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RESUMEN COMPLETO DE EL SEXTO

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS


A medida que nos aproximábamos, el edificio del Sexto, crecía. Íbamos en silencio. Se entonó las
primeras notas de la “Marsellesa aprista” y luego la “Internacional”. El Sexto con su tétrico cuerpo,
estremeciéndose, cantaba, parecía moverse. El hombre que estaba delante de mí, lloraba, era del Cuzco
de la misma lengua que yo. Cantaban toda la noche sin confundirse, ni equivocarse jamás. Me tocó de
compañero de celda Alejandro Cámac, un carpintero de las minas de Morococha. Era alto y flaco; de
cabellos erizados y gruesos, tenía un ojo sano y el otro nadaba en lágrimas. Al amanecer del día siguiente
escuche una armoniosa voz de mujer. Era “Rosita” una marica ladrón. Famoso como Maraví y “Pate
‘cabra”. Un grito prolongado se oyó en el Sexto; la última vocal fue repetida con voz aguda. Es “Puñalada”
me dijo Cámac. Está llamando a Osborno. El grito se repitió: ¡Que d´ese Osbornóóó! “Puñalada” era muy
alto, en algo influía su estatura, o lo ayudaba, a dar naturalidad a esa manera como premeditada y
despectiva de mirar a la gente. ¡Nadie es como él, asesino! Vino desde el fondo del penal un individuo
bajo, gordo, achinado. ¡Maraví! El otro amo del Sexto. Alejandro Cámac odiaba a los gringos ¡Balas y
billetes es la patria del gringo! Decía. Había hablado mucho y se sentía mal, vino Pedro y nos acompañó
hasta la celda donde le hice recostar sobre mi cama. Me di cuenta que Cámac estaba enfermo. Pedro
tiene miedo de que te contagie. No estoy para eso todavía, no tengo el bacilo me dijo. La voz de “Rosita”.
Cantó de nuevo, caminaba al modo de las mujeres delgadas, movía las caderas y la cintura
provocativamente. Dicen que está enamorado del Sargento. El Sargento es un hombrazo y viene por
estupro.
El japonés observó, que los huecos de los antiguos wáteres estaban desocupados corrió a uno de esos
huecos, se puso a defecar, en pocos segundos. Lo vi casi feliz. Después hurgo en los sobacos y empezó
a echar piojos al suelo. El japonés del Sexto se sentía triste cuando “Puñalada” a puntapiés, no le permitía
defecar. Entonces terminaba por ensuciarse. “Mok´ontullo” renegaba viendo este espectáculo. Era alto
de pelo muy castaño casi dorado en la nuca. El vigor de su cuerpo, y sus ojos transmitían esperanza. A
la hora que empezaba a arreciar el hedor del excusado, bajaban al patio algunos presos políticos. Los
vagos miraban. Yo no bajaba sino con Juan, a quien llamábamos “Mok´ontullo” y con Torralba. Cámac y
Torralba eran comunistas y “Mok´ontullo”, era aprista.
“Puñalada” subió al segundo piso y fue directamente a la celda del Sargento. Sacó del bolsillo una
chaveta. Después se fue. El Sargento se echó a correr pero le cerraron el paso. ¡Negro e´mierda!
¡Regresa! No esta usté armado. Le dijo un hombre alto y fornido al quien llamaban el piurano. El hombre
achinado llevó a “Clavel” a la celda de Maraví, éste le dio un sopapo, un pequeño cerco de sangre
había quedado en el cemento. Tres vagos lo lamieron. Sentía nauseas. Cámac renegaba, aquí en el
Sexto, la mugre está afuera, es por la pestilencia y por el hambre. El hombre sufre, pero lucha, va hacia
adelante decía. Pedro entró a la celda de Cámac, dijo que lo de “Clavel” era un negocio. Luego hablaron
del Apra. El oportunismo al menudeo y en lo grande es la línea fiel del Apra. Engaña a unos y otros,
recibe el halago de los poderosos por lo bajo. Cuando iba a hablar yo entró a la celda “Mok´ontullo”
discrepó con Pedro. He venido por Cámac y Gabriel dijo. Luego salió. Pedro y yo lo seguimos. No se
detuvo en el corredor “Mok´ontullo se dirigió a su celda, sin despedirse. Pedro tenía cuarentinueve meses
en prisión. Había luchado veinte años dirigiendo obreros; era un tejedor calificado que leía mucho. Me
explicó que con “Mok´ontullo” una conversación sobre política no puede durar sino lo que has visto; si
dura un poquito más vienen las patadas. En cuanto a Luis no es posible hacerle entender que el Apra se
identifica con el imperialismo. Luis se fue a su celda y cantaron la marsellesa aprista. Pedro también se
fue a su celda y me dejó cerca del primer puente. El “Pianista” cantó de nuevo frente a la celda del
“Clavel”, el hombre achinado le dio un puntapié y lo lanzó de espaldas a un costado de la celda. Fui a mi
celda y saqué un chocolate y una chompa vieja, y fuimos donde el “Pianista” y le cambiamos de ropa.
“Rosita” le dio una taza de cocoa caliente, también le pusimos un pantalón. “Rosita” se comprometió que
nadie lo tocaría, le agradecimos. Se acercaron a nosotros los presos estábamos casi rodeados de
apristas. Podía estallar en cualquier momento la lucha; Cámac los apaciguo. Hablé de “Mok´ontullo”, es
un luchador inocente, revolucionario de nacimiento. Yo no puedo odiar a hombre como Juan
(Mok´ontullo). Juan es un engañado no un traidor, y no lo puedo odiar. Después de la conversación
Cámac comenzó a hacer la guitarra, guardaba en su cajón, un martillo, una sierra pequeña, un cepillo y
berbiquí con varias mechas. La voz de “Rosita” nos interrumpió. A medida que Cámac iba analizando el
canto. La voz delgada, clara y sentimental del invertido penetraba en la materia integra del Sexto.
En las celdas del primer piso cantaban. ¡Silencio desgraciados! Era la voz de “Pacasmayo” un preso sin
partido. Un diputado lo hizo entrar en el Sexto, porque una mujer a la que ambos cortejaban prefirió a
“Pacasmayo”. Le decíamos “Pacasmayo” porque era oriundo de ese puerto; era un gran jugador de
casino. Por fin los cantos languidecieron, se apagaron poco a poco. Al día siguiente sacaron al “Pianista”
completamente desnudo y muerto. “Rosita” vino hacia las gradas contorneándose, caminando a paso
rápido. El piurano que se había quedado como paralizado, se echó a correr hacia la celda del Sargento.
Y se lanzó sobre él, herido trató de levantarse con la boca rota y sangrando. Ha dormido con el maricón
aquí en nuestra vecindad dijo. Encontré a “Rosita” que me esperaba en el descansillo, llevaba sobre el
brazo, el pantalón, la chompa y la camiseta de punto con que habíamos vestido al músico. Joven, me
dijo, aquí tiene la ropa solo cuando murió se lo quitaron. En vida fue respetado. Todos me culparon por
la muerte del “pianista”, me insultaron, no contesté a ninguno. Te fregaste. Tienes una muerte encima
me dijo Prieto cuando llegué al tercer piso del penal. La intervención tuya y la de Juan, para auxiliar al
“Pianista” fue un acto imprudente y temerario. Cuídate Gabriel. No procedas solo bajo el impulso de los
sentimientos, aunque sean buenas. Tú ves lo que ha pasado con ese vago; has contribuido sin duda a
su muerte. ¿Qué debo hacer? Templar los nervios, no dar satisfacción ninguna ni pedir explicaciones.
Preparamos el desayuno en la celda de Torralba. Había un turno para hacerlo. El “Ángel del Sexto”, traía
el desayuno oficial al tercer piso. Le llamábamos así porque dentro del saco traía a los presos cartas y
regalos de los parientes, de las enamoradas o de los amigos y los periódicos. Era un hombre joven, alto,
pálido e ingenuo oriundo de Cajamarca. Traía también malas noticias. La infidelidad de amantes y
esposas. Estábamos tomando desayuno cuando vino Luis y me llevó a la celda de “Mok´ontullo” me
echaron la culpa de todo lo que había pasado con el “Pianista”. Al oír esto Mok´ontullo pidió su expulsión
del Apra.
“Pacasmayo” sabía hacer piezas de ajedrez con migas del pan. Era fuerte cuellicorto y de brazos algo
largos, la nariz aguileña, los ojos alegres, le daban un aire de hombre simpático. El contagioso buen
humor de “Pacasmayo”, fue apagándose cuando la venillas de su cara saltaron de repente y la piel de
su cuello y su cara enrojeció. El doctor que venía al Sexto lo revisó: “No necesita hospital”, dijo. Es de la
sangre, ya pasará tranquilícese. Estoy sentenciado, les había dicho “Pacasmayo” a sus dos compañeros
de celda. Vino de nuevo el doctor “Pacasmayo” le dio diez libras para que lo atendiera, pero no quiso, y
le dijo que esperara su turno. El rostro de “Pacasmayo” parecía ahora hinchado. Entretanto el “Puñalada”
había prostituido al “Clavel”, todos los vagos observaban el burdel del Sexto. Maraví felicitó a “Puñalada”
y los dos abrazándose se fueron hasta el fondo del penal. Cámac y yo conversamos: “Queremos la
técnica, el desarrollo de la ciencia, el dominio del universo, pero al servicio del ser humano, no para
enfrentarnos mortalmente a unos contra otros”. En ese momento entraron a nuestra celda, Luis y Pedro
juntos. Vamos a pedir una entrevista con el comisario para protestar por el espectáculo que hemos visto
y pedir la expulsión del Sexto del “Puñalada” y Maraví. Ninguno tiene sentencia. Y luego entregaron el
documento. Dice que mañana los recibirá en cualquier hora respondió el cabo.
A las once de la mañana del día siguiente “Puñalada” llamó a los que habíamos firmado la petición al
comisario. ¿Qué quieren? Sírvase usted leer el documento dijo Pedro. ¡Ah! Exclamó el comisario. Nos
miró uno a uno. ¡Lucen bien! ¡Se ve que están atendidos como reyes! ¿Qué creen ustedes que es la
prisión? ¿Un lugar de recreo? Aquí han venido ustedes a padecer a estar jodidos ¿Qué “Puñalada” hace
esto lo otro, que Maraví se emborracha, y los dos abusan de los vagos? A ustedes ¿Qué les importa? A
ustedes nos les joden directamente. Después de un intercambio de palabras, hizo traer cinco guardias,
que nos agarraron mientras el comisario nos pateaba y nos escupía. Volvimos a nuestras celdas. Cámac
había concluido en cortar casi todas las piezas de la guitarra. ¿Cómo les ha ido en la entrevista con el
comisario? Me preguntó. Mal. Es una bestia. Trabajaba sentado. Estoy cansado, dijo, cansado de otro
modo. Me viene del hueso este cansancio. El “Clavel” cantó. Eran huaynos que mezclaba con la letra de
tangos y rumbas. Sacó la cabeza por la celda y viendo a Cámac le dijo: ¡Tuerto pobrecito! Vámonos le
dije, tuve que ayudarlo a caminar, se doblaba. Le ausculte el pecho. El corazón tenía ruido atropellado.
Le tome el pulso y corría desigual. Descansa hermano Cámac. De su ojo enfermo se derramaba el líquido
denso. Limpié con mi pañuelo ese llanto que empezaba a rodar sobre sus mejillas. Agárrame hermano
me dijo. Ahogándose. Me senté, puse su cabeza sobre mis brazos. Abrió la boca. Su cuerpo empezó a
temblar. Iba enfriándose. No pudo hablar más. Su delgado cuerpo se quebró; su hermosísimo ojo sano
fue apagándose por una onda azulada que brotó desde el fondo; le quito la luz. Algo de la piedad que
brilló en los ojos despavoridos del prisionero había en la muerte de Cámac. Le cerré los ojos al minero.
Deposité su cuerpo en la cama. Le crucé los brazos; levanté un poco su cabeza sobre la almohada. Fui
a dar la noticia. ¿Qué pasa? Me dijo Torralba, tienes otra cara. Señores le dije: Cámac ha muerto. Me
abrí campo y salí. Escuchamos los pasos de los comunistas, nadie lloraba. Luis el líder aprista ingresó a
la celda. Sin mirar el cadáver. Mi pésame por la pérdida de ese luchador obrero que fue Cámac.
Un sargento, subió al tercer piso ¿Hay un muerto aquí? Vendrá una ambulancia a recoger el cadáver.
Ya saben nada de bullanga. Todo en orden. Pedro dijo: mi tarima cabe en el primer piso allí
depositaremos el cadáver. Lo envolvieron en una sábana y marcharon, cargándolo con cuidado. Los
comunistas estaban formado en el corredor, de dos en el fondo. Los apristas ocupaban todo el corredor
de enfrente. Llevaron el cadáver despacio: Pedro dio la primera voz del himno. “Arriba los pobres del
mundo…” Cuando cesó el canto el gran penal estaba en silencio. “Camaradas y amigos”. La voz de
Pedro suave no brillante, se alzó en el penal. Se presentó en ese instante doce guardias al mando de un
teniente disparó varios tiros al aire. Ninguno de los presos políticos se movió. Los vagos huyeron. Puede
usted desahogarse teniente. No nos moveremos. Estamos en el Sexto. Los cuatro hombres que hacían
guardia junto a la tarima, alzaron el cadáver que fue despedido entre vivas. Luego dos guardias cargaron
a Cámac, en dirección a las oficinas. Ese mismo día sacaron arrastrando el cuerpo de japonés. Había
muerto. Los dos cuerpos fueron arrojados en un camión.
El médico dijo que a Cámac le había dado un ataque al corazón. En una de las celdas habló con Ferrés,
que estaba muy pálido. Era ancho y ventrudo. El médico dijo que por la tarde vendrían por él, es grave,
aunque puede sanar. Tiene agua en el vientre. Por la tarde como había prometido el médico la
ambulancia vino por él. Ferrés era un comerciante, mestizo, ingenuo, y al mismo tiempo muy práctico.
Cuando llegó a la reja Ferrés volvió la cara hacia nosotros. Estaba descontento. Desde la muerte de
Cámac y la triunfal ceremonia con que le despedimos, los apristas se aislaron más. El tercer piso quedó
perturbado algo silencioso. Un golpe de la gran reja me devolvió al Sexto. Vi, espantado, que el cabo
entregaba a “Puñalada” un muchacho como de catorce años. ¡Cabo! Le dije. Ese muchacho que ha
entregado usted a “Puñalada” es un niño. Lo van a matar. ¡Lo hago responsable! Bajé al segundo piso,
corrí a la celda del piurano. Entre sin llamar. ¿Me ayudarías a salvar a un niño? Le dije. ¿Aun niño? Le
conté entonces lo que acababa de ocurrir en el Sexto. Caminábamos por el corredor del tercer piso.
Torralba se detuvo. Algo sucede con el “Clavel” dijo. ¡Mira! Cinco hombres habían formado fila en su
celda ¡Ya no! Dijo el “Clavel” levantó la cortina sin decir una sola palabra, no prendió la luz. L a fila de
hombres se dispersó. Cerca del amanecer oí el llanto del muchacho. Lo sacaron de la celda hacia la
puerta de la cárcel. El chico iba llorando. Me acerqué, le hablé en quechua, y lo llevé a mi celda. ¡No sé
lo que me han hecho! No puedo caminar me dijo. El piurano vino y le prometió al niño matar al “Puñalada”.
Poco después se escuchó un grito. ¡Qu´es d´ese Libio Tasaico! Gritó “Puñalada” pronunciando las
palabras claramente. Lo acompañamos. El cabo nos dijo: Ya va a salir. La patrona del chico ha venido
diciendo que ha aparecido el anillo. Entonces planeamos matar al “Puñalada” por todas las atrocidades
que cometía. Entretanto “Pacasmayo” me pidió venir a i celda, yo acepté. Si “Pacasmayo” puedes venir.
Nos toleraremos los dos le dije. ¡No te molestaré Gabriel! Exclamó “Pacasmayo”. Yo moriré antes.

Sobre el cemento del piso y de los muros de la celda restregué la punta de mi cuchillo de mesa.
Cambiando de postura, para convertir la hoja roma en cuchillo de pelea. Bajé donde el piurano. Se
agachó levantó el colchón de su cama y sacó de allí un largo cuchillo en punta, con mango corto de
madera. El cuchillo era ancho y pesaba. Me dijo que yo no estaba preparado para matar al “Puñalada”
por ello me solicitó mi cuchillo. Todos empezaron a bailar porque el negro zapateador quijada de burro
en mano empezó a danzar rascando la quijada con otro hueso. Un grito resonó de repente entre los
muros. Era el “Clavel”. “Puñalada” vino pronto con su azote. Dispersó a latigazos a los vagos. Salí afuera.
Estaba casi a oscuras, pero a vi a un “Pacasmayo” de pie sobre las barandas de hierro. Se lanzó contra
la celda del “Clavel”. Escuché el choque del cuerpo, contra la reja de la celda. Ya casi era de noche, la
niebla oscura y baja cubría el cielo. ¡Es “Pacasmayo”, señores! Dije a voces. Yo lo he visto lanzarse
desde las barandas. Corrí a la escalera. No había llegado aún al extremo cuando un alarido de “Puñalada”
repercutió en todo el Sexto. Mi ‘han destripao. Mi ‘ahogo. ¡La p… que me parió! Venía andando, un chorro
de sangre brotaba de su cuello, pero él se agarraba el vientre. ¡Nadie se mueva! Ordenó el guardia.
Viene el teniente y los investigadores, dijeron desde la puerta. Los vagos se habían quedado inmóviles
como se les ordenó. ¡Si no dicen quien fue, lo cagamos a todos! Gritó el sargento. Aquí hay uno exclamó
el oficial. Tiene la chaveta en la mano. Era el negro que exhibía su miembro. Tiró la chaveta, lejos, en
dirección a la reja grande. Dos guardias le sujetaron de los brazos, por detrás. Entretanto “Pacasmayo”,
estaba doblado en el umbral de la celda del “Clavel”. Un charco de sangre le rodeaba la cabeza. ¿Porque
y como ha muerto este hombre? Parece que por celos, no soportaba que “Puñalada” vendiera al “Clavel”.
El señor Estremadoyro (“Pacasmayo) estaba nervioso. No pertenecía a ningún partido, y la injusticia de
su prisión lo había desequilibrado, de esta manera les mencioné a los guardias. Luego sacaron al “Clavel”
y se lo llevaron. Nuevamente nos interrogaron y nos devolvieron a nuestras celdas. Nos íbamos
aproximando a la gran reja. El Sexto era una sombra compacta que crecía a medida que nos
acercábamos, como en la noche de mi llegada a prisión. Habíamos caminado unos pasos en el patio,
cuando los centenares de presos empezaron a cantar sus himnos políticos. Don Policarpo (el piurano)
se cuadró. Un soplón entró corriendo ¿Por qué están parados ahí carajo? ¡Ustedes saben quién soy!
Tenía una pistola en la mano. Ya nos vamos señor volví a decir al soplón apodado el “Pato”. Este se
volvió hacia mí. ¡Es con la otra…! No pudo terminar la frase. El piurano sacó el cuchillo y antes de que
el soplón tuviera tiempo de apretar el gatillo del revólver le cayó un machetazo en el cuello. El soplón se
tambaleó. El piurano quedó detenido por el cabo, entregando el cuchillo. Gabrielito, adiós me dijo.
Entonces grité ¡Señores compañeros! El piurano acaba de degollar al “Pato” ¡Viva el piurano! Nadie
contesto. Pero Luis gritó. ¡Compañeros, nos dicen que el piurano ha degollado al más feroz chacal del
gobierno! ¡Viva el piurano! ¡Vivaaa! Le contestaron centenares de hombres. Empezó a llover. Encendí
mi vela. Poco antes del amanecer oí la voz de la “Rosita” que cantaba. Un gritó triste y repetido me hizo
saltar de la cama ¡Qu´es d´ese Osborno óóóó! Era el negro joven guardián del “Clavel”. A cada año ese
gritó se iría identificando más y más con el Sexto. Si no lo mataban antes o mataban al “Sexto”.

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