Está en la página 1de 5

UN IMPREVISTO CONVENIO

Alex Mijangos Álvarez


Axel Bedwell
Claidy
Arlette Moreno
HSI 1 A
29/Septiembre/2023

Contemplar la vista de un techo es sin igual; una miserable manera de morir.

Todo era un caos: la policía, sangre por doquier, cadáveres, rostros familiares y un
gran escándalo hacían partícipe esta escena de mi vida; enorme era mi aflicción, pero a
pesar de todo, valió la pena aquel sufrimiento por ese momento de paz y esperanza que
obtuve al escuchar esa sollozante voz que me decía: “No te vayas padre, quédate conmigo,
no podré soportar todo este sufrimiento sin ti…”

Era la tarde de un verano cualquiera. Todo transcurría con normalidad: las aves
cantando, los coches en su sinfonía, la gente, como de costumbre, siendo simplemente
humanos.

Yo era un padre que lo había perdido todo: a mi esposa, mi dignidad y a mis


parientes cercanos; sin embargo, lo único que me motivaba en mi diario vivir era la
presencia de mi hija, una inigualable persona que me daba todo lo que necesitaba en esta
vida y que, sin ella, yo no sería nada.

Me encontraba en mi hogar regresando de mi labor de una pequeña fábrica y, como


siempre, esperaba a mi bella hija. Pasaron los minutos y las horas; ella todavía no llegaba a
casa; esa noche no hubo preocupación en mí ya que tenía la idea de que había ido a la casa
de alguna amiga suya, cosa que no sucedía tan seguido, por lo que me dejó intranquilo;
además de que no se puso en contacto conmigo de ninguna manera, situación que me
extrañó. Yo esperaba su llamada con inquietud y sin resultado alguno, me fui a descansar
para lograr despejar mis angustias.
Al día siguiente entablé comunicación con sus amigas y estas aseguraron que en
ningún momento estuvieron con ella. Asimismo, expresaron que ella no atendía las
llamadas y mensajes, por ese motivo propusieron llamarme, pero sin valor alguno no lo
hicieron para no alterarme.

Mi preocupación aumentaba con el pasar de las horas; temía lo que le podría haber
pasado y, por consecuente, llamé a las autoridades y enseguida se llevó a cabo una
búsqueda para poder hallar su paradero y así, poder tener a mi hija de vuelta.

Al pasar de los años perdí esperanza alguna, en donde me di por vencido. Cada
mañana murmuraba mis más sinceras disculpas por haberle fallado y de no estar presente
en el día en donde más me necesitaba.

“Mi vivir ya no tiene sentido, la esperanza de mi vida se ha esfumado, lo he perdido


todo, no tengo nada y… mucho menos razón para seguir viviendo.” Expresaba
detenidamente estas palabras mientras agonizaba en mi inmenso tormento.

La estancia en mi hogar no era el mismo y cada vez se volvía una tortura; caí en las
drogas, el alcohol y en el tabaco; deseaba poder llegar a morir de cualquier manera, pero
nunca de manera voluntaria por lo miedoso que era, además de que en todo momento mi
conciencia se nublaba y guardaba un rechazo al desaparecimiento de mi retoño y, por
consecuencia, tenía una esperanza de que mi hija pudiera estar con vida.

Hubo un periodo en donde se hallaba una extraña presencia rondando por mi hogar;
aclaro que estos sucesos empezaron y no cesaron desde el día en que empecé a consumir
aquellas sustancias; este ser de gran semblante; llevaba un porte elegante, era hermosa, su
cabello era rojo como el fuego, tenía una cintura de mármol y un escote que tentaba a la
luna, prácticamente era de magnificente belleza y para mi sorpresa aquella doncella era la
muerte; de igual manera se me acercó con una especial intención, la causa de su llegada fue
el interés de un peculiar negocio: mi muerte.

“Soy aquello que tanto anhelas” Dirigía su palabra con ironía y aspereza, pero con
un peculiar toque sensual.

“¿Qué haces aquí? ¿Acaso al fin te has dispuesto a llevarme?” le dije con tanta
emoción a lo que ella se río y expresó:
“jajajajajaj”

“Pero claro eres tan cobarde, estás esperando a que alguien te quite la vida, sin
embargo, no soy tan mala como parece; te sugiero que sucumbas a mis órdenes.
Dirígete a esta ubicación, en esta llevarás contigo un arma; portarás un
pasamontañas, y te aconsejo a que te obligues a optar un anhelo de asesinar a
cualquier forma de vida…”

Y así fue, como yo acepté mi destino; mi deseo al fin se cumplió, y al menos, yo


hube de adquirir una nueva razón de vivir…

Aún recuerdo aquella tarde en la que mi vida cambiaría por completo, nunca me
imaginé estar en una situación como esta. ¡Por mucho ha sido lo peor que me ha pasado
desde el fallecimiento de mi madre! Lo recuerdo tal y como si hubiese sido ayer.

Había ido a comprar postres a una pastelería que estaba a unas cuantas manzanas de
mi casa, compré cupcakes, muffins, galletas y los favoritos de mi padre: brownies de
chocolate. Imaginaba cómo se formaría una sonrisa en su rostro, digo a quien no le gustaría
pasar la tarde con su hija comiendo postres.

Pero mi ilusión duraría poco. De camino a casa, al voltear en la última esquina.


Unos sujetos me rodearon y sin darme cuenta golpearon mi cabeza dejándome
inconsciente, recuerdo que lo único que pude decir mientras cerraba mis ojos y caer
desmayada fue “padre…” sin saber lo que me depararía el destino.

Siempre que despertaba lo primero que hacía era intentar moverme con libertad, oh
sorpresa, nunca pudo ser así, desde que me secuestraron las constantes torturas me
volvieron casi imposible el moverse sin dolor.

Diario cruzaban la puerta del cuarto de al lado para torturarme; se turnaban para
satisfacer sus necesidades, aunque no parecía que lo hicieran solamente por eso, actuaban
con cierto odio hacia mí, como si de un saco de boxeo se tratase.

Solo podía llorar y lamentarme de lo que había sucedido, lo había intentado todo.
Ese día después de escuchar el silbato del tren que pasaba cerca del chiquero en el que me
encontraba, escuché un estruendo muy fuerte, como si una pared hubiera sido derribada y
entonces se empezó a escuchar golpes, forcejeos y disparos; con las pocas fuerzas que tenía
me arrastré hasta la puerta para poder observar desde una rendija que estaba
aconteciendo…

Y lo vi, observé a un hombre enorme con unos ojos carmesí y una expresión de ira
en su rostro, repartiendo a diestra y siniestra grandes golpes contra mis secuestradores, se
veía ¡tan imparable, tan monstruoso! A pesar de ser apuñalado no sentía nada, tal vez
estaba entrenado o su sed de sangre lo segaba y no le permitía sentir lo que le sucedía a su
cuerpo. Los golpeó hasta que dejaron de moverse y solo entonces volvió a ser humano, se
dio cuenta de las heridas que tenía en su cuerpo para después caer rendido en el suelo.

Al terminar el encuentro, salí de la habitación en la que me tenían cautiva y pude


presenciar la masacre que se había llevado a cabo en aquel cuarto, la palabra “pelea” se
queda corta para describir la sangrienta batalla que ocurrió.

Con esfuerzo y aguantándome el dolor busqué una forma de comunicarme con


alguien, llamar a la policía o intentar hablarle a mi padre. Encontré el celular de uno de los
hombres que me había secuestrado y llamé con desesperación a la policía.

-Departamento de policía ¿En qué puedo servirle?

-Policía, policía, están muertos, están tirados en el suelo.

-Señorita necesito que se calme, ¿Quiénes están muertos?

-Los hombres, los, los que me secuestraron.

- ¿Sabe en donde se encuentra usted?

-No, no para nada…

-Manténgase en la línea y rastrearemos su llamada.

Mientras la policía rastreaba la llamada, pude notar algo familiar ese hombre frenesí
asesino, aquel sujeto que me había librado de mis captores y ahora, yacía en el suelo
desangrándose, me recordó a mi hogar.
Intenté llamar a mi papá, y escuché un zumbido que provenía del mismo sujeto, al
acercarme para ver qué era aquel sonido, descubrí su rostro, cargaba una especie de
pasamontañas, que después de la pelea se cubrió de sangre y entonces, se me quebró la voz,
me percaté de que aquel individuo era mi padre, él había venido en mi búsqueda y ahora se
hallaba en el suelo, sin vida…

También podría gustarte