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Sobre el cemento del piso y de los muros de la celda restregué la punta de mi cuchillo de mesa.
Cambiando de postura, para convertir la hoja roma en cuchillo de pelea. Bajé donde el piurano. Se
agachó levantó el colchón de su cama y sacó de allí un largo cuchillo en punta, con mango corto de
madera. El cuchillo era ancho y pesaba. Me dijo que yo no estaba preparado para matar al “Puñalada”
por ello me solicitó mi cuchillo. Todos empezaron a bailar porque el negro zapateador quijada de burro
en mano empezó a danzar rascando la quijada con otro hueso. Un grito resonó de repente entre los
muros. Era el “Clavel”. “Puñalada” vino pronto con su azote. Dispersó a latigazos a los vagos. Salí afuera.
Estaba casi a oscuras, pero a vi a un “Pacasmayo” de pie sobre las barandas de hierro. Se lanzó contra
la celda del “Clavel”. Escuché el choque del cuerpo, contra la reja de la celda. Ya casi era de noche, la
niebla oscura y baja cubría el cielo. ¡Es “Pacasmayo”, señores! Dije a voces. Yo lo he visto lanzarse
desde las barandas. Corrí a la escalera. No había llegado aún al extremo cuando un alarido de “Puñalada”
repercutió en todo el Sexto. Mi ‘han destripao. Mi ‘ahogo. ¡La p… que me parió! Venía andando, un chorro
de sangre brotaba de su cuello, pero él se agarraba el vientre. ¡Nadie se mueva! Ordenó el guardia.
Viene el teniente y los investigadores, dijeron desde la puerta. Los vagos se habían quedado inmóviles
como se les ordenó. ¡Si no dicen quien fue, lo cagamos a todos! Gritó el sargento. Aquí hay uno exclamó
el oficial. Tiene la chaveta en la mano. Era el negro que exhibía su miembro. Tiró la chaveta, lejos, en
dirección a la reja grande. Dos guardias le sujetaron de los brazos, por detrás. Entretanto “Pacasmayo”,
estaba doblado en el umbral de la celda del “Clavel”. Un charco de sangre le rodeaba la cabeza. ¿Porque
y como ha muerto este hombre? Parece que por celos, no soportaba que “Puñalada” vendiera al “Clavel”.
El señor Estremadoyro (“Pacasmayo) estaba nervioso. No pertenecía a ningún partido, y la injusticia de
su prisión lo había desequilibrado, de esta manera les mencioné a los guardias. Luego sacaron al “Clavel”
y se lo llevaron. Nuevamente nos interrogaron y nos devolvieron a nuestras celdas. Nos íbamos
aproximando a la gran reja. El Sexto era una sombra compacta que crecía a medida que nos
acercábamos, como en la noche de mi llegada a prisión. Habíamos caminado unos pasos en el patio,
cuando los centenares de presos empezaron a cantar sus himnos políticos. Don Policarpo (el piurano)
se cuadró. Un soplón entró corriendo ¿Por qué están parados ahí carajo? ¡Ustedes saben quién soy!
Tenía una pistola en la mano. Ya nos vamos señor volví a decir al soplón apodado el “Pato”. Este se
volvió hacia mí. ¡Es con la otra…! No pudo terminar la frase. El piurano sacó el cuchillo y antes de que
el soplón tuviera tiempo de apretar el gatillo del revólver le cayó un machetazo en el cuello. El soplón se
tambaleó. El piurano quedó detenido por el cabo, entregando el cuchillo. Gabrielito, adiós me dijo.
Entonces grité ¡Señores compañeros! El piurano acaba de degollar al “Pato” ¡Viva el piurano! Nadie
contesto. Pero Luis gritó. ¡Compañeros, nos dicen que el piurano ha degollado al más feroz chacal del
gobierno! ¡Viva el piurano! ¡Vivaaa! Le contestaron centenares de hombres. Empezó a llover. Encendí
mi vela. Poco antes del amanecer oí la voz de la “Rosita” que cantaba. Un gritó triste y repetido me hizo
saltar de la cama ¡Qu´es d´ese Osborno óóóó! Era el negro joven guardián del “Clavel”. A cada año ese
gritó se iría identificando más y más con el Sexto. Si no lo mataban antes o mataban al “Sexto”.