mí­


tico de Mead, y mostró que las respuestas violentas al adulte­
rio y la rivalidad sexual son excepcionalmente frecuentes en
Samoa, y desde hace mucho son endémicas en esa sociedad.
Las evidencias factuales que muestran que la Samoa de
Margaret Mead era una fantasía están disponibles desde hace
un buen tiempo, pero fueron ignoradas. Las y los académicos
que tenían que haber visto los datos con ojos críticos, querían
creer en una isla tropical donde los celos y la violencia física
fueran desconocidos. La ideología dominante en las ciencias
sociales combina la premisa de que el conflicto es un mal y la
armonía un bien —suficientemente buena como una postura
moral, aunque de dudosa relevancia para el estudio científi­
co de la sociedad — con una especie de "falacia naturalista"
que hace de la bondad algo natural y del mal algo artificial.
Lo que resulta es que hay que explicar el conflicto como pro­
ducto de algún tipo de maldad artificial, moderna (del capi­
talismo, digamos, o del patriarcado) cuando se retiene el ideal
romántico del "buen salvaje", haciendo un constructo fan­
tástico del ser noble en el cual hay una ausencia de motivos
en conflicto, incluida la actitud posesiva con respecto a lo
sexual.
Parte de la confusión en relación con la discutida existen­
cia de gente exótica alejada de los celos, deriva de la imposi­
bilidad para distinguir entre sanciones societales y el uso
privado de la fuerza. En un texto que ha tenido gran influen­
cia titulado The Family in Cross-cultural Perspective, William
Stephens (1963) afirma que en cuatro sociedades de una mues­
tra de 39 "parece haber poca prohibición, si acaso alguna, a
cualquier forma de adulterio no incestuoso" (251). En una de
las fuentes Stephens debate la situación en una de esas cua­
tro sociedades, llamada los Isleños de la Marquesa: "Cuando
una mujer decide vivir con un hombre, ella misma se coloca
bajo la autoridad de éste. Si ella cohabita con otro hombre sin
el permiso del primero es golpeada o, si los celos del esposo
son suficientemente fuertes, es asesinada" (Handy, 1923:100).
De hecho, cuando uno consulta las fuentes etnográficas de
Stephens, encuentra recuentos de mujeres golpeadas o casti­
gadas por adulterio en cada una de las cuatro sociedades
permisivas (Daly, Wilson y Weghorst, 1982). Lo que Stephan
evidentemente quiere decir cuando afirma que parece haber
"poca prohibición, si acaso alguna" al adulterio es que no
hay ninguna sanción criminal que se aplique contra los
adúlteros en la sociedad en su conjunto. Los esposos cornu­
dos toman el asunto en sus propias manos.
El trabajo clásico de Ford y Beach Pattem s o f Sexual Behavior
(1951) contiene una afirmación muy similar a la de Stephens,
si bien más engañosa. Estos autores afirman haber descubierto
siete sociedades, en una muestra de 139, en las cuales "la ha­
bitual prohibición del incesto parece ser la única barrera im­
portante al coito fuera de la pareja. Los hombres y las mujeres
en esta sociedad son libres de involucrarse en relaciones
sexuales y, de hecho, se espera que lo hagan siempre obser­
vando las reglas para el incesto" (113). Una vez más, pode­
mos entender esta afirmación sólo si suponemos que Ford y
Beach al referirse a las "barreras" en realidad se refieren a las
sanciones legales o cuasi-legales de la sociedad en su conjun­
to. Al igual que en el caso de la muestra de Stephens, el traba­
jo etnográfico original deja en claro que los hombres en cada
una de las sociedades fueron capaces de responder con extre­
ma violencia a los devaneos de sus esposas (Daly, Wilson y
Weghorst, 1982). Algunos de los hombres a quienes les pu­
sieron los cuernos en estas sociedades mataron a sus esposas
adúlteras o a sus rivales. Si el temor a las represalias violen­
tas no fueran una "barrera importante" para las "relaciones
sexuales ilícitas", sería difícil imaginar cuáles serían.

Violencia como control coercitivo


Al tratar de ejercer los "derechos de propiedad" sobre la sexua­
lidad y la capacidad reproductiva de las mujeres, los hom­
bres caminan por la cuerda floja. El hombre que de hecho
mata a su esposa generalmente traspasa los límites de la con­
veniencia, cualquier cosa que se conciba por conveniencia. El
asesinato provoca que el sistema judicial exija al culpable una
retribución o que los parientes de la víctima lo hagan. Por lo
menos sale caro reponer a las esposas asesinadas.
Sin embargo, el homicidio sólo representa la punta del
iceberg, ya que por cada esposa asesinada hay cientos de ellas
golpeadas, presionadas e intimidadas. No obstante que, ge­
neralm ente, el asesinato no conviene a los intereses del
perpetrador, está muy lejos de estar claro si podemos afirmar
lo mismo de la violencia no letal. Los hombres, como hicimos
notar con anterioridad, se esfuerzan por controlar a las muje­
res, si bien con distintos grados de éxito; las mujeres luchan
para resistir la coerción y dejar abiertas sus opciones. Hay
riesgos y posibilidades de estar al borde del desastre en esta
competencia, y el homicidio cometido por cónyuges de cual­
quiera de los dos sexos puede considerarse como la pieza
suelta en este peligroso juego.
Lo que sugerimos es que la mayor parte de los homici­
dios conyugales son manifestaciones relativamente raras y
extremas de los mismos conflictos básicos que inspiran la vio­
lencia no letal dentro del matrimonio, pero a escala mucho
mayor. En el homicidio, al igual que con la esposa golpeada,
el tema que predomina es el adulterio, los celos y el sentido
de propiedad masculina. Whitehurst (1971) asistió a 100 ca­
sos en tribunales canadienses, donde había parejas en litigio
debido a la violencia ejercida por el esposo contra la esposa.
En su reporte señaló, sin cuantificar, que "en el centro de casi
todos los casos el esposo respondió ante la frustración de no
poder controlar a la esposa, frecuentemente acusándola de
ser una puta o de tener una aventura amorosa" (686). Dobash
y Dobash (1984) entrevistaron a 109 esposas escocesas gol­
peadas y les pidieron identificar la razón principal del con­
flicto en un incidente "típico" de maltrato físico. Cuarenta y
ocho de las mujeres señalaron, como respuesta principal, la
actitud posesiva y los celos sexuales del golpeador; las peleas
por dinero quedaron en segundo lugar (18 mujeres) y las ex­
pectativas del esposo con respecto al trabajo doméstico que­
daron en tercero (17 mujeres). Una entrevista realizada a 31
mujeres estadounidenses golpeadas que llegaron al hospital,
arrojó resultados similares: "los celos fueron el tópico más
mencionado que dio origen a discusiones violentas; el 52 por
ciento de las mujeres los señaló como la principal razón y el
94 por ciento los mencionó como la causa más frecuente"
(Rounsaville, 1978: 21). Esposos golpeadores se presentaron
voluntariamente a una entrevista y cuando narraron su ex­
periencia, contaron casi la misma historia que sus víctimas.
En Denver, Brisson (1983) pidió a 122 hombres que golpea­
ron a sus esposas que nombraran los "tópicos en torno a los
cuales gira la violencia". Los celos ocuparon el primer lugar
de la lista, el alcohol el segundo y el dinero quedó en un dis­
tante tercer lugar.
No obstante que el maltrato físico a las mujeres con fre­
cuencia lo inspira la sospecha de infidelidad, también puede
ser producto de un sentido de propiedad más generalizado.
Las mujeres golpeadas comúnmente reportan que sus espo­
sos actúan con violencia ante la continuación de una vieja
amistad, incluso con otra mujer o cualquier vida social que
las esposas puedan tener. En un estudio de 60 esposas gol­
peadas que buscaron ayuda en una clínica rural en Carolina
del Norte, Hilberman y Munson (1978) reportaron que los
esposos exhibieron "celos mórbidos", esto es, por ejemplo,
"salir de la casa por cualquier motivo, invariablemente resul­
tó en acusaciones de infidelidad que culminaron en agresión
física", sorprende que en 57 casos (95 por ciento (461). En nues­
tras sociedades, los esposos que se rehúsan a que sus esposas
vayan a la tienda sin escolta corren el riesgo de ser considera­
dos como casos psiquiátricos. No obstante, hay muchas so­
ciedades en las que dichas limitaciones y el confinamiento
son considerados norm ales e incluso encomiables (véase
Dickemann, 1981).

La epidemia del homicidio conyugal


La revisión de la sección anterior, sugiere que la incidencia
de esposas golpeadas y el devocidio podrían verse exacerba­
dos por cualquier cosa que haga que el sentido de propiedad
de los esposos los lleve a percibir que ellas podrían estar
engañándolos o que quisieran dejar la relación conyugal.
Uno de los factores es la edad de la mujer. La juventud
hace a las mujeres m ás atractivas ante hom bres rivales
(Symons, 1979), como lo atestiguan la distribución de las eda­
des de las actrices famosas y las estrellas porno, las enormes
posibilidades de que una joven contraiga matrimonio con un
divorciado (por ejemplo, véase Glick y Lin, 1987; Sweet y
Bumpass, 1987) y el hecho de que las tasas de las victimas de
violación descienden rápidamente con la edad, después de
los 25 años (Thornhill y Thornhill, 1983). Entonces, si los ho­
micidios conyugales representan la punta del iceberg de la
violencia coercitiva, las esposas jóvenes, incluso en el senti­
do de ser más valoradas por sus esposos, podrían estar en
mayor peligro frente a ellos. En Canadá las esposas jóvenes
se encuentran en mayor riesgo de ser asesinadas por sus es­
posos (véase figura 1) (Daly y Wilson, 1988a, 1988b). Hace
poco este hallazgo se repitió en Estados Unidos (Mercy y
Saltzman, 1989). Podríamos suponer que las esposas jóvenes
están en mayor riesgo simplemente porque con frecuencia
están casadas con hombres jóvenes, quienes conforman el
mayor grupo de homicidas sexuales por edad, con indepen­
dencia de cualquier relación que tengan o no con la víctima
(Daly y Wilson, 1990); sin embargo, las mujeres jóvenes que
se casan con hombres más grandes que ellas no corren menos
riesgo (Daly y Wilson, 1988a, 1988b).
P o d ríam o s a n ticip ar que fa cto re s d em o g ráfico s y
circunstanciales asociados con un elevado riesgo de divor-

FIGURA1. Tasas de víctimas de asesinato especificadas


por edad, para las mujeres asesinadas por sus esposos,
Canadá 1974-1983, (N = 812 víctimas).

Edad de la esposa

Fuente : Margo Wilson, "Marital Conflict and Homicida in Evolutionary Pers­


pectiva", Sociobiology and the Social Sciences, ed. R.W. Bell y N.J. Bell, Texas
University Press, Lubbock, Texas, 1989, pp. 45-62. Reimpresión con permiso
de la Texas Tech University Press.
ció, con frecuencia podrían estar asociados con un elevado
riesgo de homicidios, básicamente por dos razones. La pri­
mera es que consideramos al homicidio como una especie de
"explicación" de los conflictos interpersonales y, en este sen­
tido, es seguro que el divorcio es otra. Además, si los hom­
bres atacan y matan en circunstancias en las cuales perciben
que las mujeres van a abandonarlos, entonces es muy proba­
ble que las mujeres que inician la separación y el divorcio (así
como hombres divorciándose de mujeres adúlteras) se en­
cuentren con relativa frecuencia en las mismas circunstan­
cias que los devocidios. Una disparidad de edad significativa
entre esposo y esposa es un factor asociado al creciente ries­
go, tanto de divorcio (Day, 1964; Bumpass y Sweet, 1972) como
de homicidio (Daly y Wilson, 1988a, 1988b; Mercy y Saltzman,
1989). Un matrimonio de poca duración también es otro fac­
tor de riesgo para el asesinato de la esposa (Wallace, 1986) y
en el divorcio (véase por ejemplo, Morgan y Rindfuss, 1985;
Sweet y Bumpass, 1987) no obstante, la duración del matri­
monio y la edad aún necesitan ser adecuadamente separados
para hacer un análisis estadístico de los homicidios. Los hi­
jos/hijas de matrimonios previos constituyen una fuente po­
tencial de conflicto, en definitiva asociada con un incremento
en el riesgo de divorcio (Becker, Landes y Michael, 1977; White
y Booth, 1985) y parece estar ligada con un creciente peligro
de asesinato de la esposa (Daly y Wilson, 1988a). De hecho,
las uniones, en oposición al matrimonio registrado, están re­
lativamente propensas a la disolución y al homicidio (Wilson,
1989). Estas situaciones indican que los patrones de riesgo de
separación y de homicidio son habitualmente similares. Sin
embargo, en la medida en que el asesinato de la esposa es un
acto basado en el sentido de propiedad del esposo, es más
probable que las circunstancias que lo provocan se asemejen
a los deseos de separación manifestados por ella, que a la
acción misma de separación y a ser distintas a las razones por
las cuales los hombres abandonan a las esposas que ya no
valoran.
No obstante que los motivos que llevan a un hombre a
causar la muerte a su esposa exhiben una lóbrega consisten­
cia a través de las culturas y de los siglos —y que los patrones
epidemiológicos de riesgo elevado para las mujeres jóvenes,
en las uniones defacto, etcétera, son sólidos— es importante
hacer notar que las tasas actuales en que las mujeres son ase­
sinadas por sus esposos son enormemente variables. En este
momento en Estados Unidos las mujeres enfrentan un riesgo
estadístico de ser asesinadas por sus esposos que es de cinco
a diez veces m ayor al enfrentado por sus homólogas euro­
peas, y en las ciudades estadounidenses más violentas el ries­
go se incrementa cinco veces más. Es posible que sea el caso
de que los hombres tengan el sentido de propiedad hacia sus
esposas en todos lados; sin embargo, no en todos lados se
sienten con el mismo derecho a actuar para ejercerlo.

Referencias
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"Si yo no puedo tenerte, nadie
puede": Poder y control en el
homicidio de la pareja femenina
Jacquelyn C. Campbell

ü l homicidio es la principal causa de muerte en Estados Uni­


dos, entre las mujeres de origen afroamericano, en edádes de
13 a 34 años (Farley, 1986). En raras ocasiones se cita este he­
cho y casi nunca se analiza. Se dedica más investigación y se
gastan más dólares en infertilidad fem enina, síndrom e
premenstrual (SPM) y complicaciones del embarazo que en
entender y prevenir una de las principales amenazas que pe­
san sobre la salud de las mujeres jóvenes: el feminicidio. Mien­
tras se ha avanzado en mejorar las condiciones de salud de
las mujeres desde 1940, reduciendo con ello la incidencia de
defunción por otras causas, el número de homicidios se ha
incrementado entre las mujeres blancas y afroamericanas
(Farley, 1986).
Los hombres afroamericanos son, con mucho, el grupo
donde suceden con m ayor frecuencia los asesinatos: 50.6 por
cada 100 mil en 1983. La tasa para las mujeres afroamericanas
es mayor en comparación con la de los hombres blancos (11.3
vs 8.4), mientras que la de las mujeres blancas se ha mantenido
consistentemente baja (2.8 por cada 100 mil) (Wilbanks, 1986).
No obstante lo anterior, un promedio de 2,746 mujeres blan­
cas fueron asesinadas cada año entre 1976 y 1984 (O'Carroll y
Mercy, 1986). Un promedio de 1,761 mujeres afroamericanas
fueron asesinadas durante ese mismo periodo.
Casi toda la atención y la preocupación de los estudiosos
que se centran en la prevención del homicidio se han enfoca­
do a los hombres, no obstante que es claro que los homicidios
en los que se involucra a m ujeres (sea com o víctim a o
perpetradora) tienen una dinámica totalmente distinta (Block,
1985; Mercy y Saltzman, 1989). Debido a la poca investiga­
ción que se ha hecho con respecto a las motivaciones del
feminicidio y, en un esfuerzo por reunir un cuerpo de conoci­
miento que pueda ser de utilidad para quienes buscan preve­
nir tales asesinatos, me impuse la tarea de realizar un estudio
sobre el homicidio femenino en una ciudad media del me-
dio-oeste de Estados Unidos, en 1980.

Antecedentes
Dayton, Ohio, tenía una población de casi 200 mil habitantes en
1980, con un ingreso promedio per cópita de, más o menos, el
equivalente a la mayor parte de la población urbana de los Esta­
dos Unidos. El censo de población de ese año reveló una pro­
porción casi igual entre afroamericanos y blancos, junto con otros
grupos raciales con una representación marginal en la pobla­
ción. Entre los blancos el grupo cultural más grande era el de
los Apalaches. En 1980, seis por ciento de la población estaba
desempleada, muy cercano al promedio nacional. Treinta por
ciento eran empleados en una fábrica, 35 por ciento trabajaban
en el gobierno federal y 31 por ciento eran profesionistas, ad­
ministradores o empleados en ventas al menudeo.
La tasa de homicidios urbanos, entre 1968 y 1979, en
Dayton estaba cercana a la media nacional. De hecho en 1978
la tasa de 9.0 por cada 100 mil, que incluía los suburbios de
Dayton, fue la misma que la tasa nacional (Webster, 1979).
Durante esos años, los patrones de homicidio en Dayton fue­
ron similares al patrón urbano nacional en cuanto a la com­
posición racial y por sexo, en fluctuaciones de tasa y tasas
absolutas (Campbell, 1981).

Fuentes de información
Todos los casos de homicidio en la ciudad de Dayton, Ohio,
del I o de enero de 1975 al 31 de diciembre de 1979 quedaron
incluidos en este análisis. Revisé con cuidado los archivos
policiales de los casos en que estuvieron involucradas muje­
res, ya fuera como víctimas o perpetradoras. Los informes de
la policía proporcionaban mayor detalle y por ello informa­
ción más confiable que las estadísticas agregadas de la Ofici­
na Federal de Investigación (FBI) presentada en el Uniform
Crime Reports. Los archivos de la policía incluían informa­
ción de la autopsia y detalles que facilitaban el análisis de los
eventos que precedieron al homicidio. Por ejemplo los de­
partamentos de policía codificaron un "m otivo" para todos
los homicidios reportados para el informe del FBI. En los ca­
sos donde víctima y perpetrador se conocían, el motivo con
que se clasificaron más comúnmente fue el de "discusión".
Los incidentes clasificados como "discusión" por el Departa­
mento de Policía de Dayton, para el informe del FBI, eran tan
disparatados como lo siguiente: una discusión sobre dinero
entre vecinos; una discusión sobre las proezas atléticas entre
dos jóvenes hombres que apenas si se conocían, y un inci­
dente en el cual la esposa fue golpeada hasta provocarle la
muerte, que fue el último en una serie de sucesos de golpes
iniciado por el esposo. Así, el análisis utilizando información
agregada sobre los motivos (en la cual se equipara, por ejem­
plo, el porcentaje de "discusión" contra el porcentaje de otros
motivos, como "robo") no toma en consideración problemá­
ticas subyacentes y más importantes.
Asimismo, la precisión de la información queda oscure­
cida en la información estadística agregada, especialmente
cuando se define la relación víctima-perpetrador. La clasifi­
cación inicial "en la escena" con frecuencia pasa por alto con­
tactos sexuales previos y / o relaciones familiares informales
comunes en las zonas céntricas abandonadas de las ciuda­
des. Los ex amantes por lo general quedan relegados a la ca­
tegoría de conocidos, dado que no caben en ninguna de las
categorías del sistema de clasificación utilizado. Por ello, sólo
un examen cuidadoso de los archivos policiales puede poner
al descubierto las relaciones escondidas detrás de las catego­
rías de "conocido" y "am igos" del FBI. Las relaciones sexua­
les íntimas de largo plazo con compañeros generalmente están
clasificadas como "novio/n ovia" en los informes del FBI, in­
cluso cuando los amantes están en sus cuarentas.
Además de estudiar los archivos policiales sobre homici­
dio, también revisé los dos principales diarios de Dayton co­
rrespondientes a ese mismo periodo, buscando todas las notas
sobre homicidios en los que estaban involucradas mujeres.
Trabajé esa información utilizando un análisis temático y una
estadística descriptiva.

Feminicidio en lo general
Hubo 73 mujeres asesinadas en Dayton entre 1975 y 1979; 65
(89 por ciento) a manos de hombres; 12 (19 por ciento) de las
65 fueron muertas por sus esposos, cinco (8 por ciento) por
sus novios y 11 (17 por ciento) a manos de ex esposos y ex
novios (véase figura 1). Otras siete mujeres, incluidas tres jó­
venes, fueron asesinadas por otros miembros masculinos de
sus familias (dos hijos, dos padres, dos novios de las madres
y un sobrino). De acuerdo con estadísticas tomadas de ami­
gos y /o parientes, cinco mujeres (8 por ciento) fueron asesi­
nadas por ex parejas sexuales casuales. Once (17 por ciento)
murieron a manos de conocidos y una por un amigo. Enton­
ces, 80 por ciento de las mujeres asesinadas por hombres co­
nocían bien a sus victimarios. Además 72 por ciento de las
mujeres fueron matadas en sus casas. Este desagregado en
términos de relaciones se asemeja a los patrones documenta­
dos por las estadísticas nacionales sobre asesinato de muje­
res (Wilbanks, 1986).

FIGURA 1. Feminicidio (N = 65) tomando en cuenta


la cercanía y conocimiento de la persona, Dayton,
Ohio, 1974-1979

Novio actual o compañero,


Esposo, 18.5% 7.7%

Ex novio/esposo, 16.9%

Integrante masculino
en la familia, 10.8 j
Compañero sexual previo, 7.7%
Amigo, 1.5%

Totalmente extraño, 7.7%


Conocido, 16.9%
Hombre no identificado, 12.3%
Hallazgos a partir del análisis de los estudios de caso
Un análisis más cuidadoso sobre los homicidios en los que
participaron parejas íntimas (ya fueran esposos, en cohabi­
tación o cualquier otra forma de relación sexual íntima, o
bien parejas separadas) deja ver las dinámicas de poder y
control. Dado que hubo aproximadamente igual número de
hombres (28) y mujeres (29) que asesinaron a su cónyuge,
amante o ex pareja, pude hacer comparaciones utilizando
un grupo control.

Violencia previa
/\
De las 28 mujeres asesinadas a manos de sus esposos, novios
o ex esposos o ex novios, se sabe que por lo menos 18 (64 por
ciento) sufrían de abusos físicos por parte de esos hombres
antes del feminicidio. El abuso estaba documentado debido
al historial de arrestos o por comentarios hechos espontánea­
mente por testigos o familiares a los oficiales que investiga­
ban los casos. En 1975-1979 la policía no preguntó en relación
con abusos previos. Dado que ésta documenta la violencia
por separado y la incluye en esas estadísticas, no toma en
cuenta los casos en los que las mujeres ocultaron el hecho de
que las golpeaban o que personal de urgencias las atendió en
hospitales a causa de abuso físico, pero que nunca reporta­
ron el ataque a la policía. Estas cifras tampoco incluyen casos
en los que los perpetradores se confesaron inmediatamente
culpables, por lo cual la policía ya no recabó información so­
bre maltratos pasados para llevarla como evidencia ante el
tribunal. En dos casos no incluidos en este 64 por ciento, la
policía llegó con cierta frecuencia a la casa debido a que ha­
bían recibido denuncias de "violencia familiar", que sin em­
bargo, no culminaron con arresto y tampoco documentación
que señalara quién estaba dañando a quien en la casa. Por
todo ello, la cifra de 64 por ciento subestima el nivel de abuso
ocurrido. Como Wilson y Daly (en este mismo volumen) y
otras han mostrado, el propinar golpes a las mujeres antece­
de al feminicidio no sólo en Dayton, sino en todo el mundo
(Counts, Brown y Campbell, 1992; Wallace, 1986).
En 15 de los 18 casos documentados con abuso previo que
culminaron en feminicidio, la policía recibió llamadas denun­
ciando "violencia familiar" durante los dos años previos. En
uno de los casos los agentes estuvieron en cinco ocasiones en
la casa de la mujer. En otro, los dos años que antecedieron al
asesinato incluyen 12 llamadas a causa de "violencia fami­
liar" como parte ¡del total de 56 visitas que la policía hizo a
esa casa!
Para 19 de los perpetradores se documentó una historia
de brutalidad física en la relación íntima con sus víctimas, lo
cual quedó registrado en el número de arrestos a causa de
acciones criminales violentas o bien por los informes de testi­
gos confiables, quienes describieron al perpetrador como un
sujeto violento con otras personas. Uno de estos hombres
pertenecía a una pandilla de motociclistas, sobresaliente en
la localidad por sus constantes peleas. En otro caso, la policía
hizo notar que el esposo homicida ya había matado a una ex
esposa en otro estado, pero sólo había sido condenado por
asesinato no premeditado por lo que alcanzó libertad condi­
cional. Estos casos contradicen la noción de que los hombres
que maltratan a sus esposas sólo son violentos con ellas. Otra
investigación apoya la conclusión de que el maltrato, particu­
larmente despiadado, por lo general tiene una historia de vio­
lencia (Berk, et al., 1983).
En consecuencia, muchos de estos hombres eran bien co­
nocidos por el sistema judicial mucho antes de que asesina­
ran a sus parejas. En general, la policía cuenta con suficiente
información para anticipar el extremo peligro que amenaza a
las víctimas femeninas. Puede asumirse que ellas también lo
podrían anticipar, sin embargo, es posible que las mujeres
golpeadas no se percaten de la inminencia del feminicidio o
quizá tengan que minimizar el peligro para no quedar para­
lizadas por el miedo. Una advertencia de la policía puede
impulsar la acción por parte de las mujeres, sin embargo, sólo
en un único caso está documentado un intento de advertir a
la mujer, si bien no de protegerla. Este "esfuerzo" implicó
avisar a la víctima que la policía no le podía ofrecer suficiente
protección ante su ex compañero violento; se le dijo que bus­
cara un lugar para esconderse.

Sadismo y violencia excesiva


Cuatro (14 por ciento) de los 28 casos de feminicidio cometi­
do por parejas íntimas implicaron acciones particularmente
crueles de parte del perpetrador, lo que sugiere que hubo sa­
dismo. Un hombre mantuvo prisionera por seis meses a su
compañera golpeándola, con mucha paciencia, hasta matar­
la. En entrevistas hechas por la policía a los vecinos, éstos
señalan que sabían que había una mujer prisionera pero no
querían intervenir en los asuntos privados de un hombre que
era notablemente violento. En otro caso los informes de la
fotografía forense y la autopsia del cadáver de una mujer
mostraron que primero la esposaron para luego dispararle
en la sien. En ninguno de los casos en los que una mujer adulta
asesinó a un hombre, hubo un comportamiento sádico.
El término "violencia excesiva" lo introdujeron Voss y
Hepburn (1968) en los trabajos sobre homicidio. Señalaron
que un solo disparo o golpe o una cuchillada pueden ser de­
liberados en un momento de pérdida de control (por ejem­
plo, durante una discusión), sin ninguna intención de matar.
La violencia excesiva, sin embargo, muestra la determinación
consciente de matar. En 17 (61 por ciento) de los casos de
parejas íntimas en Dayton, los hombres emplearon violencia
excesiva (disparando, hiriendo con arma punzo-cortante en
más de una ocasión o golpeando hasta matar). En un caso la
mujer había recibido tantos disparos de parte del esposo, que
la autopsia estaba salpicada de notas de exasperación del
forense quien no podía determinar cuáles heridas eran entra­
das y cuáles salidas. Con base en la prueba de "violencia ex­
cesiva" y otras evidencias de p rem ed itación com o las
interpreta la policía, la mayoría de los feminicidios cometi­
dos por parejas íntimas mostraron la determinación consciente
de asesinar. De manera significativa, las mujeres que m ata­
ron a sus parejas íntimas recurrieron menos a la violencia
excesiva en comparación con los hombres que cometieron
feminicidio. La figura 2 muestra el contraste entre hombres y
mujeres perpetradores en la categoría de relaciones íntimas,
mientras que la figura 3 presenta el mismo contraste pero en
relación con las víctimas.

Intoxicación
Diez (36 por ciento) de los perpetradores hombres íntima­
mente relacionados con sus víctimas estaban intoxicados al
momento del asesinato, mientras que cuatro (14.3 por ciento)
de las mujeres víctimas también lo estaban (figura 3). Asi-
FIGURA 2. Características de los hombres (N = 29)
y mujeres (N = 29) que asesinaron a sus parejas íntimas,
Dayton, Ohio, 1974-1979.
T----- ------ T ..................... .........1 ..............
Historial de abuso
0

Violencia excesiva
.. 1* .3
Historial
de violencia |31

Intoxicado/
al momento
feHBHH |31
35'1
del asesinato 1 !1---------------
o 20
m Hombres f ] Mujeres

Nota: Las categorías no son mutuamente excluyentes.

FIGURA 3 Característica de los hombres (N = 28)


y de las mujeres (N = 29) asesinados/ as por
su pareja íntima, Dayton, Ohio, 1974-1979.

T í T-------- T ~ ....
79.3
Historial de abuso
____ I7-1

Historial de 8.6

violencia 10.7

Intoxicado/a al 51.7
momento del 114.3
asesinato

H ombres | | M ujeres

Nota: Las categorías no son mutuamente excluyentes.


mismo, hay que notar que, si bien 36 por ciento de los hom­
bres y 31 por ciento de las mujeres perpetradores estaban
intoxicados (figura 2), la m ayor parte de los perpetradores no
estaba intoxicada al momento del asesinato. Por lo que no
puede decirse que el estado de intoxicación explique la ma­
yor parte de los asesinatos (también véase Berk et al., 1983).

Motivo
Los análisis temáticos de las confesiones, de la interpretación
policial de las entrevistas, de otras evidencias y / o de los in­
formes de testigos fueron utilizados para desarrollar catego­
rías de m otivos de estos hom icidios. E stas ca te g o ría s
contrastadas por sexo, se presentan en la tabla 1. El m ayor
número de casos (18 ó 64 por ciento) implicó celos masculi­
nos. Los celos femeninos son un subproducto de los intentos
hechos por los hombres para controlar y poseer a las mujeres
con las que estaban (o deseaban estar) íntimamente. En resu­
m en, los celos co n n o ta n p ro p ie d a d (D ály, W ilson y
Weghourst, 1982). Irónicamente, en ninguno de los casos de
feminicidio en Dayton los perpetradores contaban con evi­
dencia directa que sus compañeras sostuvieran relaciones
sexuales íntimas con alguien más, evidencia de que en la tra­
dición patriarcal el feminicidio sigue siendo "excusable"
(Greenblat, 1985; Lundsgaarde, 1977). Uno de los hombres
asesinó a su pareja al momento en que entró en la casa y la
encontró hablando por teléfono; la mató porque estaba segu­
ro de que la mujer hablaba con su novio. La policía verificó
que estaba hablando con un pariente y que, de acuerdo con
todos los testimonios, ella no tenía novio. Tales celos ende­
bles vinculados a los motivos de feminicidio no son raros, de
acuerdo con los archivos de Dayton: un hombre cometió
feminicidio porque no quería que su pareja aspirara a tener
una carrera, mientras que otro mató a su esposa porque re­
sintió la atención que ella dispensaba a sus hijos.

TABLA 1. "Razones" para cometer feminicidio íntimo


(hombres que matan mujeres),
Dayton, Ohio, 1974-1979

% de casos Núm. de casos

Celos femeninos 0.0 0


Precipitación de la víctima 71.0 2
Otro 17.9 5
Dominio masculino 17.9 5
Celos masculinos 64.3 18

Nota: Las categorías no son mutuamente excluyentes.

Aunque puede argumentarse como parte de todos los


feminicidios, el tema del dominio masculino estaba separa­
do en una categoría distinta que abarcaba situaciones en las
que, por ejemplo, una mujer rehusó servirle más vino al
perpetrador, otra en la que la mujer no accedió a entregar su
dinero al hombre, o aquéllas en las que las mujeres resistie­
ron los avances sexuales de sus asesinos. Con ocho de esos
casos (18 por ciento), el dominio masculino ocupó el segun­
do lugar como factor que motivó los feminicidios en Dayton.
Originalmente, la tercera categoría estaba definida como
"precipitación de la víctima". En ocasiones este término ha
sido usado con poca precisión para culpar a las víctimas por
la violencia sufrida, sin embargo, en un principio fue acuña­
do para hacer referencia únicamente al comportamiento vio­
lento iniciado por la persona asesinada. Como lo define
Marvin Wolfgang (1975), un homicidio precipitado por la víc­
tima ocurre cuando la víctima es la primera en mostrar un
arma o lanzar un golpe, creando una situación en la cual el
asesinato será, por lo general (aunque no legal ni necesaria­
mente), interpretado como en defensa propia. Mientras sólo el
siete por ciento de los feminicidios implicó precipitación de la
víctima, 79 por ciento (23 de 29) de los casos de homicidio co­
metidos por la pareja femenina actual o ex pareja femenina
fueron precipitados por la violencia masculina. La informa­
ción sobre homicidios en otras ciudades revela patrones simi­
lares de diferenciación por sexo (Curtís, 1975; Wolfgang, 1957).
En ambos casos, cuando las mujeres fueron quienes ini­
ciaron la agresión, todos los hombres resultaron absueltos,
mientras que en tan sólo ocho de 23 casos en los que los hom­
bres precipitaron la agresión, las mujeres lograron evadir la
pena argum entando defensa propia. Dos de esas ocho
perpetradoras fueron absueltas en juicio ante los tribunales,
mientras que a seis no se les imputó cargo por crimen algu­
no. En la mayoría (12) de los otros 15 casos, las mujeres se
declararon culpables de asesinato no premeditado, por lo que
no se invocó a la defensa propia. Las sociedades patriarcales
temen a las mujeres que matan a sus hombres, esto lo sugie­
ren los cargos por asesinato, no obstante la clara evidencia de
que la víctima fue quien inició la violencia. No toda la infor­
mación de las sentencias estaba contenida en los archivos de
los homicidios, pero por lo menos cuatro de las mujeres que
se declararon culpables del asesinato de hombres fueron sen­
tenciadas a prisión. Las tres mujeres restantes, en la categoría
de precipitación de víctimas, fueron declaradas culpables de
asesinato voluntario en un tribunal y también fueron senten­
ciadas a prisión. Durante ese periodo no hubo precedente le­
gal para presentar evidencias de los efectos de las historias
de golpes que hubo en los 23 casos. Esta exención del caso
subraya la necesidad de la comparecencia de un testimonio
cuando una mujer mata a sus abusadores, para contrarrestar
la proclividad del sistema judicial patriarcal a negar la nece­
sidad que tienen las mujeres de defenderse ellas mismas de
sus esposos (Walter, 1988).
La última categoría de motivos para el feminicidio que
aquí hemos definido como "otras", incluye motivos no rela­
cionados o no descubiertos y las declaraciones de inocencia.
Para obtener mayores pistas en relación con los motivos
examiné datos demográficos. En general, en los feminicidios
participaron compañeros íntimos del mismo grupo racial y
de edad. Más información ocupacional fue recolectada de los
asesinos en comparación con la de sus víctimas mujeres. Doce
de los 24 hombres eran desempleados, una tasa mucho ma­
yor que el promedio de Dayton, incluso reconociendo la com­
posición racial de la muestra (79 por ciento afroamericanos).
El desempleo hizo añicos a la tradicional imagen masculina
del proveedor, por lo que podemos suponer que la auto-inse­
guridad puede incrementar la necesidad de poder y control
en otras esferas (Goode, 1971). Los otros 12 hombres eran tra­
bajadores de cuello azul, un grupo que goza relativamente
de poco control en el lugar de trabajo. Uno era un guardia de
seguridad y otro un policía retirado, ocupaciones donde el
poder y el control son centrales.

Cuando ella trata de irse


Los esfuerzos que realizan los hombres para reafirmar el po­
der y el control fueron el tema subyacente en los homicidios
cometidos por las parejas separadas. Los reportes de la poli­
cía revelaron que, además de las mujeres que ya estaban se­
paradas de sus ex compañeros que fueron asesinadas, una de
las esposas y otra de las "novias" habían declarado sus inten­
ciones de abandonarlos. En mi categoría de pareja separada
no incluí un caso, debido a que no había sido oficialmente
resuelto; una mujer, su abuela y sus dos hijos fueron asesina­
dos por un bombero. El ex novio le había expresado enojo a
ella por haberlo dejado, por lo que la policía lo consideró como
primer sospechoso. A pesar de que no pasó la prueba del
detector de mentiras, el juez de distrito decidió que no había
suficiente evidencia para acusarlo.
Los cuatro hombres asesinados por sus ex compañeras
usaron violencia en contra de ellas justo antes de que los
mataran. Aparentemente, esta violencia fue motivada por un
deseo de los hombres de reclamar propiedad (en terminolo­
gía policial, el hombre estaba celoso de un nuevo novio o "que­
ría que volvieran"). Un caso particularm ente ilustrativo
implicó a un hombre que con frecuencia hostigaba a su ex
esposa, y meses después del divorcio regresó muchas veces a
la casa para acosarla. Al final, la mujer compró una pistola
para defenderse y la guardó en su recámara. Un testimonio
posterior de su hija adolescente, señala que el ex esposo llegó
de nuevo a la casa y uno de los hijos lo dejó entrar; que siguió
a la ex esposa hasta la recámara, donde ella se encerró. Él
rompió la puerta y se abalanzó en contra de ella, aún cuando
ella tenía el arma en la mano y le había advertido que dispa­
raría. El hombre siguió avanzando hacia la mujer quien dis­
paró contra el piso, pero él no se detuvo y entonces ella disparó
nuevamente y lo mató. Esa mujer fue acusada de homicidio
voluntario y sentenciada a 20 años de prisión. Ninguna ex­
plicación para esta parodia de justicia parece plausible, ex­
cepto que tanto el juez como el jurado aún creen en el dere­
cho de propiedad que un hombre tiene sobre su esposa, has­
ta que la muerte los separe.
Excepto en dos de los homicidios cometidos por la pareja
separada, en el resto hubo una historia documentada de mal­
trato físico contra la mujer. El movimiento de mujeres gol­
peadas comenzó a percatarse también de que una mujer en
esa situación corre mayor riesgo de feminicidio cuando deja
la relación o cuando resulta claro, para el esposo o el compa­
ñero, que ella lo va a abandonar (Hart, 1988).
Dos de los hombres se suicidaron inmediatamente des­
pués de matar a su ex compañera. Entre todos los homicidios
durante ese periodo en Dayton, ésos fueron los dos únicos
homicidios seguidos de suicidio. El patrón de suicidio segui­
do de homicidio es específico de los hombres en el asesinato
de parejas (H um phrey, H udson y Cosgrove, 1981-1982;
Walace, 1986). Los dos casos de Dayton implicaron violencia
extrema contra las mujeres. La omnipresente importancia de
mantener control sobre una compañera quedó ejemplificada
con el caso de una mujer que se divorció de su esposo debido
a una larga historia de maltrato físico. Su ex esposo la amena­
zó de muerte, y ella había buscado protección de la policía, al
mismo tiempo que en varias ocasiones se había cambiado de
casa para escapar del hombre. Él la localizó en casa de la her­
mana de ella y la mató de una forma excesivamente violenta
y sádica. También mató a su madre y a su hermana. La nota
de suicidio reveló la fría cordura de su premeditación, al afir­
mar que su esposa merecía morir por haberlo dejado. Es pre­
sumible que en su mente ella era de su propiedad.
En el segundo feminicidio con suicidio, un hombre joven
salió de "expedición" después de que se enteró de que su
novia adolescente quería terminar la relación con él. La mató,
y disparó a otras tres jóvenes mujeres al azar, una de las cua­
les murió. También mató a un hombre que inadvertidamente
obstaculizó su escape.

Mujeres que matan hombres


En un inicio, mi análisis de las mujeres que matan hombres
en el estudio de Dayton fue con el objetivo de hacer com para­
ciones, por ello no presentaré las particularidades de esos
casos; sin embargo, sí es relevante incluir un desagregado
estadístico. Treinta y siete por ciento (43) de las 116 víctimas
de homicidios en los que participaron mujeres, fueron muje­
res que mataron a hombres, mientras que 56 por ciento (65)
fueron mujeres asesinadas por hombres. Las ocho restantes,
de la muestra, fueron asesinadas por otras mujeres; seis de
las cuales fueron niñas homicidas. Por otra parte, tres de las
víctimas masculinas fueron niños.
Once hombres (27 por ciento) fueron asesinados por mu­
jeres con quienes no sostuvieron relaciones íntimas. De 70
casos de homicidios de adultos en los que fueron mujeres
quienes perpetraron el asesinato, las que mataron hombres
sin tener relación con ellas llegan al seis por ciento del total.
En contraste, el 43 por ciento de los feminicidios fueron co­
metidos por hombres que apenas conocían a la víctima o in­
cluso que no la conocían. El motivo más común para cometer
el asesinato por personas conocidas o desconocidas, indepen­
dientemente del sexo, fue robo; aunque sólo en tres de las
condenas que implicaron a mujeres delincuentes, el asesina­
to fue cometido por una mujer. Los casos de las cinco muje­
res que fueron cómplices pasivas de asesinato, estando pre­
sentes mientras sus amantes cometían el crimen, sirven para
reforzar las evidencias existentes de que las mujeres en raras
ocasiones propician asesinatos fuera de sus familias o de otras
relaciones íntimas. Este fenómeno no es exclusivo de las ci­
fras que presenta Dayton, y con frecuencia ha sido explicado
en términos de menores niveles de comportamientos agresi­
vos en las mujeres (véase por ejemplo, Jason, Flock y Tyler,
1983). Sin embargo, la investigación de Gilligan (1982) ofrece
otra explicación. De acuerdo con este autor, las mujeres con­
ceden a las relaciones amorosas mayor importancia que a los
criterios para tomar decisiones morales. Entonces, es más pro­
bable que los hombres estén dispuestos a hacer uso de la vio­
lencia debido a los criterios de comportamiento en distintas
situaciones (por ejemplo, evitar la confrontación es impropio
de un hombre). Tal como lo demuestran los datos, las muje­
res podrían matar, antes que nada, cuando hay de por medio
una relación personal.
Lo más sobresaliente de este reporte es que 67 por cien­
to de las mujeres perpetraron homicidio cuando los hom­
bres eran novios, esposos o ex esposos. La tabla 2 resume
estos casos. Las víctimas hombres habían golpeado a sus
esposas en por lo menos 23 de los casos (79 por ciento). De
hecho, sólo tres mujeres de la m uestra m ataron a sus no­
vios, esposos, ex novios o ex esposos sin que de por medio
hubiera una historia de golpes por parte del hombre en cues­
tión, y sin que él hubiese precipitado el asesinato con un
arma o con un golpe. Hallazgos similares se reportan en otras
investigaciones recientes (Browne, 1987; Daly y Wilson, 1988;
Wilbanks, 1983).
TABLA 2. "Razones" del homicidio en la pareja íntima
(Mujeres que asesinaron a hombres)
Dayton, Ohio. 1974-1979

% de casos Núm. de casos

Celos de la mujer 6.9 2


Otros 13.8 5
Dominio masculino 17.8 8
Celos del hombre 34.5 10
Precipitación de la víctima 79.3 23

Nota: Las categorías no son mutuamente excluyentes.

Otros hallazgos
También hubo excesiva violencia y /o sadismo en el 70 por cien­
to de los feminicidios fuera de la familia o de las relaciones
íntimas. Noventa y tres por ciento de estas muertes no estuvie­
ron antecedidas por discusiones, y la precipitación de la vícfi-
ma sólo ocurrió en una ocasión (tres por ciento). Esto contrasta
con los 11 casos en los que las mujeres mataron hombres fuera
de una relación íntima y en las cuales no hubo violencia excesi­
va, otros cuatro casos (36 por ciento) fueron en defensa propia.
Sólo cinco mujeres (ocho por ciento) murieron a manos
de extraños, cuatro durante un asalto; ocho (12 por ciento)
fueron asesinadas por un asaltante no identificado y cinco,
además, fueron violadas. Estos fueron los únicos asesinatos
sexuales cometidos por extraños en Dayton durante el perio­
do analizado. No obstante que fueron muy poco frecuentes,
esos homicidios tuvieron mucha atención de los medios. Cual­
quier vínculo con lo sexual despierta la atención; pero la de­
safortunada consecuencia de esta publicidad es que las mu­
jeres no se percatan de que corren más peligro estando con
sus novios o esposos que con extraños.
También en Dayton, los reportes de autopsias revelaron
otras tres víctimas que fueron atacadas sexualmente antes de
morir a manos de un "conocido ocasional", un "am igo" o un
compañero sexual ocasional. Dos de estos casos pueden ser
catalogados como "violación durante una cita" que terminó
en feminicidio; en el tercero estuvo involucrado el robo.
Los apuntes de la policía revelaron que trágicamente doce
menores de 15 años de edad atestiguaron los asesinatos o fue­
ron los primeros en encontrar los cuerpos. En muchos casos,
la víctima o el perpetrador (o ambos) era progenitor del testi­
go. No hay intervenciones para menores afectados por homi­
cidios que se den automáticamente en el sistema judicial, a
pesar de las documentadas consecuencias a largo plazo como
ansiedad y problemas de comportamiento (Cowles, 1988).
D ado que en m u ch as o casio n e s esos m en o res son
afroamericanos y pobres, es muy poco probable que vayan a
tener acceso a una ayuda profesional especializada. La pre­
vención de la violencia debería incluir la identificación y la
capacitación de esos menores de edad considerándolos como
un grupo de alto riesgo.

Reportajes en la prensa escrita


La mayor parte de los homicidios en Dayton fueron cubiertos
en pocas líneas en las páginas centrales de los diarios, y apor­
taron hechos mínimos. No se hizo ninguna distinción —de
parte del Dayton Journal Herald ni del Dayton Daily News — en
el espacio otorgado a la noticia ni en la descripción entre víc­
timas masculinas o femeninas. La mayor parte de las perso­
nas involucradas eran afroamericanas pobres. Minimizar su
muerte sugiere que una sociedad racista define a esta pobla­
ción como no valiosa y sin importancia (Hawkins, 1986:117).
Los homicidios que la prensa escrita de Dayton decidió
cubrir extensamente revelaron una obsesión de los medios
por la pureza sexual de las víctimas femeninas. Las víctimas,
mujeres jóvenes caucásicas, ostensiblemente vírgenes (por lo
menos antes del crimen) fueron las que llegaron a la primera
plana con todo y fotos, particularmente cuando hubo viola­
ción. Las jóvenes victimas afroamericanas, aun cuando fue­
ron agredidas sexualmente sólo recibieron algunos párrafos
en las páginas centrales. A las víctimas femeninas qu'e eran
mayores, sexualmente activas, intoxicadas y / o casadas (las
podemos asumir en la categoría de "m ercancía usada") sólo
les dedicaron unas líneas en la sección de "notas breves". In­
cluso cuando hubo brutalidad excesiva o circunstancias poco
usuales sólo recibieron una cobertura limitada.
La obsesión por la pureza también se hizo evidente en los
registros de la policía. En efecto, había mucha información
respecto de las actividades sexuales previas de todas las víc­
timas femeninas no casadas (cosa que no sucedió con las víc­
timas masculinas). Dos hombres que asesinaron mujeres
solicitaron la reducción de sus culpas ya que se trataba de
mujeres con historia de actividad sexual inusual. Su petición
fue respaldada por la policía, que obtuvo una extensiva co­
rroboración con respecto de la opinión de que una de las víc­
timas era una prostituta y de que la otra era "prom iscua"; de
acuerdo con su conocido. La investigación de M ary Daly
(1978) vincula las obsesiones sociales por la pureza de las víc­
timas con otras prácticas de violencia sexual contra las muje­
res, como el atado de los pies o la mutilación de los genitales.
En todos los reportes periodísticos sobre feminicidio, a
los que dedicaron pocas líneas, sutilmente culparon a las
mujeres. Los reporteros casi siempre se refirieron a los asesi­
natos que involucraron parejas íntimas como el resultado de
"riñas domésticas", "discusiones" o "peleas". Por ejemplo,
se utilizó el concepto de "problemas domésticos" para des­
cribir el contexto en el caso de una mujer que fue esposada
antes de que le dispararan, pero sin mencionar que había sido
esposada. "El resultado de una aparente discusión" se utilizó
para caracterizar un feminicidio premeditado en el cual el
hombre fue en busca de su amante a su lugar de trabajo y le
disparó en siete ocasiones. Tal recuento de los sucesos da la
impresión de que las mujeres eran igualmente culpables de
su propio asesinato. Las historias de maltrato físico y de que
las mujeres recurrieran a la defensa propia también fueron
omitidas. Inicialmente, la policía tiende a describir los homi­
cidios cometidos entre parejas íntimas a los reporteros en esos
mismos términos, pero éstos pueden hacer preguntas con el
fin de describir con m ayor confiabilidad los incidentes.
Halloran (1975) señala que los medios pueden "definir, hacer
hincapié, amplificar, conceder estatus, convocar significados
y perspectivas, aportar etiquetas y estereotipos e indicar apro­
bación o desaprobación" en relación con la violencia (211).
Los periodistas han ayudado a oscurecer la naturaleza del
feminicidio.

Discusión
La investigación académica también ha oscurecido los temas
de poder y control en los homicidios donde hubo asesinato
de mujeres. Muchos análisis ubican a los hombres y a las
mujeres en la misma categoría, como sucede en los casos de
Jason, Flock y Tyler (1983), comparan el primer homicidios
(familia) con el segundo, y Chimbo hace un análisis de los
homicidios conyugales.
Además, las dinámicas subyacentes en las que predomi­
nan mujeres y hombres afroam ericanos com o víctimas o
perpetradores, respectivamente, de homicidios de parejas
íntimas han sido poco estudiadas, por lo que nuestra com­
prensión es limitada. En la investigación, la suposición de la
influencia que tiene la adscripción a un grupo racial se con­
funde con la pobreza. La orientación cultural es un término
que se puede usar para representar la pertenencia a un grupo
racial, lugar de residencia y estatus económico. Orientación
cultural (más que grupo racial) influye valores, por lo que se
requiere de un mayor análisis e investigación de la relación
entre orientación cultural y feminicidio. Un inicio es la inves­
tigación de Lockhart (1987), que sugiere que hay menos mu­
jeres golpead as y violencia física m utu a entre parejas
afroamericanas de clase media que entre parejas de clase
media caucásicas. Asimismo, son relevantes los estudios so­
bre homicidio que muestran que la pobreza y el hacinamien­
to tienen efectos m ás fuertes sobre la violencia que la
pertenencia a un grupo racial (Hawkins, 1986). Sin embargo,
las cuestiones de poder y control pueden ser relevantes para
un hombre joven afroamericano cuando otras vías de logro y
eficacia están bloqueadas, y espera que la mujer afroamericana
lo sea todo para él (Wallace, 1978). Esta necesidad de poder y
control puede interactuar con las necesidades de estatus para
los jóvenes en las zonas empobrecidas y descuidadas de los
centros de las ciudades, los modelos de comportamiento vio­
lento o de violencia en las calles y en los medios, la norma de
poseer un arma, los efectos agresivos del crack y la otra serie
de dificultades abrumadoras asociadas con la pobreza y que
crean situaciones volátiles que llevan al maltrato físico de la
pareja y al feminicidio.
Todas las mujeres están en riesgo de feminicidio, espe­
cialmente a manos de la pareja íntima y sobre todo cuando
ha habido una historia de esposa golpeada y cuando una
mujer toma la decisión de dejar la relación. Esta realidad es
perfectamente conocida para muchas mujeres golpeadas, no
tanto para las académicas en el campo del homicidio. Con
frecuencia las mujeres golpeadas describen a sus parejas di-
ciéndoles: "si yo no puedo tenerte, nadie puede". Esta frase
comienza a ser reconocida como una amenaza verbal, particu­
larmente peligrosa, que apunta a un sentido de pertenencia
con respecto de la mujer y a un posible feminicidio (Stuart y
Campbell, 1989).
La inform ación presen tad a en este capítulo ilustra
vividamente que el sentido de propiedad, poder y control son
elementos centrales del homicidio en la pareja. La tradición
de propiedad que los hombres tienen con respecto de las
mujeres y las necesidades de poder masculino, se han mani­
festado de tal forma que han llevado a una conclusión terri­
blemente violenta. El mensaje del feminicidio es que muchos
hombres creen que el control de la compañera es una prerro­
gativa que pueden defender m atando a las mujeres. Este
mensaje y el peligro que implica para las mujeres, quedan
oscurecidos por la mayor parte del trabajo académico, las re­
señas en los medios de comunicación y el sistema de justicia
legal.
Las mujeres corren mayor riesgo en casa y están bajo una
alta amenaza de sus seres "queridos". Así, las feministas cues­
tionamos el mito actual de la familia y el hogar como santua­
rio para las mujeres y los hombres. Elizabeth Stanko (1988) es
persuasiva en su argumento de que la ideología del hogar
como lugar seguro ayuda a mantener subordinadas a las
mujeres haciéndolas sentir temor si se alejan de ese paraíso.
Y, sin embargo, como ya hemos visto, las mujeres en Dayton
estaban mucho más seguras alejadas de la "protección" del
hogar y del esposo.
Un número reciente de la revista Time hizo un estudio de
las muertes ocasionadas por armas de fuego en una semana
en Estados Unidos, haciendo eco de los mismos temas de los
homicidios analizados en Dayton. Incluso las breves oracio­
nes expresadas por los 242 homicidas revelaron que por lo
menos en 42 de éstos participaron hombres que querían ejer­
cer poder y control sobre las m ujeres. O nce casos de
feminicidio estuvieron seguidos de suicidio del compañero-
asesino, a uno de los cuales se le escuchó decir antes de co­
meter el asesinato: "si no vas a vivir conmigo, entonces no
vas a vivir" (Time, 1989: 35).

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1 - 11 .
Licencia para matar
Rikki Gregory

m 10 de febrero de 1989 aproximadamente a las 7:45 PM,


con unas tijeras de cocina, a Mandy le asestaron quince
tijeretazos en el pecho y en la espalda; uno de éstos fue a dar
directamente al corazón atravesándoselo. Después del ata­
que la estrangularon.
A Mandy la mató su esposo. Hacía dos semanas que lo
había dejado y debió percatarse de que ella ya no quería estar
con él. Después de su arresto, declaró que si él no podía te­
nerla entonces nadie podría.
Habían estado en la relación por nueve años. Él había es­
tado trabajando en Arabia Saudita por unos cinco años; des­
pués regresó para quedarse y se casaron en 1985. Esa relación
no pudo ser fácil para Mandy, pues él era 14 años mayor que
ella y eran totalmente opuestos en personalidad y carácter.
Ella era una mujer animada, amigable y sociable; él era mal­
humorado, introvertido y taciturno. Mandy pensó que si lo
amaba lo suficiente él cambiaría y serían felices.
En 1986 Mandy tuvo una hija, estaba muy feliz y, en sus
propias palabras, estaba "en la gloria". Poco después de que
la bebé nació los problemas entre Mandy y su esposo empeo­
raron. Ella estaba cansada atendiendo a una bebé muy activa
y exigente. Fue en ese momento que comenzamos a escuchar
que él iba a poner a la venta la casa y a dejar a Mandy y a la
bebé.
Al poco tiempo Mandy quedó nuevamente preñada, y a
lo largo de ese embarazo estuvo deprimida y enferma. Cuan­
do nació el bebé en 1987, las cosas se agravaron. Mandy era
muy leal y sólo en escasas ocasiones hablaba de lo que en
verdad estaba sucediendo en su matrimonio. Aparentemen­
te, fue por esa época cuando su esposo comenzó a golpearla
y a amenazarla de nuevo con vender la casa y dejarla.
Ahora es obvio que las cosas estaban muy mal, y al mis­
mo tiempo parece que le era muy difícil aceptarlo. La familia
de Mandy estaba preocupada por ella, y le decían que estaba
en peligro, que sería mejor que lo dejara. Desafortunadamen­
te, las cosas nunca son tan simples.
La situación fue como sigue: Mandy de 28 años de edad,
madre de dos pequeños, con mucha vida por delante y, sin
embargo, fue brutalmente asesinada a manos del hombre con
el cual se casó.
Lo que sucedió confirma cómo la sociedad británica y el
sistema legal tratan a las mujeres y a las niñas y niños.
Primero, a pesar de que el asesino mató violentamente a
la madre de los pequeños conservó la patria potestad, por lo
que aún podía decidir a dónde irían. Nadie podía hacer nada
sin su permiso. Tenía todo el poder. Desde su celda arregló
una orden judicial mediante la cual impidió que los peque­
ños fuesen a vivir con Jenny, la hermana mayor de Mandy, lo
cual hubiera evitado que terminaran en un hospicio. Él no
quiso que vivieran con la hermana mayor de Mandy porque,
en sus propias palabras: "era de opiniones fuertes y de mente
decidida". La verdadera razón es que Jenny es lesbiana. Tam­
bién ha sido mi pareja desde hace siete años.
Segundo, Mandy tuvo que pasar por dos autopsias. Una
para establecer la causa de la muerte, como si no fuese obvia,
y otra solicitada por la defensa sobre la base de que pudo
haber fallecido por causas naturales. El cuerpo de Mandy es­
tuvo almacenado por seis semanas antes de la segunda au­
topsia. Esto le ocasionó más sufrimiento a su familia, pues
implicó que el funeral se retrasara. También significó que
su cuerpo nuevamente fuera examinado después de la pri­
mera autopsia, la cual había establecido que la causa del
fallecimiento había sido el golpe de tijera que le atravesó el
corazón.
Tercero, mientras tanto, se llevaron a los pequeños de
Mandy al hospicio en contra de nuestra voluntad. El Servicio
Social manejó esta tragedia con ignorancia, prejuicios e in­
competencia. Desconocieron, dificultaron y obstruyeron to­
dos los intentos de Jenny por comunicarse con ellos para
ofrecer a los pequeños un hogar. Posteriormente ellos deci­
dieron, sin consultar a la familia de Mandy, colocar a los pe­
queños con familias que tendrían la opción de adoptarlos.
Nos enteramos de esto la misma semana del funeral de
Mandy. Jenny telefoneó de inmediato a los consejeros del
condado y al asistente (de quejas) del director del Servicio
Social. Ella explicó al asistente del director lo que estaba su­
cediendo y le preguntó por qué estaban apoyando al padre
de los menores después de lo que había hecho, y que si esta­
ban conscientes de que él había quemado la casa de su pri­
mera esposa, así com o de que tenía una orden judicial
pendiente en su contra para que se mantuviera alejado de
sus hijas, producto de su primer matrimonio. No obstante
que éste era un hombre con una historia de violencia, las au­
toridades lo ponían en primer lugar y le negaban los niños a
Jenny, que era su tía, por el hecho de ser lesbiana.
El Servicio Social no contaba con esta información y es
posible que hiciera efecto, ya que la decisión de colocar a los
pequeños con familias que tendrían la posibilidad de adop­
tarlos se echó para atrás. De cualquier modo, además del do­
lor por la muerte de Mandy, todo esto causó estrés extremo y
una sacudida para Jenny y varios integrantes de su familia.
Como sucede con frecuencia en los casos de asesinato do­
méstico, las personas del Servicio Social vieron los derechos
del asesino como los más importantes.
Mandy amaba a sus hijos más que a nada, y naturalmen­
te hubiera querido lo mejor para ellos, pero debido a que eran
muy pequeños no hizo ningún tipo de previsión legal. De
forma que es como si ella no tuviera derechos. Los agentes
del Servicio Social nunca consideraron los deseos de Mandy.
La trataron como si nunca hubiera existido.
Seguramente los deseos de Mandy habrían sido que sus
pequeños se quedaran y crecieran con su familia. Los niños
casi estuvieron a punto de ser dados en adopción a seres com­
pletamente extraños. De haber sucedido así, no sólo ha­
brían perdido a su mamá, sino también el amor y el apoyo
que necesitaban de parte de la familia de su madre. Habrían
sido separados aún más de sus raíces y de su derecho al amor
y al cuidado de los parientes más cercanos a su madre: sus
dos hermanas.
Los pequeños quedaron bajo la custodia del tribunal y
costó miles de libras a la familia de Mandy traerlos de regre­
so. Ahora se encuentran con la otra hermana de Mandy, que
es el lugar adonde pertenecen.
El trato que Jenny recibió por parte del Servicio Social fue
despreciable. Fue muy doloroso y difícil de afrontar en un
momento de mucha tensión y sacudimiento.
Debido a un error técnico del Servicio Judicial de la Coro­
na (Crown Prosecution Service) el asesino quedó libre bajo fianza
en el mes de mayo de 1989, justo antes de un fin de semana
largo por días feriados. Él mismo se colgó en la casa marital
en la víspera del M ay Day.
En efecto, nunca se probó que fuera el asesino de Mandy.
Ahí están las declaraciones escritas de la policía confirmando
que él admitió el asesinato, pero nunca se le abrió un juicio.
Como resultado, la pesquisa iniciada sólo pudo llegar a de­
clarar "asesinato ilegal" para el caso de Mandy y "suicidio"
para el de él, lo cual también complicó los aspectos legales de
propiedad.
Si bien reconocemos que él ya no está para inquietar la
vida de los niños y que pueden crecer sin miedo, sin menti­
ras ni distorsiones sobre su madre, para nosotras recordar a
Mandy y lo que sufrió a manos de él sigue siendo un pesar.
Mujeres y violencia estructural
en la India
Govind Kelkar

Quince mujeres murieron cremadas en esta ciudad en un pe­


riodo de diez días, entre el 24 de mayo y el 4 de junio de este
año. Estas muertes levantaron sentimientos públicos, sin em­
bargo, en todo los casos, excepto en tres, es muy probable que
nadie sea castigado1.
La cremación de una novia no es un fenómeno nuevo en Delhi.
En 1981 El Ministro del Interior mencionó en el Parlamento
que de acuerdo con los reportes de los " incidentes en los que
fueron cremadas mujeres" en Delhi, la cifra llegó a 394, en 19802.

De acuerdo con datos oficiales, fueron reportados 332 casos


de incineración "accidental" en 1982 contra 305 en 1981. Es­
tas cifras equivalen, aproximadamente, a una mujer incine­
rada al día en la capital. Sin em bargo, según algunas
organizaciones de mujeres hay una cifra equivalente de ca­
sos no reportados. En muchas ocasiones esto se debe a que la
policía se rehúsa a registrarlos3.

1 India Express, 19 de junio de 1983.


2 Ibid., 20 de mayo de 1983.
3 Ibidem.
Si bien la incineración de mujeres a cambio de dinero o
bienes domésticos como dote ha cobrado sus mayores costos
entre las mujeres de la clase media de zonas urbanas, tam­
bién se encuentra muy extendida en las zonas rurales.
Las investigaciones indican que si bien la incineración de
mujeres prevalece en todo el país, es más severa en Delhi,
Haryana, Punjab, el Uttar Pradesh Occidetal y en la región
de Gujarat. En Uttar Pradesh donde me involucré en un estu­
dio sobre la participación de las mujeres rurales en el trabajo
y los roles sexuales, la mayor parte de las "m uertes por dote"
fueron reportadas entre los grupos Thakur y Brahmines. Am­
bas son castas altas hindúes y tienen una historia registrada
de infanticidio femenil4. Hace más de una década y media, el
reporte del Comité Investigador sobre Suicidio en Gujarat
señaló que 90 por ciento de los casos de suicidio se registró
entre mujeres. De éstas, 867 (contra 302 hombres) se suicida­
ron debido a "tensiones familiares". Después se reportó que
"particularmente en el caso de las mujeres pobres las causas
de la tensión con frecuencia estaban relacionadas con la dote"5.
Estas cifras hacen referencia a algo más que a estadísticas cri­
minales. Son una manifestación de malestar político en India
y enfermedad en la organización del sistema socio-económi­
co del país. Si queremos entender la naturaleza de la violen­
cia estructural hacia las mujeres en la India contemporánea,
es necesario considerar la subordinación de las mujeres en la
estructura de la producción material. Los temas de la paz y

4 Documento de la Dirección de Policía dirigido al Inspector General de


Policía NWP y Oudh, del Secretario de Gobierno de NWP y Oudh, con fecha
del 15 de octubre de 1892. Archivo núm. 1544/VIII 661 A-4 de 1892. Archivos
del Estado, Lucknow.
5 Kalpana Ram, "Women's Liberation in India", trabajo sin publicar, junio
de 1980.
las mujeres en una sociedad del Tercer Mundo sólo pueden
ser estudiados en un contexto histórico. Me sigo esforzando
para obtener una perspectiva histórica sobre el asunto, exa­
minando cómo la dirección india del movimiento nacionalis­
ta trata de involucrar a las mujeres en la lucha por la liberación
y luego en la reconstrucción de la sociedad. ¿Hasta qué pun­
to la familia en India es responsable de crear y mantener es­
tructuras sociales e ideológicas que subordinan a las mujeres?
Es evidente que hay estructuras bien establecidas que, de for­
ma inherente, se resisten a la participación de las mujeres en
la toma de decisiones, así como que hay ideologías creadas
por el sistema de sexo / género que sirven para mantener las
formas de poder existentes y las formas de explotación.

Poder en la familia
Para comprender este asunto, lo que resulta significativo es
que la violencia corre paralela a las líneas de poder en el sis­
tema de sexo/género. La familia, con su división del trabajo
por sexo, es la principal institución que subyace a dicho siste­
ma. La violencia doméstica contra las mujeres tiene que exa­
minarse en relación con su relevancia sistemática. Entonces
este trabajo intenta hacer algo más que una descripción del
tipo de violencia que enfrentan las mujeres; ve las relaciones
de autoridad familiar en torno a las que se organizan la vio­
lencia de la dote y las relaciones de propiedad, en las cuales
estas estructuras de autoridad están enraizadas. El rol de sub­
ordinación de las mujeres en la familia se duplica en la socie­
dad en su conjunto. Disparidades económicas, como salarios
bajos, mala atención a la salud y educación para las mujeres,
han sido justificadas bajo el supuesto de que el empleo y el
bienestar físico de las mujeres son menos importantes en com­
paración con los de los hombres. Así, hay una relación muy
estrecha entre la familia y la organización del sistema políti­
co y económico. En otras palabras, la estructura familiar legi­
tima la subordinación de las mujeres en el desarrollo de las
políticas y de la organización de la economía.
La Constitución de India declara la igualdad de los sexos,
con ello reconoce que la familia debería de ser básicamente
una unidad igualitaria que reconociera igualdad de derechos
y libertad de opciones a los individuos que la integran6. Sin
embargo, en la práctica la subordinación de las mujeres ante
los hombres, del joven al adulto, predomina en todas las fa­
milias de cualquier clase y casta en la India. La ideología de
la subordinación es necesaria por la estructura de la produc­
ción material. Las mujeres están subordinadas a, y por tanto
son dependientes de los hombres, ya que son ellos los pro­
pietarios de la tierra y mantienen su tenencia, mientras que
las mujeres, en su gran mayoría, no. Las prácticas habituales
no permiten que las hijas hereden las tierras a menos que en
la familia no haya un varón. Es erróneo sostener que las mu­
jeres reciben su parte de patrimonio en la forma de dote al
momento de casarse.
Independientemente de la Ley Hindú de Sucesión que
pone en igualdad de circunstancias a las hijas y a los hijos en
términos de herencia de propiedades, en la mayor parte de
los casos las mujeres ceden sus derechos sobre la tierra a fa­
vor de sus hermanos. De otra forma deben ser denunciadas
como hermanas "egoístas" y corren el riesgo de perder la pro­

6 Para una definición constitucional de la familia y la confusión sobre el


concepto, véase A.R. Desai, Urban Family and Family Planning in India, caps.
I y II, Popular Prakashan, Bombay, 1980.
piedad o de tener que cubrir una indemnización a su familia
natal. (La discusión actual aborda la situación de las mujeres
hindúes; sin embargo, hay que señalar que si bien la situa­
ción de las mujeres en el Islam y en el Cristianismo varía en
algunos detalles significativos, no necesariamente está en
mejor posición con respecto de la ley y las costumbres).
Las mujeres se casan a grandes distancias y salen de casa
de sus progenitores para ir a casa de sus esposos. A las muje­
res jóvenes se les aconseja que sólo deben de salir de casa de
sus esposos hasta que mueran y que deben de soportar cual­
quier dolor y humillación. Para ajustarse a la nueva familia,
la nuera tiene que comportarse bien todo el tiempo, debe ser
sumisa y obediente hacia sus suegros y demostrar desinterés
por sus posesiones. La familia de su esposo recibe dinero en
efectivo, joyas y bienes domésticos, generalmente hechos o
comprados para dar la dote. Es incorrecto ver la dote como
una especie de herencia para la hija7. Hay dos elementos im­
portantes en este sentido. Primero la dote se transfiere a la
fam ilia del prometido, no a la novia8. Los suegros tienen abso­
luto control sobre la distribución de la dote. Segundo, nunca
se da tierra como dote, hasta donde yo sé. En el análisis final,
la mujer carece totalmente de cualquier propiedad ya que no

7 J. Goody, Production and Reproduction: A Comparative Study of the


Domestic Domain, Cambridge University Press, Cambridge, 1976. No
concuerdo con Goody en relación con la dote como forma mediante la cual
las hijas heredan en las sociedades euroasiáticas.
8 "Durante la redacción preliminar del Hindú Code, el Dr. Ambedkar
sugirió una clara recomendación, según la cual cualquier cosa que se diese
como dote debería pertenecer a la hija. Sin embargo, esto no era exigido o
perseguido, lo cual resultó en que el otorgar o más aún el exigir una dote
creció tan aceleradamente que incluso comunidades que nunca habían tenido
esta práctica comenzaron a seguirla". Latika Sarkar, "Legal Aspects of Dowry",
How, 6, núm. 3, marzo de 1983.
puede generar ninguna riqueza de su, así denominada, pro­
piedad. Este tipo de arreglos crean personalidades de género
específicas: los hombres tienden a valorar su rol como princi­
pales aportadores a la economía nacional, los proveedores
del hogar y apoyo de la familia, mientras que las mujeres son
excesivamente devaluadas debido a su dependencia, igno­
rancia del mundo exterior y preocupación por las necesida­
des de las hijas y los hijos, y las del esposo. Esto, creo yo, es lo
que se encuentra en el centro mismo de la dote e incineración
de las mujeres.

Las protestas de las mujeres


Es importante señalar que sería equivocado asumir que las
mujeres en India se la pasan quejándose pasivamente bajo la
creciente opresión, dentro y fuera de la familia. Las mujeres
se han organizado para protestar por la violación, el acoso
sexual, el asesinato y la quema de sus hermanas. Han organi­
zado manifestaciones y reuniones en todo el país para pro­
testar contra la violencia directa y estructural contra las
mujeres. En los últimos años en Delhi y en otras ciudades
importantes del país, las mujeres han mostrado esporádicas
manifestaciones contra los esposos, suegros, abogados y po­
licías implicados en la quema de mujeres y en el homicidio
de mujeres por otros medios. A principios de agosto de 1982,
en Delhi treinta grupos de mujeres organizaron conjuntamen­
te una marcha de protesta contra la costumbre de la dote;
varios cientos de mujeres se unieron espontáneamente a la
marcha mientras ésta avanzaba.
Estas manifestaciones han operado como controles para
los esposos y suegros, pues han dejado al descubierto la na­
turaleza de la violencia y el crimen contra las mujeres (gene­
ralmente es hostigamiento y maltrato físico seguido de la pira
y la muerte) y con ello han desvaneciendo el mito del suici­
dio o la muerte accidental. Además, las manifestantes han
presionado para que se haga cumplir con eficacia las leyes
que protegen a las mujeres y para reorganizar las formas como
la policía realiza sus investigaciones en los casos de los crí­
menes contra las mujeres. Tales esfuerzos organizativos no
pudieron ser ignorados por mucho tiempo, y el gobierno res­
pondió estableciendo una unidad policial anti-dote en Delhi
bajo el mando de una mujer Subcomisionada de la Policía. Es
obligación de esta unidad investigar los casos de hostigamien­
to debidos a una dote, y las muertes de mujeres por causas no
naturales que han estado casadas por seis años o menos. No
obstante lo anterior, no deja de sorprender que se haya cita­
do el señalamiento de la funcionaría pública que afirmó:
"Cuando una mujer muere quemada es muy difícil decidir si
fue suicidio o asesinato premeditado, pues en ambos casos la
víctima fue rociada con keroseno desde la punta de los pies
hasta la cabeza, por lo que el cuerpo queda severamente que­
mado. Pensamos que el 80 por ciento de los casos que llegan
a nosotros son suicidios. Los esposos y los suegros son culpa­
bles dado que es su hostigamiento el que orilla a la persona a
realizar estos actos"9.
A pesar de lo anterior, las mujeres activistas conscientes
han seguido adelante forjando el movimiento: han produci­
do obras teatrales satíricas y películas sobre la opresión y la
explotación de las mujeres; han lanzado protestas y han esta­
blecido centros para mujeres bajo estrés donde pueden en­
contrar apoyo em ocional y legal. Revistas fem inistas y

9 Patriot, New Delih, 24 de junio de 1983.


Protesta en contra del sistema de dotes en las afueras de las oficinas municipales
de Bombay en 1985. El sistema de dotes de la India dio como resultado que
fueran quémadas y murieran miles de mujeres casadas.
Foto: Sue Darlow/Format

boletines han reportado acerca de la problemática que en­


frentan las mujeres y de sus intentos para aliviarlos. Las fe­
ministas académicas también han contribuido a este esfuerzo.
Towards Equality (.Hacia la igualdad) un reporte que marcó un
hito, señaló el descuido nacional hacia las mujeres y la falta
de programas de desarrollo en las áreas de empleo, salud y
educación para las mujeres10. Las investigadoras feministas

10 Gobierno de India, Departamento de Asistencia Social, Ministerio de


Educación y Asistencia Social, Towards Equality: Report ofthe Comité on the
Status of Women in India , 1974.
han estudiado el papel desempeñado por las mujeres durante
los movimientos de protesta y de su participación en la cons­
trucción de la nación. Estos estudios han avanzado al señalar
otras desigualdades en el sistema socio-económico y político,
y han demostrado cómo los estudios de las mujeres ofrecen
nuevas perspectivas para el desarrollo de estructuras sociales
igualitarias, tanto en la familia como en la comunidad.
Las protestas de las mujeres han hecho evidente la vio­
lencia criminal que implica la quema de mujeres, revelándo­
lo como un problema social serio. Al llamar la atención sobre
la opresión, el conflicto y la violencia escondidos detrás del
parapeto del amor y apoyo en la familia, las mujeres han abier­
to todo un nuevo panorama. Hay una innovadora perspecti­
va crítica sobre la prevalencia de las formas de pensar acerca
de la familia. Sin embargo, sería simplista afirmar que esta­
mos en el umbral de un cambio profundo en la estructura
social hacia la igualdad y la justicia, por eso concuerdo con
William J. Goode cuando afirma que "nunca debemos subes­
timar la astucia y los deseos de permanencia en el poder de
aquéllos que lo ejercen"11.
No obstante, aún está ausente una base teórica en el m o­
vimiento de las mujeres en India. No se han hecho intentos
serios para examinar los orígenes materiales y la perpetua­
ción de la supremacía masculina. En India, la familia ha sido
explicada en términos puramente funcionales o en términos
de las características culturales distintivas del subcontinente.

11 William J. Goode, "Why Men resist", Rethinking the Family: Some


Feminist Questions, ed. Barrie Thorne y Marilyn Yalom, Orient Logman, 1982,
p. 132. Este autor compara la posición de los hombres con otros grupos
dominantes y a la compleja dialéctica del control que ejercen los hombres y
de los esfuerzos de las mujeres para combatirlo y limitarlo, especialmente en
las relaciones íntimas y de mutua dependencia en la familia.
Los científicos siguen debatiendo si la nuclearización de la
estructura familiar tiene lugar o no en la India12. Debido a lo
anterior, la investigación sobre este tópico no ha cuestionado
las complejas relaciones de poder que se dan entre género y
generación que subyacen a la familia, la ideología y la estruc­
tura de dependencia o la división sexual del trabajo, todo lo
cual afianza los patrones de desigualdad y opresión para las
mujeres y niñas.

Políticas públicas
En años recientes la familia se ha convertido en un tema polí­
tico en India. El gobierno ha formulado políticas con el fin de
fortalecer a la familia, mientras que las mujeres han puesto
sobre la palestra de la discusión preguntas sobre sus límites.
A finales de 1980, se inició un debate sobre las mujeres y la
familia en relación con el Sixth Five Year Plan. Los planifica­
dores manifestaron que la forma de mejorar la posición de
las mujeres sería superando las condiciones de la familia. Las
organizaciones de mujeres señalaron que este enfoque de las-
mujeres-en-la-familia no llevaría a una mayor igualdad en la
sociedad sino a incrementar la polarización entre los sexos.
Como resultado de las presiones del activismo de las muje­
res, así como de las académicas, los planificadores estuvie­
ron de acuerdo en integrar un capítulo sobre "M ujeres y
Desarrollo" en el mencionado plan de Sixth Five Year. Este

12 Dhirendra Narain, ed., Explorations in the Family and Other Essays,


Tacker & Co.; Bombay, 1975. Véanse capítulos I y II. También véase M.G.
Kilkarni, "Family Research in India", Sociology in India: Restropect and
Prospect, P.K.B. Nayar, B.R. Pub. Corp., Delhi, 1982.
capítulo admite que las mujeres son "el grupo más vulnera­
ble de la familia" y lo seguirán siendo "por algún tiempo en
el futuro". Promete poner "atención especial" a los intereses
de los "miembros vulnerables". No obstante, el plan insiste
en que "la familia es la unidad hacia la cual van dirigidos los
programas para la erradicación de la pobreza".
A pesar de que se reconoció el problema de la represión
de las mujeres en la familia, la condición de la familia como
unidad básica para el desarrollo económico se mantuvo evi­
tando un análisis más constructivo. Tal es la naturaleza del
estado de bienestar13. A pesar de esto, el debate continuará.
En muchos sentidos la familia desempeña un papel represor
en nombre del Estado y, sin embargo, al mismo tiempo, para
la mayor parte de las mujeres y los hombres es el único lugar
donde tienen una oportunidad para sostener relaciones sexua­
les y paternales y maternales, de afecto, cuidado y apoyo
emocional.

13 Para un análisis detallado véase Elizabeth Wilson, Women and Welfare


State, Tavistock, Londres, 1979.
Miles visitan un poblado
de la india donde una viuda murió
en cumplimiento del suti
Rajendra Bajpai

E l día de ayer, grandes multitudes de indios desafiaron la


prohibición gubernamental para honrar a una novia de 18
años de edad que murió incinerada en la pira funeraria de su
esposo, mientras tranquila abrazaba su cabeza pegada a sus
rodillas.
El 4 de septiembre Roop Kanwar, con un noviazgo de ocho
meses, ataviada con su sari de novia se mantuvo sentada en­
tre las flamas del fuego que arrojaba la pira funeraria mien­
tras realizaba el suti, acto de inmolación visto como la última
acción de fidelidad en la antigua India pero ilegal desde hace
varios siglos.
La acción de la joven novia convirtió a este poblado ubi­
cado en el desierto del estado occidental de Rajasthan, a 80
kilómetros de Jaipur, en un lugar de peregrinaje.
Funcionarios públicos horrorizados prohibieron la cere­
monia en este sitio, impidieron el flujo de transporte hacia el
poblado, y arrestaron al cuñado de la novia que fue quien
prendió la pira.
No obstante, cientos de miles ignoraron la prohibición y
atravesaron el desierto, ya fuese a pie o en camellos, para
unirse al sacerdote hindú en el lugar que estaba cubierto con
un pabellón y perfumado con humo de incienso y flores para
cerrar el día de ayer, el periodo de duelo de 13 días.
Testigos afirmaron que al poblado de Deorala asistieron
unas 200 mil personas, pero el Press Trust o f India señaló que
la muchedumbre ascendió a unas 400 mil personas.
Debido a la prohibición gubernamental que pesa sobre
este rito, pocos pobladores admiten haber sido testigos de la
muerte de la joven mujer entre las llamas. Algunos señalaron
que mientras que las llamas envolvían a la joven novia, más
de cinco mil pobladores entonaban el cántico "sathi mata ki
jai" (la madre sathi es inmortal).
"Sobre su cabeza había un halo. Se veía calmada mientras
las llamas la abrazaban", señaló Rajinder Singh, un estudian­
te de 20 años que admitió haber visto el suti. "Cuando llegué,
ya se había quemado la mitad de su cuerpo. Estaba sentada
sobre la pira con los brazos cruzados. No había signos de
pánico en su rostro. Estaba cantando m antras", dijo a los re­
porteros.
Hasta hace dos semanas Kanwar era una mujer ordinaria
en el poblado; ella pertenecía a la casta de guerreros Rajput.
Pero el 4 de septiembre, su esposo Man Singh murió de
gastroenteritis. En cuestión de horas ella dijo que quería se­
guir la antigua costumbre. Cuando trajeron el cuerpo al lu­
gar de cremación del poblado, ella sola se vistió con su vestido
de novia y se sentó en la pira de madera.
Kanwar es la cuarta mujer que se autoinmola en Deorala
en los últimos 100 años. El último suti sucedió hace 70 años.
Hay un templo en memoria de esa mujer cerca del lugar don­
de murió Kanwar.
Los británicos prohibieron la práctica del suti hace más
de 100 años. Los emperadores mongoles también lo declara­
ron ilegal en el siglo XVII.
Infanticidio femenino:
nacida para morir
S. H . V en k atram

Una mujer debería ser un terrón de barro.

El hombre desafortunado pierde un caballo;


el hombre afortunado pierde una esposa.

Sé la m adre de un centenar de hijos varones.

E sto s proverbios —de Bengala, Punjab, M aharashtra— aún


son parte del folclor que infunden las costumbres sociales que
dictan la vida de millones de indios en poblados y villorrios
de todo el país. Siguen siendo recordatorios perversos de que
en pleno siglo X X —época en la que la m ayor parte del mun­
do moderno está despertando ante el llamado iluminador del
feminismo — India aún se revuelca en el cieno primordial de
la misoginia, esto es, el trato inhumano que el hombre da a la
mujer.
En la mayor parte del país, una mujer es considerada como
un apéndice molesto. Es una fuga de dinero. Debe ser explo­
tada o simplemente no tratarla como persona, pues aplasta a
la familia con los gastos que implican el matrimonio y la dote,
por lo que crece —desde la más tierna infancia — financiera y
físicamente negada. Su nacimiento, en muchas partes del país,
es recibido con silencio e incluso con tristeza. La llegada de
un niño varón se recibe con el sonar de conchas de mar. La
discriminación se inicia desde el nacimiento.
Amplios estudios desarrollados por el U N IC EF, al igual
que por científicos sociales indios, revelan un patrón organi­
zado de discriminación contra las niñas y mujeres en India.
Lo que develan es desconcertante.
India es el único país en el mundo donde la proporción
de las mujeres en relación con los hombres ha ido declinando
a lo largo de los años. La proporción entre los sexos decreció
de 972 mujeres por cada 1 mil hombres en 1901, a 935 por
cada 1 mil en 1985. La India forma parte del puñado de paí­
ses donde la mortandad infantil femenina excede a la de los
niños varones; no obstante el hecho de que las niñas son
biológicamente más fuertes al nacer.
A las bebés se les amamanta con menos frecuencia y por
menos tiempo en comparación con los bebés varones. Cuan­
do crecen, se les nutre menos en comparación con sus herma­
nos. Una investigación reciente que abarcó a infantes y a niños
en edad preescolar mostró que en este rango de edad el 71
por ciento de las mujeres sufre de desnutrición severa, contra
el 28 por ciento de los hombres. Una estadística, relacionada
con la investigación, revela que a los niños se les lleva al hos­
pital para tratarlos de enfermedades comunes, y que eso su­
cede erí el doble de casos con respecto de las niñas. Los niños
no se caen con más frecuencia que las niñas, simplemente
reciben más atención médica de parte de los progenitores que
los valoran más que a las hijas.
En la India, en la brecha que se sigue abriendo según avan­
za la edad, la tasa de alfabetización femenina (24.88 por ciento)
es apenas la mitad de la tasa de alfabetización masculina (46.74
por ciento). Y la brecha se sigue ampliando, en el grupo de edad
6-14 años cerca del 84 por ciento de los niños varones están ins­
critos en la escuela, contra el 54 por ciento de las niñas.
No es una imagen muy atractiva. En la India la situación
es complicada para las niñas en edades de 15 años o menos;
cerca de 140 millones piden a gritos que se les proporcione
cuidado y atención con sensibilidad. Constituyen 20 por ciento
de la población total del país; sin embargo, se les niega ali­
mentación adecuada y atención porque sus propios padres
son víctimas prisioneras de tradiciones brutales y circunstan­
cias económicas en las cuales las mujeres cargan con respon­
sabilidades terribles. A cau sa de sus pecados, m ueren
quemadas como novias adultas según las exigencias de la
dote, o si son novias niñas condenadas a una viudez con múl­
tiples penas después de la muerte de su esposo o incluso an­
tes de que su matrimonio se consume.
Si a las niñas y a las mujeres mayores se les niega la vida
en la mayor parte de India, simplemente es el siguiente paso
en esta lógica cruel en la cual a ellas se les debe negar la vida
incluso por ellas mismas. El infanticidio femenino (sofocar o
apagar las vidas de las bebés recién nacidas) es, en última
instancia, la catarsis del drama trágico de las mujeres en este
país. Lo que sigue es una historia que sería noticia de prime­
ra plana, es un recuento trágico y estremecedor de los proce­
sos y las adversidades que pasan las familias que matan a sus
bebés niñas. Se centra en el grupo kallars, en una comunidad
de agricultores sin tierras en Tamil Nadu, distrito de Madurai.
Puede que este hecho suceda en un estado, en una comuni­
dad, pero es un espejo en el la cual toda la población india
debería verse y enfrentar cara a cara la ofensa que la rodea.
El desafío de desarrollar a la India como una tierra de
justicia social y económica, como lo señaló Nehru, no sólo
implica la creación de fábricas, maquinaria y grandes pro­
yectos. Dijo: "E n última instancia, son los seres humanos los
que cuentan, y si son los seres humanos los que cuentan, bue­
no cuentan más como niños y niñas que como adultos".
P ara K u ppu sam y de 35 años de edad y su esposa
Chinnammal de 26, normalmente el día tenía que haber sido
dé gran regocijo; ambos son jornaleros en el villorrio de
Chulivechanpatti en el Usilampatti taluk, distrito de Madurai.
Era una mañana del mes de m ayo con un sol radiante y
Chinnammal, atractiva y delgada a pesar de su preñez, esta­
ba en trabajo de parto dentro de su choza construida con lodo
y paja, en unos minutos su segundo hijo nacería. Su primera
hija Chellammal, de tres años de edad, jugaba afuera.
El recién nacido soltó un llanto lleno de vitalidad al en­
trar a este mundo. Era menudo, de complexión bella, con los
ojos entrecerrados a causa de la luz que se filtraba. Pero cuan­
do la madre observó al bebé, de inmediato los ojos se le ane­
garon por el llanto; pero no un llanto de emoción.
Chinnammal había visto el sexo del bebé: una niña. Lo
que cruzó por su cabeza no fue la anticipación del regocijo de
la maternidad sino de las dificultades que se cernían en el
futuro. ¿Cómo podría una familia de labriegos con un ingre­
so paupérrimo, perteneciente al grupo kallar de la comuni­
dad Thevares, criar y casar a dos hijas? ¿Cómo podrían hacerlo
cuando la dote exigida por la familia del futuro prometido
sería astronómica? La pareja había decidido tener otro hijo
con la única esperanza de que en esta ocasión fuera niño. Pero
en ese soleado día, su sueño quedó hecho añicos.
Sólo había una forma de deshacerse de la carga que im­
plicaría criar a dos hijas. Y Kuppusamy decidió qué era lo
que había que hacer. Esa tarde caminó con dificultad —per­
diendo en ocasiones el equilibrio — hasta llegar a un campo
cercano, recolectó un puñado de frutillas conocidas por su
veneno mortal y regresó a su casa. Chinnammal las molió
hasta dejarlas con una consistencia lechosa y con ella alimen­
tó a la criatura que lloraba de hambre. Después, los padres
cerraron la pequeña puerta de su choza, se sentaron afuera y
esperaron a que el veneno actuara.
En una hora la bebé comenzó a retorcerse y sacudirse.
Poco a poco comenzó a arrojar sangre por la boca y la nariz;
los padres escucharon sus quejidos. Pasaron unos minutos
más y todo quedó en silencio. Chinnammal supo que todo
estaba terminado; silenciosa caminó hasta la cercana choza
de su madre, cavó un pequeño agujero dentro, en el piso de
la choza, y fue por el cadáver de la bebé para enterrarlo.
Chinnammal tomó un poco de agua para evitar que se le
quebrara la voz cuando dijo: "M até a mi hija, porque quería
salvarla de la vida de ignominia que significa ser la hija de
una familia pobre que no puede darse el lujo de pagar una
dote decente. Y al mismo tiempo fue muy difícil armarme de
valor para hacerlo. Una madre que ha parido una hija no
puede aguantar verla sufrir ni siquiera por un momento,
mucho menos traerla a la vida para matarla. Pero tuve que
hacerlo porque mi esposo y yo llegamos a la conclusión de
que era mejor dejar que nuestra hija sufriera una hora o dos y
que muriera a que padeciera toda su vida". En un principio
Kuppusamy se rehusó a hablar; más tarde admitió en una
entrevista que: "Los días que consigo trabajo, me pagan 13
rupias al día como jornalero; mi esposa gana seis rupias al
día. No puedo soñar con darles una boda decente a dos hijas.
Matar a las bebés por el miedo a lo que implica la dote es
muy común en nuestra comunidad kallar".
Las investigaciones realizadas por India Today revelan que
en los últimos 10 ó 15 años el feminicidio infantil comenzó a
ser crecientemente aceptado entre los kallar (una subcasta),
en el distrito de Madurai, como la única forma para salir de
los problemas de la dote. Muthuramalingam, propietario de
una pequeña granja en el poblado de Paraipatti dijo: "La prác­
tica se ha incrementado entre los kallar en los diez últimos
años y realmente se ha extendido mucho más después de
1980". El grupo kallar en el distrito de Madurai se concentra
en el Usilanpatti taluk y sus 300 villorrios, que significan casi
80 por ciento de los 2.65 lakh que constituyen la población del
taluk. En una cruda declaración, Muniamma, jornalero en el
poblado de Ayodhyapatti, dijo después de preguntarle con
insistencia: "Difícilmente hay una familia pobre kallar donde
una bebé no haya sido asesinada en algún momento en los
últimos diez años".
Chinnammal no es la única madre kallar que haya enve­
nenado a su hija recién nacida en el último mes. Chinnakkal,
de 25 años de edad, del villorrio de Echampatti, esposa de
Gopal, empleado en el cine del pueblo, dio a luz a su bebé: su
segunda hija en la m adrugada del 10 de mayo en el hospital
público de Usilampatti. La madre escapó del hospital con la
recién nacida una hora después del parto, no obstante la re­
comendación médica de que una madre debe descansar unos
días en el hospital después de parir. Lo que Chinnakkal que­
ría era escapar con la bebé para matarla. En los registros del
hospital aparece que la madre con la recién nacida huyó.
Una semana después se reportó que Chinnakkal había
regresado al hospital, no con su bebé sino con su madre. Lle­
gó para consultar a la ginecóloga, la doctora Suthanthiradevi,
porque la leche se le había coagulado, lo cual sucedió porque
no había bebé que amamantar. Cuándo la médica preguntó
que había sucedido con la bebé, Chinnakkal dijo: "La peque­
ña murió a los cuatro días de nacida debido a un ataque y fie­
bre". ¿Por qué no la había llevado de inmediato al hospital? La
respuesta fue casi inaudible: "N o tenía con que pagar".
Más tarde, a preguntas insistentes, Chinnakkal reveló gra­
dualmente la terrible verdad: "¿Cóm o voy a criar dos hijas en
estos días tan difíciles? Somos una familia muy pobre. Inclu­
so criar a mi primera hija va a ser una carga enorme. Mi espo-
so no ha venido a verme después de que di a luz a nuestra
segunda hija. Debe odiarme después de que se enteró que
parí a una segunda niña. Tenía que haberle hecho saber que
me deshice de la niña".
La d o cto ra S u th an th irad evi dijo que Chinnakkal y
Chinnammal no son excepciones sino casos comunes en la
comunidad kallar. La médica lleva más de cinco años practi­
cando en Usilampatti y reveló que, en promedio, el hospital
atiende unos 1,200 partos anuales. De estos nacimientos casi
la mitad son niñas, y "casi 95 por ciento de las mujeres que
dan a luz a una bebé huyen después del parto, y lo hemos
registrado en nuestros archivos. Hemos llegado a nuestra
propia conclusión con respecto a por qué huyen".
Las estadísticas son tremendas. Al año se han registrado
casi 600 nacimientos de niñas en el grupo kallar, los cuales
aparecen registrados en el hospital público de Usilampatti,
de éstos aproximadamente 570 bebés se desvanecen junto con
sus madres sin que hayan abierto los ojos al mundo. Fuentes
del hospital estiman que el 80 por ciento de esas bebés desa-
I parecidas —más de 4 5 0 — son víctimas de infanticidio.
Además de estos partos, los centros de salud, las clínicas
privadas y los hospitales que atienden partos han aumenta­
do como los hongos en el taluk, por lo cual no se cuenta con
registros completos; por no mencionar los partos en casa. Unas
20 clínicas privadas que admiten casos de maternidad, tam­
bién han surgido de la nada sólo en el poblado de Usilampatti.
Esto lo señaló el Dr. Sugandhi Natarajan, quien administra
una de estas clínicas: "Atendemos unos 12 ó 15 partos al año,
incluso en nuestra pequeña clínica privada y más o menos
unas siete mujeres dan a luz niñas. Casi todas ellas escapan
inmediatamente después del parto y regresan con nosotros
una semana o unos diez días después, porque todas ellas pre-
sentan el problema de la coagulación de la leche materna,
que debemos corregir con hormonas en pastilla. Las bebés
inevitablemente mueren y sabemos cómo mueren. Es muy
triste, pero sigue sucediendo. He practicado aquí la medicina
por unos cinco o seis años y lo que sucede con las bebés es un
secreto a voces en estas zonas".
En cada uno de los 300 villorrios kallar en Usilampatti
taluk, con poblaciones que van de las 500 a las 1,500 perso­
nas, de 20 a 50 recién nacidas han sido asesinadas en los últi­
mos cinco años ante el panorama nada halagüeño y cruel del
problema de la dote. En Chulivechanpatti, con una pobla­
ción de 300 personas, por lo menos tres recién nacidas han
sido asesinadas en los últimos seis meses, y los progenitores,
sin más, admiten su crimen. Además de Kuppusamy, hay
otras dos familias involucradas: Sivaraj y Oothappa Thevar.
Y en Paraipatti, con una población de 400 personas, un gran­
jero llamado S. Muthuramalingam dijo en presencia de todos
los pobladores: "M ás de 50 niñas bebés han sido asesinadas
en nuestro pueblo en los últimos cinco o siete años".
Haciendo una estimación burda, cerca de seis mil recién
nacidas fueron envenenadas en Usilampatti taluk, en el últi­
mo decenio. Muy pocas de esas muertes están registradas, y
los nacimientos sólo quedan consignados si el parto fue aten­
dido en alguna instalación hospitalaria. De acuerdo con la
ley, las muertes de estas bebés en circunstancias no claras tie­
nen que ser reportadas a la oficina administrativa del pueblo
y a los panchayats u otras instancias locales. Sin embargo, en
la mayoría de los hogares esta información se mantiene para
ellos mismos, a pesar de que estos hechos sean un secreto a
voces. Como práctica, la primera bebe no es asesinada aun
siendo niña; sin embargo, con el nacimiento de la segunda se
inicia una serie de homicidios. La planificación familiar aún
no encuentra eco entre la población kallar, pero no se trata de
que no deseen controlar el número de embarazos, sino de
que desean tener niños varones para recibir las dotes. N.
N allasam y, que da clases en la escu e la p rim a ria en
Chulivechanpatti, observa: "También existe la creencia am­
pliamente difundida entre los kallar de que si matan a una
hija el próximo será un hijo varón".
La práctica difundida del feminicidio infantil ahora se
refleja en la proporción existente entre ambos sexos en el gru­
po kallar. Así lo reveló un funcionario del distrito de Madurai,
quien quiso permanecer en el anonimato: "Los hombres ahora
constituyen el 52 por ciento de la población kallar, hace diez
años las mujeres eran las que ocupaban ese 52 por ciento".
Muchas familias kallar saben que están cometiendo un
crimen, pero están convencidas de que, dadas las difíciles cir­
cunstancias en las que se encuentran, sólo están tomando el
único curso de acción que les queda. Una trabajadora jorna­
lera de 26 años de edad en el poblado de M ayam patti,
Kanthammal, que mató a su bebé recién nacida el año pasa­
do, no se anduvo con rodeos con respecto al crimen que co­
metió: "¿De qué forma nosotros, gente pobre, podemos criar
tantas hijas en esta situación de una dote tan penosa? Ni el
panchayat del pueblo ni el funcionario administrativo tienen
ningún derecho a investigar o interferir en nuestros asuntos
personales. Si yo y mi esposo tenemos el derecho a tener un
hijo, también tenemos el derecho a matarlo si resulta que es
niña y decidimos que no podemos darnos ese lujo. Ni los
fuereños ni el gobierno tienen el derecho de meter su nariz
en esto". Su esposo, Andi, coincidió: "N o es posible que case­
mos a una hija con el salario que recibimos".
El cruel problema de la dote ha ocasionado una inmensa
tristeza en muchas mujeres kallar que, en contra de su volun­
tad, han envenenado a sus recién nacidas y que las han visto
re to rc e rs e h asta m o rir. C om o ha señ alad o M. Jeeva,
subcoordinador de la Society fo r Integrated Rural Develcrpment
(SIRD), una organización privada: "El feminicidio infantil sólo
es el síntoma, el problema de la dote es la enfermedad que
subyace". Las exigencias que la familia de un hombre casa­
dero hace para una dote, superan las posibilidades de las fa­
milias en esta comunidad. V. Gopal, un pequeño granjero de
Chulivechanpatti, comenta: "Incluso si quieres casar a tu hija
con un jornalero pobre que no posee ni siquiera un centíme­
tro cuadrado de tierra cultivable, tienes que dar dos mil rupias
en efectivo y hacer joyas que valgan cinco libras de oro para
tu hija. Si por pura casualidad sucede que el posible prometi­
do tien e algo de tie rra , au n si son te rre n o s m agros,
automáticamente la exigencia es de diez mil rupias y diez
libras de oro. Si una familia kallar desea celebrar la boda de
su hija en una forma bastante decente, el costo mínimo será
de unas 30 mil a 40 mil rupias, incluido el efectivo, las joyas y
los gastos de la boda. Si quieres que tu yerno sea de un estatus
económico alto, como ingeniero, abogado, doctor o miembro
del parlamento, entonces tienes que gastar un lakh de rupias,
además de dar un kilo de oro".
El sistema de la dote echó raíces entre los kallar después
de que la presa en el río Vaigai trajo la irrigación a Usilampatti
hace 25 años. Con la prosperidad se incrementaron las exi­
gencias de la dote que hoy forma parte de la cultura kallar. El
caso de Mookiah, un jornalero de 31 años de edad del pobla­
do de Mayampatti, es ilustrativo de lo que ha sucedido. Su
ingreso cotidiano varía entre 13 y 15 rupias, en los días que
logra conseguir trabajo en el mes. El resto del tiempo se pre­
para una masa con avena muy ligera para mantener el cuer­
po y el espíritu. Sin embargo, eso no lo amilanó ni a él ni sus
padres para pedir una dote exorbitante cuando su boda que­
dó arreglada hace algunos años. Maharani, otra jornalera, sería
su esposa, a cuyos padres se les exigió una dote de diez libras
de oro (cuyo valor actual sería de 20 mil rupias) para que la
aceptaran en la casa paterna del prometido, un lugar donde
el ingreso es inestable y donde la hambruna campea.
Eso no fue todo, los padres de Maharani consiguieron
prestado y lograron juntar nueve libras de oro. Mookiah se
dio cuenta de que lo habían engañado por una libra de oro y
echó de su casa a Maharani. Él recuerda: "Saqué a mi esposa
cuando me di cuenta de que sólo habían entregado nueve
libras de oro en lugar de las diez acordadas. Le dije que no
regresara si no traía la libra faltante. Estuvimos separados
por dos años. Finalmente, pudo traer la libra de oro restante
y la acepté".
Es comprensible que esta atrasada comunidad kallar haya
pensado en el infanticidio femenino como la salida a la as­
fixiante y vil tradición de la dote. Explica M. Vasudevan, otro
subcoordinador de la SIRD: "Los kallar y los Thevars solían ser
los guerreros de los emperadores Chola que gobernaron parte
de Tamil Nadu hace cien años. Son básicamente una casta de
guerreros y no vacilarían en decapitar a alguien con una gua­
daña. Llevan al asesino en la sangre". Si hemos de creer esta
explicación, es lógico que cuando esta gente tiene que vérse-
las con una dote que le chupa hasta la médula de los huesos
opte por matar a sus recién nacidas.
Casi cada familia kallar pobre ha matado por lo menos a
una recién nacida, y hay familias en las que las mujeres ad­
miten sin vacilación, aunque con tristeza, que mataron una
bebé tras otra, año tras año. Annammal, de 35 años de edad
del poblado de Paraipatti, es una jornalera que se gana la vida
rompiendo piedra en una cantera. Su esposo Siramai, de 40
años de edad, es un agricultor dueño de un pequeño pedazo
de tierra. Apenas conteniendo su dolor, cuenta Annammal
que en sus primeros tres partos tuvo niñas: "Tuve que matar
a todas esas bebés porque simplemente no podíamos mante­
nerlas. Encontrar un esposo para cada una de ellas habría
costado una fortuna, y también creíamos que si matábamos a
una hija el próximo sería varón. Pero eso no sucedió. A pesar
de haber matado a mis tres primeras hijas, tuvimos cuatro
más y ya no hicimos nada al respecto porque no sabíamos
qué hacer. Después tuvimos un hijo y, finalmente, otra hija".
El caso de Annammal es típico y habla vividamente del
fenómeno de matar recién nacidas. Al tiempo que se sienta y
enjuga los ojos enrojecidos, señalando con tristeza hacia el
lugar donde enterró a sus tres hijas, no parece una persona
despiadada ni una asesina a sangre fría. Por el contrario, tie­
ne el aspecto de una víctima desafortunada y sin esperanza
en medio de una circunstancia desesperadamente cruel. El
hecho de que sus hijas estén vestidas con jirones de ropa mien­
tras que su único hijo luce una ropa confortable, habla de la
cultura kallar en la que el hijo es tratado como un activo
invaluable y la(s) hija(s) como una carga. Su historia también
ilustra el hecho de que entre los kallar es un deber de la ma­
dre matar a la hija no deseada, como una forma de compen­
sar a su esposo por no haberle dado un hijo.
La crueldad de los hombres kallar hacia las mujeres es te­
rrible. Mookia de Mayampatti no se dignó a posar los ojos en
su esposa, durante seis meses, después de que en el primer
parto ella le dio una hija: Vasanthi. Vasu, un conductor que
trabaja para Pandyan Roadways Corporation, esposo de Sundayi
de Echampatti la echó de su casa el año pasado porque le
había dado dos hijas. Ella relata: "N o sabía qué hacer. Mi es­
poso dijo, puedes matarlas a ambas o traer otras diez mil
rupias y diez libras más de oro de casa de tu padre. Mi padre
ya había dado cinco libras de oro y cinco mil rupias cuando
nos casamos, y ahora estoy de regreso con mis padres porque
mi esposo me botó".
Éstos son los casos aislados en los que las esposas kallar
asumen que se rehúsan a cumplir fielmente los deseos de sus
maridos. Y sufren por ello. Muthukkaruppan, de 40 años de
edad, de Paraipatti, echó de su casa a su esposa Nagammal,
de 35 años de edad, después de que dio a luz a su segunda
hija pues se rehusó a matar a la recién nacida. Estuvo seis
meses fuera antes de que la familia se reuniera, lo cual se
debió a los esfuerzos del padre de Muthukkaruppan, quien
transmitió a su hijo los beneficios de la experiencia de haber
criado a cinco hijas. Todavía después de que Nagammal dio
a luz a otras dos hijas y a dos hijos varones, Muthukkaruppan
seguía quejándose por el hecho de que tendría que criar a
tres hijas con el salario incierto que recibía como cortador de
piedra, y preguntaba: "¿Por qué no puedo matar a mis hijas
si no puedo ver por ellas? ¿Por qué alguien trata de impedir­
lo? Preguntas hechas en voz alta y que dan de frente contra el
rostro y la dedicación materna de Nagammal.
Por todo ello la cultura de ver hacia abajo a las mujeres y
a las hijas corre muy profundamente en la sangre de los kallar.
De hecho, un esposo kallar no visitará a su esposa ni verá al
recién nacido si es una niña. Una ronda por el hospital de
maternidad de Usilampatti la noche anterior, fue reveladora
en este sentido. Rani, del poblado de Arogyapatti, que acaba­
ba de tener un bebé varón estaba en éxtasis. Y estaba hablan­
do de pasar una semana en el hospital para asegurarse de
que no había problemas con su recién nacido. Ella dijo: "Mi
esposo Jayararna trabaja en una fábrica de textiles en Dindugul
y ya viene raudo en camino a ver al bebé".
Por otro lado Chinnakaruppan, de 33 años de edad y del
poblado de Kattathevanpatti, se mantenía triste parado a un
costado de su esposa Kondaiammal, incapaz de sonreír. Aca­
baba de dar a luz a su sexta hija, aparte del único varón.
Kondaiammal se quejó: "Cóm o me hubiera gustado que por
lo menos el doctor nos hubiera permitido llevarnos a la niña
inmediatamente para que pudiéramos matarla. ¿Qué crimen
cometí que me castigan con seis hijas?" Santosham, del mis­
mo poblado, y Ramakkal, de Ayodhypatti, también se mos­
traban igualmente perdidos al acabar de tener a su primera
hija. Y Yellakkal, proveniente de Doraisamypudur cerca de
Kalloothu, que estaba esperando a su tercer bebé (la primera
había sido niña y el segundo un varoncito), se mostraba an­
siosa por saber si éste sería niño o niña. Comentó en voz alta
sus tem ores: "Si es una niña seguram ente mis esposo
Chinnaiah me va a pedir que la mate o me va a echar de la
casa".
Si un padre kallar no obliga a su esposa a matar a su se­
gunda hija, es seguro que la primera murió de muerte natu­
ral. Por ejemplo, Rosammal, de Chokkadevanpatti, tuvo a su
cuarta hija, tem prano por la m añana del 17 de m ayo, y
sorprendentemente la bebé aún está viva. Su esposo Raman
se encargó de explicar el misterio: "Nuestras dos primeras
hijas murieron y sólo nos queda nuestro hijo y esta niña". Si
la práctica del feminicidio infantil es común entre los kallar,
los métodos varían. Un método es llenarle la boca con trozos
gruesos de tierra húmeda de los arrozales; la niña aspira los
trozos que le obstruyen la traquea asfixiándola. Sin embargo,
en algunos casos este método no funciona. El de Annammal
(de Paraipatti) es un caso en cuestión; dijo que tuvo que recu­
rrir al extracto de planta de madar (calatrapis gigantea). En al­
gunas familias el padre cultiva una planta de madar por la
época en que la esposa concibe de manera que él puede su­
ministrar el veneno en caso de que nazca una niña.
Toda esta cultura del infanticidio femenino la resume su­
cin ta m e n te u n a m ujer m a d u ra . A n n am ay ak k al de
Singarasapuram: "E n nuestra comunidad, si desafortunada­
mente muere un niño varón por cualquier razón, no toma­
mos avena durante un año. Es una gran pérdida financiera.
Lo mismo, si no logramos matar a una hija, también dejamos
de tomar uno de nuestros alimentos del día, por la pena y
también porque ahorramos dinero para su boda". Esta visión
de la mujer como una carga, debido a la endiablada dote, se
ha enraizado profundamente entre los kallar y los Thevars. Esto
sucede en un estado gobernado por un primer ministro que
alaba la grandeza de las mujeres, en un país que tiene a una
primera ministra hace casi dos décadas, en la época de la li­
beración femenina.
"Feminicidio íntimo".
Efectos de la legislación
y de los servicios sociales
K aren D. S tou t

E n los últimos 15 años se han hecho sorprendentes avances


para atender las necesidades de las mujeres víctimas de la
violencia masculina, mediante la legislación y los servicios
directos. Al mismo tiempo las y los trabajadores sociales es­
tán más conscientes de las dinámicas de las relaciones de abu­
so. No obstante, se ha puesto poca atención al asesinato de
mujeres a m anos de sus parejas m asculinas íntim as, o
"feminicidio íntimo", término introducido en 1976 en el Tri­
bunal Internacional de Crímenes contra las Mujeres, 1976
(Russell y Van de Ven, 1976), para hacer hincapié en que
"cuando las mujeres son asesinadas, no es accidental que sean
mujeres" (Russell, 1982: 286). Este artículo presenta el infor­
me de un estudio de feminicidio íntimo en 50 estados de la
Unión Americana, y se enfoca a la relación entre los servicios
y la legislación que abordan la violencia contra las mujeres y
la tasa de mujeres asesinadas en varios estados.

Antecedentes
La prevalencia y la severidad de la violencia contra las muje­
res han sido documentadas por diversas fuentes. Por ejem-
pío, las estimaciones que se han hecho de la proporción de
mujeres casadas en Estados Unidos que han sido golpeadas,
por lo menos en una ocasión en su matrimonio, ha oscilado
entre 20 y 30 por ciento (Pagelow, 1984) a dos tercios (Roy,
1982). Por su parte Straus, Gelles y Steinmetz (1980) sugieren
que el 15 por ciento de las mujeres casadas serán severamente
golpeadas por lo menos una vez en su vida. Además, la vio­
lencia contra las m ujeres en las relaciones abusivas se
incrementa tanto en frecuencia como en su gravedad a lo lar­
go del tiempo (Dobash y Dobash, 1979; Pagelow, 1981) y hay
una escalada en la intolerancia después de que una relación
íntima ha sido extremadamente difícil (U.S. Department of
Justice, 1980).
La escalada de violencia contra las mujeres puede, y con
mucha frecuencia lo hace, resultar en su muerte. Todos los
días en el país un promedio de cuatro mujeres son asesina­
das por sus parejas hombres. El análisis que la autora de este
artículo hace de las cifras del Uniform Crime Reports, 1980-
1982: Supplemental Homicide Report (FBI, 1984) indica que de
enero de 1980 a diciembre de 1982, 4,189 mujeres en edades
que iban de los 16 en adelante fueron asesinadas por sus pa­
rejas masculinas íntimas. Los 50 estados reportaron por lo
menos un caso de feminicidio íntimo durante ese periodo. La
frecuencia promedio de feminicidio íntimo para el mismo
periodo va de un asesinato en Vermont a 176 en California.
Asimismo, la tasa de prevalencia por millón de mujeres fue
de 2.6 en Vermont a 14.7 en Carolina del Sur. Como Okun
(1986: xiv) reporta: "Desde la fundación del primer refugio
para mujeres golpeadas en 1974 hasta finales de 1983, más de
19 mil mujeres estadounidenses han muerto en incidentes de
maltrato físico u otras formas de violencia conyugal". Dos de
dichas víctimas fueron Hattie Milo, de 47 años de edad, que
murió a causa de los disparos que le hiciera su esposo Willi
Milos, de 65 años, quien también mató a su hija adulta ("Pólice
Charge Elgin M an", 1980). Otra víctima fue Sheila Crealey,
quien fue encontrada asesinada a golpes con un bat de baseball
y un cinturón; el amante con quien vivía, un hombre de 24
años, fue arrestado por cargos de asesinato; compañeras del
trabajo de ella habían notado que presentaba golpes (Cox,
1981).

Desarrollo de los servicios


Los servicios de refugio que se desarrollaron para atender a
las necesidades básicas de las mujeres golpeadas y de sus hi­
jas e hijos, tienen sus raíces en el movimiento de mujeres y en
el movimiento contra la violación (Schechter, 1982a, 1982b).
Estos albergues beneficiaron de cuatro formas a las mujeres
golpeadas: 1) les proporcionaron seguridad ante un peligro
inmediato, 2) dieron tiempo a que las mujeres se recobraran
física y mentalmente del abuso, 3) permitieron que las muje­
res desarrollaran una imagen clara de su situación y de las
opciones que tenían y 4) permitieron que mujeres golpeadas
conocieran a otras mujeres que estaban experimentando si­
tuaciones dolorosas similares en sus vidas (Harris, 1981).
Desde que se inició el movimiento de los refugios, mu­
chas personas y grupos han trabajado diligentemente para
que el problema de los golpes deje de ser un asunto privado
entre un hombre y una mujer y se convierta en un asunto
público y criminal. Mediante los esfuerzos de las feministas
y de los refugios, en varios estados se han aprobado legisla­
ciones que permiten a las víctimas de violencia íntima obte­
ner una orden de protección que les permite salir de sus casas,
imponer penas por violar la orden en caso de contactar a la
víctima y dar a la policía poderes adicionales para interve­
nir. Como Lerman y Livingston (1983: 2) hacen notar: "La
orden de desalojo es quizá la forma más importante de ali­
vio que proporciona la nueva legislación. Otorga a la vícti­
ma de maltrato físico un derecho que puede hacer valer para
estar segura en su casa y establece que el abusador, y no la
víctima, conlleve el peso de tener que buscar otro lugar de
residencia".
En muchos estados las legislaturas han respondido asig­
nando fondos públicos estatales para los servicios a las muje­
res/esp o sas víctim as de m altrato físico, definiendo éste
maltrato, hecho por un integrante de la familia, como un de­
lito; proporcionando órdenes judiciales temporales durante
los procedimientos de divorcio, separación y asignación de
la patria potestad de los hijos, y requiriendo el reporte y la
recolección de datos sobre violencia familiar.
Asimismo, han surgido varios programas para hombres
golpeadores (véase "Program s for Men Who Batter", 1980a,
1980b, 1980c). Norberg (1982) cita siete modelos de tratamiento
utilizad os por los servicios d estinados a los hom bres
golpeadores: 1) consejería por parte de hombres en todos los
grupos de hombres; 2) terapia intensiva para to d os/as los
integrantes de la familia, desde un inicio; 3) servicios organi­
zados por los refugios, con grupos encabezados por hombres;
4) servicios organizados por los refugios con un co-líder hom­
bre y una co-líder mujer; 5) servicios con modalidad de pa­
ciente interno en un hospital (un enfoque estructurado que
se maneja desde el tribunal); 6) terapia de grupo con dos te­
rapeutas hombres organizado por un centro de salud mental
tradicional y 7) Golpeadores Anónimos, un modelo de auto-
ayuda.
El primer objetivo de los servios de refugio, de los cen­
tros para atender crisis de violación, de los programas para
hombres que golpean y de las respuestas legislativas es ter­
minar con la violencia de los hombres contra las mujeres. La
protección de la víctima para evitar que vuelva a ser golpea­
da o incluso que sea víctima de feminicidio, es otra de las
metas. Las y los trabajadores sociales se han involucrado muy
estrechamente en estos programas, en tanto que proveedores
de servicios, al trabajar con personas en lo individual o con
parejas, muchos de ellos/ellas son promotores de la comuni­
dad y de los cambios en la legislación para eliminar la violen­
cia contra las mujeres. Sin embargo, mucho del trabajo social
se sigue centrando en los factores intra e interpersonales vincu­
lados con la violencia en la familia. Entonces, hay que poner
en alerta alias y los trabajadores sociales y proporcionarles
información sobre los factores macro y estructurales que crean
o mantienen un ambiente que desemboca en violencia contra
las mujeres. De la misma forma, resulta conveniente para las
y los trabajadores sociales llevar el tema del feminicidio a los
foros profesionales, para comenzar a examinar el problema
que significa que los hombres maten mujeres con las que tie­
nen una relación íntima, y luchar con factores que podrían
estar asociados con esta trágica pérdida de vidas.
El feminicidio íntimo es incuestionablemente la forma más
severa de violencia doméstica y de victimización de las mu­
jeres. No obstante, poco se sabe del impacto de la legislación
y de los servicios en esta forma de victimización. Por ello, la
autora condujo el estudio que aquí se presenta para exami­
nar el feminicidio explorando la asociación entre éste, los ser­
vicios disponibles y las respuestas legislativas en los 50
estados de la Unión Americana. Las dos preguntas de inves­
tigación fueron: "¿La tasa que prevalece de feminicidio ínti­
mo es menor en estados con tasas altas de servicios que abor­
dan la violencia masculina contra las mujeres?" y "¿los esta­
dos con una legislación que responde a la violencia doméstica
presentan menos casos de mujeres asesinadas en compara­
ción con los estados que carecen de ese tipo de legislación?".

Método
El estudio fue exploratorio, para proporcionar información
sobre la relación entre el número de variables y la tasa que
prevalece de feminicidio íntimo en los estados. Dada la na­
turaleza de este téma, un diseño experimental, causal, no
era apropiado debido a las implicaciones éticas y legales del
tipo de letalidad estudiado. Sin embargo, la correlación de
datos puede aportar información preliminar sobre la con­
sistencia y dirección de la relación entre las variables. La
investigación usó datos provenientes de archivos; como
Colby (1982) hace notar, para la investigación sobre muje­
res y cambio social la ventaja de apoyarse en el análisis se­
cundario es que uno puede redefinir y refinar preguntas de
investigación previas.
Los 50 estados de la Unión Americana fueron las unida­
des de análisis, y 1980,1981 y 1982 fueron los años revisados.
Todas las mujeres de 16 años o más que fueron asesinadas por
una pareja masculina íntima, y cuyas muertes fueron clasifica­
das como "asesinato u homicidio sin premeditación o no-ne­
gligente" por el UCR (FBI, 1984), fueron la variable dependiente;
en el UCR se calificó a esas víctimas como esposas, mujeres que
vivían en unión libre, novias, ex esposas y amigas.
Las cifras sobre feminicidio íntimo se derivaron del
Uniform Crime Reports: Suplemental Homicide Report, 1980-1982
(FBI, 1984), a través del InterUniversity Consortium fo r Political
and Social Research en un formato de cinta OSIRIS. El UCR se
desarrolló en 1929 para estandarizar reportes y definiciones
a través de las jurisdicciones (O 'Brien, 1985). Si bien la
confiabilidad y la validez de los datos proporcionados por el
UCR han sido criticadas, O'Brien encontró que los homicidios
están bien reportados. La confiabilidad también se fortalece
por el hecho de que el UCR reporta más tasas de victimización
que las de otros delitos y, como Wilbanks (1982:161) sostie­
ne, "es mucho más fácil contar víctimas que delitos [ya que
muchos de éstos no están aclarados]". Los datos provenien­
tes de otras fuentes se presentan en la tabla 1.

Resultados
Disponibilidad de los servicios
Esta sección presenta la información del análisis de la pre­
gunta de investigación: ¿La tasa que prevalece de feminicidio
íntimo es menor en estados con tasas altas de servicios que
tratan la violencia masculina contra las mujeres? Se utiliza­
ron tres mediciones para evaluar los servicios que buscan res­
ponder a la violencia contra las mujeres en cada estado: el
número de centros que atienden crisis por violación, el nú­
mero de refugios para mujeres golpeadas y el número de pro­
gram as p ara hom bres golp ead ores. C ada m edición se
computó con una tasa de prevalencia por millones de perso­
nas de más de 16 años de edad. Usando el coeficiente de co­
rrelación producto-m om ento de Pearson, posteriormente,
cada medida de servicio fue analizada para determinar su
relación con la tasa de feminicidio íntimo (véase tabla 2).
TABLA 1. Resumen de variables independientes

Variable Servicios y respuestas Provisión de datos

Tasa de refugios en Servicios que proporcionan W arrior, 1982


un estado vivienda para mujeres gol­
peadas en, el estado.

Tasa de servicios de Servicios terapéuticos para "Program s for Men


tratam ien to p ara hombres que golpean, ex­ Who Batter", 1986
hombres golpeadores cluyendo servicios en pri­
siones.

Tasa de centros para Servicios las 24 horas y de National Institute of


atender crisis por vio­ defensa para víctimas adul­ Mental Health, 1980
lación en un estado tas de violación.

R espuestas legisla­ 1. Desalojo civil para aliviar Ross y Barcher, 1983


tivas presiones por abuso.
2. Desalojo temporal duran­ Ross y Barcher, 1983
te divorcio o separación.
3. M altrato físico definido Ross y Barcher, 1983
como crimen.
4. Arresto sin orden judicial Ross y Barcher, 1983
en casos de violencia do­
méstica.
5. Reporte requerido en casos Ross y Barcher, 1983
de violencia doméstica.
6. Proporcionar fondos o es­ Ross y Barcher, 1983
tablecer criterios para los
refugios.
TABLA 2. Correlación entre los factores de servicios
seleccionados y feminicidio íntimo

Servicios R r2 V

Número de refugios por millón* -.52 .27 .0001


Número de centros para atender crisis
por violación, por millónb -.40 .161 .005
Número de programas para hombres
golpeadores, por millón .12 .01 NSC

Nota: Análisis basado en Warrior (1982). "Program for Men Who Batter" (1980a,
1980b, 1980c) y National Institute of Mental Health (1980).
a Con base en el análisis de 49 estados: Alaska, un distorsionacfor estadítico
que quedó fuera del análisis de correlación.
b Con base en el análisis de 48 estados: Nuevo México y Alaska, distorsio-
nadores estadísticos que quedaron fuera del análisis de correlación.
c NS = No significativo

Factores legislativos
Se encontró que dos de las tres variables independientes fue­
ron estadísticamente significativas. La tasa de refugios para
mujeres golpeadas en un estado estuvo negativam ente
correlacionada con el feminicidio íntimo, de manera que los
estados con el mayor número de servicios presentan una tasa
menor de feminicidios íntimos. La disponibilidad de centros
para atender crisis por violación también fue negativamente
correlacionada con el feminicidio íntimo. Nuevamente, la re­
lación negativa sugiere que aquellos estados con mayor tasa
de servicios tienen una tasa menor de feminicidio íntimo. La
tasa de program as para hombres golpeadores no estuvo
significativamente relacionada con la tasa de feminicidio ín-
timo, lo que bien podría ser consecuencia de la gama restrin­
gida de servicios disponibles de 1980 a 1982 (diecinueve esta­
dos no contaban con este servicio durante ese periodo).
Fueron examinados seis estatutos para valorar si los esta­
dos que cuentan con protección estatutaria para las víctimas
de violencia doméstica tenían menos mujeres asesinadas o
no, en comparación con aquellos estados que no contaban
con dicha protección estatutaria. La tabla 3 presenta una lista
de piezas de la legislación y la frecuencia de los estados con o
sin legislación (el número) y presenta el promedio de muje­
res asesinadas en los estados con o sin la legislación (la me­
dia). Como indica esta tabla, el número promedio de mujeres

TABLA 3 Número promedio de feminicidios íntimos


por estados con y sin reglamento relacionado
con la violencia doméstica

Estados Estados
con legislación sin legislación

Reglamento número media número Media

Desalojo temporal
para el auxilio 33 7.36 17 9.59
Maltrato físico definido
como crimen 33 7.36 17 9.59
Arresto sin orden judicial 25 7.67 25 8.57
Recolección de datos
y del reporte requerido 20 6.90 30 8.94
Proporcionar fondos o establecer
criterios para los refugios 30 7.67 20 8.64

Nota: Análisis con base en datos proporcionados por Ross y Barcher, 1983.
asesinadas en los estados que cuentan con cada una de las
piezas de legislación para violencia doméstica, fue más bajo
en comparación con el número promedio de mujeres asesi­
nadas en los estados que no tenían dicha legislación.

Exposición
El reporte del estudio que aquí presentamos fue un paso ini­
cial para delinear factores asociados con tasas de feminicidio
íntimo en Estados Unidos. Parte de la investigación tradicio­
nal sobre homicidio, en cuanto a su enfoque sobre el género y
las relaciones, y con respecto a las variables elegidas para re­
visar.
Para las practicantes que son activistas o promotoras de
servicios para las víctimas de maltrato físico, este artículo
presenta evidencia empírica de una relación negativa entre
los servicios para atender crisis por violación o los refugios
con que cuenta un estado y la tasa de feminicidio íntimo en
éste. No obstante que esta autora ha escuchado comentarios
acerca de que los program as de refugio son una simple
"curita", el estudio sugiere que la disponibilidad de refugios
y centros para atender crisis por violación en un estado está
asociada con la reducción de prevalencia de feminicidios ín­
timos. A la fecha, las y los trabajadores sociales no han sido
líderes en los movimientos contra la violación y a favor de
los refugios. Es tiempo para que comiencen a explorar las
premisas sobre las que se fundaron estos movimientos y a
revisar los aspectos académicos de la violencia contra las
mujeres, dentro y fuera de la profesión. Puede ser que se
encuentren con que los servicios para las víctimas de violen­
cia masculina son más que auxiliares.
Los practicantes interesados en las políticas sociales po­
drían notar que los estados que han aprobado una legisla­
ción que norma el "desalojo civil de auxilio" presentan menos
mujeres asesinadas en promedio, en comparación con los es­
tados que no cuentan con dicha legislación. Por lo general,
esos reglamentos proporcionan una "orden de protección"
que saca de la casa al agresor, lo cual con frecuencia permite
que para la mujer golpeada psicológicamente sea más fácil
conseguir esta orden que pasar por todo el proceso de juicio
legal. Estos hallazgos pueden sugerir que las y los trabajado­
res sociales, y otras personas involucradas en el trabajo con
víctimas de violencia, deban buscar la posibilidad de obtener
alivio inmediato y sin complejidades burocráticas para sus
clientes. Además, estados que han aprobado otras formas de
legislación que buscan elim inar la violencia dom éstica
(fmandamiento para refugios, desalojo civil temporal, arres­
to sin orden de aprensión con base en causa probable, así como
el reporte requerido y la recolección de información sobre vio­
lencia familiar) tienen un número promedio más bajo de mu­
jeres asesinadas a m anos de sus parejas m asculinas, en
comparación con los estados que no contaban con ese tipo de
legislación para 1982. Las y los trabajadores sociales frecuente­
mente buscan respuestas legislativas para promover la justicia
social. Parece que a partir de estos datos la respuesta legislati­
va a la violencia doméstica ha sido efectiva para reducir el nú­
mero promedio de mujeres asesinadas en un estado.
Las líderes y las trabajadoras en los movimientos a favor
de los refugios y de los centros de atención de crisis por vio­
lación, pueden revisar estas cifras y sentirse orgullosas del
trabajo realizado. Sin embargo, aún queda mucho por hacer
para determinar y aislar a los factores que podrían estar aso­
ciados con los servicios y la legislación en un estado. Entre
las preguntas a considerar se encuentran las siguientes: ¿Es
la seguridad del refugio (las camas, las instalaciones y las
puertas con seguro) o la organización de la comunidad que
se dio antes de la construcción del refugio, el factor crítico
para reducir la tasa de feminicidios íntimos en un estado?
¿las respuestas legislativas están relacionadas con la presen­
cia de una actitud más liberal e igualitaria hacia las mujeres
en un estado? El estudio referido aporta una base empírica
que permitirá a otras u otros investigadores explorar este pro­
blema, con un análisis más profundo que les ayude a avan­
zar hacia un modelo predictivo. Este modelo permitirá la
evaluación de aquellas variables que expliquen mejor las ta­
sas de feminicidio íntimo en un estado. Las y los trabajadores
sociales tienen la obligación de conseguir tal información, de
manera que puedan aprovechar al máximo los recursos hu­
manos y materiales limitados de que disponemos para afron­
tar la violencia doméstica.
Los factores individuales y socioculturales que contribu­
yen a la violencia contra las mujeres son complejos y difíciles
de separar empíricamente. Se ha hecho un tremendo avance
en los últimos 15 años para abordar la prevalencia y la seve­
ridad de la violencia contra las mujeres. Nosotras, las y los
trabajadores sociales recién com enzam os a exp lorar el
feminicidio íntimo. No podemos ignorar (y no podemos per­
mitir que otros lo hagan) la masacre de mujeres que ocurre
en este país. Es de esperar que el estudio aquí presentado
haya abierto la puerta a la discusión del feminicidio íntimo.
Tenemos que seguir luchando contra los diversos factores que
podrían estar relacionados con esta trágica pérdida de vidas.
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Parte 3
Feminicidios y racismo
Manifestación. Boston, Massachussets, 1979, organizada por una coalición
de grupos feministas para protestar por una serie de feminicidios perpetrados
en los barrios multirraciales de la ciudad. Foto® Tia Cross. Derechos reservados.
Introducción

Introducción
E l feminicidio no discrimina por raza, cultura, edad, clase u
orientación sexual. Esta parte de nuestro libro se concentra
en las com plejas m anifestaciones en las que el racism o
interactúa con la violencia contra las mujeres, en cómo da
forma al feminicidio y en las maneras en las que la comuni­
dad, la policía, los medios y el sistema judicial lo consignan.
Esta parte 3 inicia con una explicación, por Jaime Grant,
de las diferentes respuestas dadas por la comunidad negra al
asesinato de 12 jovencitas afroamericanas en la ciudad de
Boston, Massachussets. Grant evidencia el racismo en la co­
bertura de los medios que, al principio, ignoraron por com­
pleto los asesinatos y después encasillaron a las víctimas en
estereotipos racistas: prófugas o prostitutas. Además, la au­
tora consigna la responsabilidad política de los asesinos (la
formación de alianzas y coaliciones entre mujeres de todo tipo:
afroamericanas y otras mujeres de color, blancas, feministas,
no feministas, lesbianas y heterosexuales) y sustenta la nece­
sidad de contar con un análisis de los asesinatos de mujeres
afroamericanas para exponer la dimensión racista y machis-
ta de los mismos. Aunque los acontecimientos registrados por
Jaime Grant se remontan a finales de los años setenta y prin­
cipios de los ochentas, las cuestiones que giran en torno a la
formación de alianzas y coaliciones entre las mujeres activis­
tas de diversos orígenes siguen siendo relevantes.
Diana Rusell y Candida Ellis se enfocan a la limitada res­
puesta de la policía en las investigaciones de los asesinatos
de un sinnúmero de jóvenes afroamericanas en Atlanta. Más
tarde, Diana Rusell relata la violación y el asesinato de una
mujer asiática en San Francisco; acto seguido, describe el se­
cuestro; tortura sexual y asesinato de una mújer afroamericana
en Filadelfia. La selección de casos aquí contenida, no sólo
documenta los actos feminicidas sino que ilustra cómo el ra­
cismo y la misoginia pueden corromper la cobertura perio­
dística de los asesinatos de mujeres negras y las de minorías
étnicas en los Estados Unidos de América.
En su análisis del impacto de los feminicidios de mujeres
indias americanas, Beverly Singer evidencia la falta de aten­
ción de la cultura blanca hacia los asesinatos de mujeres de
color, y explora la delicada cuestión de los asesinatos de in­
dias americanas a manos de indios americanos y describe que
su origen se remonta al genocidio, la conquista y la coloniza­
ción de los indios americanos por los europeos. Al igual que
S.H. Venkatramani en la segunda parte de este libro, Singer
vincula el feminicidio con las medidas de control de natali­
dad impuestas a ciertas razas y grupos étnicos en los Estados
Unidos.
El tema principal de esta parte 3 es que cualquier análisis
correcto de los feminicidios debe de tomar en cuenta las com­
plejas manifestaciones en las que se conjuntan el racismo y el
odio hacia las mujeres; no nada más visto el feminicidio como
fenómeno sino a la par de la respuesta de las fuerzas policiales,
del sistema judicial y de los medios de comunicación. Otro
tema importante en esta sección es la resistencia al feminicidio
mostrada por las mujeres de color. Las feministas blancas,
quienes tienden a subsumir a las mujeres de color en su pro­
pia lucha, podrían aprender mucho de la experiencia de an­
taño y de las fuertes historias de resistencia de estas mujeres
de origen rural.
¿Quién nos está matando?
Jaime M. Grant

D e l 28 de enero al 30 de mayo de 1 9 7 9 ,1 3 mujeres (12 ne­


gras y una blanca) fueron asesinadas en la ciudad de Boston
en un radio de tres kilómetros. Todas las victimas, menos una,
fueron descubiertas en barrios donde la población predomi­
nante es negra: Roxbury, Dorchester y South End. Muchas de
las mujeres fueron estranguladas a sangre fría con una mas­
cada o una cuerda; algunas estaban apuñaladas, dos fueron
quemadas después de haber sido asesinadas y dos de ellas
descuartizadas; varias de las mujeres habían sido violadas
justo antes de morir.
El I o de abril, las estadísticas de Boston reflejaron que en
el año de 1979 había aumentado la cifra de asesinatos de
mujeres negras en un 50 por ciento com parada con la de 1978.
Ese mismo día, debido al asesinato de seis mujeres negras,
1500 personas salieron a las calles para manifestar el luto cau­
sado por la pérdida de sus hermanas, hijas, madres y amigas.
La marcha en memoria de las mujeres asesinadas partió de

Reimpresión del Sojourner: The W om en’s Forum 13, nos. 10-11 (junio y
julio 1988). Otra versión del mismo ensayo aparece en The Third Wave:
Feminist Perspectives on Racism (Kitchen Table Press. 1992).
South End, del centro Harriet Tumban House, y primero se
detuvo en la calle Wellington enfrente del departamento de
Daryal Ann Hargett, la quinta víctima encontrada estrangu­
lada en el piso de su recámara. Cuándo la tía de Hargett, la
Sra. Sara Small, habló ante la multitud y gritó: "¿Quién nos
está matando?" planteó una pregunta que hizo eco por toda
la ciudad, ya que las comunidades, con todo y sus diferen­
cias, luchaban para contrarrestar los brotes de violencia con
acciones que les dieran seguridad a todas aquéllas que estu­
vieran en riesgo.
A pesar de ser un reclamo tan directo y tan sencillo, la
Sra. Small llegó a muchos grupos presentes ese día en muy
distintos niveles. Para muchos de los residentes negros de
Roxbury, Dorchester y South End, el "nos" del cuestiona-
miento de la Sra. Small se refería a las mujeres negras y, en
un sentido más amplio, a la raza negra. La mayoría eran vete­
ranos de la violenta supresión de la segregación de las escue­
las públicas de Boston en 1974, y de una relación cada vez
más agresiva con las fuerzas policiales bostonianas. En vís­
peras del conflicto, ya estaban perfectamente conscientes del
evidente racism o y de la violencia de los que m uchos
bostonianos blancos eran capaces. En contra de esta realidad,
la respuesta al "quién" de la pregunta de la Sra. Small propo­
ne una conclusión inevitable: los blancos, es muy probable
que sea uno o varios hombres blancos, son quienes nos están
matando.
Para los policías que marchaban a los costados del con­
tingente principal, dirigiendo el tráfico a pie o para los ele­
mentos montados que ponían orden, el "quién" del clamor
de la Sra. Small era una serie de perpetradores. Su experiencia
con la delincuencia en las calles los hacía más propensos a
sospechar que la violencia en estos casos se daba entre ne­
gros y que debían cuestionar a las personas más cercanas a
las víctimas. Durante todo el caso, la policía y el gabinete del
Alcalde de Boston, Kevin White, imploraron la cooperación
de la comunidad negra y al mismo tiempo enfatizaron su fir­
me convicción de que los asesinatos "no tenían conexión en­
tre sí". Es decir, la policía tenía la fuerte sospecha de que cada
asesinato era un acto aislado de violencia perpetrado por una
sola persona. El Alcalde White mencionó en repetidas oca­
siones que no era el caso de un asesino en serie, que no se
trataba de una situación como la de "el hijo de Sam". El "nos",
al que se refería la Sra. Small, de hecho era un "asunto" diri­
gido al 92 por ciento de los blancos, que para sorpresa eran
de la policía de Boston.
Para muchas de las feministas blancas que cerraron la
marcha, el "nos" al que se refería la Sra. Small era a las muje­
res negras. Su dolor se centraba en la vulnerabilidad de la
vida de las mujeres en una cultura en donde la violencia ha­
cia ellas se perdona y, a veces, se glorifica. Su experiencia,
como defensoras de las victimas de golpizas y violaciones en
el hogar, y como activistas por la seguridad en los barrios a lo
largo y ancho de la ciudad, las llevó a creer que el "quién", al
que se refería la Sra. Small, eran hombres blancos y negros,
probablemente hombres conocidos por las víctimas. Aquí
difirieron de la policía en el sentido de que los asesinatos esta­
ban conectados y de que la denigración machista de la vida
de las mujeres constituye el quid de dicha conexión.
Las feministas negras, dispersas entre la multitud, soste­
nían otro punto de vista: el "nos" del grito de Sara Small era
la raza negra, en particular las mujeres negras, cuya vulnera­
bilidad es multidimensional en una ciudad infame y se debe
a la violencia racial y a que la violencia machista es un lugar
común. Su percepción del "quién" no es totalmente distinta a
Manifestación. Boston, 1979,
en protesta por la serie de ase­
sinatos de mujeres afroamerica­
nas. Foto: Ellen Shub.

la del contingente de la comunidad negra tradicional. Para


ellas el racismo es el principal responsable de las condiciones
por las que el asesinato de las mujeres negras con facilidad
pasa inadvertido; y, como si los hombres blancos no fueran
los autores de esos crímenes, son los principales administra­
dores de los privilegios de los blancos en el patriarcado capi­
talista, por lo que siguen siendo culpables. Su análisis no
difiere del de las feministas blancas entonces presentes, ya
que ellas sí veían los crímenes conectados por una ética cul­
tural que devalúa la vida de las mujeres. Sin embargo, las
feministas negras añadieron un plano crítico al análisis
antirracista y al de las feministas blancas, ya que percibieron
a esa ética como algo impregnado de las políticas del sexismo
y del racismo.
La siguiente crónica expone las respuestas de la comuni­
dad a los asesinatos de 13 mujeres en Boston a principios de
1979, propone un examen de las acciones independientes y
conjuntas entre el colectivo Combahee River Collective, CRISIS
y la C oalition for W omen's Safety, y explora cómo las diversas
respuestas al enardecido reclamo de la Sra. Small "¿Quién
nos está matando?" alimentaron el activismo de todos y cada
uno de los grupos.

El Combahee River Collective


Bárbara Smith estaba que echaba lumbre desde un terrenote
enfrente de la fábrica Stride Rite. 1500 personas estaban allí
para manifestar su luto por las seis mujeres asesinadas y en
ninguno de los discursos se tocó el tema de la violencia sexual.
Como lesbiana, feminista negra y residente de Roxbury, no
encontró alivio al ver la ira de los hombres quienes prome­
tían "proteger a sus mujeres" durante la crisis.

Casi todos los oradores hombres empezaron a decir cosas como:


"necesitamos proteger a nuestras mujeres; las mujeres no de­
ben salir de casa". Ni una palabra sobre violencia sexual ni so­
bre las políticas sexuales. Todo era sobre crímenes raciales.
Bueno ¿por qué habían asesinado a todas esas mujeres si la
única razón de que las asesinaran era la raza?

Como fundadora de Combahee River Collective, colectivo


de feministas negras que empezaron a reunirse desde 1974,
Smith decidió en ese momento que el Colectivo necesitaba
contestar a los asesinatos. Regresó a su departamento en
Roxbury y se puso a diseñar un panfleto que hablaría de los
miedos de las mujeres negras de Boston.
Lo que yo quería mostrar es que todo el asunto no era nada
más cuestión racial y que la violencia contra las mujeres es una
pandemia. Cité cifras estadísticas sobre violación, entre otras;
y traté de explicarlo con palabras fáciles de entender y de identi­
ficar en la comunidad negra. Me puse a escribir en mi maquinita
y a hablar por teléfono [a algunas compañeras del Colectivo] y
se los leí. Empecé el domingo y esa misma noche quedó.

El panfleto del Combahee River Collective, del que para fi­


nales de 1979 ya se habían impreso 40,000 copias en dos idio­
mas, según Smith: "fue el primer material que distribuimos
masivamente [...] que le ayudaría a la gente con lo que debía
hacer, cómo sentirse [...] era de apoyo". Titulado Six Black
Women: Why Did They Die?, el panfleto hacía eco al clamor de
Sara Small, "¿Quién nos está matando?" y además planteaba
un análisis concreto y estrategias de sobrevivencia:

En la comunidad negra se considera a los asesinatos sólo como


crímenes raciales o racistas. Es cierto que la respuesta de la poli­
cía y de los medios por lo general ha sido racista. También es
cierto que todas las víctimas eran negras y que las personas ne­
gras siempre han sido objeto de violencia racista en esta socie­
dad, pero todas ellas eran mujeres. Nuestras hermanas murieron
por ser mujeres y por la misma razón murieron por ser negras.
Una de las ideas que está metida en la crisis es que las muje­
res deben quedarse en la casa [esto] castiga al inocente y prote­
ge al culpable. Tampoco toma en cuenta la realidad de que
debemos ir a trabajar, comprar comida, ir por los niños [...] las
mujeres debemos poder salir a la calle cuando queramos [...] y
para lo que queramos.
SÓLO VAMOS A PODER TENER ESE DERECHO CUAN­
DO LAS MUJERES NOS UNAMOS PARA EXIGIR NUESTROS
DERECHOS COMO HUMANAS PARA VIVIR LIBRES DE LOS
ABUSOS FÍSICOS Y PARA ESTAR LIBRES DEL MIEDO
Y cómo pueden "protegernos" los hombres, deben revisar
las formas en las que devalúan e intimidan a las mujeres [...] y
decirles a los hombres que conoceñ y que tratan mal a las mu­
jeres que le paren y que lo hagan ya. Los hombres comprome­
tidos en poner un alto a la violencia contra las mujeres deben
empezar por discutir con seriedad esta cuestión con otros hom­
bres y organizarse.

El resultado de lo anterior fue un plan de defensa perso­


nal de 16 puntos que incluía medidas de seguridad para via­
jar a pie o en taxi; una lista de objetos cotidianos qüe podemos
usar como mecanismo de defensa, así como números telefó­
nicos de emergencia. El dorso del panfleto enlistaba las reunio­
nes programadas en la comunidad como forma de responder
a la crisis, clases de defensa personal, casas de seguridad para
las mujeres y programas en contra de la violencia contra las
mujeres en distintos puntos de la ciudad.
El texto del panfleto reflejaba años de concientización
como colectivo. Desde 1973, Smith y un pequeño grupo de
lesbianas negras bostonianas habían buscado formas para
explorar y d esarro llar una p olítica de in cidencia que
visibilizara su condición marginal en contraste con los blan­
cos de Estados Unidos. En un principio el Colectivo era parte
de la organización National Black Feminist Organization (NBFO),
pero en 1975 se separó de ésta ya que tenía problemas para
mantenerse a nivel nacional. El Combahee River Collective de­
cidió tomar una postura más radical que la organización na­
cional, y de acuerdo con Smith: "porque éramos más de
izquierda, nos convertimos en un grupo independiente".
Smith habla de los inicios del grupo de lesbianas negras:
Nos reuníamos cada semana en el Centro de Mujeres de
Cambridge. Las reuniones eran abiertas; las actividades de
concientización giraban en torno a los problemas de las muje­
res negras o analizábamos todos los problemas desde la pers­
pectiva de la mujer negra.
Si el Colectivo hubiera sido una organización multiracial
nunca se hubiera formado, no se hubieran podido desarrollar
las políticas de incidencia.
He conocido grupos de mujeres de color por todo el país y lo
primero que sucede es que están abiertas a incluir a mujeres
blancas y ése es el error fatal en la etapa de formación [abrirse].
Y el asunto es que a veces uno necesita sentarse a platicar
sobre lo que se necesita hacer. He tenido amantes de todos co­
lores [...] y no importa quien sea tu amante, lo que necesitas es
sentarte a platicar, y eso fue lo que hicimos.

A principios de los setentas, el Colectivo se dedicó en gran


medida a la concientización, y logró que mujeres de toda la
ciudad se conjuntaran en un proyecto para hacer un análisis
de la opresión estratificada que domina nuestra vida cotidia­
na y, como fue pasando el tiempo, pusieron en acción las
políticas. Smith explica que "cada vez que veíamos un asun­
to que vulnerara la vida de las mujeres negras, tratábamos de
relacionarlo". Antes de los 79 asesinatos, el Colectivo había
dado su apoyo a Kenneth Edelin, un doctor negro del hospi­
tal de la ciudad de Boston, quien fue arrestado por homicidio
involuntario al practicar un aborto y quien participó en el
caso de Ella Ellison, una mujer negra acusada de homicidio
por haber sido vista en el área en donde se había cometido un
crimen. Las mujeres del Colectivo hicieron un piquete de huel­
ga con la coalición de trabajadores, la Third W orld Workers
Collective, para asegurarse de que los trabajadores negros fue­
ran contratados para construir una nueva preparatoria en la
comunidad negra. Smith recuerda:

Soy una persona políticamente activa, cuando estaba más joven


tenía mucha energía y entonces no escribía [...] Combahee era mi
compromiso principal y mi orientación; eso y asuntos con los
derechos reproductivos, abusos de esterilización y dar clases.
Estaba en todo lo que tuviera que ver con la intersección de
raza, género y clase social. Por supuesto que estaba involucrada
en los asuntos lésbico gay, pero no más que las demás; partici­
pábamos en múltiples cuestiones.

Smith cree que el tipo de trabajo político que habían esta­


do haciendo les dió la oportunidad de responder a los asesi­
natos de una manera efectiva. Y aunque el Colectivo no era
tan conocido o aceptado entre la comunidad negra, "porque
éramos lesbianas y feministas declaradas", el panfleto desató
una avasalladora respuesta positiva por parte de la comuni­
dad. Le dio al Colectivo el carácter de una organización vital
para grupos negros y feministas que estuvieran planeando
algún tipo de resistencia hacia la violencia.

En esa época mataban a una mujer negra casi cada semana.


Cada vez que íbamos a la imprenta las cifras eran diferentes y
en lugar de blanquearlas y que todo se viera bonito y esas ma­
dres, le dije a Bev [Smith], mejor deberíamos resaltar los nú­
meros para que la gente vea cómo van aumentando de seis a
siete y de ocho a nueve.
A la gente le encantó el panfleto, le dio un rayito de esperan­
za; contenía información y un análisis. Alguien les estaba di­
ciendo que las mujeres negras importaban y que a nosotras
también. Y de ahí toda la organización empezó a evolucionar.
Durante toda la crisis, el activismo de Com bahee River
Collective partía desde adentro y desde fuera de la comuni­
dad negra. Desde adentro, el panfleto estaba diseñado para
equipar a las mujeres con información y recursos y para co­
municar el mensaje de que la vida de las mujeres negras tiene
valor. Desde fuera, era una señal para plantear a las institu­
ciones que la inadecuada respuesta y cobertura que le daban
a los asesinatos era inaceptable. Smith plantea:

Una de las cosas que más le molestaba a la gente era que al


principio, los primeros informes de los asesinatos estaban re­
fundidos hasta el final del Boston Globe junto al reporte hípico.
¡No eran noticia! Era la única cobertura que entonces se les daba
[...] si no lo van a destacar pues nosotras sacamos nuestra pro­
pia información.

Aunque el periódico de la comunidad negra, el semana­


rio Bay State Banner, registró los detalles de la crisis en pri­
mera plana durante todo el año, la cobertura del Boston Globe
en el mejor de los casos era accidentada. En la edición del 30
de enero, el Globe sacó una nota sobre el descubrimiento de
los cuerpos de Ricketts y Foye y, luego, sin titular en la pá­
gina 30 junto al reporte hípico, en cuatro párrafos, una des­
cripción titulada "Encontraron dos cadáveres en bolsas de
basura". El 31 de enero, el asesinato de Gwendolyn Yvette
Stinson salió en la página 13 bajo el encabezado de "Encon­
traron m uerta a una muchacha de Dorchester". Además, en
estos escasos párrafos a manera de "postdata" se revelaban
los nombres de Foye y Ricketts, y la muerte de una mujer
apuñalada en las afueras de Boston. Por fin el 6 de febrero
se le concedió a la muerte de Caren Prater un recuadro en la
primera plana, pero seguido de un artículo m uy confuso so­
bre la respuesta de la com unidad y los expedientes po­
liciacos.
Para colmo de males, más adelante el Globe publicó su
única " sección especial" sobre los asesinatos del 9 de febrero,
con una m ordaz columna, escrita por el conocido reportero
Mike Barnicle, que criticaba con severidad las opiniones de
la comunidad negra sobre el compromiso de la policía en el
caso. Barnicle escribió:

En los barrios se están comiendo a la policía. Al parecer, todos


creen que un asesinato se resuelve en cuestión de minutos, como
en la televisión.
Parte del problema está en que el fuego natural de la tensión
se ha avivado y los políticos han prendido una fogata. De ma­
nera particular Bill Owens.
Owens se tiraría de un edificio si eso atrajera la atención de
los medios [...] hace algunas noches salió en la televisión, y
dijo que él pensaba que los asesinatos estaban conectados. Y que si
sólo hubiera detectives negros asignados al caso casi de inmediato se
llegaría a una solución.
Si le dieran manga ancha, Owens convertiría el hecho de
estacionarse en doble fila en una ola delictiva.
Políticos y asesinos nunca han hecho una buena combina­
ción y siempre que un político se mete con el trabajo de los
detectives y sale en la televisión o en los periódicos, quiere decir
que alguien anda haciendo tratos con el diablo (énfasis mío).

Después de esto, salvo por un breve artículo del 17 de


febrero sobre la respuesta comunitaria a los asesinatos, el Globe
guardó silencio sobre la crisis hasta el 21 de febrero, cuando
encontraron el cuerpo de Daryal Ann Hargett en su departa­
mento. Entonces, el Globe informó sobre el asesinato de la
quinta mujer negra en un periodo de 30 días, en un diminuto
recuadro, en la esquina inferior izquierda de la primera pla­
na, y con faltas de ortografía en el nombre de pila de Hargett.
Bárbara Smith señala que si la cobertura de los medios
locales era limitada, el trabajo periodístico a nivel nacional
era más deficiente:

Peor aún que la hostil cobertura de los medios locales, a nivel


nacional ésta era casi inexistente. No se publicó ni una línea en
las revistas, en los periódicos o en las cadenas de televisión. La
actitud de los hombres blancos que controlan los medios de
comunicación fue personificada en el comentario de un perio­
dista de la oficina del New York Times en Boston, cuando se le
pidió que acudiera a una conferencia de prensa por el décimo
segundo asesinato:
"Doce mujeres muertas asesinadas. Esto no es noticia. Si
hablo a cualquier ciudad del país me dan la misma cifra".

El desdeñoso rechazo de Mike Barnicle (y, finalmente, del


Globé) a la'respuesta de la comunidad y a la creencia de que
los asesinatos estaban relacionados, ejemplifica la negación
del racismo que la clase política ha mantenido durante la cri­
sis. Para las fuerzas policiacas del Alcalde White, el concepto
"conexión" significa que un demente cometió los asesinatos
una y otra vez. Pero para muchos miembros de la comuni­
dad negra el concepto de conexión era mucho más amplio,
pero de igual manera era un fenómeno palpable. Winston
Kendall, presidente de la National Conference o f Black Lawyers,
describió así su sentir con respecto de dicha "conexión".

Las condiciones del pueblo negro en los Estados Unidos le abren


el paso al genocidio. Tienen que entender que no controlamos
nada; ni nuestras escuelas, las fábricas dónde trabajamos, las
tiendas en dónde vamos a gastar nuestro dinero, no controla­
mos el alambique que destila el licor que nos mata. No contro­
lamos nada y si no controlamos nada, si no producimos nada,
le estamos ayudando a alguien a que nos controle. Es por eso
que a alguien le conviene tanto decir que la misma persona
haya matado a las doce mujeres negras, porque quienes hayan
sido sabían muy bien que el departamento de policía no iba a
mostrar mucha emoción por investigar la muerte de doce muje­
res negras. Es el testamento de la impotencia de nuestro pueblo.

El colectivo Combahee River Collective añadiría, "y un tes­


timonio de la difundida creencia de que la vida de las muje­
res negras no tiene valor":

La combinación de machismo y racismo que hizo que los me­


dios ignoraran la epidemia de asesinatos en Boston, es más
descarada cuando se hace una comparación con los asesinatos
de menores negros en Atlanta y de hombres negros en Búfalo
y en otras partes durante 1980-81. Algunos identifican la mis­
ma táctica de culpar a la víctima [...] pero por lo menos a
estos asesinatos se les dio un notable interés periodístico y
hasta en algunos de los casos se les consideró como "tragedia
nacional".

El análisis del Colectivo, de que los asesinatos estaban


inextricablemente ligados a la política racial y a la opresión
machista, fue el punto de partida de grupos feministas orga­
nizados para poner un alto a la violencia y dar seguridad a
las mujeres de Boston. El colectivo Combahee River Collective,
al trabajar en la crisis desde afuera o desde adentro de la co­
munidad negra, fungió como puente entre grupos comunita-
ríos no feministas, como CRISIS, y otras organizaciones de
feministas blancas.

Crisis
En esa lluviosa tarde del I o de abril, cuando 1500 personas
marcharon en memoria de las seis mujeres negras, Marlene
Stephens estaba colmada de emoción. Era un día increíble, y
parada en medio de su familia y de sus amigos reflexionó
sobre cómo podrían unirse.

Tengo seis hijos y cuando se cometieron los asesinatos yo esta­


ba con mis nietas mellizas, así es que de verdad me caló hon­
do. Algunos nos despertamos y salimos por el periódico y
leimos sobre las dos chicas que habían encontrado mutiladas,
en bolsas de plástico y envueltas en cobertores. Entonces pen­
samos: ¡Jesucristo! La reacción fue más bien individual y
emocional. Pero después casi cada semana le pasaba a otra mu­
jer y entonces decidimos que había que organizar un foro comu­
nitario para que la gente pudiera hablar del asunto y de sus
miedos.
Tuvimos la primera reunión en la escuela comunitaria de
Blackstone, el auditorio estaba a reventar y había mucho eno­
jo. A una de las mujeres, la Sra. Muse, le habían matado a una
hija. Los medios de comunicación de los blancos decían que
todas las muchachas eran prostitutas.
A partir de esa reunión, algunas pensamos, bueno ¿qué po­
demos hacer? y nos empezamos a reunir en la casa Harriet
Tumban para diseñar los planes [de] CRISIS. También senti­
mos lo importante que para la comunidad era reunirse, no para
hacer una marcha para manifestar el enojo sino para mostrar a
las familias de las mujeres asesinadas y a sus jóvenes amigos
que estábamos preocupadas.

CRISIS empezó como un pequeño grupo de cinco muje­


res, tres de ellas eran m uy conocidas de la Sra. Stephens. Eran
mujeres que se "comunicaban cada semana", mujeres cuyas
vidas se habían entrelazado a través de años de activismo en
la comunidad negra en temas relacionados con la vivienda
pública, la salud y la educación. Marlene Stephens y las com­
pañeras de CRISIS despertaron la mañana de la marcha luc­
tuosa y, con ansiedad, se p rep araron p ara su prim era
conferencia de prensa. El día no pintaba m uy bien y los dos
incidentes recientes intensificaron su preocupación sobre la
inminente violencia; según Stephens:

Estábamos preocupadas porque antes de la marcha, una com­


pañera de CRISIS que regresaba a casa en taxi después de una
reunión, cometió el error de no pedir al taxista que la esperara
hasta que entrara al edificio. Eran alrededor de las dos de la ma­
drugada y cuando el taxi se arrancó, pasaron dos hombres blan­
cos en un Volkswagen azul y la insultaron por el color de su piel.
Y ella sólo les contestó: "Oigan el negro es hermoso". Se estacio­
naron y mientras ella trataba de meter la llave en la cerradura
subieron las escaleras hacia la entrada y... la golpearon. Uno la
pateó. Al final, pudo entrar y los hombres salieron corriendo.

Stephens ya había recibido amenazas por el color de su


piel. Cuando fue a grabar una edición del noticiario "Black
News" para convocar a la marcha, todavía no terminaba la
grabación y su teléfono ya estaba sonando. Durante toda la
noche la llamaron tres veces y todas las llamadas eran ame­
nazas violentas. Dijo:
Era un frío domingo de abril —muy frío y lluvioso —, le dije a
mis hijos: miren vamos a ir a la marcha y si nadie va, pues
solos marcharemos.
Y así nos fuimos a la Casa Harriet Tubamn y de ahí a la
conferencia de prensa como si nada, y cuando salimos y vi
¡cómo se iba llenando [el lugar]! Y alguien dijo ¿ya vieron a
toda la banda de allá afuera? Y contesté: ¿Afuera? No lo po­
día creer.
Mil quinientas personas marcharon con nosotras. ¡Mil qui­
nientas personas! No quisimos ir al ayuntamiento ni a la cáma­
ra baja, quisimos caminar por nuestro barrio. Ése fue el
momento más conmovedor que he vivido.

Para Bárbara Smith, del colectivo Combahee River Collective,


la desatención a la violencia machista como factor crítico en
las muertes de las seis mujeres negras fue lo que inspiró su
activismo ese día. Pero para Marlene Stephens, fue el hecho
de que la gente en su comunidad se reuniera y el respetuoso
apoyo de las personas de afuera lo que fortaleció su fe en la
misión de CRISIS e incentivó su resistencia.
La marcha en memoria de las mujeres asesinadas conso­
lidó a CRISIS como una organización vital de base en la co­
munidad negra. En sus juntas semanales en la Casa Harriet
Tumban, se reunían activistas de toda la comunidad para
compartir recursos, ventilar sus preocupaciones y desarro­
llar estrategias de sobrevivencia. Stephens recuerda que como
la organización fue creciendo tuvieron que reconsiderar la
orientación que tenía.

CRISIS había empezado con la perspectiva de mujeres de base.


Sentíamos que la manera de organizamos era a través de la
comunidad, y tres de nosotras éramos gente que ya había tra­
bajado con la comunidad. Ya sabíamos en dónde estaban los
servicios, y eso era muy importante.
Pero después llegó gente con sus propios intereses, una re­
cién graduada de la Facultad de Medicina de Harvard y otras
hermanas que se habían graduado de Wellesley [...] y nos de­
cían que "necesitábamos tener una agenda política para poder
salir a decirle a la gente lo que CRISIS estaba haciendo".
Yo les dije: "¡Miren! Número uno, primero conozcan a la co­
munidad que pretenden organizar. A lo mejor van a tocar puer­
tas y no van a querer hablar con ustedes de lo que vienen a
decirles porque están enfrentando serios problemas o se le en­
fermó un hijo. Tienen que saber dónde está el centro de salud
más cercano y ahí tienen que tener un contacto".

El activ ism o de Stephens y el de C R IS IS , estab an


enraizados en las realidades del día a día de los barrios ne­
gros de Boston. Si CRISIS hablaba con elocuencia de los mie­
dos y las necesidades de los residentes de Roxbury, Dorchester
y South End, esos argumentos venían de la gente. Todas las
personas de fuera que se empeñaban para "m ejorar" las ges­
tiones de CRISIS, y que tenían el privilegio de haber estudia­
do en escuelas privadas y que venían con una perspectiva
desde afuera sobre su política, tenían mucho que aprender
de Marlene Stephnes y de sus compañeras activistas. Stephens
recuerda:

Tuvimos una junta en la casa de una de las jóvenes. Era una


chica muy fuerte y dijo: "Yo sé, hacemos todo lo que nos di­
cen". Y yo le contesté: ¿Y de quién es el problema? Es tuyo. Y si
no puedes conmigo no vas a poder organizar a nadie, porque
yo estoy por todos lados. En cada ciudad, me vas a encontrar
en una mujer que probablemente esté criando a sus hijos [...] y
que ya tenga tratos con la asociación de padres de familia de la
escuela; esas cosas ya marcaron su postura.

El panfleto de CRISIS, publicado tiempo después del tra­


bajo de Combahee River Collective, reflejaba esa postura. A la
par de las reuniones semanales de la organización, el folleto
tenía los datos de un grupo de apoyo que se juntaba cada
quince días en las casas de las compañeras. En éste explica­
ban el programa de Representantes Vecinales y pedían a la
gente que desarrollara redes de comunicación cuadra por
cuadra, incluyendo rondas de vigilancia vecinal y cadenas
de llamadas telefónicas; pedían ideas para recaudar fondos
para sufragar los costos de organización y, lo más importan­
te, para crear un fideicomiso para las familias y los hijos de
las víctimas. CRISIS hizo una invitación a participar en su
comité de relaciones públicas, diseñado para contrarrestar el
"engaño de los medios" a nivel local y nacional. Finalmente,
el panfleto ofrecía un análisis político de los asesinatos:

CRISIS es un grupo de residentes de la comunidad Negra de


Boston y nos juntamos para organizamos en esta inminente
crisis: los asesinatos de 11 hermanas nuestras. Nuestro primer
objetivo es desarrollar una Red de Comunicación en toda la
comunidad Negra, por el bien de nuestra seguridad. A largo
plazo, el propósito de esta red es cambiar las condiciones que
en primer lugar dieron pie a los asesinatos.
Queda claro que esta sociedad fomenta el abuso, las viola­
ciones y el asesinato de mujeres, y que las víctimas principal­
mente son mujeres Negras.
También queda claro que nadie más que nosotros va a mejo­
rar las condiciones de los negros en este país y sólo lo vamos a
poder hacer unidos, solos no.
El folleto de CRISIS hacía eco a la creencia del colectivo
Combahee River Collective de que el racismo y el machismo
fueron las fuerzas motrices detrás de los asesinatos de muje­
res en Boston. Pero en contraste con ese folleto, convocaba a
las mujeres a "unirse y a exigir su derechos". CRISIS procla­
mó que la raza negra debía "unirse o dejarse m orir". Su enfo­
que provino de una larga tradición de resistencia negra ante
la supremacía blanca, al igual que de una historia de antago­
nismo entre las mujeres activistas blancas y negras. Stephens
explica:

Sé que en alguna ocasión hice que varias mujeres se encendie­


ran porque les dije que yo no era feminista, y que pienso que le
gente debería de entender lo que digo. La interpretación del
feminismo que tiene mucha gente haría que una mujer afro-
descendiente como yo, se echara para atrás. Me ha tocado oír a
feministas que te dicen cosas como: si tienes un hijo ya de doce
años, no lo puedes traer a las reuniones. ¡Qué sorprendente, es
ridículo! Y ¿qué pretenden con eso?, decirle a la mujer que tie­
ne un hijo que no puede venir. ¡Y quizá ella necesita venir!

El separatismo implícito, y a veces explícito, de algunas


organizaciones feministas blancas es intolerable para las ac­
tivistas negras, y queda claro en el trabajo de Stephens y Smith.
La orien tación del C olectivo, aunque en con traste con
Stephens es feminista, reconoce la centralidad de la opresión
racista en la vida de las mujeres negras. En un artículo ante­
rior, "A Black Feminist Statement", el Colectivo escribió:

Rechazamos la postura separatista porque no es una estrategia


de gestión viable para nosotras. Deja fuera a demasiada gente,
en particular a los hombres, a las mujeres y a los niños negros.
Criticamos mucho y sentimos repugnancia por los hombres
que están conformes con esta sociedad: con lo que apoyan, cómo
actúan y cómo oprimen. Pero no nos confundamos con la no­
ción de lo que es la masculinidad per se; como por ejemplo, son
así porque biológicamente son del género masculino. Como
mujeres Negras pensamos que cualquier tipo de determinismo
biológico es peligroso y reaccionario, y no se puede construir
una línea de incidencia en esos términos.

Sin embargo, como lesbianas negras del Colectivo eran


objetivo de opresión heterosexual dentro de la comunidad
negra, y encontraron apoyo y refugio entre algunas feminis­
tas y lesbianas blancas que no compartían la fe de Marlene
Stephens de que la unificación del pueblo negro iba a erradi­
car la violencia contra las mujeres negras. Como mujeres ne­
gras cuya vida se había visto envilecida y devaluada entre la
gente de color, vieron que las coaliciones entre feministas ne­
gras y blancas y lesbianas blancas era un punto crítico para su
sobrevivencia. Vieron a esas asociaciones como esenciales para
las políticas de cada uno de los grupos que ahondaron en las
diferencias y que encontraron el mismo tipo de opresión que
enfrentaban en su vida. Conforme la crisis fue creciendo, el
Colectivo se vio en la necesidad de actuar como puente entre
negros y blancos, feministas y no feministas, heterosexuales y
lesbianas, como hombres y mujeres de todo Boston que se
empeñaban en salvar la vida de las mujeres negras.

Coalition for women 's safety


Las feministas blancas que cerraron la marcha luctuosa del
I o de abril no habían venido como un contingente; algunas
habían salido desde sus casas y no habían tenido que despla­
zarse mucho; estaban conmovidas y alarmadas por lo que se
decía de aquellas mujeres que habían vivido en su entorno.
Otras, en su mayoría blancas, de las comunidades más acau­
daladas de Cambridge, Jamaica Plain y Sommerville, esta­
ban sobresaltadas porque las estadísticas aumentaban muy
rápido y les consternaba la falta de atención dada al papel
del machismo en los asesinatos. Muchas se preguntaban de
qué manera encajaban en la tragedia. Como mujeres se iden­
tificaban con la misma vulnerabilidad a la que estuvieron ex­
puestas las mujeres negras que habían sido asesinadas y, como
feministas, sentían que su activismo les exigía resistencia ac­
tiva. Y de alguna parte de la multitud y de los discursos de
esa mañana fría de abril vino la solución. Muy poco después,
las reuniones ad hoc que se habían celebrado en Women Inc.,
en Roxbury, se cristalizaron en una organización formal, la
Coalition fo r Women's Safety.
Esta Coalición reunió a mujeres de toda la ciudad: de Ja­
maica Plain, Somerville, Roxbury, Dorchester, y el South End.
Su propósito, tal cual lo describieron, era:

Coordinar los esfuerzos de los diversos grupos comunitarios


para eliminar la violencia contra las mujeres, y construir una
red ciudadana de gente comprometida en resolver los proble­
mas de racismo, machismo y violencia en toda la ciudad.
Reconocemos el papel destructivo que el racismo y el ma­
chismo juegan, ya que nos dividen y estamos comprometidas
a oponernos a ellos desde nuestros procesos internos y desde
nuestro programa.

La Coalición vio su misión como la de una organización


educativa y de acercamiento que apoya el trabajo de cada una
de las organizaciones participantes. Por ejemplo, los miem­
bros de la Coalición, salieron a las calles para hacer una dis­
tribución masiva del panfleto del Combahee River Collective, y
trabajaron en los programas de las casas de seguridad con las
organizaciones de Dorchester y Jamaica Plain Greenlight. La
Coalición también inició sus propios programas que incluye­
ron el Mes Seguridad de las Mujeres, que fue difundido a
través de las autoridades de tránsito de Massachussets; asi­
mismo, trabajaron con la policía y con elementos de tránsito
para desarrollar un folleto de prevención del delito, que fo­
mentaba la resistencia ante ataques violentos a mujeres.
Susan Moir, representante del Dorchester Greenlight, se
acuerda de que el énfasis puesto a la resistencia en el folleto
fue la ganancia principal del trabajo con la policía de Boston.
Hasta ese momento, todo el material de la policía para la pre­
vención del delito sugería que lo mejor que podía hacer una
mujer en un ataque violento era ceder. El folleto producido
en este esfuerzo conjunto, sugería lo contrario.

En el caso de que te ataquen, hay muchas formas naturales


para defenderte. Lo primero que debes hacer es GRITAR. Ará­
ñalo con tus uñas y muérdele la mano si lo tienes cerca de la
boca. Dale una patada con la punta del zapato o dale un rodi­
llazo en la entrepierna. Si de casualidad traes un objeto puntia­
gudo en la mano, como tus llaves, trata de usarlo para
rasguñarle la cara. Muchas veces basta con gritar ya que lla­
mas la atención y con suerte lo espantas.

De todas las coaliciones de activistas en las que llegó a


participar, Moir recuerda a este grupo como el más compro­
metido y trabajador. Señala que: "cambió la forma en la que
muchas de nosotras hacíamos nuestro trabajo".
Una parte central del cambio fueron las francas diferen­
cias entre los miembros de la Coalición: blancas, negras, lati­
nas, de clase media y de clase trabajadora, viejas, jóvenes,
lesbianas, heterosexuales, feministas y no feministas. Moir
no se veía como la típica feminista blanca del grupo, ya que
había vivido en barrios multiraciales en Roxbury y Dorchester
la mayor parte de su vida; ella percibía su activismo funda­
mentalmente diferente al de las feministas blancas de clase
media, quienes hacían sus demandas desde los barrios blan­
cos de Boston. Como socialista activa, la percepción de Moir
sobre las tensiones entre ella y otras activistas de la Coalición
provenían más de la diferencia de clases que de la raza.

El significado de la violencia era diferente en función del lugar


desde el que la vieras. En un sentido, la respuesta [de la clase
media] a la violencia física per se era muy elitista. [Esto] mos­
traba una falta de comprensión de la envergadura de la violen­
cia en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, la situación de la
vivienda en Boston es una crisis de espacios; la gente vive en
sótanos a medio construir y en pocilgas. La falta de viviendas
dignas y de seguridad social es la violencia de cada día.

Mientras que la perspectiva de Moir pone atención al en­


foque básico de CRISIS, para Marlene Stephens las diferen­
cias de raza están hasta abajo de todas las demás tensiones.

Había un par de diferencias serias, por ejemplo, tuvimos la


marcha "Recuperemos la noche" y muchas de las mujeres ne­
gras no participaron. Al principio lo discutimos, sentimos que
las primeras marchas eran anti varones y pensamos que en
nuestra lucha no podíamos excluirlos [a los hombres]. Tam­
bién [...] y eso sigue [...] muchas veces, cuando hay activistas
blancas involucradas, salen con que: "Bueno, en mi opinión así
es como se debe de hacer las cosas". Y les decimos: "Bueno, es
muy probable que de dónde tú vienes las cosas funcionen así,
pero aquí no son así".

El diario de Barbara Smith muestra otra percepción de


cómo las diferencias obstaculizaban la construcción de la
Coalición.

Marzo 19,1979. Pensamientos impensados: La violencia con­


tra nosotras es avasalladora. La semana pasada asesinaron a la
sexta mujer. El racismo de las mujeres blancas y la homofobia
de la gente negra, son un vicio que va a ahogar al movimiento
feminista Negro.

La homofobia salió a la luz entre los miembros de CRI­


SIS, pero Stephens cuya asociación con Smith abarcaba va­
rios años, hizo eco a su oposición:

En la reunión [de] CRISIS, los hombres y algunas de las muje­


res dijeron que no creían que CRISIS estuviera relacionada con
lesbianas y feministas blancas, así que yo les dije: "Miren nada
más [...] ustedes no saben nada de mí, no saben si soy buga o
qué. Escuchen, podría irme a casa y acostarme con un gorilla,
[...] ya tenemos mucho trabajo enfrente y nuestra comunidad
está en crisis". Así se los puse y la gente se retractó.

La relación entre Smith y Stephens surgió del respeto


mutuo a la forma en que cada quien hacía su trabajo dentro
de la comunidad negra. El respeto de Stephens fue crítico para
combatir la división homofóbica y para legitimar el activismo
feminista negro entre sus compañeras. Sin embargo, las fe­
m inistas blancas tenían otro cam ino para fortalecerse y
ganarse la confianza de la comunidad negra. Smith escribió
acerca de una de nuestras reuniones comunitarias:

La reunión de anoche en Harriet Tubman fue intensa [...] en


un momento una mujer negra expuso varios puntos indicando
su desconfianza hacia las mujeres blancas, después habló de la
mala fe que se había suscitado en otros movimientos.
Éste es el problema medular: confianza y seguimiento. Si en
algún momento las feministas blancas tuvieran que armar su
numerito unidas, es ahora. Tengo fe en muchas mujeres por­
que conozco sus lineamientos y sus compromisos. Pero todo
tiene que ser probado.

En el trabajo que hicieron con la Coalición, las feministas


blancas le dieron duro para ganarse su confianza. Y en con­
junto con un grupo participante, YouthAlliance de Dorchester,
prepararon un video de seguridad dirigido a mujeres adoles­
centes. La Coalición hizo talleres para mujeres y muchachas
y muchachos adolescentes sobre cómo responder a la violen­
cia. El Centro para las Mujeres de Somerville ofrecía aventones
a las mujeres que vivían en áreas de alto riesgo y prestaba su
espacio y otros recursos a quienes los necesitaran. En el vera­
no de 1979, la Coalición patrocinó la "Carrera por la Seguri­
dad de las Mujeres" para ayudar a sufragar los altos costos
de la organización de sus activistas, CRISIS.
Marlene Stephens se acuerda de la participación de sus
nietas mellizas en la "carrera".

Desde el principio, Aja y Jasmine, iban a las reuniones conmi­


go. Hicimos la Carrera por las Mujeres y algunas personas me
patrocinaron para hacerlas participar. Margo y Sandy, amigas
de Bárbara [Smith], mandaron a hacer dos camisetitas para niña
que decían "Carrera por las mujeres". Entonces, no sólo éra­
mos activistas, éramos una familia. Siempre tratamos de estar
al tanto de lo que los demás estaban haciendo. Y yo creo que el
respeto que tenemos entre nosotras es lo básico, y va a conti­
nuar. Más allá de nuestro dolor, nos convertimos en una fami­
lia con muchos allegados.

Susan Moir comparte el sentir de Stephens sobre el hecho


de que el respeto mutuo sentó las bases para los logros de la
Coalisión. Ella recuerda que dos años después de la crisis,
cuando la Coalición se dispersó: "H asta nos separamos con
respeto".
El texto de la Coalición, sobre el acto de agosto, nombra­
do "Recuperemos la noche", habla al respecto:

Todas deberíamos de inspirarnos en el hecho de que hoy nos


reunimos mujeres de todas las razas, edades, comunidades y
clases, y marchamos para mostrar nuestro poder, nuestra for­
taleza, nuestra unidad y determinación para acabar con la vio­
lencia contra las mujeres. Somos la inspiración de otras.
Las pérdidas del año pasado han sido duras. Ustedes no ne­
cesitan que les recordemos que desde enero 12 mujeres negras
y dos blancas fueron ultrajadas, ni de las ocho violaciones re­
portadas en el área de Allston y Brighton entre diciembre y
febrero.
El sistema legal en el que nos han enseñado a confiar para
encontrar seguridad y justicia constantemente nos traiciona.
Las acciones racistas infligidas por las fuerzas policiales que
incriminan a hombres Negros en el arresto, como en el caso de
Willie Sanders [detenido por cuatro de las ocho violaciones en
Alliston, según las averiguaciones de la policía] no garantizan
la seguridad de las mujeres. La seguridad no quiere decir que
vayan a arrestar a hombres Negros imputándoles cargos débi­
les. Esto sólo perpetúa el avasallante racismo en nuestra socie­
dad. No nos van a aplacar con arrestos injustos. No queremos
que compadezcan nuestra demanda de seguridad en una co­
munidad donde no se tiene mucho poder sobre la sociedad.
Queremos estar a salvo, y la seguridad significa prevenir vio­
laciones, asesinatos y golpizas, prevenir el acoso. Esto signifi­
ca construir una sociedad en donde dichas acciones no
encuentren perdón.
Es claro que no podemos confiar en el Estado para que dé
seguridad a las mujeres. Eso lo tenemos que hacer nosotras.
Nuestros esfuerzos de los últimos años nos demuestran que al
unir nuestras energías las mujeres podemos cobrar fuerza, to­
mar el poder y salir victoriosas más allá de las divisiones racia­
les y de clase.

Es como recibir una herencia en vida, nos organizamos a


partir de una intención de buena fe durante 1979 que hizo
que 5,000 mujeres acudieran cuando se leyó la declaración de
la Coalición. Sin embargo, aunque mujeres de color partici­
paron en la marcha, los manifestantes eran en su mayoría blan­
cos. El Bay State Banner informó de una variedad de opiniones
dentro de la comunidad negra sobre el acto que concluyeron
en el parque Blackstone de South End:

Los manifestantes y los observadores negros sostuvieron di­


versas opiniones sobre el evento, variaban desde el entusias­
mo hasta una negativa a participar.
Una activista de uno de los grupos de la Coalitionfor Women '$
Safety, quien iba por su cuenta a la marcha, dijo que ella y otras
de su organización tenían un fuerte sentimiento antihombres
entre los manifestantes, y que muchas preferían que no se les
identificara con esa postura.
Como gente Negra, también se dieron cuenta de que aun­
que muchos de los participantes estaban luchando contra el
sexismo [...] esas mismas mujeres no parecían muy convenci­
das de resistirse al racismo.
Betty McKenzie, residente de Roxbury, expresó su desilu­
sión ante la negativa de algunas mujeres Negras a marchar,
porque sentían que "era cosa de las blancas". La cuestión de la
seguridad de las mujeres "trasciende" estas distinciones.

Durante toda la crisis, la C oalition fo r W omen 's Safety


enfatizó combatir la violencia contra las mujeres con educa­
ción y redes de apoyo. Para las activistas blancas, la constitu­
ción multiracial de la Coalición y el análisis de las mujeres
que se identificaban como feministas negras confrontaban y
enriquecían su concepción del activismo feminista. Las femi­
nistas Negras y las no feministas, aunque a veces escépticas y
en conflicto por el análisis de las feministas blancas y sus tác­
ticas, mostraron respeto a las activistas blancas de la Coali­
ción en virtud de su arduo y honesto trabajo. Y aunque
perduraban diversas respuestas a la pregunta de Sara Small
"¿Quién nos está m atando?", la concepción del "nos"entre
estas mujeres se aglutinó a través de la resistencia y ganó en
profundidad y en diversidad.

Epílogo
A finales de 1979 siete hombres negros habían sido arresta­
dos por el asesinato de ocho de las 12 mujeres negras muer­
tas. James " Ali" Brown fue absuelto por el asesinato de Yvette
Stinson, en un caso en el que un testigo ocular había testifica­
do su culpa. A Brown le dispararon en la calle semanas des­
pués. Dermis "Jam al" Porter fue sentenciado por las muertes
de Christine Ricketts y Andrea Foye, en un caso construido
en su totalidad por pruebas circunstanciales. Kenneth Spann
fue sentenciado por el asesinato de Caren Prater a pesar de la
opinión de una jueza cuando se le declaró: "Culpable con re­
servas".
El arresto no hizo mucho por calmar el miedo de la co­
munidad Negra ni para mitigar las sospechas de que había
una conexión mucho más fuerte entre los asesinatos. Confor­
me se desarrolló el caso, se descubrió que muchas de las víc­
timas se conocían. Al parecer, m uchas de de las mujeres
habían sido violadas o estranguladas. Después de la senten­
cia de Spann, la m adrastra de Caren Prater señaló que era
muy difícil creer que un hombre negro hubiera matado a su
hija. Sara Small expresó los sentimientos de muchos de los
miembros de la comunidad negra, cuando explicó las circuns­
tancias que rodeaban la muerte de su sobrina Daryal: a la
Srita. Hargett la había encontrado su casero, blanco, quien
había venido a su departamento y vio a Hargett desnuda en
el piso de su recámara; pensó que la mujer estaba "durm ien­
do" y cerró la puerta. Más tarde regresó y la encontró en la
misma posición, y una vez más la dejó donde estaba. Por úl­
timo, cuando volvió a su domicilio, pensó que a lo mejor algo
estaba "m al", y regresó al departamento de Hargett, acom­
pañado de la policía. Ahí la encontraron en la misma posi­
ción, estrangulada; la señora. Small se preguntó:

La policía se enfocó todo el tiempo a la cacería de algún hom­


bre negro de la comunidad y no le pusieron atención a la histo­
ria del casero. Él dijo que regresó varias veces a su departamento
porque pensó que había dejado ahí su chequera. Si yo te pago
la renta, ¿qué estaría haciendo tu chequera en mi casa? Esta
historia me suena muy poco convincente.

Ninguna de las organizaciones comunitarias involucradas


en la crisis dedicó mucho tiempo o esfuerzo a la policía o al
sistema de justicia penal. Sus actividades de defensa se cen­
traron en exigir a las autoridades de la ciudad una respuesta
a la violencia racista y sexista, y sus energías se enfocaron a
equipar con recursos y redes de seguridad a aquéllos que es­
taban en riesgo. Y mientras que ninguno de los grupos co­
munitarios resolvió el misterio de la pregunta: ¿Quién nos
está matando?, se las arreglaron para redefinir los términos
de la interrogante, propusieron una variedad de respuestas
potenciales al centro de la atención. Al hacerlo así, se enfren­
taron a las respuestas convencionales de las mujeres negras
que con vigor reivindicaban y le daban más importancia a la
conexión con aquellas mujeres cuyas vidas se habían extin­
guido.
Aniquilación por asesinato
y por los medios:
Los otros feminicidios de Atlanta
Diana E.H. Russell y Candida Ellis

E n tr e finales de 1978 y 1980, cuando se puso atención oficial


a los asesinatos en serie de 26 hombres afroamericanos, cu­
yos asesinos fueron conocidos como "los Asesinatos de los
Menores de Atlanta"1, fueron hallados 38 cuerpos de niñas y
mujeres en esa ciudad2. La mayoría de las víctimas eran jóve­
nes afroamericanas, sus edades variaban entre los 14 y los 60
años y cuatro eran blancas3. Al mismo tiempo, que la policía
de Atlanta expresó su satisfacción por haber encontrado al
asesino (Wayne Williams) de los 26 hombres afroamericanos
(de 7 a 27 años de edad), 38 de los feminicidios permanecían
ignorados y sin resolver.
Se han hecho acusaciones de que esta cifra, 38, es muy
baja. En las elecciones de 1981 para alcalde de Atlanta, la
candidata Mildred Glover dijo que se habían pasado por alto

1 "Mass Murderérs from the Past". San Francisco Chronicle, 10 de junio


de 1985.
2 “The Other Unsolved Atlanta Murders", artículo publicado en el San
Francisco Chronicle, el 15 de junio de 1981; es la única fuente que pudimos
encontrar sobre los feminicidios.
3 Ibid.
a las mujeres víctimas: "el número estimado es tan asombro­
so que es muy probable que sea el peor problema de asesina­
tos sin re so lv e r en la h isto ria de cu a lq u ie r ciu d ad
estadounidense". Debido a que se incluyó el número de los
cuerpos de las victimas afroamericanas mujeres encontradas
durante ese periodo, en los suburbios y en los condados ale­
daños, el total debió de haber aumentado significativamente
(en la cifra de los Asesinatos de los Menores de Atlanta tam­
bién se incluyeron víctimas masculinas de áreas más aleja­
das, por lo que las cifras cuadran). Glover admite que los
números estaban "en niveles superiores a las proporciones
epidémicas" [...] necesitamos ver los casos de las mujeres,
así como se abordan los de los hombres y ver si hay un hilo
conector que pudiera ayudarnos a solucionarlos. "Esto es algo
que ya fue más allá de los límites raciales" añadió Glover. "A
muchos de nosotros nos tomó por sorpresa"4.
La mayoría de las 38 niñas y mujeres habían sido estran­
guladas o apuñaladas a muerte; una víctima de 15 años mu­
rió de un disparo; todas habían sido asesinadas en el condado
suburbano De Kalb, en donde algunos de los cuerpos de los
hombres afroamericanos habían sido encontrados.
En respuesta a la presión pública ante la acusación de que
"la policía no estaba persiguiendo al asesino" de las victimas
de los Asesinos de los Menores de Atlanta, se organizó una
misión especial y el F B I prestó ayuda a los esfuerzos para arres­
tar al asesino(os)5. En el caso de las víctimas mujeres, no hubo
presión evidente por ninguna de las corporaciones. Si la mi­
sión especial hubiera tomado en consideración a los 38 (o más)

4 Ibid.
5 "Mass Murderers from the Past". San Francisco Chronicle, 10 de junio
de 1985.
casos, sus investigaciones no hubieran tenido éxito ya que no
hubieran podido identificar al asesino o a los asesinos, y muy
pocas personas parecían tener conocimiento de dichas atro­
cidades.
El arresto de Wayne Williams como el perpetrador de los
asesinatos de los 26 afroamericanos, fue criticado por algu­
nos como una conclusión cuestionable y el resultado de una
investigación descuidada. Los críticos señalan que las muer­
tes de los afroamericanos fueron clasificadas como casos in­
significantes por autoridades racistas; pero la apatía, casi
universal, sobre la matanza de más de 38 mujeres, la mayoría
afroamericanas, expone la complicidad del racismo y del
machismo.
Aquéllos que previamente condenaron la indiferencia de
las autoridades ante las m uertes de los jóvenes afroame­
ricanos, están unidos por un rotundo silencio a aquéllos que
desprecian la vida de los afroamericanos. Debido a la solida­
ridad en ese desinterés, las mujeres afroamericanas pueden
ser ultrajadas con impunidad.
Los lectores anti racistas y anti machistas pueden romper
el co n m o cio n a n te silen cio que gira en to rn o a estos
feminicidios, al exigir información sobre las muertes e insis­
tir en que las investigaciones debieron ser cuidadosas y a fon­
do. La indiferencia de la policía y de los medios ante la
matanza de mujeres revela hasta dónde el racismo machista
o el machismo racista continúan floreciendo en los Estados
Unidos.
Violador y feminicida elige
mujeres asiáticas como víctimas
Diana E.H. Russell

E n 1973, un blanco violador en serie, apodado el Violador


de Nob Hill, atacó a varias mujeres de dicha localidad en San
Francisco; sólo atacó mujeres asiáticas con excepción de una
mujer blanca, "quien se salvó por haber atraído con sus gri­
tos la atención de la gente que pasaba por ahí"1. Para cuando
siguió a Yoshika Tanaka a la puerta de su departamento, el
27 de marzo de 1973, ya había violado a otra mujer asiática en
el área de Nob Hill e intentó violar por lo menos a dos más2.
Cuando Tanaka se resistió al intento de violación, él le
dio 15 puñaladas y la dio por muerta. Seis inspectores de deli­
tos sexuales comentaron que "nunca habían sabido de una
victima que sobreviviera a un ataque tan bestial y perver­
so"3. El siguiente relato escrito por Keith Powers de la San
Francisco Chronicle, expone los detalles:

1 "Woman Stabbed to Death-Nob H ill Rapist Feared", San Francisco


Chronicle, 16 de abril de 1973.
2 Ibid.
3 Keith Powers, "Nob H ill's Rapist Four-Knife Attack", San Francisco
Chronicle, 29 de marzo de 1973.
Hermosa estudiante permanece en condiciones críticas desde ayer,
después de haber sobrevivido al ataque de un violador que la
apuñaló y que ya lleva dos semanas acechando en Nob Hill.
Yoshika Tanaka, de 19 años, originaria de Tokio, estudiante
de la Universidad de San Francisco, está en la unidad de cui­
dados intensivos del Hospital General de San Francisco por
haber recibido una docena de cuchilladas en la parte superior
del cuerpo y rostro.
De acuerdo con los inspectores Chris Sullivan y Don
Kennealy, el atacante, descrito como un hombre caucásico de
alrededor de 20 años, utilizó cuatro cuchillos y rompió dos de
ellos dentro del cuerpo de la chica.
Como resultado, los inspectores ya saben una de las marcas
para identificar al atacante; la Srita Tanaka dijo que lo había
mordido con fuerza en la lengua cuando trató de besarla
Sullivan y Kennealy han solicitado a los doctores del área de
la Bahía que contacten a la policía si se les requiere para curar
una herida de mordida en la lengua o si saben de alguien que
haya hecho ese tratamiento.
Los oficiales dijeron que la señorita Tanaka fue atacada la
tarde del martes en la puerta de su departamento, ubicado en
el primer piso en la calle Leavenworth número 1031.
Ya adentro, le ordenó que se desvistiera y cuando ella se re­
sistió al ataque sexual, el agresor la empezó a apuñalar.
El atacante dio por muerta a la señorita Tanaka, dijo la poli­
cía, pero ella volvió en sí y pudo arrastrarse hasta el departa­
mento del vecino alrededor de las 6:30 P.M.
Al sospechoso se le describió como un hombre caucásico de
pelo claro, de 1.67 mts. de altura y de alrededor de 25 años; en
todos los ataques traía guantes negros4.
Dos semanas después, el 15 de abril, una joven china de
25 años, Guey Yueh, salió de su trabajo como despachadora
de sombreros en la Casa Hayatt, en Union Square, San Fran­
cisco, después de haber terminado su turno a la media no­
che5. Al regresar a su casa, Yueh fue apuñalada hasta la muerte
en el vestíbulo de su departamento en la calle Pine, donde
fue encontrada por los vecinos quienes escucharon los gritos
de Yueh y vieron al agresor salir corriendo. Al parecer, uno
de ellos fue quien reportó el asesinato a la policía. Su esposo,
también empleado de Hyatt House, estaba trabajando cuan­
do todo ocurrió6.
Yueh recibió puñaladas arriba de la muñeca derecha y en
el corazón, por lo que la policía creía que el llamado Violador
de Nob Hill había atacado de nuevo, pero esta vez consiguien­
do su propósito: matar a su víctima. La descripción que die­
ron los vecinos a la policía coincidía con la que Tanaka había
dado mientras seguía en recuperación en el Hospital de San
Francisco; además, ambos ataques eran muy parecidos7.
El 24 de abril Yoshiko Tanaka fue dada de alta del hospi­
tal, "después de haber casi muerto por las heridas". La ha­
bían apuñalado en el corazón, el hígado, la vesícula, los
pulmones, la vena yugular, y a causa de "una herida en la
garganta" su voz era discordante8. Un mes después de que la
habían dado por muerta, Tanaka, señaló a John Bunyard en­
tre un grupo de ocho fotografías.

5 "Woman Stabbed to Death".


5 Ibid.
7 Ibid.
8 Charles Petit, "Nob H ill Suspect Charged Bail Is Set at $1M illion", San
Francisco Chronicle, 24 de abril de 1973.
9 Ibid.
Bunyard, chofer de una camioneta de paquetería por US
$4.40 la hora, fue sentenciado por dos asesinatos, dos viola­
ciones y diez secuestros; también por desarmar a dos policías
y robarles sus revólveres y por disparar a varios oficiales
durante su huida en un trayecto de ochocientos kilómetros10.
U n año después, el 25 de m ayo de 1974, el juicio de
B unyard fue transferido a San Bernardino en el sur de
California, debido a la indicación de que tanta publicidad
previa al juicio había hecho imposible que se le hiciera un
juicio justo en San Francisco. El testimonio de Yoshiko Tanaka
fue grabado en video antes de que regresara a su tierra natal,
Japón, poco después de haber sido dada de alta del hospital,
para presentarlo ante el tribunal; ésta fue la segunda vez que
en California se aceptó este medio probatorio11.
A Bunyard se le declaró culpable de seis delitos graves
después de un juicio de dos semanas, y fue sentenciado a 15
años de prisión12. Tuvo que cumplir esta condena, al mismo
tiempo, con otras dos sentencias de 21 años, por dos asesina­
tos y una serie de delitos cometidos en la racha desenfrenada
de tres días en abril de 1973, que cubrió desde el área de la
bahía de San Francisco hasta Lake Tahoe13.
Los artículos de la prensa sobre Bunyard que se publica­
ron en ese momento, no ofrecían explicación de qué lo había
motivado a elegir mujeres asiáticas. Al contrario, salió una
nota desafortunada sobre la historia de rechazo que había
vivido Bunyard, implicando una relación de causa efecto en­

10 Petit, "Nob H ill Suspect Charged", y Kevin Leary, "The Neighbors Think
Rape Suspect Is Innocent", San Francisco Chronicle, 24 de abril de 1973.
11 Ibid.
12 "Bunyard Guilty in Nob H ill Case", San Francisco Chronicle, 25 de
mayo de 1974.
13 Ibid.
tre el rechazo de su familia y la violación y el asesinato de
mujeres asiáticas14.
La cobertura de los periódicos incluía entrevistas con los
vecinos, todos sostenían que Bunyard no podía haber come­
tido dichos crímenes; por ejemplo, su vecino de al lado, Kevin
Leary, explicó al reportero de la San Francisco Chronicle, que
Bunyard "no tenía la necesidad de violar a nadie [...] él re­
chazó a más mujeres de las que muchos se podían haber liga­
do"15. Al parecer, el vecino de Bunyard comulga con el mito
generalizado de que una violación es una expresión del de­
seo sexual.
Después de haber cumplido más de tres años de sen­
tencia, Bunyard habló desde su celda, en la Prisión Soledad,
acerca del por qué los hombres violan y de su larga historia
de encarcelamientos. Su relato no coincide con la imagen que
su vecino tenía de él. A la edad de siete años estuvo bajo el
cuidado del Consejo Tutelar para Menores de California, y a
los nueve lo enviaron al Reformatorio para Menores. Dice él
que "de ahí en adelante no se acuerda de no haber estado
bajo custodia por más de ocho meses consecutivos"16.
Se publicó que Bunyard le dijo a uno de los guardias: "si
me liberan sería como poner a un cachorrito a media carrete­
ra"17. Su descripción es todavía menos apropiada que la de
sus vecinos. De acuerdo con la policía, "violó a más de cin­
cuenta mujeres y mató a otras tres o cuatro, además de las
dos mujeres por las que se le sentenció"18. La policía reportó
14 Bruce Benedict, "His Records Goes Back to Kindergarten", San Francisco
Chronicle, 24 de abril de 1973.
,5 Leary, "Neighbors Think".
'6Jim Word, "He Tells You Why Men Rape", San Francisco Examiner, 25
de septiembre de 1977.
w Ibid.
18 Ibid.
que Bunyard había perpetrado todos estos delitos durante
los seis meses en los que estuvo libre bajo palabra, en 1973.
No hay información sobre si sus víctimas eran en su mayoría
asiáticas. Los artículos que se escribieron acerca de él, salie­
ron en una época en la que había mucho menos conciencia
que ahora sobre los crímenes por odio racial.
Esclavitud y Feminicidio
Diana E.H. Russell

C a s i nadie cree que la esclavitud todavía existe en los Esta­


dos Unidos, y esto se debe a que el término de esclavitud en
este país tiene la connotación de que un blanco tiene bajo tí­
tulo de propiedad, en su mayoría, a afroamericanos, con el
propósito de explotarlos por su mano de obra en los campos
de cultivo. Esta percepción continúa a pesar del hecho de que
era una práctica común que los dueños blancos violaran a
sus esclavas, y por lo tanto añadían una recompensa a la co­
secha.
Aunque los casos de esta forma clásica de esclavitud si­
guen abriéndose paso en los periódicos de los Estados Uni­
dos de vez en cuando, la explotación sexual se ha convertido
en el factor primario de la mayoría de los casos actuales de
esclavitud, y las mujeres son las principales víctimas. A esta
práctica se le denominaba trata de blancas, pero las feminis­
tas cambiaron el nombre a "esclavitud sexual femenina", des­
pués de que se publicara en 1979 el libro de Kathleen Barry,
Female Sexual Slavery1. Mientras que la mano de obra no rela­

1 Kathleen Barry, Female Sexual Slavery (Englewood Cliffs, N.J: Prentice -


Hall, 1979).
cionada con fines sexuales es parte de la explotación en casos
de esclavitud sexual femenina, la explotación de las mujeres
casi siempre es de naturaleza sexual, y por lo general está
vinculada con la prostitución forzada. Algunas veces estas
mujeres y niñas son compradas, en otras ocasiones son sedu­
cidas, manipuladas, engañadas o simplemente secuestradas
y mantenidas cautivas. El caso que a continuación se descri­
be está basado en los acontecimientos reportados en la revis­
ta Jet2 y en la San Francisco Chronicle3, y evoca la forma clásica
de esclavitud, debido a que todas las mujeres eran afroame­
ricanas y su aprehensor era un hombre blanco.
Cuando en un operativo la policía entró a una casa de dos
pisos en el Norte de Filadelfia, en 1987, descubrió en el sóta­
no a tres mujeres afroamericanas semidesnudas a punto de
morir de inanición; estaban engrilletadas a un tubo del desa­
güe en una cámara de tortura secreta. La policía también en­
contró 12 kilos de restos humanos en el congelador de la cocina
y otras extremidades en una cacerola y en el horno; además,
algunas de las paredes de la casa estaban tapizadas con bille­
tes de US$1 y US$5.
La policía fue notificada por una cuarta mujer cautiva,
Josephine Rivera de 26 años, después de que una noche se
escapó del lujoso carro de su aprehensor. Ella y las otras tres
mujeres (Jacquelyn Atkins de 18 años, Lisa Thomas de 19 y
Agnes Adams de 24) dijeron a la policía que fueron tortura­
das, privadas de alimento, violadas y golpeadas durante los
cuatro meses que estuvieron cautivas. Su alimentación con­
sistía en comida para perro, pan y agua. También dijeron a la

2 " Black Women report of Sex, Torture, Murdered at Hands of White


Philadelphia 'Bishop'" Jet, 13 de abril de 1987.
3 "Grisly Philadelphia Slave Case End", San Francisco Chronicle, 2 de
julio de 1988.
policía que otras dos mujeres habían muerto durante el encie­
rro, "una de ellas electrocutada en una pileta subterránea en el
piso de concreto del sótano y la otra murió por una caída".
Estas mujeres habían sido atraídas con engaños a este mini
campo de concentración por Gary Heidnik, un hombre de 43
años quien se denominó a sí mismo obispo de una iglesia
que él inventó, la Iglesia Unida de los Ministros de Dios. Su
estrategia de secuestro consistía en "enseñar descaradamente
fajos de billetes", mientras iba manejando por un barrio pre­
cario en un Rolls Royce o en un Cadillac. Lisa Thomas rela­
tó que ella había accedido a subirse al auto "por la muestra
de riqueza". Thomas describió que al llegar a la casa, "él me
esposó a un tubo y me dijo que no me iba a pasar-nada si yo
cooperaba".
G ary H eidnik fue a rre sta d o con C yril B row n , un
afroamericano de 31 años de edad, quien describió a Heidnik
como su mejor amigo. A ambos se les imputaron cargos por
violación y secuestro, al igual que del homicidio de dos mu­
jeres que se presume murieron en la casa de Heidnik. Las
mujeres asesinadas fueron identificadas com o Deborah
Dudley de 23 años, "sus restos fueron descubiertos en un área
lejana y cubierta de árboles en Nueva Jersey y, Sandra Lindsay
de 24, de quien las autoridades determinaron que eran los
restos desmembrados en la cocina de Heidnik".
El 2 de julio de 1988, después de que el "jurado rechazara
el argumento del fiscal de que Heidnik, casi un genio con un
IQ de 148, estaba demente", se le declaró culpable y se le impu­
taron dos cargos: asesinato con prem editación y secuestro
y agravante del delito de lesiones4. No se hizo mención del
proceso de Cyril Brown, la otra persona que fue arrestada
con él.
Antes de que él mismo se denominara obispo, Heidnik
había sido enfermero y paciente en un hospital psiquiátrico,
y en 1978 lo condenaron por haber secuestrado a una mujer
con deficiencia mental. En el momento en que fue puesto a
disposición de las autoridades, al igual que Cyril Brown,
Heidnik era un hombre rico. La policía encontró documentos
en su hogar que mostraban que su cuenta ascendía casi a
US$500,000 y reportó que utilizaba sus talentos para generar
dinero de tal m anera que pudo convertir una cuenta de
US$1,500 a ésa de US$550,000, durante un periodo de once
años.
La respuesta del padre de Heidnik de 74 años, Michael
Heidnik, descrito como "un ex concejal de un suburbio de
Cleveland", a la conducta barbárica de su hijo, expuesta en
las noticias, fue que lo deberían de ahorcar. Se tiene conoci­
miento de que dijo: "H asta yo mismo jalaría la cuerda".
A pesar de los esfuerzos de las feministas, para la mayo­
ría de la gente, al parecer no resulta más impactante la escla­
vitud sexual femenina que la forma clásica de esclavitud que,
con gran demora, mucha gente luchó por proscribir. Cuando
las mujeres son el primer objetivo de abuso, es posible que se
les trate como algo menos abrumador que cuando un hom­
bre es el victimado. Y cuando las víctimas son pobres y ne­
gras, el tratamiento es todavía más casual o desinteresado
(cómo Candida Ellis y yo señalamos en Aniquilación por los
Asesinos y por los Medios: Los otros feminicidios de Atlanta,
al principio de la parte 3). Tal vez, al publicar los actos salva­
jes cometidos por misóginos racistas como Heidnik, la gente
pueda salir de su apatía ante el problema internacional de la
esclavitud sexual femenina.
Matanza de mujeres amerindias:
Una perspectiva de las mujeres
Tewa
Beverly R. Singer
La tradición dice que si un hombre golpea a su esposa, le espera
un justo y severo castigo por parte de la familia de ella
y que él sería avergonzado ante la comunidad.
Si lo volviera a hacer, la esposa lo podría dejar sin sentir
que ella fuera un fracaso como esposa y ama de casa.
Hoy nos hemos alejado de muchos valores tradicionales
y creencias; un hombre puede golpeár a su esposa
hasta casi matarla, sin recibir castigo alguno.

—Volante de la Sacred Shawl W omen's Society

(POWERS N. MARÍA, 1986).

Ei silencio derivado de la represión es la mejor manera de


describir el estado en el que, hasta hace poco, las mujeres in­
dias americanas se habían mantenido en relación con la vio­
lencia en nuestras vidas; mucho de este silencio se puede
atribuir al miedo. Desde la década de los años setenta ha ha­
bido más apertura y activismo ante el abuso hacia las muje­
res indias. En el tema del feminicidio, el silencio permanece.
Los feminicidios contemporáneos de mujeres indias ame­
ricanas son de dos tipos: el asesinato a manos de hombres
indios y el homicidio por hombres que no son indios. De en­
trada, abordaré el primer tipo para sustentar que los asesina­
tos de mujeres indias a manos de hombres indios están
enraizados en el genocidio original, la conquista y la coloni­
zación de los indios americanos por los europeos y sus des­
cendientes. El resultado de dicha colonización ha sido la alte­
ración de los patrones sociales tradicionales y de las relaciones
de género en gran parte igualitarias (Bonvillian, 1989) entre
los pueblos indígenas. Quinientos años de genocidio y colo­
nización les han inculcado odio hacia ellos mismos, resenti­
miento, miedo y violencia entre los indios americanos, y les
enseñaron a los hombres indios los nuevos estilos estadouni­
denses de agresión m asculina y dominación, incluido el
feminicidio.
No se han hecho estudios a fondo sobre el número de
mujeres indias que han muerto en ataques feminicidas; más
bien, casi siempre tenemos conocimiento de estos casos por
boca de alguien o por alguna noticia esporádica. Por ejem­
plo, por casualidad descubrimos el abuso hacia las mujeres y
las niñas y los niños, y los feminicidios, en la cobertura de los
medios durante 1985, involucrados alrededor de un episodio
de suicidio de una adolescente india americana. En 1985, en
la reservación Wind River en Wyoming, nueve jóvenes in­
dios se quitaron la vida en un lapso de ocho semanas. La
m adre adoptiva de una de las victim as suicidas, Sherry
Badhawk de quince años, dijo al Boston Globe (1985): "ella
venía de un hogar difícil, vivían como gitanos, siempre de un
lado para el otro... él [su padre biológico] abusaba de todos
los hijos [eran cinco] y a Sherry le preocupaba su m am á".
Según informes subsecuentes al suicidio, el padre mató a gol­
pes a la madre natural de Sherry; esta muerte es un feminicidio
primario y el suicidio de su hija, víctima también de abuso,
es una manifestación secundaria de feminicidio.
Es mucho más probable que las notas de incesto, viola­
ción y asesinato de mujeres indias salgan publicadas en pe­
riódicos de indios americanos, y de alguna tribu en particular.
En el otoño de 1979, el Navajo Times sacó un artículo señalan­
do que la violación es el crimen principal en la reserva de los
indios navajos. Sin embargo, los feminicidios y otros actos
violentos perpetrados a mujeres indias no se limitan a la
reservación. Hace dos años, una colega, profesora de Chicago,
me comentó que cuatro jovencitas indias, una de ellas su alum-
na, habían sido violadas en grupo y asesinadas, y que cada
incidente había ocurrido con unas cuantas semanas de dis­
tancia. Posteriormente, me comentó que la comunidad nun­
ca sospechó y estaba impactada cuando la policía informó
que los atacantes eran jóvenes indios americanos.
Los actos de violencia aunados a la matanza de mujeres
indias fuera de las reservaciones, muy a menudo, pasan de­
sapercibidos en la cobertura de los noticiarios comerciales.
Cuando una mujer de color muere asesinada, los medios po­
nen muy poca atención en la noticia y muy pocas veces se
hace un comparativo entre estos asesinatos feminicidas con
los de m ujeres blancas de clase m edia. U na m ujer de
Albuquerque, Nuevo México, quien trabajó con el médico
forense, se dio cuenta de que durante 1985 y 1986 por lo me­
nos cinco mujeres indias (casi todas Navajo) habían sido vio­
ladas, asesinadas y sus cuerpos tirados en las montañas Jemez
a unos 95 kilómetros al noroeste de la ciudad. Estas historias
no recibieron cobertura periodística alguna, y yo no hubiera
tenido conocimiento de dichos asesinatos si no hubiera esta­
do en esa época en la Universidad de Nuevo México en
Albuquerque.
El equipo del servicio de salud para indios Special
Initiatives Mental Health Team, parte del Departamento de
Salud Pública de los Estados Unidos, reconoce que el proble­
ma de los asesinatos es m uy serio en las comunidades indias.
Así apareció reflejado en un informe de 1988: "A pesar de
que las cifras fluctúan en las comunidades indias [america­
nas], entre 1981 y 1983, después de un ajuste etario, las tasas
de homicidio para los indios americanos salieron dos veces
más altas" que los demás grupos en los Estados Unidos
(DeBryun, Hymbaugh y Valdex 1988, 56). Los datos se limi­
tan a mujeres indias como grupo específico y algunas cifras
de casos de violencia doméstica y ataques sexuales; el Indian
Health Service desglosa las cifras en unidades independien­
tes por reservación o en sus cercanías. Los programas más
recien tes com o el N ativ e A m erican W o m e n 's H ealth
Education Resource Centre, en Lake Andes, Dakota del Sur,
ubicado en la Reservación Sioux ya empezaron a compilar
sus propios datos. En 1989 el Centro informó que del 50 al 70
por ciento de los asesinatos en Dakota del Sur sucedían en el
entorno familiar; de esos, aproximadamente el 50 por ciento
involucraban a indios americanos. El Centro también señaló
que no había refugio para victimas de violencia doméstica en
su comunidad de 5,000 residentes. El regufio más cercano está
ubicado al este, a 115 millas de distancia y hacia el oeste a
241. El 12 dé septiembre de 1991 el Centro abrió un refugio
para mujeres, a pesar de las fuertes críticas y de la resistencia
motivada por cuestiones raciales en el municipio blanco de
Lake Andes en Dakota del Sur.
La tasa de homicidios en Alaska es más alta para el grupo
femenino que en otros estados, excepto en Hawai. Para las
mujeres indígenas de Alaska la cifra es siete veces más alta
que la de las mujeres blancas en Estados Unidos. Los investi­
gadores Forbes y Van Der Hyde (1988) comentan: "Aparte
del suicidio, las muertes violentas son comunes en el entorno
fronterizo de Alaska" (44).
Los resultados de estos investigadores, al igual que sus
referencias a lo "fronterizo", me recuerdan los asesinatos de
mujeres indias americanas durante la avanzada de los euro­
peos estadounidenses hacia el oeste en territorio indio, al fi­
nal del siglo XIX. Los diarios de los soldados de la milicia
estadounidense relataron la campaña contra los indios en el
libro de Dee Brown, Bury M y Heart at W ounded Knee (1979):
"Son entre treinta y cuarenta squaws (niñas y mujeres indias
norteamericanas) puestas en un hoyo para su protección;
mandaron a una niñita como de seis años de edad con una
bandera blanca atada a un palo; ni siquiera había dado unos
cuantos pasos cuando le dispararon a matar [...] vi a una squaw
que la habían abierto y se veia su hijo nonato [...] vi a una
squazv que le habían mutilado sus partes privadas".
Aunada al uso de las fuerzas armadas de los Estados
Unidos para eliminar a la siguiente generación de indios
americanos, la política nacional de exterminación garantiza­
ba que los ataques salvajes fueran especialmente dirigidos a
las mujeres indígenas. Esta política original de genocidio con­
tinúa en la sociedad actual, pero su manifestación está ma­
quillada. Un ejemplo de esto son las esterilizaciones, "sin
motivo clínico justificado", practicadas por los médicos a cien­
tos de jóvenes indias —sin su consentimiento — en el Hospi­
tal de Servicios de Salud para Indios en Claremore, Oklahoma,
en 1975. Los mismos doctores reconocieron que, aproxima­
damente, el 75 por ciento de las esterilizaciones fueron una
forma de control de la población (Weyer 1982,194-200). Aun­
que de manera directa, este tipo de esterilización obligada a
las indias no es feminicidio, sí diezma la función de su orga­
nismo para procrear.
El genocidio de los indios americanos fue instituido por
la arrogancia de los hombres blancos, a través de una legisla­
ción histórica y militar cuyos efectos llegaron muy lejos para
el pueblo indio contemporáneo. La sobreviviencia física y
cultural está en riesgo. Yo sugiero que lo que fue un acto in­
moral deliberado en la historia, fue aprendido por los hom­
bres indios, cuyo odio psicológico hacia sí mismos los hizo
susceptibles a dichas lecciones y quienes imitan a los hom­
bres blancos en su conducta feminicida. Los indios que co­
m eten fem in icid ios están in v o lu cra d o s en asesin ato s
machistas y perpetúan el autogenocidio; le están dando con­
tinuidad a una política de exterminación silenciosa tal y como
los Estados Unidos se lo hicieron a los indios americanos.

Referencias
Bonvillian, Nancy. "Gender Relations in Native North America",
American Iridian Culture and Research Journal 13 (2), pp. 1-28.
Boston Globe, 8 de octubre de 1985.
Brown, Dee. Bury My Heart at Wounded Knee: An Indian History o f
the American West. Nueva York; Bantam, 1979.
DeBryun, LeMyra, Hymbaugh, Karen y Valdex, Norma. "Helping
Communities Address Suicide and Violence: The Special Ini-
tiatives Team of the Indian Health Service". American Indian
and Alaska Native Mental Health Research (publicación del Centro
Nacional de Servicios de Salud, Universidad de Colorado, Den-
ver, Colorado) 1 (3), 1988, pp. 56-65.
Forbes, Norman y Van Der Hydge, Vincent. "Suicide in Alaska from
1978 to 1985: Updated from State Files". American Indian and
Alaska Native Mental Health Research, 1, (3), 1988, pp. 36-55.
Native American Women's Health Education Resource Center.
"Native American Health Education Prevention Program"
(Proyecto de la Native American Community Board, Lake
Andes, S.D.), 1990.
Oíd Dog Cross, Phyllis. "Sexual Abuse, a New Threat to the Native
American Indian Woman: An Overview". Listening Post: A Pe-
riodical o f the Mental Health Programs oflndian Heal Services, 6
núm 2 (abril): 18.1982.
Powers, María N. Oglala Women: Myth, Ritual, and Reality. Univer­
sity of Chicago Press. Chicago. 1986.
Weyer, Rex. Blood o f the Land: The Government and Corporate War
against the American Indian Movement. Random House. Nueva
York. 1982.
Parte 4
Medios masivos de comunicación,
pornografía y gorenografía
Marcha en memoria de las mujeres asesinadas en la primavera de 1979 en los
vecindarios multirraciales de Boston, con manifestantes que protestan por la
difusión que se les dio a las muertes. Fotografía de Ellen Shub.
Introducción

L^esde hace mucho tiempo las feministas han criticado la


forma como la prensa presenta a las mujeres, en particular en
lo que respecta a la violencia contra ellas. Esta parte 4 del
libro se concentra en la manera en que la prensa aborda al
feminicidio. Los primeros trabajos ofrecen una perspectiva
crítica de algunos aspectos de los informes sobre este fenó­
meno; el último artículo trata acerca de la pornografía, un
tópico de controversia entre las feministas.
Este apartado inicia con el análisis que Sandra McNeill
hizo sobre la manera en la que la prensa difundió varios su­
cesos en el norte de Inglaterra, incidentes en los que algunas
mujeres fueron asesinadas por sus maridos, quienes después
se suicidaron. Identifica con claridad la perspectiva exclusi­
vamente masculina con la que se informó de lo sucedido: re­
trataron a los asesinos como héroes trágicos que murieron
por amor y a causa de la unidad de la familia, al mismo tiem­
po que las víctimas femeninas terminaron casi ignoradas.
Enseguida aparece la crítica de Debora Cameron al com­
portamiento de la prensa sobre un acontecimiento particu­
lar: el centenario, en 1989, de Jack el Destripador, el asesino
británico de mujeres cuya identidad nunca se conoció. Este
trabajo expone cómo esta celebración eleva al asesino a la ca­
tegoría de héroe popular o de leyenda, y minimiza a sus víc­
timas femeninas.
El siguiente análisis estudia la aparición en los Estados
Unidos de las películas "sfnuf' —que presentan la tortura y
el asesinato, al parecer reales, de mujeres como entretenimien­
to sexual de los hombres. Beverly LaBelle examina la protes­
ta feminista contra las películas sn u ff como una forma de
resistencia feminista al feminicidio. Chris Domingo expone,
después un análisis histórico de las actitudes racistas y sexistas
que consideran que el asesinato en serie, la violación y el
feminicidio son una forma de entretenimiento público. La
parte final, seleccionada por Jane Caputi, al igual que las de
LaBelle y Domingo, señala las relaciones entre la pornogra­
fía, la violencia sexual y el feminicidio. Caputi identifica la
sexualización del feminicidio en la pornografía snuff y los in­
tereses libertarios que justifican la pornografía como libertad
de expresión, libertad que puede se mortal para las mujeres.
Matón de mujeres convertido
en héroe trágico
Sandra McNeill

L o s informes de la prensa sobre la violencia contra las muje­


res, han sido un asunto medular y de gran preocupación en­
tre las feministas que trabajan el problema de la violencia
masculina en el Reino Unido y en los Estados Unidos. En otros
capítulos de este libro se explican a detalle las campañas fe­
ministas en contra de la pornografía y de las películas de odio
hacia las mujeres, así como la celebración en la prensa britá­
nica del centenario del Destripador. Este apartado se adentra
en un aspecto muy específico que, sólo, es un hilo de la red
misógina que los medios tienen en su distorsionada y fre­
cuentemente peligrosa descripción de la violencia contra las
mujeres, es decir, el informe de la prensa sobre el asesinato
particular de una mujer es que un hombre mata a su mujer y
luego se suicida.
Resulta difícil comprender las noticias que los periódicos
dan de esos asesinatos, si es que usted tan sólo quiere descu­
brir los hechos. En nuestra condición de mujeres, tenemos el
derecho a informar lo que comprendemos y eso habla de la
realidad. En la actualidad, dichas noticias sólo se pueden en­
tender si se acepta el supuesto de la prensa de que esos acon­
tecimientos son una "tragedia" en la que el hombre, el asesino,
desempeña la función de héroe trágico. A mí me preocupa que
el retrato que se hace de los asesinos como si fuesen héroes
pudiera estimular a otros.
En 1986 trabajaba en una investigación sobre la violencia
contra las mujeres1, y como parte de ésta seguí la forma en la
que la prensa regional abordaba el asunto. El motivo para
incluir el seguimiento que hice de la prensa iba más allá de
explorar las formas en las que la lectura del crimen, y en par­
ticular de la violencia contra las mujeres, moldea nuestras
percepciones del mismo y de nuestra seguridad o de la falta
de ésta. Los documentos que estudiábamos básicamente eran
regionales; entre ellos el periódico vespertino de Leeds, el
Evening Post, el Telegraph and Argus, el diario vespertino de
Bradford, y el Yorkshire Post, que no obstante su título es un
periódico de circulación nacional2.

1 "Mujeres, violencia y prevención del delito", investigación hecha a


solicitud del Consejo Metropolitano de Yorkshire. Entrevistamos a todas las
dependencias de Asistencia Social, a un par de abogados, a la policía y a una
muestra representativa de las mujeres. Estudiamos varios casos judiciales y
analizamos la prensa local y nacional de un año. El informe del estudio
realizado por Jal na Hammer y Sheila Saunders fue publicado por la Universidad
de Bradford en noviembre de 1987.
2 La mayoría de las amas de casa de Leeds y de Bradford tiene un periódico
vespertino que difunde las noticias locales y nacionales. Lo común en estos
periódicos es que cuando llega a suceder un acontecimiento nacional lo
publican en la primera plana, y a los sucesos locales pasen a las páginas
interiores. De no ser así, lo normal es que predominen las noticias locales. La
mayoría de esas mujeres también lee un periódico matutino, generalmente
tabloide de circulación nacional que no trae noticias locales.
El Yorkshire Post, un periódico de circulación nacional (de 92, 629
ejemplares, de los cuales se distribuyen 41,211 en la ciudad) publica noticias
locales, a diferencia de los otros periódicos de circulación nacional. En
coincidencia, el más derechista de esos periódicos/el Telegraph and Argus
(Bradford y sus alrededores, tiene una circulación de 83.140 ejemplares) dio
más detalles sobre el asesinato que Cárter cometió, en tanto que el Yorshire
En mayo de 1986 sucedieron varios asesinatos de muje­
res a manos de sus maridos, quienes posteriormente se suici­
daron. Tres sucedieron en un mes en Yorkshire. Otro, el de
Peggy Hall y su hija Jane Oliewicz, fue cometido por el mari­
do de Peggy, quien después se suicidó. Mientras archivaba
los recortes de la prensa, me horroricé por la forma en la que
se informó de esos asesinatos seguidos por el suicidio. Sin
ningún análisis a profundidad, eran evidentes algunas pala­
bras y frases, ciertos supuestos.
En primer lugar, los asesinatos-suicidios fueron descritos
siempre como "tragedias", no como asesinatos; por ejemplo:
"disputa familiar transformada en tragedia" o "muerte trági­
ca del corredor Ace Kenny". Segundo, inicialmente la prensa
local los expuso como "misteriosos" — tal es el caso de "la
muerte a balazos de Moor que sigue siendo un misterio".
En realidad no había misterio alguno en ninguna de esas
muertes. Los hombres mataron a las mujeres —de diferentes
maneras — y luego se suicidaron. Lo que se mistificó fue la
forma en la que en los periódicos los describieron; algunos
no expusieron los suficientes detalles para comprender lo que
había sucedido y otros pusieron los pormenores en las pági­
nas interiores; se suponía que los lectores tendrían suficiente
con enterarse de que la tragedia había ocurrido.
Un detalle significativo que los periódicos ignoraron o
enterraron fue que en todos los casos las mujeres estaban por
dejar a los maridos, ya los habían dejado o les habían pedido

Evening Post (Leeds y sus alrededores, con una circulación de 439, 432
ejemplares, llamado Evening Post de circulación regional, y para evitar
confundirlo con el Yorkshire Post se concentró en la presentación de Kenny
como un astro deportivo local. Es probable que por vivir Cárter cerca de
Bradford, él supusiese que los lectores se interesarían en los "detalles".
el divorcio —es decir, los estaban dejando para empezar una
vida nueva, lo cual, a como diera lugar, ellos no les permiti­
rían. Cuando se reconocía este detalle se hacía desde el punto
de vista del asesino: "Pareja separada unida en la muerte".
Así fue com o un periódico anunció las m uertes de Jean
Whisker y de Pam Cárter, ambas enterradas al lado de los
hombres que las mataron. Los asesinos eran los que querían
estar unidos en la muerte con sus mujeres. Lo que ellas que­
rían era el divorcio y una vida nueva lejos de sus esposos.
Los periódicos no informaron del acontecimiento como
una tragedia para ellas. Fue una "pareja trágica" o una "fami­
lia trágica". Escribir acerca de los esposos "unidos en la muer­
te" evoca romance, como el final de Romeo y Julieta. "Pero, al
menos, están unidos en la muerte".
En ningún caso se trató de suicidios dobles. No fueron
muertes accidentales. Esos hombres no dejaron que sus mu­
jeres se fueran; las mataron para impedir que los dejaran o
que vivieran alejadas de ellos.
Sin embargo, en ninguna parte de la prensa se acusó a los
cuatro asesinos —ni una sola palabra de acusación para nin­
guno de ellos —. En el asesinato que Peter Hall cometió, salió
a la luz que había abusado de su hijastra y que cuando lo
descubrieron asesinó a su esposa, violó y asesinó a su hijastra
y se suicidó. Los servicios sociales fueron culpados de la "Tri­
ple tragedia".
¿Cómo fue que ningún periódico ni siquiera haya sugeri­
do que esos hombres, esos asesinos, habían hecho algo malo?
Porque el hombre que mata a su mujer y luego a sí mismo es,
por excelencia, el héroe trágico.
En el informe de uno de esos asesinatos seguidos por el
suicidio la referencia directa fue el Otelo de Shakespeare. Pre­
vio al análisis detallado del asesinato, creo que es útil consi­
derar cómo es que los hombres ven a Otelo. Esto es lo que
dice un (famoso) crítico: "Antes de que nos conmovamos por
completo con la tragedia de Otelo, antes de que juzguemos
que para él era fundam ental matar a Desdémona, hay una cues­
tión esencial: no existe ni la menor sombra de duda en noso­
tros de que al quedar sólo en el mundo, luego de la muerte de
su amada, él tendría, necesaria e inmediatamente, que herir­
se a sí mismo con la misma daga [...] Ésta no sólo es una
necesidad moral, sino la condición absoluta de la que depen­
de nuestra simpatía por la tragedia"3. Así que si algún hom­
bre cumple con esta condición, se convierte en el héroe que
despierta nuestro interés.
En mayo de 1986 Pam Cárter fue asesinada por su esposo
Kenny. Después él se voló los sesos. Kenny había sido corre­
dor de motocicletas. Éste pequeño dejo de fama le aseguró, al
asesino y suicida, recibir una extraordinaria publicidad (las
ocho columnas) de dos periódicos locales, el Evening Post (de
Leeds) y el Telegraph and Argus. También se dio cuenta de esta
noticia en el Yorkshire Post.
Se abordó el relato como la tragedia de Kenny-Carter,
"Speedway Ace". Las ocho columnas del Evening Post fueron
"Speedway Ace y su esposa encuentran la muerte", seguidas
de "Las presiones sobre la estrella deportiva". El encabezado
de la nota en las páginas interiores era: "Doble tragedia de
Bike Ace".
¿Cuál fue su doble tragedia? De acuerdo con el relato del
periódico, parecería que él mató a su mujer y luego se suicidó
debido a las presiones de ser un as de la motocicleta. Hubo
amigos de él que dijeron a la prensa, por ejemplo: "La gente

3 Stendhal, Life ofRossini (1824), trans. R. N. Coe (London: Calder, 1956),


207 (énfasis de Stendhal).
no entiende las presiones que los corredores sufren. Sólo pue­
do creer que, en el caso de Kenny, éstas se acumularon y se
acumularon y algo sucedió"4. Es claro que éste fue el ángulo
del asesinato que el Evening Post escogió. Ese periódico debió
de tener más información, puesto que el Yorkshire Post dio
más detalles, y ambos se producen en el mismo edificio. Pero,
el Evening Post se contentó con enlistar los detalles de los triun­
fos y de los fracasos de Kenny en las carreras.
El Yorkshire Post, bajo el encabezado de "Tragedia luego
de que la esposa 'deja' a Race Ace", nos dice que la señora
Cárter se había ido a vivir con sus padres llevándose a sus
hijos. Ella regresó al domicilio conyugal para recoger sus per­
tenencias, quizás pensando que su marido no estaría allí.
Sin embargo, sin poder cambiar a un periódico de mejor
calidad, que por lo general no leen las mujeres, había todavía
información de fondo, los secretos de las mujeres. En ese
momento alguien me comentó que conocía a la peinadora de
la señora Cárter, la cual me dijo que, por años, Ken Cárter
acostumbraba a pegarle a Pam y que ella había comentado
que lo dejaría.
Desde el punto de vista de ella, la historia que se pudo
haber declarado a la prensa, era similar a la de muchas muje­
res que pasan por los refugios de Ayuda a la Mujeres, de aquí
y de todas partes. Finalmente, después de sufrir violencia de
parte del hombre por años, la mujer deja el hogar. Cuando
ella cree que él no está en casa, regresa a recoger sus cosas.
Sin embargo, a Pam Cárter le sucedió que fue sola a su hogar
y que él estaba allí y la asesinó. Pero escribir esto era conver­
tir a Kenny en el villano de la obra, por lo que el periódico no
lo hizo.

4 Yorkshire Evening Post, 22 de mayo de 1986.


La siguiente cobertura de la prensa local fue el funeral
que se concentró en que se les enterró juntos: "Unidos de
nuevo en la tumba", fue el titular del Telegraph and Argus,
que más adelante nos dijo: "Trágica pareja de motociclistas:
Kenny Cárter y su esposa Pam, fueron enterrados juntos". El
Evening Post sigue una línea similar, pero atento a que Kenny
era una estrella del lugar, encabezó la nota con un "Adiós a
Kenny" y "Los admiradores del motociclismo le rinden tri­
buto a Kenny".
El Telegraph and Argus descubre entonces otro ángulo, la
sospecha de Kenny de que su esposa tenía un amante. "Celos
trágicos de Kenny" dice el encabezado. Los amigos de Kenny
revelaron los temores de éste de que Pam tuviera un amante,
así que cuando Pam se fue, "selló su suerte". Pero, los amigos
de Pam dijeron que ella nunca le fue infiel.
Con este nuevo elemento, el caso tiene todos los elemen­
tos de una verdadera tragedia, al estilo de Otelo, con Kenny
convertido en héroe trágico.
La prensa contó con la ayuda de ciertos comentarios del
juez de instrucción para elaborar esta versión de los hechos,
cuando aparecieron las noticias finales.
El Evening Post fue claro en su encabezado: "El demonio
verde de las suposiciones de celos mata a dos". Un ángulo
mejor que el de las presiones del las carreras de motocicletas
—ahora Kenny era completamente inocente—.
El Yorkshire Post no exculpó a Cárter por completo, pero
siguió la misma línea: "Los celos convirtieron a un marido
en asesino", decía el encabezado. "Kenny Cárter, que no to­
leraba perder en las carreras, fue consumido por la creencia
de que su esposa, Pam, tenía un amorío. Pero tanto el padre
de la señora Cárter como sus amigos cercanos dijeron a los
investigadores de Halifax que el señor Cárter había cometi­
do un error terrible —la madre de sus hijos era una esposa
f i e l - " 5.
Los detalles de la investigación aparecidos en el Yorkshire
Post y en el Telegraph and Argus, pudieron contar una historia
diferente. Pero los dos periódicos decidieron concentrarse en
el ángulo de los celos, y ambos terminaron su información
con las palabras del juez instructor: "Que la pareja descanse
en paz".
El Telegraph and Argus puso este encabezado: "Los celos lle­
varon al trágico Kenny a m atar". En la nota nos enteramos de
que:

Al principio de la investigación, la señorita Healy, la amiga


cercana antes mencionada, dijo que hubo riñas y que Pam ya
no soportaba el carácter celoso y violento de Kenny. Inclusive
antes de casarse, Ella le había comentado que él solía golpear­
la. Pam había dicho que quería dejar a Kenny pero que éste le
advirtió: "Tú no vas a dejarme. Tú nunca me vas a dejar, tú no
puedes dejarme y si lo intentas te mato". Dos días antes de la
tragedia, Pam se fue a vivir con sus padres y se llevó a los ni­
ños con ella. Su padre fue a la casa de Cárter y se llevó sus
cuatro pistolas. Pero el 21 de mayo, el día de la tragedia, Kenny
pidió prestada una pistola automática a un amigo y compró
tres cajas de balas6.

El Yorkshire Post dio detalles más claros del asesinato. Pam


entró a la sala. "Le disparó a su esposa los primeros tres bala­
zos desde las escaleras [...] A pesar de estar herida en las
piernas, ella trató de correr a su Land Rover estacionado en el

5 Yorkshire Evening Post, 25 de mayo de 1986.


6. Telegraph and Argus, 25 de julio de 1986.
patio; cayó boca abajo, y el señor Cárter le puso la pistola
atrás y jaló dos veces del gatillo"7.
¿Pero el Yorkshire Post llamó a esto como un "intento he­
roico para escapar de la esposa?". En lugar de eso, rápida­
mente la nota cambió los detalles del suicidio de Cárter y la
llamada a su amigo. Así, el horror del asesinato de Pam se
perdió entre las declaraciones de remordimiento y amor ha­
cia ella y a su familia.
Así es que aquí tenemos una reconstrucción de los he­
chos con la que la prensa convirtió un feminicidio en una
tragedia shakesperiana, con el asesino visto como un héroe
trágico, el héroe de una doble tragedia en la que ambos mu­
rieron por los celos. Pero, por lo menos, están "de nuevo jun­
tos en la tumba".
¿Esto nos debe preocupar? ¿Qué más da si los periódicos
sólo informan desde el punto de vista del marido asesino y lo
glorifican? Creo que la forma de presentar los "hechos" afec­
ta nuestra manera de pensar y de actuar. No estoy sola en
esto: de manera particular, el gobierno del Reino Unido ha
puesto interés en los informes prejuiciados. En lo que toca a
las mujeres, creo que este tipo de noticias conduce a la enaje­
n ació n . P o d em os a ce p ta r esa in fo rm ación sobre un
feminicidio como tal, como otro acontecimiento misterioso,
pero estamos alejadas de las mujeres que lo sufrieron, sin com­
prender qué les sucedió, sus motivos y sus decisiones frus­
tradas. O también podemos encogernos de hombros, como
comúnmente lo hacemos, con la información prejuiciada y
tratar de encontrar la verdad en los chismes femeninos. Esta
opción, sin embargo, nos lleva a aceptar una condición social
marginada en el mundo. Lo que importa para nosotras las

7 Yorkshire Post, 25 de julio de 1986.


mujeres es tratar de vivir nuestras vidas y comprender nues­
tras vidas y las vidas de los que nos rodean.
Los hombres deben de saber, después de leer estas noti­
cias, que si matan a sus mujeres y luego se suicidan se les
dará un trato de héroes trágicos.
¿Y si los relatos hubieran sido diferentes? Inclusive di­
rían, en lenguaje periodístico: "Esposa, brutal y deliberada­
mente asesinada por su marido". ¿Qué pasaría si, sin medias
tintas, dijeran que se trataba de un tipo inadaptado e incapaz
de continuar con el hecho de que su esposa lo dejara? ¿Y si lo
describieran como un lunático o inclusive como un ser des­
preciable? La noticia se concentraría en ella y en su valiente
intento —frustrado — por iniciar una nueva vida.
Creo que pocos hombres lo harían si supieran qué tipo de
difusión se les daría, pero no sé qué tan pocos. Aunque fue­
ran pocos serían importantes.
Por último, pienso que esto es importante para las muje­
res que m urieron: P eggy H all, Jane O liew icz, A lison
Robertson, Jean Whisker y Pam Cárter.
"¿Eso es entretenimiento?":
Jack el Destripador y la venta
de violencia sexual
Deborha Cameron

L o s británicos son famosos por su sentido de la historia, su


amor a las festividades históricas y sus celebráciones tradi­
cionales. Y, después de todo, ¿qué podría ser más tradicio­
nal, más parte de nuestra historia que la violencia masculina
contra las mujeres? Esta particular tradición está indicando
un centenario notable que ocurrirá este año. En 1988 se cum ­
plen cien años del más ilustre asesino de mujeres de la Gran
Bretaña, el hombre al que todos conocemos como Jack el
Destripador; ya comenzaron las celebraciones, para el placer y
las ganancias de los interesados. Los "Destripadorologistas",
como se dan a llamar jocosamente, están ocupadísimos pre­
parando una multitudinaria fiesta de cumpleaños. Los di­
rectores de las casas editoriales están produciendo nuevos
libros en los que reexaminan las personalidades y los acon­
tecimientos como si fueran salchichas. El momento real del
centenario, que tendrá lugar en los días del próximo otoño,
estará lleno de celebraciones conmemorativas, de reporta­
jes de la prensa y de recuerdos sobre el Destripador (pla­
nean vender camisetas, bolsas y tarros). Lo que pasará por

Reimpreso de Trouble and Strife. Primavera de 1988, pp. 17-19.


alto en esas festividades inconscientes —excepto quizá para
las feministas que carecen de sentido del h u m o r— es el
verdadero significado de lo que Jack el Destripador hizo, y
lo que todavía, cien años después, hacen los asesinos
sexuales.

Atracción turística
Vale la pena señalar que el interés público no comienza ni
termina con este centenario. Éste sólo ha intensificado lo que
ya existe: una industria cultural fundada en "Jack". Desde
hace muchos años, el Destripador ha sido parte de lo que la
gente considera una "herencia nacional". Él es un símbolo
del desaparecido Londres Victoriano, un East End idealizado
de calles de adoquines e iluminación de gas.
Esta versión de la historia hace ver al Destripador como
una atracción turística y como una fuente de orgullo local.
Aparece en todos los museos de cera del país, en Londres se
encuentra en una docena de formas diferentes. El Trocadero
de Piccadilly Circus ofrece a sus visitantes la auténtica "ex­
periencia de Jack el Destripador", en East End se puede hacer
una visita guiada por el "Londres de Jack el Destripador" y
term inar con una pinta de cerveza en el bar de Jack el
Destripador. Esto no es especialmente ofensivo para nadie
(¿acaso hay una taberna en Boston llamada El Estrangulador
de Boston o una en Cam bridge llam ada El Violador de
Cambridge?). Jack el Destripador ha sido santificado a con­
ciencia, lo han convertido en un héroe popular como Robin
Hood. Su historia se ofrece como una diversión inocua: sólo
a un aguafiestas simplón se le ocurriría decir que se trata de
una historia de misoginia y sadismo.
El filo de una espantosa cuña
Si los que promueven a Jack como un personaje londinense
más son culpables de minimizar o ignorar su misoginia, hay
otros que están explícitamente fascinados con él y decididos
a explotarlo por sus beneficios financieros. Por ejemplo, el
juego de computadoras Jack el Destripador que acaba de apa­
recer (la publicidad sugiere que el momento no es una coinci­
dencia) revive los asesinatos en todos sus detalles. Entre las
imágenes que salen en la pantalla del ordenador se encuen­
tran las de mujeres con las gargantas cortadas y sus intesti­
nos de fuera, y no son de computadora ni son dibujos, sino
fotografías sumamente realistas de modelos. Este juego no ha
recibido la autorización para su venta en general —tiene la cla­
sificación de "18", es decir, únicamente para adultos—, y es el
primer juego de computadoras que tiene esta restricción.
Sería interesante ver si a partir de este pionero ejemplo
surge un nuevo género de juegos de video y computadora
sádico-pornográficos. De ser así, otra vez Jack el Destripador
habrá desempeñado su insidiosa función de puente entre lo
que se considera "entretenimiento" y lo que se percibe con
toda claridad que es ofensivo. En otras palabras, el filo de
una cuña espantosa.

Destripadorología
Otro lugar donde impera la misoginia es en los escritos pseudo
intelectuales de los llamados " destripadorologistas". Como
dije, el próximo aniversario ha inspirado un nuevo brote de
publicaciones de "especialistas" repletas de gemas como ésta:
"El placer sexual era con toda seguridad abundante para todo
hombre sin necesidad de llegar al asesinato [...] la violación
era, en un sentido, innecesaria en la Inglaterra del siglo dieci­
nueve"1. Lo que surge en este tipo de escritos, independien­
tem ente de la ignorancia vu lgar y de la com placiente
estupidez masculina (todos los destripadorologistas que co­
nozco son hombres) es la incitación erótica malamente disi­
mulada con la idea de matar por placer sexual y, en el caso de
Jack el Destripador, salirse con la suya.
La verdadera historia de Jack el destripador es menos aco­
gedora que la versión oficial que se ofrece a los turistas, y
menos heroica que la fantasía de los destripadorologistas.
Recordemos los hechos sobresalientes del caso y asociémoslos
con acontecimientos actuales.
En el barrio East End de Londres en 1988 un hombre, cuya
identidad nunca se descubrió, realizó varios asesinatos particu­
larmente monstruosos2. Las víctimas —hasta donde sabe­
m os, cinco en to ta l— eran m ujeres pobres de la clase
trabajadora dedicadas a la prostitución, porque sus ingre­
sos del comercio callejero o los provenientes de la caridad
eran insuficientes para mantenerse (aquí las cosas no han cam­
biado mucho que digamos). Todos los cuerpos de las muje­
res fueron encontrados en condiciones similares: mutilaciones
enormes y con el vientre abierto. En el que se llamó "el otoño

1Colin Wilson y Robin Odell, jack the Ripper: Summing Up and Veredict.
(Nueva York, Bantam, 1987).
2 Las especulaciones sobre la identidad del Destripador son en sí una
industria y van desde la ociosidad hasta el ridículo. Quizá las mujeres conocen
la teoría de que un integrante de la Familia Real o los masones cometieron los
asesinatos. Liz Frazer y yo tomamos en cuenta esas ideas cuando
investigábamos para la elaboración de nuestro libro The Lust to Hill , y pensamos
que no hay pruebas suficientes para respaldarlas. Todo lo que sabemos es
que "Jack" debió haber sido un hombre.
del terror" la policía londinense recibió cartas de un hombre
que sostenía ser el asesino y firmaba con el nombre de "Jack";
una contenía sus motivos: "Estoy harto de las putas y no voy
a dejar de destriparlas hasta que no acabe con ellas".
Se habló de los asesinatos de muchas maneras. Para algu­
nos la prostitución misma era el problema, y la solución era
tener una mayor vigilancia sobre la actividad sexual de las
mujeres. Otros pedían que el gobierno acabara con los chi­
queros de East End en los que, se pensaba, nacía la necesidad
bestial del asesino. Incluso hubo quienes culparon de todo a
los extranjeros o a los judíos.
En esta confusión de misoginia, clasismo y racismo co­
rrespondió a unas cuantas mujeres hacer la relación entre los
actos del Destripador y el grado general de violencia mascu­
lina contra las mujeres. Dicha violencia fue parte de la expe­
riencia diaria de mujeres de todas las clases, comunidades y
condiciones, "respetables" y "perdidas", por igual. Además,
esta violencia era condonada por la misma gente que ahora
podría estar au llan d o en d em an d a de la san gre del
Destripador. La señora Fenwick Miller escribió en una carta
al Daily News en 1988 que "semana a semana, mes con mes,
las mujeres son pateadas, golpeadas, atacadas, aplastadas,
apuñaladas, marcadas con vitriolo, mordidas, despojadas de
sus órganos con varillas al rojo vivo, hasta que se les hace
pedazos, y son sentadas deliberadamente en el fuego, —y si
la mujer muere, esta agresión se llama "carnicería humana" y
si sobrevive, asalto común". Es interesante, dicho sea de paso,
que los escritos de los destripadorologistas nunca se refieren
explícitamente al tipo de protestas feministas que representa
la carta de la señora Miller—, por lo menos un autor la men­
ciona de manera directa, pero sin darle crédito. Que esa mu­
jer analizara y resistiera la violencia masculina en 1888 es un
hecho de importancia que con frecuencia se oculta; no es muy
probable que se le vaya a mencionar en las celebraciones del
aniversario.
Como podemos ver, por las observaciones de la señora
Miller, la realidad poco ha cambiado en los últimos cien años.
La violencia masculina contra las mujeres continúa impune,
y el tipo de asesinatos de los que Jack el Destripador fue pio­
nero se han repetido desde entonces con intervalos regula­
res. El "Blackout Ripper" de los años cuarenta, "Jack the
Stripper" en los sesentas y el "Yorkshire Ripper" en los se­
tentas, son tan sólo los ejemplos más notorios de hombres
que decidieron continuar la tradición del Destripador.

Héroe cultural
La palabra "tradición" es apropiada aquí, porque es claro que
muchos hombres han sido admiradores e imitadores cons­
cientes de este asesino en su condición de héroe cultural. Por
ejemplo, cuando se juzgó al "Yorkshire Ripper" la policía re­
cibió una cinta de un hombre que se llamaba a sí mismo
"Jack". Este hombre, que no era más que un farsante cuyos
esfuerzos entorpecieron la investigación, se inspiró, sin lugar
a dudas, en los asesinatos de Whitechapel con los que estaba
perfectamente familiarizado. El verdadero asesino, Peter
S u tcliffe, tam b ién co n o cía a fon d o la le y e n d a del
Destripador. Solía contemplar un modelo de "Jack" en el
museo de cera del pueblo costero de Morecambe (de nueva
cuenta la misoginia convertida en atracción turística —¡ahora
el museo tiene también la estatua de Sutcliffe!). También em­
pleó la misma defensa de "estar harto de las putas"; a su
hermano le dijo que iba a "limpiar las calles". Su actitud era
tan aceptable en 1981 como lo fue la de Jack en el Londres
Victoriano de 1888.
El centenario del Destripador hace que me pregunte: ¿por
qué to d a esa n o stalg ia por el "L o n d re s de Jack el
Destripador"? ¡Si como quiera que sea aún vivimos en él! El
asesinato sexual sádico de mujeres llevado a cabo por hom­
bres no desapareció con los adoquines y las lámparas de gas.
Por el contrario, las actitudes y las estructuras de poder que
dan lugar a los asesinatos por motivaciones sexuales nos si­
guen acompañando hasta nuestros días, y así el Destripador
sigue siendo una fuente de inspiración para que los hombres
comentan horribles actos de violencia aquí y ahora. El objeti­
vo del centenario de los asesinatos de Jack el Destripador como
ocasión propicia para una celebración nacional, no significa
tan sólo trivializar la matanza de mujeres sucedida en el pa­
sado sino regocijarse con la violencia contra nosotras. Ese re­
gocijo es un insulto a la memoria de aquellas mujeres que
murieron a manos de los hombres en estos cien años. Para las
que sobrevivimos, es un doloroso recuerdo de qué tan poco
la sociedad valora nuestras vidas.

Un aniversario grotesco
A medida que este grotesco aniversario se acerca tenemos
que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para asegurar
que no se olviden el sufrimiento de las mujeres y su resisten­
cia. Se ha convocado a realizar diferentes tipos de protesta y
de intervenciones directas. Como mínimo, las feministas de­
bemos escribir cartas de queja a los que manufacturan y ven­
den p ro d u cto s de "Jack el D e strip a d o r", (p od ríam os
comenzar con el video juego). También debemos tener en
mente que podemos hacer pequeñas manifestaciones en los
lugares de atracción turística como, Trocadero, así como rea­
lizar actos especiales para el centenario.
Me gustaría ver que las feministas organizáramos nues­
tros propios actos, pensados con la intención de llevar la aten­
ción precisamente a lo que los otros quieren ocultar: la
persistencia y el significado de los asesinatos por motivos
sexuales y, de manera más amplia, la forma en la que la so­
ciedad está impregnada de violencia masculina. Una de las
cosas que siento con mayor intensidad, es que tenemos que
encontrar la forma para conmemorar públicamente a las cin­
co mujeres que fueron asesinadas por Jack el Destripador,
junto con otras mujeres que han muerto a manos masculinas
desde entonces. Los que glorifican al asesino tienen que ver­
se obligados a recordar a las víctimas, y aunque las feminis­
tas por lo general evitan la palabra víctima, en el caso de los
asesinatos por motivos sexuales no hay otra más exacta.
Finalmente, creo que sea lo que sea que hagamos, tene­
mos que estar conscientes, y hacer conscientes a otros, de que
nuestra resistencia a la violencia masculina tiene un contexto
y una historia. Decimos lo que nuestras hermanas dijeron an­
tes que nosotras: condenamos la violencia masculina en to­
das sus formas, y protestamos contra la actitud que cree que
los asesinatos por motivos sexuales son una distracción in­
ofensiva y un motivo de celebración.

Campañas de agitación
¡Detengan las prensas! Después de que este artículo fue es­
crito, una campaña organizada por mujeres del East London,
y respaldada por el consejero local de mujeres, llevó el asun­
to del bar Jack the Ripper a la atención pública, y el resultado
fue que la cervecería aceptó cambiar el nombre por el origi­
nal "Four Bells". Esto demuestra que la agitación puede ser
efectiva.
Snuff: Lo último en odio
contra las mujeres
Beverly Labelle

u n u jfe s el nombre de una película, que tuvo mucha publici­


dad, que pretende mostrar el asesinato y el desmembramien­
to real de una joven. Fue exitosa debido a la carnicería de su
secuencia final que duró cinco minutos.
La película salió a la luz en 1975, poco después de que la
policía de la ciudad de Nueva York informó que había con­
fiscado varias películas pornográficas sudamericanas, "clan­
destinas", que contenían la filmación de asesinatos reales. Esas
películas recibieron el nombre de snuff (es la contracción de
snujfout: apagar) porque las actrices fueron asesinadas (apa­
gadas) ante las cámaras para excitar a los hastiados palada­
res sexuales de un selecto público adicto a la pornografía, que
necesita a la muerte como afrodisíaco más que al mismo sexo.
Con el hallazgo de la policía despertó la curiosidad del mer­
cado pornográfico común, y así nació la idea de una película
snuff comercial.
La película se desarrolla en torno a una secta sudamerica­
na dominada por un hombre llamado Satán. Todas sus se-

Reimpreso de 7a/ce Back the Night; Women on Pornography, editado por


Laura Lederer, William Morrow, Nueva York, 1980, pp. 272-76.
guidoras son jovencitas encantadoras que están dispuestas a
robar, golpear y matar si así se los ordena. Antes de unirse a
esta exclusiva secta, las mujeres tienen que pasar por una tor­
tura de iniciación que selle su compromiso con Satán. Hay
un poco de retórica sobre matar al rico en venganza por el
sufrimiento de los pobres, pero es un tema menor que no al­
canza a destacar y que, obviamente, se agregó para tratar de
justificar la violencia de la película. La secta también com­
parte algunas creencias ocultas y confusas con las películas
de "horror" de los sábados en la tarde. Sin embargo, el direc­
tor tenía la esperanza de crear un paralelo entre las seguido­
ras de Satán y la "familia" de Charles Manson. Las similitudes
entre ambos son tantas y tan evidentes como para que sean
pura coincidencia. Sin lugar a dudas en Snuff se emula deli­
beradamente la imagen de Charles Manson como nuevo pro­
totipo de actividad sexual y de violencia.
La trama es confusa, pero al final resulta claro que la sec­
ta planea una matanza ritual para vengar el sufrimiento de
los pobres y a la deidad demoniaca de su "religión". La ban­
da de místicos comienza por matar personas al azar, ninguna
de las cuales parece pertenecer a las clases superiores. En una
escena, una de las integrantes de la secta decide vengarse de
su ex amante y lo castra con un rastrillo de rasurar. No se ve
la castración real, sólo escenas de un rostro contraído por la
agonía. Quizás el director pensó que una escena de un hom­
bre destruido por una mujer alejaría al público masculino, si
se presentara de manera explícita. Luego de esta truculenta
escena, enloquecidos por la sangra, las seguidoras se alistan
para el esperado sacrificio de su "víctima perfecta": un bebé
nonato listo para brotar del vientre de una rubia (sin duda, la
reencarnación de Sharon Tate). Primero asesinan a tiros a su
próspero amante y luego rodean la cama donde ella yace ate­
rrada con un vientre enorme que se destaca cubierto por las
sábanas de satín. La daga se eleva en una invocación a los
"poderes del mal" y se clava salvajemente en su estomago, el
cual explota con los sonidos de la sangre y del líquido
amniótico que fluyen a borbotones.
Por un momento se hace el silencio, antes de que la cáma­
ra retroceda y podamos ver al personal de la película hablan­
do del éxito de la escena final. Una preciosa jovencita rubia,
que parece ser ayudante de la producción, le dice al produc­
tor que está muy excitada sexualmente por el apuñalamiento
del final. El atractivo director le pregunta si le gustaría ir a la
cama con él para realizar sus fantasías. Se revuelcan en la
cama hasta que ella se da cuenta de que la filmación sigue,
protesta y trata de apartarse. El director toma la daga que
está en la cama y le dice: "Puta, te voy a dar lo que quieres".
Lo siguiente se escapa a todo lenguaje. Lentamente hunde la
daga por todas partes y la despedaza. La repulsión del públi­
co se ahoga en la cantidad de sangre, dedos cercenados, bra­
zos que vuelan, piernas amputadas, y de su boca sale sangre
que corre como un río antes de que ella muera. Pero el clímax
está por llegar. En un momento de maldad pura, él le abre el
abdomen y derrama sobre su cabeza sus visceras en un grito
de conquista orgásmica. El fin se desvanece en la oscuridad.
Al final de la película no hay créditos.
Snuff fue una de las primeras películas pornográficas que
despertaron fuertes protestas del sector feminista de la po­
blación. Fue el momento sin retorno de nuestra conciencia
sobre el significado que se escondía detrás las de incontables
películas y revistas consagradas al cuerpo femenino desnu­
do. Snuff nos hizo dejar de voltear cada vez que pasábamos
por una sala de cine clasificación X, y nos obligó a echar una
mirada a fondo a la industria de la pornografía. Las sangrien-
tas imágenes de Snuff, al fin convirtieron a la misoginia de la
pornografía en una preocupación fundamental de las femi­
nistas.
En cualquier lugar del país donde aparecía la película, las
feministas se movilizaban para protestar. En San Diego, a fi­
nales de septiembre de 1977, una feminista informó que en
una sala de la ciudad se exhibía Snuff. Una red telefónica
improvisada informó a las mujeres de los grupos feminis­
tas, a los grupos comunitarios y a los grupos religiosos, y
los convocó a una reunión esa noche en The Women's Store.
Ahí las mujeres propusieron tácticas y decidieron formar
un piquete frente la sala de cine la siguiente noche. Esto es
lo que sucedió; tomado de una carta escrita al New Woman's
Times:

Unas cuarenta mujeres nos manifestamos la siguiente noche


una hora antes de la exhibición de la película. Hicimos un cír­
culo y caminamos frente al teatro cantando "¡Detengan Snuff
ahora!" y "Esto es violencia contra las mujeres". Repartimos
los volantes que habíamos imprimido ese día, a la gente que
venía del supermercado y de otras tiendas cercanas. Además
pudimos exponer, a mucha gente de la ciudad, nuestra preocu­
pación porque varios canales de televisión llegaron a informar
del piquete. El Canal 8 sensacionalizó la película, y entrevistó al
dueño de la sala de exhibición y a los espectadores por mucho
más tiempo que a nosotras; sin embargo, los otros canales in­
formaron de manera más equilibrada, con lo cual se llevó a los
hogares el problema de la violencia contra las mujeres.
Dos horas después de haber iniciado la protesta, nuestra in­
tervención era un éxito: nadie entró a la sala. Marchamos du­
rante cinco horas. Antes de alejarnos, hablamos con el gerente
de la sala de exhibición para ver si dejaba de exhibir la pelícu-
la. Dijo que se había hecho mucha publicidad y que se exhibi­
ría una semana más. Le dijimos que volveríamos la siguiente
noche.
Cuando regresamos, habían cambiado la película. Supusi­
mos que era resultado directo de la presión de la comunidad
que ejercimos con nuestra protesta específica contra Snuff.
Nuestro último acto fue una visita al San Diego Union, el pe­
riódico de la ciudad. El director nos dijo que podíamos estar
seguras de que no anunciarían Snuff si llegase a otra sala de
San Diego1.

Denver, Colorado, fue escenario de otra protesta contra


Snuff:

Las mujeres de Denver protestaron por el intento de exhibir


Snuff. Dos de nosotras organizamos una campaña telefónica,
de gran alcance, contra la cadena de salas de exhibición para
acosar al propietario sin cesar. Distribuimos folletos por toda
la ciudad y en el barrio donde se ubica la sala. Luego hicimos
una petición al Procurador del distrito de Denver, Dale Tooley,
quien (por estar cercanas las elecciones) prohibió la película y
se llevó todo el crédito.
Preparadas para protestar contra la película o para interrum­
pir su exhibición, nos presentamos en el teatro antes de saber
que la película se había prohibido, pero no tuvimos que hacer­
lo, la presión al procurador había dado resultado2.

En la ciudad de Nueva York Snuff se exhibió por primera


vez en una sala del Times Square, en un momento en el que

1"Cartas al director", New Woman's Times, 1977, Rochester, Nueva York.


(Gracias a Martha Gever por escarbar en busca de esta información).
2 Ibid.
se le daba enorme publicidad a la exhibición privada de pe­
lículas pornográficas en las que se mostraban violaciones y
asesinatos reales. La película se ofrecía a espectadores que
pagaban entre 100 y 500 dólares3 por verla. Snuff provocó pi­
quetes diarios de feministas que iniciaron una disputa muy
amplia sobre el derecho constitucional a la libertad de expre­
sión. Aquí presento unos fragmentos de los panfletos que las
feministas distribuyeron en la ciudad de Nueva York:

¿Por qué estamos aquí? Nos oponemos a la filmación, distri­


bución y comercialización de la película Snuff, que actualmen­
te se exhibe las 24 horas del día en el National Theater de Nueva
York. El término Snuff se ha empleado en el círculo de las pelí­
culas clandestinas para catalogar a las películas pornográficas
que presentan asesinatos sangrientos de mujeres. Se supone
que esta película fue filmada en Buenos Aires, Argentina, y en
ella se asesina a una mujer real. En la publicidad de la película
que se exhibe actualmente se deja ver que puede tratarse de la
misma película.
El asunto no es si la muerte de la película Snuff es real o
simulada4. El problema es que la violencia sexual se presenta
como entretenimiento sexual; la molestia es que el asesinato y
el desmembramiento del cuerpo de una mujer sean material
de filmación comercial. Es una ofensa a nuestro sentido de jus­
ticia como mujeres, como seres humanas.

3 "Película de violencia apagada (snuffed out) por las protestas de los


piquetes indignados". San Diego Union , septiembre 29 de 1977.
4 Las mujeres estaban realmente preocupadas por la muerte posiblemente
real de una mujer en la filmación de Snuff, pero cuando el distribuidor de la
película negó que la asesinada fuera una mujer "real", de inmediato las
feministas declaramos que el asesinato de una mujer era tan sólo la primera
de las muchas preocupaciones que teníamos con respecto de las películas
snuff.
Algunas mujeres y otras personas conscientes nos manifes-
•tamos en las oficinas del procurador del Distrito de Manhattan,
Robert Morgenthau, para protestar por su negativa a recono­
cer el peligro claro y presente de una película, en este munici­
pio, que pretende ser el registro fotográfico de la tortura y el
asesinato reales de una mujer.
El telegrama firmado por muchos prominentes artistas, reli­
giosos y trabajadores de los servicios sociales, en el que se soli­
cita que se retire esa película no ha recibido contestación del
procurador de distrito. Tampoco ha respondido a las continuas
manifestaciones ante el National Theater ni a los cientos de lla­
madas telefónicas recibidas por numerosos funcionarios de la
ciudad5.

"Los piquetes venden boletos" dijo Alian Shackleton, el


hombre encargado de la distribución y de la publicidad de
Snuff. Shackleton comentó a los periodistas que él estaba ahí
"para hacer dinero, y para que lo notara la industria cinema­
tográfica". También dijo que tenía varias ofertas para hacer
continuaciones de Sn uff6.
Los piquetes, las llamadas telefónicas y las manifestacio­
nes en la oficina del procurador del distrito de la ciudad de
Nueva York, no provocaron ninguna respuesta contra la pe­
lícula, pero en otras ciudades del país, como Búfalo, Los Án­
geles y San José, Snuff salió de ellas en cuanto se iniciaron las
manifestaciones de los grupos de mujeres.
Vale la pena mencionar una serie de acontecimientos
sucedidos en Monticello, Nueva York. Cuando Snuff llegó a

5 Volante distribuido por el grupo feminista de la ciudad de Nueva York


contra Snuff. La comunicante fue Leah Fritz, conocida escritora y periodista
feminista.
6 Snuff, Sister Courage, abril de 1976.
la ciudad se organizó de inmediato una protesta de N O W y
del organismo local de W AVAW (Mujeres contra la Violencia
contra las Mujeres). Más de 150 personas asistieron a la prime­
ra exhibición de la película. El público era de todas las eda­
des (la edad mínima legal era de dieciocho años para ver una
película de categoría X).
Tres mujeres, encabezadas por Jane Verlaine, pusieron su
queja ante la policía luego de la primera exhibición, fundada
en que la película promovía la idea de que el asesinato de
mujeres era sexualmente estimulante. Estos son los aconteci­
mientos que siguieron a la exhibición de Snuff, sacados de las
noticias diarias de The Times H erald Record, un diario de
Monticello:

Miércoles 11 de abril de 1976:


Unos cuarenta manifestantes pacíficos protestaron aquí contra
la exhibición de Snuff, una película que presenta el desmem­
bramiento de una mujer. Los manifestantes, entre ellos un pu­
ñado de hombres, marcharon frente al Rialto Theatre. Portaban
pancartas: "Snuff mata a las mujeres —acábenla". Jean Verlaine,
una de las manifestantes, presentó una queja ante la policía de
Monticello luego de su primera exhibición. La queja se funda­
mentó en que la promoción de la película "difunde y sostiene
que el asesinato de mujeres es sexualmente estimulante". Re­
lató partes de la película a la policía. Mientras registraba la
queja, el sargento Walter Ramsay dijo que el procurador del
distrito, Emanuel Gellman, le había aconsejado: "Como están
las cosas, no hay fundamentos para una queja". Gellman ex­
plicó que no podía emprender acción legal contra el dueño
de la sala de exhibición, Richard Dames, porque "no llegare­
mos a ningún lado si la única queja es la violencia"; sólo po­
demos actuar si se funda en la pornografía. También dijo que
no pensaba que la pornografía estuviese involucrada en este
caso7.

El viernes 12 de marzo las mujeres llevaron su queja al


procurador Emanuel Gellman, y el sábado levantaron un acta.
Richard Dames, fue acusado de obscenidad en segundo gra­
do y le ordenaron presentarse en el tribunal. Mujeres contra
la Violencia contra las Mujeres contrató a un abogado, y am­
bas partes se dispusieron para la pelea.
Después siguieron algunos malos entendidos del tribu­
nal. La defensa pidió la desestimación, y el tribunal levantó
la sesión por tres semanas; éste requirió a WAVAW que le
entregara la película para verla. Cuando la abogada de esta
organización, Andrea Moran también lo hizo, el requerimien­
to fue anulado una noche antes del juicio. Al día siguiente el
juez desechó el caso por falta de pruebas: WAVAW no tenía
una copia de la película. Moran protestó ante esta situación
sin salida y se apeló la decisión. Mientras tanto pasaron diez
meses, pero, finalmente en diciembre de 1977, apareció en el
periódico local esta noticia:

Miércoles 16 de diciembre de 1977.


El Juez del Tribunal Municipal Luois B. Scheinman revocó la
decisión del Tribunal de la Ciudad, y ordenó un juicio por obs­
cenidad contra el propietario de la sala de exhibición, Richard

7 "Grupo de mujeres se manifiesta contra la exhibición de Snuff". The


Times Herald Record, jueves 11 de marzo de 1976.
Dames, en relación con la exhibición de la película Snuff en
Monticello en marzo de 1976.
Esta decisión fue una victoria para el grupo feminista Muje­
res contra la Violencia contra las Mujeres, que había buscado
la acción judicial de acuerdo con el hecho de que la película
que muestra el asesinato y el desmembramiento simulados de
una mujer, es una incitación a cometer actos de violencia con­
tra las mujeres.
El martes, la abogada Moran dijo que se encontraba muy
feliz por la decisión de Scheinman, a la que calificó de "victoria
verdadera para la decencia"8.

Después de esta decisión el abogado de Richard Dames


se comunicó con Andrea Moran. Llegaron al acuerdo de que
éste pediría disculpas a todas las mujeres por haber exhibido
Snuff, y de que ellas se comprometían a retirar los cargos.
Luego de este acuerdo Richard Dames desapareció.

8 "Se ordena juicio por obscenidad en el caso de la exhibición de la


película Snuff". The Times Herald Record, miércoles 17 de diciembre de 1977.
Lo que el hombre blanco no nos
dirá: Informe del Banco de Datos
sobre Feminicidio en Berkeley
(Berkeley Clearinghouse on
Femicid)
Chris Domingo

Exactam ente un mes después del día de las madres de 1991


me encontraba corrigiendo las pruebas del Memory and Rage
(Memoria e ira), el periódico del Berkeley Clearinghouse so­
bre el feminicidio. Sonó el teléfono: "Chris, encontraron el
cuerpo de otra mujer en el estuario de Oakland, el mismo
lugar en el que apareció la victima anterior. Parece que se
trata de un asesino en serie". Enojada y enferma, revisé las
noticias de los periódicos.
La mujer era Leslie Vaile Denevue, una mujer de 43 años
y madre de dos estudiantes de preparatoria, asesinada y de­
capitada, y su torso sin caderas metido en un costal. Siete
meses antes, en el mismo lugar del estuario fue encontrada
otra mujer asesinada de m anera similar. La víctima del
feminicidio del mes de octubre era una mujer negra sin nom­
bre; Denevue, encontrada en mayo, era blanca (Harris, 1991a).

Nota de la autora. La escritura de este trabajo ha sido de verdad un proceso


colectivo. Muchas ideas centrales se expusieron y se alimentaron en el análisis
con Chinosole y Angela Davis del Departamento de Estudios de las Mujeres
de la Universidad Estatal de San Francisco, y con Max Dashu, Melissa Farley
y Rikki Vassall. Además estoy agradecida por su colaboración con Cándida
Ellis, Kathy Kaiser, Naomi Lucks y Helen Vozenilek.
Aquí está el análisis sobre los crímenes de los que matan
en serie de un reportero hombre de un periódico de una ciu­
dad grande:

Usualmente las autoridades policiales definen a un asesino que


mata en serie como tina persona que tiene motivos psicológicos,
que muchas veces escoge al azar a sus victimas sucesivas, y que
las abandona mutiladas, decapitadas, desolladas o torturadas.
Uno de estos asesinos en serie de Oakland disparaba a la
gente cuando manejaba por las carreteras de la región. A otro
le gustaba golpear prostitutas hasta matarlas, mientras que el
tercero estrangulaba a sus víctimas; algunas veces lo hacía des­
pués de rituales sexuales (Harris, 1991a).

¿Por qué este periodista decidió no decir lo que todo en­


cargado de hacer cumplir las leyes sabe: que los asesinos en
serie casi siempre son blancos, que 90 por ciento de las perso­
nas que asesinan son mujeres o niñas? ¿Qué ganamos con
decir que los asesinos que matan en serie lo hacen "al azar?
El periodista emplea repetidas veces la palabra sería en lugar
de hizo o hace. La palabra mujer brilla por su ausencia y se le
reemplaza con las de prostituta o víctima. Un asesino de géne­
ro desconocido "escoge víctimas" y luego "las deja" mutila­
das. ¿Quién las mató? Éstos son los hechos, sin negación y
sin desexualización:

Los funcionarios de la policía saben que un asesino en serie, en


casi todos los casos, es blanco, que mata a una serie de perso­
nas, por lo general mujeres, y las deja mutiladas, decapitadas,
desolladas o torturadas.
Uno de los asesinos múltiples de Oakland estranguló muje­
res, algunas veces después de ofenderlas o violarlas; otro apu­
ñalaba o golpeaba a mujeres dedicadas a la prostitución hasta
matarlas, y el tercero le disparaba a la gente cuando ésta mane­
jaba por las autopistas locales.

Cuán lejos podremos llegar en la solución de un problema


social, si tan sólo comenzamos con describirlo con honestidad.
Unos días después asistí a una graduación de un amigo.
El principal orador, Ramón Cortines, un superintendente del
distrito escolar, abordó los problemas del racismo y del
sexismo. Su observación central fue que "todavía hay proble­
mas, pero hemos avanzado un buen trecho". Habló de cómo
ha cambiado la vida de las mujeres, de cómo se ciñen menos
al estereotipo del ama de casa que alguna vez prevaleció. So­
bre la discriminación racial, sugirió que comparásemos la si­
tuación de un afroamericano actual con la de alguien que vivió
antes de 1950. "Antes de 1950, dijo, los linchamientos de ne­
gros eran comunes". La verdad es que los linchamientos to­
davía existen, además, todos los días de 1991 mujeres de todas
las razas fueron sexualmente mutiladas, golpeadas y estran­
guladas. Me provocó ira que este hombre reconociera lo que
había sucedido en el pasado, pero más que ignorara la vio­
lencia que hoy sufrimos.
La reacción del público y de la prensa a los asesinatos en
serie es perturbadora. No tan sólo se ignora el feminicidio en
la prensa y en los discursos sino que, inclusive, se bromea con
éste y se le emplea como lugar común en las películas para
menores acompañados por adultos. La verdad es que no sólo
los asesinos que odian a las mujeres disfrutan el asesinato en
serie, como lo demuestra la presencia común de semen en todas
las escenas del crimen, sino un gran porcentaje de la población
masculina, como puede verse en la asistencia a las películas
"slasher" (de cuchilladas) y en la aceptación de que gozan las
fotografías en las que las mujeres son víctimas de la violencia.
Se dice que una mujer que logra sobrevivir a una viola­
ción, tiene que vivir una "segunda violación" si lleva a su
atacante a juicio o si se le somete a un interrogatorio de curio­
sos enfermizos. Asimismo, los mensajes omnipresentes que
le restan importancia al hecho lo rodean de glamour o aqué­
llos que bromean con el feminicidio son la continua "muerte
psicológica" de la mujer.
La académica y feminista afroamericana Tracy Gardner
(Walter, 1980, 75) señala que a las representaciones cultura­
les misóginas y a la violencia sexual misma, las perpetúa la
misma hegemonía masculina blanca que produjo el lincha­
miento racista de miles de mujeres y hombres y negros des­
pués de la Guerra Civil. "Pienso que este trato obsceno e
inhumano hacia los negros a manos de los blancos tiene una
relación directa con el aumento del trato inhumano y obsce­
no que le dan los blancos a las mujeres, en particular a las
blancas, tanto en la pornografía como en la vida real. Las blan­
cas que trabajan para alcanzar su propia fortaleza e identi­
dad, su propia sexualidad, se han convertido en cierto sentido
en negras con aires de superioridad. De la misma forma en
que los negros amenazan a la masculinidad y al poder de los
blancos, lo hacen con las mujeres".
La violencia simulada contra las mujeres en la pornogra­
fía y en el "entretenimiento" y la violencia real, (que muchas
veces es filmada, grabada o fotografiada), se alimentan mu­
tuamente. Al presentar mitos de la violación, caricaturas
sexistas y fotografías degradantes la prensa magnifica al
sexismo existente y ofrece los planos para perpetuar la vio­
lencia sexista. Además, en la prensa de "entretenimiento" la
violencia feminicida no ganaría millones de dólares si no fuera
porque en la "vida real diariamente se mata a mujeres —ne­
gras, morenas, amarillas y blancas —".
El feminicidio convertido en entretenimiento público
Observamos que algunos hombres que salían de la sala de exhibición
(después de ver la película Snuff en Nueva York) reían y comentaban:
¡Hombre, que buena estuvo!

MAXINE SOBEL (1977-78, 8).

La violencia sexual que hoy prolifera en la prensa de entrete­


nimiento surge a gran escala en los años setenta, al inicio de
la segunda ola del movimiento de las mujeres y de la campa­
ña para lograr la Ley para la Enmienda de los Derechos de
Igualdad. A finales de los años sesentas y en los setentas, las
revistas masculinas y la industria cinematográfica empeza­
ron a hacer la violencia sexy y el sexo violento con la
comercialización de películas “slasher" y con el auge de la
violencia sexual impresa.
En una entrevista con Laura Lederer, editora del Take Back
the Night (1980), la ex modelo pornográfica Jane Jones obser­
vó que "ha habido un gran cambio en la pornografía. La for­
ma llena de odio con la que se retrata a las mujeres se ha
intensificado tan rápido que ahora se puede ver de todo: mu­
jeres hechas brocheta, mujeres asesinadas" (Lederer, 1980,69).
Se ha definido a las películas snuff como "películas que
describen (o pretenden describir) la tortura, la mutilación y
el asesinato reales de una actriz" (Caputi 1 9 7 8 ,91n). Diana E.
H. Russelll (1989) ha definido a las películas snuff más duras,
como el registro fílmico de asesinatos verdaderos, y a las
menos duras como las de asesinatos simulados. También hay
en el mercado fotografías y audiocintas snuff.
En 1976, con la exhibición comercial de la película Snuff,
distribuida por Alian Shackleton de M onarch Releasin
Corporation, se introdujo en los Estados Unidos y Canadá al
feminicidio público. Gracias a las protestas de las mujeres
feministas y a la desobediencia civil (Véase el artículo ante­
rior en este libro, "Snuff. Lo último en el odio hacia las muje­
res", de Beverly LaBelle). Las manifestaciones del feminicidio
como entretenimiento se pueden ver por todas partes con la
rápida proliferación de las películas Snuff ("blandas") que se
ofrecen en las tiendas de videos suburbanas como cintas de
"terror", "suspenso" y "misterio". Donde se pueden ver que
aígunas de las fotografías de las portadas de esos videos no
difieren en nada de las verdaderas atrocida,des. 'Algunos vi­
deos presumen de "realismo", al igual que el prototipo del
Snuff. La línea que separa a las descripciones de entreteni­
miento del feminicidio y de los asesinatos de verdad es cada
día más tenue. Sin embargo, ahora no hay tantas protestas
como las hubo en 1976. La filmación de una película Snuff
"dura" es un asesinato. ¿El vender o comprar alguno de esos
videos Snuff no significa complicidad con ese asesinato?
Desde 1976, con mayor frecuencia se ha informado en la
prensa sobre el material Snuff hecho por sujetos que asesinan
en serie y secuestran niños; el registro electrónico de asesina­
tos es un modus opercmdi cada día más común de las bandas
que asesinan en serie. (Muchos de esos asesinos tienen un
inmenso interés en la pornografía violenta). El informe del
Berkley Clearinghouse sobre feminicido contiene documen­
tos sobre numerosos asesinatos en serie de mujeres que fue­
ron filmados por sus asesinos, entre ellos Harvey Glasman
(1957), Kenneth Bianchi (1978) y Angelo Buono (1979).
Lawrence Bittaxer y Roy Morris (1979), Fred Berre Douglas y
Richard Hernández (1982), así como Leonard Lake y su com­
pinche Charles Ng (1985). Ashley Lambey y Daniel T. Depew
fueron detenidos por planear el secuestro de un jovencito para
hacer una cinta Snuff (1989). Es típico que quienes comenten
asesinatos en serie en los Estados Unidos sean blancos, con
excepción, en estos casos, de Charles Ng (U.S. News and World
Report 1985; Barabak, 1985). La siguiente fase del odio misó­
gino bien pudiera ser el feminicidio filmado y grabado, dis­
frazado de Snuff blando para inundar el mercado, de forma
que se venda y se compre con impunidad y sin advertencias
por haber perdido nuestros sentidos y por querer negarlo. Si
la pornografía "es el tráfico técnicamente sofisticado de mu­
jeres" (MacKinnon, 1989), entonces Snuff, por extensión, es
un tipo de linchamiento con la técnica más m oderna y
sofisticada1. Tenemos enfrente la aterradora probabilidad de
que la contemplación masculina de esas películas y de esos
videos de asesinatos sexistas reales, se puedan convertir en
una institución cultural "normal" en los Estados Unidos.
El gobierno está directamente involucrado con los asesi­
nos múltiples en tanto que las películas de "entretenimien­
to ", que no son diferentes de las cintas de asesinatos
verdaderos, están protegidas por la Primera Enmienda.
La Constitución de los Estados Unidos se escribió cuan­
do no existía todavía el dominio corporativo de la prensa ni
de la fotografía, el cine o la tecnología para la destrucción de
masas, ni el voto de las mujeres o de los negros. Entre los
dudosos beneficios que la Constitución otorgó a las mujeres
se encuentra en primerísimo lugar el que se puedan ver en
los medios masivos, incluyendo a la consagrada al entreteni­
miento y la publicidad, a otras mujeres degradadas y mutila­
das y, en segundo lugar, el derecho a ser atacadas por un
hombre que puede portar un arma. Esos derechos están celo-

1 Acuñé esta frase un año antes de que el Juez del Tribunal Superior,
Clarence Thomas, la empleara para describir las audiencias del Senado en las
acusaciones de hostigamiento sexual hechas en su contra.
sámente protegidos primordialmente por hombres blancos
de los negocios de la pornografía y la venta de armas, que
pagan millones de dólares para presionar y hacerles propa­
ganda para evitar el menor cambio.
La Carta de Derechos es inadecuada para una sociedad
plural con nuestro actual grado de tecnología, y más aún para
una comunidad internacional. Sin lugar a dudas esa carta
necesita actualizarse.

Feminicido en el marco de la historia de las mujeres


En los cinco mil años de estructura social patriarcal europea
una pequeña minoría de individuos ha proclamado "suya"
la mayor parte de la tierra del planeta y ha inventado, here­
dado o "ganado el "dominio" del dinero, de la prensa y de la
"industria de la defensa". La gente es esclavizada y /o explo­
tada sexualmente de diferentes formas para hacer cumplir la
jerarquía racial, de género o de clase que impulsan la compe­
tencia y la división. La jerarquía sé hace cumplir psicológica­
mente con el empleo de propaganda electrónica o de otro tipo
(la prensa) que alienta a la violencia m asculina, a la
agradabilidad femenina, al racismo y a la obsesión generali­
zada por poseer a alguien en una relación (Jonson, 1991), como
"bienes de consumo". Al final, la jerarquía se hace cumplir
con la violencia. En su mayor parte la explotación, la tortura
y el asesinato que invaden esta estructura son distorsionados
o ignorados en los planes de estudio educativos "predomi­
nantes" y en los medios masivos.
El historiador Max Dashu (1991) traza la historia de la
represión y del silencio de las mujeres a lo largo de la violen­
cia patriarcal:
El silencio se origina en el pasado y es el modelo del feminicidio
moderno. Millones de mujeres fueron torturadas y quemadas
vivas en las cacerías de brujas en Europa. Esta carnicería de
mujeres creció con las persecuciones feudales de la Edad Me­
dia, se incrementó exponencialmente en el periodo de la pro­
moción de la tortura judicial y llegó a su clímax entre 1400 y
1750. La Iglesia y el Estado colaboraron en una extensa campa­
ña de represión contra las mujeres prohibiéndoles practicar pro­
fesiones femeninas como el sacerdocio, la salud, la herbolaria,
la consejería, la actuación, la predicción del clima y la historia
popular. El resultado final fue el engranaje de una profunda
subyugación cultural de las mujeres que todavía nos acompa­
ña, y que nos exige conformidad interna con las restricciones
patriarcales.
En medio de esta época de terror y de hogueras los europeos
invadieron América y África, colonizaron, esclavizaron y lle­
varon a cabo el genocidio de los pueblos indígenas. La ideolo­
gía demoniaca de los cazadores de brujas, en particular la
demonización de los pueblos de razas oscuras y de todas las
religiones —menos el cristianismo—, se empleó como la razón
para la conquista y la subyugación. Los europeos exportaron
su persecución a lugares como Massachussets, México, Colom­
bia y Perú, donde las mujeres indias y africanas fueron perse­
guidas por practicar tanto la medicina como la religión
chamánica. Todos esos acontecimientos se han suprimido, pero
se les hace propaganda en la educación y en la prensa
eurocéntricas.

En la era m oderna, el envilecim iento de las m ujeres se ha


tra n sfo rm a d o en u n a " fo r m a m ás p u ra m e n te s e c u la r"
(Karlsen, 1987). El m ovim iento a favor del sufragio universal
del siglo XIX en G ran Bretaña coincidió con los asesinatos
cometidos por Jack el Destripador, un asesino de prostitutas,
cuya subsecuente mistificación lo convirtió en héroe popular
(véase el capítulo de Deborah Cameron de este libro, "¿Eso es
entretenimiento? Jack el Destripador y la venta de violencia
sexual"). En el mismo lapso, en los Estados Unidos los racistas
blancos habían comenzado a torturar y a matar en público a
mujeres y hombres negros en linchamientos extrajudiciales. Los
asesinatos o las violaciones de mujeres blancas en ocasiones se
utilizaron como pretexto para esas ejecuciones.

Reportajes sobre el feminicidio racista


La violencia contra las mujeres de todas las razas, bajo las
reglas del supremo dominio masculino de los blancos, nunca
es rara. Además, los violadores y los asesinos blancos con
frecuencia han utilizado hom bres negros com o chivos
expiatorios de sus crímenes contra las mujeres blancas. En
Boston en 1989, Charles Stuart mató a su mujer con una cui­
dadosa premeditación, después sostuvo que ella y él habían
sido atacados en su automóvil por un negro armado con una
pistola. Cuando se descubrió su mentira, se suicidó (Hays
1990; Kennedy, 1990). En 1920, Charles E. Davis (prominente
granjero blanco del municipio de Wake) hizo lo mismo, y hoy
se colgó en la cárcel de la ciudad. Davis fue detenido bajo la
sospecha de que había asesinado a su esposa, después de que
las autoridades empezaron a dudar de su relato acerca de
que su mujer había sido asesinada por un "negro de aparien­
cia lasciva" (Ginzburg, 1962,142).
Los linchamientos de hombres negros, y de una mujer
negra (Jennie Steers, acusada de envenenar a Elizabeth Dolan),
sucedieron después de los asesinatos de por lo menos 24 mu­
jeres y niñas blancas en los Estados Unidos, entre diciembre
de 1899 y mayo de 1937, y aparecen en la siguiente lista. Los
linchadores mutilaron, castraron, quemaron en la hoguera,
dispararon, colgaron y decapitaron a muchas mujeres afroame­
ricanas ante multitudes de vitoreantes personas blancas, que
ocasionalmente llegaron a sumar miles. A algunos negros se
les obligó a "confesar"; otros se negaron a declarase culpa­
bles a pesar de haber sido sometidos a tortura (véase "Lincha­
miento fem inicida en los Estados Unidos", de Diana E. H. Rusell,
en la parte 1 de este libro acerca de la información sobre mu­
jeres afroamericanas linchadas).
En varios casos se demostró que fueron hombres blancos
los que asesinaron a las mujeres blancas. Por ejemplo, en mayo
de 1922 se encontró a Eula Ausley, de Texas, asesinada de 30
puñaladas. Curry, alias "Shap", así como Mose Jones y John
Cornish fueron mutiladas y quemadas por este feminicidio.
Posteriormente se descubrió que, en realidad, Eula fue asesi­
nada por dos hombres blancos involucrados en una contien­
da contra su familia. Después del asesinato de Annie Mae, La
Rose, en la ciudad de Nueva Orleans se linchó a un negro, y
otro apenas pudo escapar. Semanas después, el padrastro
(blanco) de La Rose confesó su feminicidio. No se sabe quien
mató a las otras mujeres de ascendencia europea de la lista,
cada uno de esos aterradores asesinatos fue seguido de uno
o más linchamientos, crueles y horripilantes. En muchos
casos, aunque no se descubrió al asesino de las mujeres, la
inocencia de las víctimas de linchamiento se estableció des­
pués, gracias a las pruebas circunstanciales (Ginzburg, de
principio a fin).

Eula Ausley
Helen S. Bishop
Señora Nellie Williams Brockman
Lola Cannidy
Elizabeth Dolan
Ida Finklestein
Dower Fountain
Lucy Fryar
Ruby Hendry
Ruby Hurst
Anza Jaudon
Señora Elizabeth Kitchens
Annie Mae La Rose
Señora Lashbrook
Bessie Morrison
Rita Mae Richards
Señora Carey Whitfield
Casselle Wilds
Señora J. C. Williams
Señora C. O. Williamson
Christina Winterstein
Señora Younger
Niña de 11 años, sin nombre
Maestra de escuela sin nombre, de 19 años

Además de lincharlas y de matarlas en disturbios raciales


(Lerner, 1972:176), las mujeres afroamericanas también fue­
ron, sin duda, "solamente asesinadas" durante los años pos­
teriores a la Guerra Civil. Si los asesinos de mujeres negras
siguen el mismo patrón de las violaciones de esclavas y luego
de las trabajadoras domésticas, la mayoría de esos feminicidios
serían interraciales; blancos que matan mujeres negras. Este es
un tema que merece una investigación más profunda.
Mientras yo escribía, la cadena de noticias presentó una
camilla que transportaba un cuerpo cubierto con una sábana,
y otras dos estudiantes fueron estranguladas en Gainesville,
Florida. Me enteré de más muertes de esposas y de otros ase­
sinatos en serie cuando abrí el buzón del Clearinghouse. Si
no son jóvenes, blancas y de clase media, es posible que sus
homicidios pasen desapercibidos para la prensa.
El espectro de los asesinatos por motivos sexistas es un
problema inmenso para las mujeres. Primero: ¿Podemos des­
cubrir la forma para hacer ineficiente la propaganda de la
prensa que extiende las flamas de las películas de odio y
snuffs hasta las llamas del ultraje?, ¿podemos detener el abu­
so y el asesinato que diabólicamente se enmascaran como
"discurso"? Y, por último, ¿podemos las mujeres de todos
los colores compartir nuestros pensamientos,-nuestros te­
mores y nuestro coraje por todas esas terribles muertes entre
nosotras?
Es el momento de poner fin al silencio sobre el feminicidio.

Referencias

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Walker, Alice. "Pomo at Home". Ms., febrero de 1980.
Publicidad feminicida: Violencia
letal contra las mujeres en la
pornografía y en la gorenografía
Jane Caputi

E n el vecindario en el que crecí había muy pocas niñas de


mi edad. Cuando teníamos 12 y 11 años, mi hermana Margaret
y yo jugábamos con mi primo Billy, quien vivía a una cuadra
de mi casa, y con sus amigos. Esto era en Long Island a me­
diados de los años sesentas, y todavía había algunas manchas
de despoblado. Teníamos un "fuerte" (el mundo de los ni­
ños), un lugar que habíamos limpiado entre las enredaderas
y los arbustos en una colina, donde nos reuníamos. Un día
que Margaret y yo caminábamos hacia el fuerte, se presentó
algo nuevo: fotografías grandes, brillantes y de colores de
mujeres desnudas y con sus piernas abiertas, que colgaban
de las enredaderas y de las zarzas. Esto ya era sumamente
malo. Pero los niños también les habían quemado las vaginas
y los pezones con cigarrillos. Sexo y violencia, todo junto a la
vez. Poco después los niños comenzaron a atacarnos con re­
gularidad: nos arrojaban al suelo, nos decían putita y culito y
nos bajaban los pantalones. Nunca pasó por mi mente que
los ataques estaban relacionados con la pornografía. Fue en
el fuerte cuando por primera vez me enfrenté a esas imáge­
nes que anunciaban las intenciones de los niños y me prepa­
ré, tal como ellos, para el papel que tenía que desempeñar en
ese nuevo ritual de iniciación sexual patriarcal.
Por mis experiencias, por el testimonio de otras mujeres,
por el examen de la pornografía actual, así como por estudios
científicos sociales, m uchas fem inistas: (B arry, 1979;
Brownmiller, 1975; Dworkin, 1981; Griffin, 1981; Lederer, 1980;
Russelll, 1984:123-32 y Russelll, 1988) han demostrado la ínti­
ma relación entre la pornografía y la violencia sexual, mani­
festada de múltiples formas, entre las que destacan:

1. En muchos casos, la pornografía es violencia sexual, un


documento de degradación, violación, tortura e inclu­
sive muerte, todas reales (como sucede en las películas
snuff).
2. La pornografía se emplea como una forma de manipu­
lación para minar la capacidad de las mujeres y de los
niños para evitar o resistirse a un abuso (Russelll, 1984,
123-32; Lanning y Burgess, 1989).
3. La pornografía causa violencia sexual por su capacidad
para normalizar dicha violencia, por dar ideas a obser­
vadores masculinos receptivos y por romper algunas
inhibiciones personales y sociales que impiden a los
hombres comportarse de manera violenta.

En los Estados Unidos la violencia contra las mujeres y


los niños con frecuencia se trata en términos de "epidemia",
con abusos que incluyen la violación, el incesto, el acoso
sexual, los golpes y, cada vez más, el asesinato. Todos los
años unas 1,500 mujeres mueren a manos de sus maridos y
amantes (FBI, 1978:11). También todos los años un número
incontable de mujeres son asesinadas por extraños o por per­
sonas que logran escapar sin que las encuentren; muchas de
ellos son asesinos que matan en serie o lo que los funciona­
rios encargados de la aplicación de las leyes llaman "asesina­
to por entretenimiento", una forma de matar que aumentó
espectacularm ente en las dos últimas décadas (Ressler,
Burgess y Douglas, 1988: 2-3). En un estudio del FBI de 36
asesinos sexuales múltiples, se determinó que la pornografía
era el "interés sexual" primario del 81 por ciento de ellos
(Ressler, Burgess y Douglas, 1988: 24).
El enlace entre la pornografía y los asesinatos sexuales en
serie atrajo la atención nacional de forma muy intensa cuan­
do Ted Bundy, justo antes de su ejecución, sostuvo abierta­
mente el vínculo entre la pornografía que había utilizado a lo
largo de casi toda su vida, y su evolución en asesino serial
(Lamar, 1989). Muchos comentaristas desacreditaron sus de­
claraciones, pues decían: Bundy sólo quería absolverse al cuar­
to para las doce acusando a la sociedad1. Un editorial del
periódico New Yorker (1989) fue emblemático; luego de des­
deñar los "peligros mortales de los desnudos de las páginas
centrales, las películas clasificación X y las publicaciones de
los estantes de atrás", afirmó con toda seguridad que ni "Ted
Bundy ni nadie más entendió qué lo hizo cometer y repetir el
crimen que confesó" (23). Por supuesto que un análisis femi­
nista no aceptaría la ecuación de que reconocer la culpa de
las instituciones sociales en el feminicidio es absolver al ase­
sino. Más bien, éste señalaría la intima conexión entre Bundy
y su sociedad, considerándolo como el producto y el defen­

1 Para Bundy éste no fue un tema en su "lecho de muerte". Cuando lo


detuvieron por primera vez en 1978 y después en los años ochenta, en repetidas
ocasiones dijo a los entrevistadores que la pornografía (blanda y dura), así
como las imágenes y los relatos de crímenes verdaderos alimentaron sus
fantasías, le dieron ideas y le enseñaron una forma de ver a las mujeres que
fortaleció su transformación en asesino sexual (Michaud y Aynesworth, 1983).
sor de esa sociedad. Más aún, aunque muchos hombres se
puedan lavar las manos, pues Bundy y los de su calaña son
para ellos un misterio, el mismo análisis feminista puede de­
cir con claridad por qué Bundy hizo lo que hizo.
Kate Millett (1970) dice en su obra clásica Sexual Politics:

No estamos acostumbrados a asociar el patriarcado con la fuer­


za. Su sistema de socialización es tan perfecto, la aceptación
general de sus virtudes es tan completa, ha prevalecido en la
sociedad humana por tanto tiempo y de manera tan universal,
que apenas se podría concebir que necesitara ponerse en prác­
tica de forma violenta. Tradicionalmente vemos sus brutalida­
des cometidas en el pasado como costumbres exóticas o
"primitivas". Las bestialidades del presente se observan como
el producto de una desviación personal, confinada a la patolo­
gía o a un comportamiento excepcional y sin importancia ge­
neral. Y sin embargo, el dominio en la sociedad patriarcal sería
imperfecto e inclusive inoperable, a menos que descanse en la
fuerza, para emergencias o como instrumento omnipresente
de intimidación (59-60).

El feminicidio, como el cometido por Ted Bundy, no es


un fenómeno inexplicable o que ocurra en el campo de una
desviación misteriosa. Por el contrario, el feminicidio es una
expresión extrema de "fuerza" patriarcal. Ésta, al igual que la
otra forma de violencia sexual, la violación (Griffin, 1982;
Brownmiller, 1975; Russelll, 1975), es una expresión social
de políticas sexuales, una promulgación institucionalizada
y ritual de la dominación masculina, y una forma de terror
que sirve para mantener el poder del orden patriarcal. Sin
embargo, el feminicidio no sólo es un acto necesario, tam­
bién es erótico y placentero —para los hombres que lo llevan
Manifestante durante la
protesta antipornografía en
contra de la lectura pública
de la revista Playboy en
Berkeley, Califo rn ia en
1991.
Foto: Diana E. H. Russell.

a cabo y para los que ya sea que lo representan o lo contem­


plan—.
Al reconocer que el feminicidio es una necesidad funda­
mental del estado masculinista, podemos investigar sus va­
riadas formas a través del tiempo y de los lugares, así como
los diferentes métodos empleados con los que ha sido legiti­
mado y propagado. Por ejemplo, la tortura y el asesinato de
mujeres por brujería fue institucionalizado, durante tres si­
glos, tanto por la Iglesia como por el Estado y fue incitado
con las sagradas escrituras —bulas papales y textos de la Igle­
sia, como con el M alleus Maleficarum (1486) — también por
medio del arte, tanto popular como de élite, que pinta muje­
res desnudas teniendo relaciones carnales con otras y con "el
demonio" (Caputi, 1978), así como bocetos y grabados en
madera que muestran una variedad de torturas, ahogamientos
y quemas de mujeres" (Sjoo y Mor, 1978: 309). Sjoo y Mor
continúan: "Algunas feministas podrían sentir que esas imá­
genes populares eran las películas s n u ff y las revistas
Penthouse de su época. Pretendían ser instantáneas de las
torturas y de la quema, con cuerpos de mujeres desnudas y
semidesnudas gritando y retorciéndose en posiciones de ago­
nía sin fin, rodeadas de jueces masculinos bien vestidos,
acusadores religiosos, "soldados" y otros caballeros honra­
dos de la época. No cabe ni la menor duda de que esas imáge­
nes impresas en grandes cantidades, alimentaban la paranoia
de las masas contra las mujeres, contra las brujas; en occiden­
te también marcaron el comienzo de la pornografía como
entretenimiento popular" (309).
Cuando el aparato que sostenía la locura de la quema de
brujas se vino abajo, a mediados del siglo dieciocho, se nece­
sitó de un nuevo modo de feminicidio (más allá del asesinato
de esposas) con una nueva manera de ejecución, un nuevo
tipo de perpetrador y una nueva forma de propaganda. El
nuevo modo es el asesinato explícitamente erotizado, la for­
ma que en sus inicios anunciaron, a principios del siglo dieci­
nueve, los escritos del marqués de Sade, el padre de la
pornografía contemporánea (Dworkin, 1981) y el primer filó­
sofo del asesinato sexual (Cameron y Frazer, 1987). Después,
este tipo de asesinato quedó establecido cultural y significa­
tivamente por un hombre desconocido apodado "Jack el
Destripador", quien mató y mutiló a cinco prostitutas en Lon­
dres en 1888. En ese entonces, las intenciones de Sade toda­
vía no eran comunes, no existía la comprensión cultural de la
categoría de "muerte sexual" y puesto que El Destripador no
violó a sus víctimas, al principio sus crímenes fueron incom­
prensibles para el pueblo. Muy pronto, con la ayuda de Freud
y de Krafft-Ebing, el cuchillo del Destripador se entendió
como el sustituto del pene, y los "actos homicidas y la subse­
cuente mutilación del cadáver como equivalentes al acto
sexual" (Krafft-Ebing, 1965: 59).
Para finales del siglo veinte, los nombres de Sade y de El
Destripador se volvieron palabras domésticas, los asesinatos
sexuales ocurren a cada hora (tanto en la ficción como en la
realidad) y se acepta comúnmente que el asesinato y la muti­
lación pueden ser actos sexuales. El relato oficial es que el
asesinato sexual es un delito, una atrocidad, inclusive
Dworkin (1989) señala que si se hace un registro del asesina­
to sexual, como en una película snuff, legalmente la película
se entiende como "discurso" (310). Por lo tanto, si se simula
la muerte a puñaladas de una mujer, puede ser aplaudida
hasta rabiar (la escena de la regadera de la película Psicosis
de Alfred Hitchcock) o puede recibir los vítores de una obra
maestra escultural y seductiva (Mujer con la garganta cortada
de Alberto Giacommetti). No obstante que se repudia al
feminicidio moderno, que sólo se propaga de forma clandes­
tina y que es ilegal2, su valor artístico y de entretenimiento
sugeriría que, como la quema de brujas, está patrocinado por
el estado masculinista. Dado que el feminicidio es una nece­

2 Cuando los hombres matan mujeres de su "propiedad", esposas y


amantes, con frecuencia reciben un trato indulgente. La policía, la comunidad
y el poder judicial también responden con apatía y benevolencia, cuando
los asesinos actúan en contra de mujeres prostitutas (Caputi 1989). Jack
Hampton, juez de Texas, dio una sentencia menor a un asesino confeso
porque las víctimas fueron homosexuales. Orgulloso dijo al Dallas Times
Herald: "Pongo en la misma categoría a las prostitutas y a los homosexuales.
Es difícil que meta a alguien de por vida a la cárcel por matara una prostituta".
El juez Hampton fue absuelto de todos los cargos de parcialidad (Belkin,
1989).
sidad, no una opción, para el mantenimiento de la domina­
ción patriarcal, el Estado, aunque de forma encubierta, tiene
qüe respaldarlo y reclutar agentes para hacer cumplir su re­
gla. Como dije, la matanza de brujas era incitada y legitima­
da por textos de la Iglesia y por imágenes, sucede lo mismo
con el feminicidio moderno —por la vehementemente prote­
gida y defendida "libre expresión" de la pornografía —.
Como muchas otras feministas, hago la distinción entre
pornografía y erótica. Erótica es la representación sexual no
sexista, admitidamente difícil de imaginar en una sociedad
en la que el erotismo se mezcla con funciones de género
inequitativas y con la objetificación sexual. Sin embargo, no
toda representación sexual, como debería saberlo la derecha,
es por definición pornográfica. La pornografía es propaganda
sexual explícitamente sexista. Andrea Dworkin y Catherine
MacKinnon (1988) definen a la pornografía como la "subor­
dinación sexual explícita y gráfica de las mujeres, por medio
de fotografías o palabras que también incluyen uno o más de
los sigu ientes elem entos: (i) p resen ta a las m ujeres
deshumanizadas, como objetos, cosas o mercancías sexuales,
o (ii) presenta a las mujeres como objetos que disfrutan el
dolor o la humillación, o (iii) presenta a las mujeres como
objetos sexuales que sienten placer sexual al ser violadas, o
(vi) presenta a las mujeres como objetos sexuales atados, cor­
tados, mutilados, llenos de contusiones o heridos físicamen­
te, o (v) presenta a las mujeres en posturas o posiciones de
sumisión, servilismo o despliegue sexuales, o (vi) las partes
corporales de la mujer —incluyen la vagina, mamas o nalgas
pero no se limitan a éstas — se exhiben de tal manera que la
mujer se reduce a estas partes, o (vii) presenta a las mujeres
como putas por naturaleza, o (viii) presenta a mujeres pene­
tradas por objetos o animales, o (ix) presenta a las mujeres en
escenas de degradación, injuria, tortura, donde se les muestra
indecentes o inferiores, sangrantes, con contusiones o heridas
en circunstancias que hacen sexuales a dichas condiciones"
(36). Helen Longino (1980) define a la pornografía como "m a­
terial sexual explícito que representa o describe comporta­
mientos sexuales degradantes o abusivos, tanto para aprobar
como para recomendar la conducta descrita" (44).
Estas dos definiciones destacan los factores que unen a la
pornografía con los actos feminicidas: primero, su construc­
ción de una concepción de la vida y del universo que legiti­
ma y permite el asesinato sexual, a través de la erotización
sistemática de la violencia y de convertir en objeto a las muje­
res y ridiculizarlas; y segundo, la función de dicha imaginería
en su aprobación o recomendación, esencialmente publicita­
ria, de la violencia contra las mujeres. Primero investigaré
algunos ejemplos de la imaginería feminicida encontrada en
documentos tanto pornográficos como de la prensa común, y
después ofreceré una comparación teórica de publicidad y
pornografía.

Promoción del acto


Para promover su acto han utilizado [el grupo de rock pesado
W.A.S.P.] una fotografía de una mujer semidesnuda encade­
nada a una cámara de tortura. En actuaciones anteriores inclu­
yeron el ataque simulado y la tortura a una mujer. Se dice que
en el acto encabezado por el cantante Blackie Lawless, éste lle­
va entre sus piernas una bragueta adornada con una hoja cir­
cular de sierra. Pretende golpear a una mujer desnuda, excepto
por una tanga y un sombrero negro, y cuando una falsa casca­
da de sangre parece brotar debajo del sombrero, él asemeja ata-
caria con la sierra. En otra versión del espectáculo pretende
cortarle la garganta a la mujer.

T ipper G oere (1987, 51-52).

La investigación sobre los lectores de pasquines muestra a un


público juvenil y casi enteramente masculino. John Davis, un
importante distribuidor, comenta: "Los lectores son adolescen­
tes varones, así que lo que tenemos es un montón de odio re­
primido. Están pasando por la pubertad y les gusta ver
personajes que actúen sus agresiones. Las compañías respon­
den a lo que los lectores quieren". Vean cómo un ejemplar re­
ciente de "Green Arrow" presenta a un nudista crucificado
—tan expresamente dibujado que muchos lo considerarían
pornográfico— "les gusta ver a los personajes rebanados y
hechos trocitos".

J oe Q u een a n (1989, 34).

Utilizar mujeres en situaciones en las que se les mata o se les


ataca sexualmente, sólo es una convención de género, como
usar violines cuando la gente se ve entre sí.

B rian De P alm a , mencionado en Pally (1984,17).

Una dependencia encargada de la ley tiene en su poder una


nueva película extremadamente realista, y se dice que fue he­
cha en un país extranjero. La escena de muerte muestra a una
mujer desnuda colgada en vilo de sus muñecas. Mientras está
así, le arrancan los intestinos por su vagina y queda suspendi­
da desangrándose hasta morir, en tanto otra mujer danza bajo
ella y bebe algo de la sangre que fluye. Si es una película snuff
real o no, lo importante es tener en mente qué tipo de persona­
lidad sádica comprará esta película.

R obert M orneau y R obert R ockw ell (1 9 8 0 : 2 1 3 )

Como lo muestran las notas anteriores, un continuo de


material —desde películas snuff verdaderas hasta pasquines
para niños — promulga, legitima, sexualiza, propaga y pro­
mueve el acto del feminicidio. En su artículo, en la parte 6 de
este libro ("Campaña para Arrasar con Penthouse"), Melisa
Farley relata que la imaginería feminicida se encuentra en los
pisos superiores de la pornografía de Penthouse. Claro, la
amenaza de feminicidio también prevalece en los sótanos en
los materiales de cautiverio, esclavitud y tortura. Un ejemplo
de esto es Cunt Torture, una película exhibida en una sala para
adultos del Times Square a principios de los años ochenta, en
la cual una mujer, atada a un árbol, lucha y grita cuando le
introducen a la fuerza cuchillos, pistolas y otros objetos en su
vagina. Es claro que tendría que haber muerto de verdad ante
las cám aras para sugerir todavía más explícitam ente el
feminicidio.
La tortura y el asesinato reales ante las cámaras, por su­
puesto, son la esencia de las películas snuff, donde desapare­
ce por completo la delgada línea que separa a la realidad
feminicida de la pornografía. Para hacer una película de este
tipo, el pornógrafo tiene que disponer el asesinato de una
mujer (en algunos casos de un niño o de un hombre); aquí él
se convierte en un asesino sexual. Por su parte, un buen nú­
mero de asesinos sexuales graba sus carnicerías en fotogra­
fías, en cintas magnetofónicas o en video; en estos casos, el
asesinato sexual se convierte en pornografía. Por ejemplo, los
asesinos Charles Ng y Leonard Lake hicieron muchos videos
de las atrocidades que cometían en conjunto en su casa de
Calaveras, California; un comentarista los describe como "vi­
deos snuff que combinan actos sexuales violentos con esce­
nas intensas de asesinatos verdaderos cometidos ante la
cámara" (Norris, 1988:148). Aunque las películas snuff se co­
mercializan clandestinamente y exigen cuotas muy elevadas
(se dice que varios miles de dólares por una exhibición indi­
vidual), las películas de este género simuladas se encuentran
en todas las tiendas de videos por un par de dólares3.
En esas tiendas es posible encontrar numerosos, y con fre­
cuencia oscuros, videos eróticos en las secciones de horror,
thriller, suspenso y aventuras, cuyas cubiertas indican temas
feminicidas. En noviembre de 1989 vi algunos de esos videos
y voy a describir dos de ellos, uno de la sección de "horror" y
otro de la sección de adultos. Ambos son pornografía "blan­
da" (sin desnudos masculinos y sólo sexo simulado), pero
sexualmente explícitos en la medida en que abund an los des­
nudos femeninos completos (en tomas lejanas y medianas),
diferentes situaciones sexuales y temas "lésbicos". Hubo poca
diferencia significativa entre el video de la sección de horror
y el de la sección de adultos.
En la película de "horror" Obsesión: una probada de miedo
(1989), un asesino serial contrata modelos para posar en esce­
nas de cautiverio. Vemos que él, vestido de mujer, ata y amor­

3 En Oakland y en San Francisco, fui con una amiga a muchas tiendas de


revistas para adultos a ver revistas feminicidas al alcance del público. Aunque
había revistas de mujeres atadas y torturadas, virtualmente, no hubo nada que
se concentrara en el asesinato de mujeres. La pornografía feminicida, al igual
que la pornografía infantil, es un gran tabú y, en general, sólo se puede comprar
bajo el agua o por correo. Los propietarios, con gusto, nos enviaron a las
tiendas de videos para encontrar material sobre asesinatos de mujeres, y nos
pidieron que los dejáramos en paz.
daza a una mujer desnuda, la amenaza con cuchillos y luego
comienza a atacarla con uno; además, el asesino hace videos
snuff de sus ataques, los cuales se muestran una y otra vez
como películas snuff dentro de una película seudo snuff.
MacKinnon (1987) escribe: "Claro, permitir que se pon­
gan palabras (y otras cosas) en la boca de una mujer crea es­
cenas en las que la mujer desesperadamente quiere que la
acuchillen, que la golpeen, que la torturen, que la humillen y
que la maten" (148). La película para "adultos" Galletas de
azúcar (sin fecha), desarrolla precisamente ese escenario. Ini­
cia cuando un director de películas pornográficas juguetea
con una de sus actrices. Él está completamente vestido y ella
completamente desnuda. La acerca hacia él, carga su pistola
y la presiona contra su vulva, y supuestamente le provoca un
orgasmo. Enseguida le dice que si lo obedece le probará cuanto
lo quiere, a lo cual ella está más que dispuesta. La recuesta, le
ordena que abra los ojos —porque "quiero que veas esto" —
y le mete la pistola en la boca. Ella está conforme y en ningún
momento protesta. Después de divagar sobre el amor, la liber­
tad y la creación, le dispara en su boca abierta. Luego se va a
acostar con la "amante lesbiana" de ella. Las escenas de sexo
simulado están combinadas con escenas de la autopsia del cuer­
po de la mujer, en especial con imágenes del bisturí que corta
el cadáver y de un doctor con guantes que extrae los órganos
internos del cuerpo y los acomoda para que luzcan ente la cá­
mara, descaradas imágenes necrofílicas que de forma nada sutil
recuerdan las fijaciones de la verdadera película snuff.
Ésta es tan sólo una muestra de las películas disponibles
en las tiendas de video. Se puede encontrar imaginería
feminicida también donde uno no se lo espera. Un calenda­
rio erótico publicado en 1989 por un grupo llamado "Leather
Woman" de San Francisco, presenta 12 fotografías de mujeres
en el acto sexual o mostrando diferentes fetiches sexuales.
No calificaría a todas las imágenes de pornográficas, pero una
en particular sobresale. Muestra dos mujeres sin rostro. Una
viste una falda negra y mallas, está de rodillas recargada so­
bre sus manos; la otra, con pantalones de piel, tiene un cuchi­
llo grande contra su vulva. Aquí nos encontram os con
lesbianas que se identifican con la sexualidad de "Jack el
Destripador".
Monica Sjoo y Barbara Mor (1987) advierten: "Todo in­
tento de escapar de la sexualidad se transforma en lascivia.
En ningún lugar el sexo se ha degradado tanto —ni la
pronografía se ha vuelto tan rentable — como en el reino de la
cristiandad". Además, cuando el sexo y las mujeres se degra­
dan, se exalta a la violencia. Por casi siete décadas las escenas
de actos sexuales fueron un tabú en le cine tradicional; con
frecuencia los directores recurrían a la violencia para "repre­
sentar lujuria" (Slade, 1984:150). Sin embargo, la autocensura
de la industria cinematográfica no alcanzaba a explicar la
popularidad de dichas sustituciones, por lo cual no desapa­
recieron cuando se transformaron las actitudes sociales. En
cambio, desde los años sesenta, junto con el sexo más franco
en las pantallas, hubo aún más violencia y lujuria que culmi­
nó con lo que un bromista anónimo de la industria cinemato­
gráfica llamó "gorenografía": películas, como las de cuchilladas,
que se especializan en escenas de violencia sensacionalistas
y fetichistas.
Gorenografía es un término útil porque indica de manera
inequívoca el significado sexual de la violencia. Estudios cien­
tíficos sociales revelan que las descripciones puramente vio­
lentas "carentes de contenido sexual" (un hombre que
despedaza a una mujer con un cuchillo y la golpea hasta de­
jarla inconsciente) estimulan sexualmente a un número sig­
nificativo (casi 10 por ciento) de hombres (Malamuth, Check
y Briere 1986; Malamuth, 1985). Esto ayuda a explicar por qué
los directores de cine sustituyen el sexo con la violencia.
MacKinnon (1983) ha señalado que bajo la supremacía mascu­
lina el sexo y la violencia se "definen mutuamente" (650), y
"los actos de dominación y de sumisión, en particular la vio­
lencia, se viven como excitación sexual, como el acto sexual
mismo" (1987, 6). La ecuación sexo más violencia es la esen­
cia de la gorenografía, y empleo aquí el término para referirme
a los productos que, aunque no sean demasiado explícitos
sexualmente como para calificarlos de pornografía (es decir,
que no tienen acercamientos de los desnudos ni de los actos
sexuales), sin embargo, son semejantes a la pornografía (como
la he definido aquí) en que presentan violencia, dominación,
tortura y asesinato en circunstancias que hacen esos actos
sexuales.
En otros lugares (Caputi 1987) he analizado a fondo no­
velas y películas que se concentran en asesinos sexuales, re­
latos detallados que no se clasifican como pornográficos sino
como de "horror" o “thrillers". Esas novelas o películas son
un verdadero Kama Sutra de cómo "hacérselo" a una mujer
cuando "ello" no es sexo sino muerte. Por ejemplo, Singled
Out de Steven Whitney, una novela de 1978, describe a un
hombre convincentemente guapo que escoge mujeres en ba­
res de solteros, las lleva a su casa para tener relaciones sexua­
les para después matarlas de formas cada vez más grotescas.
A una le apuñala el abdomen cuando ella alcanza el orgas­
mo, a otra le arranca las visceras con un pica hielo que le mete
por la vagina, y a otra le arranca el corazón el día de San
Valentín, y después crucifica a una integrante de una secta
cristiana en una catedral de Manhattan. Entre las películas
gore comparables a esta novela se encuentran The Tool Box
Murders (dirigida por Dermis Donnelly, 1978), Viernes 13 (de
Sean Cunningham, 1980) y sus otras partes, Pieces (dirigida
por J. P. Simón, 1983), que fetichizan el desmembramiento.
En general, se trata de obras de "lucro", que sirven (y con­
dicionan) deliberadamente un interés lascivo en el asesinato
y la mutilación. Esos temas proliferaron tanto en películas y
libros populares como en obras aclamadas por la crítica. Se
han vendido más de 40 millones de libros de Mickey Spillane
(Cawelti, 1976:183); el primero es uno de los más gustados, I,
the Jury (1974), una novela en la que presenta a su héroe
detectivesco, Mike Hammer, y también a uno de sus temas
recurrentes "violencia como orgasmo" (Cawelti, 1976:18). En
esta novela, el compañero de guerra de Hammer es brutal­
mente asesinado, le dispararon en el estómago y luego lo tor­
turaron psicológicamente. Mike jura venganza y empieza a
buscar al asesino. Cuando lo descubre, ya está involucrado
con la rubia asesina, y todavía no tienen relaciones sexuales;
Mike quiere esperar a estar casados, pero Charlotte no y le
ofrece su cuerpo. Ella no contesta cuando él le enumera los
detalles de los actos violentos que ella ha cometido, sino que
se desnuda lentamente. Al final ella está casi-desnuda y Mike
comienza con su letanía:

No, Charlotte, soy el jurado y el juez, y tengo una promesa que


cumplir. Tan hermosa como eres y por todo lo que casi te amo,
te sentencio a muerte. (Ella coloca sus pulgares en la suave seda
de sus pantaletas y se los quita. Se acerca a él con tanta delica­
deza como si saliera de una tina de baño. Ya está completa­
mente desnuda. Una deidad con piel bronceada al sol se entrega
a su amado; "con los brazos extendidos caminó hacia mí". Sua­
vemente su lengua recorrió sus propios labios para en un ges­
to de lujuria hacerlos brillar. Su olor era como un perfume
excitante. Lentamente, un suspiro que salió de su boca hizo
temblar los hemisferios de su pecho. Avanzó para besarme,
sus brazos iban a rodear mi cuello).

Inmune a sus encantos, con calma Mike le mete una bala


en la "panza". Luego voltea y descubre una pistola en la mesa:
sus brazos no iban a abrazarlo, sino a tomar la pistola para
matarlo.

Cuando la escuché caer volví la cabeza. Sus ojos tenían dolor,


el dolor que antecede a la muerte.
Dolor e incredulidad.
"Cómo p-pudiste", gritó entrecortadamente.
Sólo tenía un momento para hablarle antes de que fuera un
cadáver, pero lo hice.
"Fue fácil", dije (245-46).

Los elementos de esta escena son sumamente eróticos y


se aproximan a las convenciones de una escena sexual. Dos
en "am oríos"; la mujer se desnuda seductoramente. Además,
la penetración del "bajo vientre" de Charlotte con la bala que
disparó Mike, con su pistola amartillada, sustituye la pene­
tración sexual; la violencia pornográfica de esta escena es la
única consumación sexual posible entre los dos amantes.
Cawelti (1976) propone que los lectores de Spillane lo prefie­
ren, por encim a de la pornografía sádica abierta, por
el"sentimentalismo" que le da a Hammer "un sadismo or­
giástico, aceptable y catártico para un público masivo" (188).
Yo, el jurado, una de las novelas estadounidenses más popu­
lares de siempre, representa a una mujer decididamente mal­
vada, y al feminicida como héroe, erótico, justificado y
"fácil".
El equivalente cinematográfico del feminicidio literario
de Spillane se puede encontrar en Psicosis (dirigida por Alfred
Hitchcock en 1960). De nuevo, una mujer convertida en deta­
lle en el objeto del deseo masculino, pero que no se la cogen
(en el sentido genital), sino que la matan pornográficamente.
El "Símbolo sexual" Janet Leigh, que aparece varias veces en
paños menores durante la película, se desnuda (fuera de cá­
mara) y entra a la regadera. Es evidente que disfruta con la
sensualidad del agua, cuando el asesino entra para apuñalar­
la hasta matarla. Se trata, dice el crítico Raymond Durgnat
(1978), de un peculiar "asesinato pornográfico" (499), "de­
masiado erótico como para no disfrutarlo, pero demasiado
espeluznante para disfrutarlo" (503). La innovadora unión
de las escenas sensuales, es decir, incitar sexualmente al pú­
blico (Rothman 1982) con la violencia que se hace en Psicosis
se repite sin cesar, y se ha convertido en la firma convencio­
nal de las películas "slash" contemporáneas (Maslin, 1982;
Donnerstein, Linz y Penrod, 1987); se puede observar inclu­
sive en películas comunes como El honor de Prizzi (dirigida
por John Houston en 1985) y Harlem Nights (dirigida por Eddie
Murphy en 1989).
La escena de la regadera de Psicosis es lo que un crítico ha
llamado "quizá la escena más evocada de la historia del cine"
(Clover 1987, 224). Es imposible im aginar que el cine
masculinista filme una escena en la que un hombre es apuña­
lado sexualmente hasta que muere, y que luego repita la es­
cena sin parar en las demás películas. La mujer como víctima
de los asesinatos se ha convertido en un género; así se quejó
Brian De Palma: "Siempre me atacan por mi punto de vista
erótico y sexista —que siempre estoy despedazando muje­
res, que pongo en peligro a las mujeres ¡Hago películas de
suspenso! ¿Qué otra cosa quieren que pase en ellas?" (Mills,
1983: 9). Cosas que sólo pueden suceder a las mujeres en la
gramática feminicida. También podemos destacar con gran
ironía que De Palma sostiene que lo atacan.
De la misma forma, el llamado Abuelito de los Gore (Loder,
1984), el director Herschell Gordon Lewis, quien ha alcanza­
do la categoría de secta por sus películas sangrientas de los
años sesen ta, en las que ap arecen m u tilacion es y
destripamientos de mujeres, así como caricias en órganos in­
ternos, sostiene: "Sí, mutilamos mujeres, pero no las degra­
damos. Tampoco hice un homenaje a las personas que sí lo
hicieron. Mutilé mujeres en nuestras películas porque sentí
que era la mejor taquilla. Si un grupo de fanáticas (Women
against Pornography) prometiera ir a ver una película si destri­
po sobre una mujer a un hombre, la haría" (Loder, 1984: 21).
Pero, naturalmente, una mujer destripando rutinariamente a
un hombre sería una mala taquilla, que no excitaría ni llena­
ría de energía al "público"; sería el empleo absurdamente in­
correcto de la gram ática pornográfica, com o lo señala
MacKinnon (1982), "El hombre se coge a la mujer; sujeto-ver-
bo- objeto" (541).
Las películas slasher, las descendientes de Hitchcock y de
Lewis, surgieron como un género poderoso a mediados de
los años setenta —por el mismo tiempo en el que nacía en el
público la preocupación por las películas snuff. Entonces, tam­
bién apareció la marcada tendencia a emplear escenas snuff
en la publicidad ordinaria dirigida a las mujeres para que
hiciéramos nuestro el punto de vista feminicida. Las mujeres
aparecen sofocadas por bolsas de plástico, atropelladas por
autos o enterradas en la arena para vender productos como
botas, perfumes, medias y zapatos (Caputi 1978).
La publicidad común también comunica ideología cuan­
do toma prestado el convencionalismo pornográfico de mos-
trar a una mujer visiblemente desmembrada y reducida a una
parte de su cuerpo. Por ejemplo, a mediados de los años
ochenta, un anuncio del perfume Choc Clair de Christian Dior
presentó a una mujer con la cabeza cortada tendida horizon­
talmente en el piso. El "asesino mixto", necrófilo, decapitante
y mutilador, Edmund Kemper dijo alguna vez a la revista
Front Page Detective: "Qué crees cuando ves una muchacha
bonita en la calle, una parte de mí dice ¡vaya, que atractiva
chica! Me gustaría hablarle, encontrarme con ella" y la otra
parte dice "m e pregunto como luciría su cabeza en una esta­
ca" (VonBeroldingen, 1974:29). Evidentemente, las fantasías
de Edmund Kemper y de Christian Dior no son tan dispara­
tadas.
Un anuncio nada atípico de medias de Yves Saint Laurent,
aparecido en los años ochenta, presenta un par de piernas
con zapatos de tacones altos cortadas a la altura de la cadera,
abiertas y columpiándose en el aire, da la connotación de
desmembramiento y violación necrofílica. El intento y el sig­
nificado de ese desmembramiento simbólico se puede enten­
der mejor si escuchamos cómo describe sus actos un asesino
sexual actual: "Luego le corté la garganta así ya no gritaría...
en ese momento quería cortar su cuerpo para que no parecie­
ra persona y destruirla para que no existiera; empecé a cor­
tarle el cuerpo. Recuerdo que le arranqué las mamas. Después
sólo recuerdo que seguí cortando su cuerpo. No violé a la
muchacha; sólo quería destruirla" (Hazelwood y Douglas,
1980: 21).
Yo no sostendría que anuncios como esos incitan directa­
mente al hombre a ejercer la violencia contra las mujeres. Sin
embargo, al cubrir de glamour y al normalizar las imágenes
del desmembramiento femenino, los anuncios gorenográficos
como ésos se equiparan a los actos de los verdaderos actuales
asesinos sexuales, que reflejan, normalizan y legitiman la
violencia contra las mujeres; establecen, recomiendan y anun­
cian no sólo zapatos, medias y maquillaje sino, simultá­
neam ente, m isoginia y abuso. De hecho, las im ágenes
pornográficas y gorenográficas funcionan, en gran medida,
igual que la publicidad, invitan al espectador a imaginarse
en la escena mágica, e inclusive a intentar en la vida real lo
que le presentan. En la parte final de este ensayo, exploraré
más la convergencia de la publicidad y la pornografía.

Educando al consumidor
La gente aprende de la publicidad. Aprende qué productos
están a la mano, y aprende cómo éstos pueden mejorar su vida.

C ourtland B ovée and W illiam A rens (1986,10).

Me dijo que había visto putas igualitas a mí (en tres películas


pornográficas de las que me dijo el nombre), y me dijo que
sabía qué hacer con las putas como yo. Que él sabía lo que las
putas como yo querían. Después de que terminó de violarme,
comenzó a golpearme con su pistola por todas partes. Luego
dijo: "Tú estabas en esa película, tú estabas en esa película. Tú
sabes que quieres que te mate después de que te viole, como
pasó en la película pornográfica.

Entrevista con una víctima de violación


en Silbert and Pines (1984, 865).

Desde hace mucho tiempo las feministas sostienen que la


pornografía es una forma de propaganda que proclama la
opinión de que las mujeres son objetos, mercancías, cosas para
poseerse, usarse y consumirse, y promueve creencias afines
entre las que destacan: todas las mujeres son putas y todo lo
que le quieras hacer a las putas es aceptable, la violencia sexual
es normal y admisible, las mujeres merecen que las violen,
las mujeres merecen y quieren que las maten, etcétera. Traba­
jando desde esta posición y buscando en investigaciones cien­
tíficas de la década pasada, la socióloga Diana E. H. Russelll
(1988) ha sugerido un modelo teórico que demuestra las for­
mas en las que la pornografía puede provocar violaciones.
Propone que la "pornografía: (1) predispone a algunos hom­
bres a querer violar mujeres o intensifica esta predisposición
en otros hombres ya predispuestos, (2) destruye las inhibi­
ciones internas que impiden a algunos hombres llevar a cabo
sus deseos de violar, y (3) destruye las restricciones sociales
que los obstaculizan para llevar a cabo las violaciones" (41).
El modelo de Russelll descansa en dos aspectos de la por­
nografía particularmente importantes para mi análisis: su
construcción de una forma de ver la vida y el universo que
normaliza e invita a realizar actos violentos contra las muje­
res, así como su habilidad para crear deseos. Aunque en ge­
neral los académicos ignoran o cuestionan el poder de la
pornografía en esos aspectos, una cantidad creciente de ellos
estudia las formas en las que la publicidad realiza precisa­
mente esas funciones. En una reseña (1987) sobre diversas
formas contemporáneas de propaganda (se ignoró a la por­
nografía). Garth Jowett encontró en tres obras académicas
recientes (Marchand, 1985; Pope, 1983; Schudson, 1984) prue­
bas incontrovertibles de que la publicidad es "propaganda
organizada para el consumidor", que no sólo promueve la
adquisición de objetos sino que forma la conciencia pública,
y dirige a "la formación de creencias culturales específicas
ampliamente sostenidas por la población en general" (112-
13). El analista, Michael Schudson (1984), dice que la publici­
dad sirve para "articular algunos principios operativos del
capitalismo estadounidense" (219) y sugiere que es análogo
al arte socialista: la dramatización de ideales y principios del
sistema con más efectividad que las puras descripciones rea­
listas. Schudson designa intuitivamente a la publicidad como
"realismo capitalista" (209-33). Jowet subraya: "Por lo tanto,
la publicidad tiene una utilidad simbólica y cultural que tras­
ciende la mera venta de mercancías; como el arte realista so­
cialista emula: la publicidad sirve de recordatorio constante
de la base cultural y económica de nuestra sociedad" (1987-
111). En correspondencia, podemos considerar,que la porno­
grafía es una especie de "realismo patriarcal", no la fantasía
sexual utópica o "pornotopia", descrita por Stephen Marcus
(1964; 269), sino una arena donde se promulgan desnudas y
sin cesar las relaciones cockocratic —machistas— (Daly, 1984;
206), es decir, las relaciones desiguales, sado-masoquistas y
por último feminicidas entre los hombres y las "mujeres idea­
lizadas" . Podemos entender, parafraseando a Garret, que di­
cho realismo patriarcal sirve de recordatorio constante, de
refuerzo y de constitución de las bases sexualmente opresivas
de "nuestra" sociedad.
La pornografía no sólo promueve con eficacia, como la
publicidad, las formas dominantes de ver el mundo sino que
a la crítica le toca preocuparse por su habilidad para crear
deseos y estimular otros previamente desarticulados. Muchos
de los que se mofan de la idea de que la pornografía puede
crear deseos no dudarían en atribuirle ese poder a la publici­
dad. Uno de los primeros y más influyentes críticos de la pu­
blicidad fue John Kenneth Galbraith (1976). En La Sociedad
Afluente (1958) advierte: "La función central de la publicidad
moderna es crear deseos, hacer nacer deseos que antes no
existían" (129). Precisamente éste es el poder de la pornogra­
fía que Russelll (1989) nombra como su "función para predis­
poner a algunos hombres a querer violar". Una de las formas
en las que lo hace es enseñando a los hombres "que no esta­
ban previamente incitados por imágenes de violaciones a con­
vertirse después de asociar, en repetidas ocasiones, las
excitantes fotografías de la desnudez femenina con la viola­
ción" (51).
La pornografía feminicida y la gorenografía usan una tác­
tica similar: asocian repetitivamente las convenciones de la
excitación (desnudo femenino, parejas en el acto sexual) con
la mutilación y la muerte. La portadas de esas publicaciones
sobre "crímenes verdaderos" como Front Page Detective, con
frecuencia presentan escenas "prefeminicidas"; mujeres es­
casamente vestidas, en cautiverio y amenazadas a punta de
puñal o de pistola por un hombre con frecuencia enmascara­
do. De manera similar, las películas slasher con regularidad
"contienen escenas explícitas de violencia en las que las vícti­
mas casi siempre son mujeres, y estas cintas por lo general
yuxtaponen una escena violenta con una erótica o sensual
[por ejemplo, una mujer se masturba en el baño y súbita y
brutalmente es atacada]" (Donnerstein, Linz y Penrod, 1989:
125). No se necesita mucha imaginación para comprender que
dichos mensajes sobre la muerte y la mutilación, reiterados
interminablemente, pueden inducir excitación sexual en don­
de antes no la había. Russell (1989) indica: "N o hay buenas
razones científicas para suponer que la gente no puede desa­
rrollar nuevas ideas y deseos a partir de la prensa. ¿Gastarían
miles de millones de dólares en publicidad y anuncios si no
tuvieran ningún efecto?" (53). Aun si uno niega el poder de
la publicidad para crear deseos (como lo hacen los anunciantes
de cigarrillos y de alcohol para limpiarse las manos), cierta­
mente uno puede reconocer sus efectos en los deseos previos
y su poder para "reforzarlos, darles vida y encarnación, y
proporcionarles una permanencia que de otra manera no po­
drían lograr" Schudson 1984, 238). Al igual que los anuncios,
la pornografía refuerza y normaliza los deseos feminicidas,
enciende al consumidor y lo instruye en formas potenciales
para encamar sus deseos y llevar a cabo sus fantasías.

Fantaseando con el feminicidio


Bundy me dijo que, mucho antes de sentir la necesidad de
matar, tuvo fantasías juveniles alimentadas por revistas con
fotos de mujeres desnudas, por anuncios de bronceadores o
por los contoneos de las jóvenes estrellas de los “talk shows".
Estaba fascinado con la contemplación de cuerpos femeninos
en posiciones provocativas.

S teven M ichaud (Michaud y Aynesworth 1983,117).

Muchos asesinos múltiples encuentran en la pornografía una


salida a sus vividas fantasías sexuales. [Edmund] Kemper (el
co-asesino) registraba las revistas de detectives buscando foto­
grafías de cadáveres, y veía películas snuff en las que la pene­
tración es el preludio de la muerte. "No tenían sentido para
mí", decía; "sólo avivaban el fuego".

M ark S tarr (1984,105).

Como indiqué, en un estudio sistemático que incluye en­


trevistas a 36 asesinos sexuales, la pornografía ocupó el lugar
más importante en sus intereses sexuales, inclusive superan­
do a la masturbación. Esos mismos investigadores, Ressler,
Burgess y Douglas (1988), también descubrieron que la fan­
tasía sexualmente violenta desempeña un papel en extremo
poderoso para el desarrollo del asesino sexual: "Cuando se
les preguntó sobre las muertes en sí y sobre su preparación
para los asesinatos, los criminales identificaron la importan­
cia de la fantasía en las violaciones y en los asesinatos. Esos
actos cognitivos los condujeron gradualmente a la planeación
y a la justificación consciente de los actos de homicidio" (43).
Además, hacen notar que cada vez más se reconoce la fun­
ción de las fantasías en los asesinatos sádicos; algunos inves­
tigadores (MacCullough et al, 1983) sugieren que los actos
sádicos y las fantasías están vinculados, y que éstas dirigen
el comportamiento. Aunque la pornografía, en esencia, es
"realidad sexual" (MacKinnon, 1987,149) simultáneamente
es material creado para estimular las fantasías del especta­
dor, un factor sumamente apreciado por sus simpatizantes
(por ejemplo, Gagnon, 1977, 357). Sin embargo, Ressler,
Burgess y Douglas no demuestran que haya una relación en­
tre el empleo regular que de la pornografía hacen los asesi­
nos y la importancia y el contenido de sus fantasías personales.
Es una omisión grave que debe tomarse en cuenta en investi­
gaciones posteriores.
Al igual que la pornografía, la publicidad también se de­
dica de manera expresa a la fabricación de fantasías: "N o
busca presentar a la realidad sino a la realidad como debería
de ser; la vida y las vidas que vale la pena emular" (Schudson,
1984; 215). El historiador Roland Marchand (1985) habla de
la importancia de la representación de las fantasías en la
imaginería publicitaria y de las formas en las que los indivi­
duos comunes incorporan los "clichés visuales" en sus en­
sueños y, esto implica, en su comportamiento. Cita al psicó­
logo Jerome Singer, quien "afirma que la ensoñación y las
fantasías representan la parte del pensamiento en la que se
funda la conducta. Argumenta que la ensoñación representa
ensayos y 'actos de prueba' de las prácticas futuras" (235).
Además, Marchand comenta que: "En la medida en que la
fantasía del individuo se forma con el vocabulario de las imá­
genes familiares que tiene a la mano, los clichés del arte po­
pular de una época, en particular si se representan escenificada
y repetidamente ante la mirada pública, pueden inducir a los
individuos a recapitular sus propias fantasías en algunos as­
pectos de los ensueños que la sociedad comparte" (235). La
pornografía y la gorenografía también utilizan algunas for­
mas del arte popular; al igual que la publicidad, se dedican a la
estimulación de las fantasías de los observadores y sin cesar
reiteran clichés visuales (dominación, violación, tortura, asesi­
nato) con los que brindan retablos que se incorporan a la enso­
ñación personal, recetas a seguir, guiones que interpretar.
Por ejemplo, en junio de 1985 un empleado bancario, Leslie
Arthur Byrd, asesinó a una prostituta de 19 años, Cynthia L.
Engstrom. Primero la amordazo y la ató y luego la arrojó a la
bañera. En su juicio, la ex prostituta Erica Merle Clarke de­
claró que Byrd le había solicitado que participara en un com­
plot para ahogar a una mujer atada. En su declaración ella
dijo que él le había dicho: "Quiero que veas en sus ojos la
mirada de pánico justo antes de ser asesinada". Ella recordó
que Byrd le dijo que había visto "películas sn u ff pornográfi­
cas de mujeres, en las que se les iba quitando la vida. Sin
estar especialmente interesado en los casos "sangrientos", su
favorita era la de una mujer que fue arrojada a la tina del
baño (Ingram 1985). Obviamente la película alimentó sus fan­
tasías y le dio el guión para montar su propio escenario snuff.
En octubre de 1988, Sharon Gregory, de 19 años, fue ase­
sinada en Greenfield, Massachussets, de 50 puñaladas, por
Mark Branch, de 18 años. Por ese entonces, él acudía al psi­
quiatra debido a su obsesión por las cintas slasher, personal­
mente se identificaba con "Jason" el asesino de la serie de
películas Viernes 13. Cuando la policía cateó su casa encontró
75 videos slasher y 64 libros del mismo corte, tres cuchillos,
un machete y una mascara de portero de hockey como el que
empleaba su modelo gorenográfico Jason (Simurda 1988,28).
En 1989, en Japón hubo una serie de asesinatos que reci­
bieron mucha publicidad en los que hombres y adolescentes
asesinaron y desmembraron a mujeres jovencitas. Cuando la
policía cateó el departamento de Tsutomo Miyasaki, un im­
presor de 26 años de edad que confesó el asesinato de cuatro
muchachas, encontraron miles de videos pornográficos y
pasquines llamados manga. Una cinta extremadamente po­
pular de manga lleva el título de "Lolita", y presenta relatos
pornográficos de jovencitas y de jóvenes varones (Hughes,
1989). En la sección anterior argumenté que las obras pomo-
gorenográficas feminicidas se dedican a sexualizar la muerte
para algunos hombres y a crear en ellos el deseo de matar.
Aunque no puedo asegurar que los videos snuff q u e Byrd vio,
las cintas slasher que obsesionaban a Branch o los videos y
manga que dominaban a Miyasaki transformaron en asesi­
nos sexuales a algunos hombres sin motivos previos para
matar, por lo menos podemos decir que esas revistas y esas
películas, sin lugar a dudas, ayudaron a formar las fantasías
de cada uno de los asesinos y determinaron la forma que ten­
drían los feminicidios.
En resumen, mucho de lo que los hombres piensan que
es natural en los poderes de la publicidad —y de que ésta
puede crear y de manera significativa encender deseos, cons­
truir formas de ver el mundo, insinuarse como las fantasías
personales e influenciar significativamente los comportamien­
tos— debe utilizarse para comprender las formas en las que
la pornografía afecta a la violencia contra las mujeres. Iróni­
camente, un defensor de la pornografía hizo una compara­
ción entre ésta y la publicidad. Cuando Playboy le preguntó a
Teddy Bundy por qué ponía en duda a la pornografía, Irwin
Stotzky, profesor de derecho penal de la Universidad de
Miami, afirmó: "El argumento de que la pornografía puede
conducir a la violencia, es como decir que la publicidad de
licores conduce a la adicción a la heroína. Los tribunales su­
periores han visto pornografía y, hasta ahora, ninguno de los
jueces se ha puesto a matar" (Playboy Forum, 1989; 46-50).
Ésta es una declaración extrañamente ilógica desde distintos
puntos. En primer lugar, el hecho de que la pornografía
feminicida no haga que todos sus seguidores se pongan a
matar, no es prueba de que ésta nunca haya afectado a algu­
nos de ellos. Además aunque, con certeza, la publicidad de
los licores no conduce a la adicción a la heroína, sus efectos
entre los alcohólicos y entre los alcohólicos en potencia no se
pueden negar tan fácilmente.
Un sesudo analista de la publicidad contemporánea,
Michael Schudson (1984), escribe:

Hay alguna publicidad que promueve productos peligrosos o


que pueden serlo en grupos que probablemente no son capa­
ces de utilizarlos con precaución. La publicidad de los licores
dirigida a los jóvenes o a los bebedores consuetudinarios si no
es efectiva, sí es costeable y moralmente cuestionable. La pu­
blicidad y la mercadotecnia de la leche para bebés en los países
del Tercer Mundo, donde la pobreza y la ignorancia aseguran
el abuso generalizado, es un grotesco ejemplo del ansia de las
ganancias que se ha enloquecido. Es una violencia feroz, a la
que las personas de una generación futura podrían voltear a
ver de la misma forma como nosotros vemos a la esclavitud, a
la quema de brujas o el infanticidio (239-40).

Asimismo, las glamorosas y erotizadas actuaciones de vio­


lencia contra las mujeres en la pornografía y en la gorenografía
deberían de ser recon ocid as com o n o rm alizad oras,
legitimadoras, creadoras de deseos, reductoras de inhibicio­
nes e imitadoras de guiones de feminicidios. Ésta es la clase
de "ferocidad" civilizada que marca al mundo masculinista
moderno. Es verdad que esa ferocidad hace un tanto irónico
hablar aquí de generaciones futuras, puesto que la misma
pornografía emplea cuchillos para sustituir penes y experi­
menta éxtasis sexual ante un cuerpo muerto y mutilado de
mujer, es funcional en el fomento y la proliferación de un arma
todavía más mortal y fálica, la bomba atómica (Caputi, 1987,
188-97; Caputi, 1991; Russell, 1989). Más aún, el objetivo de
esas armas es llegar al "orgasmo" por otro tipo de feminicidio,
el asesinato de la "madre tierra".
Cuando la quema de brujas y la esclavitud estuvieron en
auge, no fueron concebidas como atrocidades. Por el contra­
rio, las autoridades más altas y los escritos más sacros (desde
bulas papales hasta la Constitución de los Estados Unidos)
las defendieron. Así también, el feminicidio de hoy no se com­
prende como terrorismo patriarcal, sino que se niega como
una desviación inexplicable, y en correspondencia se defien­
de a la pornografía como "libertad de expresión". Si el plane­
ta sobrevive, algunas generaciones futuras verán atrás y verán
a la pornografía y sus efectos como una atrocidad política de la
sexualidad. Las generaciones futuras verán el feminicidio al
lado de la esclavitud, de la quema de brujas y del infanticidio.
eJiutaíM
m tc o tt
TEXAS
m iN S A W
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* --4j¿ $ 5 .

Acto de guerrilla feminista organizado por la Preying


Mantis Brigade en Santa Cruz, California, 1980.
Fotografía de Nikki Craft.
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Parte 5
Feminicidio y parodias
de justicia
Mujeres protestando en las oficinas del gobierno británico en Londres en 1991,
en apoyo a las mujeres convictas por el asesinato de sus maridos violentos.
Foto: Pam Isherwood/Format.
Introducción

l i n la parte V se estudia la respuesta del sistema judicial al


feminicidio. Cada una de las secciones parte de un caso espe­
cífico de feminicidio y examina la respuesta legal, constru­
yendo con ello una crítica de su inadecuación y su misoginia.
En conjunto, los artículos seleccionados componen una críti­
ca general a las leyes humanas y a la práctica legal en Inglate­
rra y Estados Unidos.
Jill Radford analiza dos casos de feminicidio ocurridos a
menos de un año de distancia entre ellos en un pequeño pue­
blo del sur de Inglaterra, para mostrar cómo la ley desplaza
la responsabilidad del hombre matador a la mujer muerta al
admitir como defensas la "responsabilidad disminuida" y la
"provocación". La autora plantea cómo esas defensas legales
no sólo logran reducir las sentencias de los asesinos sino ha­
cer que la mujer sea la enjuiciada: reconstruyéndola a través
de ojos masculinos, juzgándola por normas masculinas, en­
contrándola deficiente según pautas masculinas y finalmen­
te culpándola de su propia muerte.
El estudio de Sue Lee sobre procesos por asesinato en el
Reino Unido señala puntos similares, relacionados con el uso
de la provocación por la defensa y la forma sistemática como
la ley adopta estrategias que culpan a la mujer, para negar la
responsabilidad de un hombre cuando éste conocía a la mu­
jer que mató. Además, señala que esa misma estrategia rara
vez es aceptada cuando se trata de una mujer que ha matado
a un hombre, incluso con mucho mayor evidencia de provo­
cación. En Inglaterra esos casos han llevado a las feministas a
exigir una nueva defensa de "auto-preservación", que per­
mitiría a las mujeres que matan después de años de maltrato
y de violencia sexual, tener una defensa viable frente al cargo
de asesinato premeditado, con su sentencia obligatoria de
cadena perpetua (Kelly, Radford y Malvowane, 1991).
Lucy Bland analiza el proceso del asesino serial Peter
Sutcliffe que, más que el juicio del asesino, dio la impresión
de ser un juicio del hombre y de la masculinidad en general.
En el meollo del tenso proceso había varias preguntas: ¿es
una bestia peligrosa, un hombre de responsabilidad dismi­
nuida, un mensajero de Dios o, como sorprendentemente
sugirió el propio juez, es tan sólo un hombre?
Diana Russell se ocupa del intento de asesinato y subsi­
guiente suicidio de Fay Stender, célebre abogada de
California, feminista que había trabajado activamente en el
movimiento por la reforma de las cárceles en Estados Uni­
dos. En un conmovedor relato personal, la autora intenta de­
senmarañar las complejas dimensiones políticas del ataque y
lo vincula con la participación de Fay Stender en la reforma
carcelaria y su trabajo contra el racismo. Como mujer que era
feminista y lesbiana, Fay era evidentemente una mujer a la
que se podía culpar. Russell sugiere que su género podría ser
un elemento central para comprender la motivación del ata­
que contra su vida.
Referencia
Kelly, Liz, y Sibusiso Mavolwane, "Women who kill", Rights of
Women Bulletin, Londres, Primavera de 1991: 52-54.
Retrospectiva de un proceso
Jill Radford

No me hizo muy feliz mudarme a Winchester. Me parecía


ostentoso y frío, y me sentía sola. Después de un tiempo, con
asombro descubrí que ese pueblo conservador tenía un gru­
po de Liberación Femenina, al que me uní de inmediato. Fue
allí donde conocí a Mary Bristow, quien durante los siguien­
tes siete años no sólo fue para mí una amiga cercana y valio­
sa, sino la cara aceptable del propio Winchester.
A primera vista Mary me impresionó muchísimo. Tenía
un aspecto magnífico: era muy alta —alrededor de 1.85 des­
calza—, con todas las convencionales virtudes femeninas
como belleza, gracia y dignidad. Y además de eso poseía
muchos atributos que la mentalidad de Winchester conside­
raría masculinos: independencia, vitalidad, una inflexible
consideración por su propia sensibilidad y un enorme grado
de confianza en sí misma.
Al conocerla mejor, comprendí que sólo era una mujer
que había alcanzado la autonomía. Era casi descaradamente
feliz: contenta consigo misma, contenta con su trabajo, con­
tenta con sus amistades.

* Reimpreso de New Society, 12 de septiembre de 1982: 42-48.


No tenía ningún sentido de ambición personal. Trabaja­
ba en la biblioteca desde que regresó de la universidad y no
tenía mayor interés en trabajar en ninguna otra parte. Tenía
su casa propia, era conocida y querida, y Winchester le senta­
ba como un guante hecho a la medida.
Teníamos muchas cosas en común. Las dos adorábamos
a Jane Austen, trabajamos juntas para el Partido Laborista
visitando gente, y juntas nos asociamos al CND* y a la Liga
Anti-Nazi de Winchester.
En mi trabajo como criminóloga, Mary siempre fue una
enorme ayuda. Cuando la Winchester Crown Court procesó
el célebre caso Asher, el último año, y Gordon Asher recibió
una sentencia de seis meses, suspendida, por matar a su es­
posa en un ataque de celos mezquinos, la reacción de temor y
desaliento de las mujeres comunes de Winchester conmovió
a Mary. Me ayudó a escribir un artículo sobre el caso y el
significado de su desenlace para las mujeres. Tres meses des­
pués de terminar el trabajo, la propia Mary Bristow fue asesi­
nada por un hombre joven con impulsos posesivos a quien
ella no deseaba pertenecer.

Cómo fue asesinada Mary


En la noche del 29 de octubre de 1981 Mary fue golpeada con
un mazo para ablandar carne, asfixiada con un cojín y estran­
gulada. A la mañana siguiente, Peter Wood fue acusado de
asesinato y enviado a la Winchester Crown Court para ser
juzgado.

* c n d = Campaign for Nuclear Disarmament, movimiento dedicado a


librar al mundo de las armas nucleares que llegó a ser muy importante (T.).
Creo que nunca hablé con Peter Wood. Lo consideraba
un hombre obsesionado por su condición física, y sabía vaga­
mente que en un pasado remoto y casi olvidado había sido
amante de Mary. Sin embargo, durante los años en que fui­
mos amigas él era un joven más bien aburrido que solía ron­
dar a Mary y a su casa. Ella era amable con él como era amable
con todos, pero Peter se fue volviendo cada vez más molesto,
hasta Mary tuvo que admitirlo.
Peter tenía la costumbre de aparecerse en casa de ella por
no tener adonde ir, sin empleo y sin dinero, y Mary una vez
más apretaba los dientes y le permitía quedarse. Casi siem­
pre había alguien viviendo en casa de Mary, alguna persona
con un problema transitorio de alojamiento; ella tenía espa­
cio y no era capaz de cerrarle la puerta en la cara a nadie.
Sin embargo, llegó a perder la paciencia con Peter Wood.
Una vez se negó a dejarlo entrar y él se metió a la fuerza. Otra
vez, Mary llegó a estar tan desesperada que llamó a la policía
para echarlo, pero los agentes se negaron a intervenir. En otra
ocasión se le ocurrió la idea de poner todas las pertenencias
de él en la calle, para que tuviera que irse.
Pero no había manera de quitárselo de encima. Él la perse­
guía, y continuó molestándola hasta que algunos de nosotros
—pero nunca Mary — llegamos a la conclusión de que era pe­
ligroso. Sabíamos, por ejemplo, que un par de semanas antes
de su muerte Mary descubrió que Peter se había metido sin
permiso a su casa, había hecho unos agujeros en el techo de su
dormitorio y se dedicaba a espiarla desde el desván. Ella nos
contó que ante eso se puso "lívida de furia" y que le hizo en­
tender a Wood que de veras ésa había sido la última gota.
También supimos que diez días antes de la muerte de
Mary, hubo un incendio bastante serio en la planta baja de su
casa, que Wood estaba en la casa cuando ocurrió y que la
policía lo había interrogado sobre el asunto. Supimos que el
incidente asustó mucho a Mary. Recuerdo que una de las úl­
timas veces que la vi estaba trabajando en un bar local, como
lo hacía habitualmente los viernes por la noche —pensaba
que era muy divertido ser mesera de un b ar—, y antes de
vaciar cada cenicero colocaba la mano sobre éste para asegu­
rarse completamente de que no había nada que pudiera ini­
ciar un incendio.
Muchos de nosotros dábamos por sentado que el tribunal
nos llamaría a atestiguar sobre la naturaleza de la relación de
Mary con Wood. Estábamos equivocados. A medida que el
proceso se iba desarrollando, empezamos a tener la impre­
sión de que quien estaba siendo juzgado no era en absoluto
Peter Wood sino Mary Bristow, y que no se le permitiría de­
fensa alguna.
El proceso de Wood se inició el 14 de junio de 1982 y
duró cuatro días. Lo presidió el juez Bristow —quien desde
el principio aclaró con mucho gusto que no tenía ningún
parentesco con M ary—, con Simón Tuckey como procura­
dor de la Corona, asistido por Philip Melsh de la oficina del
director del Ministerio Público. La defensa correspondió a
Patrick Back. Wood se declaró inocente de asesinato, pero
culpable de homicidio alegando responsabilidad disminui­
da y provocación, según las provisiones de la Ley de Homi­
cidios de 1957.
Tengo que admitir que al principio los procedimientos
casi parecían un proceso por asesinato. Wood aceptó que ha­
bía tenido el hábito de espiar a Mary, y que la noche en que la
mató la había visto salir con un hombre y se había metido a la
casa a esperar su regreso. No se indagó acerca de las suges­
tiones de que él podría haber entrado en la casa a través de
una ventana del desván utilizando una escalera de mano, de
otro modo sería inexplicable, ni tampoco en muchos otros
detalles de los acontecimientos. Sin embargo, quedó claro que
Peter estaba espiando desde la privacidad de la sala de la
casa de Mary, cuando ella regresó con su amigo, se despidió
en la puerta con un beso y entró sola a su casa.
Wood afirmó que entonces él salió silenciosamente por la
puerta trasera, dio la vuelta, golpeó a la puerta del frente y
Mary lo dejó entrar. El procurador aceptó la afirmación de
Peter de que a continuación hicieron el amor, y también la de
que reconoció que estaba dentro de la casa cuando ella llegó.
Dijo que Mary otra vez se puso "lívida de furia", y que él
escogió ese momento, tan poco apropiado, para pedirle que
mantuviera una relación monógama con él. Cuando ella se
negó, él decidió matarla.
Según su relato, fue a la cocina y tomó el mazo para ablan­
dar carne, y luego fue al cuarto desocupado donde tomó un
par de calcetines y un cojín. Metió el mazo en los calcetines,
entró al dormitorio de Mary y la golpeó en la cabeza con éste.
Ella se defendió y entonces él la estranguló y le puso el cojín
sobre la cara.
Para mí, como para todos los amigos de Mary, ese relato
resultó muy macabro. Para los que podíamos creer que esta­
ba muerta, subsistía la esperanza de que hubiera muerto pa­
cíficamente, de que quizá la hubiera matado mientras dormía,
y así ella nunca habría sentido su brutalidad. Sin embargo,
nos parecía muy extraño que todas las partes involucradas
en el proceso hicieran tantos esfuerzos por negar los hechos
de la violencia de Wood.
El juez consideró innecesario que el jurado viera fotogra­
fías de la autopsia para conocer la gravedad de las lesiones
infligidas a Mary. Pero nosotras las vimos, sentadas en la pri­
mera fila de la galería o esperando en el corredor afuera del
tribunal, era imposible no verlas cuando los caballeros de la
Corte se las pasaban de mano en mano para su propia ins­
trucción. Parecía que querían que las viéramos.
De ahí en adelante toda referencia al crimen se hizo me­
diante eufemismos: "el incidente", "los acontecimientos en
cuestión" y "la tragedia de aquella noche".

Proceso a la víctima
Lo curioso de la defensa de homicidio frente a un cargo de
asesinato es que, como no hay parte ofendida que pueda ac­
tuar como testigo principal de la acusación el juicio del fiscal
se basa sobre todo en la declaración del acusado a la policía.
Del mismo modo, el procedimiento de la defensa se basa en
el único testigo presencial, el acusado. En el caso de Wood, el
tono de la defensa fue igual al de la acusación.
Ciertamente, no había mayor desacuerdo entre los dos.
Al parecer, la única manera de superar ese callejón sin salida
era procesar a Mary Bristow, para lo cual contaron con el apo­
yo y la hábil ayuda de la prensa amarillista británica. "Salva­
je homicidio de una amante de la Liberación Femenina", fue
el titular del Sun. "El vínculo de la dama con su amante oca­
sional y asesino", dijo el News ofth e World. Y el Star se superó
a sí mismo con: "Turbia vida sexual secreta de la bella de la
biblioteca", subtitulado "Los juegos sexuales de Mary con­
virtieron a un amante celoso en homicida", y acompañado
por la foto de una mujer desnuda con la leyenda: "La víctima
Mary [...] disfrutaba con juegos sexuales fuera de lo común".
No es preciso decir que la fotografía no era en absoluto de
Mary. Pero no podíamos hacer nada al respecto. Nuestro abo­
gado nos dijo: "Los muertos no pueden ser difamados".
Sin duda sintiéndose seguros de ello, los abogados de
Wood procedieron a un despiadado asesinato del tempera­
mento de Mary, sin tomar en cuenta la verdad, ni la lógica ni
la decencia. Las verdaderas cualidades de Mary -su bondad,
su interés por los otros, sus fuertes principios feministas, su
independencia, su inteligencia, su popularidad, sus compro­
misos políticos, hasta su edad y su estatura, fueron utiliza­
dos como garrotes para golpearla.
Describiendo la relación entre Mary Bristow y Peter Wood,
en su defensa Patrick Back afirmó:

Había entre él y Mary Bristow lo que podríamos considerar


como una relación muy extraña, en la que una mujer mayor
que él y con grandes dotes lo dominó y trató de amoldarlo a
una forma que ella consideraba superior, pero que él, por su
nacimiento y antecedentes, no estaba realmente preparado para
aceptar. Esos seis años de relación fueron un Pigmalión o un My
Fair Lady al revés. Mary tenía un intelecto brillante y un cociente
de inteligencia de 182. Ella representó el papel de un Profesor
Higgins femenino y él, el de una Eliza Doolittle masculina. Ella
además era de clase media, y como ocurre a veces con perso­
nas muy inteligentes estaba en rebelión contra la moralidad de
esa clase. Para Mary el matrimonio era algo que, por lo menos,
no era para ella. Supongo que lo consideraba como algo que
limitaría su libertad. Era una devota de muchas causas: el Mo­
vimiento de Liberación Femenina, manifestaciones en favor del
aborto y el c n d .

Con esas insinuaciones falsas e insidiosas, Back esperaba


liberar a Wood de cualquier responsabilidad en el asesinato,
depositándola, en cambio, sobre la propia Mary.
"Cuando ella lo rechazó, tal vez incluso en una forma más
bien dura", dijo Back, "debe de haber sido como una puñala­
da en el cuerpo de él". En otras palabras: "ella se lo buscó".
Para la ley, provocación significa

[...] un acto o una serie de actos realizados por el difunto, capa­


ces de causar en cualquier persona razonable, una súbita y tran­
sitoria pérdida de todo control, haciendo que la pasión lo
dominara al punto de perder el control de su mente por un
momento. La suficiencia de la provocación deberá ser determi­
nada por el jurado, que tomará en consideración todo lo dicho
y hecho por ambos para decidir acerca del efecto que, en su
opinión, eso podría tener en un hombre razonable [Ley de Homi­
cidios de 1957],

En el caso en cuestión, la supuesta provocación consistió


simplemente en que Mary no tenía deseos de mantener una
relación sexual exclusiva con Peter Wood. Y eso fue, según el
Real Tribunal de Winchester, suficiente. Por lo tanto, cual­
quier hombre razonable puede ser provocado a matar a una
mujer si ella tiene la audacia para negarse a casarse con él.
La segunda defensa a la que recurrió el abogado de Wood,
fue la de "responsabilidad disminuida". Para la ley eso signi­
fica (según la Ley de Homicidios) que la defensa debe de­
mostrar que el acusado "padecía una anormalidad mental (ya
sea causada por una condición de desarrollo mental deteni­
do o retardado por cualquier causa, o provocado por una
enfermedad o por un golpe) capaz de reducir sustancialmente
su responsabilidad mental por sus acciones u omisiones, al
cometer o ser cómplice del asesinato".
La Ley de Salud Mental de 1959 aporta una definición
más amplia e ilustrada del desorden mental: "Enfermedad
mental, desarrollo mental detenido o incompleto, desorden
psicótico y cualquier otro desorden o incapacidad de la men­
te". Y la sexta edición (1979) de la English Law de Smith y
Keenan dice: "Eso no cubre una muerte derivada de alcohol
o drogas, porque es una condición autoprovocada. Y tampo­
co cubre los celos, el odio o la rabia porque ésas son debilida­
des hum anas ordinarias que se espera que el acusado
domine".
Los psiquiatras presentados por la parte acusadora y por
la defensa estuvieron, casi totalmente, de acuerdo sobre el
estado mental de Wood antes del asesinato. Por supuesto,
ninguno de ellos lo había visto realmente en ese estado, pero
con gusto aceptaron su palabra como el evangelio. Concor­
daron en que estaba "deprimido" porque, según él mismo
declaró, había estado "bebiendo mucho" y en ese tiempo es­
taba sin trabajo.
Esos hechos podrían haber sido fácilmente comprobados,
en cualquier momento de los últimos cinco años por cual­
quier testigo, incluso menos experto: un frecuentador de los
bares de Winchester, por ejemplo, o un funcionario del De­
partamento de Empleo. Sin embargo, los psiquiatras estuvie­
ron de acuerdo en que la causa de la tensa vida de Peter Wood
era la determinación de Mary Bristow de vivir su vida de
otro modo del que Wood quería.
Los dos psiquiatras concordaron también en que cuando
vieron por primera vez a Wood, después del asesinato, no
padecía depresión, en opinión de ellos, porque la causa de su
tensión (Mary) había sido eliminada. Eso fue suficiente para
convencer al jurado de que aceptara la propuesta de respon­
sabilidad disminuida. Lo que de nuevo implica que si el esti­
lo de vida de una mujer, su independencia y su negativa a
dejarse gobernar por un hombre provocan tensión en él, ella
debe de ser considerada responsable de cualquier reacción
violenta de parte de él.
En su recapitulación final, el juez apoyó la opinión de que
Mary se había buscado su propia muerte.
"Mary Bristow", dijo:

[...] con un cociente de inteligencia de 182, era una rebelde con­


tra sus antecedentes de clase media. Era heterodoxa en sus re­
laciones, lo que prueba que las personas más inteligentes no
siempre son muy prudentes. Los que se dedican a tener rela­
ciones sexuales deberían comprender que el sexo es una de las
emociones humanas más profundas y poderosas, y si uno jue­
ga con el sexo está jugando con fuego. Y es posible, señores
miembros del jurado, que las convenciones que rodean al sexo,
y que algunas personas consideran " anticuadas", existan para
impedir en lo posible que las personas se quemen.

Al definir para el jurado la diferencia entre asesinato y


homicidio, explicó:

"El asesinato implica maldad, el homicidio no necesariamente


implica maldad, como cuando algunas personas que se encuen­
tran en un medio desconocido en el que no saben cómo actuar,
hacen cosas totalmente ajenas a su naturaleza. Hay una dife­
rencia entre un delincuente que mata de un tiro a un policía y
un marido que mata a su esposa o a su amante en una etapa en
la que ya no puede más".

En efecto, así estaba explicando al jurado que es razona­


ble que un hombre mate a una mujer con la que se ha acosta­
do regularmente, si esa mujer se comporta de una manera
que lo hace sentir frustrado. Esa idea no sólo niega a las mu­
jeres un derecho igual ante la ley, sino hasta los derechos de
las personas. Y el jurado la aceptó.
Las implicaciones del veredicto de homicidio son obvias.
Si las mujeres son más inteligentes, más fuertes y más inde­
pendientes que los hombres con los que tienen relaciones, y
si se niegan a ser controladas por esos hombres inadecuados,
la ley las considera responsables de sus propias muertes. La
fuerza y la independencia de las mujeres se interpretan como
actos deliberados de provocación, que disminuyen la respon­
sabilidad de los hombres hacia su violencia. Sobre esta base,
Peter Wood probablemente quedará libre en 18 meses.
Después del proceso me fui de Winchester. Dudo que
vuelva a vivir allí alguna vez. El grupo de Liberación Feme­
nina que nos había apoyado a todas durante siete años se
desintegró gradualmente. Ya no existe. Es bueno saber que
ahora hay un nuevo grupo.
El caso del destripador
de Yorkshire: ¿loco, malo,
bestia u hombre?
Lucy Bland

Ahora, escurriéndose temerosas o acompañadas por las


calles en sombras
La noche, en Leeds, en noviembre, dura quince horas
Sólo sabemos que cada hombre o grupo de hombres en esas
calles
Es un enemigo, o si no es el enemigo esperándonos,
Si no es nuestro enemigo personal, entonces es uno que anda
suelto,
sin vigilancia, libre,
Mientras nosotras las sobrevivientes
Clavadas bajo la luz artificial en nuestros frágiles hogares
Sentimos la presión del miedo en la oscuridad que toca los
vidrios
Delgados como nuestra piel, y oímos las voces:
"Ninguna mujer está segura" (Esta vez es la policía)

Reimpreso de Paul Gordon y Phil Scraton (eds.), Causes for Concern


(Londres, Penguin, 1984). Agradezco a Jill Radford por su colaboración en
una versión anterior de este trabajo; a Victoria Greenwood, Maureen McNeil
y Angela McRobbie por sus útiles comentarios, así como los invaluables recortes
periodísticos de Victoria; y a Jean Keir por su conocimiento de las leyes.
"Ninguna mujer debería salir después de que oscurece" y
después en un susurro:
"Pero nosotros los hombres sí podemos".
Las voces cabalgan en el viento
Que choca contra las paredes
(Paredes vulnerables como nuestros cráneos)
"Ninguna mujer está segura"
Las voces se meten como chiflones por las grietas
"Mujeres" (ahora son todos los hombres los que hablan)
teman a la oscuridad, quédense en casa
No podemos responder por las consecuencias
Si se suben a los autobuses;
Déjennos a nosotros los senderos de caza en la selva de la
ciudad
Sean buenas: sean estúpidas: nunca, nunca sean libres.
Y nosotras recordamos
A la mujer que fue, o pudo haber sido
Nuestra hermana, alumna, colega, amiga, vecina
Común, admirable, simpática, cansada
Que se bajaba del autobús y ya no podía irse a casa
Y nosotras, nosotras las mujeres que por ahora sobrevivimos,
decimos:
"Hemos esperado mucho tiempo a la furia.
Pero ahora estamos furiosas
Por todas y cada una de las veces que traicionaron nuestra
confianza.
Por todas y cada una de las degradaciones, mayores y
menores
Por todas y cada una de las maldades hechas a las mujeres
Y todas son recordadas, y todas están escritas
Vinimos a reclamar nuestra justicia
Que es justicia para todas nosotras
Porque nuestra sangre clama, e innumerables mujeres
claman
A través de nuestras voces, y ha llegado nuestra hora, y
estamos llegando

Sí, estamos llegando.

Del "Poemfor Jacqueline Hill"*

En la noche del 2 de enero de 1981 un hombre fue arresta­


do en Sheffield por posesión de placas de automóvil falsas.
Posteriormente fue acusado del asesinato de trece mujeres y
de intento de asesinato contra otras siete. Dos oficiales de
policía, durante una revisión de rutina de placas de coches
robados, como parte de su trabajo en una ronda contra el vi­
cio, por casualidad lograron aprehender al hombre que 250
detectives habían buscado sin éxito, en una investigación que
duró cinco años y medio y costó cuatro millones de libras del
dinero público. Los dos policías habían arrestado al hombre
conocido como el "Destripador de Yorkshire". Su nombre era
Peter Sutcliffe.
Este hombre inició sus crímenes en octubre dé 1975 en
Leeds con el brutal asesinato de Wilma McCann. La forma
del ataque y los rituales subsecuentes, con el arreglo del cuer­
po y las ropas de la víctima, llegaron a ser un patrón familiar
que la policía llamaba la "m arca" del Destripador. Se acerca­
ba a sus víctimas por detrás y las golpeaba varias veces en la
cabeza con mucha fuerza, por lo general con un martillo.

* "Poem for Jacqueline H ill" fue escrito por una mujer de Leeds. Texto
completo , disponible en w a v a w , Comer Bookshop, 162 Woodhouse Lañe,
Leeds.
Después las apuñalaba y cortaba, a menudo muchas veces,
sobre todo en el pecho y en el abdomen con un cuchillo o un
desarmador de tipo Philips muy afilado. Parece ser que mu­
chas veces siguió apuñalándolas después de la muerte de las
víctimas. Con frecuencia dejaba el cuerpo ritualmente dis­
puesto, con la ropa levantada para mostrar el pecho y el ab­
domen.
Wilma McCann fue la primera víctima asesinada por el
Destripador, pero sus ataques ya habían empezado antes. En
el verano de 1977 la policía reconoció que los ataques contra
Anna Rogulskyi y Olive Smelt, en julio y agosto de 1975 res­
pectivamente, con golpes sumamente violentos en la cabeza,
habían sido obra del Destripador. Una razón importante de
la vacilación previa de la policía para identificar esos ataques
como obra del Destripador, fue el hecho de que ninguna de
esas mujeres era prostituta, pese a lo cual tanto la policía como
la prensa se apresuraron a calificarlas como "mujeres de mo­
ral fácil". Después del ataque, Olive Smelt tenía miedo de
salir de noche y su m atrim on io estu vo a punto de
desintegrarse porque, según sus propias palabras, había lle­
gado a tener miedo de "todos los hombres".
Más tarde, a comienzos de 1981 se supo, por su propia
confesión, que Peter Sutcliffe había intentado matar a dos
prostitutas en 1969. Sin embargo, esas mujeres permanecen
anónimas y él nunca fue acusado por los ataques contra ellas.
La segunda víctima asesinada, Emily Jackson, fue muerta en
enero de 1976, también en Leeds. Emily recibió varios golpes
en la cabeza, seguidos por cincuenta y dos piquetes con un
desarmador afilado. En la cadera tenía la marca de una bota
Dunlop número 7, la primera de muchas pequeñas pistas so­
bre la identidad del asesino. En mayo de 1976 Marcella
Claxton sobrevivió, por un pelo, a lo que sólo mucho más
tarde fue reconocido como otro ataque del Destripador. El
tercer crimen tuvo lugar en febrero de 1977, xana vez más en
Leeds, con la muerte de Irene Richardson. Ese asesinato fue
seguido en abril por el de Patricia Atkinson. Esa vez el
Destripador modificó su procedimiento en dos aspectos. Has­
ta la muerte de Patricia, todas las víctimas habían sido ataca­
das en lugares abiertos; Patricia fue asesinada en su propio
departamento. Antes de la muerte de Patricia, todos los crí­
menes habían ocurrido en Leeds; ese asesinato tuvo lugar en
Bradford. Eso hizo que todos comprendieran que no eran
solamente las mujeres de Leeds, sino todas las mujeres del
norte de Inglaterra las que estaban en peligro por los ataques
asesinos del Destripador.
Dos m eses más tarde, ahora de vuelta en Leeds, el
Destripador mató a Jayne MacDonald. El horror de tener que
identificar el cuerpo mutilado de su hija causó al padre de
Jayne un ataque que lo dejó paralítico, y poco después murió.
Hasta la muerte de Jayne se pensaba que todas las víctimas
del Destripador eran prostitutas. El apodo de "Destripador
de Yorkshire", acuñado por la prensa, reflejaba la creencia
inicial de que ese asesino masivo, igual que su predecesor
"Jack", intentaba exterminar a las prostitutas. Con el asesina­
to de Jayne vino el reconocimiento público de que todas las
mujeres, prostitutas o no, eran potenciales presas del
Destripador. (Aunque desde tiempo atrás muchas mujeres
tenían la sensación de que salir de sus casas, por cualquier
razón, después de que oscurecía, significaba correr un riesgo
de muerte.) Las acciones del Destripador impusieron un rígi­
do toque de queda a todas las mujeres; toque de queda refor­
zado por los consejos de la policía a las mujeres. Las calles
fueron quedándose cada vez más vacías a medida que el te­
rror acompañaba la campaña de crímenes del Destripador.
Eso hizo que las mujeres que no se dejaban intimidar por el
Destripador, o que por las circunstancias de la vida no po­
dían dejar de salir de su casa, corrieran un riesgo aún mayor.
Tras la muerte de Jayne, la policía y la prensa se horrori­
zaron porque el Destripador había cometido un "error" al
matar a una víctima "inocente, perfectamente respetable". Por
implicación, estaban afirmando que las prostitutas eran víc­
timas no inocentes, no respetables, que se habían buscado su
asesinato en virtud de su oficio: un riesgo de trabajo. Según
Beattie (The Yorkshire Ripper Story: 42): "Por primera vez la
saga del Destripador llegó a ser noticia a nivel nacional [...]
por fin la policía empezó a recibir la cooperación que necesi­
taba". The Times (25 de mayo de 1981) se tardó en comentar:
"La policía realmente merece cierto grado de compasión en
relación con la abrumadora tarea que enfrentó, ya que el ma­
yor problema durante los primeros años fue la apatía frente
al asesinato de prostitutas".
Dos semanas después del asesinato de Jayne MacDonald,
el Destripador atacó de nuevo. En esa ocasión su víctima,
Maureen Long, sobrevivió, pese a estar gravemente herida.
Su siguiente víctima, Jean Jordán, no tuvo la misma suerte;
fue asesinada en Manchester el I o de octubre de 1977, pero su
cuerpo no fue encontrado sino hasta varios días después. Tras
su descubrimiento quedó claro que el asesino había regresa­
do ocho días después para atacarla de nuevo: en ese segundo
ataque la apuñaló muchas veces y además trató de cortarle la
cabeza con una sierra. En la bolsa de Maureen encontraron
un indicio de la identidad del Destripador, un billete de 5
libras que un banco había entregado a varios empleadores de
Yorkshire dos días antes del ataque. Se pensó que el atacante
se lo había dado en pago por sus servicios como prostituta.
La policía trató de identificar el origen de ese billete y Peter
Sutcliffe fue uno de los muchos hombres que entrevistaron.
De hecho había recibido ese billete en su paga. Pero en esa
ocasión, igual que en ocho entrevistas subsiguientes con la
policía, la verdadera identidad del Destripador permaneció
oculta. Todavía mataría siete veces más.
En diciembre el Destripador intentó matar a Marilyn
Moore. A pesar de sus graves heridas, Marilyn sobrevivió y
conservó en la memoria lo que después demostró ser una
descripción bastante exacta de su atacante: un hombre de ca­
bello oscuro con un bigote tipo "Jason King". Su siguiente
víctima, Yvonne Pearson, asesinada en Bradford el 21 de enero
de 1978, fue encontrada hasta el 27 de marzo. Igual que en el
caso de Jean Jordán, el asesino había regresado al cuerpo en
el periodo transcurrido. A diferencia de las víctimas anterio­
res del Destripador, ni Yvonne ni Jean murieron por las heri­
das punzantes. La muerte de Yvonne se debió a la fuerza del
golpe en la cabeza. Mientras Yvonne yacía muerta pero sin
ser descubierta, el Destripador mató de nuevo, ahora en
Huddersfield. El 31 de enero Helen Rytka fue golpeada en la
cabeza cinco veces y después apuñalada repetidamente. En
mayo de 1981, durante el proceso de Sutcliffe se reveló que
Hellen era la única víctima con la que el Destripador había
tenido relaciones sexuales. Esas relaciones tuvieron lugar
después de haberla golpeado en la cabeza, cuando probable­
mente ella ya estaba muerta.
En febrero de 1978 los editores del Yorkshire Post y del
Evening Post ofrecieron una recompensa de cinco mil libras
por información que condujera al arresto del Destripador, y
la policía de West Yorkshire elevó la cifra a diez mil libras.
Rita Rytka, hermana gemela de Helen, apareció en la televi­
sión pidiendo al Destripador que se entregara. Después del
descubrimiento del cuerpo de Helen pero antes del hallazgo
del cadáver de Yvonne, el "Escuadrón Destripador" recibió
la primera de tres cartas de un hombre que se autodenominaba
"Jack el Destripador". Tras el arresto de Sutcliffe en enero de
1981 esas cartas, y la cinta enviada después por "Jack", resul­
taron ser falsas, pero en aquel momento la policía, y en parti­
cular George Oldfield, quien dirigía al Escuadrón Destripador
desde junio de 1977, creyeron que las cartas y la cinta (recibi­
da en junio de 1979) eran auténticas. (Oldfield tomó la "cace­
ría" del Destripador como una venganza personal: hombre
contra hombre. "Jack" reforzó esa tendencia al dirigirse per­
sonalmente a Oldfield en la cinta). Parte de la razón para creer
en la autenticidad de las cartas tenía que ver con ciertos deta­
lles de la primera acerca de la muerte de Joan Harrison. Joan
había sido asesinada en Preston en noviembre de 1975, de un
solo golpe en la cabeza; no había sido apuñalada. Su atacante
había tenido relaciones sexuales con ella, y el semen hallado
en el cadáver lo identificaba como miembro del raro grupo
sanguíneo B (sólo el 6 por ciento de la población pertenece a
ese grupo). En aquel momento el asesinato no fue relaciona­
do con el de Wilma McCann. Aun cuando Joan era una pros­
tituta, igual que Wilma y muchas de las víctimas subsiguientes
del Destripador, la naturaleza del ataque era cualitativamente
diferente. No había piquetes, y se pensó que tenía un "moti­
vo sexual" (lo que se creía inexistente en los crímenes del
Destripador). Con vehemencia Sutcliffe negó haber asesina­
do a Joan Harrison. Sin embargo, para cuando la primera carta
llegó, su muerte ya era considerada como uno de los críme­
nes del Destripador, aunque eso nunca se había expresado
públicamente. El hecho de que el autor de la carta estuviera
al tanto de esa conexión confirmó su autenticidad para mu­
chos miembros de la policía. Esa veracidad fue reforzada con
la llegada, al año siguiente, de la tercera carta, en cuyo sobre
se encontraron rastros de saliva que revelaron que el autor
era del mismo grupo sanguíneo que el asesino de Joan. Sin
embargo, como señalaría el New Statesman (12 de septiembre
de 1980) la creencia de que las cartas contenían información
que sólo el asesino podía tener, como la conexión con el ase­
sinato de Joan Harrison, era infundada. Breves notas en el
Daily M irror y en el Yorkshire Evening Post ya habían mencio­
nado la posible vinculación con el crimen de Preston. Más
allá de que el autor de las cartas y la cinta fuera o no el asesi­
no de Joan, en esa época no había evidencia que confirmara
que él hubiera cometido los otros asesinatos. Por el contrario,
como indicaría el mismo artículo del New Statesman, en la
primera carta el autor "se jactaba" de que la policía todavía no
había reconocido toda la extensión de su acción —ocho asesi­
natos (incluyendo a Joan) y no siete—, pero al hacerlo omitía
información que el "verdadero" Destripador tenía que cono­
cer: el hecho de que ya había ocurrido otro asesinato, el de
Yvonne Pearson, que aún no había sido descubierto. Aparen­
temente la mayor parte de la policía no registró ese "error"
de Jack. El descubrimiento del cuerpo de Yvonne no condujo
a una reevaluación de la autenticidad de la carta, sino a un
anuncio de la policía en Bradford que decía: "La próxima víc­
tima podría ser inocente" (véase: Spare Rib, 88,1979).
En mayo, con el asesinato de Vera Millward, el Destripador
mató por segunda vez en Manchester. Durante el resto del
año no hubo más ataques. En marzo de 1979 se recibió la ter­
cera carta de "Jack el Destripador". La segunda había sido
enviada al Daily M irror poco después de la primera. La terce­
ra fue seguida por el crimen de Josephine Whitacker en
Halifax. Asesinada de veintitrés puñaladas, tres fueron en la
vagina. En aquel momento ese detalle no fue revelado. Lo
que preocupó a la prensa, a la policía y a algunos sectores del
público fue que por segunda vez el Destripador había mata­
do a una víctima "inocente", porque Josephine Whitacker no
era prostituta. Después del asesinato, Oldfield convocó a una
rueda de prensa y declaró: "Esta muchacha era perfectamen­
te respetable, igual que Jayne MacDonald" (Beattie, p. 73).
Afirmar que el Destripador había matado "por error" ya no
convencía casi a nadie. Ciertamente el propio "Jack" había
afirmado en su primera carta que la muerte de Jayne había
sido un error. Decía: "En cuanto a la chava MacDonald, yo
no sabía que era decente y lamento haber modificado mi ruti­
na esa noche". Pero el asesinato de Jo Whitacker, y todos los
ataques subsiguientes del Destripador, tuvieron lugar fuera
de las zonas de prostitución. Poco a poco la policía y la pren­
sa tuvieron que admitir que el Destripador podía matar a cual­
quier mujer, en cualquier lugar. Como dijo el Daily M irror (7 de
abril de 1979), citando a Oldfield: "La próxima víctima po­
dría ser la esposa, la hija o la novia de cualquiera": evidente­
mente una mujer sólo era visible a través de su relación con
un hombre.
El Sunday M irror dijo a sus lectoras (el 15 de abril de 1979)
que debían responder a cinco preguntas cruciales que consti­
tuían una "Lista para la supervivencia". Éstas incluían una
clara advertencia de no ser complaciente: "¿Cree usted que
está segura porque no es una mujer 'alegre'?"; una sugeren­
cia de no precipitar el ataque: "¿Usted sale sola de noche,
aunque sea sólo por unos pocos pasos?"; y una recomenda­
ción de no permitir que se supiera que tenían una actitud
tolerante hacia el sexo: "Cuando habla con un hombre ¿man­
tiene usted en secreto el hecho de que no se opone a tener
relaciones sexuales?".
Dos meses después Oldfield recibió una cinta del hombre
que se autodenominaba "Jack". Con un acento de Newcastle,
identificado como de Wearside, la cinta se burlaba de la inca­
pacidad de Oldfield y sus "muchachos" para atraparlo. Du­
rante una conferencia de prensa en la que Oldfield hizo oír la
cinta, un periodista de Fleet Street sugirió que era el momen­
to de llamar a Scotland Yard. La respuesta inmediata de Dick
Holland (miembro del Escuadrón Destripador) fue: "¿Por qué
deberíamos llamarlos? Ellos todavía no han atrapado a su
propio Destripador". La creencia de Oldfield en la autentici­
dad de las cartas y de la cinta constituyó la base de la siguien­
te estrategia de la policía en la persecución del Destripador.
Sin embargo, según Beattie (p. 77) todo el mundo aceptó las
cartas y la cinta como genuinas. Algunos detectives tenían
du das, así com o oficiales superiores de la policía de
Northumbria, expresadas en un informe supersecreto envia­
do poco después de la llegada de la cinta. Un lingüista, Jack
Lewis, también afirmó que él y sus colegas creían que la cinta
era falsa, y dijo: "Su acento es tan particular que ya habría
llamado la atención de la policía si viviera [...] en cualquier
sitio fuera de Wearside" (Beattie, p. 97). Sin embargo, desde
junio de 1979 hasta junio de 1981 la policía tuvo un número
especial de teléfono al que la gente podía marcar para escu­
char la cinta. En total se hicieron 878 796 llamadas.
El 2 de septiembre en Bardford fue asesinada Barbara
Leach. Las feministas respondieron al homicidio con un mi­
tin y una marcha por la ciudad, para pronunciarse en contra
de la violencia contra las mujeres y evocar a todas las vícti­
mas del Destripador. En su comunicado a la prensa local afir­
maban:

Estamos de luto por todas las víctimas del Destripador y por


todas las mujeres víctimas de asesinato, violación, ataques y
golpes por hombres. Los ataques del Destripador son un ejem-
pío extremo de los ataques que las mujeres sufren todo el tiem­
po. La policía está diciendo a las mujeres que se queden en
casa por la noche. ¿Por qué deben quedarse en casa, si no han
hecho nada? Deberían de poner un toque de queda para los
hombres y darnos el derecho a defendernos para que todas las
mujeres podamos andar de noche sin temor. (Reimpreso en
FAST, núm. 3).

La policía respondió entrevistando a todas las estudian­


tes de primer año de la Universidad de Bradford, ya que
Barbara Leach había sido una de ellas. Las estudiantes que
llegaron a la Universidad un mes después de la muerte de
Barbara, tenían como máximo catorce años cuando empeza­
ron los ataques del Destripador, y en su mayoría provenían
de otras partes del país. La policía de West Yorkshire y la
Agencia de Publicidad Poulter and Associates Ltd., de Leeds,
establecieron conjuntamente el Project R. Designers, con fotó­
grafos y distribuidores que donaban su trabajo. Agencias de
noticias repartieron dos millones de ejemplares de un boletín
de cuatro páginas que trazaba el perfil de los asesinatos, e
incluía muestras de la letra de las tres cartas del "Destripador"
y una transcripción de la cinta. En seis mil bardas de más de
seiscientos pueblos y ciudades se pegaron carteles con las
palabras: "El Destripador quisiera que tú ignoraras esto. El
hombre a tu lado podría haber matado a doce mujeres". La
cinta se transmitía varias veces al día por radio y televisión.
Además, la policía hizo sonar la cinta a través de las bocinas
del estadio de fútbol de Leeds, pero no se podía oír por las
voces de odio de los fanáticos que repetían a coro: "¡Nunca
atraparán al Destripador! ¡Doce a cero! ¡Doce a cero!".
Se instaba al público a mantener una vigilancia constan­
te. Trágicamente aconsejaban buscar los indicios equivoca­
dos. La respuesta pública fue enorme. En las primeras seis
semanas del Project R la policía recibió más de 18 000 llama­
das, que arrojaron 17 000 sospechosos. Como no podían ma­
nejar tanto, el proyecto terminó ahí. Para fines de enero de
1980 se habían quitado los carteles y se dejó de transmitir la
voz grabada (Beattie).
Sin embargo, aunque no logró atrapar al Destripador, la
policía sí consiguió detener a once mujeres que protestaban
frente a un cine que exhibía una película titulada "La viola­
ción de la perra" [Violation o f the Bitch]. Además, Yallop
(Deliver Us from Evil) afirma que en 1979-1980, mientras en
Bradford la policía utilizaba prostitutas como carnada viva,
varios oficiales que estaban sentados en un automóvil vieron
que una mujer era atacada, y no la ayudaron ni pidieron auxi­
lio; al parecer, sólp estaban allí para recoger números de pla­
cas. A la Asociación de Prostitutas de Inglaterra (English
Collective o f Prostitutes) le tocó contestar a la definición de la
policía sobre las prostitutas como "merecedoras" de ser ase­
sinadas, en una declaración enviada al Comisionado Metro­
politano de Policía, David McNee, en enero de 1980. La
asociación afirmaba: "Para el Destripador y para la policía,
las prostitutas no somos decentes, no somos víctimas inocen­
tes. ¿De qué somos culpables para merecer semejante muer­
te? El 70 por ciento de las prostitutas de este país somos
madres que luchamos por llegar a fin de mes y alimentar a
nuestros hijos. Pero por rechazar la pobreza para nosotras y
para nuestros hijos nos tratan como criminales. A los ojos de la
policía nos merecemos lo que nos toque, incluso la muerte".
Al parecer, el siguiente ataque del Destripador llegó más
de un año después; fue el intento de asesinato contra Theresa
Sykes, en Huddersfield. Sin embargo, Sutcliffe admitió haber
llevado a cabo dos ataques en el intervalo, pero en ese mo-
mentó nadie los vinculó con el Destripador. Se trató del es-
trangulamiento de Margo Walls en agosto de 1980 y del in­
tento de asesinato contra la doctora U phadya Bandara,
también por ahorcamiento.
Menos de una semana después del intento contra Theresa,
asesinó a Jacqueline Hill en Leeds. El tratamiento inicial del
caso por la policía causó inquietud en el público. Una estu­
diante había encontrado la bolsa de ella y llamó a la policía al
descubrir que estaba manchada de sangre. La estudiante co­
mentó: "Durante toda la conversación estuvimos diciéndoles
que debían de ver si Jacqueline Hill estaba en su casa o toda­
vía estaba fuera, pero ellos simplemente no querían moles­
tarse [...] lo trataban como un caso de objeto perdido" (citado
en Beattie, p. 94). Después del asesinato de Jacqueline, buena
parte de la prensa exigió que se llamara a Scotland Yard.
Ronald Gregory (jefe de policía de West Yorkshire) se negó,
pero propuso una solución conciliatoria: la creación de un
nuevo "superescuadrón", un "tanque de cerebros" de oficia­
les de policía de alta graduación sacados de otras fuerzas y
encabezado por Jim Hobson. La sustitución de Oldfield fue
considerada como una crítica implícita de su manejo del caso.
Cuando se supo que el Destripador había atacado de nue­
vo, la respuesta de los fanáticos del fútbol se repitió en el
estadio de Elland Road, con el grito: "¡Destripador 13, policía
0!" (Daily Mail, 27 de noviembre de 1980). Ese día el noticia­
rio nocturno del canal 2 de la BBC transmitió un programa, de
siete minutos, en el que algunas de las víctimas sobrevivien­
tes del destripador y sus familiares hablaron de su odio y su
dolor, directamente al asesino que estaba "en algún lugar allá
afuera" entre el público de la televisión. El Grupo de Mujeres
de Hebden Bridge (West Yorkshire) en una carta al Guardian,
sugirió que en lugar de correr el peligro de salir sin la compa­
ñía de un hombre, como sugerían la policía y la prensa, "las
mujeres deberían 'acompañarse' unas a otras, por ejemplo
organizando grupos para compartir un automóvil (en caso
de tener automóviles), o acercándose unas a otras en las pa­
radas de autobús y estaciones de tren para ofrecerse a cami­
nar juntas. Las pequeñas comunidades deberían impartir
clases de autodefensa para las mujeres. Los hombres podrían
apoyar a las mujeres manteniéndose fuera de su camino, no
acercándose a ellas si no las conocen y no caminando muy
cerca detrás de ellas".
En el cumplimiento de una decisión tomada en una con­
ferencia sobre "Violencia sexual contra las mujeres", el 11 y
el 12 de diciembre, muchas feministas, en nombre de "Angry
Women" ["Mujeres furiosas"], desarrollaron diversas accio­
nes en toda la Gran Bretaña. Se manifestaron delante de las
tiendas de pornografía y artículos sexuales, pegaron y pinta­
ron mensajes en las paredes, organizaron mítines públicos,
repartieron volantes en las colas de los cines, dieron entrevis­
tas y conferencias de prensa a medios locales y nacionales, y
establecieron grupos de autodefensa (véase: Spare Rib, núm.
103, febrero de 1981). La policía declaró a la prensa: "Esas
mujeres son peligrosas", y hubo cincuenta arrestos (véase:
Anna Coote y Beatrix Campbell, Sweet Freedom, p. 205).
El 2 de enero de 1981 un hombre, arrestado en un opera­
tivo de rutina contra el vicio, admitió ser el "Destripador de
Yorkshire". Como lo había predicho por radio tres semanas
antes John Alderson, jefe de la policía de Devon y Cornwall,
el sospechoso de los crímenes del Destripador fue descubier­
to por un patrullero uniformado que estaba alerta (Guardian,
6 de enero de 1981). La respuesta inmediata del Escuadrón
Destripador fue la publicación de su júbilo y el anuncio de su
inminente disolución. En una conferencia de prensa el 4 de
enero, el día antes de la audiencia preliminar del acusado en
el tribunal, Ronald Gregory anunció: "Puedo decirles que
estamos absolutamente encantados con los acontecimientos
de esta etapa". Sin embargo, algunas personas expresaron su
preocupación acerca de que el proceso del acusado podía re­
sultar prejuiciado por esa muestra pública de alegría (véase:
por ejemplo, el editorial y la carta de J. Sweeney en el Guardian
del 7 de enero de 1981).

El procesamiento legal de un crimen grave


Cuando la policía arresta a un sospechoso y lo /la acusa de
un delito, el sospechoso es presentado ante un juez para una
audiencia preliminar. En los casos de crímenes graves, ese
juez debe decidir si la evidencia justifica o no enviar al acusa­
do a un tribunal de la Corona, en lo que se conoce como pro­
cedimiento de consignación. Si el cargo se sostiene, como
normalmente sucede, el acusado puede salir bajo fianza o
permanecer en custodia. La policía redacta un informe basa­
do en sus indagaciones y lo envía a un procurador o, en los
casos graves, incluyendo todos los casos de asesinato, al di­
rector de Procuración Pública (DPP = Director of Public
Prosecution); éste es un funcionario gubernamental, subor­
dinado al Procurador General. Su oficina organiza la acusa­
ción y el procurador puede actuar como acusador en casos
importantes. El DPP aconseja a la policía si debe o no seguir
adelante con el caso. Si la decisión es para proseguir, el acu­
sado, ahora reo, es consignado a un tribunal de la corte para
ser procesado.
Si el cargo es por asesinato, es necesario establecer que ha
habido homicidio con malicia previa; ésta consiste en la in­
tención, por parte del acusado, de matar o causar daño físico
grave a otro ser humano, y no implica premeditación ni mala
voluntad. La regla general es que los motivos del acusado,
buenos o malos, no tienen importancia en relación con su
posibilidad de ser procesado. Sin embargo, el concepto de
responsabilidad criminal, que es central en nuestro derecho
penal, sí tiene importancia en ese sentido.
El concepto de responsabilidad criminal se basa en el su­
puesto de que la mens rea (literalmente "mente culpable": tie­
ne la intención criminal o la conciencia de que un acto es malo)
es un elemento esencial en la justicia penal, y es sustancial en
la posibilidad de ser procesado, misma que debe ser estable­
cida antes de cualquier veredicto. Para determinar si el acusa­
do tenía o no la intención de hacer el daño, la ley presume
que normalmente todos entendemos las consecuencias natu­
rales de nuestras acciones (Wootton, Crime and Penal Policy).
Así, la posibilidad de ser procesado por crímenes graves de­
pende tanto de que el acusado haya cometido un acto prohi­
bido como de que lo haya hecho con una determ inada
intención.
Como para condenar a alguien por asesinato es necesario
establecer antes su mens rea, el homicidio no se castiga como
asesinato si se lleva a cabo sin intención, por accidente, por
error o mientras el responsable sufre de ciertos tipos de anor­
malidad mental. Para un cargo de asesinato hay varias de­
fensas posibles que reducen el cargo a homicidio. Consisten
en el argumento de responsabilidad disminuida, de provo­
cación (capaz de llevar al acusado a perder el control) y de
que éste actuó en cumplimiento de un pacto suicida.
En relación con la discusión sobre la responsabilidad dis­
minuida, la sección 2 de la Ley de Homicidios de 1957 estipu­
la que: "Cuando una persona mata o colabora en la muerte
de otra, no será condenada por asesinato si sufre de una anor­
malidad mental (ya sea causada por una condición de desa­
rrollo mental detenido o retardado, por cualquier causa, o
provocado por una enfermedad o un golpe) capaz de reducir
sustancialmente su responsabilidad mental por sus acciones
u omisiones, al cometer o ser cómplice de una muerte".
Así, para establecer responsabilidad disminuida la defen­
sa tiene que probar tres elementos: (1) que el acusado sufría
una "anormalidad mental" en el momento del crimen; (2) que
esa anormalidad mental era consecuencia de una de las cau­
sas especificadas; y (3) que esa anormalidad mental tiene que
haber reducido sustancialmente la responsabilidad mental del
acusado. Desde el punto de vista del acusado, la posibilidad
de que el cargo de asesinato se reduzca a uno de homicidio,
según la sección 2 (de la ley citada) tiene una posible ventaja
sobre un veredicto de demencia o de asesinato, en cuanto que
una condena por hom icidio que in volucra dem encia,
automáticamente incluye la consignación a Broadmoor o una
institución similar, mientras que en una condena por asesi­
nato, la sentencia de cadena perpetua es obligatoria. Sin em­
bargo, el veredicto de responsabilidad disminuida, como
cualquier veredicto de homicidio, puede ser manejado de di­
versas formas, desde la liberación absoluta hasta la cadena
perpetua, pasando por la reclusión en un hospital especial,
de acuerdo con la Ley de Salud Mental de 1959. La sentencia
queda a discreción del juez.
Si el acusado decide declararse inocente del cargo de ase­
sinato pero culpable del cargo de homicidio en razón de la
responsabilidad disminuida, toca al abogado defensor (si está
dispuesto a aceptar esa declaración) acercarse al procurador
con la esperanza de persuadirlo/ a para aceptar esa declara­
ción, y por lo tanto de modificar el cargo. Si la parte acusadora
y la defensa llegan a un acuerdo acerca de la declaración,
queda a discreción del juez del tribunal de la corte resolver si
la acepta (lo que significa reducir el proceso a uno sin jurado,
que consiste en la presentación del caso de responsabilidad
disminuida por el fiscal, sin contestación, seguido por la sen­
tencia del juez) o la rechaza (esto impone un juicio conjurado
en el que la defensa tiene que convencerlo de la responsabili­
dad disminuida del acusado, lo que desplaza la carga de la
prueba de la parte acusadora a la defensa).

El proceso de Peter Sutcliffe


El miércoles 29 de abril de 1981 Peter Sutcliffe fue presentado
en el tribunal ante el juez Boreham. Debido a la extrema gra­
vedad del caso, el Procurador General, Sir Michael Havers,
había decidido actuar personalmente como procurador. Du­
rante el tiempo que Peter Sutcliffe estuvo en prisión, la de­
fensa llegó a un acuerdo con el procurador. Sir Michael aceptó
la declaración de inocencia del asesino, pero lo encontró cul­
pable del homicidio de trece mujeres, con responsabilidad
disminuida. Además Sutcliffe se declaró culpable del intento
de matar a otras siete mujeres. Tanto el procurador como la
defensa esperaban un proceso corto, de dos días de duración
como máximo, en el que el procurador, respaldado por evi­
dencias psiquiátricas, presentaría el caso de responsabilidad
disminuida, sin contestación, y a continuación el juez dicta­
ría la sentencia.
No habían contado con el juez Boreham, quien rechazó el
trato entre el procurador y la defensa y exigió un proceso con
jurado y en el que el procurador mantuviera el cargo de ase­
sinato. Sir Michael había afirmado que el "muy severo inte­
rrogatorio" de los psiquiatras antes del proceso, lo había con­
vencido de que Sutcliffe sufría de esquizofrenia paranoica.
Boreham había preguntado repetidamente a Sir Michael por
los hechos en que basaba su posición, la evidencia que la apo­
yaba, y fue la incapacidad de responder de éste lo que impul­
só a Boreham a insistir en que la decisión sobre el estado
mental de Sutcliffe fuera encomendada a un jurado.
Esto significaba que el Procurador General, que aparen­
temente estaba convencido de la demencia de Sutcliffe, tenía
ahora que convencer al jurado de que éste estaba mentalmente
sano. Ese cambio de posición obligado de Sir Michael mostró
con toda claridad la hipocresía del sistema para hacer tratos
antes del proceso.
El juicio con jurado de Peter Sutcliffe se inició en el Oíd
Bailey el 5 de mayo de 1981, y se prolongó hasta el 22 de mayo,
con un tribunal de seis mujeres y seis hombres. Sir Michael
Havers y Harry Ognall eran los encargados de la acusación,
y el defensor era Chadwin.
El caso se presentó en términos de si Peter Sutcliffe esta­
ba loco o mentía; si los médicos estaban en lo cierto al creer
que era un esquizofrénico paranoico que sentía que tenía una
"misión divina" de matar prostitutas, o si "era un asesino
astuto e insensible que intentaba fingir demencia" (Guardian,
6 de mayo de 1981).
Para respaldar su argumentación de que Sutcliffe mentía
y estaba fingiendo demencia, inicialmente Sir Michael señaló
tres tipos distintos de evidencia: primero, que Sutcliffe nun­
ca mencionó esa "misión divina" durante las horas en que
fue interrogado por la policía; segundo, que mientras estaba
en prisión, un funcionario de la cárcel lo oyó planeando fin­
gir demencia; tercero, que las últimas seis mujeres asesina­
das por Sutcliffe no eran p ro stitu tas sino m ujeres
"absolutamente respetables", lo que refutaba la afirmación
de Sutcliffe de tener una "misión divina" para únicamente
matar prostitutas.
Sin embargo, a medida que el proceso se desarrollaba
hubo un cambio perceptible en la evidencia que el procura­
dor destacaba. Se mantuvo firme con respecto a los puntos
uno y tres de la evidencia como "pruebas" de la salud mental
de Sutcliffe, pero "perdió" frente a la defensa en relación con
la interpretación de lo que el acusado había dicho o de lo que
algún funcionario de la cárcel lo había oído decir. La defensa
leyó del informe de la prisión que Sutcliffe, además de mos­
trarse "divertido" por el hecho de que los médicos lo consi­
deraran loco, también había dicho que los médicos pensaban
que tenía algo mal porque oía la voz de Dios; a lo cual había
preguntado por qué debían de considerarlo loco por eso. Todo
esto representó un "triunfo" momentáneo para la defensa, ya
que parecía mostrar a un loco que se creía sano. Cuando un
psiquiatra, el doctor Milne, insistió en que la premeditación
y la deliberación no eran incompatibles con la esquizofrenia,
el procurador también abandonó parcialmente su argumen­
tación referente a los ejemplos del pensamiento racional y
"calculador" de Sutcliffe (como la decisión de no matar mu­
jeres en su propio automóvil porque eso haría mucho ruido y
dejaría evidencia).
Sin embargo, el procurador elaboró otros dos argumen­
tos para apoyar su afirmación de que Sutcliffe no tenía res­
ponsabilidad disminuida: primero, que sus crímenes eran
"comprensibles" en términos de motivos racionales y razona­
bles; segundo, que seis de los ataques incluían un compo­
nente sexual. Esto último contradecía la argumentación de
la misión divina (de que Sutcliffe había matado sólo porque
Dios le ordenaba librar al mundo de las prostitutas) y a l a
vez proponía una razón para los asesinatos (la gratificación
sexual).
En el curso del proceso el procurador Ognall llegó a ridicu­
lizar el diagnóstico de los psiquiatras. Por un lado, la "lectu­
ra" de los síntomas por los psiquiatras se había reducido a
"dejarse engañar" por Sutcliffe. En el caso de uno de ellos, el
doctor MacCulloch, confesó abiertamente que no se había
tomado el trabajo de leer las entrevistas de la policía con el
acusado. Sir Michael comentó: "¿Qué clase de experto es el
que se forma una opinión sin conocer todos los hechos?". Por
otra parte, la "creación" de Sutcliffe de una misión divina fue
vista como una respuesta directa a insinuaciones de los mé­
dicos. En su resumen el juez Boreham señaló que se habían
arrojado dudas sobre la base real de la opinión de los médicos
(lo que refleja una larga historia de discurso legal que se niega
a tomar como "hechos" las opiniones de éstos). El jurado, por
una mayoría de diez contra dos, estuvo de acuerdo con el pro­
curador en que esa "base real" estaba ausente, y condenó a
Sutcliffe como culpable de asesinato y no de homicidio.
Un aspecto inquietante del proceso fue el modo como el
procurador desarrolló su argumentación de que los crímenes
de Sutcliffe eran "comprensibles" en términos de motivo y
motivación racionales. Como ya he señalado, la ley presume
que normalmente entendemos las consecuencias de nuestras
acciones y que cuando se ha cometido un acto ilegal, los mo­
tivos del acusado no afectan su posibilidad de ser procesado.
Sin embargo, al enfrentar un argumento de responsabilidad
disminuida, el establecimiento de m otivo y motivación
comprensibles funciona como un medio del procurador para
demostrar intención racional de matar y, por lo tanto, la exis­
tencia de mens rea. A medida que se desarrollaba el proceso,
el procurador fue adoptando cada vez más esa posición. Ade­
más la defensa, incluyendo a los psiquiatras llamados por
ésta, convergía con el procurador en una comprensión "de
sentido común" del motivo para matar prostitutas. Como
mostraré más adelante, también coincidieron en el papel de
la esposa de Peter Sutcliffe, Sonia. Eso resultó posible a pesar
de sus diferentes objetivos y, en el caso de los psiquiatras, de
un lenguaje de explicación totalmente distinto.
En el intento para establecer responsabilidad disminui­
da, la defensa tenía que demostrar que el acusado sufría de
una "anormalidad mental" y además que ésta lo estaba afec­
tando en el momento de los asesinatos. Esto último es imposible
de demostrar en los términos de la psiquiatría, puesto que
ésta puede diagnosticar estados de la mente, pero no es ca­
paz de determinar las causas de los actos; en este caso, si la
esquizofrenia paranoica explicaba los crímenes o no. El len­
guaje de la psiquiatría, con su énfasis en el poder determi­
nante del inconsciente, está en un conflicto fundamental con
la ponderación de la ley en la intención consciente, tal como
se revela en los actos mismos (véase: Roger Smith, Trial by
Medicine, por una descripción de ese conflicto como se hace
evidente en procesos del siglo XIX). Por ejemplo, en resumen
el juez Boreham recomendó al jurado que examinara las ac­
ciones, porque "con frecuencia las acciones hablan más alto
que las palabras" (Guardian, 22 de mayo de 1981). El concep­
to de "responsabilidad disminuida" es una transacción con­
fusa que anda a caballo entre los dos modos de explicación.
Sin embargo en el caso de Sutcliffe, como en muchos otros
casos de violencia de hombres contra mujeres, el lenguaje de
la ley y el de la psiquiatría se encontraron en una "compren­
sión" común de los actos del acusado, en términos de precipi­
tación de la mujer. Tanto el procurador como la defensa, pese a
sus diferentes objetivos (el del primero, establecer la "razón"
de Sutcliffe; el del otro, fundamentar su "responsabilidad dis­
minuida"), tomaron las acciones de algunas mujeres en la vida
del enjuiciado como clave para entender y explicar su com­
portamiento. La atención en la mujer-como-precipitadora elu­
dió el problema de si el actor (hombre) era o no responsable
de sus acciones. De hecho, tanto el procurador como la de­
fensa ubicaron la culpa y la responsabilidad por los asesina­
tos de Sutcliffe en las mujeres. Para el procurador, Sutcliffe
era responsable de sus actos en el sentido de que había res­
pondido racionalmente al comportamiento de ciertas mujeres,
que eran: una prostituta que le "estafó" cinco libras, su espo­
sa Sonia y, hasta cierto punto, su madre. Sin embargo, el he­
cho de que esas mujeres habían actuado para precipitar su
conducta eliminó la responsabilidad de él. Para la defensa,
Sutcliffe no era dueño de sus actos porque actuaba bajo la
ilusión de tener una "misión divina". Para los psiquiatras,
esa misión era "comprensible" en términos del comportamien­
to de algunas mujeres (de nuevo la prostituta "estafadora",
Sonia y la madre de Sutcliffe). En realidad ellas fueron seña­
ladas como precipitadoras, si es que no causantes, de las ac­
ciones del Destripador. Parecía que quien estaba siendo
juzgado no era Sutcliffe, sino ellas.
Desde el principio, Sir Michael Havers dejó clara su opi­
nión sobre las prostitutas. En su discurso introductorio, refi­
riéndose a las víctimas de Sutcliffe, dijo: "A lgunas eran
prostitutas, pero quizás la parte más triste de este caso es que
algunas no lo eran. Los últimos seis ataques fueron realiza­
dos contra mujeres totalmente respetables". Miembros de
organizaciones de mujeres, incluyendo a la Asociación de
Prostitutas de Inglaterra, acusaron a Havers de "condonar el
asesinato de prostitutas" y protestaron enérgicamente contra
su distinción entre prostitutas y "mujeres respetables". Fren­
te al Oíd Bailey hubo un desfile de mujeres con pancartas que
decían:

Las mujeres no son responsables de los crímenes de los


hombres
El 70 por ciento de las prostitutas son madres
Las prostitutas son inocentes, OK
23 por ciento de los niños crecen sin madre
Las prostitutas también tienen familias
El Procurador General condona el asesinato de prostitutas

En su distinción entre prostitutas y "mujeres respetables",


Sir Michael se basaba en una "comprensión" y una moralidad
anteriores al proceso. Era, como lo expresó Joan Smith ("Getting
Away zvith Murder"), una visión de los crímenes del Destripador
como "no del todo reprensibles". Desde la época del asesinato
de Jayne MacDonald, los medios y la policía habían hecho
sistem áticam ente la distinción entre las víctim as del
Destripador: las "inocentes" y "respetables", y las "otras":
las no respetables y en realidad culpables eran las prostitutas
y las "mujeres livianas". El 26 de octubre de 1979, cuatro años
después del asesinato de Wilma McCann, el London Evening
News registró "un pedido de aniversario al Destripador" por
parte del jefe de policía suplente de West Yorkshire, Jim
Hobson. Éste había dicho: "Ya ha dejado claro que odia a las
prostitutas. Muchas personas sienten lo mismo. Nosotros,
como policía, continuaremos arrestando prostitutas. Pero aho­
ra el Destripador está matando muchachas inocentes". Y diri­
giéndose directamente al asesino agregaba: "Ya has expresado
tu posición. Entrégate antes de que muera otra mujer inocen­
te" (citado por Joan Smith). Suena casi como si le hablara a un
niño que ha ido "demasiado lejos" en sus travesuras.
El procurador, la defensa y Sutcliffe estuvieron de acuer­
do en que una prostituta que en 1969 le estafó cinco libras del
cambio de un billete de diez y después, una semana más tar­
de, se burló de él con sus amigas en un bar cuand o él estaba
presente, le había resultado tan humillante que constituyó la
base de su consiguiente odio hacia todas las prostitutas. An­
tes de contar a los psiquiatras la historia de la misión divina,
Sutcliffe le había dicho a la policía, en enero inmediatamente
después de su arresto, que había matado por haber sido hu­
millado por una prostituta. En su contra-interrogatorio a los
psiquiatras, el procurador Ognall presentó esa historia como
base de una "razón perfectamente sensata para guardar re­
sentimiento a las prostitutas" (Guardian, 16 de mayo de 1981),
que constituía "un motivo totalmente del sentido común [...]"
(Guardian, 19 de mayo de 1981). Como dijo Sir Michael Havers
en su discurso de clausura: "¿No fue un caso clásico de pro­
vocación? [...] Dios no le dijo que odiara a las prostitutas ni
que las matara. Fue una reacción que podríamos considerar
no del todo sorprendente, la reacción de un hombre que ha­
bía sido estafado y humillado [...] el tipo de pérdida de con­
trol en el que no es necesario estar loco para sufrir por un
momento (Guardian, 20 de mayo de 1981).
Esto podría compararse, por ejemplo, con la idea de que
la "provocación" de un tendero que le dio a un hombre cam­
bio de menos, impulsó a ese hombre a odiar y a matar a todos
los tenderos. Entonces, fue por cinco libras que murieron tre­
ce mujeres. También la defensa señaló a la prostituta "estafa­
dora" como "explicación" del odio de Sutcliffe hacia las
prostitutas. Para el momento de su proceso Sutcliffe sostenía
que era la misión divina lo que lo había llevado a matar pros­
titutas, pero por supuesto las prostitutas seguían siendo cul­
pables. ¿Acaso no le había dicho, nada menos que el propio
Dios, que las prostitutas "eran responsables de todo el pro­
blema"? Así los procuradores, la defensa y él, apoyados por
la prensa y la policía, compartían una moral para la cual ase­
sinar prostitutas "tenía sentido".
También Sonia, la esposa de Sutcliffe, fue vista como una
precipitadora clave de los crímenes. Su comportamiento "neu­
rótico" fue extensamente descrito en los informes de los psi­
quiatras y ávidamente recogido por la prensa. La calificaron
de temperamental, difícil, sobreexcitada, muy tensa e inesta­
ble. Suponían que estaba tan obsesionada por la limpieza que
no permitía a Sutcliffe usar zapatos dentro de la casa, y pasa­
ba horas limpiando las manchitas del tapete. Se afirmó que
Sonia a veces desconectaba la televisión cuando Sutcliffe es­
taba esperando su té, y cuando él quéría leer el periódico le
gritaba y lo golpeaba. También sé aseguró que ella no lo deja­
ba que tomara lo que quisiera del refrigerador. El doctor Milne
dijo al tribunal que: "La descripción de Sutcliffe de la con­
ducta de su esposa explica su comportamiento agresivo ha­
cia muchas mujeres". A pesar de la aclaración de que se trataba
de la descripción de Sutcliffe de la conducta de Sonia, esa des­
cripción fue presentada por los médicos y recogida por la
prensa como la verdad de los hechos. El Daily Express (7 de
mayo de 1981), por ejemplo, publicó un titular que decía: "El
Destripador intimidado por su esposa", y todos los periódicos
dieron abundantes detalles del comportamiento "difícil" de
Sonia. Sin embargo, aparte de que si ella actuaba o no como
afirmaba Sutcliffe, resulta difícil de entender la relevancia de
ese comportamiento. A pesar de esto, tanto los procuradores
como la defensa tomaron la conducta de Sonia como un ele­
mento "fundamental" para su "explicación" y "comprensión"
de los crímenes de Sutcliffe. Éste había afirmado que antes de
su matrimonio, Sonia había tenido una relación con otro hom­
bre, lo que lo condujo a buscar a una prostituta. Ésa fue la
mujer que supuestamente le "estafó" cinco libras. La acepta­
ción general de esa historia reforzó la implicación de que Sonia
había sido el precipitador central de la siguiente serie de ho­
rrendos acontecimientos. En su discurso de clausura, Sir
Michael Havers argumentó que si el jurado no aceptaba la
historia de Sutcliffe de haber oído la voz de Dios, había va­
rias alternativas: O bien era un mentiroso y "un asesino frío y
calculador [_] ¿o fue porque estaba pasando un periodo muy
duro en su matrimonio? ¿Es posible que su esposa, también
por su propia enfermedad, estuviera actuando de forma tan
imposible que él tenía miedo de volver a su casa?" (Guardian,
20 de mayo de 1981).
Además de la afirmación de que los crímenes de Sutcliffe
eran "comprensibles" en términos de motivo racional, los
procuradores desarrollaron la argumentación de que tenían
un componente sexual.
Al principio los psiquiatras afirmaban, de manera termi­
nante, que no había ningún componente sexual. El doctor
Milne declaró que había buscado cuidadosamente un factor
de ese tipo, pero había encontrado que tanto Sutcliffe como
Sonia consideraban que su vida sexual era "enteramente sa­
tisfactoria". Sutcliffe había negado sentirse sexualmente ex­
citado durante los crímenes y sólo tuvo relaciones con una de
sus víctimas. Esto ilustra la estrechez de la concepción de
"sexual" de los psiquiatras, a saber placer (probablemente
orgasmo) causado por la penetración. En un intento para des­
acreditar la afirmación de una misión divina, los procurado­
res ensancharon el concepto de lo que podía implicar un
crimen "sexual" (no sin cierta incomodidad, añadiría yo, pues­
to que aun cuando aportó el medio crucial para desacreditar
a los psiquiatras, ni los procuradores ni el juez en su resumen
final retomaron el tema).
Para demostrar que los crímenes tenían un componente
sexual, la acusación se basó tanto en ciertas observaciones de
Sutcliffe como en su comportamiento. Sir Michael Havers hizo
referencia a un comentario hecho por Sutcliffe a la policía, de
que después de matar a Emily Jackson le subió el brassiere y
le bajó las pantaletas para "satisfacer una especie de vengan­
za sexual en ella". En casi todos los casos, les quitó la ropa a
sus víctimas antes de apuñalarlas. Dijo que lo hacía para que
cuando las encontraran "se vieran tan corrientes como eran".
Cuando Sutcliffe estaba declarando como testigo, Sir Michael
Havers señaló también que con frecuencia había-apuñalado
a sus víctimas en los senos, y a una de ellas en la vagina.
"¿Era eso gratificación sexual?" le preguntó. Además, si odia­
ba tanto a las prostitutas ¿cómo fue que tuvo relaciones sexua­
les con una (Helen Rytka)? "Dios no te dijo que pusieras tu
pene en la vagina de esa muchacha", insistió Sir Michael. En
el contra-interrogatorio de los psiquiatras por Ognall, éste
repitió la pregunta de si el hecho de apuñalar a Jo Whitacker
tres veces en la vagina podía ser no sexual. En un inicio el
doctor Milne propuso que podría haber sido accidental (¡!),
pero después se vio obligado a admitir que sólo podía ser
sexual, al igual que las marcas de uñas alrededor de la vagina
de Margarita Wall. Ognall señaló a seis de las víctimas de
Sutcliffe afirmando que habían sido asesinadas por razones
sexuales, y el doctor Milne no tuvo más remedio que admitir
que esa evidencia contradecía de manera sustantiva la historia
de la misión divina. De hecho, a esa altura del proceso la argu­
mentación de los psiquiatras fue derrotada.
En vista de que el proceso de Sutcliffe resultó ser más bien
un proceso a las prostitutas, a Sonia y a la psiquiatría, ¿no
habría sido mejor que el juez Boreham aceptara la solicitud
de responsabilidad disminuida, acortando así la duración del
proceso? Sutcliffe puede ser un esquizofrénico paranoico o
no; yo no lo sé ni puedo saberlo. Sin embargo, yo diría que la
mayor causa de preocupación en la conducción del proceso
no fue el veredicto final, sino los medios por los que se llegó
a éste. Y, sin embargo, el proceso fue útil para un objetivo
importante: Impulsó indagaciones ulteriores en el manejo del
caso del Destripador por la policía y, como dijo The Times (23
de mayo de 1981) funcionó como una catarsis pública, un
exorcismo. Además, como señaló Wendy Hollway, "El pro­
ceso de Sutcliffe demostró la colaboración de los hombres con
otros hombres en la opresión de las mujeres. Como portavoces
de discursos legales, psiquiátricos y periodísticos, los hombres
se asociaron en la reproducción de una visión del mundo que
enmascara la violencia de los hombres hacia las mujeres".
Como ya he señalado, la forma de disfrazar la violencia
de los hombres hacia las mujeres consiste en echarles toda la
culpa a ellas.

Los mayores problemas del caso del Destripador


Además de la conducción del proceso y del desplazamiento
de la culpa hacia las mujeres, hay toda una serie de otras
importantes causas de preocupación en el manejo del caso
del Destripador. Entre ellas están: la naturaleza inquietante
de la investigación policial, el vasto funcionamiento del
"mito del Destripador", y el hecho de evitar el análisis del
contexto que alimenta y apoya la posibilidad de los críme­
nes de Sutcliffe.
El comprensivo manejo del caso del Destripador
El estudio de este caso constituye la mayor investigación cri­
minal jamás realizada en Gran Bretaña. Durante el proceso
se reveló que la policía había interrogado a Peter Sutcliffe no
menos de nueve veces sin sospechar de él, aun cuando cada
vez había sido considerado como un sospechoso potencial o
que había estado en circunstancias directamente relaciona­
das con el caso del Destripador. Sin embargo, desde antes del
proceso existía una gran inquietud en el público por el mane­
jo del caso por la policía, y después de la conclusión del juicio
fue en aumento. La fe depositada por la policía en la autenti­
cidad de las cartas y de la cinta del Destripador, fue recorda­
da como "la pifia de un millón de libras [...] la pifia más
costosa jamás hecha por la policía británica" (Daily Mirror, 23
de mayo de 1981); un documento sobre los sospechosos, que
circuló en secreto, enumeraba como quinto punto para la eli­
minación: "Si su acento no se parece al del noreste" (como el
de la cinta grabada).
En los medios la crítica fue general. Michael Nally del
Observer (24 de mayo de 1981) estuvo entre esa mayoría al
comentar: "Los oficiales superiores están felices atribuyendo
la condena del Destripador al 'buen trabajo policial'. Como
es comprensible, no les gusta tanto reconocer que podría ha­
ber evadido el castigo porque algunos oficiales no estuvieron
a la altura del trabajo..."
El Escuadrón Destripador admitió que Sutcliffe nunca
había sido un sospechoso importante. Un detective lo había
mencionado como tal, pero su reporte a los superiores fue
archivado. El nombre de Sutcliffe aparecía alrededor de cin­
cuenta veces en las computadoras de la policía, debido a los
chequeos de automóviles en zonas de prostitución. En 1969
Peter había recibido una advertencia por golpear en la cabe­
za a una mujer en Chapeltown, Bradford (donde después tu­
vieron lugar varios de los crímenes del Destripador). En el
mismo año se le impuso una multa por "portar equipo de
asalto" (en el tribunal admitió que llevaba el martillo con in­
tención de atacar a otra mujer). También había otras pistas,
como la bota Dunlop número 7 de Sutcliffe.
Ronald Gregory, jefe de la policía de West Yorkshire, res­
pondió débilmente a las críticas alegando que, desde luego,
ahora tenemos la ventaja de la visión retrospectiva. Y dijo:
"Si hubiéramos sabido que esta investigación iba a alcanzar
tales proporciones habríamos utilizado la computadora des­
de el comienzo; pero, cuando consideramos esa posibilidad,
la investigación ya había durado años y hubiera sido inútil"
(citado en Beattie, p. 144).
En respuesta a las solicitudes de los miembros del parla­
mento, el Home Office (más o menos equivalente aproxima­
damente a la Secretaría de Gobernación o a un Ministerio del
Interior; explicación del traductor) inició un cuestionamiento
sobre la investigación del caso del Destripador realizada por
la policía. En el informe de los resultados, las principales crí­
ticas se referían, como era de suponer, a la aceptación de que
el autor de las cartas y la grabación era él, y al hecho de no
haber utilizado una computadora para compilar y organizar
información. Sin embargo, lo que esa crítica a la policía omi­
te, y tampoco sorprende, es cualquier incomodidad acerca de
las formas específicas como el sexismo de ésta condicionó la
"cacería". Como ya he dicho, Yallop afirmó que la policía uti­
lizó a algunas mujeres como carnada. Además, el hecho de
exhortar a las mujeres a que no anduvieran por las calles, las
agresiones contra las protestas de las mujeres, la implicación
de que se trataba de una lucha entre gigantes de sexo mascu­
lino (la policía contra el Destripador), operaron tanto para
aterrorizar aún más a las mujeres como para poner en un pe­
ligro todavía mayor a aquéllas que por necesidad o por gus­
to, por cualquier razón, tenían que andar por las calles en la
noche.

Destruir el mito del Destripador


Hay otra crítica importante que hacer al manejo del caso por
la policía, que la indagación parlamentaria nunca mencionó,
aunque tampoco eso sorprende, y es la aceptación total del
mito de Jack el Destripador. Este mito tiene una fuerza enor­
me: absuelve a los hombres de toda responsabilidad, y ade­
más los excita. Incluso existe un bar llam ado Jack el
Destripador; sin duda, pronto habrá otro que se llame "El
Destripador de Yorkshire". En el mito del Destripador, ali­
mentado por la moderna imaginería de las películas y las
novelas, aparece el vigilante solitario (ya sea un policía o un
"maniático homicida": Clint Eastwood como "Dirty Harry" o
Robert De Niro en Taxi Driver de Scorsese) que sin ayuda al­
guna lucha contra la "podredumbre moral" de la sociedad.
Para la policía el "Destripador de Yorkshire" era un Jack en
versión del siglo XX, un hombre solitario y atormentado que
odiaba a las prostitutas y había emprendido una mortal "ba­
talla de mentes" (pero de lo más excitante). Oldfield era el
San Jorge autodesignado y estaba dispuesto a matar al dra­
gón. Las mujeres no eran más que peones en un juego de hom­
bres. Como señala Joan Smith, el mito del Destripador
predispuso a la policía a aceptar cualquier confirmación del
mismo, y fue precisamente lo que las cartas y la grabación
hicieron. La policía tenía la certeza de que si alguna vez lo
entrevistara lo podría "reconocer" y, sin embargo, su mismo
aspecto ordinario los engañó en nueve ocasiones. (Sutcliffe
afirm ó que detestaba el nom bre de el "D estrip ad or de
Yorkshire". Según Beattie, él se refería a los asesinatos como
los actos del "Golpeador de cabezas").
Los medios también tuvieron una parte central en la per­
petuación del mito. La principal crítica pública a la cobertura
del caso Sutcliffe por la prensa de todo tipo, fue una condena
al periodismo "sangriento" o "de chequera" (y en eso los pe­
riódicos estaban violando las declaraciones anteriores del
Consejo de la Prensa). La actitud morbosa de las noticias de
la prensa reduce y, en consecuencia, degrada el sufrimiento
de las víctimas, al tiempo que se alimenta con el horror de los
crímenes. Los periódicos desempeñan un papel activo en la
creación de "eventos mediáticos" a partir de ataques como
ésos. Como señala Joan Smith, aún después del arresto de
Sutcliffe y de la revelación de que en muchos aspectos era un
hombre normal, la prensa desesperada continuó buscando en
él cualidades únicas y en lo posible aberrantes. Por ejemplo,
el periodista Beattie exageró la importancia del pasado ma­
cabro de Sutcliffe, sus hazañas en el cementerio y su obsesión
con la muerte. Después de todo, a Beattie le "parecía inconce­
bible que el monstruo, por tanto tiempo perseguido, [...] re­
sultara ser un hombre de aspecto tan común" (p. 107). Sin
embargo, como observa Colin Wilson en su Encyclopedia o f
Murder, "L a creencia en la anormalidad del asesino es parte
de la ilusión de normalidad en que se basa la sociedad. El
asesino es diferente de otros seres humanos en el grado, no
en la calidad" (citado en el Guardian, 23 de mayo de 1981).
Para entender al Destripador, muchas personas lo identi­
ficaban no sólo como un caso excepcional y aberrante, sino
como un ser infrahumano, una bestia, un monstruo. El pro-
pió Sutcliffe empleó esos términos. Le dijo a la policía, por
ejemplo, que los nombres de sus víctimas estaban "todos en
mi cabeza recordándome la bestia que soy", y al referirse a la
noticia de que el padre de Jayne MacDonald se estaba mu­
riendo dijo: "M e di cuenta de qué m onstruo era yo". El
bestseller de Beattie está generosamente salpicado de referen­
cias a Sutcliffe como un animal, un demonio, un monstruo.
Por ejemplo, escribe: "com o animal de presa que era, necesi­
taba una nueva muerte" (p. 90). En el noticiero nocturno del
2o canal de la BBC (27 de noviembre de 1980), la madre de
Jayne MacDonald, hablándole al asesino, observó: "Usted no
es un hombre, es una bestia". Sin embargo, la ley no castiga
ni "trata" a animales ni a monstruos; al penar a Sutcliffe está
presumiendo que es un hombre responsable de sus actos. Y
este argumento sería válido aún en el caso de que se hubiera
resuelto que tenía "responsabilidad disminuida" y por lo tanto
necesitaba "tratamiento". Es imposible entender a Sutcliffe y
"desvanecerlo por explicación", negando que es un ser hu­
mano de sexo masculino. El mito de este asesino como una
bestia o un monstruo era y es necesario, en particular, para
los hombres si quieren distanciarse de él y separar esa forma
de violencia hacia las mujeres de otras formas de relación entre
lo masculino y lo femenino.

La normalidad de la violencia masculina y la misoginia


La violencia de los hombres contra las mujeres es endémica
en nuestra sociedad. La policía metropolitana de Londres re­
gistró 12,505 ataques en contra de mujeres en esa ciudad en
1981. Joan Smith comenta: "La mayoría de las autoridades
concuerdan en que tres de cada cuatro ataques de ese tipo no
se denuncian, lo que significaría que sólo en capital, cada año,
hay 50,000 ataques contra mujeres".
El foco de atención puesto por la prensa y por el proceso
legal hacia algunas "mujeres en la vida de Sutcliffe" desvió
la atención de otros factores mucho más pertinentes. Como
lo revela el testimonio de sus amigos, lejos de ser el solitario
del mito del Destripador, era un hombre regularmente in­
merso en una cultura masculina normal de alcohol, prostitu­
ción y violencia. Según el Daily M irror (23 de mayo de 1981),
acudía con frecuencia a bares donde hacían striptease, y a los
dieciocho años era una figura familiar en los barrios de pros­
titución. El mismo artículo comenta que aun cuando afirma­
ba detestar la pornografía, esa era otra mentira: por lo regular
veía revistas pornográficas. Muchos de sus compañeros de
bebida lo acompañaban también en sus excursiones a las zo­
nas de prostitución. Trevor Birdsall, por ejemplo, había esta­
do con él la noche que atacó a Olive Smelt. Según Birdsall,
Sutcliffe se bajó del automóvil por unos veinte minutos. Y si
bien la "coincidencia" de los datos (el lugar, la hora) que apa­
recieron al día siguiente en la prensa el ataque debió haber
resultado evidente para Birdsall, éste no hizo nada. La nor­
malidad de la violencia de los hombres hacia las mujeres es
tal, que Birdsall con respecto a otro ataque de Sutcliffe, pudo
comentar: "Él llevaba un calcetín que creo que tenía una pie­
dra o un pequeño tabique dentro [...]. Creo que (dijo que) la
golpeó en la cabeza [...] pero Peter nunca mostró hostilidad
hacia las prostitutas, y en su actitud hacia ellas no había nada
inusual" (New Standard, 7 de mayo de 1981).
El hermano de Sutcliffe, Cari, afirmó: "Mirando hacia atrás
me doy cuenta de que siempre detestó a las prostitutas". Sin
embargo, Cari reveló que el odio de su hermano no se dirigía
solamente contra las prostitutas, cosa que como bien sabe­
mos el mito del Destripador niega. Cuando empleaba térmi­
nos como "'pinche puta', 'repugnante' o 'vacas mugrosas' [...]
podía haber estado hablando de cualquier mujer a la que con­
siderara algo liviana" (citado por Beattie).
Esa distinción entre mujeres -asexuales y puras, o sexua­
les, deseadas y odiadas— está arraigada en el centro de la
visión que el "sentido común" tiene de las mujeres. La dico­
tomía tradicional "v irgen /p u ta" funciona como un medio
para "vigilar" la sexualidad de las mujeres, pero quien con­
trola esas categorías -incluyendo el concepto infinitamente
elástico de "mujer liviana" — es el árbitro o calificador mascu­
lino (que en este caso era un asesino); por lo tanto, todas las
mujeres están en peligro. En una nueva narración del caso
del "Destripador de Yorkshire", Un homme nommé Zapolski,
Nicole W ard Jouve suscribe el argumento de que justamente
la normalidad de Sutcliffe, incluyendo su participación en la
cultura masculina normal, fue un factor esencial para que no
fuera descubierto en tanto tiempo. Para Anne Corbett, en su
reseña del libro, W ard Jouve señala que: " [...] había tenido
sólo algunos excesos menores, y a sus amigos y compañeros
de trabajo les parecían normales, como saltar sobre los ataú­
des cuando trabajó como sepulturero y jugar a ser el increíble
Hulk y maltratar a una o dos prostitutas. Eso no hacía de él ni
una patética víctima de las circunstancias ni el monstruo que
la policía buscaba. De hecho lo hacía [...] un admirable expo­
nente de los valores sociales".
El contexto que hace posible los brutales asesinatos como
los de Sutcliffe, es la misoginia extendida y una cultura que
estimula y apoya una sexualidad masculina basada en la vio­
lencia y en la agresión contra las mujeres. A pesar de que la
defensa negó que los asesinatos de Sutcliffe tuvieran un "m o­
tivo sexual" y de que los procuradores se sentían incómodos
con esa sugerencia, la sexualidad del asesino y, en general, la
sexualidad masculina están centralmente implicadas en esa
serie de asesinatos. Lejos de ser una "desviación de la nor­
m a", Sutcliffe fue una exageración de la misma. La violencia
y la agresión son componentes fundamentales de la sexuali­
dad masculina, tal como la interpreta la sociedad actual. (Pero
esto no es un argumento a favor de la inevitabilidad biológi­
ca o evolutiva de la agresión masculina).
El lenguaje común, las ideas acerca de la sexualidad fe­
menina y las numerosas imágenes visuales en la publicidad
de la pornografía y de las películas de "sexo y violencia", de
manera conjunta conspiran para reforzar una masculinidad
que incluye la violencia hacia las mujeres. Tomados en con­
junto, estos elementos crean y mantienen un clima en el que
esa violencia está estandarizada. La reacción en dos estadios
de fútbol frente a lo que veían como una "competencia" entre
el "Destripador" y la policía, ilustra tanto esa misoginia pre­
d o m in an te com o la c o n stru cció n de la "c a c e ría del
Destripador" como un deporte popular (masculino), en el que
las mujeres, como ya he dicho, eran peones de ajedrez.
Como comentaban Hilary Rose, y otras, en su carta colec­
tiva a The Times (3 de diciembre de 1980): "El 'Destripador'
sólo hace público e inevitable lo que la sociedad en su con­
junto trata de no pensar; a saber, el alto nivel de violencia
contra las mujeres, tanto en la casa como en las calles".
En este artículo he intentado demostrar, a través del caso
del "Destripador de Yorkshire", que la misoginia está pre­
sente en toda la sociedad: en los tribunales, en la profesión
médica, en los medios de comunicación, en la policía o en los
estadios de fútbol. Culpar a las mujeres por la violencia mas­
culina contra ellas, forma parte de esa misoginia que así ab­
suelve de cualquier responsabilidad. Es hora de enfrentar
abiertamente el papel de los hombres en la perpetuación de
esa violencia. Las mujeres han servido por demasiado tiempo
como chivos expiatorios: como víctimas de la violencia mascu­
lina, como supuestas precipitadoras de esa violencia y como su
causa, en la persistente imagen de "Eva la tentadora".
Matanza de mujeres:
¿Licencia para matar?
El asesinato de Jane Asher
Jill Radford

E l matrimonio Asher tenía problemas; al menos así lo pre­


sentó Gordon Asher. En particular, declaró que'no le gusta­
ban las actitudes de su esposa, Jane A sher, hacia otros
hombres. Afirmó haberlo "discutido con ella muchas veces".
Admitió haber golpeado a Jane en el curso de esas discusio­
nes, pero no pudo recordar cuántas veces. La voz de Jane está
silenciada. Gordon la dejó y se fue a vivir con su madre. Tam­
bién sabemos que Jane tuvo romances con otros hombres.
Después de un tiempo se reconciliaron. Gordon Asher afir­
mó que eso ocurrió después de que él percibió que ella estaba
corta de dinero.
El 22 de septiembre de 1980, Jane y Gordon Asher fueron
juntos a una fiesta. Según el relato de él, en la fiesta ella bailó
con otro hombre y después Gordon la buscó media hora sin
encontrarla. No hay relato de Jane. Cuando al fin la vio le
exigió que le dijera dónde había estado, y ella dijo varias ve­
ces que no había estado "en ningún sitio" y él la llamó "m al-

Reimpreso de Paul Gordon y Phil Scraton (eds.), Causes for Concern


(Londres, Penguin, 1984), págs. 210-227.
dita mentirosa". Continuó interrogándola en el baño de la
casa. Entonces, cuando ella empezó a alejarse de él, la agarro
del cuello. Y dijo: "Y lo siguiente que vi fue que se deslizaba
contra la pared hasta el piso". Otra persona que estaba pre­
sente en la fiesta dijo que Gordon Asher sujetó a su esposa
contra la pared por el cuello y se puso a gritarle. Dijo que la
cara de ella tenía un color raro y que no lloraba. Poco des­
pués de eso otro de los asistentes vio a Jane en el suelo y,
pensando que había interrumpido una escena íntima, cerró
la puerta. Más tarde Asher fue visto salir de la casa cargando
a su esposa. Uno de los presentes dijo que "se veía como des­
mayada, como si él le hubiera dado un buen golpe". Por al­
guna razón; eso provocó cierta diversión entre quienes estaban
ahí. Sin embargo, al parecer Jane Asher estaba muerta. Gordon
Asher se marchó y anduvo seis millas con el cuerpo de ella
en su automóvil, "con la esperanza de que despertara"; como
no despertó la enterró en una cantera. Una semana después
fue arrestado y el cuerpo de su esposa recuperado.
Gordon Asher fue acusado de asesinato. El proceso se
inició en junio de 1981 ante el juez Mars-Jones en el Tribunal
de la Corona de Winchester. Asher fue presentado como un
marido y un padre modelo, y su esposa como "coqueta e in­
fiel". Asher fue declarado inocente de asesinato por un jura­
do formado por tres mujeres y nueve hombres, y condenado
por homicidio. El juez Mars-Jones dictó una sentencia de seis
meses de cárcel, suspendida, por lo que Asher salió del tribu­
nal como un hombre libre.
Después, alguien oyó a Asher decir: "Es maravilloso, soy
un hombre realmente feliz"; y agregó que si se volvía a casar
tendría que ser con "alguien m uy especial" (H am pshire
Chronicle, 12 de junio de 1981).
Asesinato doméstico: el marco legal
Con excepción de la violación, un marido puede ser procesa­
do por cualquier delito contra la persona: asesinato, homici­
dio, intento de asesinato, heridas o cualquier otra forma de
ataque que amenace la vida de su esposa. Sin embargo, en
términos de las disposiciones formales hasta hace poco el sis­
tema legal trataba el ataque a la esposa como algo distinto de
otras formas de delito violento. Por ejemplo, estaba excluido
del esquema, iniciado en 1964, según el cual las víctimas de
delitos violentos pueden pedir compensación de la Junta de
Compensación por Lesiones Criminales. Los lineamientos
dicen: "cuando la víctima que sufrió las lesiones y el atacante
que las infligió vivan juntos como miembros de la misma fa­
milia, no se pagará ninguna compensación. Para los fines de
este párrafo, un hombre y una mujer que viven juntos como
marido y mujer serán tratados como si estuviesen casados
entre ellos" (The Criminal Injuries Compensation Board Scheme,
1964, Parágrafo 7).
En octubre de 1979 esa ley fue modificada para que las
mujeres "m altratadas" y sus hijos puedan reclamar una com­
pensación de por lo menos 500 libras, a condición de que las
lesiones la justifiquen. La explicación de la exclusión original
del ataque a la esposa, de las disposiciones legales, era —per­
versa— el enorme número de reclamaciones que podrían pre­
sentarse, y que el interés público no cubría la violencia dentro
del hogar.
El proceso legal de los delitos violentos entre cónyuges,
en teoría es igual al de cualquier otro delito. Puede ser inicia­
do por el llamado a la policía de una víctima o de un testigo;
después la policía investiga, acusa del delito a un sospechoso
y lo lleva a juicio. Si se considera que el asunto es "serio", el
sospechoso es consignado al tribunal de la Corona para ser
enjuiciado. El proceso es una confrontación en la que tanto la
parte acusadora como la defensa tienen derecho a presentar
sus casos; llaman a sus testigos, interrogan a los testigos del
otro y forman su caso. Después, el juez resume todo el caso y
se espera a que el jurado llegue a un veredicto de "culpable"
o "no culpable", consecuente con los "hechos" presentados
al tribunal. Si el veredicto es de no culpabilidad, el procesado
es absuelto; si es de culpabilidad, el reo es condenado. Des­
pués de la condena los abogados defensores "m itigan", es
decir, presentan detalles de circunstancias atenuantes y cual­
quier otro punto a favor del acusado. El juez debería de to­
m ar en consideración esos puntos al decidir la sentencia
ap ro p iad a. É sta se d icta sobre la base de la am p lia
discrecionalidad que los jueces tienen dentro de la ley. La
discrecionalidad domina todas las etapas del proceso, desde
la decisión de actuar en respuesta a lo reportado en un princi­
pio, hasta el castigo apropiado al delito en las etapas finales.
Después de un ataque, todo el proceso de remisión, in­
vestigación y examen depende de las opciones y decisiones
de una serie de individuos. La persona que es atacada o que
presencia un ataque decide si denunciarlo o no a la policía.
Ésta decide, a discreción, si registra o no la denuncia recibi­
da. Los asuntos que considera "triviales" o "no asunto de la
policía" no se registran. Además, el juicio de los policías con­
forma la investigación y condiciona el entusiasmo con que se
lleva a cabo. Después de aprehender a un sospechoso, la po­
licía de nuevo decide a discreción si hacerle una advertencia
informal o arrestarlo. Si la persona es arrestada, sólo la poli­
cía resuelve si emite una caución formal o acusa al sospecho­
so de un delito penal; también determina cuál es el cargo más
apropiado sobre la base de la evidencia que posee. Por ejem-
pío, un ataque de un hombre contra una mujer puede resul­
tar en cargos que van desde ataque hasta intento de asesina­
to, todo depende de la evaluación de la policía y de su juicio
sobre la seriedad del ataque. Con frecuencia esas decisiones
contienen prejuicios acerca de la violencia marital. En los ca­
sos más serios la decisión se puede remitir al Director de
Procuración Pública o a los abogados que actúan para la po­
licía. Cuando el caso llega al tribunal los magistrados, o el
jurado en la corte, tienen que tomar una decisión con base en
los hechos de que disponen. En relación con ataques fatales,
el cargo presentado inicialmente puede ser de asesinato, pero
el jurado tiene derecho a encontrar al acusado culpable de un
delito menor, homicidio, si decide que las circunstancias así
lo indican.
El asesinato se define como: " [...] homicidio ilegal con
intención maliciosa, en el que la muerte ocurre menos de un
año y un día después del acto que supuestamente la causó.
Intención maliciosa significa intención de matar o causar daño
físico a otro ser humano, ya sea que la persona muera o no.
Así, D es culpable de asesinato si dispara contra A con inten­
ción de causarle daño físico pero en realidad m ata a B"
(Newton, 1977, p. 171).
Hay defensas especiales que son exclusivamente para ca­
sos de asesinato: son "responsabilidad disminuida" y "pro­
vocación suficiente para hacer que un hombre razonable
pierda el control de sí mismo y haga lo que hizo el acusado".
La responsabilidad disminuida sólo vale como defensa
para casos de asesinato. La Sección 2 de la Ley de Homicidios
de 1957 establece que si una persona acusada de asesinato
"padecía una anorm alidad mental [...] capaz de reducir
sustancialmente su responsabilidad mental por sus acciones
u omisiones, al cometer o ser cómplice de la m uerte", enton­
ces él o ella es culpable de homicidio y no de asesinato. Tam­
bién se encuentran veredictos de homicidio en las siguientes
circunstancias:

a) cuando el acusado escapa a la condena por asesinato,


debido sólo a su argumento de responsabilidad dismi­
nuida, provocación o pacto suicida,
b) cuando el acusado comete un acto ilegal capaz de cau­
sar algún daño a una persona y que resulta en la muer­
te de otra, y
c) cuando el acusado, sin intención maliciosa pero con in­
tención o por negligencia grave, deja de realizar ciertos
deberes y después eso causa la muerte a otra persona.

Para obtener la condena en un cargo de asesinato, la par­


te acusadora tiene que probar al jurado, más allá de cualquier
duda razonable, que el acusado se proponía matar o causar
daño físico grave. En su resumen, el o la juez puede orientar
al jurado sobre la aplicación de esas leyes. La Tabla 1, que
presenta resultados de casos de homicidio, muestra la pro­
porción de los que inician con el cargo de asesinato y termi­
nan con un veredicto de homicidio.
Los veredictos de asesinato u homicidio son de crucial
importancia para dictar sentencia. Si se llega a un fallo de
asesinato, el juez no tiene discrecionalidad porque para este
cargo la sentencia de prisión perpetua es obligatoria. En cam­
bio si el veredicto es de homicidio, el juez tiene una amplia
discrecionalidad; la sentencia puede oscilar entre un máximo
de prisión perpetua (no hay mínimo legal) y una sentencia
sin prisión.
La parte acusadora no tiene derecho a apelar, aunque
un acusado puede solicitar permiso para apelar contra una
TABLA 1. Acusados sospechosos de homicidio,
por resultado del procedimiento

1978 1979 1980

Acusado de Asesinato 439 491 368


Homicidio 78 87 74
Total 517 578 442

Acusado de Asesinato 138 166 113


Homicidio 273 298 249

No condenados
Absuelto de todo cargo 70 72 51
Condenado por un delito menor 31 33 20
No culpable debido a demencia — 3 1
Incapaz de responder 2 3 2
No juzgado3 1 — 80
Infanticidio 2 — 2
Total 106 113 80

Fuente: Criminal Statistics 1980, Tabla 4.7. Inglaterra y Gales.


a. Por lo general esto implica que el acusado ya ha sido sentenciado por otro
crimen serio.

sentencia. La Tabla 2 indica cómo se ha usado esa discrecio­


nalidad en años recientes.
Si bien en sus disposiciones formales el derecho penal se
propone dar protección a todas las personas, independiente­
mente de su estatus social, su funcionamiento en la práctica
ha dado origen a muchas críticas en relación con la violencia
contra mujeres que están casadas con sus atacantes. El Report
TABLA 2. Sentencias por asesinato y por hom icidio

1978 1979 1980

Asesinato
Prisión perpetua 138 166 113

Homicidio
Prisión perpetua 18 29 12
más de 10 años 4 0 1
4-10 años 59 71 65
4 años o menos 99 97 91

Reformatorio o penitenciaría 6 4 4
Orden de restricción 21 24 25
Orden de hospitalizar 5 10 7
Libertad condicional 32 31 28
Sentencia suspendida 23 22 16
Otros 6 10 —
Total 273 298 249

Fuente: Criminal Statistics 1980, Tabla 4.8. Inglaterra y Gales.

o f the Select Committee on Violence in M arriage concluye: "Si la


ley penal sobre ataques pudiera aplicarse de m anera más
uniforme a los ataques domésticos, no cabe mayor duda de
que daría más protección a las esposas golpeadas" (House of
Commons, 1974-1975, p. xvi).
El proceso social a través del cual un incidente de ataque
se transforma de un acto de terrorismo privado de un hom­
bre contra una mujer con quien tiene una "relación", en un
crimen de violencia oficialmente reconocido, es complejo e in­
cierto. Primero, implica una decisión por parte de la mujer le­
sionada para hacer una denuncia a la policía. Muchas mujeres,
prefieren no decir nada pues temen, por un lado, más violen­
cia como represalia, la disolución de la familia con consecuen­
cias como quedarse sin casa y quizá en la pobreza y, por el
otro, por temor a la humillación y la vergüenza frente a la po­
licía o en el tribunal. No se conoce el nivel de violencia oculta
en la familia. Gordon Asher ya había golpeado a su esposa
Jane antes de la fiesta fatal. No conocemos la respuesta de ella
a esa violencia. Suponiendo que una mujer pide ayuda a la
policía, que el asunto llegue al tribunal depende de la actitud de
la policía hacia la violencia doméstica como tema de preocu­
pación policial, y de su evaluación del incidente específico.
La renuencia de la policía a intervenir en casos de "vio­
lencia doméstica" es bien conocida ahora, gracias a la enérgi­
ca campaña de la Women's Aid sobre el asunto. Anna Coote
y Tess Gilí afirman:

Si tu marido atacara con violencia a alguien en la calle ante


testigos, probablemente la policía lo arrestaría y lo acusaría de
un delito penal. Pero si te hace lo mismo a ti en tu casa, es muy
improbable que la policía haga lo mismo. Si decidieran arres­
tarlo y procesarlo por un delito penal y él se declarara culpable
en el tribunal, es posible que le impusieran una multa o la "obli­
gación legal" de mantenerse en paz y lo enviarían a su casa
[...] Si negara el cargo se fijaría una fecha, varias semanas más
tarde, para una audiencia preliminar sobre su caso. Mientras
tanto, es factible que se le permitiera regresar a su casa bajo
fianza, en libertad para efectuar más ataques o intimidaciones
[...] de manera que no puedes acudir a la policía esperando
protección según el derecho penal (1979, p. 9).
La evidencia de la policía en buena medida apoya esa
crítica:

Aun cuando esos problemas le toman mucho tiempo, en la


mayoría de los casos el papel de la policía es negativo. Des­
pués de todo, estamos frente a personas "unidas en matrimo­
nio", y por muchas razones es importante mantener la unidad
de los cónyuges. (Asociación de Jefes de Policía de Inglaterra y
Gales e Irlanda del Norte, Evidencia presentada al Select
Committee on Violence in Marriage, Minutes o f Evidence, en
House of Commons, ii, 1974-1975, p. 366).

De acuerdo con la policía, el vínculo del matrimonio debe


ser preservado a toda costa, incluyendo la violencia criminal.
Como la actitud oficial de los ajustes hacia la violencia do­
méstica es vacilante, no sorprende que su práctica efectiva se
caracterice por una no-intervención pasiva. El Comité Selec­
to sobre la Violencia en el Matrimonio de 1976, recomendó
que "los delegados de la policía deberían de revisar sus políti­
cas en relación con el enfoque policial de la violencia domésti­
ca" (p. xvi). Pero pese a las nuevas facultades establecidas por
la Ley de Violencia Doméstica y Procedimientos Matrimo­
niales de 1976 (que entró en vigor en junio de 1977) y por la
Ley de Procedimientos Domésticos y Tribunales de Magis­
trados de 1978 (que entró en vigor en abril de 1979), la prác­
tica policial no parece haber cambiado mucho: "E n conjunto,
ellos [la policía] siguen considerando la violencia domésti­
ca como diferente -m enos seria— de otras formas de violen­
cia, y creen que el procedimiento determinado en la nueva
ley es una pérdida de tiempo. Con frecuencia es necesario
convencerlos para que usen su poder de arresto" (Coote y
Gilí 1979, p. 16).
El caso Asher en el tribunal
En el caso Asher, aun cuando Gordon Asher admitió haber
golpeado a su esposa en el pasado, no hubo nada que indica­
ra que ella presentó una queja oficial a la policía. La interven­
ción policial sólo se inició después de su muerte. Asher fue
arrestado en septiembre de 1980 por el asesinato de su espo­
sa. Sin embargo, desde su arresto hasta el proceso en junio de
1981, con excepción de un fin de semana durante este proce­
so, se le permitió andar en libertad bajo fianza. Que se permi­
ta salir en libertad bajo fianza a hombres acusados de haber
matado a sus esposas es, en mi opinión, un grave error y otro
indicio de cómo en el sistema legal se resta importancia a la
violencia contra las mujeres.
En el tribunal, tanto la parte acusadora como la defensa,
presentaron a Gordon Asher como un esposo modelo y a su
esposa como una coqueta mentirosa y traidora. Al centrar el
proceso en el comportamiento de Jane, parecería que los abo­
gados, y más tarde el juez, consideraban que ella había actua­
do de un m odo que provocó la violencia y por lo tanto
contribuyó a su propia muerte. El señor Paul Chadd, Coroner
de la Reina, actuando por el ministerio fiscal, dijo: "Está claro
que el señor Asher era un esposo modelo, que amaba a sus
hijos". En cambio el retrato de Jane fue muy diferente: "Su
esposa gozaba en compañía de su amante y tuvo otro. Des­
pués de algún tiempo él percibió que ella estaba corta de di­
nero [...] Un marido tenía su utilidad, y el 22 de septiembre
del año pasado se reconciliaron. Él quería volver por los ni­
ños, y ella no por tener un techo sobre su cabeza y dinero,
sino para tener la libertad de divertirse en otra parte"
(Hampshire Chronicle, 5 de junio de 1981).
El abogado acusador parece suponer que la "libertad" es
algo que ninguna esposa tiene derecho a esperar. Eso le valió
una crítica del juez, quien en su resumen dijo:

Sería muy comprensible que ustedes pensaran que él [es decir,


Chadd] se dirigía a ustedes como parte de la defensa: Ustedes
podrían pensar que no se ha planteado el caso de la acusación,
o que no se ha planteado correctamente. Eso deberán de consi­
derar [...] Yo sentí que me estaban echando una carga indebi­
da, porque hasta cierto punto tengo que compensar la falta del
señor Chadd [...] Nuestro sistema judicial es de confrontación,
porque los abogados, tanto de la acusación como de la defen­
sa, presentan sus casos con rigor y con justicia. En este proceso
ustedes no han tenido el beneficio de oír del señor Chadd cómo
plantea su caso de asesinato o de hom icidio (H am pshire
Chronicle, 12 de junio de 1981).

Ésta es una crítica seria y desusada del procurador. Era


evidente que la merecía, y tiene implicaciones aterradoras para
todas las mujeres. La fuerza de la ideología del control mascu­
lino sobre las mujeres es tal, que en un caso en el que un hom­
bre llegó al extremo de matar a una mujer para imponer su
"derecho" de posesión y control, el ministerio público no pre­
sentó argumentos efectivos en su contra.
Durante todo el caso la voz masculina fue dominante y la
voz de la mujer estuvo en silencio. Nadie discutió las percep­
ciones masculinas del matrimonio y el marido perfecto. La
visión del matrimonio que prevaleció fue una en la que la
esposa tiene que dar cuenta al marido de su tiempo y de sus
movimientos. La preocupación de Asher por saber dónde
estuvo su esposa por media hora durante la fiesta, se consi­
deró perfectamente apropiada. Se aceptó como comprensible
que él estuviera celoso y esperara que ella se quedara con él;
poco más que una posesión. Jane no acomodaba en las expec­
tativas masculinas de "víctima inocente" —castidad y lealtad
absoluta —, y por esa razón sus acciones fueron presentadas
como un factor que contribuyó a su muerte. A pesar de haber
criticado seriamente la actuación del procurador, el juez pa­
reció apoyar la doble moral tradicional de los hombres. Pri­
mero, en su resumen orientó al jurado hacia un veredicto de
homicidio. "El juez dijo que había tres veredictos posibles
para el jurado: culpable de asesinato, no culpable de asesina­
to pero culpable de homicidio, y no culpable. "Quizás ustedes
piensen que se trata de una opción académica [...] Me imagino
que esperarán mucho, antes de dar un veredicto de asesinato
en este caso" (Hampshire Chronicle, 12 de junio de 1981).
Segundo, Asher recibió una sentencia suspendida por
haber matado a su esposa, lo que parece ser un respaldo im­
plícito al uso de la violencia en este caso. Al pronunciar su
sentencia, el juez observó: "Asher tenía buen carácter. Es evi­
dente que los familiares de Jane y los amigos de ambos lo
admiraban. No era un hombre violento y nunca se había sa­
bido que levantara la mano contra su esposa. Los familiares
de Jane no tienen resentimiento contra él, aunque saben que
fue responsable de la m uerte de ella" (cit. en H am pshire
Chronicle, 12 de junio de 1981).
No cabe duda de que la sentencia contra Asher y el razo­
namiento del juez que está detrás de ella, representan una
causa importante de preocupación. Justificó abiertamente el.
uso de la violencia masculina para el control social de las
mujeres en relaciones de pareja. Al parecer, cualquier mujer
que no realiza las expectativas de su marido acerca de su com­
portamiento puede ser impunemente asesinada. En ese sen­
tido, la licencia de matrimonio se convierte en una licencia
para matar. Para las mujeres de Winchester las implicaciones
estaban muy claras. Después de una manifestación pública
(Sun, 22 de junio de 1981) de ira sobre el caso, el Women's
Liberation Group de Winchester recibió visitas de muchas
mujeres que contaban que sus maridos les habían dicho, par­
te como amenaza y parte en broma: "Es más fácil que divor­
ciarse" y "Si te mato no me pasará nada".

La matanza de mujeres: implicaciones mayores


El derecho penal no puede ocuparse de la violencia contra
las mujeres, ya sea dentro o fuera de la casa, porque las raíces
de la violencia masculina están incrustadas en lo profundo
de la masculinidad, tal como la interpreta una sociedad do­
minada por los hombres o patriarcal. La liberación de Gordon
Asher constituye un paso peligroso hacia la descriminalización
de la violencia en el hogar o incluso la muerte de la esposa. El
terrorismo y el asesinato de las mujeres en sus casas (donde
se les dijo que estarían seguras) por sus propios maridos y
amantes, en quienes se les enseñó a confiar y ver como sus
protectores, no deben ser incluidos en la categoría de los crí­
menes cuya descriminalización es defendible.
Un argumento a favor de la descriminalización se basa
en cierta concepción de la "precipitación por la víctima": esto
quiere decir que la víctima "se lo buscó", que de alguna ma­
nera lo provocó o contribuyó a lo que pasó. Ese argumento
sostiene que las mujeres, por ejemplo en los casos de viola­
ción, son responsables de la violencia cometida por hombres
contra ellas. Kathleen Barry señala la pertinencia del para­
digma de violación en que "[...] la víctima de un ataque sexual
es considerada responsable de su propia victimización [eso
lleva] a la racionalización y a la aceptación de otras formas
de esclavitud, en las que se supone que la mujer 'eligió' su
destino, lo aceptó en forma pasiva o lo buscó perversamente
a través de un comportamiento temerario o no casto" (Barry,
1979, p. 33).
El caso Asher demuestra con claridad las contradicciones
que enfrenta una sociedad que afirma detestar el crimen vio­
lento, pero lo tolera. Los políticos, los jefes de policía y otros
hombres de pensamiento recto, con frecuencia nos dicen que
la violencia criminal es un anatema para la sociedad civiliza­
da. "C on renuencia" se recurre a diversas medidas para libe­
rar a la sociedad de los criminales violentos. La Ley de
Prevención del Terrorismo, por ejemplo, restringe nuestros
derechos civiles, pero nos informan que eso es necesario para
librar a la sociedad de la amenaza que representan los "hom ­
bres violentos".
Un examen de las estadísticas oficiales sobre el crimen
demuestra que el homicidio (categoría colectiva que incluye
el asesinato, el homicidio -o feminicidio — y el infanticidio)
de hecho es en gran medida un asunto familiar (véase: la Ta­
bla 3). Así formulado, no hay evidencia suficiente para deter­
minar en qué medida la violencia "dom éstica" o "familiar"
es en realidad violencia masculina, o que el homicidio es en
realidad feminicidio. Sin embargo, no puede no significar nada
el hecho de que en 1979 y 1980 haya aparecido una nueva tabla
entre las estadísticas del Home Office (véase: la Tabla 4).
Esta tabla no ha vuelto a aparecer desde 1980 y sólo se
publicó para 1979 y 1980. Lo que demuestra es que en rela­
ción con los delitos de violencia graves, en la abrumadora
mayoría de los casos son los hombres los agresores. Tal es la
evidencia, según la definición de la policía, en relación con
los "delitos graves". No se dispone de las cifras equivalentes
TABLA 3. Delitos normalmente registrados como homicidio
por la relación de la víctima con el principal sospechoso

1979 1980

No. % No. %

Relación
Cónyuge, cohabitante
o ex cónyuge o cohab. 131 24 111 20
Amante o ex amante 25 5 18 3
Padre/m adre, hijo/hija 91 16 65 11
Otra familia 12 2 25 4
A m igo/a 116 21 102 18
Otro 27 5 36 6
Subtotal 402 73 357 63

Sin relación
Oficial de policía (víctima) 1 <.5 1 <.5
Víctima de terrorismo 1 <.5 4 <.5
Otro extraño 106 19 159 28
No hay sospechoso 41 7 43 8
Total 551 100 564 100

Fuente: Criminal Statistics, 1980.

para delitos menos graves, que de todos modos no serían muy


confiables debido a la cifra "negra" de delitos ocultos, en­
mascarados por la renuencia de la víctima a llamar a la poli­
cía y por la actitud de la policía hacia la violencia doméstica.
Sin embargo, se puede ver que en relación con los ataques
serios o muy serios, los hombres —los hombres en cuanto
TABLA 4. Delitos graves entre cónyuges
registrados por la policía

% en que
hombres usan
Víctima Víctima Violencia contra
Total esposa marido mujeres

Asesinato, homicidio,
intento de asesinato,
amenaza de muerte 1979 200 163 37 81
1980 172 144 28 84
Heridas, actos que
ponen en peligro la
vida y ataques graves 1979 5 721 5 236 485 91.9
1980 5 850 5 354 496 91.5

Totales 1979 5 921 5 399 522 91.2


1980 6 022 5 498 524 91.6

maridos — tienen una presencia desproporcionada como vio­


lentos, y sus víctimas son sus esposas.
En momentos en que hay un clamor público por acabar
con los delitos de violencia, y la mayor parte de los delitos de
violencia se produce en el contexto "dom éstico", con los hom­
bres en cuanto que maridos como mayoría abrumadora de
los agresores ¿cómo se puede defender la sentencia suspen­
dida para Asher?
En el sistema legal británico, la discrecionalidad del juez
para dictar sentencia (con excepción del asesinato y la trai­
ción, que tienen sentencias obligatorias de prisión perpetua y
de muerte, respectivamente) es muy amplia. Al determinar
las sentencias los jueces hacen referencia a una mezcla
ecléctica de filosofías penales diferentes, incluso incompati­
bles: retribución (castigo), disuasión individual, disuasión
general, rehabilitación y protección de la comunidad. En parte,
las disparidades en las sentencias se pueden explicar por las
diferencias de sus respectivos compromisos con filosofías
diferentes y la propiedad con que se aplican a distintos
transgresores y delitos, según las diversas definiciones de su
gravedad.
Esta cuestión de las sentencias por delitos de violencia
contra las mujeres resulta muy difícil para las feministas.
Corremos el riesgo de que nuestra ira contra la violencia mascu­
lina pase a las manos de las fuerzas de la derecha, la brigada
que quiere "colgarlos y azotarlos". Debemos reclamar un sis­
tema penal que acepte que la violencia contra las mujeres es
un delito grave, pero sin permitir que nos usen como parte
de una campaña represiva para la ley y el orden. La dificul­
tad que enfrentamos surge de la centralidad del problema
del crimen y del castigo para el funcionamiento del sistema
social, hecho que la derecha fascista reconoce desde hace
mucho tiempo.

El mito de la sentencia disuasiva


La disuasión nunca es efectiva, ni a nivel individual ni en la
general, salvo en la medida en que el encarcelamiento saca
momentáneamente al delincuente de la circulación. A largo
plazo no hay evidencia de que la proporción de los que rein­
ciden sea menor entre los condenados a la cárcel, que entre
los sentenciados a medidas que no incluyen prisión, o inclu­
so —según dicen los estudios de "autorreporte" — entre los
que nunca fueron capturados o sentenciados por cometer
delitos. (En los estudios de autorreporte se entrevista confi­
dencialmente a muestras de población elegidas al azar sobre
sus actividades ilegales.) A nivel general, después de las sen­
tencias ejemplares (las que son mucho más elevadas que el
promedio para determinado tipo de delito) no hay ninguna
reducción en los delitos de ese tipo. Por ejemplo, en el pasa­
do se han dictado y publicitado sentencias ejemplares acerca
de la violencia en el fútbol o en los asaltos callejeros, sin que
haya habido ninguna reducción perceptible de esos delitos.
Stan Cohén concluye: "N o hay evidencia de que la tasa de
delitos aumente o disminuya con cambios en la política pe­
nal como la intensidad del castigo" (1979: 26).

El mito de la rehabilitación
En el periodo de la posguerra la filosofía de la reforma o re­
habilitación estaba en boga en el pensamiento penal liberal.
Molestos con lo que veían como la naturaleza negativa del
castigo, los penalistas liberales identificaban la reforma a tra­
vés de un "tratamiento" o "entrenamiento correctivo" como
la meta del sistema penal. Para alcanzar ese fin introdujeron
innovaciones en los regímenes carcelarios y en las disposi­
ciones no carcelarias. De nuevo, las investigaciones, inclu­
yendo las em prendidas por la misma Hom e Office, han
demostrado su ineficacia en términos de las tasas de conde­
nas subsiguientes. En 1979 el Informe May sobre el Sistema
Carcelario reflejó el desencanto oficial hacia la ética de la re­
habilitación.
Entre muchos de los que tienen que ver con la violencia
doméstica persiste una filosofía estrechamente emparentada
con ella. Por ejemplo, Erin P iz z ey sostiene que el derecho
penal no es el adecuado para los problemas de violencia do­
méstica y aboga por un enfoque que mire hacia delante, más
preocupado por el bienestar de los interesados que el código
penal, con su retrospectiva asignación de la culpa. Lo hace en
el contexto de las "esposas maltratadas", y no en el de las
"esposas asesinadas", que aquí es nuestro tema. Se ha dicho
que en el caso Asher la causa de la sentencia suspendida fue
en parte la preocupación del juez por el bienestar de los "so­
brevivientes". Esa filosofía individualista del bienestar pue­
de tener algún valor como enfoque humano, pero también es
problemática, en muchos niveles. En los casos no mortales
no hay evidencia de que la indulgencia evite ataques poste­
riores. En términos de la justicia, se considera que una sen­
tencia indulgente indica que el tribunal no considera grave el
delito. En términos de ataques contra mujeres, las sentencias
indulgentes para delincuentes hombres vienen a sustanciar
la acusación de las feministas de que la ley es hecha por los
hombres y para ellos. La liberación de quienes han matado a
sus esposas equivale a conceder una licencia para matar. Está
claro que las sentencias indulgentes contra los hombres vio­
lentos no toman en cuenta el bienestar de las mujeres de la
comunidad mayor.

Hacia un análisis feminista


Aquí se acepta que el derecho penal no puede resolver el pro­
blema de la violencia masculina en el hogar. Y que la defensa
del empleo del derecho penal no debe inhibir el desarrollo de
medidas para apoyar a las esposas maltratadas, como la crea­
ción de refugios para las crisis, por los que luchan grupos
como Women's Aid. La violencia contra mujeres en "situacio­
nes domésticas" debe ser definida como violencia criminal y
castigada como tal. Fracasada la ética de la rehabilitación, la
única respuesta legítima a las formas de comportamiento in­
aceptables, es confiar en su definición y castigar de acuerdo
con ella. Esto plantea la cuestión básica de qué formas de ac­
ción o comportamiento social deben ser definidas como in­
acep tab les. Las fem in istas so stien en que cu alq u ier
comportamiento que amenace la libertad, el bienestar o la
dignidad de las mujeres es inaceptable. Esto no es una exi­
gencia de privilegio sexista: la misma definición debería apli­
carse a la población masculina. Así, todos los crímenes de
violencia contra una persona deben ser definidos como tales
y castigados como corresponde. Castigar es afirmar claramen­
te que se reconoce la responsabilidad del agresor (y quiero
decir "el" agresor). Y además es una afirmación de que la
sociedad condena el comportamiento violento.
Esto es parte de una filosofía de "regreso a la justicia",
pero no de una campaña represiva por la ley y el orden. Parte
de una reevaluación de los valores dominantes sostenidos e
institucionalizados por nuestra sociedad. En momentos en
los que quienes roban en las tiendas van a la cárcel por robos
pequeños, en los que se imponen sentencias de cárcel a quie­
nes trabajan "fuera de la ley" en un esfuerzo por complemen­
tar los pagos de "bienestar social" para alcanzar a cubrir el
costo de la vida, mientras salen en libertad hombres que han
asesinado a sus esposas, seguramente es el momento de cues­
tionar los valores y las prioridades de los jueces.
A corto plazo, lo que se necesita es una aplicación consis­
tente del código penal en el castigo de delitos de violencia
contra la persona. A largo plazo, sólo podemos contemplar el
fin de la violencia contra las mujeres a través de cambios ra­
dicales en la cultura dominada por los hombres, que estimu­
la la fantasía mientras acepta y resta importancia a la reali­
dad de la violencia contra las mujeres.
En el comentario de Stan Cohén, que sigue, la palabra
"violencia" podría ser sustituida por "delincuencia":

Desde luego es posible aislar los factores que tienen que ver
con lo que convencionalmente se define como delincuencia [...]
el hacinamiento en los barrios más pobres, la miseria, el racis­
mo, las privaciones, la educación degradante, la desdichada
vida familiar; pero la erradicación de esas condiciones no de­
bería depender de su supuesta asociación con la delincuencia
[...] La delincuencia no está relacionada solamente con esos males
sino con los valores más apreciados por la sociedad, como el
individualismo, la competitividad y la masculinidad (1979: 28).

Si deseamos corregir la violencia de los hombres contra


las mujeres, es al último de esos tres valores al que debemos
prestar atención. En una sociedad patriarcal, la masculinidad
sirve para mantener y reproducir el poder sobre las mujeres.
Andrea Dworkin señala: "L a primera regla de la masculini­
dad es que todo lo que ellos son, las mujeres no lo son" (1981:
50). Las bases del poder masculino se han modificado y trans­
formado en diferentes momentos de la historia patriarcal, pero
sus raíces siguen estando en el monopolio de los recursos eco­
nómicos, políticos, legales y educativos de los hombres. Y por
debajo de todo, aflorando en los momentos en que esos mo­
nopolios socioeconómicos se ven amenazados, está la violen­
cia masculina, la mayor fuerza de los hombres y la capacidad
culturalmente adquirida de convertir esa fuerza en violen­
cia". En la medida en que las mujeres adquieren más inde­
pendencia, los hombres emplean más violencia sexual para
mantener su posición de dominio masculino sobre ellas. El
acoso sexual en el trabajo socava nuestra confianza, las viola­
ciones y demás ataques sexuales nos mantienen fuera de las
calles, el abuso sexual en la familia mutila nuestras vidas y
nos enseña cuál es nuestro lugar en el m undo" (Report on
Sexual Violence Conference, Leeds, noviembre de 1980, cit. en
Spare Rib, 103, febrero de 1981; cit. también en Campbell y
Coote 1982).
Las mujeres que representan la mayor amenaza para la
masculinidad son las que afirman, o parecen afirmar, su in­
dependencia. Cualquier afirmación de independencia o re­
sistencia al control masculino puede incitar o "provocar" la
violencia masculina. En las calles las mujeres "sin hombre"
son las que reciben la mayoría de los abusos y de las agresio­
nes; en el trabajo las que se resisten a las estrategias de bús­
queda de atención de los hombres -lo que Dale Spender llama
"masaje del ego" — son las que sufren más acoso; en el hogar
las mujeres que de alguna manera parecen desafiar o amena­
zar el dominio masculino patriarcal o autocrático son las que
tienen más probabilidades de ser amenazadas, golpeadas y
asesinadas; en la pornografía, la humillación y degradación de
una "dam a" emancipada es lo que más excita a los hombres
(por ejemplo, la película Visiting Hours, que celebraba el bru­
tal ataque a una feminista). Esto no significa adoptar una ex­
plicación biológica de la supremacía masculina, sino afirmar
que en el patriarcado la violencia es esencial para la construc­
ción de la masculinidad. Como afirma Dworkin, en el proceso
de convertirse en hombres la socialización de los niños incluye
un compromiso con la violencia: "Los hombres desarrollan un
fuerte sentido de lealtad a la violencia; llegan a aceptar la vio­
lencia porque es un componente esencial de la identidad mas­
culina. Institucionalizada en los deportes, entre los militares,
en la sexualidad aculturada, la historia y la mitología del he­
roicidad, se enseña a los niños hasta que se convierten en sus
defensores. Los hombres, no las mujeres" (1981: 51).
Debido a esa centralidad de la violencia en la masculini-
dad, en sociedades patriarcales cualquier desafío a la violen­
cia masculina requiere de la transformación o del rechazo a
esa masculinidad. Todas las celebraciones de la masculini-
dad constituyen una negación de la humanidad y una degra­
dación de las mujeres. Todas las formas de agresión masculina
-la venta de fusiles de juguete, los deportes violentos, la ven­
ta de armas y las amenazas de guerra nuclear— deben ser
definidas como inhumanas. Todos los ataques a la libertad y
a la dignidad de las mujeres, desde el acoso de rutina en las
calles, en el transporte público y en los chistes sexistas de los
cómicos de la televisión, hasta las degradantes revistas y pe­
lículas pornográficas, deben ser igualmente condenados.

Ustedes dictan nuestras vidas


Ustedes dictan nuestras necesidades
Ustedes nos han llenado la cabeza de miedos
Pero juntas somos fuertes y claras
Hemos guardado nuestra ira dentro
Las que no lo hacemos somos vistas como hombres
Nos juzgan con su propia ley
Su ley está hecha por hombres.
De Ova, cinta sin título publicada en 1976

Referencias
Barry, Kathleen, Female Sexual Slavery, Nueva York, Avon Books,
1979.
Campbell, Beatrix, y Anna Coote, Sweet Freedom: The Struggle for
Women's Liberation, Londres, Pan Books, 1982.
Cohén, Stan, Crime and Punishment, Londres, Radical Alterna tives
to Prison, 1979.
Coote, Anna, y Tess Gilí, Battered Women and the New Law, Londres,
National Council for Civil Liberties, 1979.
Criminal Injuries Compensation Board Scheme, Londres, Her Majesty's
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Criminal Statistics, Londres, Her Majesty's Stationery Office, 1980.
Dworkin, Andrea, Pomography: Men Possessing Women, Londres,
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Hampshire Chronicle, 12 de junio de 1981.
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Marriage, 1974-1975: 553.
Newton, C. R., Principies ofLaw, Londres, Sweet and Maxwell, 1979.
Latosas, putas y emancipadas:
las provocadoras que llevan
a los hombres a matar
Sue Lees

Y mientras tanto el resto de los Sutcliffes


se gastó sus cobres de la prensa
y le echó el paquete a Sonia*
"La culpa es toda de la vieja
Nuestro Peter nunca estuvo loco
Siempre con una sonrisa en la cara
Esa Sonia le dio lata hasta que él
La mató para ponerla en su sitio
Porque ése es el problema con las mujeres,
nos hacen llegar demasiado lejos
hasta que no podemos ser responsables
de ser lo que somos

B lake M orrison ,"Balada del Destripador de Yorkshire", 1987


* Sonia era la esposa de Peter Sutcliffe.

Ei tema de este capítulo es la manera como la defensa de


"provocación" en casos de homicidio sirve para perpetuar la
condonación de la violencia masculina. En los procesos por
violación con frecuencia se argumenta que las mujeres "pre­
cipitan" la violación provocando el deseo del hombre y des­
pués negándose (Lees 1989). Argumentos similares sobre pre­
cipitación figuran en forma aún más ostentosa en procesos
por asesinato. Aquí lo que se supone es que la mujer, en ge­
neral esposa o amante, empuja al hombre a abandonar mo­
mentáneamente la racionalidad y a matarla.
Este estudio se basa en un análisis de notas de prensa y
procesos por homicidio de la década de 1980. Caryll Faraldi,
periodista independiente, me prestó una ayuda invaluable
por tres meses. Entre septiembre de 1987 y septiembre de 1988
asistimos a algunos procesos por asesinato en el Oíd Bailey,
el Tribunal Penal Central de Londres, y reunimos artículos
de prensa sobre procesos por asesinato realizados a partir de
1986. En esos casos la provocación fue aceptada como defen­
sa única con base en los testimonios del acusado o de amigos
de él, que evidentemente estaban interesados en denigrar el
carácter de la víctima. Un fiscal puede exigir evidencia "en
réplica" a los argumentos, pero en la práctica es raro que eso
ocurra. Si se acepta la defensa de provocación, se llega a un
veredicto de homicidio y el juez tiene amplia discrecionalidad
para dictar sentencia. Algunos hombres matan y logran salir
libres del tribunal. Lo más común es que las sentencias osci­
len entre los tres y los seis años. Para los veredictos de asesi­
nato la sentencia de prisión perpetua es obligatoria.
Nada parecido a esa licencia para matar se les da a las
mujeres procesadas por asesinar a un hombre, porque la base
de la defensa es la idea de que un "hombre razonable" puede
ser provocado hasta llegar a matar por la insubordinación de
la mujer. En otras palabras, la mujer provoca su propia muer­
te. Aún en los casos de mujeres violadas o golpeadas, rara
vez se acepta una defensa de provocación. La mayoría de los
asesinos conocen a sus víctimas. De acuerdo con las estadís­
ticas del Home Office para 1986, el 70 por ciento de las vícti­
mas de homicidio conocía a los sospechosos, el 22 por ciento
no los conocían y en el 8 por ciento de los casos no había
ningún sospechoso. Esto significa que sólo en alrededor de
un caso de cada cinco el atacante es un desconocido. Un com­
ponente importante de ese "vínculo" entre el atacante y la
víctima es que una proporción sustancial de los asesinatos de
mujeres es perpetrada por sus maridos, amantes o ex aman­
tes. El que tiene más probabilidades de asesinarte no es el
extraño a quien dejas afuera cuando echas llave a la puerta,
sino el hombre que se queda dentro contigo. En Gran Bretaña
ha sido difícil calcular la proporción de homicidios domésti­
cos que tienen como víctima a la mujer, porque apenas hace
poco tiempo el Home Office desglosa sus estadísticas de ase­
sinatos en términos dé la relación entre el acusado y la vícti­
ma (véase: Tabla 1). La relación no sólo es importante cuando
la víctima es del sexo opuesto. Un número considerable de
asesinatos cometidos por hombres contra víctimas hombres
se origina en una relación sexual en la que un factor impor­
tante es el afán posesivo. Con frecuencia la víctima es el nue­
vo amante de la ex esposa o ex novia, o un hombre que
intervino para proteger de la violencia a la mujer en cuestión.
Las mujeres matan con mucho menor frecuencia que los
hombres: la proporción de hombres que matan mujeres en com­
paración con las mujeres que matan hombres es alrededor de 8
a 1. (En 1986-1987,31 mujeres mataron hombres, mientras que
209 hombres mataron mujeres). El grupo con más probabilida­
des de convertirse en víctima de homicidio es el de los hom­
bres jóvenes. La abrumadora mayoría de ellos son asesinados
por otros hombres -89.6 por ciento en 1986-1987 (285 de los
318 hombres fueron asesinados por atacantes de sexo masculi­
no), y 116 de ellos conocían al atacante. Por lo tanto, el 40.7 por
ciento de los hombres sospechosos de haber asesinado a otros hom-
TA BLA 1 .Delitos registrados como homicidio, por relación
de la víctima con el principal sospechoso y por sexo
de la víctima y el sospechoso (Inglaterra y Gales, 1986a).

Relación de la Sexo del sospechoso


víctima con el
sospechoso Sexo de Masculino Femenino No hay Total
principal la víctima sospechoso

La víctima conoce
al sospechoso
Hijo o hija Masculino 17 8 — 25
Femenino 9 7 — 16*
Padre o madre Masculino 9 — — 9
Femenino 3 2 — 5
Cónyugeb Masculino — 12 — 12
Femenino 109 — — 109
Otro familiar Masculino 11 — — 11
Femenino 6 2 — 8
Amante o ex
amantec Masculino 19 4 — 23
Femenino 13 1 _ 14
Amigo o conocido Masculino 116 6 — 122
Femenino 36 6 — 42
Otra relación Masculino 14 — — 14
Femenino 6 — — 6
Total Masculino 186 30 — 216

La víctima
no conoce
al sospechoso Masculino 99 1 2d 102
Femenino 27 — — 27
No hay sospechoso Masculino — — 32 32
Femenino — — 20 20
Total 506 50 54 610

a. Hasta junio de 1987.


b. Cónyuge, cohabitante, o ex cónyuge o cohabitante.
c. Incluye amante del cónyuge, cónyuge del amante u otra relación.
d. Atribuidos a actos de terrorismo.
bres eran sus amigos o conocidos. Sólo 18 mujeres mataron a otras
mujeres. La violencia de los hombres conduce no sólo a las
muertes de mujeres —en particular, esposas y amantes— sino
también a la muerte de amigos y conocidos de ellas. Caso tras
caso la observación más frecuente de los hombres acusados es:
"Si no es mía, no será de nadie más". El marido celoso mata a
la esposa o al presunto amante de ella. En algunos casos las
sospechas de infidelidad son totalmente infundadas.
La prensa dio una amplia cobertura a asesinos como Denis
Nillsen, empleado público homosexual que estranguló a 16
hombres jóvenes entre 1978 y 1983, o como Peter Sutcliffe, el
"Destripador de Yorkshire", que asesinó a 13 mujeres e in­
tentó asesinar a otras siete, y nos mantiene al día de todo lo
que pasa en el caso de Myra Hindley (el célebre "asesino de
los páramos", que durante la década de 1960, con Ian Brady,
torturó y mató niños en los páramos de Yorkshire), pero la
prensa rara vez menciona los asesinos a quienes sus víctimas
conocían. Eso conduce a la idea de que el asesino típico es un
psicópata.
En los procesos por asesinato en Gran Bretaña el jurado
tiene que escoger entre cinco veredictos posibles, cosa que
puede provocar algo de confusión. Primero, el acusado pue­
de ser declarado culpable de asesinato, lo que conlleva una
sentencia obligatoria de prisión perpetua; segundo, puede ser
declarado no culpable: no lo hizo, o lo hizo por accidente;
tercero, puede ser hallado no culpable en razón de defensa
propia; cuarto, puede ser declarado no culpable de asesinato
pero culpable de homicidio con base en la provocación; o
quinto, lograr una responsabilidad disminuida. El abogado
defensor no necesariamente se limita a argumentar por una
de esas posibilidades. Si el acusado se declara "no culpable"
de asesinato (alegando, por ejemplo, que hay dudas sobre si
realmente apuñaló a la víctima o fue la víctima quien cayó
sobre el cuchillo), la defensa puede sugerir al jurado otros
veredictos posibles, a saber: que el acusado actuó en defensa
propia, que fue provocado o, incluso, que no es culpable en
absoluto. Con frecuencia es bastante difícil para un abogado
defensor presentar al mismo tiempo varias bases para la de­
fensa. La complejidad de las alternativas suele ser demasia­
da para los jurados y dar como resultado algunos veredictos
grotescos. Por ejemplo, en el caso de M cDonald contra la Coro­
na (1985), una mujer joven acusada del asesinato de su aman­
te, que antes había sido víctima de la violencia de él, dos
testigos la habían oído decir: "Yo lo acuchillé, yo lo acuchillé",
y declararon que ella tenía en la mano el arma homicida y
que había visto al acusado ir hacia ella con la mirada que
tenía cuando la había atacado antes. Sin embargo, el jurado
la declaró no culpable de asesinato, antes que no culpable
por actuar en defensa propia.

¿Qué es una provocación?


La Ley de Homicidio de 1957 enmendó la ley en Inglaterra
para que sólo una categoría de homicidio conlleve la senten­
cia de muerte, mientras que todas las demás conllevan una
sentencia obligatoria de prisión perpetua. La pena de muerte
por asesinato se suspendió en 1965 y se abolió cinco años
después. A partir de esa fecha todos los asesinatos pasaron a
ser castigables con prisión perpetua. Bajo las secciones 2 y 3
de la ley, se ampliaron las bases para alegar circunstancias
atenuantes con la introducción de la "responsabilidad dismi­
nuida", por la cual un asesinato puede reducirse a homicidio
(sección 2), y la ampliación de la defensa de "provocación"
(sección 3). Con las dos categorías hay problemas. En este
artículo me concentraré en la defensa por provocación, pero
eso no significa que el concepto de responsabilidad dismi­
nuida, que se basa en declaraciones de psiquiatras, no se uti­
lice para condonar la violencia masculina. Por ejemplo, yo he
visto aceptar un diagnóstico de depresión como prueba de
responsabilidad disminuida, cuando no había ninguna evi­
dencia de que el acusado estuviera en ningún tipo de trata­
miento ni presentara síntomas significativos, y cuando había
escrito en su diario que pensaba matar a su esposa y a sus
hijos prendiéndoles fuego. Al parecer se alega responsabili­
dad disminuida cuando el crimen es particularmente brutal
o conmocionante y cuando hay niños involucrados.
La defensa de provocación se basa en la premisa de que
el comportamiento de la víctima, en mayor o menor medida,
precipitó su propia muerte. Hasta 1965 sólo algunos tipos de
comportamiento bastaban para constituir una provocación:
en general casi siempre hacía falta la violencia física o el des­
cubrimiento del cónyuge en el acto de adulterio para presen­
tar un caso de provocación. La Cámara de los Lores afirmó
en H olm es contra DPP (1946), que salvo en circunstancias de
una naturaleza totalmente excepcional y extrema, una confe­
sión de adulterio de un cónyuge al otro no podía constituir
provocación suficiente para justificar un veredicto de homi­
cidio, si el cónyuge agraviado mataba al otro o al adúltero
(Cross y Jones 1984). La sección 3 de la Ley de Homicidios
cambió eso y estableció que puede haber un veredicto de ho­
micidio por provocación cuando hay evidencia de una pérdi­
da súbita y momentánea del autocontrol:

Cuando en un caso de asesinato hay evidencia a partir de la


que el jurado puede considerar que la persona acusada fue
provocada (ya fuese por cosas dichas o por cosas hechas, o por
ambas) hasta perder su autodominio, la cuestión de si la pro­
vocación fue suficiente para hacer que un hombre razonable
actuara como lo hizo quedará a la determinación del jurado, y
para determinar esa cuestión tomarán en consideración todo
lo hecho y dicho según el efecto que, en su opinión, tendría en
un hombre razonable.
En consecuencia los jurados deben de tomar en considera­
ción:

1. los acontecimientos que ocurrieron ("cualquier cosa hecha o


dicha (o una combinación de actos y palabras) puedes ser
suficientes") y
2. las características relevantes del acusado que pueden llevar­
lo a perder su autodominio. (Cross y Jones, 1984).

La dificultad con esos lineamientos estriba en que tanto


la visión del jurado sobre los acontecimientos ocurridos como
las características del acusado son ambiguas. La doctora Susan
Edwards dijo: "La provocación puede aparecer como una
categoría legal, relativamente clara y determinada por reglas
y procedimientos, pero qué formas precisas de acción, com­
portamiento, hábitos, palabras y situaciones, y qué caracte­
rísticas relev an tes p u ed e co n sid e ra r el ju rad o como
provocación, es a la vez arbitraria y ambigua" (1985:138).
El concepto de provocación es, como lo expresan sucinta­
mente Atkins y Hoggett, autores de un libro de texto legal,
"el más insidioso de todos los conceptos que aparecen en los
casos de crueldad" (1984:129). Se basa en tres supuestos su­
mamente cuestionables. El primero es que un hombre razo­
nable, en lugar de controlar sus em ociones, puede ser
provocado para asesinar por un comportamiento insubordi­
nado: infidelidad, deficiencias como ama de casa, negación
de servicios sexuales e incluso por "dar lata". En casos de
divorcio es muy poco probable que se use la provocación para
legitimar el uso de la fuerza por un marido para obligar a su
esposa a obedecer sus órdenes. Sin embargo, en los casos de
asesinato está muy en boga. La ley ofrece una legitimación
para los hombres que actúan con violencia frente a la insu­
bordinación de sus esposas o la disolución del matrimonio.
El centro del proceso se desplaza del acusado a la víctima. Si
se puede alegar convincentemente que la víctima no mostra­
ba respeto, era infiel, violaba las convenciones o descuidaba
sus deberes de esposa, en general se acepta la defensa de pro­
vocación. Segundo, rara vez se considera que las mujeres
pueden ser igualmente provocadas, ni siquiera cuando han
sido golpeadas o violadas: eso sería una "licencia para m a­
tar" a los violadores y a los maridos golpeadores. Tercero,
aun cuando la principal distinción entre asesinato y homici­
dio gira en torno a si la muerte fue premeditada o no ("inten­
ción maliciosa", es decir intención de matar, es asesinato; pero
si alguien mata por accidente o por negligencia o porque fue
provocado, es homicidio), en la práctica, como veremos, una
defensa de p ro v o cació n con base en la "p é rd id a del
autodominio" con frecuencia anula cualquier evidencia de
premeditación.
En los v ered icto s de asesin ato el juez no tiene
discrecionalidad y la prisión perpetua es obligatoria. En cam­
bio, en los veredictos de homicidio el juez tiene amplia
discrecionalidad. Las sentencias oscilan entre un máximo de
prisión perpetua y la absolución total. En consecuencia la
provocación ha funcionado como base para la conmutación
del asesinato, rebajado a homicidio, con el resultado de que
los jueces han permitido a hombres que habían matado a sus
esposas o sus amantes salir libres del tribunal. Esa tendencia
ha aumentado recientemente, como lo indica el hecho de que
el número de sentencias de prisión perpetua por asesinato
cayó de 169 en 1979 a 114 en 1984, a pesar de que en el mismo
periodo el número de homicidios aumentó de 546 a 563. Sin
embargo, es difícil saber con exactitud cuánto durará una sen­
tencia por homicidio por provocación. Las estadísticas reuni­
das por la Unidad de Investigación Legal del Bedford College
muestran la siguiente distribución para las sentencias en los
años de 1957 a 1968: "siete absueltos, siete en libertad condi­
cional o con sentencia no especificada. La mitad del resto re­
cibió sentencias de entre tres y seis años" (Ashworth, 1975:
76-79). No disponemos de estadísticas más recientes, pero el
patrón en los casos citados más adelante son sentencias de
entre tres y seis años (un tercio de ellas se acortan por buena
conducta).

La defensa de la provocación
La duplicidad de los criterios es evidente en las pruebas de
provocación que se consideran legítimas; hasta los jueces más
progresistas las definen en términos sexistas. El ejemplo hi­
potético que los jueces usan para definir la provocación es el
del soldado que regresa a su casa después de luchar en las
Islas Malvinas o en el norte de Irlanda, y encuentra a su espo­
sa en flagrante delito —en la cama con su amante —, entonces
"pierde la cabeza" y la mata. (Por otra parte, si una mujer es
violada y mata a su violador, el hecho puede ser considerado
como venganza, que puede ser causa de una condena por
asesinato). Cuando se presenta una defensa por provocación
es esencial alegar infidelidad.
Mumtaz Baig y Pamela Megginson
Una comparación de dos casos procesados en el Oíd Bailey
—el de Mumtaz Baig, un hombre que mató a su esposa, y el
de Pamela Megginson, una mujer que mató a su am ante—
ilustra el modo como la ley excusa a los hombres pero conde­
na a las mujeres, incluso cuando los hechos señalan mayor
intencionalidad por parte del hombre. En septiembre de 1987
asistí al proceso de Mumtaz Baig, acusado de matar a su es­
posa Rohila ahorcándola con un trozo de cuerda que según
dijo ella usaba para amarrar una planta de caucho. La herma­
na de Rohila, al atestiguar para la defensa, refutó eso y dijo
que ella la visitaba frecuencia y que su hermana amarraba la
planta con lana para tejer.
El matrimonio se había casado en 1980. El señor Baig ha­
bía viajado de vuelta a Pakistán poco antes del nacimiento de
su segundo hijo en 1982, después de lo que describió como
discusiones con su familia política. Su esposa encinta había
regresado a casa de su familia después de que él la golpeó.
Baig admitió haberlo hecho, pero dijo que "no fue fuerte.
"¡Juro que nunca usé violencia contra ella!". Sin embargo, ella
obtuvo la transferencia de la casa a su nombre y una separa­
ción legal. Entre 1982 y 1986 el único contacto de él con su
familia fue enviar postales en Navidad y en los cumpleaños.
En enero de 1986 volvió a Inglaterra, y en ese mismo año la
señora Baig le expresó, con toda claridad, que quería divor­
ciarse. Él la mató en diciembre. Su defensa era —provoca­
ción— y se basaba en su propia afirmación —no respaldada
por nadie — de que ella le había sido infiel con un amigo de él
llamado Ibrahim. En su declaración Baig afirmó que el día de
la muerte de ella, después de hacer el amor, él le preguntó
por qué se veía tan feliz y que ella le dijo: "Tengo una amis­
tad con Ibrahim. Tú estás bastante bien, pero él tiene una cosa
realmente grande". Ibrahim fue llamado como testigo y negó
con vehemencia esas afirmaciones, asegurando que jamás
había estado a solas con la señora Baig, y mucho menos ha­
ber tenido una relación con ella. Nunca se habló de la impro­
babilidad de que cualquier mujer, no digamos una devota
musulmana, hiciera tales comentarios, ni del horror con que
habría reaccionado la familia de ella ante semejantes afirma­
ciones. Baig no hablaba bien el inglés: todas sus afirmaciones
escritas fueron traducidas y en el tribunal tenía un intérprete:
sin embargo, utilizaba modismos ingleses coloquiales, aun­
que no correctamente del todo, como al decir: "tenía perdida
mi cabeza", que sonó como si la frase no fuese de él. Por otra
parte, en su declaración afirmó con toda claridad: "Yo decidí
matarla, porque ella quería llevarse a los niños".
Nadie comentó la contradicción entre esas dos posicio­
nes. El abogado defensor, resumiendo, preguntó: "¿Hay al­
guna evidencia de que él fuera otra cosa que un marido y
padre cariñoso?". Tenía buenas razones para creer que la evi­
dencia de la violencia de Baig, su ausencia por cuatro años,
su propia admisión de que se proponía matar a su esposa y el
hecho de que no contribuía con nada al hogar, pero todo eso
no se tomaría en cuenta. El procurador comentó, en voz baja,
que: "sólo han oído un lado de la historia. Nadie sabe lo que
hubiera dicho Rohila Baig". Sin embargo, eso no impidió al
jurado encontrarlo no culpable de asesinato con base en la pro­
vocación. Fue sentenciado a seis años por homicidio.
Comparemos este caso con el de Pamela Megginson, de
61 años de edad, que en septiembre de 1983 mató a su aman­
te, un millonario de 79 años que se había hecho a sí mismo, y
con quien había vivido los últimos trece años. Él estaba por
dejarla hasta sin casa para tener otra amante. En su declara­
ción, ella dijo que lo único que lo excitaba sexualmente era
golpearla, y que aun cuando ella no tenía ganas de tener rela­
ciones sexuales en la noche en cuestión, había aceptado con
la idea de convencerlo de que cambiara de opinión. Después
de que él la golpeó, ella perdió el control y le pegó en la cabe­
za con una botella de champaña, y lo mató. Ella se declaró no
culpable de asesinato, pero sí culpable de homicidio debido a
su provocación. Pero, la declararon culpable de asesinato y
recibió la sentencia obligatoria de prisión perpetua.
En ambos casos la víctima planeaba deshacer la relación,
aun cuando en el caso de Baig en realidad la relación había
terminado cinco años antes. Sin embargo, en su caso el jura­
do consideró que el hombre había sido provocado por el de­
seo de la mujer de seguir viviendo por su cuenta y con sus
hijos. El hecho de que nadie corroborara sus reclamos por
infidelidad y lo absurdo de su descripción sobre la conversa­
ción que habían tenido al acostarse, no hicieron ninguna di­
ferencia. Tampoco la evidencia de que él había contribuido
poco o nada al matrimonio, de que había sido violento en el
pasado y de que, según él mismo admitió, se proponía ma­
tarla, llevó al jurado a rechazar su argumento de provoca­
ción. Con buena conducta podría ser liberado en cuatro años,
escaso castigo por el asesinato premeditado y a sangre fría de
una mujer indefensa e inocente.
En el caso de Megginson, aun cuando la evidencia pare­
cía indicar una muerte no premeditada, no intencional sino
accidental, ocurrida en el curso de una actividad sexual
sadomasoquista iniciada por la víctima, el jurado la declaró
culpable de asesinato. Ni el contexto de la muerte ni la ame­
naza de la pérdida de su hogar y su relación fueron conside­
rados como provocación. Acusar a una mujer de infidelidad,
aunque nadie lo corrobore, es considerada como provocación
suficiente para un hombre; pero la infidelidad del hombre no
significa nada. La redacción misma de la ley excluye a la mujer.
En uno de los pocos compendios de procesos por asesi­
nato (elaborados entre 1957 y 1962), los criminólogos Terence
Morris y Louis Bloom Cooper concluyeron en que "un factor
surge con toda claridad de estos casos de homicidio, y es que
el área de las relaciones heterosexuales está extraordinaria­
mente cargada de ocasiones de violencia, tanto dentro como
fuera del matrimonio" (1964: 322).
Es un hecho ampliamente aceptado que hay una relación
muy estrecha entre el amor y el odio, así como que las rela­
ciones muy cercanas provocan intensos sentimientos apasio­
nados y posesivos. En cambio, mucho menos se acepta que la
posesividad que conduce a la violencia es casi siempre mas­
culina, y que es con mucha frecuencia condonada, no sólo
por el público en general sino por la ley y por los órganos
encargados de imponerla. Los criminólogos no han investi­
gado la posesividad masculina, ni han cuestionado la acepta­
ción de la violencia masculina en la familia.
De acuerdo con las estadísticas de 1986,109 esposas y sólo
12 maridos fueron registrados como víctimas de homicidios
en los que el principal sospechoso era el cónyuge. Los estu­
dios indican que los feminicidios son apenas la punta del ice­
berg de la violencia masculina contra las mujeres. La violencia
femenina, cuando ocurre, suele ser una respuesta a muchos
años de maltrato y crueldad mental del marido.

Reseña de casos en los que la provocación


fue usada como defensa
Los siguientes casos en los que la provocación fue utilizada
como defensa contra el cargo de asesinato, ilustran la forma
como la ley estimula la posesividad masculina hasta el punto
de condonar el asesinato. En todos estos casos la relación en­
tre el acusado y la víctima ya estaba tensa o se alegó que ya
había habido infidelidad. No se consideró necesario que las
acusaciones fueran corroboradas.
En 1981 el tribunal de Winchester absolvió a Gordon Asher
del asesinato de su esposa Jane, en el mes de septiembre an­
terior, porque él era un marido modelo, mientras que ella era
"una coqueta traidora". El juez Mars-Jones dictó una senten­
cia, suspendido, de dos años por homicidio, permitiendo que
Asher saliera del tribunal como un hombre libre. En junio de
1982 Peter Wood fue procesado por el asesinato de Mary
Bristow, bibliotecaria, a quien mató a golpes con un mazo
para ablandar carne, además de asfixiarla con un cojín y es­
trangularla. En un pasado muy lejano él había sido amante
de Mary, y durante algún tiempo había vivido en casa de ella.
Años antes, ella había terminado la relación, pero W ood con­
tinuó asediándola. Fue declarado no culpable de asesinato y
sentenciado a seis años por homicidio, pero salió después de
los cuatro. En marzo de 1985 Peter Hogg fue acusado de ha­
ber asesinado a su esposa en 1976 y de haberse deshecho de
su cuerpo en el distrito de los lagos. Fue absuelto del cargo
de asesinato y sentenciado a tres años por homicidio: el juez
Pigot dijo que era "la mínima sentencia que puedo darle". De
hecho Hogg fue puesto en libertad en junio de 1986, después
de pasar 15 meses en prisión. Nicholas Boyce fue procesado
en octubre de 1985 por el asesinato de su esposa. La había
descuartizado en el baño, cocinado partes de su cuerpo para
disimularlo y después lo había arrojado en diferentes lugares
de Londres, en bolsas de plástico; fue absuelto del cargo de
asesinato y condenado a seis años por homicidio, pero en fe­
brero de 1989 quedó en libertad bajo palabra: había cumpli­
do poco más de tres años de su sentencia. En mayo de 1987
Leslie Taylor, de 36 años de edad, fue procesado en el tribu­
nal de la Corona de Aylesburgh por matar a cuchilladas a su
esposa, tras descubrir que había besado a otro hombre du­
rante una boda; fue declarado no culpable de asesinato y sen­
tenciado a seis años de prisión por homicidio, debido a
provocación. En enero de 1989 Stephen Midlane estranguló y
descuartizó a su esposa, pero ni siquiera fue procesado: se
aceptó su defensa de homicidio por provocación.
Seguramente el problema es la ridiculez de esas senten­
cias, en comparación con las que se dictan para otros críme­
nes, como los que tienen relación con la posesividad. Los
tribunales no toman en serio la violencia contra las mujeres y
los niños. Es evidente que la presentación de circunstancias
atenuantes que las cortes han aceptado en esos casos, no ha­
brían tenido la misma aceptación en cualquier caso de asesi­
nato o ataque grave que no fuera cometido por un hombre
contra una mujer.
Un examen más detallado de algunos de esos casos ilus­
trará ampliamente esa discriminación.

Stephen Midlane
En enero de 1989 Stephen Midlane, de 30 años de edad, fue
acusado de estrangular y descuartizar a su esposa Sandra, de
33, con quien tenía dos hijos. La policía trabajó durante se­
manas buscando sus restos en un basurero de Essex y no en­
contró más que una pierna. Stephen Midlane ni siquiera fue
acusado de asesinato. El Servicio de Procuración de la Coro­
na aceptó su declaración como culpable del homicidio de
Sandra y del intento de asesinato contra los dos hijos de la
pareja, de 4 y 5 años de edad, respectivamente. El juez Neil
Denison lo sentenció a cinco años (que con la posibilidad de
"buena conducta" se reducen a tres) de cárcel. Como atenuan­
te, la defensa alegó que Sandra le había sido infiel y que él la
atacó durante una discusión sobre su infidelidad, golpeando
accidentalmente el nervio vago del cuello de ella. El alegato
de homicidio hizo que una serie de declaraciones críticas he­
chas a los detectives por amigos de la familia nunca llegaran
a ser presentadas al juez. Esas explicaciones describían la
decadencia del matrimonio por incompatibilidad de los cón­
yuges, el recurso cada vez más frecuente de la violencia por
Midlane contra Sandra y el hecho de que ella fue atendida por
huesos rotos en el hospital de Charing Cross; la separación y la
intención de ella de divorciarse, así como las amenazas de él
de continuar con más violencia; eran en conjunto, un cuadro
que indica que el ataque fue premeditado, un cuadro muy di­
ferente al que presentó la defensa. Debby Jennings, de 24 años,
y la mejor amiga de Sandra, entrevistada por Terry Kirkby del
Independent (20 de enero de 1989), declaró: "Yo le dije a la poli­
cía que ella tenía miedo de que Stephen la matara. En los últi­
mos meses él había empezado a golpearla, y también a meterse
a su departamento tarde por la noche y a exigirle que le permi­
tiera quedarse. Ella me dijo que una vez él trató de estrangu­
larla y que otra vez la amarró. Dos semanas antes de matar a
Sandra la golpeó tan fuerte que le fracturó la mandíbula. Así
fue como pudieron identificar sus restos en el basurero".

Peter Hogg
Este caso recibió amplia cobertura de la prensa. Se destacó su
pasado como héroe de guerra, así como la supuesta promis­
cuidad de su esposa. El Times (9 de marzo de 1985) informó
que ella tenía "fama de promiscua desde la adolescencia; aun­
que su matrimonio en 1963 pareció tener un efecto calmante.
Pero antes de que pasara mucho tiempo empezó a mostrar
interés por los amigos de su marido". Ni siquiera se sugiere
que quizás también ellos mostraron interés por ella. Se dijo
que mientras su marido, piloto de aerolínea, estaba viajando,
ella pasaba horas hablando por teléfono, generando cuentas
enormes que él tenía que pagar. En octubre de 1976 la señora
Hogg se fue de vacaciones una semana con su amante, un
banquero llamado Graham-Ryan con quien salía desde 1973.
Cuando ella regresó, dijo Hogg: "simplemente perdí el con­
trol, la agarré por el cuello con las dos manos y apreté hasta
que paró de gritar".
En la noche arrastró el cadáver fuera de la casa, lo echó en
la cajuela de su automóvil y puso en marcha un intrincado
plan para deshacerse del cuerpo. Llamó al director de la es­
cuela pública donde estudiaba su hijo, le dijo que iba a pasar
ahí la noche, colocó en el carro una barra de concreto. En cam­
bio se dirigió al Distrito de los Lagos, con un bote inflable,
allí arrojó el cuerpo y después regresó a Taunton. Donde di­
fundió la historia de que su esposa se había marchado, de­
nunció su desaparición a la policía y pidió el divorcio, que le
fue concedido en octubre de 1977. Los ridículos 15 meses de
prisión de Hogg se justificaron con base en la supuesta infi­
delidad de su esposa. Al ser liberado, Hogg dijo: "No lograron
nada con encerrarme. Lo pasado ya pasó, nada puede retrasar
el reloj, nada puede traer de vuelta a mi esposa".
En su proceso en el Oíd Bailey, el cargo fue rebajado de asesi­
nato a homicidio, a través de una combinación de argumen­
tos que incluían la provocación y algunas consecuencias
inesperadas. Aparentemente el jurado aceptó que Nicholas
Boyce había sido sometido (en palabras de su abogado de­
fensor) "a una forma constante de humillación y degrada­
ción que despojó a este hombre adulto de todo rastro de
respeto por sí mismo. Solía deslizarse de regreso a su casa,
aterrorizado de su vida [sic]". El abogado prosiguió afirman­
do que Boyce había sido sometido por su esposa Christabel a
un régimen de "reglas" que incluía no tener relaciones sexua­
les; ni siquiera se le permitía llegar al lecho matrimonial, tan­
to si su esposa estaba en él como si no; tampoco podía bañarse
en la casa. Agréguense a eso los insultos y las acusaciones
que, según la defensa, su esposa le gritaba constantemente,
por lo que no puede sorprender que "finalmente él perdió el
control en circunstancias en que cualquier hombre normal lo
hubiera hecho" (del resumen del juez).
Dejando de lado la justificación de los alegatos, hay dos
supuestos importantes que subyacen a esta afirmación: (1)
hay límites al grado de "lata" que un hombre puede sopor­
tar, y el asesinato es una respuesta razonable a ese comporta­
miento más que marcharse o quizás prestar atención a las
razones por las que la esposa está "dando lata", y (2) no se
puede esperar de un hombre normal que soporte insubordi­
nación por parte de su esposa, en particular si eso incluye
negarse a tener relaciones sexuales. El hecho de que Christabel
quería que él se marchara, después de años de un matrimo­
nio que no la satisfacía, no fue considerado importante por el
magistrado, quien en su resumen dijo:
Trataré su caso admitiendo que usted fue provocado y perdió
el control, y que un hombre de autocontrol razonable podría
haberse sentido igualmente provocado y haber hecho lo que
usted hizo. No sólo la mató sino que después volvió en sí y
tomó medidas meticulosas para asegurarse de que su muerte
no fuera descubierta, (¿es esa una circunstancia atenuante?).
Se deshizo del cuerpo y limpió el departamento lo mejor que
pudo. La cortó en pedazos y cocinó la piel y los huesos. Des­
pués metió los pedazos en bolsas y en los dos días siguientes
se deshizo del cuerpo. Más tarde, hay que reconocérselo, se
entregó.

El juez expresa su opinión de que "un hombre de razona­


ble autocontrol podría descuartizar tranquilamente a su es­
posa". Una habría esperado que semejantes cosas se adujeran
para demostrar que Boyce estaba demente y por lo tanto no
era responsable de sus actos, pero en cambio se utilizó como
evidencia de su salud mental la provocación de su esposa.
Como dijo el abogado defensor, Michael Wolkind: "Boyce
aceptó un empleo de limpiador para satisfacer las latosas
exigencias de su esposa". La realidad es que a sus 37 años
de edad él nunca había tenido un empleo fijo, y que durante
dos años Christabel fue quien mantuvo la casa, después de
que se terminó la beca del posgrado de su marido, trabajan­
do tiempo completo en el hospital de Bethnal Green, ade­
más de encargarse de sus dos hijos. Y Wolkind continuó:
"Ella lo intimidaba constantemente y lo maltrataba sin el
menor remordimiento, hasta que al final él no pudo más y
la estranguló con un cable de electricidad. Lo único que él
quería, lo único que siempre había querido, era un poco de
paz y de tiempo para estar con sus hijos" (transcripción del
tribunal).
Este caso tiene otros dos aspectos inquietantes: Primero,
el tono de los comentarios hechos por el magistrado de Lon­
dres, Sir James Miskin; y su descripción de cómo Boyce "vol­
vió en sí", se deshizo del cuerpo meticulosamente y se entregó,
hacen pensar que en lugar de condenar las acciones de Boyce,
las aprueba. El hecho de que no condenara las acciones de
Boyce adquiere un relieve interesante en comparación con el
comentario posterior del mismo Miskin. En el proceso a un
grupo de adolescentes negros que violaron a dos mujeres blan­
cas en Brixton: observó que las acciones de los acusados re­
velaban "la inhumanidad del hombre hacia la mujer" (véase:
Benn 1986). Segundo, todo el proceso giró en torno al supuesto
carácter de la víctima, lo que abrió la puerta a toca clase de
afirmaciones imposibles de verificar. La periodista Maureen
Clive, que escribe en el London Standard, después del proceso
informó que Christabel se había mudado a Lavensham con
los dos niños, pero había accedido a pasar la Navidad con su
marido. Sin embargo, también le había escrito a su tía dicien­
do que temía que Boyce estuviera planeando matarla. Además
informó que dos amigas muy cercanas de Christabel, habían
pedido que se les permitiera atestiguar en el Oíd Bailey pero
que nunca fueron llamadas, tenían una historia diferente:

Ellas hubieran dicho al tribunal que estaban preocupadas por


Christabel, que le habían pedido que pasara la Navidad con
ellas, que sus conversaciones por teléfono con ella terminaban
abruptamente, al parecer cuando Nicholas entraba a la habita­
ción; que ella les había llevado una caja con sus escasas perte­
nencias para pedirles que se las guardaran porque Nicholas
había empezado a romper las cosas que eran especiales para
ella, empezando por su reloj; y que él había estado leyendo
libros sobre derecho penal (Smith 1989: 5).
Leslie Taylor
Treinta y seis años de edad, compareció ante el Tribunal de la
C oron a de A ylesb u ry acu sad o de m atar a su esp osa
acuchillándola, tras descubrir que ella había estado besándo­
se con otro hombre durante una fiesta de bodas. Él se había
pasado la noche bebiendo, y después fue a la casa de su sue­
gra en Islington, donde estaba su esposa, y le clavó un cuchi­
llo ocho veces, en presencia del hijo de ambos, de 12 años.
Afirmó que su esposa le había sido infiel durante los últimos
dos años de su matrimonio, que ya duraba 16. Dijo que se
había sentido "totalmente humillado por lo que ella había
hecho frente a mi familia" y "no podía dormir"; de modo que
después de llamar por teléfono a su esposa para decirle que
iba, fue a la casa con un cuchillo. Por norma eso implicaría
intención, pero se llegó a un veredicto de homicidio, debido
a provocación, con una sentencia de seis años.

Gordon Reid
Cuando un marido afirma que todavía ama a su esposa y no
dice nada en contra de ella, es probable que reciba un trata­
miento mucho más duro, aun cuando la esposa no haya muer­
to como consecuencia del ataque. Considérese el caso de
Gordon Reid, procesado en el Oíd Bailey, quien fue declara­
do no culpable de intento de asesinato pero culpable de herir
y causar daño físico grave a su cohabitante y madre de sus
tres hijos, Irene May Reid, el 28 de julio de 1987. Convencido
de que su esposa tenía un amante, él se emborrachó y, arma­
do con dos cuchillos, la acuchilló en la parte superior del ab­
domen y luego se clavó uno él mismo. Ella arrancó el cuchillo
del cuerpo de él y fue llevada al hospital, donde permaneció
dos semanas y se recuperó por completo. Él estuvo en el hos­
pital tres días, y decía a la policía: "¿Cómo está ella? Lleva­
mos 20 años casados. Los últimos tres meses se ha estado
cogiéndo a un tipo. Yo quiero que ella muera y yo también"
(transcripción del tribunal). El abogado defensor afirmó que
|9Í aún amaba a su esposa y quería seguir junto a ella. Ella
quería que él se marchara. Él dijo: "Yo quería herirla y tam­
bién a mí mismo por haber permitido que eso ocurriera. To­
davía la amo. Admito todo".
El juez Henry aceptó que el ataque de Reid no había sido
premeditado y que se había producido durante un periodo
de tensión y emoción. Tomó en consideración que la esposa
de Reid se había recuperado por completo y que él se mostra­
ba arrepentido. A continuación dijo: "L a sentencia se dicta
para disuadir a otros, y la mínima sentencia que puedo dictar
es de cinco años de prisión".
De ese fallo surgen dos preguntas. Si el ataque no fue pre­
meditado ¿no es contradictorio que el juez dicte sentencia
"para disuadir a otros"? Segundo: ¿no es probable que Reid
hubiese recibido un tratamiento mucho más suave si hubiera
sostenido que ella era "una coqueta traidora"?

La provocación como defensa:


¿pueden las mujeres usarla?
Lo que parece claro, por el modo como se utiliza la provoca­
ción como defensa, es que es aceptable para los hombres pero
rara vez para las mujeres. El éxito de una defensa basada en
la provocación depende de que haya evidencia de:

1. Una súbita y transitoria pérdida de control,


2. una acción que sigue inmediatamente al acto provoca­
dor, y
3. una relación razonable entre la provocación y la repre­
salia.

En el centro de la aceptación de esa defensa está la acep­


tación de la violencia masculina como respuesta a cualquier
forma de insubordinación de las mujeres. En cambio cuando
una mujer es atacada por un hombre y responde con agre­
sión, rara vez se acepta el argumento de la provocación. En la
ley, la defensa atenuante basada en la provocación es muy
distinta de la justificación de defensa propia. La provocación
se basa en una súbita pérdida de control en circunstancias en
que el acusado no tiene motivo para creer —razonablemente
o n o — que su vida está en peligro. Una mujer que es atacada
presumiblemente teme por su vida, de manera que puede usar
la defensa propia y no la provocación: sin embargo, también
esa defensa es invariablemente rechazada. Bel Mooney, en
un artículo en el Times, titulado "Has the Woman the Right to
Fight Back?" ("¿Tiene derecho la mujer a devolver el ataque?"),
cuenta el siguiente caso de R. contra Maguire, presentado en
el Tribunal de la Corona de York ante el juez Stanley Price el
17 de junio de 1981:

En la noche en cuestión la víctima se echó a andar hacia su casa


después de encerrar a su pony y perder el último autobús. El
acusado, de 24 años de edad, la vio andando por un sendero
cuando lo llevaban en coche a su casa; después de que lo deja­
ron regresó corriendo más de una milla y enfrentó a la joven
simulando ser un policía. La arrastró a un campo y le dijo que
iba a matarla. Pese a estar evidentemente aterrorizada, la "víc­
tima" logró sacar un pequeño cuchillo que usaba para abrir los
fardos de paja y "lo clavó en el cuello del acusado". El jurado
lo declaró culpable de amenazarla de muerte. El juez, conside­
rando que éste ya había sido suficientemente castigado, dictó
una sentencia suspendida de doce meses de prisión y observó:
"Esta señorita ya le ha infligido un castigo considerable".

En otras palabras, el juez dejó en libertad a un hombre


culpable de un ataque impresionante —un intento de asesi­
nato — porque la víctima se defendió. Iqbal Begum, quien fue
declarada culpable de asesinar a su marido con un tubo de
metal de más de un metro, dijo a la policía: "Yo no sabía lo
que hacía, pero él quería matar a dos de los niños y yo le dije:
'N o dejo que mates a los niños'". Debido a que no había in­
térprete, el tribunal entendió mal y creyó que la señora Begum
se había declarado "culpable" cuando en realidad ella había
dicho "error", que en urdu suena parecido a "culpable". El
alegato de provocación fue rechazado y ella fue sentenciada
a prisión perpetua. Después de las protestas y manifestacio­
nes de grupos de mujeres se le concedió un nuevo proceso y
la sentencia fue reducida a cuatro años, lo que de todos mo­
dos era demasiado, en vista de las circunstancias.
Presenciamos dos procesos que dan algún motivo de op­
timismo.

Janet Clugstone
En septiembre de 1987 este caso fue descrito como "un rayo
de esperanza para las víctimas de violación" (Guardian, 6 de
octubre de 1981), cuando Janet fue declarada no culpable del
a se si^ to de su violador, Stephen Cophen, porque había ac­
tuado en defensa propia. El juicio fue presidido por un juez
(hoy desaparecido) conocido como el progresista, John Hazan.
Los hechos son los siguientes.
En octubre de 1986 la señora Clugstone, de 38 años de
edad, conoció a Stephen Cophen de 24, cuando se dirigía a
una discoteca. La noche terminó a las dos de la mañana en el
departamento de un amigo, al que le habían cortado la luz;
ella afirmó que fue obligada a entrar y que él la violó en va­
rias ocasiones por la vagina y por el recto. La señora Clugstone
no podía gritar porque le habían extirpado la laringe a causa
de un cáncer. Encontró en el suelo un cortaplumas abierto, se
lo clavó a Cophen una sola vez y la herida lo mató; después
se entregó a la policía. Su relato fue corroborado por la evi­
dencia médica y forense, y por una mujer policía que declaró
que ése era el peor caso de degradación y abuso sexual que
nunca antes había visto. Las transcripciones del tribunal re­
velan diferencias significativas con respecto a los casos en los
que el acusado es un hombre.
Primero, en su resumen el juez Hazan hizo enormes es­
fuerzos para destacar que: "el asunto no es denigrar el carác­
ter de un hombre que no está aquí para hablar por sí mismo".
Documentó con mucho cuidado la corroboración de cada afir­
mación, mostrando que era apoyada por testigos, evidencia
de delitos penales anteriores y evidencia forense.
Segundo, la cuestión de si Janet Clugstone actuó en de­
fensa propia o por venganza, se basó en saber si Cophen ha­
bía o no retirado su pene al momento del ataque, antes que
en decidir si una repetida violación es una experiencia ate­
rradora que pone en peligro la vida de las mujeres. Cito a
continuación las instrucciones del juez Hazan al jurado:

La cuestión es si ella lo mató después de que él lo había retira­


do o si lo mató en defensa propia razonable para detenerlo en
su ataque y violación contra ella. Si fue defensa propia legíti­
ma ustedes deben absolverla. Si ella no está diciendo la verdad
¿por qué lo hace? ¿Se trata de una mujer que mata a un hombre
joven en circunstancias que no desea revelar después de que él
se había retirado, o en venganza por la violación? Ésa no es una
muerte legítima. En ese caso deben encontrarla culpable de ase­
sinato no provocado e ilegítimo, con intención de causar la
muerte o daños graves.

Lo importante para evaluar la motivación de ella es la


penetración: no si ella estaba aterrorizada y temía por su vida,
si había sido humillada y empujada "m ás allá de su control",
sino simplemente si cuando lo mató él estaba penetrándola o
no. Esa distinción absurda oculta la realidad de la violación
tal como es experimentada por la víctima.
En tercer lugar, buena parte del proceso se dedicó a eva­
luar si Janet Clugstone era "una mujer decente". A la mitad
del más delicado contra-interrogatorio sobre los detalles de
la violación le preguntaron: "¿H a tenido relaciones sexuales
con algún otro nativo de las Indias Occidentales?".
En un proceso por violación esa pregunta no habría sido
permitida, sobre la base de que las preguntas relativas al pa­
sado sexual de la víctima sólo pueden plantearse a discreción
del juez1. (Véase: la Sección 2 de la Ley de Delitos Sexuales

' El Heilbron Advisory Group on the Law on Rape (Grupo Asesor


Heilbron de la Ley sobre Violación) recomendó que la referencia a la
experiencia sexual de la mujer se hiciera sólo a discreción del juez, quien
debe estar convencido de:
a) que esa evidencia tiene relación con un comportamiento del querellante
que es notoriamente similar a su presunto comportamiento en ocasión de, o
en relación con, acontecimientos inmediatamente precedentes o subsecuentes
al supuesto delito; y
[Enmienda] de 1976.) El procurador debió haber objetado tam­
bién la siguiente pregunta. El abogado defensor inquirió a Janet
Clugstone: "¿Tiene usted buenas relaciones con los nativos de
las Indias Occidentales en el conjunto habitacional estatal donde
vive?" El juez Hazan terminó advirtiendo que su veredicto no
debería de ser visto como una patente para las víctimas de de­
litos graves, autorizándolas a matar a sus atacantes.

Trevor Virgo

La importancia de cuestionar irrelevantes indagaciones so­


bre la reputación de las mujeres que han sufrido violencia, se
desprende en forma notable del testimonio del principal tes­
tigo de la acusación; Julia Wolton, en el caso de Trevor Virgo
cuyo ataque a ella provocó el aborto natural y la muerte del
hijo de ambos. Después de haber sido obligada a relatar los
horrendos detalles de la agresión de Virgo en su contra —él
la obligó a desvestirse en la nieve cerca de una carretera—,
Julia Wolton fue sometida por el abogado defensor al siguiente
contra-interrogatorio:

DC: Usted es bastante mayor que el acusado, ¿ha tenido más


experiencia que él?

b) que el grado de pertinencia de esa evidencia en los problemas del


proceso es tal que excluirla sería injusto para el acusado.
Zsuzsanna Adler, en su estudio de 81 casos de violación juzgados en el
Oíd Bailey, encontró que de los 50 casos contestados cinco no prosperaron,
y que la solicitud para introducir la evidencia de la experiencia sexual previa
en la mujer se presentó en 18 de los casos restantes (40%), y que tuvo éxito en
75 por ciento de ellos (véase: Adler 1987). Judith Roland (1985) describió el
peso que en Estados Unidos dan a la historia sexual de las mujeres.
JW: Sí.
DC: ¿Más experiencia sexual que él?
JW: ¿Eso es relevante?
JUEZ: Muy buena pregunta.
JW: Creo que usted está tratando de convertirme en un este­
reotipo.
JUEZ (a DC: ¿Tiene que ver con el ataque la experiencia sexual
previa de ella?
DC: Estoy tratando de dar un cuadro completo.

Julia Wolton tenía toda la razón, la defensa estaba tratan­


do de convertirla en un estereotipo. Es el estratagema más co­
mún que se usa para desacreditar a las mujeres que han sufrido
violencia masculina. Y el que este estratagema es una práctica
común, no sólo en Inglaterra sino también en otras partes, sur­
ge de un estudio hecho en Australia acerca de mujeres que
habían matado a sus cohabitantes o maridos. En todos los ca­
sos, menos en tres, las mujeres habían sido atacadas por hom­
bres y en otros habían golpeadas a lo largo de veinte años. Trece
de dieciséis mujeres entrevistadas dijeron que habían matado
a su marido o cohabitante para defenderse de un ataque físico.
La imagen de las mujeres que se presenta en el tribunal, es la
de asesinas a sangre fría, premeditadas; nunca la de mujeres
que fueron provocadas por la violencia de un hombre más
allá de su tolerancia. Por otra parte, la investigación sobre
mujeres golpeadas indica que aquéllas que han vivido du­
rante años en relaciones de maltrato llegan a un punto en el
que razonablemente pueden creer que si no matan a su mari­
do él las matará. Bacon y Lansdowne (1982) concluyen:

La imagen de las mujeres como víctimas neuróticas y


provocadoras, y la ideología ¿e privacidad que envuelve a las
instituciones de la sexualidad y la familia, desempeñan un
papel en la perpetuación de la dominación y de la violencia
que esas mujeres experimentan. Las mismas ideologías y los
mitos que impregnan el sistema de justicia penal, impidie­
ron que las verdaderas circunstancias de esos homicidios sa­
lieran a luz en el proceso judicial que las juzgó y sentenció
(p . 9 7 ).

Conclusiones
Este estudio del uso de la "provocación" como defensa mues­
tra que los casos de las esposas procesadas por haber matado
a sus maridos reciben un tratamiento muy distinto al de los
de maridos que asesinaron a sus esposas o hijos. Es casi per­
misible, y por definición "razonable", que un marido asesine
a su esposa (o incluso a sus hijos) por insubordinación. Del
mismo modo, se excusa con más facilidad a un hombre que
mata al amante de su esposa, que a una mujer que mata a un
violador que la ha atacado.
Los actos de los hombres y de las mujeres están sujetos a
dos conjuntos diferentes de normas legales y de expectati­
vas. Como hemos visto, en la mayoría de los casos en que se
alega provocación en defensa de un hombre, lo que se juzga
no es tanto al acusado sino al carácter de la víctima, si es mujer.
Si la víctima es un hombre, los argumentos de infidelidad
sexual simplemente no se tomarán en cuenta, y es dudoso
que siquiera lleguen a plantearse. En el caso de Clugstone, se
toman precauciones para no poner en duda su carácter. En
los casos —mucho más típicos— en los que la víctima es mu­
jer, su reputación, en particular su reputación sexual, se con­
sidera esencial para decidir acerca de la culpabilidad del
acusado2. Si se alega infidelidad —no digamos si se demues­
tra — por lo general se admite la provocación. Como comentó
una amiga que presenciaba el proceso de Boyce: "Están juz­
gando a Christabel no a Nick". Como la víctima no está pre­
sente para decir lo suyo, el acusado puede dar su versión como
incuestionable.
En teoría, los abogados del ministerio público pueden lla­
mar a los testigos para contrarrestar a la defensa, pero en la
práctica casi nunca lo hacen. Parte del problema es el supues­
to de que el papel de los abogados de la Corona es de impar­
cialidad, y de que no deben preocuparse por defender a la
víctima. En el proceso de Boyce tanto la policía como los pro­
curadores parecen haberse sorprendido de que se presentara
una defensa basada en la provocación; para ellos, la eviden­
cia indicaba premeditación. Otro factor podría haber sido la
renuencia del procurador a hurgar en la historia del matri­
monio.
Ya es hora de que los abogados del ministerio público se
preocupen más por la víctima y de que recurran a los testi­
monios de más testigos. En Estados Unidos, Canadá y Aus­
tralia el ministerio público insiste hoy en que cuando hay
discusiones sobre una víctima de asesinato se debe introdu­
cir evidencia en réplica. La principal distinción entre asesina­
to y homicidio gira en torno a si la muerte fue premeditada o
no. Si hubo "intención maliciosa", es decir intención de ma­
tar, es asesinato. Si alguien mata por accidente o negligencia,
o si fue provocado, es homicidio. Sin embargo, hemos visto

2 Muchas mujeres criminólogas han señalado la importancia de la


reputación de las mujeres en relación con el resultado de los casos (véase:
"Respectable Women and the Law"; Sociological Quarterly, 23, Primavera
[1982]: 221-234).
que en varios de los casos relatados había clara evidencia de
que el asesinato había sido planeado, y por lo tanto era inten­
cional. En la práctica, si se aceptan las discusiones sobre la
mujer víctima, se pasa por alto la evidencia de intención pre­
via. Tanto en el caso Baig como en el de Boyce había eviden­
cia de intención previa. Sin embargo, en los casos de las
mujeres que matan, cualquier evidencia de intención previa
impide argumentar defensa propia.

La condonación de la violencia masculina


Los casos estudiados nos permiten hacer una investigación
empírica y detallada de la realidad. Entonces podemos ver
que el tribunal atribuye papeles específicos a los hombres y a
las mujeres, y que éstos se utilizan como evidencia para de­
terminar si el crimen es "razonable". La defensa del supuesto
de la provocación refleja la relación del acusado con el mun­
do social. Como dice Mary Eaton (1983): "Si esa relación si­
gue un patrón aceptable se usará para dem ostrar que el
acusado no es en realidad un criminal, puesto que la identi­
dad social en cuestión es básicamente conformista. La activi­
dad criminal será presentada como una aberración transitoria"
(p. 389). En cambio, si el comportamiento de la víctima es
considerado anticonvencional, es presentado como base de
la provocación y el acusado como alguien que reaccionó a
una presión intolerable. Entonces, la víctima pasa a ser el ver­
dadero culpable, en cuanto que empujó al culpable a la vio­
lencia. Los conceptos sexistas sobre la naturaleza de los
papeles del hombre y de la mujer en la familia, y acerca de la
aceptación de la violencia de los hombres como reacción a
cualquier comportamiento que se considere insubordinación
a la autoridad masculina, legitiman la violencia contra la cual
dicen proteger a las mujeres.
El problema no es tanto el comportamiento individual de
los jóvenes, sino el sistema que autoriza a los hombres a ac­
tuar con violencia en las relaciones íntimas3. Esa condona­
ción opera de tres formas:
Primero, con frecuencia los jueces simpatizan con el hom­
bre atacante. Por ejemplo, El juez Pickles en una entrevista en
la televisión en 1989 hizo referencia al "Jekyll and Hyde” que
existe en cada hombre, y lamentó que a veces "tenía que con­
denar a un hombre", aunque paradójicamente afirmó ser "fa­
vorable a las mujeres".
Esa simpatía por el asesino se extiende incluso a casos en
los que la esposa no ha sido infiel, ni está contemplando el
divorcio ni se alega que no cumpla con sus deberes de espo­
sa. Hay un caso del hombre que mató a su esposa 21 años
antes, y que fue descubierto cuando se jactó ante su segunda
esposa de que había cometido el "crimen perfecto". Había
golpeado a su primera esposa dos veces con un banco pesa­
do y después la había empujado escaleras abajo, tras una fu­
riosa discusión sobre su apasionada relación con la mujer que
después fue su segunda esposa. Como Coroner, el juez Igor
dijo en su resumen: "H a vivido su vida bajo la aterradora
amenaza de ser descubierto ante él mundo y ante los hijos
que adora. En cierto sentido ya ha cumplido una sentencia
de prisión perpetua en su propia mente, atrapado por sus
propios miedos".

3 En un sistema judicial que es tan predominantemente masculino, (de


los 339 jueces del circuito facultados para presidir procesos por asesinato, en
1986 sólo diez eran mujeres; y en el tribunal superior de 77 jueces sólo tres
eran mujeres) la definición de la ley se basa en lo que haría un hombre
"razonable"; los sesgos y prejuicios sexistas predominan.
El abogado defensor debe haber supuesto que el jurado
simpatizaría con la idea de que el acusado había sufrido y
que en consecuencia no merecía ser castigado de nuevo. El
hecho de que asesinó a su primera esposa a sangre fría con el
fin de casarse con la segunda, no fue considerado suficiente­
mente importante como para excluir esa petición de clemen­
cia. Es inconcebible que la misma solicitud se presentara en
el caso de una mujer que mató a su marido para casarse con
otro; en ese caso el acusado fue absuelto del cargo de asesina­
to, declarado culpable de homicidio y sentenciado tan sólo a
seis años.
Durante los últimos años algunas mujeres que mataron a
hombres que las habían sometido a violencia persistente, ale­
garon con éxito provocación acumulativa, aun cuando es
posible que ésta no se admita si se considera que ellas actua­
ron en venganza. En muchos casos parecería ser más apro­
piado alegar defensa propia que, si se acepta, puede conducir
a un veredicto de "no culpable" antes que a una condena por
homicidio. Pero eso es inaceptable porque se piensa que pue­
de dar alguna justificación a las mujeres para matar a sus
maridos.
Una segunda forma de condonación de la violencia es
ignorar la rabia como una respuesta aceptable a la frustra­
ción por parte de una mujer. Al parecer el derecho no consi­
dera que una mujer "razonable" pueda ser llevada a "perder
el control" y seguir siendo "razonable", a menos que esté su­
friendo "tensión premenstrual" y esté "a merced de sus hor­
m o n as". Esto encaja con la id ea de que cualq u ier
inconformidad en las mujeres se debe a un desequilibrio bio­
lógica antes que a una decisión racional.
Latosas, putas y emancipadas 549

Tensión premenstrual: tres casos


En línea con la idea de las mujeres que delinquen como
neuróticas dominadas por los ovarios, o como dice Katherine
Dalton (1971) "a merced de sus enloquecidas hormonas", las
únicas circunstancias atenuantes que se han utilizado con éxito
en casos de mujeres procesadas por asesinato son la depresión
posparto y la tensión premenstrual, como ejemplos claros de
la tendencia a tratar el comportamiento conformista de las
mujeres como salud y cualquier comportamiento de inadap­
tación al sistema social como enfermedad o demencia. Por
ejemplo, en 1981 la señora Kristina English mató a su amante
atropellándolo con su automóvil, después de que él le dijo
que estaba saliendo con otra mujer. Ella afirmó que algo se
quebró en su interior cuando él le hizo la señal de la victoria
(V). Exámenes médicos y psiquiátricos, con base en algunos
in d icad o res, d iag n o sticaro n que p ad ecía ten sión
premenstrual. Después de su embarazo había sufrido una
depresión posparto y la habían esterilizada; cuando esto ocu­
rrió llevaba varias horas sin comer. Se supone que a quienes
padecen de tensión premenstrual la falta de alimento les pro­
duce hipoglucemia, y que ésta causa una predisposición al
comportamiento agresivo. La solicitud de Kristina de la res­
ponsabilidad disminuida fue aceptada, pero se le prohibió
manejar durante un año y se le dio libertad condicional por
ese mismo periodo (véase: Luckhaus 1986). Como dijo Barbara
Amiel en el Times: "El tribunal le dio una sentencia reducida
no porque su amante era un canalla [...] le dieron libertad
condicional por un año porque convenció a la corte de que la
tensión premenstrual le había provocado responsabilidad
disminuida, a pesar de que antes había amenazado con atro­
pellar a su amante; eso pudo haber sido considerado como
evidencia de premeditación".
Recientem ente, en m arzo de 1987 la señorita Linda
Hewlett, de 31 años de edad, salió libre del Oíd Bailey des­
pués de haber sido juzgada por intento de asesinato. El juez
le dio tres años de libertad condicional tras acuchillar a su
amante dormido, cuando acababan de reconciliarse después
de una breve separación. Las razones de la sentencia del juez
Leonard fueron que Hewlett había caído en depresión des­
pués del nacimiento de sus gemelos, y que se había irritado
por la falta de interés de su amante en sus complicaciones
obstétricas. "N o podía encarar otro día en que él estuviera
diciéndome: '¿Pasaste la aspiradora, quitaste el polvo?'". El
juez aceptó que Hewlett padecía de depresión posparto, agra­
vada por tensión premenstrual.
Tercero, en abril de 1988 Anne Reynolds, una joven de 19
años que había matado a su madre de 61 con un martillo,
declarada culpable de asesinato y condenada a un reforma­
torio por el tribunal de Northampton, ganó una apelación
basada en que la tensión premenstrual y la depresión posparto
habían afectado su sentido de responsabilidad. Los jueces de
la apelación, Stocker, French y McKinnon, sustituyeron el
veredicto de asesinato por el de homicidio con responsabili­
dad disminuida y le dieron dos años de libertad condicional,
con la condición de que debería buscar tratamiento psiquiá­
trico. Esto quiere decir que una mujer puede obtener la res1
ponsabilidad disminuida —lo que significa que será confinada
por tiempo indefinido en un hospital psiquiátrico —, o que
debe sufrir tensión premenstrual; de lo contrario significa que
actúa en venganza y que es culpable de asesinato. Esto impli­
ca que una mujer, a diferencia de un hombre, no puede ser
llevada a la violencia por "provocación" y seguir siendo una
persona razonable; del mismo modo qué un hombre puede
afirmar que "perdió la cabeza", pero que ahora la ha recobra­
do. Es evidente que toda la base de la defensa por provoca­
ción es espuria y que debe de ser abolida.
Por último, esa condonación se refleja en la falta de com­
prensión del predicam ento de las víctim as de violencia.
Bochnak, en su estudio de mujeres sometidas a violencia
masculina en la familia, encontró que con frecuencia los jue­
ces no comprenden lo que significa vivir bajo la amenaza de
un ataque. Como uno de ellos comentó: "En vista de sus pro­
blemas domésticos, que según he visto son reales pero no
pueden ser del todo aceptados, la propia ley no carece de reme­
dios y no carecía de remedios para usted. Hay amistades, hay pa­
rientes, está la comunidad, la iglesia y otros caminos de ayuda; hay
policías, hay magistrados, hay abogados, hay medios de protección
en la comunidad" (Bochnak, 1981, subrayado en el original).
El concepto de provocación encarna la idea de que el ase­
sinato fue precipitado por la víctima, de que en realidad es la
víctima quien debe ser considerada culpable de su muerte.
Los argumentos utilizados por los procuradores en el tribu­
nal reflejan un fuerte sesgo de género que discrimina en con­
tra de las mujeres y que perm ite que algunos asesinos
maliciosos y violentos reciban castigos leves.
La renuencia del poder judicial a dar una protección ade­
cuada a las mujeres es parte de la condonación general de la
violencia masculina en el matrimonio. Ya en 1962 un juez
comentó acerca del peligro de que las mujeres utilizaran la
provocación como circunstancia atenuante, con demasiada
frecuencia. El juez Thesiger del Tribunal de Apelaciones de
Essex, al declarar a Kenneth Burrell no culpable de asesinato,
pero culpable de homicidio en razón de la provocación de su
esposa, que estaba en la cama con un amante cuando Kenneth
la mató, comentó: "Sin duda el acusado enfrentó una provo­
cación muy grave, pero por otra parte el gran número de di­
vorcios indica que estas situaciones, aunque no en una forma
tan dramática, pueden presentarse, y sería terrible que todas
las personas que se portan mal cuando su marido está ausen­
te estuvieran siempre sujetas a un ataque violento como éste".
Los criminólogos no se han mostrado más ilustrados que
los jueces. El principal libro de texto sobre casos de homici­
dio, A Calendar o f M urder de Terence Morris y Louis Blom
Cooper, refleja actitudes sexistas. Por ejemplo, en su capítulo
de conclusiones dicen:

Se podría argumentar que pocas personas mueren porque sim­


plemente han sido descuidadas, promiscuas, avaras o vanido­
sas. Pero aun cuando es relativamente fácil decir que un hombre
perdió sus propiedades por su propia culpa, es mucho más
difícil decir que un hombre perdió la vida por su propia culpa.
Porque una de las cualidades que, con mayor frecuencia, se
atribuyen a las víctimas de asesinato es la inocencia. La más
superficial lectura de los breves esbozos de los homicidios in­
cluidos en este libro puede mostrar que, por lo general, esa
generosidad está equivocada, ya que algunas de las víctimas
podrían haber sido capaces de matar, ya sea por provocación
de palabra o de hecho, o por fastidiar incesantemente de modo
que está claro que precipitaron su propia muerte (p. 322).

Según estos criminólogos, "fastidiar" o "dar lata" es una


provocación muy razonable para un asesinato. En otras pala­
bras, la culpa de la violencia masculina es de las mujeres. Las
prostitutas, e incluso las chicas muy jóvenes, también "se lo
andan buscando", según sugieren en la siguiente página: "Es
comprensible que la mente pública no tenga mayor simpatía
por la prostituta víctima de homicidio, pero no se puede de­
cir lo mismo de otras víctimas de crímenes sexuales, en par­
ticular si son jóvenes. No se puede poner a las niñas en la
misma categoría que a las prostitutas adultas, pero también
es cierto que no todas ellas carecen de curiosidad sexual. In­
variablemente es un impulso que ellas perciben vagamente,
pero que puede arrastrarlas a situaciones en las que pueden
convertirse en víctimas de un crimen" (p. 323).
En Francia la defensa para el crime passionnel fue abolida
en 1977, debido a la oposición feminista. Si el acusado podía
probar el adulterio de su esposa tenía buenas posibilidades
para ser condenado sólo por homicidio. Al parecer, en Ingla­
terra ni siquiera es necesario probar el adulterio, basta con
alegarlo. Es hora de denunciar y contestar el funcionamiento
discriminatorio del poder judicial.

Referencias
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Chatto y Windus, 1987.
Smith, Mysogynies, Londres, Faber & Faber, 1989.
Fay Stender y las políticas
para matar*
Diana E. H. Russell

Es muy difícil aceptar la idea de que, en la mente de algún aspirante


a asesino, ella se saliera [del movimiento de las prisiones] justo antes de
que ella se quemara, y qu esto fuera un pecado castigable con el tipo de
brutalidad demencial que le tocó recibir en su propia casa a mitad de la
noche.

AUSTIN SCOTT, Los Ángeles Times, 5 de junio de 1979.

E scrib í acerca de la muerte de Fay Stender, conocida aboga­


da de California, porque me afectó profundamente. Eso se
debe en parte a que yo la conocía. Y su amante —que estaba
presente cuando le dispararon— era una gran amiga mía.
Además, Stender vivía en el mismo barrio, por y casualidad
yo había visitado su casa 24 horas antes de su muerte. Como
feminista y ex izquierdista, yo me identificaba con ella. En
consecuencia, el intento de matarla por razones políticas me
resulta particularmente horrendo.
Éste es uno de los casos de este libro en que el intento de
un hombre de matar a una mujer no tuvo éxito. Los estudio­
sos de la violación revisan también los casos fallidos, por la

Este artículo es una versión revisada del que se publicó en On the Issues
18 (Primavera de 1991). Agradezco a Peter Collier y David Horowitz por su
excelente investigación y por la información de su artículo "Requiem for a
Radical", New West, marzo de 1981 , a Joan Morris (seudónimo) por revisar la
precisión de este artículo y prestarme recortes de periódicos sobre Fay Stender,
y a Candida Ellis y On the Issues por su asistencia editorial.
misma razón los intentos de feminicidio son propios de este
libro. Primero describiré el ataque contra Stender y después
explicaré por qué se incluye su historia en una antología so­
bre el feminicidio. Finalmente, explicaré por qué considero
que ese ataque es un caso de intento de feminicidio, es decir,
por qué creo que la misoginia tuvo un papel importante en el
intento de asesinarla.

El ataque
En las primeras horas del Memorial Day de 1979, Fay Stender
recibió seis balas disparadas a quemarropa en su casa de
Berkeley, por un hombre identificado después como el ex
presidiario Edward Brooks, de 27 años de edad. Una bala ca­
libre 38 dio en la cabeza de Fay, por poco no llegó a su cere­
bro, y otras tres la hirieron en el abdomen y en el pecho. Las
últimas dos balas le fracturaron huesos de los brazos, dañán­
dole algunos nervios. Cuando Brooks huyó de la casa de
Stender, la había "dado por muerta" (Williamson [SCF], 1980)1.
Fay tenía 47 años de edad, era feminista, madre de dos hijos
—Neal y Oriane— y poco antes se había separado de su ma­
rido Marvin, también abogado.
Stender pasó los días siguientes en estado crítico, y estu­
vo dos o tres semanas en el centro de cuidado intensivo de
un hospital de Berkeley. Cuando salió del hospital estaba
paralizada de la cintura para abajo para el resto de su vida.
De ahí en adelante siempre padeció fuertes dolores, tanto fí­

1 En este capítulo empleamos las siguientes abreviaturas: la t = Los Ángeles


Times; s f c = San Francisco Chronicle; or = Oakland Tribune; s f e = San
Francisco Examiner; b b = Berkeley Barb; d i= Daily Journal.
sicos como psicológicos. Como ella creía que Brooks había
sido "un arma cuyo gatillo fue apretado por otros" (Collier y
Horowitz, 1981: 145), la perseguía el miedo de que uno de
esos otros regresara para completar el intento fallido de Brooks
de aplicarle —Fay era judía— "la solución definitiva".
Como no pudo soportar el incesante dolor físico, además
de su profunda desilusión, fue ella misma quien eventual­
mente completó el intento del asesino de acabar con su vida.
"'Sólo vivo para este proceso de Brooks', dijo a varios ami­
gos, 'quiero verlo encarcelado'" (Collier y Horowitz, 1981).
Tres meses después de que Brooks fuera condenado a 17 años
en una prisión del estado por intento de asesinato, una enor­
me congregación de familiares desolados, amigos y conoci­
dos asistió al funeral de Fay, el 28 de mayo de 1980: justo un
año después de que Brooks se metió por la fuerza a su casa y
le disparó.
Stender murió en Hong Kong por una sobredosis de dro­
gas. Había viajado allá en un esfuerzo por aplacar su terror
de otro intento de asesinato. Pero, al disminuir ese terror pa­
saron al primer plano el dolor, la desilusión y la rabia. Por
, mucho que lo intentaba no consiguió eliminar esos sentimien­
tos, ni el estado de profunda desesperanza que los acompa­
ñaba. Se mató tras pasar menos de dos meses en el país que
había escogido para su autodestierro, al otro lado del mundo
respecto de su casa de Berkeley.
Edward Brooks utilizó a una mujer para entrar a casa de
Stender. Creyendo que ella estaba en dificultades, Neal —el
hijo de 20 años de Stender — abrió la puerta: entonces se ade­
lantó Brooks, armado con un revólver, y le exigió hablar con
Stender2.
2 El siguiente segmento de este capítulo debe mucho a Collier y Horowitz
(1981).
"Por favor no nos haga daño", suplicó Neal.
"Vamos, en marcha", insistió Brooks, "o te vuelo la cabeza".
Neal llevó a Brooks arriba hasta el dormitorio, donde su
madre respondió medio dormida a su llamado a la puerta.
"Hay un hombre con un revólver que quiere hablar conti­
go", le advirtió Neal.
Viendo que había dos mujeres en la cama, Brooks pidió que
Stender se identificara, y a continuación le ordenó que se sen­
tara ante su escritorio.
"¿Alguna vez has traicionado a alguien?" le preguntó Brooks
a Fay. Ella respondió negativamente.
"¿No crees que traicionaste a George Jackson?" De nuevo,
Stender respondió negativamente. Entonces Brooks le ordenó
escribir la siguiente declaración:
"Yo, Fay Stender, admito que traicioné a George Jackson y
al movimiento de las prisiones cuando más me necesitaban".

Antes de ser alcanzado por una bala cuando intentaba


escapar de la cárcel, Jackson había sido un carismático diri­
gente político radical, autor del célebre bestseller Soledad Brother
(1970), relato apasionado y elocuente de su experiencia en la
cá rcel y de sus a ctiv id ad es p o líticas rev o lu cio n arias
(W illiamson [SCF], 1979). Adem ás había sido cliente de
Stender por mucho tiempo.
Después de empezar a escribir esa forzada confesión, Fay
protestó: "Esto no es verdad. Sólo lo estoy escribiendo por­
que me estás apuntando a la cabeza con un revólver". Sin
embargo, cuando Brooks movió su arma en forma amena­
zante, terminó de escribir la "confesión".
Después de que Brooks se echó la confesión a la bolsa y
exigió el dinero. Neal y "Joan Morris" —seudónimo de la mu­
jer atrapada por éste en el dormitorio de Stender — le dieron
los pocos dólares que tenían, y Fay le dijo que su dinero esta­
ba abajo en la cocina. Brooks ordenó a Neal que le amarrara
las manos a Morris, y después obligó a Neal a acostarse boca
abajo en la cama y le amarró las manos a la espalda, antes de
seguir a Stender a la cocina. Allí ella empezó a darle los cua­
renta dólares que tenía guardados en un cajón, pero súbita­
mente Brooks alzó el arma y le disparó seis veces, desde una
distancia de poco más de medio metro.
En respuesta a los gritos de Stender, Neal corrió escaleras
abajo, con las manos todavía amarradas a la espalda, y en­
contró a su madre en el suelo, bañada en sangre. "M e estoy
muriendo", sollozó. Después llegaría a desear intensamente
que eso hubiera sido verdad.

El arresto
Debido a que el aspirante a asesino de Stender no la conocía,
y a la nota que la obligó a escribir, la policía inició la búsque­
da de -sospechosos en la Black G uerrilla Fam ily (Collier y
H orow itz, 1981: 142), grupo m ilitante de presidiarios
afroestadounidenses que George Jackson —a quien los de­
más miembros veían como un "santo y mártir" — había con­
tribuido a fundar (Ibidem).
El 8 de junio Brooks fue arrestado en San Francisco por
posesión de marihuana. La policía encontró en su poder un
arma que más tarde las pruebas balísticas establecieron que
era el revólver que se había usado para disparar en contra de
Stender. Pero Brooks fue liberado antes de que se hicieran
esas pruebas. Sin embargo, pocos días después de ser puesto
en libertad fue detenido con otros cinco hombres —cuatro de
ellos, incluyendo a Brooks, ex internos de prisiones de
California que estaban en libertad bajo palabra por un asalto
armado a un W ells Fargo Bank o f Berkeley (Williamson [SCF],
1979). El arresto de Brooks por esas otras actividades crimi­
nales ayudó mucho a la policía en sus esfuerzos por identifi­
car al atacante de Stender, dadas las pruebas incriminatorias
que encontraron en su poder.
El 19 de junio de 1979, Edward Brooks fue acusado en el
tribunal de haber intentado asesinar a Fay Stender.

Brooks y la Black Guerrilla Family


Fay Stender no era la única que creía que Brooks era un arma
cuyo gatillo fue apretado por otros. La mayoría de las autori­
dades legales creían —y todavía creen— que era miembro
del grupo, exclusivamente masculino, de presidiarios y ex
presidiarios conocido antes como la Black Family (Familia
Negra) pero transformado por Jackson en la Black Guerrilla
Family (Isabel [OT] 1983). Jackson tenía la esperanza de reem­
plazar la "mentalidad criminal" de los miembros del grupo
con una "conciencia revolucionaria" (Reiterman y Martínez
[SFE] 1979).
Sin embargo, Brooks negó firmemente tener cualquier
relación con la Black Guerrilla Family. Dijo que admiraba a
George Jackson pero que nunca lo había conocido (Isabel [OT]
1983). El abogado de Brooks, Thomas Broome, no permitió
que su cliente atestiguara en el proceso. Según Peter Collier y
David Horowitz, "Broome no quería que Brooks revelara sus
sentimientos hacia George Jackson, 'porque eran muy inten­
sos y eso hubiera perjudicado su posición'" (1981:145).
Sin embargo, menos de dos meses después del intento de
asesinato a Stender por Brooks, el reportero Bill Wallace, del
periódico Berkeley Barb, expresó su escepticismo acerca de que
Brooks estuviese afiliado a la Guerrilla (1979:3). Esa incredu­
lidad que, en parte, se basaba, en que este reportero conside­
raba que las fuentes no eran dignas de confianza, con
frecuencia mencionadas en términos tan vagos como "exper­
tos en la aplicación de la ley" o "autoridades de la prisión".
Aunque es posible que quienes afirmaron saber que Brooks
estaba afiliado a la Black Guerrilla Family hayan solicitado que
se les mantuviera en el anonimato, debido al miedo que ésta
suscitaba. Además, como una de las reglas del grupo era
mantener en secreto la calidad de miembro del mismo, tam­
poco se puede aceptar así nomás la negativa de Brooks.
Ahora, más de diez años después, el peso d éla evidencia
de que dispongo3 indica que Brooks era miembro de la Black
Guerrilla Family.
Por ejemplo, el San Francisco Examiner afirma haber obteni­
do un documento de 22 páginas de la mencionada Guerrilla,
redactado en San Quintín en 1974 (Reiterman y Martínez [SFE]
1979), en el que declaraban: "Nuestro apoyo ha sido destruido
por los buitres que se autodenominan abogados del movimien­
to, con ayuda de su santo patrono Huey P. Newton. Pedimos a
los Honorables Magistrados [del tribunal revolucionario de la
Black Guerrilla Family] que concedan al pueblo un veredicto
justo que denuncie y castigue a los responsables de tan atro­
ces crímenes [en contra de] la revolución". En ese documento
no se mencionaba el nombre de Stender, pero es casi seguro
que ella era uno de los abogados en quienes los autores esta­
ban pensando; Stender abandonó el movimiento en 1973, y
ese documento de la Guerrilla fue escrito en 1974.

3 Principalmente artículos de periódicos, un largo artículo en una revista,


de Collier y Horowitz (1981), y muchas conversaciones con Joan Morris.
En su artículo de 1979 sobre el ataque contra Stender, Tim
Reiterman y Don M artínez, reporteros del San Francisco
Examiner, citan "fuentes oficiales de la prisión", que les ha­
brían comunicado que "Stender era una de la media docena
de abogados mencionados en las 'condenas a muerte' publi­
cadas por la Black Guerrilla Family hace algunos años, alrede­
dor de la época [1973] en que Stender estaba desistiendo de
su lucha en tom o a las leyes sobre las cárceles"4.
Menos de un mes después de los disparos contra Stender,
Charles Garry, célebre abogado que trabajara muchos años
con los Black Panthers y con quien Stender había practicado el
derecho por casi diez años, dijo que el Department ofCorrections
in Sacramento le había informado que él también estaba en
esa lista de asesinatos, igual que la licenciada Salle Seamen
Soladay; ambos también habían estado muy activos en el
movimiento por la reforma de las cárceles (SFC1979).
Soladay y Garry recibieron protección de la policía, lo que
indica que las autoridades tomaron muy en serio esa lista de
"personas por matar" (Williamson [SFC]: 1979: SFC 1979). Pro­
bablemente muchos izquierdistas desconfiarían de la infor­
mación procedente de las autoridades carcelarias, pero es
evidente que Soladay y Garry la tomaron muy en serio. Se
dijo que ambos abogados "estaban en constante estado de
preparación ante la posibilidad de ser el blanco del próximo
asesinato", y Soladay "se fue por un tiempo de la zona de San
Francisco" porque se sentía amenazada (Wallace [BB]: 1979).
Los reporteros Collier y Horowitz escribieron que una
semana después del atentado contra Stender, en el bufete de
Garry se presentó Fleeta Drumgo —uno de los "Soledad
Brothers", que había sido absuelto del cargo de asesinato des­

4 Véase: también Williamson [sfc] por una afirmación similar.


pués de la muerte de George Jackson —. Y "dijo que era miem­
bro de la Guerrilla, que había sabido de los planes de ésta
para dispararle a Stender dos semanas antes del ataque y que
quería vender información. Regresó en más ocasiones, a ve­
ces llevaba un arma en el cinturón; nombró a un ex compa­
ñero de celda de Brook como jefe de la Black Guerrilla Family
y como el hombre que había ordenado el ataque" (p. 145).
Un mes antes de que iniciara el proceso de Brooks en febre­
ro de 1980, Drumgo fue matado a tiros en una calle de Oakland
(p. 145).
Por supuesto, es posible que Drumgo hubiera inventado
esa historia en el intento de explotar los temores de Garry
para sacarle dinero. Por otra parte, la historia concuerda con
el hecho de que unos días antes del ataque contra Stender, la
hija de ésta, Oriane, había tropezado con él y que "él le había
dicho que alguien andaba en busca de su madre" (Collier y
Horowitz, 1981:142). Además, la madre de Stender "recibió
por correo una amenaza de muerte firmada por la Black Gue­
rrilla Family" (p. 142).
En el momento del intento de asesinato contra Stender, al
parecer los funcionarios de la cárcel creían que la Guerrilla se
había convertido en "una 'pandilla' débilmente unida, con
muy poco de su ímpetu político inicial" (Williamson [SCF],
1980). Para 1989 el San Francisco Chronicle afirmó que el gru­
po había perdido por competo su dimensión política y en cam­
bio estaba "activo en el tráfico de drogas, los círculos de
pequeños robos comerciales, asesinatos por contrato, falsifi­
cación y pandillas para asaltos a mano armada" (Congbalay
y Chung [SFC], 1989).
En marzo de 1984, casi cinco años después de su atentado
contra Stender, Brooks fue muerto de nueve puñaladas por
otros dos internos en la cárcel de Folsom. Supuestamente su
asesinato se produjo "durante una pelea entre facciones del
grupo carcelario la Black Guerrilla Family" (SFC 1984). Según
otra fuente, "los funcionarios creen que perdió la vida por­
que se salió de la Guerrilla " (DJ, 1987).
Mientras escribo estas palabras, Tyrone Robinson, quien
afirmó ser miembro de la mencionada guerrilla, está siendo
procesado por el asesinato de Huey Newton en 1989. Se dijo
que ese homicidio había involucrado un desacuerdo sobre
drogas, además del deseo de Robinson de "congraciarse con
los líderes del grupo [la BGF]" (Congbalay y Chung [SFC],
1989). "Al hablar a las autoridades sobre su filiación violó
una de las reglas estrictas del grupo y puso en peligro su pro­
pia vida", dijo una fuente, que no se puede nom brar, a
Congbalay y Chung. Admitir ante la policía que era miem­
bro de la la guerrilla se considera una traición particularmen­
te grave, y quienes lo hacen "pueden esperar que otros
miembros vayan tras ellos, y los maten" (Congbalay y Chung
[SFC] 1989).

La presunta traición de Stender a Jackson


¿Por qué la Black Guerrilla Family pensaba que Stender había
traicionado a George Jackson y al movimiento de las cárce­
les, cuando más la necesitaban?
La ironía de esa acusación es "casi increíble" —como dijo
el periodista Austin Scott [LAT], 1979 —, ya que Stender fue
quien primero llamó la atención pública hacia Jackson. Ella
fue quien tuvo la idea de que él escribiera un libro para dar a
conocer su situación, y quien se encargó de buscar un editor
para lo que llegó a ser un bestseller apasionado, conmovedor
y de gran influencia, Soledad Brother. Como abogada de
Jackson, hasta que éste fue asesinado en 1971, Fay Stender
estaba haciendo todo lo posible para sacarlo de la cárcel por
las vías legales.
Muchas de las cartas escritas por Jackson a Stender fue­
ron incluidas en Soledad Brothers. En algunas expresaba gran
respeto y afecto por ella. "Usted es una persona muy inteli­
gente, sensible y maravillosa", le escribió el 5 de marzo de
1970. Y en abril del mismo año: "Seguramente usted es mi
persona favorita". Y después, el 28 de julio de 1970: "Usted
no se parece a nadie que yo haya conocido del otro lado de
las vías. Yo tengo un elevado concepto de usted". Y termi­
naba la carta "Con afecto para siempre", agregando que la
amaba.
Stender trabajó con tanta dedicación y ahínco en el movi­
miento por la reforma de las cárceles, que Austin Scott dice
que de 1969 a 1973 el movimiento la dejó "casi agotada" ([LAT]
1979). En 1971 ella creó el Prison Law Project (Proyecto: Ley de
Cárceles), que visitaba las cárceles, investigaba las acusacio­
nes de malos tratos, insistía en tener acceso a los presos, ini­
ciaba acciones legales, hablaba con legisladores y trataba, por
todos los medios, de provocar una preocupación en la gente
por lo que ella consideraba que el trato a los presos era injus­
to y opresivo, en particular a los afroestadounidenses. En rea­
lidad, como muchos izquierdistas de esa época, Stender
pensaba que todos los presos eran presos políticos, cualquie­
ra que fuese la causa por la que estuvieran allí.
Según Stout: "Durante algunos años, en los inicios de la
década de 1970, el área de San Francisco tuvo el movimiento
por la reforma de las cárceles más grande, mejor organizado
y mejor financiado del país" ([LAT] 1979). En cierto momento
Stender recibía más de 100 cartas al día de presos de todo el
estado que le pedían ayuda.
Una fuente, que prefiere mantenerse anónima, sostiene
que se creía que Stender merecía morir porque se había nega­
do a proporcionarle un arma a George Jackson, quien pensa­
ba que si conseguía un arma podría escaparse e iniciar una
revolución. Según Collier y Horowitz:

Como ella se opuso a los planes suicidas de Jackson, la para­


noica red de información del movimiento carcelario susurraba
que era una "vendida" y posiblemente incluso una agente de
la policía. Ella tomó la decisión de dejar el caso, el día en que
recibió por correo un sobre y al abrirlo encontró una navaja de
afeitar. Cuando a fines de junio [de 1971] éste pidió ver a Fay,
la persona que le llevó el mensaje notó el miedo en la cara de
ella. "No voy a ir allá sola", dijo Fay. "Llevaré a otro abogado
conmigo". (1981:134).

En 1973 Stender tuvo que cerrar el Prison Law Project por


falta de fondos y porque "después de cuatro años de no ha­
cer otra cosa [...] simplemente era demasiado doloroso" (Scott
[LAT], 1979). La causa de ese dolor era en parte una gran des­
ilusión por algunos de los hombres a los que había ayudado.
El abogado Doron Weinberg relató a Collier y Horowitz la
historia de uno de los clientes de Stender, para quien ella ha­
bía conseguido la libertad bajo palabra. "Menos de un mes
después supuestamente arrojó a su novia por una ventana.
Ella conocía bien al hombre, y él había herido de gravedad a
la mujer" (1981: 136). Pero, a pesar del horror que ese com­
portamiento le causó, Stender continuó defendiéndolo y no
le revocaron la libertad bajo palabra, lo que le dio oportuni­
dad de matar a otra persona (p. 136).
Cómo se hizo feminista
En 1974, después de cerrar el Prison Law Project, Stender abrió
un bufete privado. Durante los años siguientes se convirtió
en una feminista, dedicándose cada vez más a pensar, escri­
bir y organizar en torno a temas feministas. Entre otras cosas,
ayudó a fundar California Women Lawyers (Mujeres Aboga­
das de California). También representó a Jane Scherr, quien
por mucho tiempo había vivido con Max Scherr, el fundador
del Berkeley Barb, y tenía dos hijos de él, en un caso de pen­
sión alimenticia. Cuando se separaron, Max respondió nega­
tivamente al reclamo de Jane de una parte de la propiedad.
Stender adoptó una firme posición feminista en el caso, y sin­
tió como una puñalada por la espalda cuando antiguos ami­
gos izquierdistas negaron su apoyo a Jane, y terminó por llegar
a la conclusión de que: "la izquierda me traicionó" (Collier y
Horowitz 1981:139). El sexismo a menudo virulento de mu­
chos hombres de izquierda es una experiencia común para
las feministas, pero para Stender eso significó perder a la co­
munidad "que había sido mi principal apoyo profesional"
(Ibid: 139).
El cuestionamiento de sí misma, de su vida y de su sexua­
lidad la llevó a una relación lésbica con la abogada Joan
Morris. Esa relación era tan importante para ella que, des­
pués de mucha introspección e inquietud, resolvió iniciar una
separación de Marvin, su marido por 25 años. Pero las balas
de Brooks interrumpieron bruscamente la relación con Morris.
En la nota suicida que Fay envió a su amante desde Hong
Kong, decía: "Lo intenté y por momentos pensé que contigo
lo lograría, pero no pude, cada momento me dolía demasia­
do, demasiado hondo, demasiado total, mucho más allá de la
acupuntura o la psicoterapia" (Collier y Horowitz 1981:147).
Reacciones frente al ataque a Stender
El ataque a Stender generó mucho miedo. Como aseguró va­
rias semanas más tarde el periodista del Berkeley Barb, Bill
Wallace: "L a atmósfera de miedo creada por los disparos si­
gue siendo impenetrablemente espesa" (1979: 3). Wallace ci­
taba a un activista local del movimiento carcelario diciendo:
"M e alegro de que seas tú quien escribe esta nota y no yo ¡no
quiero tener nada que ver con eso!". Del mismo modo, algu­
nos de mis amigos estaban preocupados por mí, simplemen­
te por un breve artículo que estaba escribiendo sobre el crimen
contra Stender para una publicación feminista poco conoci­
da. Muchas personas se negaban a hablar del caso. Se cuenta
que una abogada dijo: "¿Quién va a querer correr el riesgo de
involucrarse en un campo del derecho donde puedes acabar
asesinada sólo porque molestaste a alguien?" (Wallace [BB],
1979:15).
En el proceso de Brooks, al que asistí casi todos los días,
por lo menos la mitad de los asientos estaban ocupados por
sus partidarios. Se sentaban todos juntos de un lado, mien­
tras que los que apoyaban a Stender se sentaban del otro lado.
Con frecuencia eran palpables la tensión y la hostilidad entre
los dos grupos. Nunca he dejado de sentirme sorprendida y
aterrada por el hecho de que el horrendo acto de Brooks pu­
diera recibir tanto apoyo.
Mis primeros intentos de entender esta historia de horror
en toda su complejidad, sólo produjeron las "comprensiones"
más amargas y cínicas. Por ejemplo, sentía que la experiencia
de Stender demostraba que era una estupidez —y además
peligroso— tratar de trabajar por un cambio radical. Que los
que lo hacen nunca pueden lograr lo suficiente: son critica­
dos y algunos de sus críticos los tratan como "el enemigo", y
se convierten en blanco del odio y de las frustraciones acu­
muladas, mientras los verdaderos enemigos quedan olvida­
dos. Parecía ser una advertencia a las personas políticamente
progresistas pero inactivas, para que no trataran de contri­
buir a resolver algunas de las desigualdades de la sociedad,
porque si lo hacían, cuando pararan podrían estar en peligro.
Y para los que ya estaban en la lucha pero todavía no habían
llegado a ser muy conocidas o reconocidas como valiosas para
el movimiento, el mensaje parecía ser: "desiste y vive tran­
quilo".
No sorprende saber que no fui la única que reaccionó de
esa manera. Por ejemplo Ezra Hendon, amigo y colega de
Stender en el Prison Law Project, dijo que la muerte de Stender
"m arcó el fin de una época en mi vida, y creo que el fin de
una era, punto. Su convicción de que uno puede estar com­
prometido con un ideal político, trabajar por él y ser brillante
para conseguirlo —en una forma limpia— se terminó para
mí. No sé de los demás, pero yo no puedo creer más en eso"
(Collier y Horowitz, 1981:147).
Hendon continuó: "Creo que sería fácil decir que Fay ju­
gaba con fuego, y la gente que juega con fuego acaba que­
mándose. Sin embargo, debería contar el hecho de que ella
quería ser una fuerza del bien en el mundo, que era una mu­
jer brillante, notable, que dedicó su vida a otros y a hacer del
mundo un lugar mejor" (Ibid.: 147). Observando que los ojos
d(^Hendon se habían llenado de lágrimas mientras trataba
de encontrar sentido al asesinato/ suicidio de Stender, Collier
y Horowitz expresaron su propio desaliento concluyendo:
"Igual que el de otros, su luto no es sólo por una amiga perdi­
da, sino también por una causa perdida" (Ibid.: 147). Esas re­
acciones reflejan la de la propia Stender.
"Nunca debí meterme a trabajar en las cárceles", le dijo a una
amiga. "Esto es lo que pasa". Y con mayor desaliento aún:
"Nunca volveré a cometer el error de hacer algo en beneficio
de los demás". Las ironías de su vida la atormentaban.
"Estructuré toda mi existencia en torno a tratar de hacer algo
contra el racismo. Trasladé a mi familia a un barrio donde ten­
drían amigos de todas las razas. Desaproveché otras oportuni­
dades para poder trabajar con presos. Y ahora esto. Es
demasiado" (Collier y Horowitz, 1981:142-144).

Yo comprendo la desesperanza que sintieron Stender y


otras, pero la desilusión que sentí al principio, y la conclusión
de que daría igual dedicarme a mi propio interés, llegaron a
parecerme intolerables e incompatibles con los principios fe­
ministas. Además, tenía conciencia de que mi posición era pri­
vilegiada y me permitía sopesar los pros y los contras de
comprometerme con el cambio social, en lugar de ocuparme
de mi propio nido. Ese privilegio es una de las desigualdades
a las que algunas personas menos privilegiadas, como Brooks,
responden con rabia y, en su caso, con rabia asesina.

Por qué el ataque a Fay es un feminicidio


Aparte de la clara motivación política en el plan de asesinarla
—aunque torcida y evidentemente injusta — creo que el sexismo
también fue un aspecto de esa motivación política de Brooks y
de la Black Guerrilla Family para atacar a Fay Stender5.

5 Ninguna de las numerosas personas que han comentado el ataque contra


Stender insinuó nunca que su género pudiera tener alguna importancia, aunque
un reportero del San Francisco Chronicle -Nicholas von Hoffman— sugirió
que quizá la tuviera el hecho de que era judía.
Para empezar, no creo que sea pura coincidencia que la
primera y la única persona de la lista de la guerrilla que fue
físicamente atacada, y que el cuerpo que recibió las balas fue­
ra el de la más destacada mujer abogada participante en el
movimiento carcelario. Me parece que Stender fue baleada
no sólo por salirse del movimiento carcelario sino porque era
una mujer que se salía.
Austin Scott describió el modo como el movimiento por
la reforma carcelaria trató a Stender después de su salida. "Fue
ridiculizada y amenazada por los que no estaban de acuerdo
con stjp^osición; fue maltratada y jaloneada en demasiadas
direcciones por presos que la veían como su única y desespe­
rada oportunidad de salir". Muchos de ellos, continuaba Scott,
"sacaban cartas a escondidas de cárceles de todo el estado
para mandárselas" ([LAT] 1979). Los reporteros Reiterman y
Martínez citan a un preso de San Quintín que señaló: "Por
cada uno al que ayudaba, había dos o tres más que querían
su ayuda pero no pudieron conseguir" ([SFE] 1979).
El cuadro que surge de ello es el de cientos de hombres
necesitados y dependientes —necesitados y dependientes
debido a su condición de presos — que confiaban en Fay para
que los ayudara. Lo que querían era ayuda de vida o muerte,
libertad o cárcel. Y, sin embargo, a veces después de que
Stender conseguía obtener la liberación de un cliente, él la
despreciaba.
Por ejemplo, se sintió muy herida por como la trató Huey
Newton, el dirigente de los Panteras Negras, después de que
ella trabajó muy duro para sacarlo de la prisión. Roberta
Brooks, amiga de Stender, dijo a los periodistas Horowitz y
Collier que Fay "m e dijo que ella y Huey habían estado muy
unidos, y que más tarde cuando se lo encontró en una fiesta,
después de que él fue liberado con base en la apelación de
ella, él ni siquiera le dirigió la palabra. Ella pensaba: 'Dios
mío, sacrifiqué fines de semana con mi familia para ir allá a
San Luis Obispo a ocuparme de este caso, y después estamos
en la misma habitación y no me habla" (Collier y Horowitz
1981: 139-140). Además, Brooks tam bién dijo a C ollier y
Horowitz que, según sus conversaciones con Stender, "era
evidente que su feminismo tuvo que ver, en parte, con el
tiempo que había pasado representando a los hombres encar­
celados". Fay sentía que "en algún nivel la estaban estafando"
(p. 139).
Stender decidió retirarse del movimiento, porque se sen­
tía usada y maltratada por algunos de los hombres encarcela­
dos a quienes había ayudado o tratado de ayudar, algunos de
los cuales habían sido muy significativos en su vida profesio­
nal y emocional; también porque se sentía exhausta y agota­
da por las demandas extremas de su trabajo, desalentada
porque el Prison Law Project cada vez recibía menos dinero y
menos apoyo de la gente, y aterrada ante lo que algunos de
los hombres a los que ayudó a poner en libertad hacían con
esa libertad.
No es raro que hom bres necesitados, dependientes y
misóginos maten a sus esposas, amantes y novias por sepa­
rarse de ellos cuando ellos no lo quieren. Es posible que al
retirar su ayuda a los presos, Stender haya provocado ese tipo
de rabia contra una mujer que por fin se atrevía a poner sus
propios intereses antes que los de ellos.
Es interesante notar que "ya desde 1977 hubo indicios de
que Stender estaba preocupada por su seguridad". Por ejem ­
plo, de acuerdo con Reiterman y Martínez, ella y su marido
"cam biaron varias veces el número de su teléfono y no se lo
daban a algunos amigos" [SFE] 1979). Además, aparentemen­
te Stender "hizo diseñar las ventanas de su casa de manera
que nadie pudiera meterse por ellas". Incluso dijo al San Fran­
cisco Examiner en junio de 1978 que "m uchas personas están
molestas porque dejé de trabajar por la reforma de las cárce­
les, algunos piensan que he traicionado al movimiento carce­
lario" e incluso "que se habían pronunciado amenazas contra
ella y que no se sorp ren d ería si algu ien le d isp arab a"
(Reiterman y Martínez [SFE] 1979).
He sido profesora universitaria por más de veinte años, y
como tal he experimentado con frecuencia un fenómeno que
muchas de mis colegas mujeres también han observado, en
particular las feministas. Muchos estudiantes se sienten en
libertad de pedirme cosas —a veces bastante serias— que es­
toy segura de que no le pedirían tan fácilmente a un profesor
hombre. Un estudiante —un excelente estudiante que se es­
pecializaba en estudios de la mujer, lamento decirlo— me
pidió que trasladara mi clase, que tenía 35 alumnos, a otro
edificio para que una persona que, ni siquiera estaba inscrita,
pudiera asistir a 20 minutos de una clase que duraba 75. Y cuan­
do me niego a conceder cosas de este tipo, con frecuencia me
responden que no soy razonable, que soy autoritaria o que soy
mala. Es decir, me ven y me sienten como "la madre mala".
Otras profesoras feministas han descrito experiencias del
mismo tipo para mostrar cómo el sexismo funciona en el sa­
lón de clase. Pero esas respuestas no se limitan al ambiente
académico. Es una experiencia común para las mujeres en
situaciones de poder en cualquier profesión: abogadas, polí­
ticas, empresarias, médicas, terapeutas, patronas, eclesiásti­
cas e incluso propietarias de una casa. Se espera que demos
más que nuestros colegas hombres a nuestros clientes/pa­
cientes/empleados/congregaciones/inquilinos, que seamos
más accesibles para ellos, que estemos más dispuestas a es­
cuchar y a resolver sus problemas personales.
Además, la reacción de mujeres y de hombres que no re­
ciben lo que quieren suele ser muy diferente. Ellos se incli­
nan m ucho más que ellas a expresar violentam ente sus
insatisfacciones, desilusiones y rabias.
Este fenóm eno puede tener im portancia para com pren­
der lo que le ocurrió a Stender. Por el hecho de ser mujer
—una mujer a la que los presos inicialmente veían como una
buena figura materna que con pasión deseaba liberarlos sin
importar lo que hubieran hecho — se convirtió en objeto de
las expectativas, las esperanzas, las aspiraciones y los sueños
de muchos de sus clientes o aspirantes a clientes. Cuando no
pudo o no quiso satisfacer esos deseos —por ejemplo, el pe­
dido de llevarle un arma a George Jackson— pasó a ser vista
como una traidora y una madre mala.
No estoy afirmando que los hombres en puestos de auto­
ridad no estén sujetos, en parte, a las mismas dinámicas. Sí
estoy diciendo que esas dinámicas operan con una fuerza
mucho mayor hacia las mujeres en posiciones de autoridad
que hacia los hombres en las mismas posiciones. Y sí sosten­
go que las actitudes y los comportamientos misóginos de
muchos hombres, ya estén en puestos de autoridad o someti­
dos a ésta, suelen dispararse cuando las mujeres no les dan lo
que quieren, lo que sienten que tienen derecho a recibir o lo
que creen que les han prometido, ya se trate de sexo o de los
"deberes de esposa" como tener la comida a tiempo, o de es­
forzarse por sacarlos de la cárcel.
Cuando las personas que son percibidas como inferiores
(por ejemplo, las mujeres) frustran las esperanzas o expecta­
tivas de quienes se ven a sí mismos como superiores (por ejem­
plo, los hombres), eso provoca una reacción muy diferente
que cuando la misma frustración es causada —de verdad o
sólo en la percepción— por alguien que es concebido como
superior o igual (por ejemplo, otros hombres). Y cuanto ma­
yor sea la inclinación de los hombres frustrados a la violen­
cia, mayores serán las probabilidades de que esa forma de
sexismo se exprese violentamente, incluyendo el feminicidio,
como en el caso de Stender.
Refiriéndose a Fay, Marvin dijo: "Ella quería muchísimo
a Jackson; a varios amigos les había dicho que, fuera de su
familia, él y Newton eran las únicas personas por las que ha­
bía estado dispuesta a m orir" (Collier y Horowitz, 1981:134).
Lo dijo en el apogeo de su compromiso y de su fe en ellos y
en lo que ellos y ella estaban haciendo, no después de recibir
todas las heridas psicológicas que le hicieron antes de que le
destrozaran el cuerpo y el alma con balas.
Sí, la historia de Stender es una historia de traición. Pero el
traicionado no fue George Jackson, sino Fay Stender, mujer.

Referencias
Collier, Peter, y David Horowitz, "Requiem for a Radical", Nezu
West, marzo de 1981, pp. 64-71,133-147.
Congbalay, Dean, y L. A. Chung, "Top Security for Suspect in Huey
Newton Slaying", San Francisco Chronicle, 30 de agosto de 1989.
Daily Journal, "T w o Folsom Convicts Guilty in Stabbing of Third",
8 de septiembre de 1987.
Isabel, Lonnie, "Convict Says He, Not Brooks, Shot Stender", Oak-
land Tribune, 23 de junio de 1983.
Jackson, George, Soledad Brother: The Prison Letters o f George Jack­
son, Nueva York, Coward-McCann, 1970.
Reiterman, Tim, y Don M artínez, "Prisonw ork Link in Stender
Shooting", San Francisco Examiner, 30 de mayo de 1979.
Scott, Austin, "D id Prison-reform Pullous Nearly Cost an Activist's
Life? Los Ángeles Times, 5 de junio de 1979.
San Francisco Chronicle, "Charles Garry Says He's on a 'Hit List'",
23 de junio de 1979.
_____ , "Fay Stender's. Assailant Slain", 28 de marzo de 1984.
Von Hoffman, Nicholas, "When Good Friends Fall Out", San Fran­
cisco Chronicle, s. f.
Wallace, Bill, "After the Stender Shooting: I'm no Hero!", Berkeley
Barb, 19 de julio al I o de agosto de 1979.
Williamson, George, "Courtroom Brawl in Stender Case", San Fran­
cisco Chronicle, 19 de junio de 1979.
_____ . "Drama in Court: Stender Testifies", San Francisco Chronicle,
I o de enero de 1980.
Parte 6
La lucha de las mujeres
contra el feminicidio
La marcha Take Back the Night (Devolver la Noche), San Francisco, 1990. Los
nombres y las fotografías de muchas víctimas del feminicido masivo en 1989
en Montreal. Mujeres que se manifiestan con un gran cartel al fondo que
denuncia que la erotomisoginia, o pornografía, incita al feminicidio. Foto de
Jane Philomen Clejand.
Introducción

J\ 1 dedicar la sección final de esta antología a los esfuerzos


de las mujeres que luchan contra el feminicidio, intentamos
cerrar con una nota que recalque el vigor y la fuerza de la
resistencia de las mujeres. Resistencia al feminicidio, la ver­
dad es un tema que circula por todo el libro. El mero acto de
hablar contra el feminicidio ya es un acto de resistencia y, en
este sentido, todas las contribuciones del libro aparecen en
este apartado. La siguiente selección ilustra algunas de las
muchas formas en las que las mujeres se han organizado para
retar al feminicidio.
Esta sección se inicia con la declaración de unas activis­
tas, es un comunicado de prensa de mujeres furiosas que pro­
testan contra los asesinatos del Destripador de Yorkshire,
Inglaterra. La sección inmediata, "Lucha por la justicia", ar­
ticula las actividades de un grupo dedicado a la memoria de
Gurdip Kaur, quien fue golpeada por su cuñado hasta que la
mató. La Campaña Gurdip Kaur describe cómo sus partici­
pantes desplegaron una gama de estrategias activistas en una
lucha expresamente anti-racista, para llevar al marido de
Gurdip ante la justicia como partícipe de su muerte. También
trata de describir el dolor causado por esta muerte, el fracaso
de la policía para actuar contra el marido de Gurdip y sus es­
fuerzos para frustrar la campaña; esta lectura habla de la de­
terminación de la campaña de "no llorar su muerte en silencio".
Las Southall Black Sisters llevaron a cabo algunas campa­
ñas en serie para hacer frente a la violencia contra las mujeres
asiáticas en Londres. En "Dos luchas: Reto a la violencia
masculina y a la policía", estas mujeres documentan su ira y
su pena por las muertes de Kirshna Sharma y Balwant Kaur, las
cuales se hubiesen evitado con la intervención efectiva de la
policía. El artículo señala el problema particular que experi­
mentan las mujeres asiáticas en el Reino Unido, luego de in­
cidentes de violencia. Recalca que en Gran Bretaña la lucha
contra la violencia masculina y el feminicidio es inseparable
de la lucha contra el racismo, en particular el racismo policial.
La intervención directa contra el feminicidio que llevan a
cabo mujeres por su propia cuenta y grupos de mujeres en
los Estados Unidos, se analiza en el balance de las conferen­
cias en la sexta parte, empezando con "En duelo e ira", de
Suzanne Lacy, que explora el empleo de actuaciones artísticas
en protesta contra el feminicidio. La autora describe una me­
dida específica adoptada para conmemorar a las víctimas del
Estrangulador de Hillside, exige la intervención efectiva de la
policía contra la violencia masculina, y protesta contra la di­
fusión enfermiza que hace la prensa en la que acusa a las
mujeres.
Después está un conjunto de artículos reunidos bajo el
título de "Nikki Craft: Protesta inspiradora". Diana Russell pre­
senta esos escritos que analizan y describen las protestas con­
tra las descripciones pornográficas de la violencia sexual. Nikki
Craft, una activista feminista comprometida, dirigió, inspiró,
o influyo de alguna manera en esas protestas extralegales
imaginativas.
Por último, en "¿Qué podemos hacer con el feminicidio?"
la autora, Anonywomen, regresa al tema de "N o lloraremos su
muerte en silencio", con la propuesta de un día conmemora­
tivo de llanto e ira contra el feminicidio, que traza formas de
elevar la conciencia y expresar la ira por el feminicidio. No
obstante, que las medidas sugeridas incluyen la quema de
libros, un acto controvertido en Europa por su asociación con
el fascismo, la idea de un día internacional de protesta contra
el feminicidio, es valiosa.
Los medios para protestar, descritos en las siguientes pá­
ginas, no son ni exhaustivos ni apropiados para todas las si­
tuaciones. Al incluirlos, nuestro propósito es reconocer
algunas de las protestas que tienen lugar, y animár más actos
de resistencia semejantes.

Marcha: Take Back the Night, San Francisco, 1990. Foto de Jane Philomen
Cleland.
Mujeres enojadas por la violencia
masculina, dicen; "¡Resistan
el toque de queda!".
Dusty Rhodes y Sandra McNeill

C ie n to s de mujeres airadas realizaron una protesta en Leeds


el sábado pasado (28 de noviembre de 1980). Disgustadas por
el consejo que se les dio de permanecer en sus casas luego del
último asesinato del "Destripador", quinientas mujeres mar­
charon con antorchas por el pueblo, irrumpieron en el Odeon
Cinema (que exhibía la cinta Vestida para matar) y pusieron a
prueba a un hombre al que le preguntaron dónde estuvo cuan­
do el "Destripador" mató a Jacqueline Hill. La marcha fue
organizada por Women against Violence against Women.
A continuación presentamos su declaración íntegra:

Lloramos a Jacqueline Hill y a todas las mujeres que han muerto


a manos del destripador de Yorkshire. Y estamos enojadas.
Estamos enojadas porque se nos dijo que al oscurecer per­
maneciéramos en casa. ¿Por qué las mujeres tenemos que res­
tringir nuestras vidas cuando un hombre es el acusado? Muchas
mujeres trabajan de noche: no pueden quedarse en casa. De
todos modos, el hogar no es un lugar seguro para muchas de

Editado por Rhodes Dusty y Sandra McNeil. Reimpreso de Women against


Violence against Women, Only Woman, Londres, 1985.
nosotras. La cuarta parte de los delitos violentos denunciados
corresponden a esposas golpeadas. Y esperan que tomemos
esto sin defendernos.
El lunes de esta semana, Charlene y Annette Maw fueron sen­
tenciadas a tres años por matar a su padre borracho y violento
en defensa propia. Exigimos su inmediata liberación, y el dere­
cho de toda mujer a defenderse de la violencia masculina.
Repudiamos por completo la forma en la que la prensa eti­
queta a las mujeres de "respetables" o no. No seremos juzga­
das y divididas entre las "puras" y las "perdidas".
Sabemos que cuando el "destripador" sea capturado, las
mujeres no estaremos seguras. En todas partes los hombres
asesinan, violan y golpean mujeres todos los días. Seguiremos
la lucha hasta lograr que cada mujer pueda vivir sin temor de
ser atacada por los hombres. Exigimos:
Policías —¡den a conocer toda la información sobre el
"Destripador!".
¡Toda mujer tiene derecho a su propia defensa!
¡Toque de queda a los hombres, no a las mujeres!
Lucha por la justicia
La Campaña Gurdip Kaur

ü i 11 de mayo de 1986, Gurdip Kaur Sandhu fue brutalmente


golpeada por su cuñado, Herbax Sing, en presencia de su
marido, Gurbax Singh. En el transcurso del 28 de agosto de
ese año, su muerte en el hospital se debió, según informó el
patólogo del Ministerio del Interior, a "colapso respiratorio y
cardiaco producidos por la fractura de la laringe", lesión pro­
vocada por haber sufrido golpes continuos en la garganta.
Gurdip Kaur nació en África en 1952 y llegó a Gran Breta­
ña de la India cuando era adolescente. A los dieciséis años se
casó con Gurbax Singh y se estableció en Reading. A partir de
entonces fue víctima de una persistente violencia física y cruel­
dad mental por parte de su marido, y tuvo que sufrir golpizas
y humillaciones frecuentes enfrente de sus hijos y de su fami­
lia. En 1984, Gurbax Singh recibió una condena de tres años
por delitos con estupefacientes. Fue liberado en diciembre de
1985, luego de haber cumplido la mitad de su condena. Cua­
tro meses después, Gurdip Kaur obtuvo de la corte una orden

Reimpreso de: The Boys in Blue, por Dunhill, Christina. Virago, Londres,
1989.
urgente, que le daba a la policía la facultad para detener de
nuevo a su marido, se separaron. Las semanas siguientes tra­
tó de hacer una vida independiente con sus hijos, sin violen­
cia, a pesar de la falta de apoyo de la comunidad asiática, y
de sufrir los constantes recordatorios de izzat (el "honor de
su familia"). Le decían que su separación y el divorcio que
había planeado llevarían la desgracia a su marido y a las fa­
milias de los dos; había muchas presiones para que regresara
con él e intentara reconciliarse.
El 11 de mayo, Gurdip Kaur permitió que su marido fuera
a su domicilio a recoger algo de ropa. Llegó a la 8 p.m. acom­
pañado de su hermano, Harbax Singh Scmd.hu. Ambos habían
estado bebiendo. Gurdip estaba sola en la casa, con excepción
del más pequeño de sus tres hijos, Ravinder, de 12 años de
edad. Después de unos minutos, ella fue a la cocina para po­
ner su taza de té en el fregadero. Su cuñado Harbax la siguió,
la sujetó, le partió la cabeza contra la pared de la cocina y le
dio de golpes en la garganta. Cuando Ravinder vio lo que es­
taba sucediendo corrió y trató de detener a su tío, pero su
padre, Gurbax Singh, lo empujó y lo sacó del cuarto. Ravinder
se recuperó y trató de correr para llamar a la policía, pero
encontró cerrada la puerta principal y tuvo que atravesar toda
la casa. Miró a su madre tendida en el piso, se veía "como si
estuviera dormida", mientras su tío le metía un vaso en la
boca. Luego escucho que la puerta de la cocina se abría y vio
que su padre sacaba un cuchillo, que llevaba como una daga
en su puño. Gurbax Singh dirigió el cuchillo a Gurdip Kaur y le
dijo que la iba a matar, pero su hermano lo detuvo. Gurdip
Kaur fue arrastrada a una camioneta van prestada, que Harbax
conducía, y se la llevaron a casa de un amigo de él. Luego de
que la dejaron, el amigo llamó a la policía. Harbax Singh dejó
a Gurdip Kaur en el departamento de urgencias del hospital y
regresó a la casa de su amigo, donde fue detenido. Gurdip
Kaur tuvo que ser colocada en una maquina para mantener
sus síntomas vitales. Cinco días después apagaron la máqui­
na y ella murió.
La información anterior se escuchó en el Tribunal Penal
de Winchester en enero de 1987, cuando Harbax Singh fue juz­
gado por el asesinato de Gurdip Kaur. Las pruebas médicas
mostraban que ella había muerto a consecuencia de la fractu­
ra de la laringe. La parte acusadora sostenía que la fractura
había sido causada por Harbax cuando golpeó la garganta de
Gurdip y, por lo tanto, que él la había matado; este juicio se
fundaba en gran medida en el testimonio del hijo menor de
ella, Ravinder, quien hizo un relato claro e inquebrantable de
lo sucedido la noche del 11 de mayo. La defensa replicó que
un golpe no podía haber causado la fractura mortal, sino que
el daño se lo había infligido el marido, Gurbax Singh, quien
había pateado la garganta de su mujer cuando ésta se encon­
traba en el piso. En el resumen, el juez dijo al jurado que si no
les convencía que los golpes de Harbax Singh habían causado
la fractura, el veredicto sería "inocente". Sin embargo, si los
golpes habían fracturado la laringe éste era responsable de
su muerte. Si éste fuera el caso y había intentado matarla o
herirla seriamente, sería culpable de asesinato, pero si no ha­
bía tenido la intención entonces sería culpable de homicidio
sin premeditación.
El jurado deliberó por casi cuatro horas al final de un jui­
cio de tres días, y regresó a la sala dos veces para que le acla­
raran la ley. Regresaron con el veredicto de "inocente de
asesinato, pero culpable de asesinato sin premeditación". El
tribunal escuchó que Harbax ya había estado en prisión. En
1981 recibió una sentencia por tres años de prisión (donde
tan sólo estuvo dos años) por tratar de contratar dos veces a
unos hombres para que mataran a su propia mujer. Esta noti­
cia conmocionó y afligió al jurado.
Harbax Singh no sólo había tratado de matar a su mujer,
también la había sometido a un grado tal de violencia que la
envió tres veces al hospital. Luego de cumplir su sentencia,
secuestró a su hijo y se escapó a la India. Su esposa logró
recuperar a su hijo en los tribunales indios, pero ella y éste
fueron perseguidos por Harbax y se vieron obligados a ocul­
tarse.
Las leyes británicas de evidencias impiden que esta in­
formación se presente en los tribunales durante el juicio; se
hubiera dicho que no tenía nada que ver con el caso que se
trataba, el cual involucraba la muerte de la mujer de su her­
m ano. Sin em b argo, H arb ax S in gh había am en azad o
persistentemente las vidas de Gurdip y de su familia. Con fre­
cuencia le decía por teléfono que iba a morir. La policía esta­
ba al tanto de eso; en varias ocasiones escucharon las llamadas,
pero en el tribunal no se mencionó nada de las amenazas, ni
siquiera como una pregunta de la parte acusadora al acusado.
En cuanto a la información que quería presentar en el tri­
bunal, la parte acusadora fue muy discreta. Si el jurado hu­
biese sabido de esas llamadas telefónicas, incluso como
testimonio de oídas, el veredicto hubiera sido diferente.
Harbax Singh no era el único hombre que amenazaba a Gurdip
Kaur y a su familia. Después de su muerte, cuando Harbax se
encontraba en custodia, las llamadas telefónicas continuaban.
Culpaban a la familia de las acusaciones contra Harbax Singh,
la responsabilizaban de la existencia de la Campaña Gurdip
Kaur, y les decían que iban a morir. El último día del juicio en
el tribunal, por teléfono le dijeron a Ravinder que no viviría
un día más. Se sabía que algunas de esas amenazas prove­
nían de su padre, quien trató de impedir que su hijo salvara a
su madre; él blandía un cuchillo la noche en que ella murió y
ni siquiera pidió una ambulancia. La defensa sostuvo que él
había matado a Gurdip Kaur. Pero Gurbax Singh Sandhu no
apareció en el juicio de su hermano gemelo, ni siquiera como
testigo de los acontecimientos del 11 de mayo.
Gurbax Singh fue detenido luego del ataque a su esposa.
Pero nunca fue requerido para relatar públicamente sus ac­
tos en el momento del asalto, todas las acusaciones en su con­
tra fueron desechadas por consejo del fiscal de Asuntos
Legales de la Policía del Valle del Támesis, y sus razones to­
davía nos son desconocidas.
Cuando algunas mujeres se enteraron de los acontecimien­
tos se unieron para iniciar la Gurdip Kaur Campaign, un grupo
integrado principalmente mujeres Negras, la mayoría de ellas
asiáticas. La campaña exigía justicia para Gurdip y que Gurbax
Singh fuera juzgado por su participación; que se informara al
público de este horrible ejemplo de violencia masculina con­
tra las mujeres. Se creía que si el Estado no podía llevar a
Gurbax a la justicia, entonces la campaña lo haría, aun si esto
significara instigar a una querella. La información correspon­
diente al caso había circulado en volantes, cartas y artículos
publicados en la prensa de las mujeres. Muy pronto la cam­
paña recibió el respaldo de individuos y organizaciones de
todo el país. Hubo muchas cartas y donativos, y cientos de
mujeres firmaron la demanda que exigía justicia para Gurdip
Kaur. Las mujeres también formaron piquetes fuera de los tri­
bunales de los magistrados en Reading, donde Harbax Singh
tenía sus audiencias; en Winchester, se le había juzgado por
asesinato y hubo una manifestación.
La campaña llamó también la atención de la policía, que
pronto empezó a investigar al grupo. Oficiales de la policía
que no formaban parte de la sección de Reading visitaron a la
organización, que proporcionaba su dirección para los comu­
nicados de la campaña, y a colaboradoras del periódico local
independiente que publicaba la información sobre el caso de
Gurdip Kaur. Decían que estaban investigando una queja de
la familia de Gurbax y Herbax Singh dirigida al Director de la
Defensoría Pública, y que querían los nombres y las direccio­
nes de las integrantes de la campaña para hablar con ellas
acerca de la manifestación que tenían planeado hacer duran­
te el juicio. Sugirieron que escribirían a la campaña para con­
certar reuniones, pero no hubo ninguna relación. Los
funcionarios de la policía también querían saber dónde se
imprimían los volantes de la campaña, con qué máquina, y
cómo se había iniciado la campaña. Advirtieron que segui­
rían sus investigaciones si la campaña continuaba con las
manifestaciones.
La familia de Gurdip Kaur también recibió la visita de la
policía y fue interrogada acerca de la campaña. En la audien­
cia de la Corte de los Magistrados de Reading, se hizo referen­
cia a la campaña como un factor para decidir dónde tendría
lugar el juicio, con la seguridad de que la policía estaría al
tanto de la intervención de los diversos activistas locales. El
juicio sería en un pueblo a 25 millas de allí, en Winchester,
"d eb id o a la in ten sid ad del sentim ien to lo ca l",
presumiblemente era un intento para conmover a los mani­
festantes "locales". En Winchester, el juez advirtió a la Corte
que los manifestantes serían detenidos por mostrar pancartas.
Las mujeres que protestaban en el exterior fueron retiradas,
pero siguieron la acción con una marcha improvisada por el
pueblo.
La campaña siempre tuvo que ser muy cautelosa en su
promoción. Los detalles de las reuniones y los nombres de
los organizadores se mantenían en secreto. Esto se debió ori­
ginalmente al recelo de Gurbax Singh y de su familia, quienes
seguían amenazando a los parientes de Gurdip Kaur. Sin em­
bargo, la precaución se convirtió en hábito ante el acoso de la
policía. La campaña comprendía el temor de que sus activi­
dades pudieran prejuiciar el proceso (y tuvo el cuidado de no
hacerlo), pero la policía pudo haber escrito al grupo que ése
era el problema. Hubiéramos pensado que estábamos del
mismo lado, que ambos queríamos ver a un criminal ante la
justicia, y que se brindaría protección a los amenazados. Qué
irónico hubiera resultado que el grupo de la campaña, per­
fectamente legalizado, hubiera sido empujado a la clandesti­
nidad por la policía.
Gurdip Kaur y su familia hubieran esperado una respues­
ta de mayor simpatía de la policía, la cual estaba desde hacía
tiempo al tanto de la violencia que sufrían, y tuvo que sacar a
Gurbax Singh en la noche en más de una ocasión. Sin embargo,
cuando se les pidió ayuda, tan sólo recomendaron que Grudip
Kaur se cambiara de casa. No se le brindó apoyo para que
obtuviera la orden judicial para apartar de ella a su marido.
Esta orden se obtuvo gracias a la ayuda de los Servicios Socia­
les. Los oficiales escucharon las amenazas de muerte de Harbax
y de su hermano, pero cuando se les pidió protección sugirie­
ron que cambiaran el número del teléfono. Dijeron que no po­
dían hacer nada hasta que no sucediera algo real, y que dicha
situación era la que se esperaba en la comunidad asiática.
Después de la muerte de Gurdip Kaur, su familia fue tra­
tada sin tacto. Ravinder, que tan sólo contaba con doce años
de edad, tuvo que soportar un interrogatorio exhaustivo a lo
largo de varias horas continuas, otros parientes fueron inte­
rrogados muy intensamente sobre sus actividades para tra­
tar de llevar a Gurbax y Harbax Singh a la justicia. Luego de
que Gurbax Singh fue liberado, la policía advirtió a la familia
que si lo amenazaban de cualquier forma, serían ellos los que
estarían en problemas.
Mientras escribo esta sección del libro, la campaña toda­
vía existe. Harbax Singh está en prisión, Gurbax Singh está li­
bre y Gurdip Kaur está muerta. Después del juicio hubo un
poco de interés en la prensa, pero muchos de los periódicos
nacionales, la televisión y la radio no consideraron que se
tratara de un proceso significativo ni que tuviera suficiente
interés periodístico, a pesar de que resaltaba el problema de
la violencia doméstica en ese tiempo. Ahora parecía imposi­
ble una querella por muchas razones. Además de los costos y
de otras dificultades inherentes, como la necesidad de reco­
pilar declaraciones y convencer a los testigos para que apor­
taran pruebas, el juicio que se siguió a su hermano hacía
suponer que Gurbax Singh no había cometido ningún delito,
aunque el jurado había escuchado pruebas de que había in­
tervenido en los acontecimientos por los que su hermano esta­
ba en prisión, de que trató de impedir que su hijo protegiera
a su madre, de que no intentó llamar a la policía ni pedir una
ambulancia, de que no llevó a su esposa al hospital, no hubo
acusación ninguna de "cómplice de asesinato sin premedita­
ción". La decisión de la corte fue que la muerte de Gurdip
Kaur fue un accidente.
La campaña parecía no tener más remedio que seguir
presionando al Ministerio de la Defensoría Pública para que
reabriera el proceso, aunque hasta ese momento las cartas de
muchas mujeres, inclusive de algunas parlamentarias, no
habían provocado más que algunas raras y desalentadoras
respuestas, que por lo general repetían que no había pruebas
suficientes para una condena.
La policía no ayudó a Gurdip Kaur durante diecisiete años.
Había sufrido violencia a manos de su brutal marido, con fre­
cuencia se le veía con cortaduras y moretones, y también se
veía como él la degradaba en público. Ella y su familia infor­
maron a la policía de esto y de las amenazas a su vida, y la
policía tampoco la protegió, ni siquiera tomó en serio la in­
formación. Una vez más, esto demuestra la falta de interés pro­
pia de la policía en todos los delitos que se pueden calificar de
"domésticos", su incapacidad para reconocer el peligro que
enfrentan muchas mujeres, y su negativa para hacer frente a
los problemas que acarrean. La policía todavía parece tener la
actitud de que la violencia de las familias no es su asunto; cuan­
do sucede se inclinan para observar a la violencia masculina
como una parte de la vida familiar, que se tiene que tratar por
medio de la comunidad a la que pudiera pertenecer la mujer.
El sistema judicial no protegió a Gurdip Kaur pues le negó
los medios para protegerla. Luego no castigó efectivamente a
los responsables de su muerte. El tribunal no presentó a la
opinión pública toda la información disponible sobre el caso,
ni le dio a nadie la oportunidad de hablar por una mujer no
puede hablar por sí misma. La corte alentó también supues­
tos racistas, como el argumento de que a los hombres les afecta
más el alcohol —una declaración que sin duda añadió las "cir­
cunstancias mitigantes" en la mente del jurado, y que de nue­
vo permitió que el alcohol se convirtiera en una disculpa de
los hombres que matan mujeres.
La comunidad asiática no ayudó a Gurdip Kaur, no le per­
mitió vivir su vida sin violencia. Una mujer asiática en Gran
Bretaña no puede hacerle frente a su marido, a su hermano o
a su padre, no sólo por los mecanismos externos que el Esta­
do ejerce sobre ella, sino por los mecanismos internos de con­
trol de la comunidad. Para una mujer apartarse de una
situación violenta es abandonar por completo a la familia,
además de recibir la desaprobación de la comunidad asiática
en una sociedad que, al mismo tiempo, es racista y sexista. A
las mujeres que lo han hecho, con frecuencia se les ha acusa­
do de empañar el honor de sus familias o el izzat de sus mari­
dos y sus allegados. Para los integrantes de esa comunidad,
el permitir que Gurdip Kaur viviera sin violencia hubiera sig­
nificado reconocer la existencia de dicha violencia en sus ho­
gares y en su comunidad. Tendrían que haberle hecho frente
por opresivo en lugar de aceptarlo, como muchos hacen, como
un vehículo por el cual los hombres ejercen su autoridad y
poder sobre las mujeres.
Esos elementos fundamentales de la violencia masculina
son, sin embargo, universales en todas las sociedades y cul­
turas. Las mujeres de todo el mundo están sometidas a la vio­
lencia masculina en todas las esferas de la vida, una violencia
que induce temor, y como resultado, subyugación. En todas
partes vemos encubierta la sanción de esta opresión, y con
ésta la condonación implícita de la violencia masculina con­
tra las mujeres. La policía, los tribunales, nuestras comunida­
des y la sociedad en su conjunto permiten que mujeres como
Gurdip Katir sufran violencia y mueran, por medio de la creen­
cia impensable e inefable de que la violencia doméstica es
una parte natural de la familia, ejercida como instrumento
del patriarcado que impone su condición jurídica y social.
La Gurdip kaur Campaign unió a las mujeres negras con las
blancas de todo el país, para exigir justicia para Gurdip y para
las miles de mujeres que todos los días sufren violencia a
manos de los hombres. Todas las que hemos sufrido por
Gurdip Kaur tenemos que asegurarnos de que no será olvida­
da, al usar su memoria para fortalecer nuestras luchas por la
transformación.

No lloraremos su muerte en silencio.


Dos luchas: hacer frente
a la violencia masculina
y a la policía
Southall Black Sisters

ü n junio de 1987, la Policía Metropolitana emitió una "Or­


den Obligatoria" referente a la violencia doméstica a todas
las estaciones de policía de Londres, la cual ponía la atención
de los funcionarios de la policía en las nuevas disposiciones
de la Ley de Policía y Evidencias de Delitos, 1984. También
recomendaba una estrecha comunicación entre las policías y
los grupos para tratar juntos la violencia doméstica.
Las Southall Black Sisters n o creían que el énfasis de la
Orden en el procesamiento y en sus recomendaciones de co­
laboración con los grupos locales fueran intentos serios para
atender el problema, así como la forma en que la policía de­
bería de responder a la violencia doméstica. Las mujeres siem­
pre han criticado a la policía por no actuar con la fuerza de
que disponen y por no brindar una respuesta de emergencia
efectiva a la violencia familiar, sin importar si la acción judi­
cial tiene lugar en la instancia final o no. Sin dicha respuesta
las mujeres permanecen en riesgo de sufrir violencia y sus
vidas peligran. Las disposiciones de la Orden Obligatoria no

Reimpreso de: The Boys in Blue, por Dunhill, Christina. Virago, Londres,
1989.
trataban este problema. En cambio, ponían énfasis en la ne­
cesidad de que la policía "colaborara" estrechamente con los
grupos locales. En el lenguaje de la policía esto se conoce como
el "Método de la Agencia Múltiple" y fue una de las reco­
mendaciones fundamentales del Informe Parcial de Trabajo
Interno de la Policía Metropolitana sobre violencia domésti­
ca. ¿Qué es exactamente este método, qué significa y por qué
se debería de adoptar en este momento en particular? son
preguntas centrales de todo análisis del comportamiento ac­
tual de la policía, incluyendo su respuesta a la violencia do­
méstica.
Para las personas negras, la policía de este país siempre
ha representado la cara más abiertamente represiva de un
estado racista. Los levantamientos del distrito de Southall de
Londres y virtualmente de todas las ciudades de la Gran Bre­
taña, en los últimos veinte años han sido expresiones urgen­
tes y espontáneas de desesperación, ira y frustración de
muchos negros ante creciente el número de personas sin ho­
gar y desempleadas, de los controles de migración y de los
ataques raciales en las calles. La respuesta del Estado a los
levantamientos y al profundo desasosiego ha sido fortalecer
a la policía al otorgarle nuevas facultades, por medio de la
legislación y mayores recursos como una manera de hacer
difusas las protestas y la resistencia.
En los últimos años, el Estado y la policía han redefinido
sus principales tareas y sus objetivos, de manera que todos
los intentos de los negros de organizarse se han convertido
en delitos (por ejemplo, con la acción legal de Newham Seven
y Newham Eight los jóvenes que buscaban defenderse de los
ataques de pandillas racistas). Esta arremetida no se limita a
las comunidades negras; cada vez son más las secciones de
las comunidades blancas sometidas al ataque. Las campañas
del gobierno de Thatcher con respecto de las ciudades no par­
ten de considerar su decadencia urbana, su pobreza y sus
penurias, sino de la necesidad de someter al desasosiego que
surge de estas condiciones. Ignoran que el verdadero proble­
ma está en el desempleo, las personas que carecen de hogar,
la salud y la educación. Por su parte, la policía ha asegurado
que sus agentes y sus objetivos estén alineados con los objeti­
vos del gobierno. Están haciendo más intenso el fenómeno,
que comenzó a finales de los años setenta, que busca captar,
vigilar y dominar las ciudades como primeros objetivos
policiales.
Es irónico, pero las mujeres negras, ante el acoso, la inti­
midación y la violencia de nuestras comunidades, nos vemos
obligadas a pedir ayuda inmediata a la policía. La mayoría
de las mujeres no tienen fe ni confianza en la policía, pero
debido a la falta de otras opciones, no tienen más remedio
que pedirle protección y seguridad. Para las mujeres negras,
enfrentarnos a un problema como la violencia doméstica den­
tro de nuestras propias comunidades y encarar al racismo de
la policía al mismo tiempo, es algo que con frecuencia está
lleno de contradicciones. Por una parte, estamos involucradas
en campañas contra la brutalidad de la policía, contra las
muertes de personas custodiadas por la policía y por las re­
dadas para detener inmigrantes. Por el otro, nos enfrentamos
día a día con golpizas, violaciones y acoso sexual. Estamos
obligadas a hacer demandas ante la policía para proteger
nuestras vidas de los mismos hombres con los que libramos
los combates contra el racismo. La lucha contra el racismo no
puede ser librada a expensas de la lucha en una comunidad
patriarcal y dominada por los hombres, cuyas tradiciones y
costumbres confinan a las mujeres al hogar y les niegan el
derecho a determinar con quién quieren vivir y cómo quie­
ren vivir. Muchas de nosotras sentimos que si colocáramos
esta lucha en segundo lugar con respecto de la lucha contra
el racismo, en el mejor de los casos significaría ignorar los su­
frimientos de las mujeres y, en el peor, transar pasivamente
con esas prácticas patriarcales. Lejos de ello, nuestro parecer
es que de alguna forma se tienen que librar simultáneamente
ambas peleas, sin perder de vista las consecuencias que una
puede tener en la otra. Nuestras demandas tienen que tomar
en cuenta ambas luchas.
Las mujeres asiáticas han desafiado la idea de que el "ho­
nor" de sus familias descansa en su comportamiento y en su
silencio. Mujeres como Krishna Sharma y Balwant Kaur se atre­
vieron a "interrumpir el silencio" al afirmar su derecho a vi­
vir independientem ente, sin violencia. Am bas fueron
asesinadas por sus maridos, precisamente porque represen­
taban una amenaza a su autoridad de maridos, y, por conse­
cuencia, a la comunidad dominada por machos. Las muertes
de Krishna Sharma y Balwant Kaur se hubieran evitado si tan
sólo la policía se hubiera tomado la molestia de atender sus
suplicas de ayuda, horas antes de que fueran asesinadas.
Krishna Sharma murió en Southall en mayo de 1984, luego
de sufrir la violencia de su marido por años. Finalmente, inca­
paz de resistir más, llamó a la policía para solicitarle ayuda. El
funcionario que la visitó dijo que no encontró pruebas de que
su marido la golpeara, aunque el mismo marido admitió que
en ocasiones la abofeteaba. Le aconsejó que entablara una que­
rella contra su marido. Unas horas después Krishna fue encon­
trada colgada, con sus ropas desgarradas y con varios
moretones en el cuerpo. Sin embargo, una pesquisa judicial
posterior sobre su muerte emitió el veredicto de suicidio.
Balwant Kaur, una joven asiática y madre de tres niños,
fue asesinada en el Refugio para Mujeres Asiáticas de Brent
el 22 de octubre de 1985. Luego de ocho años de abusos y
violencia a manos de su marido, al final trató de huir al refu­
gio en julio de 1985. Todavía en el domicilio conyugal llamó
a la policía, pero ésta no le brindó ninguna protección El es­
poso de Balwant Kaur, Bhagwant Singh Panesar, incapaz de
sobreponerse al hecho de que ya no podría "poseerla", la si­
guió al refugio. La noche del 18 de octubre, llegó acompaña­
do por dos secuaces contratados. Le había dicho a los dos
hombres que quería robar el refugio, pero lo abandonaron
cuando descubrieron que su verdadera intención era matar a
su esposa. Los dos regresaron al día siguiente al refugio y le
advirtieron a Balwant de las intenciones de su marido de
asesinarla. Las encargadas del refugio de inmediato informa­
ron a la policía local y pidieron la presencia de una patrulla
las veinticuatro horas para protección. La policía envió a un
oficial que habló con las habitantes del refugio y luego se fue.
No se tomaron más medidas. Varios días después, Balwant
fue asesinada a puñaladas por su marido ante la mirada de
sus tres hijas. La policía no sólo no respondió a la amenazas a
la vida de Balwant, sino que de inmediato dio la lista de las
mujeres del refugio a la prensa, la cual la difundió por todo
Londres, con lo que puso en peligro las vidas de las demás
mujeres. El absoluto desprecio de la policía por la seguridad
de las mujeres y los niños y de las mujeres del refugio, signi­
ficó que tuvieran que abandonar el refugio veinticuatro ho­
ras después del asesinato.
Las muertes de Krishna Sharma y de Balwant Kaur mues­
tran, con aterradora claridad, que la policía decidió dirigir
sus recursos a otras tareas en lugar de atender la violencia
contra las mujeres, y como resultado las vidas de muchas otras
mujeres están en peligro. Creemos que el problema que se
presenta aquí es uno de los principios del "éxito" de las ope­
raciones de la policía. Ésta mide su eficiencia en términos de
índices de procedimientos judiciales y de encarcelamientos,
y no en términos de la seguridad y la protección que puede
brindar. El problema también es una de las primeras tareas
de la policía. Mientras los oficiales se despliegan con rapidez
para poner en orden las protestas contra la pérdida de liber­
tades civiles, contra la pobreza y la penuria, se ignora a innu­
merables mujeres que viven en sus casas con miedo por sus
vidas.
Más de un año después de emitida la Orden Obligatoria,
nos parece que la policía no ha puesto en marcha sus propias
directrices. Por nuestra experiencia, sabemos que se ha deja­
do que los oficiales interpreten la orden de la manera que
mejor les parezca. Además, parece ser que la mayoría de ellos
no conoce la existencia de la orden y todavía se niega a reco­
nocer que la violencia doméstica es un delito grave.
Sin embargo, lo que en Ealing hemos descubierto, es que
los elementos de la policía en su conjunto siguen las instruc­
ciones del "Método de la Agencia Múltiple" para la violencia
familiar. Este método se presenta en términos de lograr una
estrecha cooperación entre la policía y las agencias legales y
de voluntarios locales, pero en la realidad tiene muy poco
que ver con el ofrecimiento de una respuesta urgente a la vio­
lencia doméstica y mucho con la obtención de las caracterís­
ticas y los datos de las personas de la comunidad. Los términos
de referencia de dicha "cooperación" los establece la policía.
A medida que progresa el "trabajar juntos", las agencias como
servicios sociales, escuelas y el DHSS se apartan de su ética
original de brindar bienestar social y se transforman para
desempeñar una función auxiliar de la policía. Las consecuen­
cias para los negros, así como para otros sectores desprote­
gidos de la comunidad, son muy claras.
En Southall experimentamos de manera directa cómo toma
forma el Método de la Agencia Múltiple para la Violencia
Doméstica. En febrero y marzo de 1987, asistimos a reunio­
nes convocadas por la policía de Southall para analizar su res­
puesta a la violencia doméstica. En el curso de las dos
reuniones que se llevaron a cabo, la policía fue muy clara y
franca. Su propuesta era establecer un "equipo para atender
a la violencia doméstica", compuesto de trabajadores socia­
les, servicios para los que cumplen libertad provisional, en­
fermeras especializadas en psiquiatría, voluntarios de los
grupos de apoyo a las víctimas locales y, claro, los grupos
locales de mujeres. Este equipo se reuniría con regularidad
para analizar casos. La policía fijó los términos de referencia
del equipo. A todas las agencias se les pidió que brindaran
información sobre "familias problemáticas" y como parte de
eso, teníamos que pasar a la policía la información de nues­
tros casos de violencia doméstica. Los oficiales no indicaron
qué harían con la información.
No es necesario decir que decidimos no participar en este
ardid. Sus términos de referencia de la policía reflejaban con
claridad la actitud y las disposiciones que sobre violencia
doméstica tenía. Esta última se redefinió como el comporta­
miento característico de "familias problemáticas", el cual se
convertiría después en el objeto de atención de la policía. Esas
familias podrían ser estigmatizadas por los caprichos, los pre­
juicios y las suposiciones de cada oficial de policía. Nosotras
sostenemos que la violencia doméstica puede suceder en to­
das las familias, sin importar raza, religión y clase, en cual­
quier m om ento. E sta exp resión no se pu ede definir
confinándola a "familias problemáticas". La función de la
policía no es hacer a un lado la iniciativa de las mujeres ál
respecto. Se trata más bien de que responda con rapidez y
eficacia cuando las mujeres lo solicitan ayuda, sean cuales
sean sus circunstancias familiares.
A lo largo de nuestras reuniones la policía sostuvo que la
violencia doméstica es un problema de la "familia" y, por lo
tanto, los oficiales argumentaban que no era posible interve­
nir para hacer cumplir la ley. Temían que, si actuaban, se
podría crear una imagen negativa de los cuerpos de policía
entre los hombres. En una zona como Southall, con una po­
blación predominantemente asiática, esta negativa se apoyó
también en supuestos racistas. Factores como los matrimo­
nios arreglados y las diferentes culturas fueron las razones
para la falta de intervención por parte de la policía. También
argumentaron que las ancianas asiáticas eran mucho más to­
lerantes y por lo tanto tenían menos necesidad de ayuda in­
m ediata. Uno se pregunta si esos supuestos fueron los
responsables de su inactividad cuando se enfrentaron a los
gritos de ayuda de Krishna Sharma y Balwant Kaur.
El método para responder a la violencia doméstica que
adoptó la policía de Southall, como en otras partes, se ajusta
perfectamente a su retórica sobre el trabajo policial en la co­
munidad y las reuniones de consulta. Los equipos de trabajo
dedicados a atender problemas como acoso racial y violencia
doméstica generan la ilusión de la preocupación de la policía
y de la disposición a "involucrar a la comunidad", y al mis­
mo tiempo permiten que la policía desvíe la atención de sus
propias obligaciones. Por último, este método de la policía es
una distracción que pone a un lado las demandas para que
ésta se haga responsable de esos problemas.
A la luz de la experiencia de los negros de zonas como
Southall, Brixton, Notting Hill, Handsworth, Toxteth, St. Paul y
Tottenham, ellos no pueden confiar en planes como el método
analizado. Ese plan y otros más sólo nos confirman que la
policía usará cada vez tácticas más sofisticadas para dominar
a los negros.
La experiencia ha mostrado que la policía no está del lado
de las mujeres ni de los negros. Por ello no es accidental que
haya puesto en primer lugar a la violencia domestica seña­
lando a las "familias problemáticas". El Método de la Agen­
cia Múltiple no es más que un ejercicio de propaganda dirigido
a un sector de la comunidad, el de las mujeres, que por años
han sufrido violencia e inclusive la muerte a causa de la inac­
tividad de la policía. Al mismo tiempo, este método sirve para
extender la red colectiva de la policía.
Las muertes de Krishna Sharma y de Balwant Kaur han ge­
nerado preguntas importantes para aquéllas de nosotras que
tenemos que seguir pidiendo la intervención de la policía,
porque no hay a quien más recurrir. Sin embargo, tenemos
que reconocer que los cuerpos de policía cada vez hacen
operativos más sofisticados y cada vez ordenan mejor sus
prioridades. Se han echado a cuestas la tarea del control so­
cial, y han hecho una campaña vigorosa con recursos y facul­
tades para cumplirla. A la luz de nuestra experiencia, nuestra
obligación es luchar para que las facultades y los recursos de
los cuerpos de policía se dirijan a satisfacer nuestras necesi­
dades.
En duelo y con rabia
(Con análisis premeditado)
Suzanne Lacy

E l arte político del activismo no es un producto de una simple


inspiración o de una bienintencionada y afortunada'disposición de
ideas. Se compone, también, de un análisis social y de una estrate­
gia para la participación de la gente. En este artículo me gustaría
ofrecer algunas breves observaciones para el análisis de las noticias
que aparecen en la prensa sobre asesinos violadores, empleando para
ello el ejemplo del Estrangulador de las Laderas, para describir cómo
las noticias sobre crímenes sexuales sirven para intimidar a las
mujeres y para perpetuar los mitos sobre la violencia contra ellas.
Este análisis, elaborado junto con Leslie Lobowitz y con la inspira­
ción de las activistas de Women against Violence against Women
(WAVAW), es el núcleo de la obra "En duelo y con rabia" que
creamos para la prensa de Los Ángeles el 13 de diciembre de 1977.

1. Hecho y fantasía
A principios de noviembre de 1977, apareció en la prensa de
Los Ángeles el crimen de la que se habría de convertir en una

Reimpreso de Ikon, segunda serie, núm. 1, otoño-invierno, 1985, pp. 60-76.


cadena de asesinatos sexuales. Dos semanas antes, el descu­
brimiento del cuerpo desnudo y estrangulado de Yolanda
Washington pasó esencialmente desapercibido por la pren­
sa; la violencia es un lugar común en la vida de las prostitu­
tas. Pero cuand o Judith M iller, una quinceañera que
frecuentaba el Boulevard Hollywood fue encontrada estrangu­
lada un día después de Halloween, los periodistas comenza­
ron a preguntarse la relación entre los incidentes. Cuando se
fueron descubriendo cuerpo tras cuerpo sin vida a lo largo
de ese mes (diez en total al I o de diciembre), nació el "Estran-
gulador de las Laderas". Nadie sabe quien inventó el mote, si
la policía o la prensa, pero la descripción gráfica de las esce­
nas del crimen lo hizo un elemento crucial en los medios.
En los meses de invierno en Los Ángeles, el Estrangula-
dor de las Laderas fue creado como una entidad literal en las
mentes de las masas, por el intercambio entre la policía y los
reporteros y la comunicación de esa interacción a la gente.
Por supuesto que los asesinatos realmente ocurrieron, tan tan­
gibles como los cuerpos abandonados de las mujeres que se
encontraron regados por los alrededores de la ciudad, tan
reales como el dolor experimentado por sus seres amados; y
todos estuvieron vinculados con el mismo asesino o asesinos
por evidencias meticulosamente reunidas. Pero la conciencia
pública del estrangulador fue la competencia de la prensa
local, ya que en cuanto aparecieron los rudimentos de la his­
toria los reporteros marcaron el camino de lo que finalmente
se convertiría en el relato más grande que golpearía a la ciu­
dad en años. "Estaba viviendo esta fantasía televisada", ad­
mitió un columnista. "Había conocido tipos dispuestos a
recibir llamadas de delincuentes que tenían miedo de la poli­
cía y que querían turnar sus casos a los reporteros. Tengo que
admitirlo, estaba tan atrapado en mis fantasías que, inclusi­
ve, deje números telefónicos en los que se me podía encon­
trar las 24 horas"1. La manera fantasiosa de los reporteros,
principalmente varones, de involucrarse en el drama de los
asesinatos del Estrangulador de las Laderas se trasmitió a su
público. Por toda la ciudad, las bromas de los hombres, las
indirectas y las amenazas veladas (yo podría ser en estrangu­
lador, tú sabes) revelaron una identificación que por lo me­
nos fue alimentada por el entusiasmo de los reporteros, si no
es que hasta creada por ellos.
En un incidente tras otros, el celo de los reporteros, la pre­
sión pública sobre la policía y los antagonismos entre la poli­
cía y la gente de la prensa, colaboraban en la elaboración de
una serie de inexactitudes. Un reportero formuló la teoría de
la tortura ritual estrafalaria fundada en la disposición de los
cuerpos de las víctimas; ocultó los detalles de esta teoría a
solicitud de la policía, aunque desde un principio ésta sabía
que la posición de los cuerpos sólo reflejaba la forma en que
habían sido transportados. "Tratamos de ayudar a la prensa
tan poco como fue posible", dijo un investigador del depar­
tamento del alguacil" [...] se buscaba una conclusión equivo­
cada en la nota del reportero, pues si alguna vez el verdadero
asesino confesaba, mencionaría detalles que nunca habrían
sido leídos"2, así se verificaría la autenticidad de la confesión.
Por lo menos dos declaraciones conocidas, tanto por la poli­
cía como por los reporteros, fueron difundidas y se permitió
que se mantuvieran en la prensa sin correcciones para au­
mentar la tensión.
Dentro de este complicado panorama de hecho, ficticio y
deliberadamente falso, uno se preguntaría ¿cuál es el propó­

1Ted Schwartz, The Hillside Strangler (Doubleday, 1981), p. 83.


2 Ibid., 61.
sito de informar de dichos asesinatos? ¿Cómo servían a sus
cronistas y afectaban a su público? Los reporteros sostenían
que cada detalle les daba más información a las mujeres para
protegerse. El efecto, sin embargo, de las descripciones explí­
citas de los lugares donde se encontraron los cuerpos, las in­
sinuaciones veladas de los rituales de los asesinatos sexuales
y otros informes semejantes alimentaron la histeria de las
mujeres. Sus respuestas, estimuladas por el miedo, se difun­
dían como era de esperar. Las mujeres cargaron cuchillos de
cocina y silbatos de policía, compraron cerradoras en las ferre­
terías y comenzaron a reducir sus movimientos por la ciudad.
Si el resultado final de dichos "acontecimientos de la pren­
sa" es la intimidación y el terror de multitudes de mujeres,
los informes de la prensa podrían someterse jugosamente al
análisis feminista, en todas las líneas escritas en la prensa de
entretenimiento y de pornografía. Este análisis es complica­
do debido a las razones empleadas por los barones del entre­
tenimiento, pero es perfectamente aplicable aquí: el público
tiene derecho a saber qué pasa en su ambiente, y la función
de la prensa es presentar (con objetividad) esa información.
Por supuesto, la mentira es que la objetividad real es, o pue­
de ser, mantenida en representaciones simbólicas. Pero, al
creer que se puede, el público con frecuencia confunde las
crónicas de un incidente con el incidente mismo.
Para informar lo obvio, los reportes de la prensa, en un
ambiente urbano amplio, realmente se convierten en la
interrelación entre el acontecimiento real y la percepción que
el público tiene de éste. Lo que no es tan obvio es cómo los
llamados "hechos" se seleccionan y se interpretan para refor­
zar o dar forma al sistema de creencias de la gente. Mano a
mano con la policía que investiga un caso, la prensa crea se­
ries de asesinatos de incidentes aislados, con lo que fabrica
una construcción que el público reconocerá una y otra vez.
En el caso de los crímenes sexuales violentos, con frecuencia
esa elaboración es tan cercana a una ficción misteriosa de
muerte, como se esmeraría que fuera un programa de detecti­
ves de la televisión o de una película. Ordenados de acuerdo
con los mitos sobre la violación y la violencia sexual que se
han conservado en mucho en nuestra ficción, los hechos crean
una realidad contextualizada, no por las fuerzas y las condi­
ciones sociales que son causales de dicha violencia sino, cu­
riosamente, por la industria del entretenimiento. Por ello, tan
sólo para desentrañar cómo las notas de prensa pueden ser­
vir para ocultar el objetivo social de intimidación y contención
de las mujeres (por ejemplo, en la pornografía), debemos ver
todas las formas y temas que se eligen para su información.

2. La construcción de una nota de prensa


¿Cuáles son los ingredientes de una buena nota, un thriller
que mantenga a los lectores comprando periódicos o al pú­
blico de la televisión sentado en espera de las noticias que lo
pongan al día? En competencia con Hollywood los reporteros
para ganar público, e influenciados como parte de la audien­
cia, ordenan sus noticias para reflejar los elementos del dra­
ma: un tema reconocible, una trama coherente, antagonistas
que puedas odiar y protagonistas con lo que te puedas iden­
tificar. En toda la ficción hay temas recurrentes, su atractivo
se eleva o cae con variaciones en el clima social. Considere­
mos este escenario: un asesino maniático acecha a mujeres
jóvenes, bellas e indefensas. Al final lo capturan, pero no an­
tes de que se hayan logrado muchísimas imágenes de violen­
cia para satisfacción del público. Dado el atractivo actual de
dichos temas en el entretenimiento popular, no nos sorpren­
dería ver que las noticias del Estrangulador de las Laderas
siguieran este ejemplo.
El primer ingrediente que se necesita para convencer con
una noticia por un cierto tiempo, es reforzar el tema familiar
con una imagen reconocible. Cuando se forjó el nombre de
"El Estrangulador de las Laderas" se fijó una serie de críme­
nes en la imaginación pública. Tenía todos los ingredientes
de un buen título. Evocaba la violencia sexual y dramatizaba
una de las peculiaridades del caso, que parecía más horrible
en ausencia de otras específicas: el descubrimiento, por parte
de los residentes del rumbo, de cuerpos desnudos en laderas
pobladas. La discreción de algunos de los grandes periódicos
y de los canales de televisión, prohibió la exhibición real de
esos cuerpos en el lugar en el que fueron encontrados (aun­
que otras fuentes de información no tan delicadas, publica­
ron fotografías obscenamente objetivas de los cuerpos de las
mujeres muertas in situ); pero las fotografías de los oficiales
de un cuerpo disimulado sirven para el mismo fin, que los
observadores completen el cuadro en sus mentes con imáge­
nes prestadas del entretenimiento y del arte. Las variaciones
de una descripción verbal repetida constantemente, "el cuer­
po desnudo con los brazos y las piernas abiertos de una mu­
jer estrangulada fue encontrado hoy en la ladera de una
colina", se convierte en icono, la imagen principal en torno a
la que se desarrollará el drama.
La trama que esporádicamente se revela en los comuni­
cados de la policía, confesiones falsas y asesinatos continuos,
no podría avanzar hacia la conclusión más rápido que lo que
permitan los acontecimientos reales. Para ampliar la narrati­
va, los reporteros crean un tiempo pasado al investigar la vida
de las víctimas. Se establece visualmente cómo eran los ami­
gos y la familia de la víctima, cómo se veían sus hogares, dón­
de fueron descubiertos sus cuerpos y, no podía faltar, la apa­
riencia de las víctimas.
Pasando por alto la evidente relación -todas las víctimas
fueron mujeres de una cultura violenta y sexual-, los reporte­
ros revuelven el pasado de la mujer asesinada en búsqueda,
con la policía, de pistas sobre por qué esa mujer en particular
fue escogida. Equivocados en las causas por la semejanza de
los asesinatos, los reporteros inadvertidamente enarbolan el
mito común de que las víctimas de la violencia sexual de al­
guna manera son culpables, aunque sea en su elección para
actuar. Si tan sólo pudiesen descubrir algunos errores letales
que comúnmente predominan ¡las lectoras podrían protegerse
a sí mismas! Así, cuando se descubrió que las dos primeras
mujeres frecuentaban el Hollywood Boulevard, los periodistas
se abalanzaron ansiosos sobre la información. He aquí una
posible causa: las mujeres o eran prostitutas o el asesino las
confundió con prostitutas. Esta pista satisface perfectamente
la idea de que las víctimas del ataque son promiscuas (hasta
hace poco, en los tribunales californianos, la vida sexual de
las víctimas se podía usar en su contra) y coincide con las
especulaciones de que al asesino lo movió la ira contra una
mujer seductora. Parece ser que nadie se inclina hacia otra
hipótesis: la disponibilidad de las prostitutas las hace vul­
nerables a los criminales sexuales que apenas están hacien­
do sus pininos. No obstante que la teoría de la prostitución
pronto demostró no tener fundamentos, su mancha. Imper­
térritos, los reporteros siguen creando, al estilo de las
telenovelas, relatos como "Buscaba amor, se encontró al es-
trangulador"3.

3 Los Ángeles Times, domingo 18 de diciembre de 1977, p. 30, pt. 1.


Los actos motivados por el temor de las mujeres de la ciu­
dad (¡todas ellas víctimas en potencia!) elevan el suspenso y
adornan la trama esencial. La defensa propia fue puesta en
primer lugar en varios artículos, aunque el mensaje visual
con frecuencia mostraba los momentos mas inútiles en lugar
de los más vigorosos —una mujer gritando por el gas para
defensa personal que le roció en la cara el instructor, otra
muestra un pequeño cuchillo para verduras en su bolso en
frente de una tienda. En un programa de televisión dedicado
a las mujeres, el segmento principal presenta a una mujer que
camina sola en la noche y hay un desconocido que le sigue
los pasos. Muchas imágenes refuerzan la idea de la indefen­
sión de la mujer, de acuerdo con el estilo sensacionalista de la
ficción criminal.
Ante la falta de información real, las razones posibles de
los asesinos fueron seleccionadas en gran medida de la mito­
logía popular. Los psicólogos de la prensa especulan que su
madre era dominante, quizá cruel y seductiva a la vez; que
fue ligera de cascos (especialmente popular en el tiempo de
la teoría de la prostitución); y, que el padre estaba ausente. Se
suponía que el asesino sexual era guiado por la ira contra las
mujeres, pero su odio se explica con una mujer odiosa. Luego
de la captura del asesino confeso, otro autor se suma a esta
versión de la realidad cuando describe a la vacilante y
neuróticamente agresiva madre de Kenneth Bianchi, a que su
padre está muerto y a su embustera primera mujer. (Es inte­
resante que el autor destaque el intenso interés de Bianchi en
la pornografía, de su adolescencia en adelante, pero no inten­
tó incluir este particular detalle en la construcción que lo
motivó)4.

4 Schwartz, The Hilside Strangler, ptl. 147.


Aunque las similitudes en las historias de algunos asesi­
nos sexuales se encuentran d efacto, pueden ser parte del cua­
dro de aflicción personal, no explican por qué esa aflicción se
convierte en violencia sexual, o cómo dichos incidentes se
conservan en nuestro tejido social. Por desgracia, rara vez
aparecen en la prensa el análisis y la contextualización que se
necesitan para entender cómo ocurren los crímenes sexuales
violentos y qué podemos hacer al respecto. El caso del Es­
trangulador de las Laderas, como novela de policías y ladro­
nes por excelencia, convulsionó a una ciudad entera y aglutinó
a los ciudadanos ante la televisión; vendió periódicos, cerra­
duras, pistolas y perros; se convirtió en el tema de las bromas
y las pesadillas, y fue responsable de la destrucción de matri­
monios y carreras. Pero al relatar esta tragedia la prensa per­
petuó las m ism as im ágenes y actitudes, irónicam ente
atractivas al mismo interés lascivo que creó el clima social
para el crimen.

3. ¿Qué había que hacer?


Una mañana de diciembre, Leslie Labowitz y yo, enfermas por
los encabezados, nos sentamos ante una taza de café y el pe­
riódico matutino. El estrangulador había matado a otra mu­
jer, la décima, y acababan de encontrar el cuerpo. Cuando
compartíamos nuestro dolor y nuestros sentimientos de im­
potencia decidimos dedicar nuestra energía en unperfom ance,
una expresión personal, pero que también podría alcanzar
dos metas importantes: crear un ritual público para las muje­
res de Los Ángeles para expresar su profunda pena, su rabia
y sus demandas de intervención concreta, y presentar sin la
prensa una perspectiva feminista del caso. Emplearíamos el
lenguaje de la p ren sa, de d ram a intenso e im ágenes
intrigantes, para crear un acontecimiento de interés periodís­
tico de nuestro performance. Lo diseñaríamos para llenar los
requisitos de un noticiero televisivo. En los siguientes trece
días trabajamos con Bia Lowe y otras integrantes del Woman's
Building de Los Ángeles para producir "En duelo y rabia".
El 13 de diciembre de 1977 setenta mujeres vestidas de
negro se reunieron en el Woman's Building de Los Ángeles.
Recibieron instrucciones para el performance, que comenzaría
cuando diez actrices vestidas de luto salieran de éste y entra­
ra una carroza fúnebre escoltada por dos motocicletas, que
partirían del Building, seguida de veintidós automóviles lle­
nos de mujeres. Los autos llevarían las luces apagadas y dos
calcomanías: "Funeral" y "Alto a la violencia contra las mu­
jeres". Los vehículos dieron dos vueltas al Ayuntamiento y
se detuvieron enfrente de los integrantes de la prensa ahí
reunidos.
Nueve dolidas mujeres, con velos de dos metros de largo,
salieron una a una de la carroza fúnebre y se colocaron ali­
neadas en la acera. La figura final apareció, una mujer vesti­
da de rojo escarlata; las diez miraban a la calle cuando la
carroza partió. Mientras, las mujeres de los automóviles ma­
nejaban lentamente en un silencioso homenaje a las dolien­
tes; quienes, en una procesión de tres en fondo, caminaron
hacia las escalinatas del Ayuntamiento. i
Las mujeres que habían viajado en los automóviles se colo­
caron a los lados de las escalinatas, para formar los coros de
una tragedia moderna. Desenrollaron una manta que decía:
"Las mujeres luchamos en memoria de nuestras hermanas".
En cuanto la prensa se colocó para registrar la segunda
parte del performance, la primera doliente caminó hacia el
micrófono y con voz clara e intensa dijo, "¡Estoy aquí por las
De un performance de Suzanne Lacy y Lezlie Lobowitz. "En duelo y con ira".
Los Ángeles, 1977. Foto de Susan Mogul.

diez mujeres que han sido violadas y estranguladas entre el


18 de octubre y el 29 de noviembre!". El coro le respondió:
"En memoria de nuestras hermanas, ¡luchamos!". Cuando la
mujer vestida de escarlata la cubrió con una bufanda roja bri­
llante, regresó a su lugar en las escaleras, mientras que la se­
gunda doliente se dirigía al micrófono. La estrategia de este
performance era estudiar los convencionalismos de las notas
de la prensa para subvertirlos sistemáticamente. Si la prensa
se concentraba en las diez vidas individuales de las víctimas,
nosotras utilizaríamos la representación de diez actrices para
describir un continuo de violencia. Cuando la segunda mujer
habló, censuró los casos de las más o menos cuatrocientas
mujeres violadas en Los Ángeles en el mismo lapso de seis
semanas. Otra representó a las mujeres golpeadas en sus ho­
gares, y otra más a las víctimas del incesto.
Cada una de las nueve mujeres hizo su declaración con la
que unía estos incidentes de violencia en Los Ángeles, apa­
rentemente azarosos, con el cuadro aún mayor de la violen­
cia nacional contra las mujeres; todas recibieron la bufanda
roja y todas fueron saludadas con el "¡Luchamos!" del coro.
Por último, la mujer de rojo se acercó al micrófono, se retiró
el velo y declaró directa y vigorosamente: "¡Estoy aquí por la
ira de todas las mujeres y estoy aquí para que las mujeres
luchemos!".
Todos los elementos visuales y temporales de la obra de
arte fueron cuidadosamente creados para cumplir con las
normas del formato de las noticias, inclusive la forma y el
tamaño de la manta y los coros de gritos, que presentaban
nociones de defensa agresiva, como una respuesta contra la
convención esperada del lamento. Las diez mujeres de las
escalinatas, los coros y la manta, sirvieron como fondo en el
que se desarrollaba el resto de la obra. Una breve declara­
ción, que se conoce hoy con el nombre de soundbite (así se
llama a las declaraciones muy breves de la televisión n.t.), se
dirigió a la prensa para explicar los motivos de las artistas.
Un integrante de la Comisión de Los Ángeles para los Ata­
ques a las Mujeres leyó una lista de tres demandas para la
autodefensa de las mujeres. Éstas fueron presentadas a los
funcionarios de la oficina del alcalde y al ayuntamiento. La
imagen final, fue una canción compuesta especialmente para
la obra por Holly Near, la gente se unió y bailó en un círculo
que se formó espontáneamente cuando los artistas y los or­
ganizadores políticos se congregaron, y respondieron pregun­
tas de la prensa.
El arte político puede tener muchas funciones, muchas
de ellas que coinciden entre sí. El o la artista puede usar su
entendimiento sobre el poder de las imágenes para comuni­
car información, emoción e ideología. Además, puede brin­
darnos una crítica de la cultura popular y de sus imágenes o
situaciones sociales actuales o pasadas. Algunas veces su tra­
bajo puede inspirar al público a actuar al servicio de una cau­
sa. También la obra de arte puede servir de modelo para otras
artistas o activistas. Esas variadas posibilidades se prestan
para muchas formas de asegurar el triunfo de una obra de
arte política.

4. Resultados directos y conclusiones


En relación a cómo "En duelo y en ira" afectó de manera in­
mediata la acción, simplemente podemos señalar lo siguien­
te. Después del performance, un reportero confrontó a un
representante de la compañía de teléfonos en su oficina. Aun­
que habían estado instalando los números de urgencias a los
cuales se podría llamar en situaciones de crisis, promovidos
por las activistas feministas durante más de un año, éste le
aseguraba al periodista que todavía no estaba lista esa medi­
da. Poco después la compañía de teléfonos puso, al principio
del directorio, la lista de números para atender violaciones,
aunque la retiraron al siguiente año.
Los cien mil dólares que el municipio ofreció como re­
compensa por la detención del estrangulador, se convirtie­
ron en un fondo para la creación de talleres gratuitos sobre
defensa personal en toda la ciudad; medida que dispuso la
Comisión Municipal sobre la Condición Jurídica y Social de
la Mujer antes de nuestro performance, y que recibió un favo-
rabie impulso a consecuencia de nuestra publicidad. Además,
la Councilwoman Picus ofreció otros dos talleres de defensa
personal para empleados de la ciudad, y una sesión sabatina
subvencionada a solicitud nuestra para la instalación de las
líneas para atender violaciones que se pusieron en marcha
ese día.
En términos de la modificación de las actitudes del públi­
co, un campo en el que es más difícil penetrar, sólo podemos
decir que la difusión de la prensa fue, en su mayoría, con­
gruente con nuestro diseño y nuestra estrategia. Las cadenas
de televisión más importantes informaron acerca del perfor­
mance en la región, e inclusive algunas la trasmitieron a nivel
nacional. Leslie supervisó un programa posterior de la PBS
—estudiantes en el Woman's Building en el análisis de noticias
sensacionalistas —, apareció en programas de entrevistas y
participó en reuniones con periodistas para conversar sobre
los tópicos surgidos del performance. En general, del público
televisivo tuvimos muy poco respuesta acerca del efecto del
nuevo segmento de noticias en la transformación de la pers­
pectiva sobre el caso del Estrangulador o de la forma en éste
que se difundía, pero recibimos una muy calurosa respuesta
de las feministas de Los Ángeles (en marcado contraste con
la sospecha y el desinterés con los que antes se recibía a los
artistas). Es justo señalar que este performance, su difusión y
los comentarios que provocó, alientan la futura cooperación
entre las artistas y las activistas feministas de la ciudad.
Aunque el empoderamiento que sentimos por la ventu­
rosa realización de nuestros propósitos no se puede menos­
p reciar, es im portan te que no se piense que con una
interrupción de tres o cuatro minutos se va a cambiar un flu­
jo continuo en la cuenta de la información. La victoria quizá
sea más importante para mostrar una estrategia para que la
gente disponga de actitudes opositoras; una forma en la que
los artistas pueden contribuir con sus valiosas experiencias a
la transformación social. Y tal vez esto es lo más importante
de todo: en las pasadas tres décadas el rumbo de las artes
visuales del país se ha apartado de la reforma social y de la
protesta política. Una generación de feministas y de izquier­
distas ha crecido recelosa del elitismo de las artes visuales.
No obstante de que a lo largo de esos años pocos artistas de
izquierda del país continuaron con la crítica política en su
arte, el surgimiento del feminismo en los años setenta le dio
un significativo impulso a la visibilidad y al potencial del arte
político activista. Cuando entramos a los años ochenta, y el
aumento de la represión demostró la necesidad de crear una
coalición, resultó imperativo que las activistas hicieran su­
yos los modelos creados por los artistas en los últimos diez
años, y que exploraran las formas en las que ellas y ellos po­
drían desempeñar una función activa en las políticas del cam­
bio social.
Nikki Craft: La protesta inspiradora
Introducción
Diana E. H. Russell

S i yo formara parte del comité de selección del Premio Nobel


del activismo feminista, sin duda nominaría a 'Nikki Craft.
Por casi 20 años he seguido sus esfuerzos para detener la
violencia contra las mujeres, y su brillantez me ha sorprendi­
do. Sus extraordinarias habilidades aparecen cuando emplea
su arte en la búsqueda de sus metas políticas: su agudo inge­
nio, su sentido del humor inventiva, su instinto para la bue­
na estrategia, su comprensión de lo que le interesará a la
prensa, esto sin mencionar su coraje, su habilidad para inspi­
rar y movilizar a otros, y su voluntad para actuar sola y na­
dar contra la corriente si fuera necesario. Craft emplea todo
su talento e inteligencia al servicio de su profunda determi­
nación de convertir a los Estados Unidos en un país menos
violento para las mujeres que viven en él.

Nota: Los interesados en obtener la inspiradora conferencia con diapositivas


de Craft sobre su trabajo político pueden escribir al c/o Clearinghouse on
Feminicide, P.O. Box 12342, Berkeley, Calif. 94701-3342. En esta misma
dirección se reciben las donaciones para ayudar a Craft, que le brindan techo
y comida mientras ella continúa haciendo del mundo un lugar más seguro
para todas las mujeres.
Níkki Craft ha atacado muchas de las formas de odio ha­
cia las mujeres de nuestra cultura contemporánea, en par­
ticular la violación, la pornografía, los anuncios sexistas,
productos que promueven la bulimia y la anorexia, concur­
sos de belleza y todo lo que exige que las mujeres mutilen sus
cuerpos para satisfacer normas prescritas para el atractivo
femenino. Además, Craft ha sido una de las pocas feministas
que se ha m anifestado de m anera consistente contra el
feminicidio (aunque apenas a últimas fechas empezó a utili­
zar el término). Sin embargo, esas protestas no se han alejado
de su trabajo en otros problemas, en parte, por falta de una
palabra aceptada —hasta ahora— para describir el asesinato
misógino de mujeres.
Las cinco conferencias siguientes nos brindan los ejem­
plos del valor de la protesta contra el feminicidio de Craft y
sus hermanas activistas. En el "El increíble caso de las foto­
grafías del Stack o' Wheat", Nikki describe cómo destruyó en
1980 una colección de diez fotografías propiedad de la Bi­
blioteca de Colecciones Especiales de la sede de Santa Cruz
de la Universidad de California. Dichas fotografías erotizaban
el asesinato de mujeres con la glamurización de sus cadáve­
res. Craft casi fue expulsada de la universidad por ese acto.
Recuerdo que Nikki me pedía que le escribiera al rector de
la Universidad para que respaldara su acto, una tarea fácil
para mí. Al final, no sólo no fue expulsada, sino que 400 estu­
diantes, el oficial que la detuvo, el administrador de su facul­
tad y la alcaldesa feminista y socialista de Santa Cruz la
nominaron al premio de ética de la rectoría.
Después, D. A. Clarke analiza el acto del Stack o'Wheat que
sola llevó a cabo Craft, y argumenta que la defensa de las fo­
tografías por considerarlas arte "en el mejor de los casos es
engañosa". Señala que la definición establecida de arte es
discriminatoria y analiza como el arte masculino se emplea
frecuentemente para silenciar a las mujeres.
Los siguientes dos artículos describen la destrucción de
revistas Hustler que llevó a cabo la Preying Mantis Women's
Brigade, un grupo feminista clandestino de Santa Cruz, don­
de Craft vivió muchos años. Este grupo realizó muchos actos
ilegales para atraer la atención de la prensa y hacer frente a
los problemas de violencia contra las mujeres. Dedicaron esos
actos de ira a una de las víctimas del asesino Kenneth Bianchi,
el llamado Estrangulador de las Laderas de Los Ángeles, quien
fue sentenciado a cadena perpetua junto con su cómplice,
Angelo Buono, por la tortura y el asesinato de diez mujeres. La
víctima fue la joven de veinte años Cindy Lee Hudspeth. Craft
la escogió por una "broma" que publicó Hustler en la que
calificaba su muerte como "el último logro" de Bianchi.
Una de las muchas lecciones de la vida de Craft puede
enseñarnos qué tan poderosa y efectiva puede ser una mujer
dedicada y llena de coraje. Con frecuencia he pensado que si
hubiera muchas Nikki Craft en nuestro movimiento, las muje­
res de los Estados Unidos estarían mucho más cerca de al­
canzar sus metas feministas básicas. Quienes han trabajado
al lado de Craft, como Ann Simonton y Melissa Farley, otras
dos activistas feministas comprometidas y de reconocida va­
lentía, son un ejemplo de la habilidad para inspirar de Craft.
Me lamento por no haber vivido en la misma comunidad
que Nikki, porque tenía la fantasía de que podría estar —como
Simonton y Farley — menos dispuesta a permitir que mi temor
a la detención y al encarcelamiento me impidiera hacer lo
que se necesitaba hacer. Creo que habría podido estar menos
intimidada por la policía y los tribunales, y que hubiera dis­
frutado más mi trabajo como activista. La presencia del hu­
mor en las manifestaciones no sólo es efectiva, sino también
divertida. Cualquiera que escuche hablar a Craft o que asista
a sus vehementes y explicativas conferencias sobre su trabajo
sabrá que ella no sólo es coraje y gritos, sino que también se
ríe mucho.
En el artículo final de este grupo, Melissa Farley describe
lo que ella y Craft llamaron "arrasar" con las imágenes
feminicidas publicadas en un núm ero en particular de
Penthouse. Muchos de sus actos de desobediencia civil en esa
campaña para arrasar con todo, produjeron 95 detenciones
de diferentes personas de 1985 a 1986. Craft fue arrestada 17
veces y Farley 13 en diferentes estados.

El increíble caso de las fotografías del Stack O'wheat


Nikki Craft

La fotografía mostrada en el desayunador era una reproduc­


ción de la colección de diez fotografías de la Biblioteca de las
Colecciones Especiales de Santa Cruz de la Universidad de
California, que llevaba el título de El increíble caso de los asesi­
natos del Stack o'Wheat. En cada fotografía aparecía una mujer
asesinada. "Desnuda es atractiva" —palabras del folleto de
información—, "Las posturas nos hablan tanto de lucha como
de rendición, seducción y sensualidad".
Saliendo de su cuerpo y regada por el piso hay enormes
cantidades de algo que parece sangre. El reseñador comenta:

El comunicado de prensa de Nikki Craft sobre el Stack o'Wheat (31 de marzo


de 1980) y el discurso: "En defensa de la desobediencia" (escrito en la primavera
de 1980) fueron recuperados y editados para este volumen por Diana E. H.
Russell con el permiso de Craft.
Nikki Kraft destruyendo fotografías que erotizaban la muerte de las mujeres.
Fotos de Bill Reynolds. 1980.
"Claro que el epítome del humor de la serie reside en todo el
chocolate Hershey's que se uso". Además de la víctima, en
cada fotografía hay una pila de hotcakes. El comprador de esas
fotografías de 14 pulgadas por 17 (a un precio de 450 dólares)
recibió también ocho onzas de jarabe de chocolate Hershey's
y "suficiente harina para hotcakes para hacer una Stack o' Wheat
completa".
Era de suponerse que habían mantenido las fotografías
en las Colecciones Especiales por sus cualidades, al parecer
artístico-intelectuales. Pero la elección de la modelo, sus po­
ses y el empleo de botellas de coca, plátanos a medio comer,
etcétera, como propuestas, hacían difícil verlas como algo
diferente a la pornografía violenta. No importa que intenta­
ba el artista, el lenguaje erótico empleado para promoverlas
destruía toda justificación para que permanecieran en el
santuario de la Biblioteca de la Universidad de California en
Santa Cruz. Por ejemplo, el encargado de la reseña observa
que "hay una oportunidad de que se reciba un discreto pla­
cer por la trasgresión retratada de otro cuerpo —un profundo
éxtasis—." También destaca que Ta sangre' oculta muy poco
de las armoniosas líneas del cuerpo, más bien le da una nue­
va belleza". Se refiere a "cadáveres por completo exquisitos".
La inclusión de harina para hotcakes es el insulto final a todo
el género femenino, la implicación de que el comprador pue­
de construir su propia escena: crear a su propia víctima.
La pornografía violenta es una expresión de algo profun­
damente real en la psicología masculina: la pornografía vio­
lenta es la teoría y la violación es la práctica. Esperar que las
mujeres toleraran que se protegiera esta moda sádica en la
biblioteca de su escuela es una sinrazón. Las negras no hu­
bieran to lerad o las im p resion es "h u m o ro sa s" de los
linchamientos del Klan, tampoco los judíos hubieran tolera­
do su satírica descripción en hornos de pastelería. Pedir a las
mujeres que sean buenas libertarias civiles cuando se les
mutila, se les viola y se les asesina en cantidades gigantescas,
equivale a pedirnos que aceptemos pasivamente nuestra pro­
pia victimización.
Al día siguiente de que vi esas fotografías leí en la prime­
ra página del San Francisco Chronicle el asesinato de Barbara
Schwartz, quien fue apuñalada mientras corría en M ount
Tamalpais. Se le describía "acurrucada en posición fetal, el fren­
te de su blusa empapada en sangre mientras ella yacía a la
sombra de las secoyas, la nariz de su perro contra su brazo
sin vida".
Recordé otra historia del Chronicle sobre otra corredora
de la Zona de San Francisco, Mary Bennet, 23 años, quien murió
después de una violenta lucha para defenderse de un viola­
dor y "asesino frenético". Recibió 25 puñaladas, varias de ellas
en el rostro, en el cuello y en el pecho. Unos golfistas escu­
charon sus "largos gritos de agonía", pero no investigaron
porque vieron una patrulla en la zona. Su cuerpo fue descu­
bierto "mucho después por una partida de excursionistas que
siguieron un rastro de sangre y encontraron el pie de una
mujer que sobresalía de una tumba de hojas poco profunda".
A medida que seguí leyendo el espeluznante relato de la
muerte de Barbara Schwartz, recordé un folleto satírico que
había visto en la biblioteca de la librería un día antes —como
"el epítome del humor en serie" reside en todo el jarabe de
chocolate usado como sangre.
En el mismo artículo de la Chronicle, el presidente del
Consejo de San Francisco de Preparación Física advertía a
todas las mujeres del "extremo peligro de correr en la ciudad
a cualquier hora del día..." y les aconsejaba que corrieran en
grupos, de preferencia en rutas específicas.
Cuando salí a correr ese día, me preguntaba a qué playa
iría - u n a que fuera segura. Cuando corría me atormentaba la
imagen de Barbara Schwartz acurrucada en posición fetal. Sentí
que los largos gritos de agonía de Mary Bennet a los que no se
respondió, eran los gritos de todas las mujeres en todas partes.
Entonces me decidí a destruir las fotografías de la Stack
o'Wheat de la biblioteca McHenry; fueron destruidas como
nacieron: con jarabe de chocolate vertido encima y rasgadas.
Les Krims tomó fotografías desgarradas de todo el género fe­
menino, las cubrió de jarabe de chocolate y las sirvió en un
plato para reforzar las precondiciones de una sociedad vio­
lenta que odia a la mujer. Tomé las fotografías desgarradas
de la obra de Les Krims, las cubrí con jarabe de chocolate y las
serví para hacer una declaración artística, para poner ante los
reflectores algunos problemas vitales, y tratar de cambiar las
circunstancias de las vidas de hombres y mujeres.
Destruí esas fotografías de odio a las mujeres, en nombre
de todas las mujeres que deben vivir, momento a momento,
con la conciencia de la posibilidad de convertirse en la siguiente
cifra de algún documento de la policía; por todas las mujeres
que tienen que vivir en constante guardia como si habitaran
en una zona de guerra. Lo hice a sabiendas de que destruir la
pornografía violenta no resolvería el problema de cómo sien­
ten y piensan sobre nosotras los hombres, pero si consciente
de que actos firmes y directos como ése afectarían la forma en
la que nosotras nos pensamos y nos sentimos, y con el enten­
dimiento de que nuestras vidas descansan en nuestro compro­
miso de negarnos a colaborar en nuestra destrucción.
Lo que hice se calificó de "censura". Pero hay una dife­
rencia entre la censura oficial y la decisión moral de un indi­
viduo de destruir un paquete público que viola a toda la
humanidad. Y mi insistencia en que dichas ilustraciones de
la mutilación de cuerpos y espíritus de mujeres no son arte,
lo que no significa que yo piense que se deban sujetar a la
censura oficial.
Esta censura es peligrosa, la pueden usar contra nosotras.
Y mi acto, sin el proceso educativo que lo acompañó, hubiese
sido inexcusable. No me opongo al empleo de esas fotogra­
fías con fines educativos. Por insistencia mía, fueron mostra­
das en el Foro, y las desplegué en tablones que coloqué en las
instalaciones universitarias. La verdad es que yo fui quien
solicitó que se exhibieran públicamente en el vestíbulo de la
biblioteca. Pero en las Colecciones Especiales, no tenían otro
contexto que el del folleto que las acompañaba. Con esta cla­
ridad, su presencia era inapropiada y ofensiva, nada más era
un ejemplo de violencia contra las mujeres.
Aunque me sigo oponiendo a la censura oficial, respaldo
actos ilegales, como el que cometí, emprendidos por mujeres
y por grupos de mujeres y de hombres que no los cometen a
la ligera, sino valorando con creatividad su responsabilidad
con otras mujeres y hombres, con sus comunidades, con el
mundo y con ellos mismos. Los que eligieron ese tipo de ac­
tos deben tener en mente todas las consecuencias posibles,
personales y políticas, inmediatas y a largo plazo. Es muy
importante que deseemos tomar la responsabilidad moral de
nuestros actos, ya sean públicos, como yo lo hice, o privados,
como otros deciden hacerlo.
Yo respaldo actos como el de Red Zora en Alemania Occi­
dental, que robó 50,000 dólares de mercancía de tiendas que
explotan el sexo, en las que dejó un volante firmado: "ven­
ganza del oprimido". Apoyo al Bluebird Five que roció con
pintura y cubrió con volantes una tienda de pornografía. Tam­
bién respaldo a todas las mujeres que comprenden la urgen­
cia de nuestras circunstancias y asumen responsabilidadés
para hacer frente a la violencia sexual que invade nuestras
vidas. Esos esfuerzos, nuestra energía, nuestro tiempo, nues­
tro dinero y nuestras vidas las damos para cambiar el curso
de la historia. Lo hacemos para que nuestras hijas y sus hijas
no sean obligadas a vivir con el mismo temor que las mujeres
de generaciones pasadas tuvieron que aceptar.
Si algo aprendí en mis años de trabajo como voluntaria
social en esta región, es que la violación, la mutilación y el
asesinato de mujeres reposan en nuestras manos. Luego de
leer los espeluznantes encabezados de la prensa, la sociedad
en general y, quizá, los hombres, pueden musitar un "qué
horrible"; pero se ha mostrado muy poco interés en la lucha
contra esta violencia y su clima de terror. Y hasta que detener
esta violencia no se convierta en una tarea primordial de la
sociedad, queda en nosotras la enorme tarea de encontrar una
solución. Muchas veces nuestros desesperados intentos pue­
den ser polémicos y en ocasiones ilegales. Sin embargo, no
importa cómo escojamos llevar esta monstruosa carga, hasta
que no tengan lugar cambios radicales en la actitud y en la
forma en la que somos obligadas a vivir nuestras vidas dia­
rias; tenemos poco que perder.
Me niego a unirme con cualquier persona o grupo cuya
meta sea la represión sexual. Trabajaré para defender la li­
bertad de acceso a la información y la de expresión de las
ideas relacionadas con la sexualidad o erótica honestas de
todo tipo. Cualquier material sexual explícito tiene su lugar
en la literatura, en el arte, en la ciencia y en la educación, y en
su mayor parte en la gente. Lo que creo es que necesitamos
una nueva definición de obscenidad que ponga el acento en
la violencia, no en el sexo, con el intento de degradar y
deshumanizar el cuerpo de la mujer para la estimulación
sexual. A lo que me opongo firmemente es a que se desagarre,
se golpee, se viole, se torture, se mutile y se asesine el cuerpo
femenino.
A medida que leamos los asesinatos de mujeres a manos
de misóginos, —mujeres como Karen Mondic, Diane Wilder,
Laura Collins, Yolanda W ashington, Judith Ann M iller, Lisa
Theresa Kastin, Kitty Genovese, Jill Barcomb, Kathleen Robinson,
Kristina Weckler, M ary Vincent, Sonja Johnson, Dolores Cepeda,
M ary Bennet, Jane Evelyn King, Laura Rae Wagner, Kimberly
Diane Martín, Cindy Lee Hudspeth, Edda Kane, Barbara Schwartz,
Andrea Joy Hall, Jackie Doris William, Jacqueline Leah Lamp,
Lucinda Schaefer, Shirley Linett Ledford, M ary Ann Pesce, Anita
Luchessa, Aiko Koo, Cynthia Schall, Rosalind Thorp, Alice Liu,
Clam ell Strandberg, Sara Hallett y Diana Steffy - , debemos exa­
minar la descripción que la prensa entera hace de las mujeres
como víctimas involuntarias.
No se trata del desagrado que nos causan esas publica­
ciones. Se trata de que nuestras vidas reposen en conceptos
falsos sobre las mujeres, que Les Krims ha perpetuado en su
serie de fotografías. Aunque todavía se debate si hay una re­
lación directa entre actos violentos y pornografía —y sucede
que creo que si la hay — las mujeres no podemos permitirnos
esperar hasta que los resultados definitivos aparézcan. No
importa cómo afecta la pornografía a los hombres, para man­
tener el respeto a nostras mismas tenemos que negarnos a
consentir que quien sea nos describa como víctimas de la ma­
nera que lo hizo Les Krims. Tenemos que combatir a quienes
se benefician financieramente —a nuestras costillas— con este
tipo de degradación.
Estoy de acuerdo en que la censura es una amenaza mor­
tal. Nos silencia y destruye nuestro espíritu; cuando se lleva
a cabo, la gente vive el temor de expresarse. Pero la violencia
contra las mujeres es un silencio final que destruye sus vidas.
Nos atemoriza, no sólo para expresarnos sino para ser noso­
tras mismas. Y cuando la noche cae, llega como una prisión.

La evidencia del dolor


D. A. Clarke
El 31 de marzo de 1980, la activista y ceramista Nikki Craft
entró a la Sala de las Colecciones Especiales de la Biblioteca
de la Universidad de California en Santa Cruz, arrancó un
juego de reproducciones de fotografías y después las cubrió
con jarabe de chocolate Hershey's. En su declaración pública
afirmó que la incuestionable presencia de las fotografías en
una colección protegida, era un insulto y una amenaza a to­
das las mujeres.
Craft fue detenida, así como el fotógrafo profesional Bill
Reynolds, quien documentó el acontecimiento. Fueron acusa­
dos de conspiración, interrogados y liberados. Más tarde, el
oficial que los detuvo agregó su firma a la de muchos otros
que recomendaban a Craft para recibir el Premio del Rector
por "contribuciones significativas a la comprensión univer­
sitaria de los principios éticos".
La controversia se desató en esas pequeñas instalaciones
universitarias, algunas personas llegaron a calificar a Craft de
"censora" y de "fascista". En el periódico estudiantil, imprimie­
ron cartas que reflejaban el estado de ánimo muchos integran­
tes de la Facultad de Estudios Estéticos, estaban encolerizados
por la destrucción de "arte" y exigían un castigo para Craft.

Reimpreso de City on a Hill, 3 de abril de 1980, con permiso de City on the


H ill Press, Universidad de California en Santa Cruz.
Me entristeció profundamente que hubiera más revuelo por la
destrucción simbólica de un juego de impresiones de tres dólares
que por la muerte de Diane Stejfy en noviembre pasado; ella era
estudiante de nuestra universidad y fue silenciada para siempre.
Acepto que la censura es una amenaza mortal para el espíri­
tu humano —lo silencia—, destruye nuestro espíritu. Cuando
se lleva a la práctica la gente vive con miedo a expresarse. Pero
la violencia contra las mujeres es el silenciador final: destruye
las vidas de las mujeres. Nos hace temer, no sólo a expresarnos
sino a ser nosotras mismas. Y cuando la noche cae, llega como
una prisión.

— N ik k i Cr aft

Las fotografías formaban parte de un paquete del fotó­


grafo neoyorquino Les Krims, El increíble caso del las muertes
del Stack o'Wheat (publicadas en 1972). Cada uña de las im­
presiones en tono sepia mostraba a una mujer desnuda, ya
fuera por completo o de la cintura para abajo, yaciendo en
medio de lo que parecía ser su propia sangre; aparentemente
muerta, por lo general la mujer estaba amordazada y atada,
en ocasiones su cabeza aparecía cubierta con una bolsa o con
ropa; en algunas fotografías las mujeres presentan heridas
realistas de arma blanca. Siempre estaban arregladas de una
forma mundana y familiar, y cerca de ellas siempre hay una
pila de hotcakes.
Al curador Robert Sobieszec, cuya crítica acompañaba las
fotografías, le parecía que la serie era "humorística" y con
frecuencia las calificó de muertes firm adas; muertes en las que
las víctimas eran sometidas a una mutilación típica, o en las
que algún objeto, símbolo o mensaje ideosincrático quedaba
en la escena. Sobieszec escribió; "Claro, el epítome del humor
en serie reside en todo el jarabe de chocolate que se empleó a
manera de sangre".
El hecho de que en todas las fotografías las mujeres apa­
recen parcial o completamente desnudas y la tendencia del
fotógrafo de retratarlas con las piernas abiertas, nos llevan a
pensar intensamente en que cada una fue violada antes o
después de su muerte. En la escena de la cocina, hay una bo­
tella de Coca parada en medio de sus muslos, una clara alu­
sión a la horrible costumbre de violar con objetos (las botellas
de Coca, usadas así como armas, son las que más prefieren
los violadores de la vida real).
La policía y los ciudadanos conscientes están al tanto de
que la cantidad de violaciones en los Estados Unidos, aproxi­
madamente, es de una violación "exitosa" cada cuatro minu­
tos y medio. El abuso de niños y niñas sucede cada diez
minutos; ambos tipos de asalto están acompañados de algu­
nos grados de brutalidad extra, en particular mutilación y
muerte. Sin embargo, a Sobieszec no le pareció que la imagi­
nación de Krims evocara el terror y el tormento infligido a
cada momento a las mujeres y a los niños estadounidenses
por hombres igualmente estadounidenses.

Ningún documento de la policía contiene una serie seme­


jante de cadáveres tan exquisitos, con el meticuloso diseño de
las corrientes de sangre [...] esconde poco las armoniosas lí­
neas del cuerpo, sino que le da una nueva belleza, a pesar de
cierta exageración romántica.

— R o b e r t S o b ie s z e c

Este hombre encontró la imagen de una mujer violada y


descuartizada "exquisita", "armoniosa" inclusive "románti­
ca"; de verdad poseída de "una nueva belleza" en la desfigu­
ración y la muerte. Claro, él sabía que la sangre en realidad
era chocolate; él sabía que la modelo, que se dijo que era la
esposa de Krim, era la misma en todas las fotografías. Y, se­
guramente, también sabía, como cualquiera que haya leído el
folleto, que no había exageración, que esas escenas y otras
peores se escenifican a diario, por cierto no en escenarios "ar­
tísticos" en color sepia sino que con mucha frecuencia son
fotografiadas por sus perpetradores.
No hay exageración. Lo que hay es un entendimiento in­
sidioso y peligroso, una deshonestidad ilustrada. La Stack
o'Wheats, en esencia, es una mentira de las mujeres y de la
violencia.
Como dice Sobieszec, "las posturas nos hablan no tanto de
lucha como de rendición, seducción y sensualidad". Por el
momento dejemos a un lado la familiar y vil idea de que de
alguna forma las mujeres provocan la violencia que los hom­
bres descarga en ellas, y también la pesada cuestión de aqué­
llos para quienes la sensualidad se satisface con la mutilación
y la degradación del cuerpo y del espíritu femenino. La men­
tira más simple es la primera: no hay lucha.
No hay heridas en la exquisita piel rasurada de la mode­
lo, al parecer no eran suficientemente sensuales para los fi­
nes del artista. No hay ningún signo de que ella haya peleado,
como las mujeres saben hacerlo, por su dignidad y su vida.
Se le muestra como la víctima dócil, de todas las fantasías
feminicidas, que acepta obsequiosa su lugar de objeto, de blan­
co y de sacrificio para el odio masculino, que obedientemen­
te abniega de su humanidad y va sonriente a la carnicería.
Ella nunca existió, excepto en la imaginación misógina.
No tenemos medios para identificar a la víctima; las foto­
grafías están creadas de tal forma que nos impiden hacerlo.
Su cara está oscurecida por la mordaza o enteramente oculta;
es tan sólo un cuerpo femenino. No podemos ver sus ojos, a
través de los cuales podríamos ver a su violador, a su asesino
o a su fotógrafo omnipotente. No podemos ver su boca, con la
cual nos diría su agonía y su miedo, nos exigiría una respues­
ta. Como las víctimas de los campos de concentración, con sus
cabezas rasuradas y uniformados, por la fuerza ella está redu­
cida al anonimato, privada de su personalidad individual.
Además, podemos verla de arriba a abajo, desde el inme­
jorable punto de vista del asesino cuando contempla su obra.
La técnica del punto de vista se ha vuelto más o menos pre­
dominante en las cintas recientes de violencia contra las mu­
jeres, y arrastra al público a identificarse con el protagonista
masculino, invisible cuando viola y mata.
Por otra parte, aunque la obra de Krims destaca por su
inhumanidad y por su propensión a ofender, prevalece su
estética primaria que sencillamente es una exageración del
arte tradicional dominado por los machos. En esencia es una
estética política, su primicia inicial es la de la humanidad de los
hombres y la inhumanidad de las mujeres, es la estética de la su­
premacía del macho. En las tiendas de fotografía nos encon­
tramos libros de "cóm o" para aficionados: Fotografías de flores,
fotografías de paisajes, y por supuesto, fotografías de mujeres.
La imposición de una norma de belleza femenina hecha
por los hombres, que por tradición exige la imitación del niño
en forma y apariencia, disminuye doblemente la individuali­
dad de la modelo femenina anónima. Si todas las mujeres
fotografiadas por un artista son seleccionadas de acuerdo con
el mismo y estrecho criterio, se convierten cada vez más y
más en norma, en cosas estéticas que se colocarán en escena­
rios atractivos, inclusive en vidas.
Sin embargo, la norma de belleza, puesto que exige que
la mujer parezca lo que no es, necesita de la alteración de la
forma femenina, sus variaciones en el tiempo sólo han cam­
biado la forma y el grado de la alteración y no el hecho. La
mujer-como-el-mundo no sólo se convierte en parte del pai­
saje que se habrá de lucir, sino en materia prima para conver­
tirse en arte. Las prácticas de "embellecimiento" impuestas
por la norma arbitraria van desde los inconvenientes consu­
midores de tiempo (maquillarlas, depilarlas, rasurarlas) a los
daños menores a su salud (meterlas en corsetes, tacones al­
tos), hasta la agonizante mutilación (clitorisdectomía, atadas).
Pero todas estas prácticas tienen dos cosas en común. Una
es que todo se usa para convertir la "materia prima" del cuer­
po femenino natural en un objeto estético para el placer y la
aprobación (y ocasionalmente la compra) de un hombre o de
los hombres. Se pretende que las mujeres podrían soportar
estos dolorosos rituales por ellas mismas o entre ellas; el jui­
cio proviene del artista "masculino". El segundo punto co­
mún es que todo, en su tiempo específico, ha pasado de ser
un adorno opcional a convertirse en cosmético y necesario.
Al final, todo resulta necesario para reparar a la flácida y no
artística persona de las mujeres; el cuerpo y la personalidad
femeninos, adultos, normales y sin mutilar, son vistos por
los hombres como feos.

Hay que sufrir para ser bella.


V ie jo d ic h o f r a n c é s

Notamos que la persona referida en este dicho siempre es


femenina; ella se hace belle (bella) no beau (bello) por su sufri­
miento. La premisa es intrínseca a una cultura en la que la
belleza femenina es admirada sólo como la imposición del
artífice, en resumen como arte. La verdad es que cuando los
detalles de la presencia femenina que se contemplan, como
son la prueba de los inconvenientes y del dolor. Estamos a Un
paso muy corto de la premisa de que la evidencia del dolor es lo
que es hermoso en la mujer.
De hecho, ésta parece ser la interpretación de Sobieszec de
Stack o' Wheat: que la sangre, las heridas de cuchillos simula­
das, la ropa desgarrada, todas las pruebas de dolor y derrota,
son lo que hace a la modelo de Krim tan "exquisita". Quizá el
aspecto más importante de la obra de Krim/Sobieszec es que se
trata de la extensión lógica de una estética que elogia y per­
petúa la supremacía masculina; y que resulta fundamental
para la hostilidad con la que con frecuencia la artista femeni­
na es recibida por sus críticos y sus llamados colegas (hom­
bres); es central para las atrocidades que se cometen día a día
en la mujeres, y para las mentiras sobre esas atrocidades.

Les Krims tomó las partes despedazadas de la humanidad en­


tera, les vació jarabe de chocolate y las sirvió en un plato para
reforzar las concepciones previas de una sociedad violenta que
odia a las mujeres. Tomé las partes despedazadas de la obra de
Les Krim, les vacié jarabe de chocolate y las serví para conver­
tirlas en declaración artística para poner algunos asuntos de
interés vital en el foco de la atención, y para cambiar las cir­
cunstancias de las vidas de hombres y mujeres.

—Nikki Craft

Les Krim ofrecía una lata de jarabe de chocolate Hershey's


y harina de hotcakes a todo el que comprara el juego de foto­
grafías de Stack o'Wheat. Sóbieszék encontró aquí otra faceta
del "humor" de la obra. Quizá la oferta del "hágalo usted
mismo" fue lo que desencadenó el acto radical, aunque sim­
bólico, de Craft (simbólico porque tuvo que reemplazar con
dinero de su bolsillo un juego de fotografías a la biblioteca).
Todas las artes visuales comunican. El arte de Les Krim
comunica, en este caso, la adhesión al empleo de la mujer
como objeto estético y una insensibilidad y desprecio por el
temor y el dolor de las mujeres reales; además, cuando adop­
ta su odio violento como punto de vista artístico, comunica la
constante identificación con el violador/asesino.
El arte de Nikki Craft expone, en este caso, la rabia y el
dolor profundo —dolor profundo por miles de mujeres vio­
ladas y asesinadas que nunca volverán a vivir sin temor o que
sencillamente ya no vivirán; comunica rabia, porque nadie pue­
da producir y comercializar mentiras sobre esas mujeres y su
dolor, porque nadie pueda hacer mitos e identificarse deli­
beradamente con los asesinos y violadores, y llamar estéti­
co el trabajo del asesino. El arte de Craft trata de educar, de
educar a los hombres en las profundidades de la desespera­
ción de las mujeres y en su sed de libertad, de educar a las
mujeres en nuestro propio poder de artistas, de forjadoras
del mundo.
El arte de Les Krim le dice al público que las mujeres son
víctimas indefensas y débiles que se ven y que actúan como
fantasías pornográficas de la invención m asculina; que
morimos sin rostro y sin voz; que nuestros asesinos pueden
detenerse a juzgar nuestros cadáveres "armoniosos", a dejar
pistas ridiculas, y a salirse con la suya para matar y seguir
matando. El arte de Nikki Craft le dice al público, al lector y al
espectador que las mujeres no somos impotentes, que pode­
mos defendernos y que, la verdad, podemos acabar con los
productos de arte de la supremacía masculino, y con sus res­
tos hacer un ensayo de ira y coraje. Su mensaje es de fe: [dice]
que podemos hacer frente y derrotar a la violencia que en
todo momento amenaza con aplastamos.
Este dolor profundo, la rabia y la confirmación forman la
base de la estética feminista; un arte de las mujeres que no
imita el estilo de la supremacía masculina. Es la estética de la
lucha formada, en parte, por la hostilidad de la cultura que la
rodea.
El arte feminista reconoce y saluda la individualidad de
todas las mujeres; con gravedad y sátira describe la realidad
de la experiencia femenina y su diversidad. El arte feminista
saca de una ira constante y profunda, y de un amor constante
y profundo, el coraje para sostener la verdad de las vidas de
las mujeres.

Un asombroso flynt
Irene Moosen
El piso 38 de un edificio de 45 plantas del Century Park East
de Los Ángeles pertenece a Larry Flynt Publications, sede de
la revista Hustler. El Sol matutino brillaba cegador al reflejar­
se en esta sorprendente estructura, cuando se inició el tráfico
de la hora de almorzar.
De haber estado en su oficina Larry Flynt, el director de
Hustler, el lunes pasado hubiera podido asomarse a su venta­
na para ver la protesta y el reparto de volantes de The Preying
Mantis Women's Brigade. Si hubiera bajado por uno de los seis
elevadores que abren la entrada del edificio y hubiera salu-

Reimpreso de City on a Hill, 12 de marzo de 1981, con permiso de City on a


Hill Press, Universidad de California en Santa Cruz
dado a los tres guardias que mantienen una constante vigi­
lancia de los recintos de su empresa, hubiera recibido un car­
tel con su rostro. Se habría visto señalado por el SE BUSCA
debajo de su fotografía, "por incitar a la violación y a las muer­
tes violentas de mujeres y niños".
El grupo, que tiene su sede en Santa Cruz, viajó al sur el
primer día de labores después del Día Internacional de las
Mujeres, para hacer frente a la publicación de pornografía
violenta en Hustler y para analizar la Primera Enmienda. Las
doce mujeres y los dos hombres de apoyo que formaban el
grupo, sostenían pancartas y hablaban con la prensa que se
acercó a la manifestación de medio día.
La "Máquina Pom o" se estacionó en la acera, un monu­
mento conceptual dedicado a los poderosos millones que re­
presenta Hustler: un millón y medio en circulación y millones
de dólares de ingresos. La máquina es una caja negra con fo­
tografías de la rev ista de m ujeres desnudas que son
sexualmente brutalizadas, y con caricaturas que se burlan de
cosas como el Estrangulador de las Laderas y la violencia
doméstica. Esta caja es la base de un enorme falo dorado, con
una bandera estadounidense que ondea sobre la máquina.
A las doce dio inicio el teatro callejero con tres mujeres
que yacían debajo de la Máquina Porno, mientras que otras
leían diálogos a la multitud.
Los manifestantes analizaron la censura y si la pornogra­
fía violenta alimenta los actos que describe, como el grupo
cree. La sátira terminó cuando varias mujeres rasgaron ejem­
plares de Hustler, rompieron huevos en ellos y los bañaron
con jarabe de chocolate. El grupo convocó a la gente a des­
truir Hustler en los puestos de periódicos y a presionar a los
vendedores para que dejaran de distribuir la revista. Nikki
Craft, una de las organizadoras de la protesta, declaró: "Hustler
ha destruido mujeres durante mucho tiempo, ahora es tiem­
po de que las mujeres destruyamos a Hustler".
La manifestación obtuvo una respuesta renuente de Flynt
Publications. Le entregó un comunicado a la prensa en el que
se reconocía el derecho que la Primera Enmienda le concedía
a Preying Mantis y, a cambio, le pedía al grupo que respetara
el derecho que la misma enmienda le concedía a Hustler.
La respuesta más intensa y quizá la más sincera la ofreció
Althea Leasure, la joven esposa de Larry Flynt, que arrojó un
ejemplar del último número de Hustler a Ann Simonton, una
manifestante, y le recalcó: "Lee esto, quizá se te pegue algo".
Jess Grant, uno de los hombres que apoyaban a Preying
Mantis, explicó: "N o estamos pidiendo, de ninguna forma, la
censura. Si quisiéramos una ley estaríamos en Sacramento.
Queremos que los individuos vean y puedan comunicar su
ira y su malestar en la forma que les sea posible".
"Estamos convocando al sentido de la responsabilidad
empresarial", dijo Nikki Craft. "Los fabricantes de drogas far­
macéuticas y de automóviles tienen que probar que sus pro­
ductos son seguros para el mercado antes de salir a la venta;
le pedimos a Larry Flynt que sus publicaciones no conduzcan
a actos de violencia".

Acción en contra de Hustler


Brigada de Mujeres Preying Mantis
Por ese entonces, Preying Mantis Women's Brigade y sus acti­
vistas simpatizantes hicieron suya la responsabilidad de des-

Volante distribuido en la primavera de 1980. Con permiso de Nikki Craft.


truir 550 revistas Hustler en los quioscos de Santa Cruz. Hom­
bres y mujeres trabajaron individualmente y en grupos como
conductores, oradores y destructores. Emplearon algunas téc­
nicas como derramar botellas de tinta china, Verathane, aceite
de motores y pasta de dientes; muchos ejemplares tenían las
portadas volteadas hacia el centro; en muchas ocasiones se
derramó "accidentalmente" café y Coca Cola sobre las revis­
tas. También fue estéticamente apropiada la pintura roja.
Esas revistas fueron destruidas en memoria de Cindy Lee
Hudspeed, de 20 años, víctima del Estrangulador de las Lade­
ras, Kenneth Bianchi. Se les destruyó en represalia por la "bro­
ma" de Hustler que engrandecía al criminal. Hustler se refirió
al asesinato de Cindy como "su último logro". Después agre­
gó: "Las tienes que tratar muy mal. Luego de matar a un par
de pimpollos al Estrangulador de las Laderas le gusta regre­
sar a casa y relajarse con una cerveza".
Hustler, Bianchi y otros asesinos múltiples de mujeres tra­
bajan en colusión. La capacidad de la prensa para moldear la
conciencia de las masas y su efecto sobre la conducta, hace
que la comunicación entre la pornografía violenta y los asesi­
natos sexuales de mujeres sea innegable. Las noticias de la pren­
sa documentan la violencia que a diario y por norma se sigue
contra las mujeres. Tenemos que restringir nuestras vidas cuan­
do el sol se pone, y en nuestra comunidad se nos advierte que
no caminemos por parques públicos a plena luz del día.
Hablemos ahora de la libertad y de los Derechos de la
Primera Enmienda. Larry Flynt sostiene su derecho a abusar
y degradar a las mujeres. El les arranca la ropa, las ata y las
mutila para diversión y entretenimiento para su público
masculino. Refuerza el odio y el dolor social contra las muje­
res. La medida de sus ganancias es el dolor que ellas pagan
con su dignidad y con sus vidas.
Respaldamos la Primera Enmienda. No queremos censu­
ra gubernamental. Exigimos sentido de responsabilidad em­
presarial. El producto de Flynt incita a la violación de mujeres
y niños. Toda publicación que difunde la idea de que las
mujeres no son más que objetos para la mutilación sádica, no
puede esperar no ser blanco de la respuesta indignada de
hombres y mujeres que tienen mas conciencia.
Sabemos que hombres y mujeres en todo el país se unirán
a nosotras en la destrucción sistemática de Hustler, ya sea en
actos individuales o de grupos de desobediencia civil. Los
propietarios de tiendas y distribuidores no tendrán pérdidas,
pues todos los ejemplares que no se vendan se regresarán al
Flynt Publications con el mensaje de que estamos hasta la co­
ronilla de su violencia.
El llamado a la violencia de Flynt se ha dirigido contra
seres humanos; nuestro llamado a la destrucción se dirige
contra la posesividad y los objetos que buscan destruir nues­
tros cuerpos y nuestras vidas. En cuanto Larry Flynt exprese
su preocupación por nuestra seguridad como seres huma­
nos, nosotras nos preocuparemos por la seguridad de su
publicación.
Reconocemos la importancia de educar y estimular a la
gente para escribir o llamar a las tiendas que venden Hustler,
y solicitarles, con el respeto debido, que retiren esa publica­
ción de sus anaqueles. Estamos reuniendo una lista de esta­
blecimientos que almacenan Hustler, ya la vamos a publicar.
Ya están planeados los boicots para esos establecimientos.
Agradeceremos toda notificación de cualquier tienda de su
localidad que distribuya esta revista, así como cualquier in­
formación sobre todas las medidas que se tomen en contra
de ella.
Colofón de Nikki Craft: Como consecuencia de estas me­
didas, y al momento de redactar este escrito (1981), sólo una
de las dieciocho tiendas en las que se hicieron manifestacio­
nes respondió llamando a la policía de Santa Cruz. Seis co­
merciantes dejaron de vender la revista en sus tiendas, cuatro
más están pensando hacerlo. Preying Mantis Women's Brigade
planea realizar nuevos boicots contra toda tienda que pre­
tenda levantar cargos contra nuestras actos de guerrilla. Las
mujeres de la brigada han sido fotografiadas en algunos de
nuestros actos por supuestos estudiantes de fotografía. Ellas
piden la destrucción nacional y sistemática de Hustler en los
quioscos, con la esperanza de que si hay una respuesta sufi­
ciente de la comunidad contra la pornografía violenta, los
vendedores de revistas tendrán una sobrada presión para
hacerlos retirar esa revista de sus anaqueles.

La campaña para arrasar con el Penthouse


MeUssa Farley

El ejemplar de diciembre de 1984 de Penthouse, además de


proseguir con la publicación de imágenes que enseñan a los
hombres a erotizar mujeres muertas y golpeadas, hizo otra
cosa: dio inicio a mi colaboración con Nikki Craft, relación que
evolucionó en una serie de dos años de actos políticos y eco­
nómicos contra la pornografía, el feminicidio y el Penthouse
en particular.
Nikki Craft, una feminista radical con más de diez años de
activismo cuando la conocí, recién presentó sus diapositivas
contra la pornografía en varios lugares de los estados del cen-
tro-norte de los Estados Unidos. Sus transparencias eran una
combinación de pornografía y de su propia respuesta vigoro­
samente creadora a la violencia contra las mujeres.
En 1984 participé en un taller colectivo de psicoterapia fe­
minista, Hern, en Iowa City. Para ese entonces había trabajado
varios años con sobrevivientes de incesto y ataques sexuales.
Con cierta regularidad escuché los relatos de las mujeres sobre
la función de la pornografía en los ataques que sufrieron. La
psicoterapia proporciona soluciones a nivel individual. Des­
cubrí que las mujeres pueden salir fortalecidas de esas expe­
riencias, en especial si participan en grupos con otras
sobrevivientes. Sin embargo, en mi calidad de terapeuta había
llegado a un grado en el que necesitaba hacer algo, fuera de mi
consultorio, que atacara alguna de las causas fundamentales
de esos actos violentos contra las mujeres. El activismo femi­
nista perfectamente articulado por Nikki Craft me atrajo.
El número de diciembre de 1984 de Penthouse contenía
nueve imágenes de mujeres asiáticas atadas con cuerdas grue­
sas que cortaban sus tobillos, sus muñecas, sus labios y sus
nalgas. Dos de las imágenes eran de mujeres amarradas que
colgaban de árboles, con la cabeza caída hacia adelante, evi­
dentemente estaban muertas. Otra mujer estaba enmascara­
da, atada y tirada sobre el suelo, obviamente también muerta.
En otra fotografía de ese mismo número, una adolescente es
mostrada a la cámara/pornográfica/consumidora/misógina,
por otra mujer mayor. La jovencita está atada firmemente con
sogas gruesas que rodean su cuello, su torso, y se introducen
en sus labios que dolorosamente se cortan. No tiene vello
púbico, así que debe ser muy joven, esto permite que el es­
pectador vea con precisión como la cuerda pasa rígidamente
por sus genitales; sus manos parecen estar atadas a su espal­
da. La mujer mayor, que colabora con el camarógrafo, sólo
tiene una sábana que la cubre, y con sus manos en los hom­
bros de la joven que se resiste, parece empujarla hacia el es­
pectador. Ambas mujeres tienen los ojos cerrados y sus cabe­
zas ligeramente inclinadas, en deferencia/sacrificio.
Dos de las imágenes son de mujeres que fueron atadas y
arrojadas a riscos, y se ven sin fuerza y muertas. El fotógrafo
retrató mujeres que yacen sobre sus estómagos, con sus
genitales a la vista de la cámara, en una posición como la que
emplearía un violador para atar a una mujer inconsciente o a
una mujer que se resiste a ser violada. Sólo en una fotografía
vemos a una de ellas con la vista puesta en la cámara, una
mujer que ve su propia muerte, de pie en un risco con su cara
pintada de blanco, con una cuerda en torno a su cuello y a su
pecho. En todas esas imágenes asesinas se prodigan senten­
cias haíku "dizque artísticas" que destilan dominación y sub­
ordinación.
Nuestra respuesta a este número de Penthouse marcó el
inicio de lo que llamamos la Campaña nacional para arrasar
con Penthouse. Nuestra primera estrategia fue la desobedien­
cia civil, que luego se extendió al teatro guerrilla, boicot al
consumo y el enfrentamiento con la empresa. Nuestra meta
con todos esos actos era educar al público sobre la peligrosi­
dad de la pornografía, sobre la forma en la que la pornografía
promueve la violencia epidémica contra mujeres y niños, y la
urgente necesidad de una respuesta individual y colectiva a
estos problemas.
En dos años Nikki fue detenida diecisiete veces y yo trece,
en nueve estados diferentes. Viajamos a muchos lugares, y
en todos invitamos a las feministas a que se nos unieran en la
desobediencia civil. Cuando contamos a todos los que fueron
detenidos junto con nosotras en diferentes ocasiones, resul­
taron ser más de cien personas durante los años de la Cam­
paña para arrasar con Penthouse.
Quiero relatarles algunos de los detalles de nuestro mo­
desto modus operandi. A lo largo de dos años, esencialmente
fue una organización de dos mujeres, y no hubiéramos podi­
do haber llevado a cabo la Campaña sin la intensa colabora­
ción de activistas feministas de lugares de todos los Estados
Unidos. Nos apoyaron para organizar los actos y nos ayuda­
ron con conocidos en la prensa, y a hacer pintas; también fue­
ron detenidas y enviadas a prisión junto con nosotras.
Tuvimos el apoyo y las buenas ideas de amigos cercanos, pero
trabajamos con un presupuesto muy estrecho. En dos años,
mis ingresos se redujeron a una tercera parte porque estaba
dedicando mucho tiempo a la Campaña, y pague de mi pro­
pia bolsa el transporte, las fotocopias y los envíos por correo.
Nikki gastó todavía más, al grado de que con frecuencia ter­
minaba endeudada por los gastos de la Campaña. Recibimos
alguna ayuda financiera, pero básicamente esos dos años de
activismo fueron alimentados por nuestra furia por la vio­
lencia contra las mujeres.
Después de comunicarnos con los grupos feministas lo­
cales para invitarlos a participar en nuestros actos, la confe­
rencia anti-pornografíá con las transparencias de Nikki fue el
vehículo organizador que inspiraba a hombres y mujeres a
unírsenos al día siguiente. Por ejemplo, en diciembre de 1984
cinco de nosotras quemamos una efigie del director y propie­
tario de Penthouse, Bob Guccione, frente a una librería de
Madison, Wisconsin, que vendía dicha revista. Dimos una bre­
ve conferencia de prensa, luego entramos al establecimiento;
todas tomamos una ejemplar de Penthouse (¡sin pagarla, claro
está!) y la rompimos en pedazos en represalia simbólica por
la distribución de imágenes que erotizaban los asesinatos de
mujeres. Siempre informamos por adelantado a la policía y a
la prensa, y en esa ocasión fuimos detenidas dos veces en un
día por esos actos. En la mayoría de los lugares fuimos detu­
vieron en prisión preventiva antes de que nos liberaran al
reconocer nuestra culpa, así que no podíamos continuar con
nuestros actos sino hasta el día siguiente. En los dos años,
una sola vez tuvimos que depositar una fianza.
Realizamos nuestros actos de desobediencia civil casi de
forma ceremonial. Con frecuencia alguna sobreviviente de
violación o incesto hablaba públicamente de nuestras expe­
riencias al hacer pedazos a la pornografía. Poco después de
que comenzamos la Campaña para arrasar con Penthouse, un
hombre de Carolina del Norte fue acusado del secuestro, la
violación y el asesinato de una niña de ocho años, Jean Kar-
Har Fezuel. En febrero de 1985, dos meses después de la apari­
ción, en el Penthouse de diciembre, de las imágenes de mujeres
asiáticas colgadas. Esta niña china huérfana, en vías de ser
adoptada, fue encontrada asesinada, violada y con cuerdas
en torno a su cuello y atada a un árbol. Lamentamos su trági­
ca muerte y le dedicamos varios de nuestros actos.
Por lo general, las mujeres sólo destruían un ejemplar de
Penthouse en cada manifestación, para mantener nuestra filo­
sofía de que la meta de nuestros actos no era la censura sino
la educación. Después de cada acto, tenía lugar una ráfaga de
difusión en la prensa en la que los periodistas forcejeaban
con los temas que sosteníamos para el debate público, con un
éxito de amplitud que podía variar. Distribuimos un volante
que describía nuestro pensamiento sobre la sexualidad y la
censura, así como acerca de la pornografía.
Nuestra meta, en primer lugar, fue promover el pensa­
miento de la gente sobre el daño causado a las mujeres por la
pornografía. Nuestro segundo objetivo era hacer frente a la
industria de la pornografía, que para 1985 acumulaba anual­
mente 8, 000 millones de dólares, y presionarla para que asu­
miera alguna responsabilidad por el daño que hacía a las
mujeres. Señalábamos que nuestro método era educativo,
extralegal y de desobediencia civil; no obstante que ésta se
había empleado mucho en el movimiento por los derechos
civiles de los negros y en el movimiento contra la guerra, era
extraordinariamente sorprendente que aún no se hubiera
empleado en el movimiento feminista de los Estados Unidos,
desde que las mujeres ganaron el derecho al voto. Una de las
estrategias más importantes de las sufragistas era entrar ile­
galmente a las casillas de votación.
Había quien se quejaba de nuestra "destrucción de la pro­
piedad", es decir, el ejemplar de Penthouse que rompíamos en
cada uno de nuestros actos. Nuestra respuesta fue que, dado
que veíamos a la pornografía como un "peligro obvio y pre­
sente" para las vidas de las mujeres, nos sentíamos justificadas
para emprender determinadas empresas extremas y hacer pú­
blico ese peligro. Además, destacamos que la pornografía mis­
ma tiene más protección legal como "expresión", que la que
tienen las mujeres reales que aparecen en ésta y que se le qui­
ta importancia a las injurias que sufren. Queríamos que la
gente viera de qué manera la pornografía atenta contra la su­
pervivencia de las mujeres.
Hubo una excepción en nuestra conducta de romper sólo
un ejemplar de Penthouse en nuestras manifestaciones. En una
librería de Waterloo, Iowa, un empleado llamó al propietario y
le informó que estábam os destruyendo un ejemplar de
Penthouse. El dueño le respondió que nos dejara hacer lo que
quisiéramos porque éramos "unas jóvenes encantadoras y
bien intencionadas". En esa ocasión nos pusimos a romper
ejemplares de Penthouse y de Hustler, con la venia del propie­
tario, hasta que la pornografía nos llegaba a la rodilla.
También recalcábamos que estábamos a favor de la acti­
vidad sexual, del desnudo y de la sensualidad. En el auge de
la Campaña, Citizensfor D ecena/ Through Law, un grupo dere­
chista cristiano, comenzó su propia campaña contra la por­
nografía, con las banderas del "m aterial explícitamente
sexual", relaciones extra conyugales, homosexualidad, edu­
cación sexual y aborto. Nikki llamó a nuestra nuevo organis­
mo Citizens fo r M edia Responsability without Law, un préstamo
del nombre del otro grupo. En un día crudamente frío de enero
de 1985, ambos grupos hicieron manifestaciones en unas sie­
te u once tiendas de Cedar Rapids, Iowa. Nosotras llevábamos
carteles en los que expresábamos nuestra oposición tanto a
la represión sexual de la vida de la gente como a la porno­
grafía violenta. Sacamos nuestra lista de todos los actos
sexuales que nos podíamos imaginar, y dijimos que los apro­
bábamos.
Años después, las organizaciones liberales a favor de la
pornografía y gran parte de la prensa, todavía nos asignan
simplistamente un lugar al lado de los fundamentalistas de­
rechistas enemigos de la pornografía. Hay mujeres que me
han dicho que temen ser condenadas al ostracismo por las
feministas liberales que las acusarían de mojigatería y de "anti­
sexistas" si se opusieran a la pornografía. El movimiento en
contra de la pornografía entre las feministas comprende una
variedad de puntos de vista que van desde los acercamientos
legales como las propuestas de legislación de Andrea Dworkin
y Catharine MacKinnon, hasta la desobediencia civil y las san­
ciones económicas. Las feministas sobrevivientes del incesto
han empezado a ver cómo el abuso que sufrieron se repite en
el sexo sadomasoquista. Esas mujeres no son "anti-sexistas".
Son "anti" el abuso y el sexo que lastima. Me quedé anonada­
da cuando escuché a una mujer que me decía que "se estaba
recuperando del sadomasoquismo".
Descubrimos que en m uchos lugares com o Lincoln,
Nebraska; low a City, lowa; Santa Cruz, California; Minneapolis,
Minnesota; y Madison, Wisconsin mujeres y hombres estaban
listos para participar en la desobediencia civil contra el
feminicidio. Queríamos que mucha gente participara en las
manifestaciones contra las imágenes de Penthouse promotoras
del feminicidio, y para exigir el sentido de la responsabilidad
al imperio Penthouse de Guccione. La campaña se amplió, in­
clusive hasta llegar al boicot económico junto con la desobe­
diencia civil. Revisamos diferentes números de Penthouse para

Manifestantes feministas destruyen pornografía, al tiempo que recalcan que


no se oponen al desnudo ni a la sexualidad. Fotografía de Jeff Myers publicada
en Press Citizen, lowa City, Indiana, 21 de diciembre de 1984.
ver la propaganda que había en ellos, es decir, que empresas
le daban el respaldo económico para diseminar imágenes
feminicidas. Podríamos haber escogido a muchas, pero nos
conformamos con cinco corporaciones que tenían cierta ima­
gen pública benigna y que creíamos que no les agradaría que
uniéram os sus nom bres a las im ágenes de P en th ou se:
Panasonic, Canon, Cassio, Sanyo y Magnavox. También nos sen­
tíamos atraídas por algunas de esas empresas porque eran
corporaciones asiáticas que estaban patrocinando imágenes
que promovían el amordazamiento y la sujeción de mujeres
asiáticas. Antes nos habíamos concentrado en los distribui­
dores locales de pornografía, pero ahora nos concentrábamos
en una cadena de librerías, B. Dalton's, que vendía Penthouse,
así como M eredith Corporation, la compañía que imprime
Penthouse, que se ubica en Des Moines, lowa. Muy pronto la
National Organization o f Women, con sus capítulos estatales de
Wisconsin, Texas y Carolina del Norte respaldó nuestro boi­
cot. En agosto de 1985 recibimos la noticia de que Magnavox
había decidido dejar de anunciarse en Penthouse. Considera­
mos que era una victoria de primera importancia para la Cam­
paña. La empresa Advertising Age, a finales de 1985, dio a
conocer que la propaganda de las empresas en Penthouse ha­
bía disminuido el veinticinco por ciento por ciento con res­
pecto al ejercicio del año anterior. Estábamos jubilosas por la
reducción del ingreso por publicidad en Penthouse, pero no
podíamos dejar de considerar que parte de esa disminución
pudo deberse a la presión de los grupos derechistas.
Con el paso del tiempo, fueron apareciendo mujeres que
nos dieron sus relatos personales de asesinatos de mujeres
por entretenimiento sexual masculino. En el Día Internacio­
nal de la Mujer, en marzo de 1985, M argaret Zack, de Santa
Cruz, participó en la Campaña con la destrucción de un ejem-
piar de Penthouse. Antes de su detención habló a las feminis­
tas y a los periodistas de entregar su vida para poner fin a la
violencia contra las mujeres. La hermana de M argaret Zack
había sido violada y aporreada, luego de haber sido plagiada
cuando se encontraba en su auto.
Otro paso de nuestra Campaña fue la creación de Minors
against Violent Pomografy. Este grupo de seis niños entre los
diez y los trece años de Iowa City (entre ellos se encontraba
mi hija Darca Morgan), organizó su propio boicot a las tien­
das locales que vendían Penthouse. También se involucraron
en, por lo menos, una acto de desobediencia civil sin la pre­
sencia de adultos. Los niños hicieron varias declaraciones
públicas sobre educación sexual, y analizaron sus propias
reacciones de temor y disgusto ante la pornografía violenta.
Un niño habló de su temor cuando vio a un amigo de su pa­
dre entretenido con pornografía; otro comentó su preocupa­
ción resp ecto de un am igo que había sido abusado
sexualmente; uno de 13 años dijo: "Creemos que Penthouse es
el libro equivocado para enseñar acerca del sexo".
En 1985, Guccione continuó con la difusión de fotografías
para promover la muerte de mujeres, imágenes que unen la
sexualidad masculina con el ataque violento a mujeres. Una
obra de ficción del número de enero de Penthouse incluyó el
siguiente pasaje: "Pon a una mujer ante una pistola y podrás
ver como reacciona, algunas veces llora, otras no y quieren
tener relaciones sexuales contigo". En mayo del mismo año,
en la página central imprimieron la fotografía de una mujer
arrodillada e insinuante ante la cám ara/ consum idora/ asesi­
na, mientras leía un periódico con el titular "Mujer encontra­
da estrangulada". Sabemos que cuando el hombre se masturba
con esas imágenes, su sexualidad se entrena para la violen­
cia, inclusive para el asesinato de mujeres. En marzo de 1985
Penthouse publicó un artículo sobre la tortura de mujeres lati­
noamericanas. Aunque con una retórica liberal anti-contra, la
verdad el artículo era un manual doméstico de cómo torturar.
Por ese tiempo seguimos con una etiqueta adhesiva que
empezamos a vender a entidades feministas. Decía: "Manual
de violación". Una vez que se quitaba la tira protectora se
pegaba por completo al papel. Esas etiquetas se emplearon
para sellar revistas Penthouse, de manera que para ver el inte­
rior había que romper la cubierta.
A finales del otoño de 1985 decidimos concentrar nues­
tros esfu erzos en el im p resor de P en th ou se, M ered ith
C orporation, quien orgullosamentfe en su informe anual
enlistaba todas sus publicaciones, por ejemplo, Better Homes
and Gardens, Metropolitan Home, Sail, Seventeen y Successful,
menos Penthouse. En respuesta a nuestra demanda de que
dejara de imprimir Penthouse, uno de sus encargados de rela­
ciones públicas, para demostrar un grado de sentido de res­
ponsabilidad social, nos escribió: "N inguna corporación
puede atribuirse el título de conciencia de la sociedad". Des­
pués procedió a defender mojigatamente a la Primera Enmien­
da. N ikki diseñó un brillante folleto sobre la relación
Meredith-Penthouse, con leyendas bajo las fotos de la revista
como ésta: "L a gente podría creer que los impresores de
Penthouse son unos parias pero no, en realidad somos unos
prósperos empresarios blancos, y también, personas. Entre­
gamos miles de esos folletos a los habitantes de Des Moines,
Iowa. Entre algunas mujeres compraron una acción para ase­
gurarnos el ingreso a la reunión anual de accionistas de
Meredith, en la que planeábamos confrontar a los accionistas
con las fuentes de sus ingresos.
Formamos un organismo llamado Meredith Stockholders
against Penthouse, el cual exigía que Meredith se separara del
contrato de impresor que tenía con Penthouse. Meredith no nos
permitió entregar la propaganda ni hablar, pero ya adentro
nos quitamos los abrigos para dejar ver las fotografías de
Penthouse de mujeres asiáticas colgadas o muertas que había­
mos planchado en nuestras blusas.
A lo largo de la Campaña contra Penthouse, Nikki y yo
escribimos artículos, hablamos con la prensa, recolectamos
dinero, dimos conferencias y ofrecimos testimonios legales
sobre los efectos violentos de la pornografía en las actitudes
y el comportamiento de los hombres y, en consecuencia, el
peligro para las mujeres y los niños. El tiempo que pasé en la
cárcel y batallando con el sistema legal no fue particularmen­
te placentero, al grado de que cada vez que se aproximaba un
policía me llenaba de angustia. Sin duda, ése fue el problema
de la Campaña que, junto con la revisión constante de porno­
grafía, más me tensaba. Comencé a preguntarme qué habían
sentido las mujeres de la fotografías y qué les había sucedi­
do. La pornografía ejercía en mí un efecto depresivo, desmo­
ralizador y en ocasiones sexualmente represivo. Me sentía
aprisionada en ella. Por otra parte, revisar pornografía antes
de cometer un acto de desobediencia civil, era como una in­
yección a mi coraje para actuar. La constante amenaza de vio­
lencia que la pornografía representa para las mujeres de esta
cultura, se volvió para mí, y aún es así, algo imposible de
ignorar aunque fuera por un momento.
La sentencia en enero de 1990 de Dwaine Tinsley, creador
de la caricatura " Chester the M oleste/', por un total de cinco
niños abusados, le dio valor a la relación que vimos entre la
pornografía y el ataque sexual. Tinsley decía a sus colabora­
dores: "No puedes escribir, todo el tiempo, esta porquería si
no la sientes".
Penthouse amplió su repertorio misógino con artículos que
tratan el incesto (diciembre de 1989). Con el pretexto de la
preocupación por "Inocentes destrozados", este artículo descri­
be gráficamente los ataques sexuales a niños de manera tal
que es un llamado a los pedófilos; erotiza la violencia sexual
contra los niños y se lee igual que la pornografía: "Qué terror
debe haber sentido Adam mientras crecía con el entusiasmo
de la excitación sexual mucho antes de que la naturaleza lo
indujera, mezclado con una alteración que se debe haber agre­
gado a su culpa por saber que su abuelo hacía algo que esta­
ba prohibido desde tiempo inm em orial". El artículo de
Penthouse me parece una pieza de propaganda cuidadosamen­
te planeada dirigida a mistificar las verdaderas causas del
abuso sexual a mujeres y niños. Para Penthouse el incesto es el
resultado de individuos "egoístas, acabados, disturbados
emocionalmente o lascivos". Por supuesto que una vez san­
cionada la violencia, la objetificación, el sexismo y la misogi­
nia no se mencionan como factores causales. Con mucho
cuidado, Penthouse sugiere a los lectores que es mucho más
importante consignar el ataque sexual a los niños que la agre­
sión sexual, la explotación o el asesinato de "mujeres mayo­
res". De nueva cuenta esto es propaganda mañosa para
dividir.
Hay mucho trabajo por hacer. Después de la Campaña
para arrasar con el Penthouse, he descansado por algunos años.
¿Hay alguien que esté listo para realizar alguna acción?
¿Qué podemos hacer con el
feminicidio?
Una propuesta
Anonywomen

L a s canadienses declararon el 6 de diciembre el "Día de due­


lo por las mujeres". Propongo que, siguiendo esa idea, en los
Estados Unidos ese día nosotras realicemos manifestaciones
para hacer público nuestro dolor y nuestra rabia por las vícti­
mas del feminicidio. Propongo que nuestras protestas inclu­
yan documentación fotográfica de los horrores sufridos por
las víctimas del feminicidio, y que dichos documentos se to­
men directamente de los comerciales gore y sexualizados que
encontramos en revistas, álbumes de discos, películas, cintas
de video, juegos de computadora y carteles. Y propongo que, en
cada manifestación, testifiquemos los ultrajes soportados por
todas las mujeres sacrificadas este año por el odio misógino.

Feux de Joie
Después de testificar, quien lo desee puede quemar la litera­
tura de odio que haya llevado, como una expresión de nues-

Agradecemos enormemente la edición que hizo Candida Ellis de esta


propuesta.
tra esperanza de que los crímenes contra nosotras desaparez­
can de la Tierra. Imaginemos encender un fuego, ¡uno que
nosotras dominemos! En honor de nuestras hermanas cana­
dienses llamemos a esas manifestaciones in memoriam Feux
de Joie, o Fuegos de Alegría.
Esas manifestaciones anuales impulsarán el interés de las
mujeres por llevar la atención pública al feminicidio Lo que
es posible con la elevación de la conciencia de quienes que ya
no son proclives al asesinato de mujeres ni a las representa­
ciones del feminicidio que presenta la prensa. Es factible, con
denuncia de los productores de este tipo de "entretenimien­
to", y dándoles a las mujeres aisladas la clase de apoyo que
necesitan para oponerse a ver imágenes feminicidas y otras
propagandas misóginas. Para las que participemos, el 6 de
diciembre será un día en el que podremos reafirmar nuestro
compromiso con la dignidad de las mujeres y con la herman­
dad de las mujeres.
Que el 6 de diciembre de cada año las mujeres, de todas
partes, ocupen su lugar y hablen en los parques, en las escali­
natas de los edificios públicos y en los tribunales, ante sus
amigos, en sus comunidades y en sus iglesias. Contemos nues­
tras historias acerca de cómo el feminicidio ha llevado la vida
de nuestras hermanas a las cámaras de televisión y a los mi­
crófonos de la radio. O quizá por primera vez, algunas de
nosotras podamos sentarnos con un grupo de amigos nue­
vos y relatarles lo que nos sucedió (intentos de feminicidio),
y a los que conocemos tiempo atrás contarles esas dolorosas
historias que hemos guardado como nuestras por mucho tiem­
po. Cuando hayamos terminado de hablar, podremos mos­
trarles fotografías feminicidas de la revista Hustler o una cinta
de video com o “D riv e-in M a ssa c re" , (de M ágnum
Entertainment, Inc.) para tener presentes las ganancias que se
consiguen con la agonía de las mujeres. Lamentaremos en
público los brutales feminicidios de Kitty Genovese, Christina
Ricketts, A ndrea Faye, R ebecca W ight, las 48 víctimas del
Greenriver Killer, Renu Puri y M ary y Ruth Richards y Zeinab y
Palatina, y las estudiantes de ingeniería de Montreal, así como
los millones de otras víctimas que no olvidaremos. En su
memoria, y con el conocimiento de que estamos amenazadas
con la misma muerte que ellas sufrieron, continuaremos de­
nunciando la misoginia. Demostraremos cómo la misoginia
conduce al feminicidio. Y detendremos el feminicidio.
Resumen y conclusiones
¿De aquí, por dónde seguimos?
Jill Radford

U n o de los propósitos de esta antología ha sido nombrar el


feminicidio e identificarlo como una problemática urgente
para las feministas y otras personas preocupadas por la vio­
lencia contra las mujeres. Diana Russell y yo definimos el
feminicidio en el marco de las políticas sexuales con el fin de
llamar la atención hacia la violencia que subyace a la opre­
sión patriarcal y al mismo tiempo cuestionarla. Vemos esta
antología como parte inicial del trabajo que se requiere para
crear un clima político en el que la muerte de cualquier mu­
jer, como resultado de feminicidio, no pase desapercibida sino
como un evento que vale la pena comentar, que ocasione ra­
bia y protesta. Es, pues, parte del proyecto feminista de crear
un mundo donde la subordinación violenta de las mujeres a
los hombres deje de ser un hecho más de la vida. Imaginar un
mundo seguro para las mujeres, seguro de la violencia mascu­
lina, libre sexismo, racismo, clasismo y heteroxesismo, podía
verse como un sueño utópico en el década de 1990. Sin em­
bargo, el feminismo no puede perder de vista sus sueños, es­
peranzas e ideales. Sin ello nuestra acción política pierde
sentido y propósito. Dado que éste es uno de los primeros
escritos que abordan de manera específica el feminicidio,
quizá resulte prematuro llegar a conclusiones definitivas. En
lugar de ello me gustaría tocar algunos de sus temas centra­
les y ubicarlos en el análisis feminista.
Al reunir escritos sobre feminicidio en tres continentes y
a través de un periodo histórico amplio, hemos ilustrado cómo
lejos de significar incidentes de terrorismo sexual al azar y
aislados, el feminicidio es un fenómeno extenso. El feminicidio
le ha costado la vida a miles de mujeres. Si tantas muertes
hubieran sido ocasionadas por una enfermedad, por lo me­
nos ya se habría producido una enérgica protesta, a menos
de que fuera una enfermedad como la del SIDA, que en un
inicio afectó a quienes vivían en los márgenes de la sociedad
heterosexista. El feminicidio es un fenómeno al que los inte­
reses patriarcales se han esforzado en negar. En lugar de per­
mitir que se reconozca la existencia del feminicidio en toda
su extensión y que sea abordado como un asunto de preocu­
pación social y política, las poderosas instituciones de la so­
ciedad patriarcal, a saber, la legislación, el poder judicial, la
policía y los medios, se han negado a aceptar su existencia.
Una de las principales estrategias desarrolladas para os­
curecer el tema del feminicidio es la de la individualización.
Los incidentes de feminicidio se construyen como eventos
inusuales y aislados, y cuando se advierten patrones y co­
nexiones entre una serie de asesinatos, entonces se sostiene
que son el resultado de la acción aislada y enloquecida de un
psicópata y no una expresión recurrente de violencia sexual
masculina. Jane Caputi resalta un aspecto similar: "Ahora se
espera que entendamos el terrorismo contemporáneo hacia
las mujeres, no en términos políticos, sino como el comporta­
miento aberrante de misteriosos maniacos sexuales, mons­
truos sobrenaturales o en la jerga más aceptable, psicópatas y
sociópatas" (Caputi, 1987:109. El subrayado es de Caputi).
Quizá la estrategia más común para desviar la culpabili­
dad del asesino es culpar a la víctima o a otra mujer en la vida
del asesino, habitualmente su madre, a quien se le achaca su
psicopatología. La incapacidad de la madre para cubrir algu­
na de las necesidades pasadas del asesino se trae a colación
para explicar que ésa fue la razón que precipitó su acción
feminicida.
Las explicaciones que culpan a las mujeres se utilizan tanto
que ya se han convertido en parte del discurso dominante,
incluso expresadas en códigos legales. En la legislación in­
glesa, por ejemplo, la provocación ("ella me hizo hacerlo") es
una defensa aceptada a favor del asesino. La legislación, en
su incapacidad para tratar todas las formas de feminicidio
como un crimen violento, disimula el comportamiento de los
hombres y en ocasiones, utilizando el argumento de la pro­
vo cació n com o defensa, lo excu sa de form a efectiva
rehusándose a verlo con otros ojos que no sean los del "hom­
bre razonable" tan favorecidos en la jurisprudencia británica.
Cuando se culpa a la victima, el estilo de vida de la mujer
muerta, su comportamiento y personalidad quedan sujetos
al escrutinio público, tanto en los tribunales como en los me­
dios de comunicación. Con frecuencia, la reconstrucción que
el asesino hace de la vida de la mujer es la que se somete a
juicio. De esta forma no sólo se le arranca la vida a la mujer
sino también su identidad. El dolor ocasionado a sus familia­
res y amigos queda documentado a todo lo largo de este vo­
lumen. En el plano ideológico, se construye una imagen de la
mujer como alguien que merecía la muerte. A través de un
proceso recíproco entre individualización y culpabilidad de
la víctima, se enmascara la existencia del feminicidio y, de
esa forma, los hombres y la masculinidad quedan protegidos
y al mismo tiempo la responsabilidad queda desplazada ha­
cia las mujeres, a las que entonces se define como inadecua­
das o provocativas.
Otro tema de la antología es la incapacidad del Estado, a
través del cumplimiento de la ley y del sistema judicial, para
dar protección a las mujeres en contra del feminicidio. La for­
ma como la ley termina por defender a los hombres y reducir
su responsabilidad, simultáneamente niega la dignidad de la
mujer muerta y coloca a otras mujeres en un gran riesgo. Esta
incapacidad refleja la ausencia generalizada de protección
legal para las mujeres en situaciones de violencia doméstica,
en especial en Inglaterra. Fue apenas en febrero de 1990 que
el gobierno británico acordó reconsiderar la ilegalidad de la
violación en el matrimonio, lo que llevó a un cambio en la ley
en 1991.
La incapacidad de la policía para proteger a las mujeres
de la violencia masculina ha sido bien documentada por las
feministas. En relación con el feminicidio, muchas de las apor­
taciones a este volumen detallan la falta de cumplimiento de
la ley, lo que ha resultado en la muerte de las mujeres. Las
quejas toman diversas formas: incapacidad para reconocer
las muertes a causa de feminicidio, resultado de las acciones
de asesinatos en serie; ineptitud para dar prioridad a las in­
vestigaciones de la muerte provocada a las mujeres e incom­
petencia para responder a los llam ados de las mujeres
pidiendo ayuda cuando se trata de casos de violencia domés­
tica. A estas incapacidades subyacen la falta de valoración de
la vida de las mujeres y el reconocimiento de la amenaza que
la violencia sexual cierne sobre ellas. Paralelo a este despre­
cio por las mujeres está el problema del racismo en la policía.
Con frecuencia el racismo y la misoginia interactúan para
negar a las mujeres negras y pertenecientes a las minorías
étnicas la protección que necesitan de la policía. Las quejas
contra la negligencia de la policía son transculturales y vivi­
das desde hace mucho tiempo. No pueden ser desechadas
como resultado de extraños errores en las prácticas policiales
o de acciones aberrantes de policías individuales. Por el con­
trario, hay que ubicar la base estructural del problema y re­
pararlo.
El hecho de que los medios no representen el feminicidio
como un crimen serio, también ha sido documentado en esta
antología. Desde hace mucho, las feministas han sido críticas
del enfoque voyeurista con que los medios enfocan y presen­
tan la violencia contra las mujeres, así como de la reproduc­
ción que hacen de la ideología que culpabiliza a las mujeres.
El tratamiento que hacen del feminicidio no es una excep­
ción. El asesinato de una mujer a manos de un extraño en un
lugar público puede llegar a la primera plana y ser explota­
do, dadas sus posibilidades para vender diarios. Sin embar­
go, los casos de violencia doméstica, a menos que suceda algo
espectacular, quedan subsumidos en la categoría de "trage­
dia familiar" por lo que se les da menos atención. La forma
como se presenta el feminicidio en los programas de televi­
sión y la celebración de asesinos famosos com o Jack el
destripador, también son un testimonio de la incapacidad de
los medios para tratar con seriedad el problema. La explota­
ción del feminicidio como fantasía sexual en la pornografía
ocasiona problemas verdaderamente profundos. Como Dia­
na Russell sostiene, aunque la aniquilación de las mujeres no
se ha institucionalizado, en los medios la representación de
su aniquilación sí lo está.
El análisis feminista radical ubica a la violencia sexual
masculina como una forma de violencia que asegura las rela­
ciones de poder de género en el patriarcado. Liz Nelly y yo
sostenemos que: "la presencia de violencia sexual es una de
las características que definen a la sociedad patriarcal. La usan
los hombres y con frecuencia es condonada por el Estado
debido a una serie de propósitos específicos: para castigar a
las mujeres que se resisten al control masculino; para contro­
lar a las mujeres policías, haciéndolas que se comporten o
que no se comporten de determinadas formas; para reclamar
derechos sexuales y servicios emocionales y domésticos, y, a
través de todas ellas, mantener las relaciones de patriarcado,
dominio masculino y subordinación femenina" (Nelly y
Radford, 1987:138-239). En este análisis el feminicidio repre­
senta una forma extrema de violencia sexual. Como Diana
Russell señala, no es necesario argumentar que la conserva­
ción de la supremacía masculina es la meta real de los hom­
bres que cometen feminicidio; es suficiente observar que ésa
es una de las últimas consecuencias de estos crímenes. ¿Qué
hace la diferencia para las víctimas de feminicidio si se consi­
dera a sus asesinos como enfermos mentales? Ser enfermos
mentales no libera a los hombres de su misoginia o racismo,
por ello su "enfermedad" es irrelevante para sostener que sus
ataques feminicidas son actos misóginos que sirven para per­
petuar la misoginia. Dado que la violencia sexual y el
feminicidio son elementos centrales de las relaciones de po­
der patriarcal, el cuestionamiento a este tipo de violencia cons­
tituye un profundo desafío al patriarcado mismo. De esta
forma, trabajar contra el feminicidio es fundamentalmente
un trabajo político.
A la luz de avances recientes en el trabajo de la violencia
sexual en Estados Unidos, quiero sostener que es vital no
perder de vista la naturaleza política de la resistencia en con­
tra de ella. El Reino Unido está atestiguando una tendencia
por parte de la policía, las y los trabajadores sociales, los abo­
gados, consejeros profesionales y los terapeu tas para
involucrarse y hacer carrera en el trabajo necesario para en­
frentar la violencia sexual. Criticadas desde hace mucho tiem­
po por su incapacidad para responder a la violencia sexual,
estas profesiones han comenzado a avanzar hacia este cam­
po. Su respuesta a la violencia masculina se da en el ámbito
de los servicios, los cuales, habitualmente, se dan en un mar­
co político que define a las mujeres y a las niñas como vícti­
m as in defensas y resp on sab les de la v iolen cia que
experimentan en virtud de sus inadaptaciones. En consecuen­
cia se las ve como víctimas que requieren ayuda profesional
que les permita reubicarse en sus roles, pero tal y como los
describe el patriarcado. Esta tendencia ilustra el establecimien­
to de refugios no feministas para las mujeres que ha experi­
mentado violencia doméstica y en los cuales la terapia es una
condición para que ellas ingresen. Asimismo, puede verse en
el establecimiento de programas de apoyo para las víctimas,
en los cuales se alienta que los hombres apoyen a las mujeres
que han sido violadas, para asegurar que más adelante ellas
no rechacen los hombres y se facilite el rápido reajuste a sus
actividades heterosexuales; también ofrecen terapia familiar
para las sobrevivientes de abuso sexual infantil, pero trasla­
dan la responsabilidad del abuso a toda la familia y definen a
la madre y a la sobreviviente como coludidas en el abuso.
Mientras algunas feministas han exigido que el Estado
reconozca la violencia sexual masculina y actúe contra ella,
la respuesta dada con frecuencia compromete severamente
los valores feministas. El peligro estriba en la tendencia que
se presenta entre quienes aceptan los valores patriarcales que
tratan de forzar que los servicios de apoyo feminista se sepa­
ren de sus raíces políticas. Esta separación ha permitido que
la comunidad de salud mental se apropie de los servicios,
quizá con algún desprecio por el trabajo feminista. Pero la
base política se transforma en una que con facilidad puede
acomodarse en una práctica profesional en apariencia no
antifeminista. En este proceso, la posición política feminista
queda negada y reemplazada por un antifeminismo enraizado
en una ideología que en esencia culpa a la víctima. La desvia­
ción de esta respuesta impide que las activistas feministas
trabajen en el área, porque el Estado, habiendo desarrollado
servicios profesionales alternos, está eliminando fondos an­
tes destinados a financiar servicios feministas, como los cen­
tros para atender crisis producto de la violación y los refugios
para mujeres.
Debido a la naturaleza del feminicidio, en la que no hay
una víctima a la cual dar apoyo, el resultado de la atención es
diferente. Sin embargo, las posibilidades de una división si­
milar en este ámbito también existen. Es importante exigir
que se reconozca el problema del feminicidio y también es
fundamental que profesionales del ámbito de la salud mental,
del cumplimiento de la ley y del sistema judicial, estén pre­
venidos para apropiarse del problema y lo reubiquen en el
contexto de sus propios programas, aunque pueden estar im­
pregnados de antifeminismo, racismo y heterosexismo. Ésta
es la razón por la que es muy importante que se reconozca la
naturaleza política de la lucha contra el feminicidio.
El feminismo radical aquí delineado, no obstante, difiere
del feminismo radical del decenio de 1970. El feminismo ra­
dical actual percibe la violencia sexual masculina como la base
p ara asegu rar las relacion es de poder de género del
patriarcado, pero también reconoce las diferencias que exis­
ten entre las mujeres, en términos de su relación con las otras
estructuras de poder presentes en las sociedades patriarcales;
diferencias que estructuran tanto al feminicidio en sí como a
la respuesta que el Estado ofrece al mismo.
En las sociedades industrializadas occidentales las muje­
res están divididas por las relaciones de clase del capitalismo
tardío; el racismo del poscolonialismo; la sexualidad (que
considera obligatoria a la heterosexualidad, asegurando con
ella el control masculino de las mujeres en los ámbitos más
personales) y la discriminación por edad. En términos teóri­
cos, el feminismo radical contemporáneo admite la compleji­
dad de la interacción de estas estructuras y su impacto
específico en las mujeres. En términos de activismo, muchas
feministas han reconocido tanto el potencial como las limita­
ciones que estas situaciones políticas conllevan. Esto es, el
que una se identifique con su propio grupo puede ser tina
fuente importante de fortalecimiento y reafirmación, al mis­
mo tiempo tiene el potencial de crear divisionismo y repro­
ducir las formas de opresión de la sociedad, denominadas
clasismo, racismo, heterosexismo y discriminación por edad.
En respuesta, muchas activistas han comenzado a explorar la
posibilidad de crear alianzas en contra de la violencia sexual
y del feminicidio, alianzas que sobrepasen estas fronteras.
Los escritos de la parte 6 de este libro, "La lucha de las
mujeres contra el feminicidio", exploran los desafíos que en­
frentan las coaliciones y las alianzas que hacen las mujeres
que traen consigo antecedentes y prioridades políticas dife­
rentes. Si bien este tipo de trabajo tomará su tiempo —para
crear confianza, para trabajar de forma no excluyente, para
planear, incluso para cometer errores—, parece ser que tiene
un gran potencial para desafiar a la amenaza que implica una
concepción de feminicidio con un enfoque político parcial que
con facilidad se lo puedan apropiar los defensores del
patriarcado, llevándoselo al ámbito de sus propios proyectos.
Desde siempre las reformas del Estado han sido limita­
das, abordan problemas pero sólo hasta después de que una
campaña política forzó su estrada en la agenda. Una respues­
ta típica del Estado es reconocer un problema para contener
las protestas, y lo hace de tal forma que lo desactiva como
una amenaza real para los valores e intereses establecidos.
Esto quiere decir que cuando el Estado sea ve forzado a reco­
nocer el feminicidio como un problema, buscará redefinirlo
de forma tal que reduzca la amenaza al status quo patriarcal.
Esto requerirá una reformulación del problema que inevita­
blemente excluirá el análisis feminista. Es posible imaginar,
por ejemplo, un gobierno autoritario interpretando la preocu­
pación feminista sobre el feminicidio como un apoyo a sus
políticas de ley y orden.
Incluso si se reconoce algo de la naturaleza de género del
feminicidio y se adapta, ésta será una acción parcial. Por ello,
cualquier remedio también será parcial. Las protecciones exis­
tentes contra la violencia masculina —la legislación contra la
violación, por ejemplo — sólo cubren a las mujeres que han
sido definidas, de acuerdo con las normas patriarcales, como
"merecedoras", esto es, mujeres privilegiadas por su origen
de clase, grupo racial y relaciones heterosexuales. Si coloca­
m os en el prim er plano de nu estra acción política el
antirracismo, antiheterosexismo y anticlasismo, quizá podre­
mos resistir esos sesgos.
Mucho es lo que se puede aprender de la formación de
alianzas entre mujeres con diferentes posiciones en relación
con el patriarcado. Leyendo los escritos de las mujeres ne­
gras y desarrollando redes, he llegado a entender por qué el
tema racial y el racismo son inseparables de cualquier lucha
de la que forman parte. La selección de trabajos escritos por
mujeres negras y sobre mujeres negras para esta antología
demuestra que la lucha contra el feminicidio también debe
ser una lucha contra el racismo, sea que se trate del racismo
del feminicida, la policía, el sistema legal, los productores de
pornografía, o del racismo de las feministas blancas que par­
ticipan en la lucha. No resulta cómodo para las feministas
blancas vernos confrontadas con nuestro propio racismo. En
tanto que mujeres blancas tenemos ciertos privilegios a los
que estamos tan acostumbradas que nos es difícil verlos. Es
tan difícil identificar las formas en las que este racismo nos
impide realizar trabajo con las mujeres negras y las minorías
étnicas, como lo es el reconocer cuánto necesitamos aprender
y desaprender, Sin embargo, la otra opción, en mi experien­
cia, es la del resentimiento, la de los silencios confusos, la
parálisis política y el fracaso del feminismo.
De m anera sim ilar, es esencial reco n ocer la h ete­
rosexualidad como una fuerza tremenda en la sociedad, para
entender el impacto del feminicidio en las comunidades
lésbicas. Sin esa com prensión , cualq uier análisis del
fem inicidio es parcial, distorsionado e inadecuado. El
heterosexismo, como se documenta en esta antología, puede
m otivar y legitim ar los ataques fem inicidas contra las
lesbianas. Puede resultar en el feminicidio de lesbianas cono­
cidas o de las que se sospecha su lesbianismo, y en que estos
crímenes no sean tomados con seriedad por la policía, al tiem­
po que se admita el antilesbianismo como un elemento no
agravante del crimen en los tribunales. A partir de la eviden­
cia en el Reino Unido, las lesbianas que reportan violencia
son hostigadas y arrestadas por la policía. Por su parte, la
policía al investigar el caso de algún asesinato aprovecha
"para pescar" información sobre la comunidad lésbica; ésta
información no es relevante para la investigación que realiza
pero resulta útil para sus base de datos1.

1 Lesbian and Policing Project, Annual Report, lesp o p , Londres, 1998.


Otra forma en que el feminicidio afecta a la comunidad
lésbica es que puede llevar a negar las relaciones lésbicas. La
historia está llena de ejemplos de cómo las relaciones lésbicas
han sido negadas, de cómo las relaciones más significativas
de lesbianas que son muy conocidas y cuyas biografías mere­
cerían ser publicadas, son excluidas. La negación de la iden­
tidad lésbica de una mujer representa un insulto póstumo y
una gran falta de respeto por su vida; también lastima a algu­
nas de las personas más cercanas a la mujer muerta. Puede
que la persona allegada a la lesbiana se encuentre con que no
se reconoce su relación en los ritos del duelo, haciendo que la
pesadilla vaya por partida doble. El desarrollo de servicios
de apoyo para los deudos es una forma en que la comunidad
gay ha respondido a la crisis del SIDA. Un trabajo de apoyo
similar se requiere en el corto plazo para afrontar los casos de
feminicidio antilésbico. En su poema "Masacre de mujeres",
Pat Parker escribe:

no escogeré las flores apropiadas,


no festejaré su muerte y
no importará
si es Negra o blanca
si ama a las mujeres o a los hombres.

Éste es el espíritu que debemos abrazar si es que vamos a


combatir con éxito el feminicidio.
Podemos pensar que hay tantas formas de combatir el
feminicidio como mujeres que quieren comprometerse en la
lucha. Puede que hagamos campaña en nuestras comunida­
des, en nuestro lugar de trabajo, en torno a los centros de
gobierno, en los tribunales o en los medios de comunicación.
Podemos escribir cartas a los parlamentarios o legisladores y
a la prensa escrita; pueden hacerse comunicados a través de
poemas, novelas, obras de teatro, performances, de las artes
visuales, la música y la danza; podemos unirnos a las mani­
festaciones de protesta, en las marchas, en las vigilias o bajar
a rappel2. La historia de la lucha de las mujeres es testimonio
de nuestro poder de imaginación una vez que un tema es
nombrado.
Asimismo, hace falta realizar más investigación sobre los
feminicidios. Los conceptos feministas de investigación son
amplios; incluyen trabajos académicos, como lo ilustran al­
gunos de los incluidos en esta antología. También podemos
actuar creando redes en la ¿omunidad, leyendo todos los pe­
riódicos locales y revistas, y escuchando las historias de otras
mujeres. Un gran vacío que descubrimos al reunir este volu­
men, fue nuestro limitado conocimiento del impacto y la re­
sistencia ante el feminicidio en otras culturas que no fueran
las nuestras, de manera particular en el Tercer Mundo. Euro­
pa del Este es otra zona de la que carecemos de información.
Puede que no nos corresponda a nosotras, mujeres del Pri­
mer Mundo, contarles historias que les sean útiles a las muje­
res del Tercer Mundo, pero podemos hacernos accesibles a
ellas y ofrecerles apoyo en términos de acceso a nuestros re­
cursos. La resistencia mundial ante el feminicidio requiere
de una red internacional que incluya a las mujeres más ex­
cluidas.

2 "Rappel" hace referencia a una acción muy celebrada que realizaron


varias lesbianas en 1988, que se descolgaron y descendieron a rappel en la
galería pública del piso de debates de la Cámara de los Comunes. El objetivo
era protestar contra los intentos del parlamento que buscaba legalizar la
discriminación contra las lesbianas y los gay, al no otorgarles servicios
financiados por la autoridad local, tales como educación, bibliotecas, servicios
sociales y programas de arte.
Otra área importante es el trabajo de apoyo a mujeres que
han perdido amigas, familiares o amantes como consecuen­
cia del feminicidio. Habiendo pasado por ahí, sé que existe la
necesidad. Esto significa: encontrar formas para llegar hasta
ellas, reconocer cuándo ofrecer apoyo y cuándo puede ser
una intrusión, aprender cómo apoyarnos mutuamente a tra­
vés del dolor y de la rabia, y cómo escuchar el dolor sin mi­
nar la fortaleza de la persona, así como desarrollar destrezas
para sobrevivir. Firmes como lo estamos en nuestra resisten­
cia contra el feminicidio, también debemos estar igual de fir­
mes en nuestro mutuo apoyo. Trabajar sobre el feminicidio
es uno de los trabajos más agotadores del proyecto feminista
y, a menos que seamos cuidadosas unas con otras, puede fa­
tigarnos muy pronto. Para evitar el agotamiento, también
quiero sostener que es esencial mantener nuestros ideales y
nuestros sueños de un mundo libre de sexismo, racismo,
heterosexismo y otras formas de opresión que nos dividen
unas de otras. Es en estos intersticios y divisiones que las
mujeres alimentan su odio a la ideología feminicida.

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No es tan güeno nace' niña (I)*
Ntozake Shange

N o es tan güeno nace' niña/por eso en algunas sociedades


nos b o tan /o nos ven den /o juegan con nuestras vaginas/
pa'eso somos güeñas las niñas/por lo menos pa'cargar cosas
y cocinar/pero nace' niña a veces no es tan güeno/ algunos
lugares/nos pueden pasa' cosas fea', me gustaría que juera
güeno se' niña donde juera/enton's de seguro sabría que na­
die sería infibulada/esa e' palabra que nadie quie' sabe'/
"infibular" e' cocernos la vagina con tripa de gato o yerba o
nylon p a 'se g u ra r n u estra v a g in a /a s e g u ra r virgin a =
infibular/eso también puede hacerno' difícil el trabajo de
palto/hacer difícil que el bebé pase en el trabajo de palto/
infibular nos da enfermedad que ni podemos decí' po'que
está en los ovarios que e' señal que estamos sucia' de to's
maneras/entons' lávate tu misma despué' de infibulada te
van a tener que abrir de nuevo ya sabes pa'que/el disfrute
del falo/que de todas formas no sabemo' n ad a/n u n ca/ es­
pecialmente si algo no bueno le pasa a la niña/ nos han supri­
m ido/nos quitan los labios con un vidrio o tijeras/ si perdemo'

* Texto reimpreso de una escolar negra, mayo/junio de 1979, 28-29.


nuestro clítori' porque nuestro place' es plofano & porque la
presencia de nuestro clítori' natural rompe la desnatural po­
ligamia/ entonces sin clítori', sin labio' & la infibulada/ ta­
mos cortada', cocida', encerrada' y dolorida' sino m uertas/
apenada' sino aterrada' de que tanto en nuestro cuerpo tu­
viera tan malo & no pertenezco a la tierra/ esos pensamien­
tos me llevan al silencio/que cuelgan detrás de velos &
vestidos enfundaos/ realmente no es tan güeno nace' niña si
te tienen que infibular, extirpar, clideroctomizar & to'vía tie­
ne' miedo de caminar por la calle o queda' en la noche en la
casa.
Estoy tan triste de haber nacido niña porque no puedo ir
a misa a media noche sin compañía. Alguno' lugare' si nace­
mos niñas & alguien que está muy enfermo & débil & cruel/
nos ataca y nos rompe el himen/nos tienen que m atar/en­
viarnos lejos de nuestras familia/prohibido tocar nuestros
hijos. Esta gente extraña sus pequeñas son conocidas como
atacantes, molestadora' y violadora', son conocidas en todo
el mundo & proliferan muy rápido, nace' una niña que siem­
pre tendrá que preocuparse por los molestosos, los atacantes
& v io la d o r e '/p e r o tam bién de sus c o s a '/p u e d e ser
acuchillada/ o matada a disparos/o él lleva un hacha/ te es­
cupe/ sabe que si no te echa esperma no podemos probar que
fuimos violada'/todo esto hace muy complejo ser niña/al­
gunas de nosotras & nos volvemos locas/o nunca vamos a
ningún lugar.
Algunas de nosotras nunca hemos abierto una ventana o
caminado sola'/pero a vece' ni la casa es segura pa' noso­
tras/ violadore' & atacante' & molestoso' no son extraño' para
todo m undo/ tienen relación con alguien/ & algunos les gus­
ta violar & molestar a sus misma' familia' mejo' que las ni­
ñas-mujeres que tovía no conocen/ a esto se llaman incesto
pero a las niñas-mujeres les dicen que no digan nada de su
tío o su papi/ eso es lo que mami hace/ despué' de todo pue­
de que papi haya visto que los aborto' son ilegales en su esta­
d o / por eso mami tuvo tanto cham aco/ puede que haya tenido
algo "divertido" lo que papi tuvo con una niña de do' años/
e' una niña despué' de todo/tenem os que acostumbrarno' a
eso/pero la infibulada, extirpación, cliteroctomía, violación
& incesto/son denier de la vida irrevocable/ estranguladore'
de vida & irrespetuoso' de los elementos naturales/m e gus­
taría que estas cosas ya no sucedieran nunca más y en ningún
lugar/despué' dije e' bueno nacé' niña en todos lados/inclu­
so si el género no es destino/ahora nacé' niña e' nacé' ame­
nazada/ no respondo muy bien a las am enazas/m e gusta que
habe' nacido niña fuera causa de celebración/causa de pro­
tección & nutrimento cuando nacim o'/pa'vivir libremente
con pasión, sin conocer de m iedo'/que nuestra especie es algo
incorrecto.
Y ahora estam os p lag ad a' de v io la d o re ' &
clitoridoctomias. pagamos por haber nacido niñas/aunque
no le debemos a nadie algo/no nuestros labio', no nuestro
clítori', no nuestras vida', nacimo' niñas & vivimo' pa'ser
mujere' que viven su propia vida/pa'vivir nuestras vid a'/

pa'tener/
nuestras v id a'/
pa'vivir.
Fuentes
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* Agradezco a Laura X, Jane Caputi, Roberta Harmes, Jill Radford y,


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Organizaciones
Compilado por Chris Domingo y Diana E.H. Russell

Black Coalition Fighting Back, P.O. Box 86681, Los Angeles, CA 90086-
0681. Fundada en enero de 1986 ante la preocupación por
muchos feminicidios en serie no resueltos, principalmente de
mujeres negras, ocurridos en el sur-centro de Los Angeles.
Body Counts, publicación mensual de "Urban Amazons", del Les­
bian Community Project. P.O. Box 5931, Portland, OR 97228.
Apareció por primera ocasión en 1991 para comentar y
proporcionar una lista cronológica completa de los actos de
violencia contra las mujeres, incluido el feminicidio, en la zona
metropolitana de Portland.
Campus Violence Prevention, Administration Building, Room 108,
Towson, State University, Towson, MD 21204. Conduce un
estudio nacional sobre violencia en los planteles universitarios.
Hay investigadoras especialistas en el tema a quienes se puede
consultar.
Clearinghouse on Femicide. P.O. Box 12342, Berkeley, CA 94701-3342.
Fundado en 1989 como un colectivo amplio de mujeres que
participaban en la investigación, distribución de información
y acciones de. protesta. Publica un boletín trimestral, Memory
and Rage y pone a disposición de las personas interesadas
materiales de investigación sobre feminicidio. Cuenta con un
amplio banco de datos computarizados y archivos. Asimismo,
coordina una red de apoyo para mujeres que han perdido a
una integrante de su familia o a una amiga, por feminicidio.
Clothesline Project, P.O. Box 822, Brewster, MA 02631. Fundado en
1991 y dirigido por una coalición de mujeres que invita a hacer
una "línea de playeras" en más de una docena de estados, en
memoria de las mujeres que han sido víctimas de violencia,
incluido, aunque no confinado, el feminicidio. Las playeras son
de un color específico que depende del tipo de violencia: las de
color blanco son para recordar a las victimas de feminicidio.
Para información sobre dónde enviar las playeras, escribir a
Rachel Carey-Harper a la dirección que aparece arriba.
Coalition to Stop the Green River Murders, 2536 Alki Av. SW, Box 129
Seattle, WA 98116. Formada en Seattle en 1983, como un grupo
de acción política y de difusión de información, para tratar de
detener los asesinatos en serie del Green Rivér. Esta coalición
realiza investigación en archivos e indexa información sobre
los casos de asesinatos en serie en los ámbitos nacional e
internacional.
Donna Fitzgerald Daigneau Fund, First National Bank, 3 2 4 Statae St.,
Portsmouth, NH 0 3 8 0 1 . Establecido en honor a Donna y tres
amigas suyas, todas ellas asesinadas por el esposo de Donna,
recolecta dinero para apoyar refugios de mujeres en New
Hampshire y Kentucky.
Family Vionence Network, P.O. Box 854, Lake Elmo, MN 55042. La
Minnesota Coalition for Battered Women hace seguimiento
sobre la información de feminicidios en Minnesota e. informa
de ello en el boletín de la Family Violence Network: Networker.
I.L.K.A. (Information, Love, Knowledge, Action), P.O. Box 357,
Arnold, MD 21012. Gisela Dibble fundó la ILKA, después de
que su hija Ilka fuera asesinada y violada por su novio. Dibble
libra una batalla en Maryland para conseguir que se establezca
que el ataque sexual contra una m ujer asesinada sea
considerado como un crimen, y como tal el delincuente puede
ser acusado con el cargo de asesinato en primer grado.
Justice for All, 11 Park Place, New Cork, NY 10007. Ellen Levin y
Dermis Holand fundaron esta organización para impulsar los
derechos de las víctimas en la legislación. Jennifer, hija de Levin,
fue violada y asesinada por Robert Chambers en el Central Park;
Kathleen, hermana de Holand, también fue asesinada por su
novio. En ambos casos los abogados utilizaron el "rough sex"
como defensa de los asesinos.
Security on Campus, Suite 105, 618 Shoemaker Rd., Gulph Mills, PA
19406. Fundado por Connie y Hoeard Clero, cuya hija Jeannie
fue violada, torturada y asesinada en un campus universitario
por un compañero estudiante en 1986. Proporciona la
información necesaria para levantar cargos contra los colegios
y las universidades, en nombre de las víctimas y sobrevivientes
de las víctimas de violencia en los campus universitarios. Ha
cabildeado con éxito para el establecimiento de leyes mediante
las cuales se solicita a las universidades que publiquen
información estadística sobre los crímenes en sus campus.
Vigil Project, P.O. Box 21105, Santa Barbara, CA 03121. Asiste a las
mujeres para que desarrollen formas creativas de protesta.
Organizó la vigilia de 24 horas, "Facing Our Worst Fears", en
memoria de 53 mujeres y niñas que fueron víctimas de
feminicidio en Santa Barbara Country, entre 1980 y 1990.
Women's Monument Project, Comptroller, Capilano Collage, 2055
Purcell Way, North Vancouver, British Columbia V7J 3HF. Fue
establecido para recaudar dinero y erigir un monumento a las
mujeres que murieron en el feminicidio masivo en Montreal, el
6 de diciembre de 1989.
Women's Project, 2224 Main St, Little Rock, AR 72206. Documenta
crímenes cometidos por odio, incluido el feminicidio, en Arkan-
sas; la información aparece en Transformation, una publicación
anual. Asimismo, participa en manifestaciones de protesta que
se realizan anualmente (por ejemplo, arreglando el despliegue
de lápidas para que no desparezcan de la memoria las mujeres
asesinadas). Su objetivo principal es que el feminicidio quede
incluido en la legislación de los crímenes por odio.
Women We Honour Action Comité, 22 Partfield Drive, Toronto,
Ontario M2J 1B9. Condujo la primera investigación sobre
feminicidio íntimo en Canadá, la primera en su tipo. Recabó
datos en Ontario durante el periodo de 1974 a 1990, que
provinieron de la Office o f Chief Coroner, así como de algunas
fuentes no oficiales como diarios, refugios, promotoras y
defensoras de las mujeres, y amigos y familiares de las víctimas.
Los tres primeros objetivos de la investigación son: documentar
la incidencia de fem inicidios íntim os, describir las
características y las circunstancias de las personas involucradas
y presentar la historia de un grupo pequeño de mujeres que
fueron asesinadas en esas circunstancias.

Si desea usted mayor información, favor de comunicarse a Women We Honour


Action Comité, en The Denise House, P.O. Box 146, Oshawa, Ontario L1H
711.
Documentos film icos sobre
el feminicidio en Montreal
Compilados por Chris Domingo y Diana E.H. Russell

After the Massacre. Dirigida por Gerri Rogers. Studio D, P43, Na­
tional Film Borrad, Box 6100 Station A., Montreal, Quebec
H3C3H5. Este documental vincula la masacre con la violencia
masculina contra las mujeres. Contiene comentarios de autoras
feministas, estudiantes, reporteros, un sociólogo y una de las
estudiantes que sobrevivieron al feminicidio en masa, en
Montreal.
Beyond the Sixth ofDecember. Dirigido por Catherine Fol. Studio D,
P43, National Film Borrad, Box 6100 Station A, Montreal, Que­
bec H3C3H5. Un film controvertido que se centra en la
experiencia de Nathalie Provost, una estudiante de ingeniería
herida durante la masacre. El film la muestra como una mujer
asertiva que se rehúsa a llamarse ella misma una víctima de la
violencia masculina sistemática.
Emergency. Dirigida por Adele Brown. 7 Barbara Lañe, Binhampton,
N Y 12903-2755. Este film aborda temáticas de violencia de
género, haciendo hincapié en la masacre de Montreal. Está
acompañado con una guía de estudio con la idea de que sea
una película que se vea en el salón de clases y después sea
discutida.
Riposté. Dirigida por Suzzane Vertue. En francés. Reseau Vidi-Elle,
4013 des Erables, Montreal, Québec H2K 3V7. Suzzane Vertue
llama a la masacre de Montreal un crime politique contre les
femmes et les lesbiennes (un crimen político contra las mujeres y
las lesbianas), que murieron por la sola razón de que eran
mujeres. Siendo consistente con este punto de vista en el film
sólo se escuchan voces femeninas.
índice alfabético

Aborto, 42, 50, 5 7 ,1 7 1 , 302, 443, violencia sexual en, 42, 44


542, 651, 681 Afroamericanos, linchamiento
Adam , 657 de, 7 4 ,1 2 8
Adam s, Curtís, 61, 62 Agencias para el cumplimiento
Adulterio, 3 7 ,1 7 9 -1 8 2 ,1 8 4 ,1 8 6 , de la ley, 49
1 8 9 -1 9 1 ,1 9 3 ,1 9 4 ,1 9 6 ,1 9 7 , Albigenses, 79
199, 521, 553 Amerindias, 339
esposas golpeadas y, 117, 200, Análisis feminista, 19, 28, 34, 39,
201, 496, 584 44, 55, 91, 397, 398, 508, 608,
esposas asesinadas, 4 9 ,1 9 9 , 666, 669, 674
508 control social de las mujeres
Afroamericanas, 20, 74,127-129, y, 77, 78, 84, 90, 501
209, 210, 225, 231, 251, 252, feminicidio racista visto
258, 325-327, 336, 391, 392 desde el, 42, 44, 390
en Boston, 36, 313 lesbicidio visto desde el, 75,
esclavas sexuales, 335, 392 1 0 1 ,1 0 5 ,1 0 9 ,1 1 0
linchamiento de, 7 4 ,1 2 8 pornografía vista desde el, 17,
Afroam ericanas, comunidades, 23, 34, 37, 63, 350, 374, 384,
44, 596 387, 396, 397, 400, 405, 406,
homicidio como causa de 415-419, 424, 511, 626, 650,
muerte, 203 656, 669
policía y violencia doméstica relaciones de poder, 39,
en, 504 43
violencia sexual, 3-5, 8, 9,11- Boston Globe, The, 304, 340, 344,
16, 20, 21, 23, 26, 27, 63, 429
229, 299, 350, 361, 376, 384, Boyce, Nicholas, 529, 533
396, 510, 520, 609, 666 Brady, Ian, 519
Anuncios y pornografía, 419, 622 Brahmines, mujeres, 144,145,
Árabes, países, 160 150, 244
Asesinato, 17, 20, 33, 37,117, Bristol, Mary, 22
622, 660 Brooks, Edward, 556, 557, 560
violencia masculina Brousseau, Celeste, 56
condonada en, 515, 521 Brown, Dee, 343
Asher, Gordon, 438, 489,490, Brownmiller, Susan, 96
497, 499, 502, 529 Brujo-manía, 75, 77-80, 83-91, 94-
Asher, Jane, 22,489, 490 96,105
Asiáticoamericanas, 20 acusaciones, 80, 81
Atlanta, 292, 307, 325, 326, 338 cambios sociales como
contexto de la, 81
Baig, Mumtaz, 525 control social de las mujeres
Bajpai, Rajendra, 171, 255 y, 84, 86, 90
Barnide, Mike, 305, 306 Controversia Popular, debate
Beguines, 97 y, 84, 85
Berkeley Clearinhouse on lesbicidio y, 105
Femicide, 381, 393 sistema legal y, 491
Berkowitz, Davis (Son of Sam), Bundy, Ted, 64, 397, 398, 687,
64 689
Bianchi, Kenneth (estrangulador Bunyard, John, 331
de Hillside), 60, 64, 623, 643, Buono, Angelo, 64, 386, 623
654
Bittaker, Lawrence, 61 Cameron, Deborah, 35, 390
Bland, Lucy, 434, 449 Campaña Gurdip Kaur, 579, 585,
Bluebird Five, 629 588
Boston, 36, 57, 96,110,144,168, Campbell, Jacquelyn C., 170
234, 287, 290, 291, 295-299, Canadá, 186,187,192, 201, 202,
301, 302, 304, 306, 307, 311- 204, 386, 545, 699
314, 316, 317, 340, 344, 348, Capacidad reproductiva, sentido
362, 390, 394, 426, 427, 429, de propiedad sexual
685, 686, 688, 695 masculina y, 183,198
Caputi, Jane, 28, 35, 49-51, 53, Cobbe, Francés Power, 74,
350, 393, 395, 666, 678, 685, 113
686 Código de Orleans, 102
Carlos V, sacro emperador Cohén, Stan, 507, 510
romano, 102 Colectivo Combahee River, 299,
Carlson, Catherine, 186 307, 310, 313
Castigo Conciencia, incremento de la, 7,
adulterio y 26, 28, 43, 44, 334, 373, 418,
feminicidio como, 75 560, 570, 581, 628, 644, 660
lesbianismo y, 675 Condiciones económicas, brujo-
Catherine de Medici, 83 manía y, 83
Celos Condiciones sociales, brujo-
esposa golpeada y, 199 manía y, 78, 79, 83
esposa muerta y, 199 Constitución, 102, 246, 322, 387,
Censura, 628, 629, 631, 633, 641, 417, 424
642, 644, 649 Control social de las mujeres
Centros para crisis por violación, brujo-manía y, 77, 78, 84, 90
279-281, 283, 284 capacidad reproductiva de las
Chicana, linchamiento de, 129 mujeres y, 183,198
Chimbos, Peter, 686 homicidio conyugal y
Cine. También véase cine snuff, 65 violencia como, 188,189,
el mito de Jack el Destripador 193, 201
y el, 481 Controversia Popular, debate
feminicidio en el, 37, 64, 65, sobre la, 84, 85
373, 412 Corán, 159
slasher, 383, 385, 413, 418, 422, Cotton, John, 107
426, 690 Craft, Nikki, 7,425, 580, 621-624,
terrorismo sexista y, 56 632, 633, 638, 639, 641, 642,
Cine de horror y novelas, 64 645, 646
Citizens for Decency through Crimen pasional, 175
Law, 651 CRISIS, 299, 308-313, 317-319
Clarke, D.A., 622, 632
Clitoridectomía, 57 Daly, Martin, 169,179, 688
Clugstone, Janet, 539-542 Dames, Richard, 378-380
Coalition for Women's Safety, Dashu Max, 381, 388
299, 314, 315, 321, 322 DePalma, Brian, 64
De Pew, Daniel T., 386 Esclavitud, 57, 61, 67,127, 335,
Derecho consuetudinario, 179 336, 338, 405, 424, 503
De Salvo, Albert, 96 Esclavitud sexual femenina, 335,
Destripador de Yorkshire, el 336, 338
(Peter Sutcliffe), 93,451, 519 Esquimales, cultura de los, 156
arresto de, 455, 456, 482 Esposa golpeada. También véase
como héroe cultural, 366 golpes
componente sexual, 469 en el siglo XIX en Inglaterra,
concepto de precipitación 117
femenina, 471 como castigo por adulterio,
Diferencias de clase, grupos de 181,184,197,199
mujeres y, 302 incidencia de, 150, 201, 209,
Disminución de responsabilidad 700
como defensa, 433 riesgo de feminicidio y, 49,
juicio del Destripador de 224, 232
Yorkshire y, 434 servicios sociales y, 273, 354,
Dior, Christian, 20, 414 377, 591, 600, 677
Divorcio, asesinato de esposas y, Esposas, incineración de (véase
49,174,195,203, 223, 224, suti), 244, 248
354, 523, 532, 586 Esposas asesinadas, 199, 508
Domingo, Chris, 414 adulterio y, 37,179,181,184,
Douglas, Fred Barre, 386 189,199, 553
Dote celos y, 186,187,189
infanticidio femenino y, 267 divorcio y, 195, 203, 224, 354,
sentido de propiedad sexual 523, 532, 547
masculino y, 199 dominio masculino y, 511
violencia hacia las mujeres en en defensa propia y, 48, 539,
India y, 244 540, 584
Dressed to Kill (película), 583 estadísticas sobre, 47
Dworkin, Andrea, 77, 97, 396, intoxicación y, 217; 219
400-402, 510, 511, 651 locura del esposo y motivos
para, 186
Edeline, Kenneth, 302 mujeres separadas que dejan
Elizabeth I, Reina de Inglaterra, al esposo y, 191
83, 86, 97 precipitación de la víctima y,
Emiratos Árabes Unidos, 161 220, 221, 227
provocación, "hombre Farley, Melissa, 381, 623, 624,
razonable" y, 179,180, 444, 645
516 Federal Bureau of Investigation
sadismo, excesiva violencia y, (FBI), 211, 212, 274, 278, 279,
227 286, 306, 326, 394
sentido de propiedad sexual estadísticas de la, 211
masculino y, 62,189,199, Feminicidio en masa, 50, 701
201, 203, 204 frecuencia de, 282
sistema legal y, 491 motivos, 219
suicidio del asesino después Feminicidio racista, 42,44, 390
de, 233 Feministas
violencia previa y, 214 Cine snuff y protestas de, 65
Esposa violada. Véase violación Flynt, Larry, 640, 642-644
en el matrimonio, 184, 668 Francia, 83,102,104,105,
Estadísticas 553
esposa muerta, 47,48, 50, 213 Francis, Elizabeth, 87-89
feminicidios en serie, 41 Franklin-Lipsker, Hielen, 67,
homicidio, 47 427
prevalencia de feminicidio, Frazer, Elizabeth, 35, 51, 364,
283 400, 426, 685
sentido de propiedad sexual Freeman, Derek, 196
masculina y homicidio, 56, Freeman, Milton R., 156
189,199, 201, 203, 204 Freud, Sigmund, 400
terrorismo sexista, 56
Estereotipos, 57, 230, 291 Galbraith, John Kenneth, 417,
Esterilización, 57, 303, 343 427
Estrangulador de Boston, 96, 362 Gardner, Tracy, 384
Etnocentrismo, 46 Génesis, 79
Eva, 79, 84, 487 Giacommetti, Alberto, 401
Giddings, Paula, 127, 394
Factores culturales Glatmna, Harvey, 386
diferentes formas de Glover, Mildred, 325
feminicidio y, 74, 667 Golpes, 92,113,116,117, 211,
Factores demográficos, 202 215, 222, 226, 275, 340, 396,
infanticidio femenino y, 157 452, 529, 585, 587
Fantasía y pornografía, 417, 669 riesgo de feminicidio y, 396
Gómez, Antonio, 103 "Hombre razonable", concepto
Gore, Tipper, 427, 686 de, y esposa muerta por, 179,
Gorenografía, 63, 66, 347, 395, 444, 516
408,409,418,421,424 Homicidio
Grant, Jaime M., 291, 292, 295 circunstancias para, 544
Grecia, antigua, 155 asesinato como distinto a, 465
Gregory, Rikki, 170, 237 sentencia por, 524
Guccione, Bob, 648’ Homicidio, estadísticas sobre,
Gun 'N' Roses, 65 47
Guttmacher, Manfred, 188 Homicidio, Ley de 1957, 440,
444, 465, 493, 520
Harlem Nights (película), 412 Homicidio, conyugal. Véase
Havers, Sir Michael, 467, 472, esposas muertas, 188,189,
474, 476, 477 193, 201
Heidnik, Gary, 337 Homofóbia, 318
Heibron Advisory Group sobre Homofóbico, feminicidio. Véase
la ley de violación, 541 lesbicidio, 75,101
Hernández, Richard, 386 Hopkins, Matthew, 90, 94
Hester, Mariane, 74, 75, 77, 98, Hudspeth, Cindy Lee, 623, 631
687 Hustler, revista, 623, 640, 643,
Heterosexualidad, 74 660
dominio masculino sobre la
mujer y, 511 Iglesia católica, brujo-manía e,
una institución social, 44 79, 81
Hijo de Sam, 64, 297 Imperio de los Habsburgo, 83
Hillside, el Estrangulador de, 60, Imperio Romano, 102,109
64, 580, 607, 688, 694 Incesto, 198, 340, 396, 616, 646,
Hindley, Myra, 519 657, 680, 681
Hinduismo, suti, 75 India
Histerectomía, 42, 57 casos de suicidio en, 157,
Hitchcock, Alfred, 401, 412 244
Hogg, Peter, 529, 531 celos y muerte de la esposa
Hombres en, 502
programas para hombres infanticidio femenino en, 259
golpeadores y, 276, 277, políticas públicas en, 252
279, 281 suti en, 149
Indian Health Services, 342, 344 esposa torturada en el siglo
Infanticidio femenino, 7 4 ,1 5 3 , XIX en Inglaterra, 115,
1 5 4 ,1 5 6 -1 5 8 ,1 7 1 , 257 117
dote y, 264, 266 feminicidio en Asher y, 438,
en India, 158 490
políticas de población e, feminicidio en Bristow y, 440,
162 442, 443, 446, 520
selección sexual e, 162 feminicidio de Kaur y, 502,
Infanticidio. Véase infanticidio 580, 585, 587
femenino, 7 4 ,1 5 3 -1 5 8 ,1 7 1 , lesbicidio y, 1 0 4 ,1 0 5 ,1 0 9
257, 259, 267, 271 provocación como defensa,
Inquisición, 7 8 ,1 0 5 ,1 0 6 537
Intoxicación, homicidio marital sentencias, 8 5 ,1 0 8 ,1 3 7 , 329,
e, 217 332, 438, 467, 490, 494, 516,
Italia, 1 0 2 ,1 0 3 ,1 0 4 5 2 9 ,5 8 7 '

Jackson, George, 176, 558-560, Kaur, Balwant, 580, 598, 599,


563, 564, 566, 574, 575 602, 603
Jack el Destripador Kaur Sandhu, Gurdip, 585
aniversario del centenario de, Kelkar, Govind, 1 7 0 ,1 7 1 , 243
366, 367 Kempe, Ursula, 90
como atracción turística, Kemper, Edmund, 63, 4 1 4 ,4 1 9
362 Kendall, Winston, 306
como héroe cultural, 356 Knox, John, 83
Jagger, Mick, 64 Krafft-Ebbing, Richard, 427, 687
James I, Rey de Inglaterra, 86, Krims, Les, 628, 631, 633, 638
87, 97
Jannsen-Jurreit, Marielouise, 74, LaBelle, Beberly, 350, 371, 386
153 Lacy, Suzzane, 580, 605, 615
Juana de Arco, 7 9 ,1 0 5 ,1 0 6 Lake, Leonard, 386, 405
Juegos, 363, 442, 659 Lambey, Ashley, 386
Juegos de com putadora, 659 Leasure, Althea, 642
Juicios Lederer, Laura, 371, 385, 394,
brujo-manía y, 90 428
el destripador de Yorkshire y, Lees, Sue, 515
463, 481 Lépine, Mark, 26, 38, 50, 53, 68
Lesbicidio Medios de comunicación, 16,17,
análisis feminista del 20, 34, 35, 40, 43, 54, 63, 65,
sistema legal y, 37,44 232, 293, 306,308,486, 667, 676
Lewis, Herschell Gordon, 413 asesinatos en Atlanta y, 307,
Linchamientos 325, 326
de negros, 383, 390 el caso del Estrangulador de
descripciones de, 390, 391, Hillside y los, 580
627 mito del destripador en, 481
feminicidio y, 128 Megginso, Pamela, 525, 526
incidencia de, 128,129, 383 Mental Health Act of 1959,
Linck, Catharina Margaretha, Meredith Corporation, 653, 655
1Ó4 Midlane, Stephen, 530
List, John, 65 Millett, Kate, 42, 51, 398, 428
Literatura Minors against Violent
suti en, 144 Pomography, 654
Misoginia,
MacKinnon, Catherine, 29, 51, linchamientos y, 129
394, 402, 427, 428, 651 normalidad de la violencia
Madres, 163,164, 213, 263, 205, masculina y, 483
303, 381, 461, 473 violencia contra las mujeres y,
infanticidio femenino y, 74, 56
154, 271 Misioneros, 107,136
motivaciones en feminicidio Mitos, 19, 38, 384, 605, 609, 639
masivo y, 41 Jack el Destripador en, 362,
Malleus Maleficarum, 80, 99, 399 367, 401, 453
Manson, Charles, 372 sobre la violación, 38
Marchand, Roland, 420, 428 Moosen, Irene, 640
María Reina de Escocia, 83, 84 Moran, Andrea, 379, 380
María Tudor, Reina de Morrison, Toni, 67
Inglaterra, 83 Motivación, 163,165, 434, 470,
Masacre de Montreal, 701 541, 570
Matrimonial Causes Act of 1878, feminicidio masivo, 41, 66
113 homicidio conyugal y, 128
McNeill, Sandra, 349, 351, 583, sentido de propiedad sexual
688 masculino como, 180,182,
Mead, Margaret, 196, 206 188
Movimiento por el sufragio, Education Resource Center,
389 342, 344
Muhlhahn, Catharina Newham Seven, 596
Margaretha, 104 Newham Eight, 596
Mujeres, incineración de (véase Ng, Leonard, 405
suti), 244, 248 Nillsen, Denis, 519
Mujeres latinas Nob Hill, el Violador de, 329,
en Boston, 299 330, 331
racismo, 313 Norris, Roy, 61
Mujeres Navajo, 313, 341 Novelas, 64,192, 404, 411, 481,
Mujeres que asesinan, 35, 382, 677
386 Nueva York, 371, 375-377, 385
autoconservación y, 48 Nussbaum, Hedda, 66, 69
frecuencia de, 48
en defensa propia, y, 48 Países islámicos, 160
homicidio conyugal de las, Parker, Pat, 169,173, 676
tensión premenstrual (PMS) y Padres, infanticidio femenino y,
provocación como defensa, 74,154-157
537, 544, 667 Pena capital, feminicidio como,
M urders of Women, grupo, 36 107
Murphy, Eddie, 64, 412 Películas. Véase cine, 37, 63, 64,
Música, 677 192, 244, 350, 351, 371-373,
376, 383, 385-387, 393, 396,
National Black Feminist 397, 400, 405-410, 412, 415,
Organization (NBFO), 301 418, 419, 421, 422, 481, 486,
National Center for Health 512, 659
Statistics, 47 Penthouse, revista, 400, 405, 624,
National Coalitions against 645-650, 652-657, 695
Domestic Violence (NCADV), Playboy, revista, 399, 423, 429
35 Pobreza, 231, 232, 253, 423, 461,
National Coalition against 497, 597, 600
Sexual Assault (NCASA), 35 violencia doméstica y, 497
National Organization o f Women homicidio conyugal, 180,188,
(NOW), 653 193, 201
Native American Women's Políticas de población, 162
Health, 342, 344 infanticidio y, 155
Pornografía, 17, 20, 23, 24, 37, Prevalencia de feminicidio, 283
63, 64, 66, 347, 349, 350, 371, Brigada, 623, 640, 642, 695
373, 374, 379, 384-388, 395- Procedimientos nacionales y
397, 400, 402,403, 405, 406, magistrados, 498
409, 411, 415-421, 423, 424, Tribunales Ley de 1978,498
463, 484, 511, 578, 608, 609, Programs, 276, 280, 286, 345
612, 622, 626, 628, 629, 631, Prometida, dote de la, 158
641, 643, 645-654,. 656, 657, Propiedad, las mujeres como, 49,
669, 675 56, 62,114,143,183,189,193-
continuo de la violencia 195,198-201, 203, 204, 219,
sexual con la, 20, 34, 63, 223, 224, 232, 245, 401
350, 396, 463, 657 esposas golpeadas y, 200, 201
definición de, 16, 23, 33 esposas asesinadas y, 49,199,
deseos creados por la, 417, 508
418, 424 Prostitutas, 37, 57,183, 291, 308,
fantasía y, 397, 419, 420, 421, 382, 390, 400, 401, 452-454,
423, 669 461, 468, 469, 471-475, 477,
feminicidio y, 17, 20, 37, 350, 481, 484, 485, 552, 553, 606,
400, 402, 405, 424, 578, 645, 611
669 Jack el Destripador, y, 390,
feminicidios en serie y, 386, 400, 481
387, 397 policía y el Destripador de
protestas contra, 373 Yorkshire, y, 453, 454, 481
terrorismo sexista y, 424 Protestas, 170, 248, 249, 251, 365,
violación en relación con, 38, 373, 376, 386, 480, 539, 580,
128, 281, 283,416, 420, 626 581, 596, 600, 622, 659, 674
Power, Keith, 329 contra las películas, 249, 386,
Prensa escrita. Véase medios de 659
comunicación, 139, 228, 229, contra la pornografía, 645, 651
677 En duelo y con rabia, 605, 607,
Primera Enmienda, 387, 641, 609, 611, 613, 615, 617, 619
642-644, 655 propuesta de Feux de Joie, en,
Prensa. Véase medios de 659
comunicación, 16,17, 20, 34, revista Hustler, y, 640
35, 40, 43, 54, 63, 65, 232, 293, revista Penthouse, y, 400, 405,
306, 308, 486, 667, 676 624, 645-650, 652-657
Stack o' Wheat, 622 Reid, Gordon, 536
Provocación, 55,123,125,179, Relaciones de poder, 16, 39,43,
180, 433, 434, 440, 444, 447, 81, 252, 669, 670, 672
465, 474, 493, 494, 515, 519- Repeat Attacks, grupo, 36
528, 530, 533, 534, 536-539, Re-recordar, 66-68
544-546, 550-552, 667 Responsabilidad criminal, 179,
como defensa, 516, 528,537, 465
544, 667 Respuesta policial. Véase
defensa, 433, 434, 444, 474, agencias para el
515, 516, 519-521, 523-525, cumplimiento de la ley, 49
530, 537, 538, 544-546, el caso Heidnik de esclavitud
551 sexual femenina y, 337, 338
definición legal de, 444 el destripador de Yorkshire y,
esposa muerta y, 433 453, 454, 481
Psycho (película), 688 Gurdip Kaur-Campaign y,
Public Health Service, 47 579, 585, 588, 589
sentido de propiedad sexual
Queenan, Joe, 404 masculina y homicidio, y,
182,185,187-189
Racismo, 17, 20, 42-44, 74,128, películas pornográficas y, 371,
289, 291, 292, 296, 298, 306, 373, 376, 407, 415, 512
307, 313, 315, 318, 321, 322, prostitución y, 57,336,364,365,
327, 365, 383, 388, 434, 510, 382,458,479,484, 611, 612
570 violencia contra las
feminicidio y, 128 mujeres en Boston y, 313
linchamientos y, 55,128,136, violencia doméstica y, 497
383, 390, 626 violencia previa a un
violencia contra las mujeres homicidio y, 214
en Boston, y, 313 violencia sexual masculina
violencia sexual y, 44, 670, 673 y, 611
Radford, Jill, 15-17, 21, 27, 33, 51, Revistas de historietas, 65
435, 437, 449, 489, 665, 678, Rhodes, Dusty, 583, 688
685, 686 Ricler, Mordecai, 54
Red Zora, 629 Russell, Diana E.H., 15, 27, 53,
Rehabilitación y sentencia, 506, 127, 335, 385, 399, 416, 555,
507 621, 624, 685, 697, 701
Sade, Marqués de, 400, 401, 691 heterosexismo codificado en,
Saint Laurent, Yves, 414 45
San Francisco Chronicle, 47, 52, lesbicidio y, 75,101,104,105,
325, 326, 329, 331-333, 336, 107,109
393, 394, 427, 556, 563, 570, propiedad sexual masculina
576, 627, 690 en el marco del, 189
Sentencias disuasivas, 506 responsabilidad criminal en,
Servicios de refugio, 275 179, 465
mujeres amerindias y, 342 violación en el matrimonio
feminicidio íntimo y, 171, 277, en, 25,184, 668
279, 281, 283, 285 violencia doméstica y, 497
Servicios sociales públicos, 273, violencia sexual y, 34, 39, 73,
275, 276, 278, 280-283, 343, 385, 670
354, 377, 591, 600, 676, 677 Slasher, cine, 383, 385, 413, 418,
Shackleton, Alian, 377, 385 422, 426, 690
Shange, Ntozake, 14, 68, 679 Snuff, cine, 37, 65, 350, 371-380,
Sharma, Krishna, 586, 598, 599, 385-387, 393, 394, 396, 400,
602, 603 401, 404-407, 413, 419, 421,
SIDA, 41, 666, 676 422, 692, 694
Simonton, Anna, 623, 642 complot y escenario, 421
Síndrome de la mujer golpeada, protestas contra, 373, 386
48 Sobieszek, Robert, 638
Singer, Beverly R., 292, 339 Sociedades patriarcales, 39, 45,
Sistema legal, 20, 37, 42, 43,107, 74, 75,171, 221, 512, 672
238, 320, .491,499, 505, 656, centralidad de la violencia en
675 la masculinidad en las, 39,
autodefensa en, 48 512
brujo-manía y, 75, 77-80, 83- diferencias culturales entre
87, 90, 91, 94-96,105 lesbicidio y, 45
concepto de reducción de la violencia sexual en, 39, 74,
responsabilidad en, 48, 465, 672
471, 521 Southall Black Sisters, 580, 595
definición de provocación en, Spillane, Mickey, 410, 430
444 Stack o' Wheat, 622, 624, 626,
derecho al aborto en, 50 628, 633, 638
esposa asesinada y, 499 Stein, Dorothy, 75,143
Steinberg, Joel, 61, 66 feminicidio en, 36, 669
Stender, Fay, 434, 555-558, 560, Tensión premenstrual, 548-550
565, 570, 575, 576 Tercer Mundo, 37, 46, 245, 423,
Stout, Kared D., 171, 273 677
Stuart, Charles, 390 Terrorismo sexista, 56
Stuart, Carol, 57 Tribunal Internacional de
Suicidio, 145,151, 224, 233, 241, Crímenes contra las Mujeres,
244, 249, 340, 342, 353, 354, 273
359, 434, 569, 598
jóvenes amerindios y, 340 UNICEF, 257
incineración de mujeres en Uniform Crime Reports (UCR),
India como, 244 211, 274, 278, 279
de hombres que mataron a Universidad de California en
sus compañeras, 224, 233, Santa Cruz, 622, 624, 616, 632,
241, 353, 354, 359 640
Sutcliffe, Peter. Véase
Destripador de Yorkshire, 93, Venkatramani, S.H., 171, 257,
451, 519 292
Suti 68, 75,143-147,149-151,171, Verlaine, Jane, 378
255, 256, 407 Victimología, 48
ejemplos de, 144,145, 255, 256 VIH, 41
formas de, 69, 75,144,145 Violación, 25, 33, 35, 38, 41, 43,
mujeres brahmines y, 145, 244 55-58, 60, 63, 92, 94,128,176,
opción para la viudas, 56,144, 184,193, 201, 228, 229, 248,
146,150 275, 277, 279-281, 283, 284,
variaciones regionales en, 150 292, 300, 329, 333, 337, 340,
Swetnam, Joseph, 85,100 341, 350, 364, 384, 396, 398,
414, 415, 418, 421, 459, 461,
Tanak, Yoshiko, 329-332 491, 502, 515, 539, 540-542,
Taylor Leslie, 530, 536 555, 609, 622, 626, 630, 634,
Televisión. También véase medios 641, 644, 649, 655, 668, 672,
de comunicación, 37, 305, 306, 674, 681
374, 455, 460, 462, 475, 512, análisis feminista de la, 55
547, 592, 609, 610, 612, 613, continuo de violencia sexual
616, 618, 660, 669 con, 34
destripador de Yorkshire, 462 estadísticas sobre, 47, 300
SIDA, VIH y, 41 intervención policial en, 494
linchamiento con, 128 marco legal para la, 75
mitos sobre, 38, 605, 609 supuestos sobre, 533, 602
mujeres amerindias y, Violencia doméstica y
pornografía y gorenografía, y, matrimonio, 498
63, 66, 347, 395, 421, 424 Procedimientos, Ley de 1976,
precipitación de la víctima en, 498
502 Violencia en el matrimonio, 498
Violación en el matrimonio, 25, estadísticas sobre, 498
184, 668 Virgo, Trevor, 542
criminalización de la, 184
estadísticas sobre, 47, 300 Walter, Alice, 66, 69
Violencia contra las mujeres. Ward Jouve, Nicole, 485
También véase terrorismo, White, Kevin, 297
sexista; violencia sexual, 109, Whitney, Steven, 430
495, 509 William. Wayne, 315, 327
control social de las mujeres Wilson, Margo, 169,179, 202,
y, 78, 501 686, 688
Violencia doméstica, 41, 49, 245, Women against Violence aigainst
277, 278-280, 282-285, 287, Women (WAVAW), 23, 378,
342, 497, 498, 504, 507, 508, 379, 541, 605
592, 594-597, 600-603, 641,
668, 669, 671 Yorkshire Post, 352
análisis feminista de la, 19, 28,
34, 39,44, 55, 91, 397, 398,
508, 608, 666, 669, 674
En el marco de la supremacía patriarcal de género de los hombres,
se sitúa la violencia de género contra las mujeres como un mecanis­
mo de control, sujeción, opresión, castigo y agresión dañina, que a su
vez genera poder para los hombres y sus instituciones formales e
informales. La persistencia patriarcal no puede sostenerse sin la vio­
lencia que hoy denominamos de género, sin la violencia de los hom­
bres; del Estado; de los medios de comunicación; de organizaciones
civiles y políticas; de las iglesias y de las fuerzas represivas, contra
las mujeres. La opresión de las mujeres sería inexplicable sin la vio­
lencia, por eso, desde la perspectiva feminista se considera estructu­
ral a la organización patriarcal del mundo ya que permite la cosifica-
ción sexual, soporte de la expropiación a las mujeres de su condición
humana y, por tanto, de la condición de sujeto. La violencia de géne­
ro contribuye a mantener a las mujeres excluidas de espacios fun­
damentales, y permanecen marginales o periféricas a ellos, en con­
diciones de subordinación y dependencia de quienes monopolizan
los poderes, y sujetas a formas diversas de discriminación y explo­
tación.

Coedirión de la Cámara de Diputados, la Comisión Espe­


cial para Conocer y dar Seguimiento a las Investigaciones
Relacionadas con los Feminicidios en la República Mexi­
cana y a la Procuración de Justicia Vinculada, y el Centro
de Investigaciones Interdisdplinarias en Ciencias y Huma­
nidades de la UNAM.

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