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Somos lo que decimos ser

Como una reunión de personas con carácter, los cristianos debemos reflejar
los compromisos y principios a los cuales se nos ha llamado. Tal como Jesús
dejó en claro, la credibilidad moral del evangelio depende de aquellos que
han sido transformados por la gracia y la misericordia de Dios, y que
demuestran esa transformación en toda dimensión de la vida. Dentro de la
iglesia, el liderazgo recae sobre aquellos cuya luz brilla con integridad y
poder.

Debemos vivir de acuerdo a la Palabra de Dios y del evangelio de tal manera


que los demás se queden rascándose la cabeza, preguntándose cómo es
posible que la gente viva así. ¿Por qué se aman los unos a los otros? ¿Por qué
son tan generosos? ¿Por qué siguen casados con su primer cónyuge? ¿Por
qué viven con tanto esmero? El líder eficaz sabe que las expectativas con
respecto al carácter comienzan desde arriba.

Aquellos a quienes lideramos esperan que vivamos y lideremos en


concordancia con nuestras convicciones. No se quedarán satisfechos con el
carácter que se presente solo en público, una simulación de algo que no
somos. Tienen hambre y sed de un verdadero liderazgo y de verdaderos
líderes. Han visto adónde conduce el liderazgo sin un carácter recto y no
quieren saber nada con él. Una vez que declaramos nuestras convicciones, se
esperará que vivamos de acuerdo a ellas en público y en privado. Las
convicciones vienen primero, pero el carácter es el producto de esas
convicciones. Si no, nuestro liderazgo se hará pedazos y se quemará.

El carácter es indispensable para ser creíbles y confiables y esto es esencial


para el liderazgo. Los líderes de carácter producen organizaciones de carácter
porque este, al igual que la convicción, es contagioso. Los seguidores se
sienten atraídos a aquellos cuyo carácter es tal que lo desean para sí mismos.

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