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El joven que sobrevivió a Cromañón y a la tragedia de Once: los segundos de lucidez que

lo salvaron

Mariano Valentino estuvo la noche del incendio del boliche y también en la formación que
chocó contra el paragolpes de la estación Once el 22 de febrero del 2012. Cómo es la vida tras
haber pasado por dos tragedias que causaron 246 muertos

Mi viejo me convenció de que fuéramos al cuarto vagón para estar más tranquilos. Que no
había apuro, habíamos salido con tiempo. Menos mal, eso nos salvó la vida”, recuerda Mariano
(Martín Rosenzveig)

Las personas que no vivieron hechos traumáticos se pueden preguntar cómo es sobrevivir a una
tragedia. Pero, quizás, muy pocos piensen que un hecho así ocurra dos veces en la vida de una
persona. Mariano Valentino, de 35 años, estuvo dos veces muy cerca de morir a muy pocos
metros de distancia. Los dos casos ocurrieron a pocas cuadras de distancia.

El 30 de diciembre del 2004 salió con vida y con su cuñado en los hombros del boliche
Cromañón. Durante ese recital de Callejeros murieron 194 personas. Ocho años después,
viajaba en el tren Sarmiento que chocó contra el andén de la estación Once y causó 52
fallecidos y 789 heridos. Entre los dos hechos hubo 245 muertos.

Cómo es vivir con eso en la cabeza. Mariano intenta explicarlo en diálogo con Infobae. “No sé
bien cómo explicar lo que viví en esos momentos –arranca Valentino-. En ese instante tengo
unos segundos de lucidez y logró encontrar la salida frente a tanta tragedia. Veo todo en cámara
lenta y eso me permite actuar con cierta tranquilidad”.

El destino de cambiar de vagón

El 22 de febrero de 2012 Mariano iba a la capital a una entrevista de trabajo. Le costaba


conseguir y lo habían convocado para la segunda etapa de selección como empleado de
limpieza. El joven, de 26 años en ese momento, le pidió a su papá que lo acompañe. No le
gustaba ir solo a Capital desde Morón.

La "Tragedia de Once", el peor accidente ferroviario de Argentina, sucedió el


22 de febrero de 2012. EFE/Martín Quintana/Archivo

Llegaron a la estación con los nervios de Mariano por la cita laboral que se le avecinaba. Su
papá trataba de tranquilizarlo. “Todo iba a salir bien”, le decía. “Yo quería subirme al segundo
vagón para estar más cerca de los molinetes en Once. Mi viejo me convenció de que fuéramos
al cuarto vagón para estar más tranquilos. Que no había apuro, habíamos salido con
tiempo. Menos mal, eso nos salvó la vida”, recuerda Mariano.

En esa misma zona del tren hallaron casi tres días después del accidente del tren el cuerpo
de Lucas Menghini Rey entre los vagones retorcidos de la formación.

Era cerca de las 8:30 de la mañana y el tren se acercaba a la estación de Once, su destino final.
“Empezaba a ver el andén y notaba que la formación no disminuía su velocidad como era
común cuando se acercaba a esta parte del recorrido –relata Valentino, sobre los segundos
previos al choque-. Yo ya notaba que algo andaba mal”.

A las 8:32 de ese día la formación número 3772 identificado también como chapa 16 del
tren Sarmiento chocó contra el paragolpes de la plataforma 2 de la estación de Once. “Nos
caímos todos para adelante y los vagones quedaron como acordeones –recuerda Mariano-. Se
rompieron los asientos. Mucha gente se cayó y quedó como agolpada sobre la parte delantera”.

Ahí fue donde Mariano recordó Cromañón y obtuvo un momento de lucidez de esos que por
segunda vez le salvaron la vida. “Yo viajaba parado contra una puerta y mi papá en la de
enfrente. Tras el choque me puse de pie y lo primero que hice fue ir a buscar a mi papá. La
verdad que, por suerte, pudimos salir fácil del vagón”.
En la tragedia
de Once murieron 52 personas y hubo 789 heridos

Al salir, Mariano y su papá fueron llevados a distintos centros de salud de la Ciudad de


Buenos Aires. El joven tenía lastimado un tobillo y un golpe en la cintura. Tras las curaciones
fue rápidamente dado de alta en el Hospital Tornú. El joven tomó un colectivo y sin todavía
entenderlo volvió a la zona de Once donde todavía la estación estaba rodeada de bomberos y
ambulancias del SAME. “No tenía plata y con la radiografía de mi tobillo le conté al colectivero
que había estado en el accidente del tren y me llevó gratis”, cuenta Mariano.

La odisea de volver a casa

El joven se sentó en un asiento individual del colectivo y se desvaneció casi al instante. Como si
hubiera caído que por segunda vez había estado al borde de la muerte y a muy pocos metros de
donde era el boliche Cromañón, en ese momento ya convertido en un santuario de las víctimas
del incendio.

El chofer lo despertó al final del recorrido en pleno campo en alguna zona indeterminada del
tercer cordón del conurbano oeste. “Me bajé y empecé a caminar y caminar sin parar –relata
Valentino-. No tenía plata y ningún remisero me quería llevar. Buscaba algún cartel que me
indicara que estaba en dirección a Morón, mi casa. En cada estación de servicio me mojaba la
cabeza porque hacía mucho calor”.

Mariano llega hasta la parada de un colectivo y un chico lo salva quizás por tercera vez en su
vida. “Me dijo el colectivo que tenía que tomar para llegar a Morón, lo abracé y me puse a
llorar como un nene”, cuenta el sobreviviente.

Con toda su ropa mojada por la transpiración, Valentino llegó a su casa 12 horas después de
haber salido, alrededor de las 21. Su mamá lo había estado llamando al celular que daba todo el
tiempo apagado y lo buscaron por varios hospitales durante toda la tarde sin suerte. “Mi vieja
me dio un beso y me dijo que tenía más vidas que un gato”, se sonríe Mariano con el recuerdo.

Mariano Valentino conserva la entrada con la que entró a Cromañón (Martín Rosenzveig)

Salir de Cromañón

Ocho años antes del choque del tren de Once, Mariano vivió la tragedia de Cromañón en su
piel. El 30 de diciembre del 2004 había ido a ver a Callejeros junto a su cuñado y un grupo de
amigos. “Ya en la entrada vi que todo era un caos con mucha gente y poco control -rememora el
joven-. Entramos y yo me subí a cocochito de mi cuñado que era mucho más grandote”,
cuenta Valentino.

Entonces todo sucede como en cámara lenta para el joven sobreviviente. Alguien lanza unas
bengalas que impactan en la media sombra del boliche que se empieza a quemar. Mariano relata
casi como si hubiese sido ayer como fueron los primeros instantes de la tragedia: “Veía cómo
caían pedazos prendidos fuego desde el techo y casi al mismo tiempo se corta la luz. Queríamos
salir por una puerta y un patovica de seguridad nos mandaba para otro lado. Mi cuñado tenía
todos los tobillos pisoteados por otras personas que también luchaban para sobrevivir”,
explica el joven.

Adentro de Cromañón era todo humo y desesperación. En ese momento, Mariano empuja al
guardia de seguridad que les tapaba la salida, toma a su cuñado mucho más grande que él, se lo
sube a los hombros y sale a la calle Bartolomé Mitre. Lo primero que observa es decenas de
caras de víctimas en un portón semiabierto que era la puerta de seguridad. “No me puedo sacar
más esas caras de mi cabeza. Eran como pescaditos afuera del agua intentando
respirar”, recuerda Valentino al borde del llanto.
A Mariano le quedaron marcas de las dos tragedias que vivió. Apenas salió de Cromañón se
notó todo el pecho rojo y arañado por muchas personas que como él intentaban huir del
infierno. Nunca más pudo volver a un recital bajo techo y por mucho tiempo escuchó mientras
intentaba dormir el llanto de los nenes que estaban en ese recital de Callejeros.

Pese a los recuerdos que les trae, Valentino sigue tomando el tren cada vez que lo necesita.
“Arreglo celulares y hago electricidad en general. Por eso no puedo prescindir de ese medio de
transporte para moverme con mis clientes. Me costó mucho encontrar trabajo porque cada vez
que se enteraban que había pasado por Cromañón y por el choque de Once se pensaban que me
había quedado algún problema psicológico”, explica Mariano. Con toda su historia a cuestas en
la mochila, este sobreviviente de dos de las últimas tragedias más graves e impactantes de la
Ciudad de Buenos Aires sigue en busca de su camino laboral sin darse por vencido. En su
cabeza ante cada adversidad siempre resuena lo que le dijo su mamá tras el reencuentro después
del accidente del chapa 16: “Tenés más vida que un gato”.

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