Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Traducido por Jo
C
ompramos paños en un 7-Eleven y tratamos como pudimos sacar la
baba y el hedor de la fosa de nuestras ropas y piel, y yo llené el tanque
de bencina hasta a donde había estado antes de que anduviéramos por
la circunferencia de Orlando. Los asientos del Chrysler iban a estar un poco
húmedos cuando mamá manejara al trabajo, pero sostuve la esperanza de que
no lo notara, ya que era bastante despistada. Mis padres generalmente creían
que yo era la persona más equilibrada y menos probable de que se metiera en
el SeaWorl en el planeta, ya que mi bienestar sicológico era prueba de sus
talentos profesionales.
—Sí —dijo ella—. Yo también. —Lo dejó suspendido en el aire, y luego dijo—:
Oye, hablando de mañana, como agradecimiento por tu trabajo duro y
dedicación en esta notable tarde, me gustaría darte un pequeño regalo. —Ella
buscó alrededor bajo sus pies y luego sacó la cámara digital—. Tómala —dijo—.
Y usa el Poder de Tiny Winky con sabiduría.
Todavía quería que dijera, Sí, en la escuela, donde las cosas serán diferentes,
donde seré tu amiga en público, y también sin duda soltera, pero ella sólo dijo:
—Sí, o cuando sea.
Eran las 5:42 cuando doblé en Jefferson Park. Paseamos por Jefferson Drive
hasta el Jefferson Court y luego doblamos en nuestra calle, Jefferson Way.
Apagué las luces una última vez y subí por mi entrada. No sabía qué decir, y
Margo no estaba diciendo nada. Llenamos una bolsa de 7-Eleven con basura,
intentando hacer que el Chrysler se viera y sintiera como si las últimas seis
horas no hubieran pasado. En otra bolsa, ella me dio los restos de la vaselina, la
pintura en spray, y la última Mountain Dew llena. Mi cerebro aceleró con fatiga.
Con una bolsa en cada mano, me detuve por un momento afuera de la van,
mirándola fijamente.
—Ven aquí —dijo ella, y di un paso hacia adelante. Me abrazó, y las bolsas
hicieron difícil devolverle el abrazo, pero si las dejaba caer podía despertar a
alguien. Podía sentirla en las puntas de sus pies y luego su boca estaba justo
contra mi oreja y ella dijo, muy claramente:
—Me temo que eso no es posible —susurró ella. Me soltó entonces, pero siguió
mirándome, dando un paso después de otro hacia atrás. Ella levantó sus cejas
finalmente, y sonrió, y yo creí la sonrisa. La observé subirse a un árbol y luego
levantarse sobre el techo afuera de su ventana del segundo piso. Ella movió su
ventana para abrirla y gateó adentro.
Caminé a través de mi puerta delantera sin asegurar, avancé sobre las puntas de
mis pies a través de la cocina hacia mi pieza, me quité los jeans, los lancé en
una esquina del closet cerca del mosquitero de la ventana, descargué la foto de
Jase, y me metí en la cama, mi mente resonando con las cosas que le diría a ella
en la escuela.
70