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El ser humano es muy complejo, por lo que cualquier intento por reducirlo a una definición
sencilla está condenado a caer en sesgos reduccionistas. Son evidentes las dimensiones físicas,
psicológicas y sociales que subyacen a cada uno de nosotros; y que construyen las parcelas
fundamentales de nuestra realidad orgánica, mental e interpersonal. Todas ellas, en su
virtualmente infinita manera de interactuar, dan forma a la persona en toda su extensión.
Este hecho es obvio cuando reflexionamos sobre nuestra naturaleza, pero no lo es tanto
cuando abordamos uno de sus aspectos más fundamentales: la salud. En este ámbito, y
durante muchos años, la medicina se sustentó sobre el más absoluto de los dualismos
cartesianos. Así, cuerpo y mente acabarían entendiéndose como entidades estancas e
inconexas, gobernadas por lógicas distintas y carentes de cualquier punto de contacto.
Esta es la base epistemológica y filosófica del modelo biomédico de salud, para el cual esta se
limita solo a los aspectos observables del organismo. Como consecuencia de ello, todas las
enfermedades podrían ser explicadas a través de cambios anatómicos o funcionales en los
tejidos, o de la acción de patógenos externos. Su identificación se fundamentaría en signos
objetivos y cuantificables, mientras que el resto de factores que pudieran mediar serían solo
epifenómenos secundarios.
El modelo biomédico entiende que cualquier patología tiene una única causa, y que al ser esta
de naturaleza puramente física, la acción que se acometa para resolverla implicará una
manipulación quirúrgica o farmacológica. Para alcanzar este propósito se recurriría a dos
estrategias básicas: el diagnóstico médico (a través de técnicas que exploren la integridad o
función de los distintos órganos y sistemas) y la intervención (mediante la modificación de la
estructura anatómica o el restablecimiento del equilibrio químico).
El modelo biomédico tiene un cariz positivista, el cual se basa en el método experimental para
determinar los resortes relacionados con el proceso de enfermedad. Por este motivo, ha
facilitado trazar hipótesis explicativas útiles sobre el funcionamiento del cuerpo y de las
patologías que lo amenazan a lo largo de la vida. Este conocimiento ha permitido generar
tratamientos curativos, contribuyendo de una manera relevante a recuperar la salud cuando
esta se ha perdido.
La supervivencia de este modelo biomédico, durante siglos, es una prueba elocuente del
beneficio que del mismo se desprendió. No obstante, en la actualidad se le reconocen una
serie de carencias que han motivado cambios cualitativos en la atención que se ofrece a las
personas enfermas.
El modelo biomédico constituyó la perspectiva dominante desde el siglo XVIII, y hasta bien
entrado el siglo XX. Es honesto reconocer su contribución al avance del conocimiento sobre los
factores orgánicos relacionados con la salud, los cuales son muy relevantes, aunque
insuficientes para definirla integralmente. No en vano la Organización Mundial de la Salud
(OMS) la describió, en el preámbulo de su constitución (1946), como “un estado de completo
bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. En
lo sucesivo ahondaremos en algunas de sus limitaciones como modelo teórico para la salud.
Los principales elementos que caracterizan el modelo biomédico son los siguientes:
Se ocupa, sobre todo, de curar la enfermedad, ya que concibe la salud como la ausencia de
enfermedad.
Los aspectos psicológicos, sociales o ambientales del paciente son obviados en favor de un
diagnóstico y tratamiento centrados en elementos objetivos y cuantificables.
Funciona muy bien para tratar enfermedades transmisibles, es decir, enfermedades causadas
por un agente patógeno que infecta al paciente.
Trabaja con hipótesis explicativas útiles que sirven para comprender el funcionamiento del
cuerpo humano y de cada una de sus partes.
Al basarse en el modelo experimental, emplea tratamientos que han sido probados y cuyas
consecuencias son fáciles de predecir.
Inconvenientes
No trabaja en el ámbito de la prevención, por lo que presenta carencias a la hora de evitar que
una enfermedad o un problema de salud llegue a acontecer.
Ignora todos aquellos elementos que no son fisicoquímicos. En consecuencia, los aspectos
psicológicos, sociales y ambientales del paciente no se tienen en cuenta, ni en el diagnóstico
de la enfermedad ni en su tratamiento.
Responde de forma limitada a la hora de tratar enfermedades que no tienen una causa
concreta y bien delimitada. Por ejemplo, enfermedades autoinmunes o enfermedades y
problemas de carácter psicológico.
Debido a esto, cada vez son más los profesionales sanitarios que abogan por un uso
combinado del modelo biomédico y otro modelo que sí considere otros aspectos relacionados
con la salud del paciente, tales como la psicología y el entorno social.
Referencias bibliográficas:
Havelka, M., Lucanin, J.D. y Lucanin, D. (2009). Biopsychosocial Model - The Integrated
Approach to Health and Disease. Collegium Antropologicum, 33(1), 303-310.
Wade, D. y Halligan, P.W. (2005). Do biomedical models of illness make for good healthcare
systems? British Medical Journal, 329, 1398-1401.
https://psicologiaymente.com/clinica/modelo-biomedico