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Un atentado hecho a la medida

Los atentados del 11 de septiembre se convirtieron, involuntariamente en el Pearl Harbor que


necesitaba la corriente neoconservadora de la administración Bush para implantar su política
exterior y su visión de mundo. Paradojalmente, Al Qaeda y Osama Bin Laden, que han pasado a la
historia como los responsables de los atentados, fueron el catalizador que impulsó definitivamente
unas políticas que ya venían gestándose en los laboratorios neoconservadores desde la época de
los ochenta.

Las consecuencias de los atentados a nivel interno:

Creó un clima de terror que facilitó la política de reforzamiento del poder presidencial y del
secretismo de los órganos dirigentes, a la vez que la limitación de las libertades de los propios
ciudadanos estadounidenses a través del Acta Patriótica del 26 de octubre del 2001 y que Obama
extendió por 4 años más desde mayo de 2011.

El acta convirtió a EEUU en un estado policía, da al gobierno nuevas y amplias facultades para
invadir la esfera privada, espiando incluso las comunicaciones íntimas y sirvió para justificar
graves vulneraciones de los derechos humanos, como las que acontecen en Guantánamo, las
torturas de Abu Grahib o la reclusión por la CIA en cárceles secretas esparcidas por el mundo a
detenidos que podían permanecer meses o años sin cargos, sin defensa legal, a veces sin que ni
siquiera se notificara a las familias de las detenciones.

El propio concepto de “Guerra contra el terror” al fijar un enemigo sin territorio propio , favorecía
esta clase de abusos. Se decidió unilateralmente que no se iba a aplicar a los “terroristas””, el
artículo de la Convención de Ginebra que obliga a dar un trato humano a los prisioneros de
guerra; se acordó también que el presidente podía, como Comandante en Jefe, autorizar el
encarcelamiento preventivo por tiempo indefinido y el uso de métodos violentos en el
interrogatorio de detenidos en el campo de batalla, y que los sospechosos de terrorismo podían ser
juzgados por comisiones militares.

El fracaso que implicó la incapacidad de prever los atentados tuvo como consecuencia inmediata
que se pretendiese poner orden en el terreno de la información creando una Dirección Central de
Inteligencia para coordinar las 16 agencias existentes, a las que se iba a sumar el National
Counterterrorism Center. Pero una vez más iba a ser resultar imposible evitar la dispersión, de
modo que en 2010 se calculaba que había unas dos mil agencias secretas del gobierno de Estados
Unidos trabajando para obtener información acerca de los grupos terroristas.

La doctrina Bush, enunciada en su discurso de 20 de septiembre de 2001, repetía en buena medida


los planteamientos y los objetivos de la doctrina Truman de 1947. Llamando a la guerra contra el
terrorismo en cualquier parte del mundo, Bush consiguió establecer algo que no habían podido
hacer los dirigentes políticos norteamericanos desde el colapso de la guerra fría, les dio de un
enemigo fácilmente identificable: una poderosa razón para un uso sostenido y activo del poder
norteamericano a escala global, justificado como una medida necesaria de protección.

Muchos historiadores y cientistas políticos denuncian que la guerra contra el terror es una mera
continuación de las mentiras interesadas de la nueva guerra fría: una ficción basada en la
sobrevaloración de una amenaza real, pero relativamente pequeña, planteada por grupos
criminales completamente al margen de la corriente principal del islam.

En el crisol del 11S se fundieron los diferentes paradigmas de la política exterior que reúne la
administración Bush. En el núcleo duro de esta administración figuran nacionalistas realistas como
Dick Cheney (vicepresidente) y Donald Rumsfeld (secretario de defensa), que comparten muchas
de las premisas del movimiento neoconservador y forman parte de los Think Tank que mejor los
representa, el Project for a New American Century (PNAC); hegemonistas, como Condoleezza Rice
(Consejera de Seguridad Nacional); Ultraconservadores como, como John Ashcroft (Fiscal General);
neoconservadores como Paul Wolfowitz subsecretario de defensa e internacionalistas y liberales o
pragmáticos como Colin Powell (Secretario de Estado).

Con la excepción de este último, todos los demás comparten un mínimo común denominador:
asumir sin restricciones el papel imperial de Estados Unidos, única superpotencia mundial capaz de
garantizar la seguridad y la paz mundiales y que, por lo tanto, se reserva el derecho a intervenir,
cuando se considere amenazada la paz o la seguridad de los intereses de la nación o de su aliados,
sin necesidad de supeditar sus decisiones a la comunidad internacional o al Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas.

En los primeros meses del gobierno de Bush la política exterior adoptó las premisas de los
nacionalistas realistas y de los hegemonistas. Se criticó duramente la política de Bill Clinton y su
empeño en la reconstrucción de las naciones democráticamente. En sus intervenciones exteriores,
tal y como declaró Rice en el momento de asumir su cargo, solo primarían los intereses nacionales
y no la voluntad de llevar la democracia al mundo. No obstante, después del 11S, el presidente
Bush abandona el nacionalismo realista y abraza las premisas neoconservadoras más duras. Como
ha afirmado el presidente de ese momento del PNAC

“…después del 11S, los estadounidenses miran a su alrededor y lo que ven es un mundo que no es
como pensaban que era. El mundo se ha convertido en un lugar peligroso, por lo que los
estadounidenses buscan una doctrina que les de seguridad y la única doctrina que se les puede
dar es la neoconservadora, para la que el mal de Oriente Medio es la ausencia de la democracia y
la libertad.”

En este contexto, la referencia más clara sigue siendo para los neoconservadores la presidencia de
Reagan, ya que consideran que su política de firmeza militar fue clave para ganar la Guerra Fría.
En consecuencia, Estados Unidos tenía que responder a los atentados del 11S con una política de
firmeza militar que no dejara duda sobre la voluntad del Presidente de extender la lucha contra el
terrorismo a cualquier pare del mundo y en cualquier país que sirviera de refugio a las
organizaciones terroristas y, muy especialmente a Al Qaeda, la organización de Bin Laden,
formada en los ochenta con la ayuda de EEUU, Arabia Saudita y Pakistán.

El gobierno de Bush empezó a estudiar la viabilidad de una guerra contra el Afganistán de los
Talibanes. Pero, sorprendentemente solo 4 días después de los atentados del 11S, la vieja cuestión
de Irak hacia acto de presencia en la reunión del gabinete de guerra. Fue Paul Wolfowitz quien la
puso sobre la mesa después de una intervención retorica de Rice en la que se pedía si se podía
contar con una campaña exitosa fuera de las fronteras de Afganistán. El subsecretario de defensa
creía que había sido un error no poner fin al gobierno de Husein en 1991.

Las perspectivas de éxito de un ataque contra Afganistán eran inciertas. Le preocupaban los
100.000 soldados estadounidenses que, en el plazo de 6 meses estarían atrapados en las montañas
afganas. Por el contrario, Irak era un régimen frágil y opresor, que podrían sucumbir fácilmente.
La victoria era factible. Wolfowitz calculó que había entre un 10 y 50 % de posibilidades de que
Sadam estuviera implicado en los atentados terroristas del 11S. Si realmente se tomaba en serio la
guerra contra el terrorismo, tarde o temprano EEUU tendría que ir por Sadam.

Las pretensiones de Wolfowitz fueron contestadas por Colin Powell cuando aconsejó al presidente
que no atacara a Irak en esta fase. El director de la CIA George Tenet se mostró partidario de atacar
Afganistán y dejar, de momento cualquier iniciativa referente a Irak. Nadie dentro del gabinete
secundó a Wolfowitz. El vicepresidente Dick Cheney indicó que este no sería el mejor momento
para atacar a Sadam Husein. EEUU perdería fuerza. Afirmó: “Si vamos por Husein, perderemos el
derecho a erigirnos como los buenos de esta historia”

Así la postura de Cheney alienaba las posturas de Powell, Tenet y Rice que consideraban prioritaria
una acción militar a gran escala contra Afganistán, aprovechando la solidaridad mundial que se
había producido a partir de los atentados y la posibilidad de formar una gran coalición que
legitimara la intervención militar invocando el principio de autodefensa de la Carta Fundacional
de Naciones Unidas.

Y esta es la posición que finalmente se adopto: la respuesta militar a los ataques terroristas del 11S
tendrían como primer escenario Afganistán con el objetivo de eliminar a Bin Laden y destruir su
organización, así como el régimen de los talibanes que le daban su apoyo.

El oportunismo antiterrorista

La reacción a los atentados del 11S fue aprovechada por los neoconservadores para fijar “la hoja
de ruta” de la política exterior de Bush. La guerra contra el terrorismo sería larga y dura, el primer
objetivo sería Afganistán pero, en una segunda fase, el punto de mira apuntaba a Irak y en una
tercera fase no se descartaba Siria o Irán.

La pretensión explícita de los neoconservadores era la remodelación geográfica de Asia Central y


Oriente Medio, de acuerdo a los intereses estadounidenses. Para poder dar legitimidad, apelaban a la
necesidad de democratizar Afganistán y Oriente Medio, para poner fin a la amenaza que
representaba para el mundo y para Israel la existencia de estados fuera de la ley (rogue stats) con
armas de destrucción masiva y contactos con el terrorismo internacional. El control del eje
Euroasiático – reformulado como una elipse que abrazaría desde Kazajistán hasta la península
arábiga - fundamentalmente según Brzezinski para mantener la hegemonía estadounidense. Así la
nueva política exterior neoconservadora no estaba dispuesta a que sus decisiones fueran
condicionadas por la comunidad internacional o por las resoluciones del Consejo de Seguridad de la
ONU.
El 7 de octubre de 2001, la única superpotencia mundial iniciaba una guerra contra uno de los
países más pobres del mundo, alegando el principio de autodefensa de la ONU.

No era posible organizar a corto plazo una invasión a gran escala del país por el ejército
norteamericano, de modo que, a inspiración de la CIA, que deseaba recuperar el crédito perdido, se
llevo a cabo una breve campaña del 7 de octubre al 6 de diciembre. Esta operación ha sido descrita
como una operación en que 110 agentes de la CIA y 316 soldados de Fuerzas Especiales,
combinados con unos 100 millones de dólares en sobornos, para obtener la colaboración de los
Señores de la Guerra o de la Coalición del Norte. Mediante grandes operaciones de bombardeo, se
derribó en dos meses al gobierno de los talibanes, que no estaban preparados para resistir, puesto
que no esperaban que EEUU les atacase sin un motivo valido.

¿Existió un motivo valido para invadir Afganistán? No lo había en realidad, puesto que ningún
afgano participó en los atentados y el gobierno afgano tampoco había sido informado. De hecho, los
talibanes preocupados por el inicio de los bombardeos llegaron a ofrecer que entregarían a Osama
Bin Laden a un tribunal islámico para que fuese juzgado por los atentados del 11S, pero Bush
rechazó cualquier propuesta de negociación.

La dictadura teocrática de los talibanes era, sin duda uno de los regímenes más déspotas y brutales
del mundo. Conculcaba todos los derechos fundamentales y practicaba una exclusión de género sin
precedentes. Solo el régimen saudí, que había sido fuente de inspiración y financiación del
movimiento talibán, se le podía comparar. La miseria y la pobreza hacían no obstante, más brutal
rígido e insoportable el fundamentalismo talibán.

Sin embargo, cuando las primeras bombas alcanzaron Kabul y los campamentos de entrenamiento
de Al Qaeda en el norte y este del país, la desigualdad en la magnitud de fuerzas era tan evidente
que la guerra era inmoral.

Las bombas y misiles llegaban desde unos aviones y desde unos barcos que la población afgana
no podía ver, ni el ejercito talibán atacar (si se puede hablar de un verdadero ejército en el
Afganistán de los talibanes). Los proyectiles norteamericanos costaban 100, 1000 o 10.000 veces
más que los objetivos que alcanzaban y ocasionaron miles de muertos, antes de que el primer
soldado norteamericano pusiera los pies en Afganistán. De hecho, fue la Alianza del Norte la que
se encargo del avance terrestre, cuando la resistencia de los talibanes ya estaba deshecha o muy
castigada por los bombardeos. La Alianza de Norte estaba formada por un conglomerado de señores
de la guerra contrarios al régimen talibán desde final de la guerra civil.

La operación militar contra los talibanes fue denominada inicialmente “Justicia Infinita”, pero
teniendo en cuenta el profundo contenido religioso del concepto de justicia que tiene el islam, los
asesores de Bush propusieron Libertad duradera, que fue el nombre que finalmente adopto.

La operación combinaba los bombardeos masivos con la infiltración de líderes disidentes, que
tenían que intentar sublevar a la población, suministrar información a los servicios secretos de
EEUU y dar apoyo al avance de de las tropas de la Alianza del Norte. Uno de los líderes disidentes
fue Hamid Karzai, futuro presidente del gobierno provisional de Afganistán y que había trabajado
para la empresa petrolera norteamericana Unión Oil Company de California. UNOCAL.
El 3 de noviembre la capital se rendía y las tropas de la Alianza del Norte ocupaban la ciudad. A
mediados de noviembre el régimen talibán conservaba una ciudad en el norte y fueron vencidos el
7 de diciembre.

La guerra coincidió con la distribución de cartas infectadas de ántrax en EEUU. De hecho la


opinión pública estadounidense estuvo más pendiente del ántrax que de la terrible destrucción que
estaban sufriendo Afganistán y su población. Sorprendentemente, cuando las investigaciones
dejaron de seguir la pista de Bin Laden para seguir a la extrema derecha norteamericana (se
comprobó que el ántrax procedía de unas cepas creadas por el ejército norteamericano en la década
de los sesenta), la cuestión del ántrax desapareció de los titulares de la prensa.

Estados Unidos aprovecho esta guerra para poner un pie, por primera vez en la historia en Asia
Central. La cesión de bases en Tayikistán y en Uzbekistán, así como la ocupación de Afganistán
permitían a EEUU empezar a llenar el vacío del poder dejado en la región por la desaparición de la
URSS. Ciertamente, este era un objetivo geoestratégico de primer orden.

El establecimiento de alianzas con los países que antiguamente había sido aliados o pertenecientes a
la URSS, permitiría consolidar la presencia norteamericana en el mismo corazón de Asia Central y
modificaba su relación de fuerzas con China. Secundariamente, tenía el valor añadido de que se
abría una vía de acceso a las reservas de hidrocarburos de Asia Central y del mar Caspio, que
aunque representan menos del 1% de las reservas mundiales de petróleo y alrededor de un 5% de las
de gas natural, pueden jugar un importante papel en el fututo, sobre todo si se sabe que las
mediciones de la URSS en relación a los recursos fueron erróneas.

Al mismo tiempo las repúblicas de Asia Central estaban dispuestas a romper el monopolio de la
red de oleoductos rusos, cara y poco eficiente y estudiar una vía alternativa que a través de
Afganistán o de Azerbaiyán y Georgia, permitiera llevar los hidrocarburos a Pakistán y al
mediterráneo oriental.

La rapidez con que se había obtenido el éxito en Afganistán era engañosa. Sorprendidos por la
violencia de los bombardeos, los talibanes se apresuraron a huir, sin haber entregado sus armas, solo
dejaron el poder.

Lo cual no impidió a Rumsfeld que convenciera al mundo y al propio presidente que se trataba de
un triunfo de un nuevo estilo de guerra, basado en la combinación de pequeñas unidades de tropas
especiales, agentes secretos y sobornos. La rápida victoria llevaría a reforzar el plan de invadir Irak.

Un nuevo gobierno para Afganistán.

A principios de diciembre, los 50 grupos que participaban en la Cumbre inter-afgana de Bonn


habían llegado a un acuerdo y habían proclamado el nuevo gobierno provisional de Afganistán.
Esta cumbre de personalidades afganas era escasamente representativa y sin presencia de los
talibanes. El elegido para llevar a cabo una transición por etapas en Afganistán fue Hamid Karzai,
un comandante de etnia pastum, líder de los rebeldes del norte próximo al ex monarca Zahir y que
había participado en el gobierno de los Muyahidines antes de la llegada al poder de los talibanes.
La instauración de un gobierno provisional no mejoró mucho la situación en Afganistán. De
hecho el propio Karzai, gobernaba con un plebiscito del cual había tenido un 35 % de participación
en Kabul y entre un 10 y 15 en las otras regiones del país.

Fue posiblemente en este momento cuando EEUU cometió su mayor error político, al no ser
capaces de entender las diferencias que separaban a los talibanes de Al- Qaeda, cuando había entre
ellos un grupo significativo que estaba dispuesto a integrarse en el nuevo proceso político, si se les
permitía regresar sin represalias y cuando hubo incluso quienes propusieron que se entregase a
Bin Laden a EEUU.

Afganistán se convirtió en un territorio sin ley. Sin apoyo real del gobierno, Karzai fue
deslegitimizándose, y el país se manejaba en pequeños feudos, donde cada cierto tiempo, se
entrega algún dirigente talibán a las tropas de EEUU: a 5000 dólares la cabeza.

En contrapartida, las exportaciones de droga aumentaron hasta el punto de poder afirmarse que
Afganistán producía más del 90% de todo el opio del mundo. LOS NORTEAMERICANOS
HABÍAN CAÍDO EN EL ERROR DE DAR EL GOBIERNO A UNOS SEÑORES DE LA
GUERRA FUNDAMENTALISTAS, QUE NO ERAN MEJORES QUE LOS TALIBANES.

Lo que no hubo, pese a la multiplicación de los proyectos y de las intervenciones, fue un avance
económico que mejorase las vidas de los afganos. El escaso dinero invertido en la reconstrucción
se destino a provechosas concesiones a contratistas privilegiados, como KBR (una empresa ligada
a Halliburton, o sea a los intereses de Cheney), que edificaron obras de escasa calidad – escuelas sin
maestros y clínicas sin médicos – en lugar de destinar los recursos a tareas de reconstrucción que
dieran empleo a un buen numero de afganos. La realidad es que tan solo un 6% de la población
Afgana tenía suministro de electricidad, Kabul carecía de alcantarillado y cerca de 50.000 niños
trabajaban en las calles como limpiadores de botas, vendiendo frutas, como portadores de bazares,
limpiando autos, ejerciendo la prostitución y buscando comida en la basura.

Tras esta nueva victoria, Afganistán dejo de interesar a EEUU, de modo que la administración Bush
dejo al país en manos de los Señores de la Guerra y de la CIA, lo que facilitó que a partir del 2003,
los talibanes pudieran ocupar parte del territorio y rearmasen a sus fuerzas con el dinero de la
droga, secretamente ayudados por los pakistaníes, que consideraban a los miembros del norte, e
incluso al propio Karzai como favorables a la India: en 2002 había por lo menos 7 nuevos
campamentos de entrenamiento en territorio pakistaní.

La intervención de la Guerra de Irak.

Tras el primer asalto a Afganistán; el presidente Bush pudo concentrarse en su objetivo preferido,
que era la invasión a Irak; algo que estaba planeado con anterioridad al ataque del 11 de septiembre
de 2001, lo que significa que no tenía nada que ver con la “guerra contra el terror” con que se quiso
justificar. Con esta acción el bono moral de Estados Unidos acabó a nivel internacional.
El proyecto formaba parte del nuevo rumbo que iba a tomar la política exterior americana,
anunciado en el discurso sobre el estado de la unión que Bush pronuncio el 20 de enero de 2002,
donde expuso su propósito de combatir a los países de “un eje del mal”, en que citaba
especialmente a Irak, Irán y Corea del Norte, pese a que Irán les había apoyado en la guerra
contra los talibanes afganos.1

El ataque a Irak, el primer eslabón del eje del mal, se justificó mediante a una serie de argumentos
que Rumsfield recapitula en sus memorias: Sadam estaba relacionado con los ataques del 11s, ataca a
los aviones que patrullan Irak (durante los 12 años de embargo internacional, pero no derribó
ninguno), apoya al terrorismo (no se le relacionaba con Al-Qaeda, pero se suponía que, en caso de
ddesesperacion, podía sentirse tentado a unirse a ella y atacar a los Estados Unidos), intentaba
construir una bomba atómica (los israelíes habían destruido en 1981, el único reactor; pero ahora se
inventó una fábula acerca de sus intentos de compra de Uranio en Níger) y, finalmente, tenía un
arsenal de armas de destrucción masiva de carácter biológico que podía utilizar fácilmente. 2 El
problema es que ninguna de estas afirmaciones, que en su conjunto formaban la razón oficial para
desencadenar una guerra resulto remotamente verdadera.

En cuanto a lo que se refiere a las armas de destrucción masiva que eran el argumento más
importante de este repertorio, se sabía con toda certeza que no existían. En el verano de 2002, Naji
Sabri, Ministro de Relaciones Exteriores de Irak informó a EEUU que Sadam no tenía armas de
destrucción masiva ni que se estaba esforzando por obtenerlas. Lo anterior no impidió que en que
el 5 de febrero de 2003 se enviara a Colin Powell al Consejo de Seguridad de la ONU para que
defendiese la existencia de tales armas. Powell engañado para que hiciese ese papel, más tarde en
sus memorias consideró que había sido una mancha en su carrera, pero a pesar de ello, cumplió a la
perfección convenciendo a todos de que Sadam tenía armas.

¿Cuáles eran, pues, los motivos que condujeron a la guerra? Uno de ellos, posiblemente el
fundamental desde la óptica de los neoconservadores, era transformar políticamente el Oriente
Próximo, la idea era reorganizar el desorden dejado por Bush padre, que había permitido que
Sadam se quedara en el poder, mejorar la posición estratégica de Israel, eliminando el más
importante ejercito hostil de la zona, establecer una democracia árabe como modelo a los otros
países de la región (se busca establecer un Oriente Próximo de estados democráticos árabes y pro
israelíes) y facilitar la retirada de las tropas de Arabia Saudí, donde su estancia provocaba un
antiamericanismo.

De acuerdo a estos planes la caída de Sadam iba a sacar a los regímenes islámicos de Oriente
Próximo de su pasividad, eliminando tanto a los viejos autócratas como a los nuevos
musulmanes radicales y a favorecer a las fuerzas democráticas en países como Irán o Egipto, lo
cual ayudaría a que se llegase a establecer una paz general con Israel.

1
El representante de Irán ante las ONU diría que se quedaron sorprendidos por el hecho de que los EEUU tuvieran
tan poca memoria y se mostrasen tan ingratos acerca de algo que había ocurrido tan solo un mes antes. Lo que
decidió el cambio de Actitud en Washington fue el apoyo iraní a los palestinos.
2
El tema del supuesto uranio del Níger acabaría complicándose, cuando el antiguo embajador Joseph Wilson manifestó
dudas sobre la credibilidad de la información. El entorno de Cheney se vengó filtrando a la prensa que la esposa de
Wilson, Valerie Plane, había sido agente de la CIA. El asunto acabó con el jefe de gabinete de Cheney, Lewis “Scooter”
Libby en la cárcel, ante la indignación del vicepresidente, que consiguió que fuese liberado poco después.
Para los neoconservadores esta línea de actuación iba asociada a su visión de lo que había de ser
el nuevo imperio americano. Dejar de tener tropas en Alemania, Japón y Filipinas: repartirlas por
bases cedidas por el mundo entero para llegar en cualquier momento a cualquier lugar.

Lo que no se confesaba en público era la ambición por controlar el petróleo iraquí era uno de los
objetivos fundamentales de estos planes. Desde la crisis de 1973 y 1974 los norteamericanos
habían creado una reserva energética de petróleo de hasta mil millones de barriles, almacenada
en cavernas vacías de Texas y Luisiana y habían empezado a organizar el futuro. Ahora los
neocons trazaban las líneas del suministro del petróleo: sosteniendo que al ritmo actual, Estados
Unidos importará dos de cada tres barriles de petróleo a partir de 2020. La consecuencia de esta
demanda futura fue actuar para controlar las reservas de Oriente Próximo. No había de extrañar
que mientras se realizaba la conquista de Bagdad no hubo la menor preocupación por salvaguardar
el patrimonio cultural, museos, palacios y bibliotecas, el único edificio protegido por las tropas de
EEUU fue el Ministerio del Petróleo. Uno de los aspectos más complejos de la invasión
norteamericana y difícil de justificar es la destrucción sistemática de la infraestructura cultural
iraquí: 84% de las instituciones de educación superior y de investigación fueron saqueadas o
destruidas por iniciativa de Estados Unidos.

Hoy sabemos, además, que tras la decisión de Blair a implicarse en la invasión estaban las presiones
de la empresa petrolera británica BP, que quería asegurarse de que no iba a quedar al margen del
reparto de las reservas iraquíes que se previa que iba a ser una de las consecuencias inmediatas
de la guerra, para lo cual resultaba necesario dar apoyo a los proyectos estadounidenses de
invasión.

Lo más grave fue tal vez que la operación se planificó en una completa ignorancia de las
realidades de aquellos territorios y con graves errores militares. 3 Los expertos políticos
neoconservadores estaban convencidos de la debilidad de Irak y tenían una fe absoluta en la
eficacia de las nuevas tecnologías aplicadas a la guerra. Querían una conquista rápida y barata, que
no requiriese una larga estancia en terreno. Se estimaba que sería una invasión de mes y medio y
no habría ningún tipo de fuerza en contra salvo las tropas de Sadam. La CIA pensó que el ejército
norteamericano encontraría a miles de pueblos que los apoyarían, por lo cual se sugirió que se
repartieran banderitas de EEUU con el fin de celebrar la entrada de las tropas a las ciudades.

Cheney sostuvo en una reunión “Nos van a dar la bienvenida. Será como el ejército norteamericano
desfilando por las calles de Paris para la liberación de Francia durante la II Guerra Mundial, la gente
estará feliz con sus libertades y podremos retirarnos en tres meses.”

3
Uno de los problemas consistía en que Sadam, que conocía el funcionamiento de los servicios de inteligencia
norteamericanos por sus contactos con ellos durante la I Guerra Del Golfo, había transformado sus sistema de
comunicaciones, cambiando la radio por una red subterránea de fibra óptica y había prohibido el uso de teléfonos
celulares, lo que dejo a EEUU sin información. Otro, y más grave consistió en la ignorancia de los dirigentes
norteamericanos. Dos meses antes de enviar tropas a Irak Bush hablaba con tres iraquíes –americanos. Oyendo que se
referían a suníes y chiíes no pudo evitar decir: “pero yo creí que los iraquíes eran musulmanes”. También Bremer,
enviado como procónsul del imperio a Irak una vez concluida la invasión , reconocería que antes de llegar a Bagdad
no había ni siquiera oído de hablar de la existencia de los chiíes, pese a que constituían más de la mitad de la población
del país.
Se ignoraron deliberadamente las advertencias de los servicios de inteligencia acerca de las
dificultades que se podían encontrar en un Irak dividido y se menospreció la opinión de buena
parte de los dirigentes del Pentágono que recomendaban una política de contención ya que la
ocupación podía ser larga dura y costosa. Antes de invadir: el Pentágono exigió a los neocons planes
de reconstrucción, pales que nunca fueron presentados.

La guerra se inicio el 20 de marzo del 2002 una coalición internacional de 34 países, muchos de los
cuales ofrecieron colaboraciones meramente simbólicas; solo Inglaterra (41.000), Australia (2.000)
y España aportaron con tropas. Un ejemplo del aporte de los países restantes: Marruecos mandó
2000 monos para encontrar y detonar minas. La iniciativa en total eran 200.000 hombres, la mitad
de los que había intervenido en la guerra de 1991, con un importante apoyo naval y aéreo. La
Guerra fue: Estados Unidos versus la desmoralizada guardia de Sadam con lo que quedaba de la
guerra de 1991. Se toma Bagdad los primeros días de abril. Empiezan los saqueos, y los
norteamericanos mostraron grandes representaciones teatrales por televisión, como el derribo de la
estatua de Sadam y también equivocaciones, como los proyectiles norteamericanos al Hotel
Palestine con la muerte de periodistas extranjeros.

El primero de mayo de 2003, a bordo del portaviones Lincoln, Bush declaró que las operaciones
de combate a gran escala en Irak han acabado: una pancarta en el fondo decía MISIÓN CUMPLIDA.
Tras la rápida operación en Afganistán y la rápida operación de Irak, la maquinaria militar de
Estados Unidos parecía demostrar al mundo que era invencible y podía asegurar a Estados Unidos
una larga etapa de superioridad indiscutida.

La Guerra después de la Guerra.

Apenas había pasado un mes desde los ataques del 11 de septiembre cuando el Departamento de
Estado inicio un estudio sobre la transición en Irak con un equipo de unos 200 iraquíes
(ingenieros, abogados, hombres de negocios y expertos de todo tipo). En 33 reuniones se llegó a la
conclusión de que no era bueno que se eliminara la actual administración ya que además de su papel
de control, esta estructura proporcionaba un encuadramiento para el orden social, a la vez que
aconsejaban que se procediese a una reducción y rehabilitación del ejército iraquí, al que
incumbirían tareas como las luchas contra el terrorismo y contra el tráfico de drogas.

Los neoconservadores que dominaban en el Pentágono tuvieron la genial idea de que el problema
de reconstruir podía resolverse con poco esfuerzo, sobre la base de crear un gobierno iraquí en el
exilio alrededor del hombre que había escogido para dirigir el país, Ahmad Chalabi, y traslado en
bloque a Bagdad. Chalabi procedía de una familia rica chií de Bagdad, pero había abandonado Irak
hace doce años de edad. Ni el Departamento de Estado ni la CIA confiaban en él - había huido de
Jordania por fraude bancario-, pero su palabrería acerca de establecer una democracia laica que
reconocería a Israel era lo que los NEOCONS deseaban oír, de modo que depositaron toda su
confianza en él y en su partido fantasma, Congreso Nacional iraquí subvencionado por Estados
Unidos. En abril del 2005 se le nombró primer ministro adjunto, pero en las elecciones de ese mismo
año no fue capaz de obtener ni siquiera un diputado por sí mismo, de modo que quedo marginado
de la política iraquí.
Esta transición política era lo único que había preocupado a EEUU, porque pensaban que el nuevo
gobierno se encargaría del restablecimiento del país y no se habían detenido a pensar en que la
reconstrucción debía venir de manos de EEUU. Ni Rumsfeld ni Cheney quisieron oír previamente
los consejos de expertos que hablaban de dificultades, de modo que se puede sostener que se fue a
la guerra sin ningún plan acerca de lo que se debía hacer después, salvo que la finalidad de la
invasión era: cambiar al régimen.

Dos meses después de empezar la invasión, se reclutó al teniente general retirado Jay Garner para
gestionar la ocupación norteamericana al frente de la oficina de reconstrucción y ayuda
humanitaria. Se trataba, de una especie de ayuda humanitaria para máximo de tres meses, hasta que
hubiese establecido un gobierno en Irak y se pudiese enviar a Bagdad a un embajador de Estados
Unidos. Jay Garner, un hombre que conocía el país y que era apreciado por los iraquíes, no recibió
instrucción alguna acerca de lo que se debía hacer; se le envió con un equipo del que Rumsfeld
cuidó eliminar cualquier persona que procediese del departamento de estado o del entorno de
Colin Powell –eso de Irak era cosa de Defensa – y a Garner se le dejó en la ignorancia de los
planes que los neocons estaban preparando para desmontar toda la estructura del estado. La
situación llegó a tal grado de confusión que el 11 de mayo se decidió reemplazar a Garner por
alguien en quien se pudiese depositar más poder, al frente de una Autoridad Provisional de la
Coalición.

EEUU puso al mando de de Irak y en paralelo a su gobierno de transición a Paul Bremer III, un
diplomático sin ninguna experiencia en Medio Oriente. Actuó con la arrogancia de un Virrey, sin
dar cuenta de lo que hacía a nadie salvo a Bush y Rumsfield. Comenzó dejando claro a que el solo le
importaba la reforma económica: implantar un mercado libre, aboliendo todos los elementos de
subvenciones y ayudas del régimen de Sadam, que parecían socialistas. Para los neocons era
evidente que la economía de libre mercado era la base necesaria para hacer crecer la sociedad
democrática. Bremer publicó en 2004 su disposiciones para 2004 y años siguientes:

- Condenaba al gobierno iraquí de transición a no deshacer nada de lo impuesto por él.


- Privatizo las empresas estatales,
- Vendió los bancos a extranjeros, liberándoles de las limitaciones de las tasas de interés
propias de un país musulmán
- Liberalizo el comercio (con esto destruyo la industria local)
- Dio plena libertad a las inversiones extranjeras y a la remesa al exterior de beneficios
- Mantuvo la prohibición de funcionamiento de los sindicatos,
- Exención plena de las leyes iraquíes para soldados y ciudadanos norteamericanos.

Pero sus dos medidas más importantes fueron de carácter político y las adopto en los primeros
días de su gestión. Publico la desbaazificación de la sociedad iraquí que ordenaba la inmediata
destitución de sus cargos en la administración a todos los miembros del parido BAAZ, que había
gobernado el país desde 1968. Como la pertenencia al partido era obligatoria para todo
funcionario la administración quedo paralizada, al haberse despachado a todos aquellos que tenían
algún conocimiento acerca de su funcionamiento.
Lo más grave vino pocos días después con la orden de “disolución de entidades”, que afectaba al
ejército iraquí, al Ministerio de Defensa y a los servicios de inteligencia. Los planes que se habían
preparado poco antes de la invasión preveían disolver y desarmar tan solo las unidades de la
guardia republicana, las más leales a Sadam, pero conservar al ejército para mantener el orden y
ayudar a la reconstrucción del país. Lo cual era tanto más necesario por cuanto porque las
unidades de combate norteamericanas estaban diseñadas y blindadas para el combate, pero no
para restablecer el orden civil, para lo que necesitaban una especie de policía militar.

La disolución del ejército dejaba a más de 300.000 hombres con preparación militar en la calle, y
la mayoría de ellos con armas y sin pensiones. La opinión de los historiadores liberales y cientistas
políticos ante esta medida es que los neoconservadores habían optado por dejar que Irak cayese
en el casos para desviar la atención de los problemas de Israel y Palestina. Tres días después del
anuncio de la disolución del ejército iraquí murió el primer soldado norteamericano en un
atentado camino al aeropuerto de Bagdad. No habían pasado ni siquiera tres meses cuando el 7 de
agosto del 2003, explotó un auto bomba junto a la embajada jordana, matando a 11 personas e
hiriendo a 50 más.

Fue entonces cuando comenzó una auténtica guerra en Irak y la presencia militar norteamericana
se transformo en ocupación. La invasión había sido un paseo militar, ahora se iniciaba una
combinación de guerra civil entre suníes, chiitas y kurdos, y de una oleada de terrorismo que
asociaba a radicales islamistas, miembros o cercanos a Al Qaeda, baasistas, marginados y toda
clase de grupos contra la ocupación norteamericana. Murieron más soldados norteamericanos entre
mayo y noviembre del 2003 que en todo el transcurso de la invasión. Incapaz de entender el
problema al que se enfrentaba el alto mando de EEUU en Irak cometió el error de dedicarse a
perseguir y matar terroristas en lugar de centrarse en proteger a la población civil, lo que
contribuyo a aumentar la insurgencia.

Aunque Bremer había recibido el consejo de formar gobierno integrado por exiliados y de celebrar
elecciones cuanto antes, decidió que ni una ni otra cosa convenían y reunió a los dirigentes iraquíes
para decirles que él iba a seguir mandando todo el tiempo que fuese necesario hasta que se hubiese
aprobado una constitución y por ende formado un gobierno debidamente legítimo, y que todo lo
que iba a hacer era formar un Consejo consultivo integrado por 25 iraquíes, que iban a ser 14
chiíes, 11 suníes (cincos kurdos en los 11 suníes) y un cristiano.

Su plan preveía ir pasando gradualmente atribuciones al Consejo Consultivo, mientras se


preparaba la redacción de una Constitución que habría de ser ratificada por un referéndum, para
pasar entonces a la elección de un gobierno al que se pudiese entregar la soberanía; algo que se
esperaba que pudiese concretar a fines del 2004, o a lo sumo en el 2005. A este plan se opuso la
principal autoridad religiosa chií, el Ayatollah Alí al-Sistani, quien, previendo que los
norteamericanos pretendían redactar una constitución a su estilo, (no religiosa) publicó una fatwa
(orden religiosa) diciendo que la constitución debía ser redactada por los representantes iraquíes
elegidos, lo que hacía inviable la vía prevista por Bremer; las elecciones debían preceder a la
Constitución.
Fue la oposición de al-Sistani, combinada con la creciente violencia de quienes se resistían a la
ocupación norteamericana – que se vio agravada por la divulgación de las brutalidades ocurridas
en la cárcel de Abu Grahrib- lo que obligó a EEUU a dejar a un lado el proyecto de Bremer y
recurrir a la ONU, que propuso un plan para la celebración de elecciones y para la redacción de
una Constitución mientras EEUU negociaba ceder la soberanía a un gobierno provisional iraquí
el 30 de junio de 2004; algo que le convenía a Bush de cara a las elecciones provisionales de
noviembre.

Tras haberse aprobado en febrero una Ley Administrativa de Transición, que previa un gobierno
republicano, federal democrático y pluralista en que el islam seria la religión oficial y una fuente de
derecho, la soberanía fue transferida al gobierno provisional, con limitaciones como la de aceptar
la permanencia de las tropas norteamericanas y garantizarles la exención de las leyes iraquíes. En
este mismo momento cesaba el mando de Bremer.

Para encabezar el gobierno provisional la ONU escogió a Ayad Allawi, un chií laico relacionado
con la CIA, que al-Sistani aceptaba, y que se mantuvo 10 meses en el poder, hasta que su partido
perdió las elecciones el 30 de enero del 2005, boicoteadas por los suníes.

Las elecciones del 2005 permitieron nombrar presidente al kurdo Jalal Talabani, que escogió como
primer ministro a Ibrahim al -Jaafari, un chií casado con la hermana de al-Sistani, a quien se
consideraba próximo a Irán, lo que fue uno de los motivos, junto a las quejas suníes y de los kurdos,
de que se forzara su dimisión y que el cargo pasase a Nuri al-Maliki. Fue este nuevo gobierno el
que ejecutó a Sadam Husein, capturado tres años antes por Bremer; la difusión del video que
mostraba la brutalidad que había rodeado la muerte no hizo más que aumentar las divisiones
internas.

A finales del 2006 más de veinte milicias sectarias gobernaban la vida en las ciudades,
imponiendo un régimen de terror y desafiando al gobierno: las tiendas que vendían alcohol eran
atacadas, las dedicadas a la música cerraron, se asesinó a los barberos que afeitaban a los hombre
y las mujeres que no vistieran de acuerdo a las reglas de la moral islámica eran amenazadas. Se
expulsó a los suníes que tenían empleos en la administración o en el ejercito, y se les negó
atención en los hospitales. La guerra civil entraba ahora en una escalada de violencia.

Se abandonaron los planes de retirar las tropas norteamericanas, se prolongo forzosamente el


servicios de los militares voluntarios que habían cumplido el plazo de su compromiso y Bush
anunció en enero del 2007 un nuevo camino hacia adelante que incluía el envió de 20.000 hombres
más con el propósito de garantizar la seguridad. Sin embargo, mucho más que un aumento de
fuerzas implicaba la sustitución de la policía de guerra global masiva y rápida que había
sostenido Rumsfeld por una concepción de “contrainsurgencia”, cuyo máximo líder era el general
David PETRAEUS. Su fundamento era que no bastaba conquistar un territorio y destruir enemigos,
sino que había que ganarse a la población. Ese cambio de política condujo a la formación de al-
Sahwa (el despertar) con la contratación de unos 100.000 miembros de fuerzas suníes que hasta
entonces se habían enfrentado a los ocupantes: una ocupación que los americanos realizaron al
margen de un gobierno iraquí dominado por los chiitas y kurdos.
Que el refuerzo de la lucha contra el terrorismo pareciese estar llevando a una progresiva
pacificación, no bastaba para ocultar las consecuencias del fracaso en organizar un nuevo ejército
iraquí, que era esencial para permitir la retirada de los ocupantes. A mediados del 2007 se podía
comprobar que, tras haber invertido 20.000 millones de dólares en equiparlo, el nuevo ejército era
incapaz de de funcionar sin ayuda norteamericana. La corrupción de su oficialidad era enorme,
muchos iraquíes se alistaban porque era el único trabajo en el que podían recibir una paga con
seguridad, pero la mayor parte de su tiempo se ausentaban sin permiso. Pero era peor lo que
sucedía en la policía; había en ella 180.000 funcionarios que cobraban, pero en muchas unidades
la mitad de la plantilla estaba ausente y muchos de los que se mantenían en el servicio pertenecían
a la vez a milicias chiitas. En estas condiciones no se podía pensar en el fin de la ocupación.

EL PRECIO DE LA GUERRA

¿Cuál ha sido el coste de la guerra? Las pérdidas de vidas de los norteamericanos fueron mayores
de lo que se habían previsto, guiándose por el precedente de la Guerra del Golfo. En octubre del
2010 se estima en unos 5.700 muertos; pero a esta cifra hay que añadirle la de los veteranos
fallecido después del regreso por suicidio o por accidentes, sobredosis de drogas y otras causas
relacionadas con las vivencias en Irak.

Se busco disminuir el impacto causado por estas muertes empleando contratados, cuyo número
creciente fue creciendo hasta llegar a 160.000 en 2008: guardias de seguridad de todo el mundo,
que realizaba servicios que normalmente competían al ejercito. En 2009 se calculaba que los
contratados integraban un 48% del personal que trabajaba para el departamento de defensa en Irak
y un 57% del de Afganistán., lo que explica que en los primeros seis meses del 2010 murieran mas
contratados que soldados en ambos escenarios.

Alrededor de una decima parte de lo que en 2004 se gastaba en la reconstrucción de Irak iba a parar
a compañías de seguridad, como la siniestra Blackwater, cuyo propietario Eric Prince, se sentía
como un cruzado cristiano encargado de eliminar a los musulmanes y a la fe islámica de la faz de
la tierra y acepto de la CIA contratos para buscar y asesinar a presuntos miembros de Al Qaeda,
además de participar en diversos delitos incluyendo tráfico de armas. 4

Uno de los peores problemas de estos mercenarios, era que estaban al margen de la leyes y
tribunales iraquíes, y tampoco estaba sujetos a las limitaciones legales que rigen para los miembros
del ejército norteamericano, de modo que impunemente podían cometer todo tipo de brutalidades.

En cuanto a los iraquíes las perdidas demográficas causadas por la invasión y guerra civil fueron
grandes y difíciles de evaluar. Mientras que una organización llamada Irak Bodu Count ha fijado las
muertes en 100.000, una cifra que adopta sin reservas Estados Unidos, un estudio más serio
realizado por los epidemiólogos de la Bloomberg School Of Public Health de la Universidda Johns
Hopkins concluía que entre marzo de 2003 y julio del 2006 habia habido en Irak 654.965 muertes
4
Cuando se descubrieron los crímenes y abusos de Blackwatwer, la compañía no sola adopto un nuevo nombre, Xe
Services, sino que creó una red de compañías ficticias, a través de las cuales seguía recibiendo contratos millonarios
del gobierno. En 2010, ante la amenaza de que obligasen a responder por sus actividades ilegales, Prince decidió
vender la compañía y denuncio públicamente que se había puesto al servicio de la CIA para operaciones arriesgada,
pero que, cuando resulto políticamente conveniente deshacerse de él, alguien lo echo “debajo de las ruedas de un
tren”.
“de más” (esto es, que no se hubieran producido de no haber ocurrido la guerra), de las que un
91,8% habían sido violentas. La investigación se basaba en un método que estos epidemiólogos
habían aplicado también al Congo y Darfur, con resultados que fueron generalmente aceptados.
No ocurrió lo mismo con los referidos Irak, que fueron recibidos con una oleada de críticas. Un
estudio realizado por Opinion Research Business, una empresa de encuestas británica sin ninguna
connotación política, publicaba en enero del 2008 una estimación de 1.033.000 muertos; en este
caso la encuesta fue simplemente silenciada. De manera que se ha conseguido mantener la cifra
de 100.000 fallecidos, pese a que no cuadra con el hecho de que en 2010 hubiese en Irak cerca de
744.000 viudas. Hay además que contar con la huida a otros países de unos dos millones de iraquíes
y con el desplazamiento interno de por lo menos otros dos millones , que ha afectado sobre todo
a los grupos más educados de las clases medias.

En cuanto a lo que se refiere al coste económico para EEUU es difícil de establecer. Los enormes
aumentos presupuestarios que hubo que destinar a las invasiones de Afganistán e Irak – 400.000
millones de dólares, primero, seguidos de otros 80.000 millones de dólares que salieron de los
“fondos suplementarios” que se pedían al Congreso – se compensaron, aunque solo en una pequeña
parte con la disminución del gasto norteamericano en educación, cultura y atención medica y
contribuyeron a aumentar el enorme volumen de la deuda publica norteamericana. La cifra de tres
billones de dólares estimada por Joseph Stiglitz y Linda Baines, pretende tomar en cuenta la
totalidad de los complejos gastos de guerra. 5

Uno de los aspectos más lamentables de este gasto fue el despilfarro en armas de coste muy
elevado, que eran de escasa o nula utilidad para la lucha contra la insurgencia, mientras los
soldados se quejaban que sus vehículos estaban escasamente armados y recibían de Rumsfeld esta
respuesta, en una reunión celebrada en Kuwait en diciembre del 2004: “como ustedes saben, vamos
a la guerra con el ejercito que tenemos, no con el ejercito que podríamos desear o el que
quisiéramos”

Parecía imposible frenar el entusiasmo de los militares por gastar millones de dólares en juguetes
de alta tecnología que ni siquiera sabían si eran viables, ni que año estarían disponibles, o en armas
ideadas de acuerdo a la experiencia de la confrontación con la URSS, pero que no tenían sentido
en una guerra de guerrillas y terrorismo (cañones demasiado pesados, aviones demasiado rápidos y
hasta 30 submarinos al precio de 2.400 millones de dólares la pieza).

A que se produjera ese gasto contribuyó la forma en que se mezclaban en la política los intereses
de las empresas de armamento. Habia, por una parte, personajes con G.H.W Bush, el padre del
presidente, o el vicepresidente Dick Cheney , que mantenían estrecha relación con la industria del
armamento. Cheney había sido director (CEO) de Halliburton Company de octubre de 1995 a
agosto del 2000, y su salida de la empresa no fue una dimisión sino un retiro anticipado, lo que le
dio el beneficio de las stock options, por un valor de mercado de 62,6 millones de dólares.

5
Los gastos torales en defensa son difíciles de establecer en los EEUU: la cifra asignada al Pentágono en el
presupuesto para 2012 es de 558.000 millones de dólares, a los que hay que añadir otros 118.000 para operaciones
militares en Irak y Afganistán. Pero agregando a estos 676.000 millones otras partidas destinadas a cuestiones
relacionadas con la defensa, Chiristopher Hellman calcula que el gasto militar total podría llegar a ser 1,2 billones
de dólares.
Pero es que además se nombro para cargos que tenían una relación directa con las inversiones
militares a personas que procedían de las empresas de armamento. Gordon England, antiguo
presidente de Lockheed y vicepresidente de general Dynamics, que fue nombrado secretario de la
Marina en octubre del 2003 y secretario adjunto de defensa en enero del 2006, sostenía que uno
de sus objetivos fundamentales era el desarrollo de armas futuristas para enfrentarse a nuevos tipos
de amenaza que podían emergen del mundo postsoviético. Que no era ni fue lo que precisamente
se necesitaba en Afganistán ni en Irak. Cuando se criticó al Pentágono por los gastos en defensa,
Rumsfeld se excuso diciendo que había estado demasiado ocupado en la gestión de la guerra para
preocuparse del departamento de adquisiciones.

Mucho más cara que el armamento resulto ser la corrupción, que se extendió a todos los niveles,
desde los más grandes proyectos de reconstrucciones – Peter van Buren nos habla entre muchos
disparates de la época del hospital Laura Bush situado en Irak e inaugurado el 2004, que seguía
son haber visto ningún paciente en el 2011 y de otro que quedo abandonado, a falta de construir un
techo para cubrirlo - , a las contradicciones de servicios y aprovisionamientos para los soldados,
KBR, la filial de Halliburton que había sido acusada de hinchar los presupuestos de diversos
proyectos militares, recibió el encargo de gestionar aspectos cruciales de los abastecimientos de
alimentación, petróleo y electricidad; pero las auditorías realizadas por el Pentágono encontraron en
agosto del 2004 que no se había justificado un 43% de los 4.180 millones de dólares que habían
sido facturados por el alojamiento y manutención de las tropas norteamericanas. 6

Lo más espectacular , sin embargo, deben ser los 6.600 millones de dólares que formaban parte de
los cargamentos de billetes enviados entre 2003 y 2004 en aviones de carga, con destino la
reconstrucción de las infraestructuras de Irak, que desaparecieron en lo que se ha calificado como el
mayor robo de fondos de la historia nacional iraquí. Algo que quedaba muy por encima de las
numerosas apropiaciones menores que hicieron pasar millones de dólares a los bolsillos de los
militares americanos. Las nuevas autoridades iraquíes participaron de pleno en este saqueo del
dinero público. Cuando se tomó la decisión de organizar el nuevo ejército iraquí se dieron casos
como el de la total desaparición por obra de funcionarios iraquíes corruptos, de los 1.300 millones
de dólares destinados a la compra de armamento. Cuando, un par de años más tarde, retirado ya del
cargo, se le pregunto a Bremer qué pasaba con las alegaciones de que se habían esfumado nueve
mil millones de dólares de los fondos destinados a la reconstrucción de Irak, contestó que no había
por qué preocuparse, puesto que se trataba de dinero iraquí, procedente de la venta de petróleo y no
estadounidense.

Irak: Final y balance.

El propósito inicial de los Estados Unidos, cuyo mandato internacional para actuar expiraba a fines
del 2008, era el de establecer una especie de protectorado sobre un país inestable, a partir de unas
bases en que sus tropas permanecían durante una serie de años (la base de Bagdad es la mayor del
mundo, alberga 40.000 soldados estadounidenses), con el centro del poder en la embajada en

6
El 12 de marzo de 2007 se anunciaba que Halliburton trasladaba su sede central a Dubái, justificándolo por su
dedicación a los negocios del petróleo, en momentos en que trataba de desembarazarse de su filial de negocios
miliatres KBR, para desentenderse de las reclamaciones sobre el despilfarro de miles de millones en sus contratos.
Bagdad. Un mega bunker fortificado que era uno de los mayores edificios de su género en el
mundo.

Las primeras exigencias norteamericanas era la obtención de bases en territorio iraquí , libertad
para realizar operaciones militares y para arrestar y detener a iraquíes e inmunidad total para el
ejército norteamericano y de los contratados ante las leyes nacionales. El acuerdo votado en el
Parlamento iraquí el 27 de noviembre del 2008, que aprobaba los términos de la retirada gradual de
EEUU, negaba sin embargo las concesiones que se habían pedido, tanto la de conservar alguna
base después de la marcha, como la de inmunidad de la leyes iraquí s a soldados y contratados,
difícil de aceptar como consecuencia de los muchos abusos cometidos durante la ocupación.

La retirada de las tropas norteamericanas, en momentos en que el aumento del terrorismo parecía
desvanecer las ilusiones de pacificación planteaba una serie de problemas, como el de buscar
alguna forma de integración de los suníes, comenzando por dar empleo en el ejército o la policía a
los 100.000 milicianos de “el despertar”, cuya actuación parece haber sido más importante para
asegurar una tranquilidad transitoria que el reforzamiento de las tropas norteamericanas, El
gobierno chií se ofreció a integrar cerca de 20% en las fuerzas de seguridad, pero en abril del 2009
esta integración se había limitados a 5.000 de los cerca 100.000 que esperaban un empleo del estado,
y se comenzaba a comprobar que muchos de los, a medida que tomaban conciencia de que los
norteamericanos les habían abandonado a la hostilidad del gobierno chií, volvían a las filas de la
insurgencia. Como insistió en señalar el general PETRAEUS antes de abandonar el mando, la
pacificación del país era frágil y reversible y seguían presentes todos los elementos necesarios
para iniciar una nueva etapa de guerra civil y terrorismo. Ante el recorte de libertades civiles que se
estaba produciendo en Irak y las brutalidades y torturas practicadas por su policía, The Economist se
preguntaba en septiembre del 2009 si iba a volver a implantarse un “estado policía” no muy
distinto al de Saddam, solo que ahora dominado por los chiíes.

En junio del 2009 EEUU pasó el control de las ciudades a las autoridades iraquíes y comenzaron
una retirada gradual de tropas. Las elecciones de marzo de 2010 vinieron a complicar aún más el
panorama, al dar como inesperado ganador, aunque con un reducido margen de votos, a Ayad
Allawi, que había acertado a incorporar a políticos suníes en sus listas. Una victoria que Al-Maliki
no estaba dispuesto a aceptar, con el agravante de que Allawi no podía contar tampoco con el apoyo
de otros grupos importantes: los kurdos y la Alianza Nacional Iraquí del clérigo Chii al-Sadr, lo
que permitió a Al-Maliki seguir en poder, en un clima de incertidumbre.

En el verano del 2010 comenzó la retirada de las tropas norteamericanas, que se proponían dejar
solo 50.000 militares y 7.000 contratistas privados en funciones de apoyo y asesoramiento, pero
también de contraterrorismo. Las previsiones era que la representación norteamericana en Irak iba
a pasar del ejercito al Departamento de Estado, esto es a la embajada en Bagdad, a partir del 1 de
octubre de 2011

El 31 de agoto del 2010, cuando Obama declaraba oficialmente terminada una guerra que estaba
en su octavo año, Irak no tenia gobierno estable, lo único que funcionada en su economía era la
producción de petróleo (deficiente sistema de electricidad no permitía una actividad regular) y
vivía en medio de una violencia terrorista. Si algo era evidente era que la guerra la había perdido
el pueblo iraquí. Sin que ello implicase que la habían ganado los norteamericanos, puesto que
estaba claro que el protectorado imperial de Bush había fracasado . Nadie lo había dicho con más
elocuencia que Andrew Bacevich: “Billones de dólares gastados en Irak ¿Para qué?. Estaba claro
que la apuesta norteamericana por actuar como el único superpoder del mundo y establecer
un control casi colonial de Irak había concluido en un fracaso.”

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