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— Toma ahora una línea dividida en dos partes desiguales; divide nuevamente cada
sección según la misma proporción, la del género de lo que se ve y otra la del que se
intelige, y tendrás distinta oscuridad y claridad relativas; así tenemos primeramente,
en el género de lo que se ve, una sección de imágenes. Llamo ‘imágenes’ en primer
lugar a las sombras, luego a los reflejos en el agua y en todas las cosas que, por su
constitución, son densas, lisas y brillantes, y a todo lo de esa índole. ¿Te das cuenta?
— Pon ahora la otra sección de la que ésta ofrece imágenes, a la que corresponden
los animales que viven en nuestro derredor, así como todo lo que crece, y también
el género íntegro de cosas fabricadas por el hombre.
— Pongámoslo.
—De éste. Por un lado, en la primera parte de ella, el alma, sirviéndose de las cosas
antes imitadas como si fueran imágenes, se ve forzada a indagar a partir de
supuestos, marchando no hasta un principio sino hacia una conclusión. Por otro
lado, en la segunda parte, avanza hasta un principio no supuesto, partiendo de un
supuesto y sin recurrir a imágenes —a diferencia del otro caso—, efectuando el
camino con Ideas mismas y por medio de Ideas.
“Entendiste perfectamente. Y ahora aplica a las cuatro secciones (de la línea) estas
cuatro afecciones que se generan en el alma; inteligencia (νόησιν), a la suprema;
pensamiento discursivo (διάνοιαν), a la segunda; a la tercera asigna la creencia
(πίστιν) y a la cuarta la conjetura (εἰκασίαν); y ordénalas proporcionadamente,
considerando que cuanto más participen de la verdad (ἀληθείας) tanto más
participan de la claridad (σαφηνείας)”
Entonces estaremos satisfechos, como antes, con llamar a la primera parte ‘ciencia’
(ἐπιστήμην), a la segunda ‘pensamiento discursivo’ (διάνοιαν), a la tercera ‘creencia’
(πίστιν) y a la cuarta ‘conjetura’ (εἰκασίαν), y estas dos últimas en conjunto ‘opinión’
(δόξαν), mientras que a las dos primeras en conjunto ‘inteligencia’ (νόησιν), la
opinión (δόξαν) referida al devenir (γένεσιν) y la inteligencia (νόησιν) a la esencia
(οὐσίαν). Y lo que es la esencia (οὐσία) respecto del devenir (γένεσιν) lo es la
inteligencia (νόησιν) respecto de la opinión (δόξαν); y lo que es la ciencia
(ἐπιστήμην) respecto de la creencia (πίστιν) lo es el pensamiento discursivo
(διάνοιαν) respecto a la conjetura (εἰκασίαν).
Si se admite que deliberar es algo y no, como ahora se ha descubierto, nada distinto
a la pura ignorancia, conjetura (εἰκασία) e improvisación, por utilizar simplemente
este término más relevante que otro, ¿acaso crees que unos son superiores a otros en
el arte de deliberar correctamente y de ser buenos consejeros, como también en todas
las demás ciencias unos se diferencian de otros, unos carpinteros de otros, unos
médicos de otros, unos flautistas de otros, así como el resto de artesanos se
distinguen unos de otros? Del mismo modo que cada uno de ellos en su oficio, ¿crees
que también así en la deliberación unos destacan de otros?
Todos los hombres por naturaleza desean saber. Señal de ello es el amor a las
sensaciones. Éstas, en efecto, son amadas por sí mismas, incluso al margen de su
utilidad y más que todas las demás, las sensaciones visuales. Y es que no sólo en
orden a la acción, sino cuando no vamos a actuar, preferimos la visión a todas –
digámoslo- las demás. La razón estriba en que ésta es, de las sensaciones, la que más
nos hace conocer y muestra múltiples diferencias.
Pues bien, los animales tienen por naturaleza sensación (αἰσθήσεως) y a partir
de ésta en algunos de ellos no se genera la memoria (μνήμη), mientras que en otros
sí que se genera, y por eso estos últimos son más inteligentes y más capaces de
aprender que los que no pueden recordar: inteligentes, si bien no aprenden, son
aquellos que no pueden percibir sonidos (por ejemplo, la abeja y cualquier otro
género de animales semejante, si es que los hay); aprenden, por su parte, cuantos
tienen, además de memoria (μνήμη), esta clase de sensación (αἰσθήσεως) .
Ciertamente, el resto (de los animales) vive gracias a las imágenes y a los recuerdos
sin participar apenas de la experiencia (ἐμπειρίᾱ), mientras que el género humano
(vive), además, gracias al arte (τέχνη) y a los razonamientos. Por su parte, la
experiencia (ἐμπειρίᾱ) se genera en los hombres a partir de la memoria (μνήμη): en
efecto, una multitud de recuerdos del mismo asunto acaban por constituir la fuerza
de una única experiencia (ἐμπειρίᾱ).
En general, el ser capaz de enseñar es una señal distintiva del que sabe frente
al que no sabe, por lo cual pensamos que el arte (τέχνη) es más ciencia (ἐπιστήμη)
que la experiencia (ἐμπειρίᾱ): (los que poseen aquél) son capaces, mientras que los
otros no son capaces de enseñar.
En la Ética (Ética a Nicómaco, 1139 bl3- 1141 b22) está dicho cuál es la diferencia
entre el arte (τέχνη) y la ciencia (ἐπιστήμη) y los demás (conocimientos) del mismo
género; la finalidad que perseguimos al explicarlo ahora es ésta: (mostrar) cómo
todos opinan que lo que se llama «sabiduría (σοφία)» se ocupa de las causas
primeras y de los principios. Conque, como antes se ha dicho, el hombre de
experiencia (ἐμπειρίᾱ) es considerado más sabio que los que poseen sensación
(αἰσθήσεως) del tipo que sea, y el hombre dearte (τέχνη) más que los hombres de
experiencia (ἐμπειρίᾱ), y el director de la obra más que el obrero manual, y las ciencia
(ἐπιστήμη)s teoréticas más que las productivas.
El arte
Entre lo que puede ser de otra manera está el objeto producido y la acción que lo
produce. La producción es distinta de la acción (uno puede convencerse de ello en
los tratados exotéricos); de modo que también el modo de ser racional práctico es
distinto del modo de ser racional productivo. Por ello, ambas se excluyen
recíprocamente, porque ni la acción es producción, ni la producción es acción. Ahora
bien, puesto que la construcción es un arte y es un modo de ser racional para la
producción, y no hay ningún arte que no sea un modo de ser para la producción, ni
modo de ser de esta clase que no sea un arte, serán lo mismo el arte y el modo de ser
productivo acompañado de la razón verdadera. Todo arte versa sobre la génesis, y
practicar un arte es considerar cómo puede producirse algo de lo que es susceptible
tanto de ser como de no ser y cuyo principio está en quien lo produce y no en lo
producido. En efecto, no hay arte de cosas que son o llegan a ser por necesidad, ni
de cosas que se producen de acuerdo con su naturaleza, pues éstas tienen su
principio en sí mismas. Dado que la producción y la acción son diferentes,
necesariamente el arte tiene que referirse a la producción y no a la acción. Y, en cierto
sentido, ambos, el azar y el arte, tienen el mismo objeto, como dice Agatón: «El arte
ama al azar y el azar al arte». El arte, pues, como queda dicho, es un modo de ser
pro20 ductivo acompañado de razón verdadera, y la falta de arte, por el contrario,
un modo de ser productivo acompañado de razón falsa, referidas ambas a los que
puede de otra manera.
La prudencia
El intelecto
La sabiduría
En las artes, asignamos la sabiduría a los hombres más consumados en ellas, por
ejemplo, a Fidias, como escultor, y a Policleto, como creador de estatuas, no
indicando otra cosa sino que la sabiduría es la excelencia de un arte. Consideramos
a algunos hombres como sabios en general y no en un campo particular o en alguna
calificada manera, como dice Homero en el Margites:
Los dioses no le hicieron cavador ni labrador ni sabio en ninguna otra cosa.
De suerte que es evidente que la sabiduría es la más exacta de las ciencias. Así pues,
el sabio no sólo debe conocer lo que sigue de los principios, sino también poseer la
verdad sobre los principios. De manera que la sabiduría será intelecto y ciencia, una
especie de ciencia capital de los objetos más honorables. Sería absurdo considerar la
política o la prudencia como lo más excelente, si el hombre no es lo mejor del cosmos.
Si, en verdad, lo sano y lo bueno son distintos para los hombres y los peces, pero lo
blanco y lo recto son siempre lo mismo, todos podrán decir que lo sabio es siempre
lo mismo, pero lo prudente varia; en efecto, se llama prudente al que puede
examinar bien lo que se refiere a sí mismo, y eso es lo que se confiará a ese hombre.
Por eso se dice que algunos animales son también prudentes, aquellos que parecen
tener la facultad de previsión para su propia vida. Es evidente también que la
sabiduría y la política no son lo mismo, pues ni por sabiduría se entiende el
conocimiento relativo a cosas útiles para uno mismo, habrá muchas sabidurías,
porque no habrá una sola acerca de lo que es bueno para todos los animales, sino
una diferente para cada uno, a menos que se diga que también hay una sola
medicina para todos. Y nada cambia, si se dice que el hombre es el más excelente de
los animales, porque también hay otras cosas mucho más dignas en su naturaleza
que el hombre, como es evidente por los objetos que constituyen el cosmos. De lo
dicho, entonces, está claro que la sabiduría es ciencia e intelecto de lo más honorable
por naturaleza. Por eso, Anaxágoras, Tales y otros como ellos, que se ve que
desconocen su propia conveniencia, son llamados sabios, no prudentes, y se dice
que saben cosas grandes, admirables, difíciles y divinas, pero inútiles, porque no
buscan los bienes humanos. La prudencia, en cambio, se refiere a cosas humanas y
a lo que es objeto de deliberación. En efecto, decimos que la función del prudente
consiste, sobre todo, deliberar rectamente, y nadie delibera sobre lo que lo no puede
ser de otra manera ni sobre lo que no tiene fin, Y esto es un bien práctico. El que
delibera rectamente, hablando en sentido absoluto, es el que es capaz de poner la
mira razonablemente en lo práctico y mejor para el hombre. Tampoco la prudencia
está limitada sólo a lo universal, sino que debe conocer también lo particular, porque
es práctica y la acción tiene que ver con lo particular. Por esa razón, también algunos
sin saber, pero con experiencia en otras cosas, son más prácticos que otros que saben;
así, no quien sabe que las carnes ligeras son digestivas y sanas, pero no sabe cuáles
son ligeras, producirá lo salud, sino, más bien, el que sepa qué carnes de ave son
ligeras y sanas. La prudencia es práctica, de modo que se deben poseer ambos
conocimientos o preferentemente el de las cosas particulares. Sin embargo, también
en este caso debería haber una fundamentación.
Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI, 1139 bl3- 1141 b22.
Muy acertadamente ha sido comparado nuestro entendimiento, como laboratorio de
pensamientos, a la cera, que lo mismo admite la impresión de un sello que se deja
modelar en variadas figurillas. Así como la cera es capaz de admitir toda clase de
formas y permite ser conformada y transformada del modo que se quiera, de igual
manera nuestro entendimiento al recibir las imágenes de todas las cosas recibe en si
cuanto contiene el universo entero. Y esto nos permite conocer de un modo claro
qué es nuestro pensamiento y qué nuestra ciencia.
Veo que los filósofos pirrónicos no pueden expresar su concepción general con
ninguna clase de lenguaje; necesitarían, en efecto, uno nuevo. El nuestro está
formado enteramente por proposiciones afirmativas, que les resultan del todo
hostiles, de manera que, cuando dicen «dudo», les saltan al instante al cuello para
hacerles confesar que por lo menos afirman y saben que dudan. De este modo, los
han obligado a refugiarse en una comparación con la medicina, sin
la cual su actitud sería inexplicable. Cuando declaran «ignoro» o «dudo», dicen que
tal proposición se elimina a sí misma a la vez que al resto, ni más ni menos que el
ruibarbo elimina los malos humores y a la vez se elimina a sí mismo. Esta fantasía
se entiende con mayor seguridad por medio de una interrogación: «¿Qué sé yo?»,
tal como la llevo en la divisa de una balanza.
¿Cuántas artes hay que hacen profesión de consistir más en conjetura que en ciencia,
que no deciden acerca de lo verdadero y lo falso, y se limitan a seguir lo aparente?
Existe, dicen, lo verdadero y lo falso, y tenemos capacidad para buscarlo, pero no
para determinarlo en una piedra de toque. Es mucho mejor para nosotros dejarnos
llevar sin inquisición por el orden del mundo. El alma libre de prejuicios se ha
acercado extraordinariamente a la tranquilidad. Quienes juzgan y examinan a sus
jueces nunca se someten a ellos como es debido. ¡Hasta qué punto, tanto en las leyes
religiosas como en las políticas, los espíritus simples y desprovistos de curiosidad
resultan más dóciles y fáciles de manejar que esos espíritus vigilantes y pedagogos
de las causas divinas y humanas!
“Nada hay más admirable que la rapidez con que la imaginación sugiere sus ideas
y las presenta en el instante mismo en que se habían hecho útiles o necesarias. la
fantasía corre de un extremo a otro del universo al reunir las ideas que corresponde
a cualquier asunto. Hasta podría pensarse que todo el mundo intelectual de las ideas
está de golpe presente ante nosotros, y que no necesitamos sino recoger las que son
más adecuadas para nuestros propósitos. Sin embargo, no es necesario que estén
presentes sino justamente aquellas ideas que han sido actualizadas por una especie
de facultad mágica del alma, que, aun siendo siempre más perfecta en los más
grandes genios (y a eso es precisamente lo que llamamos genios) es con todo
inexplicable para el entendimiento humano por grandes que sean sus esfuerzos.”
David Hume, Tratado de la naturaleza humana, 1739 [1992, pp. 70-71]