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HISTORIA ARGENTINA Y AMERICANA I

ALUMNO: SILVANO GUERRA, Leonardo Daniel.

Profesor: MOREIRA MONTES; Francisco.

Donghi y Chiaramonte, sobre la Revolución de


Mayo
Hacia 1972 Halperín Donghi proponía que la revolución había significado “el fin de ese pacto
colonial (y a más largo plazo la instauración de uno nuevo)” y concluía que en cuarenta
años se había pasado “de la hegemonía mercantil a la terrateniente, de la importación de
productos de lujo a la de artículos de consumo perecedero de masas, de una exportación dominada
por el metal precioso a otra marcada por el predominio aún más exclusiva de los productos
pecuarios. Pero esa transformación no podrá darse sin cambios sociales cuyos primeros aspectos
evidentes serán los negativos; el aporte de la revolución aparecerá como una mutilación, como un
empobrecimiento del orden social de la colonia"

En otros términos, tanto se había tratado de una revolución que ella había significado el pasaje de
un tipo a otro de hegemonía y permitido la constitución de una nueva clase dominante
que aparecía como un producto y no como un protagonista de la revolución. De Este modo, los
cambios en el mercado mundial y la capacidad de las clases terratenientes para aprovechar sus
oportunidades habían permitido construir la “hegemonía de los hacendados del Litoral” o lo
que, por entonces, calificaba como “hegemonía oligárquica”. Otra explicación fue ofrecida por
Chiaramonte al despuntar los años 90 a partir de la experiencia correntina: su perspectiva
concentraba la atención en la emergencia de una forma de estado transicional entre el orden colonial y
el estado nacional y postulaba que era un producto histórico acorde con los rasgos de las estructuras
de producción y de circulación puesto que “el rasgo más decisivo de la estructura social rioplatense”
era “la inexistencia de una clase social dirigente de amplitud nacional” en condiciones “de ser el sujeto
histórico de ese proceso”.

Esta perspectiva suponía una clave interpretativa del proceso de la independencia que ya
no podía ser explicado a partir de la supuesta maduración en la colonia tardía de una clase social
que había estado esperando la oportunidad histórica para tomar un rol protagonista. Nada
más alejado de su interpretación que enfatiza que la independencia era el resultado combinado de la
crisis imperial, la presión británica y el descontento de las capas sociales coloniales. Las diferencias
se notaban con mayor nitidez en torno a una implicancia que Chiaramonte extraía de esta
configuración: los principales sectores sociales no estaban en situación de “trascender los
particularismos regionales o locales” y entre las razones que explicaban esta perduración del
particularismo (que convertían a la “provincia-región” en una “unidad sociopolítica”, “el primer fruto
estable del derrumbe del imperio” y “el grado máximo de cohesión social que ofreció la ex colonia”)
estaba “el dominio del sector comercial sobre la vida económica colonial”. Es decir, Chiaramonte
postulaba su perduración pese a la crisis de los sectores mercantiles coloniales y la irrupción de los
grupos comerciales extranjeros: así, mientras Halperín afirmaba el pasaje de una
hegemonía mercantil a una terrateniente – y aún la liberación de los productores del predominio de
los comercializadores-, Chiaramonte resaltaba la perduración del predominio del capital
mercantil o, a lo sumo, la formación de unidades mercantiles a través de la asociación de productores
y comerciantes. Disponemos, entonces, de dos hipótesis interpretativas fuertes acerca de los
contenidos (y sobre todo de las implicaciones) económico-sociales del proceso revolucionario.
Aunque no ha habido una polémica franca al respecto ambas pueden ser tomadas como
punto de partida para intentar resolver nuestro interrogante.

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Intentemos hacerlo concentrando la atención en un aspecto decisivo: ¿qué sucedió en el entramado
de relaciones sociales agrarias? La elección de este punto de observación deviene de una
constatación obvia: en definitiva, hacia 1869 todavía la inmensa mayoría de la población seguía siendo
rural, quizás un 70%.

Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra revolución significa “Cambio violento
y radical en las instituciones políticas de una sociedad o, en su defecto, cambio brusco en el ámbito
social, económico o moral de una sociedad”. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que los hechos
anteriores y posteriores a la gesta de mayo, poco tuvieron revolucionarias.

La revolución multiplica entonces los efectos provocados al comercio interno por la geografía y
acentuados por la organización colonial. Las dificultades de mantener abiertas las rutas comerciales,
en ese vasto desierto que era el Río de la Plata virreinal, eran sin duda enormes Por otra parte, el
sistema impositivo colonial golpeaba duramente al transporte y al comercio interior; si bien no es
preciso tomar literalmente las alegaciones de los interesados, que veían en él la causa principal de sus
dificultades, su gravitación no puede sin embargo ignorarse

La Revolución de Mayo fue un conjunto de hechos históricos que terminaron en la caída de la corona
española en el territorio del Río de La Plata. Este hecho nodal en la historia de nuestro país, hasta
nuestros días es tema de debate en las distintas corrientes historiográficas. Durante el siglo XX estas
corrientes pretendieron tanto analizarla, como hacer de ellas banderas para tal o cual proyecto
político: la liberal, la revisionista, la peronista, hasta las “nacional-populistas”. Para todas ellas
Halperín Donghi (incluso desde la izquierda) siempre fue una referencia en voz baja o una cita muda.
Todos lo leyeron y concuerdan en que es una institución en la materia, pero todos pusieron sus
reparos y distancias. Chiaramonte, por su parte, al ser contemporáneo de Halperín Donghi, creemos
que es una voz de peso para analizarlo.

Sin pretender agotar esta discusión con la historiografía acá, sí queremos marcar, como puntada
inicial de un telar de discusiones y matices, de cómos y porqués, algunas cuestiones generales de estos
dos autores sobre uno de los hechos fundantes de la historia nacional y de cómo se forma el Estado
Nacional y su burguesía. Tomaremos, para el caso, únicamente los textos Revolución y Guerra de
Halperín Donghi y Autonomía e Independencia de Chiaramonte. Para ser más claros respecto al
contexto, revisaremos brevemente los acontecimientos que rodearon la Revolución de Mayo,
resumiendo las convergencias y divergencias de los autores.

Al comienzo, se puede advertir que ambos tienen acuerdo con los hechos clave, aunque con ciertas
diferencias, en lo respectivo al comienzo al proceso revolucionario, a recordar: la invasión francesa a
España a través de los territorios vascongados, el fortalecimiento de las élites criollas y la división del
territorio colonial hecho por la Corona previo a los sucesos de 1806, momento en que se suceden las
Invasiones Inglesas en el Río de la Plata. En los dos autores se puede evidenciar también un acuerdo
relativo, en cómo las clases dirigentes se toman el vacío de poder legal que produce la abdicación del
Rey. Halperín Donghi y Chiaramonte concuerdan en sus análisis de los hechos acaecidos en 1810, que
dichas elites porteñas en un comienzo, no pretenden una total ruptura con la metrópoli; por lo que
tampoco había una idea aún de independizarse de España.

Con un estilo de narración más literaria, Halperín Donghi relató en su texto los problemas que la
elite porteña atravesó para conseguir la autonomía. Los problemas con el clero local, los
enfrentamientos con las milicias urbanas heredadas de las Invasiones Inglesas (que muestran las
contradicciones entre crear un ejército regular fiel al nuevo poder político), los reveses para concretar
un ubi consistam, por ponerlo en términos del autor, para lograr una cohesión tanto política como
filosófica, pintan a una “dirección revolucionaria (que) ha descubierto ya que no puede encontrar su
punto de apoyo en un sistema de ideas (a las que por otra parte las peripecias europeas hacen
inactuales y peligrosas) sino en su capacidad de satisfacer las apetencias y los intereses del país al que
gobierna y al que –como se descubre cada vez más claramente a cada paso– la revolución, que tanto
ha destruido del viejo orden, no ha sido capaz de rehacer según un nuevo plan coherente”. Las

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vicisitudes que encuentra las élites, ahora el poder, a partir de desenvolverse ante una situación que
no sabían cuánto podía durar, según relata Halperín Donghi, explicarían todos los giros políticos para
asegurar la continuidad del nuevo orden. En este proceso es que la nueva clase dirigente tendrá, según
Donghi, una tendencia proclive a ser “sensible”, de escuchar y responder ante las exigencias de las
distintas fracciones del poder real, como la iglesia, los comerciantes, los jefes militares e incluso de los
españoles que habitaban el territorio a los que el nuevo poder integró, aunque con celo y reserva. De
hecho, Buenos Aires tardaría muchísimo en tener un obispo designado por la Santa Sede, puesto a que
no había una posición oficial de la Iglesia frente a la crisis de sus colonias.

El nuevo gobierno revolucionario, sin embargo, busco subyugar el poder eclesiástico a la Revolución,
ya que este poseía gran prestigio, aunque terminó conllevando a una cierta secularización de la
sociedad, cuanto más está se adhería al nuevo gobierno, al que claramente la iglesia se enfrentó en un
primer momento. Halperín Donghi hablaría de esto en otro pasaje de su libro: “Esta secularización de
la vida colectiva es el correlativo de la politización revolucionaria; ambas trasuntan en el plano de las
creencias y la conducta colectiva el sometimiento creciente del poder eclesiástico al civil; pese a las
limitaciones que las circunstancias le imponían, la política del supremo poder revolucionario fue
también frente a la iglesia sustancialmente exitosa. Dicha política puede resumirse en la absorción de
los recursos, el poder y el prestigio de magistraturas y corporaciones que en tiempos coloniales habían
gozado de un grado variable, pero en todos los casos considerables, de autonomía, en beneficio del
nuevo poder supremo que la revolución había instalado en Buenos Aires. Sólo que, eficaz para aplastar
a sus posibles rivales, lo fue mucho menos para heredar el poder y prestigio de sus víctimas; su apego
a los métodos coactivos para imponer la adhesión es más que una vocación una necesidad, y revela
constantemente los límites del consenso que acompaña al poder revolucionario, no sólo entre los
adversarios sino también entre los adictos al nuevo orden”. Podría decirse que más temprano que
tarde, del proceso revolucionario terminarían por participar sectores ajenos al militar; dicha inclusión
prueba que, desde el comienzo, el poder revolucionario ha sido sensible al problema de hallar canales
de comunicación con el cuerpo social; la solución buscada, sin embargo, se revelaría excesivamente
fácil: “no elegidos por sus pares, esos eclesiásticos o comerciantes eran antes que representantes de
estos, reclutas del grupo identificado con la revolución, al que sin duda ampliaban pero no alcanzaban
a salvar de su aislamiento”.

Por lo que deja claro que los representantes sectores influyentes de la sociedad colonial porteña,
tanto eclesiástica como comercial, no eran sujetos elegidos por sus pares de estamento social, sino que
eran tomados como representantes siempre y cuando fueran adeptos a la causa revolucionaria.

Para Chiaramonte, en cambio, si bien expresa acuerdo general sobre el posicionamiento de las élites
criollas frente a la falta de decisión y determinación para independizarse de España, trazará una
versión más amena del nuevo poder revolucionario. Chiaramonte, explica así, que si bien la
Revolución de Mayo “no fue en sus comienzos un movimiento de independencia. Más aún, no fue
resultado de una elaboración previa por parte de quienes lo encabezaron, sino de una audaz decisión
de los “españoles americanos” (con apoyo de algunos peninsulares) para tomar el control de los
acontecimientos derivados de la crisis de la monarquía”, sí estuvo en la escena de las discusiones
políticas y filosóficas de la época, a partir de los procesos de independencia del continente americano
(sobre todo de la independencia de EE.UU) tanto como de las lecturas que los mismo mormones
habían introducido, como por ejemplo Rousseau, Hobbs, y los teóricos del Estado y el nuevo “contrato
social”, aunque aclara que los procesos que terminan en la Revolución de Mayo, no pueden ser
determinados dentro del movimiento de la “Modernidad”. De todas formas, sí afirma Chiaramonte
que estas corrientes filosóficas serán tomadas como argumento tanto legal como filosófico para la
separación de España. Así, concluye Chiaramonte, que los procesos revolucionarios de los primeros
años de 1800, no va a ser el resultado de una “nacionalidad argentina” (Chiaramonte) preexistente
que pugnaba por nacer y consecuencia de un “proyecto por nacer” (Chiaramonte), sino una cadena de
eventos a contragolpe que irán determinado el nacimiento de un nuevo orden político inestable.

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A modo de conclusión se puede afirmar que ambos autores acuerdan que los acontecimientos de la
primer década y media del siglo XIX en lo que más tarde será el territorio nacional, llevaron a una
clase dirigente, ante el vacío de poder dejado por la crisis española, al poder que tuvo que resolver al
mismo tiempo su propia existencia y legitimación como nuevo orden de poder, al mismo tiempo que
tuvo que resolver los problemas de tener que crear las bases de un Estado moderno y nacional. A
partir de esta definición, entendemos que esto determinó una dinámica “permamentista” con distintos
actores sociales (tanto nacionales como internacionales) que prefiguraban las bases del nuevo orden
social y desde donde partir para hacer un análisis más concreto de todo el periodo histórico que
desencadenó en la Revolución de Mayo.

Es también importante destacar que los participantes de la revolución, no fueron de ningún modo
representantes de estamentos de la sociedad enteramente adeptos al proceso revolucionario, sino que
más bien, los distintos actores sociales involucrados en la revolución, no pertenecían pues a ningún
estamento social en concreto. La sociedad colonial pre-revolucionaria estaba claramente fragmentada
entre quienes apoyaban deliberadamente la Revolución de Mayo; como de quiénes no lo hacían.

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