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OBSERVACIONES LINGÜISTICAS SOBRE DOS COPIAS DEL

ACTA FUNDACIONAL DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

José Luis Moure


UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES / SECRIT (CONICET)

El tema de la presente comunicación nació en cumplimiento parcial del proyecto


de investigación «Estudio del español de Buenos Aires», subsidiado por la uni-
versidad de Buenos Aires1 y radicado en el Instituto de Lingüística de la Facul-
tad de Filosofía y Letras, uno de cuyos objetivos explícitos es el examen de la
primitiva documentación rioplatense en procura de detectar en su génesis aque-
llos rasgos lingüísticos que estuvieron en la base de lo que el paso de los años
habría de convertir en la modalidad local de nuestro idioma común. Al hacerlo
estábamos respondiendo, naturalmente, si bien de manera independiente, a re-
clamos oportunamente formulados, entre otros, por Juan Lope Blanch,2 Germán
de Granda3 o Guillermo Guitarte,4 cuando insistieron en la necesidad de promo-
ver el estudio sistemático del español de América en el eje diacrónico, demanda
que habría de obtener rápida respuesta en una bibliografía que desde entonces
no ha dejado de crecer, que ha sido útilmente esquematizada en sus principales
direcciones y alcances por Germán de Granda5, y que, si nos ceñimos a la región
a que aludimos, contaba ya con los pioneros trabajos de Beatriz Fontanella desa-
rrollados desde 19826 en un arco que se cerró, poco antes de su muerte, con el
volumen compilatorio de textos documentales de la misma zona,7 seleccionados

1
Proyecto UBACYT FI 109, acordado para el trienio 1995-1997.
Juan Lope Blanch, «Tareas más urgentes de la lingüística iberoamericana», en Actas del V Simpo-
sio del P.l.LE.L, Sao Paulo, 1979, págs. 105-12.
Germán de Granda, «Historia social e historia lingüística en Hispanoamérica», en Simposio Inter-
nacional de Lengua y Literatura Hispánicas, Bahía Blanca, 1980, págs. 203-15.
4
Guillermo Guitarte, «Para una periodización de la historia del español de América», en Siete estu-
dios sobre el español de América, México: UNAM, 1983, págs. 168 y 172.
Germán de Granda, «Sobre la etapa inicial en la formación del español de América», en Español
de América, español de África y hablas criollas hispánicas, Madrid: Gredos, 1993, págs. 13-
18; «Formación y evolución del español de América. Época colonial», ibid., págs. 49-52.
6
Beatriz Fontanella de Weinberg, Aspectos del español hablado en el Río de la Plata durante los
siglos XVIy XVII, Bahía Blanca: Depto. de Humanidades, Universidad Nacional del Sur, 1982.
Beatriz Fontanella de Weinberg (comp.), Documentos para la historia lingüística de Hispano-
américa. Siglos XVI a XVIII. Comisión de estudio histórico del español de América de la Aso-
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y transcriptos en el marco de los objetivos de la Comisión de Estudio Histórico


del Español de América que el VIII Congreso Internacional de la ALFAL de
1987 había promovido. Este último trabajo de nuestra compatriota llegó a nues-
tras manos cuando ya habíamos iniciado nuestro rastreo; podríamos hablar enton-
ces de una coincidencia de intereses, ya que no de una superposición de tareas
apenas se pondere el ingente material inédito que, referido al período colonial,
aguarda todavía nuestro examen en los grandes repositorios de América y de
España, y de manera excepcional en el inabarcable archivo sevillano de Indias.
Cuando nos dispusimos a iniciar el trabajo concreto de compulsa de los ma-
teriales custodiados en nuestro depósito más próximo, esto es en el Archivo Ge-
neral de la Nación de Buenos Aires, veníamos de un aceptablemente largo ejer-
cicio filológico puesto al servicio de la cronística castellana de finales del siglo
XIV, con una previa y juvenil incursión en la edición de una primitiva crónica
impresa de la empresa conquistadora de Pizarro en el Perú. La necesidad de
vencer el desconcierto provocado por las características de un nuevo ámbito
cronológico, histórico, político, cultural y social, y por las nuevas exigencias
textuales que de ello derivaban, nos instó a confiar en un prudente axioma, me-
nos aristotélico que nacido del sentido común: acaso convenía empezar por el
principio. ¿Cuál era el primer texto que se imponía examinar, entonces, si pre-
tendíamos revisar los más tempranos documentos redactados en el Río de la
Plata? Entendimos que el acta fundacional de su primera ciudad podía ser la
respuesta.
El desastrado final del primer asentamiento liderado por la expedición de
don Pedro de Mendoza en 1536, encarnado en el abandono ordenado por Do-
mingo Martínez de Irala en 1541, nos llevaba a atender a la segunda y definitiva
fundación por don Juan de Garay de la ciudad de la Trinidad, puerto de Santa
María de los Buenos Aires, formalmente cumplida en la mañana del sábado 11
de junio de 1580. Para nuestra censurable felicidad el acta no había sido consi-
derada por la actividad pesquisidora de Beatriz Fontanella ni por ningún otro
especialista en nuestra disciplina; para nuestra infelicidad, en cambio -y asegu-
ro a los presentes que también para desconcierto de más de un colega historia-
dor a quien acudí para determinar el paradero del manuscrito- hubimos de en-
frentar un escollo filológicamente no desdeñable: el acta fundacional original de
mi ciudad natal no existe: incorporada a un llamado «libro de fundación», desa-
pareció de los archivos del Cabildo junto con el volumen que la contenía y con
los acuerdos capitulares correspondientes al lapso 1580-1605 en un momento
aún imposible de precisar pero en todo caso anterior a 1707, cuando alguien ad-
virtió la falta y dejó constancia de ella.8

ciación de Lingüística y Filología de América Latina. Madrid: Real Academia Española (Ane-
jos del BRAE, 53), 1993.
José Torre Revello, Acta de fundación de la ciudad de Trinidad del Puerto de Santa María de los
532 JOSÉ LUIS MOURE

En ausencia del documento en su forma primera, los historiadores recurrie-


ron a una copia extendida en la ciudad de Santa Fe el 31 de enero de 1583, ape-
nas dos años y medio después de la fundación, de mano de Pedro Fernández, es-
cribano público del Cabildo de Buenos Aires, en cuyo poder estaba el original
según él mismo hace constar. Al mérito de ser la más antigua copia conservada,
el manuscrito lleva la firma autógrafa del mismo Juan de Garay, a cuyo pedido
se hizo, quien se encontraba de paso por aquella ciudad distante poco menos de
500 km. de la flamante Trinidad y que él mismo fundara diez años antes. Esta
versión, conservada en el Archivo de Indias de Sevilla9, se ha convertido así en
el texto canónico que da cuenta del nacimiento oficial de aquel modestísimo en-
clave sobre el Río de la Plata, sobre cuya naturaleza provisoria las palabras del
fundador advertían:
hago de ciudad y sitio en esta parte e logar atento qu'es el mejor que hasta agora
he hallado y le hago con rreservacion [...] que si se hallare otro que mejor sea [...]
puedan rremover e mandar dicha ciudad al tal sitio e lugar (fol. 133r, 1. 8-15).
De este traslado se sirvieron en forma unánime quienes debieron acudir al
texto fundacional: Bartolomé Mitre, Vicente Gil Quesada, a quien se debe la
primera reproducción del texto, 10 Eduardo Madero, Enrique Peña,11 Pablo
Groussac 12 y Enrique Ruiz Guiñazú.13 Si al excluyente interés por el contenido
de los documentos antes que por la acribia de la transcripción, que era y acaso
sigue siendo característico de los historiadores, se suma la inexistencia de ese
infernal milagro que es la fotocopiadora, puede explicarse que la mayor parte de
los investigadores se haya servido de copias manuales de esa copia santafecina
de 1583 enviadas desde España, si bien no siempre como resultado de una labor
competente: la bárbara transcripción que llegó a manos de Bartolomé Mitre a
través del consulado en Sevilla, por ejemplo, nos hace felicitarnos de que nues-
tro prolífico historiador no se haya dedicado específicamente a los estudios fi-
lológicos.14 En el Archivo General de la Nación de Buenos Aires se guarda una

Buenos Aires el 11 de junio de 1580. Introducción y notas por [...]. Edición conmemorativa del
375° aniversario de la fundación, Buenos Aires: Institución Cultural Española, 1955, pág. 20.
José Torre Revello, op. cit., pág. 29. Seguimos nuestra propia transcripción paleográfica de la
versión facsimilar allí publicada, págs. 30-41.
Vicente G. Quesada, La Patagonia y las tierras australes del continente americano, Buenos Ai-
res: Impr. Mayo, 1875, págs. 541-50.
«Acta de fundación de la ciudad de Buenos Aires», en Documentos y planos relativos al período
edilicio colonial de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires: Municipalidad de la Capital,
1910, vol. 1, págs. 3-8. El editor, Enrique Peña, se sirvió de las versiones de Eduardo Madero y
de Vicente G. Quesada citadas, según declara en sendas notas al pie.
Pablo Groussac, Anales de la Biblioteca. Publicación de documentos relativos al Río de la Plata,
con introducción y notas de [...], Buenos Aires: Coni, 1915, vol. 10, págs. 143-148.
Cfr. Eduardo Madero, op. cit., págs. 20-21.
14
«Acta de la fundación de la Ciudad de Buenos Aires. Ms. Archivo de Indias de Sevilla», Museo
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copia manuscrita firmada por Carlos Jiménez Placer, archivero jefe del Archivo
de Indias hispalense,15 que fue fuente de la reproducida por Eduardo Madero en
su muy recurrida Historia del puerto de Buenos Aires;16 y en la Biblioteca Na-
cional de Buenos Aires se conserva otra mecanografiada, que integra la Colec-
ción de copias de documentos del Archivo General de Indias,11 voluminosa re-
copilación realizada con escrúpulo en Sevilla por el amanuense Gaspar García
Viñas, encomendado por Pablo Groussac, a la sazón director de la Biblioteca.18
La primera versión paleográfica del acta que nos ocupa se debe a José Torre
Revello, y fue publicada por él en tres oportunidades desde 1930 hasta 1955,
cuando la acompañó de una reproducción facsimilar.19
Pero la atención exclusiva dispensada a esa versión supérstite del texto ori-
ginal traspapelado o escamoteado del Cabildo porteño oscureció la presencia de
otra, de la que Torre Revello dio cuenta en estos términos:
[...] existe en el mismo repositorio otro ejemplar, que certifica en Buenos Aires
el escribano de Cabildo Bartolomé de Ángulo, el 6 de junio de 1588, con algunas
variantes de escasa importancia respecto al ejemplar que aquí se reproduce, único
digno de fe por el valor de autenticidad que le asigna la firma autógrafa del fun-
dador.20

La buena fortuna quiso que en la colección de copias de documentos del Archi-


vo de Indias guardada en nuestra Biblioteca Nacional, y a la que venimos de ha-
cer referencia, se hubiese incluido también una versión mecanografiada de este
traslado marginado de la confianza de Torre Revello y de, hasta donde sabemos,
el resto de los historiadores del período.21 Se trata, sin embargo, de otra copia
directa del original hoy perdido si hemos de creer como se debe a las palabras
del escribano público y del Cabildo Bartolomé de Ángulo, que así lo afirma, y
de cuya identidad y cargo dan fe con su firma Francisco González y Mateo Sán-
chez, escribanos real y público. En consecuencia, desde un punto de vista es-
trictamente filológico, y dejada la cuestión de la firma de Garay, no habría di-
ferencia en el valor atribuible a ambos testimonios, toda vez que ambos
dicen ser copia fiel del texto primitivo, separados apenas por un lapso de
cinco años. De esta mínima información es posible inducir todavía que en
esos años había cambiado el escribano publico y capitular, y que Pedro Fer-

Mitre, Archivo colonial, Buenos Aires: 1916, vol. 3, págs. 294-301.


15
Legajo Bibl. Nacional, n.° 447, doc. n.° 7290.
Eduardo Madero, Historia del puerto de Buenos Aires, Buenos Aires: Eds. Buenos Aires, 1939,
págs. 251-54.
17
Tomo CXXXII, doc. n.° 2358, págs. 769-75.
18
Cfr. P. Groussac, op. cit., pág. VI.
19
José Torre Revello, op. cit., pág. 20.
Ibid, pág. 21.
21
Tomo CXXXII, doc. n.° 2356, págs. 756-62.
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nández, de regreso de Santa Fe, habría devuelto oportunamente el Acta a su le-


gítimo repositorio.
El escribano actuante en la fundación de la ciudad junto al dilatado Río de la
Plata fue, como señalamos, Pedro de Jerez, de quien sabemos que había ejercido
su oficio en San Salvador en 1573,22 que había actuado como tal en la informa-
ción sobre méritos y servicios de Juan de Salazar en el Río de las Palmas en
158023 pero sobre cuyo lugar de nacimiento no hemos podido encontrar datos
ciertos; Torre Revello lo da como español, en tanto Hialmar Gammalsson, sin
mayor aclaración lo hace integrante del mayoritario grupo de asunceños que
acompañaron a Garay desde el Paraguay.24 Dadas las precisas indicaciones de la
legislación de Indias en el sentido de que los escribanos, además del título real y
de la obligación de examinarse ante las reales audiencias de sus distritos, no po-
dían ser mestizos nos insta a dar mayor crédito a su origen peninsular;25 por otra
parte, el hecho de que no haya podido identificarse a sus herederos en la nueva
ciudad induce a pensar en un probable posterior regreso a Asunción o a la pe-
nínsula. En todo caso, nosotros nos hallamos ante dos copias derivadas de su es-
crito fundacional, sobre el que hubieron de interferir las mediaciones manuscri-
tas de los escribanos actuantes: Pedro Fernández en 1583 (Santa Fe), español y
miembro también del contingente fundador,26 y Bartolomé de Ángulo en 1588
(Buenos Aires), de quien tampoco hemos hallado referencias precisas.27 Para fa-
cilidad de identificación las designaremos como copias Ay B, respectivamente.
Intentar una caracterización del habla de ese primer asentamiento a partir de
la documentación que estamos examinando sería redundante e imposible. Re-
dundante porque la tarea fue oportunamente acometida por Beatriz Fontanella;28
imposible porque el corpus que presentamos es cuantitativamente misérrimo y
sobrelleva el doble lastre de ser esencialmente un único ejemplo de lengua nota-
22
R. de Lafuente Machain, Los conquistadores del Río de la Plata, Buenos Aires: 1943, vol. 2,
pág. 656.
23
Cfr. Pablo Groussac, op. cit., págs. 132-43.
24
José Torre Revello, op. cit., pág. 16; Hialmar Edmundo Gammalsson, Los pobladores de Buenos
Aires y su descendencia, Buenos Aires: Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1980,
pág. 60. No supera la mera mención Alberto Reyna Almandos, Los primeros escríbanos de
Buenos Aires, La Plata: Colegio de Escribanos, 1963.
25
Ricardo Levene, «Contribución a la historia de los escribanos en el Río de la Plata hasta la Re-
volución de Mayo», Buenos Aires: Ed. de la Revista del notariado, 1946, págs. 5-7.
26
José Torre Revello, ibid. La coincidencia de fechas nos hace pensar que acaso sea el Pero Her-
nández, vecino de Buenos Aires en 1580 y de Santa Fe en 1583, citado por R. de Lafuente Ma-
chain, op. cit., vol. 1, pág. 283.
No figura con ese nombre de pila entre los Ángulo que registra el nutrido repertorio de Hugo
Fernández de Burzaco, Aportes biogenealógicos para un padrón de habitantes del Río de la
Plata, Buenos Aires: [s.ed.], 1989. Con el mismo apellido hay españoles procedentes de Casti-
lla la Nueva y de Vizcaya.
28
V. s., n. 6.
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rial y de reflejar la variedad correspondiente ya a un hablante -en el muy dudo-


so caso de que hubiesen reproducido con absoluta precisión el texto original-,
ya a dos —en el también muy incierto caso de que los escribas sólo hubiesen de-
jado rastro de sus propias particularidades lingüísticas-, ya a tres -si, como es lo
más probable, cada uno de los dos últimos escribanos superpuso al modelo algo
de lo propio. Esta segunda objeción, sin embargo, nacida del sentido común, es
aplicable a buena parte de la indagación de la historia del español de América
en su fase inicial, que no ha podido sino basarse mayormente en documentación
administrativa de carácter público, y en la que, más allá de los mandatos orto-
gráficos escolares, de las constricciones formularias del oficio y de la obvia im-
posibilidad de un análisis diastrático, los rasgos de espontaneidad son, con ex-
cepción de la siempre precaria fidelidad de las deposiciones de testigos,
excepcionales. Las atinadas consideraciones que al respecto han hecho Juan
Antonio Frago Gracia o Juan Sánchez Méndez, este último en un magnífico tra-
bajo reciente, nos eximen de abundar sobre el particular.29
Pero el cotejo de las dos versiones que poseemos permite, en cambio, sin
mayores ambiciones, no sólo corroborar desde el primer texto formalmente
compuesto en la región de la que provengo algunos de los rasgos dialectales que
fundaron el proceso koineizador americano, sino identificar su presencia detrás
de un diferente grado de velamiento ortográfico, examen contrastivo que pocas
veces es posible practicar sobre una misma muestra de lengua variadamente re-
producida por dos usuarios en un lapso prácticamente insignificante.
El manuscrito A, diríamos la forma «vulgata» del acta, pese a exhibir compa-
rativamente una mayor «corrección» no parece merecer el desinterés de quienes
pretendamos rastrear fenómenos de evolución fonológica. Las grafías conserva-
doras de usos latinizantes o pseudo-latinizantes (empleo de y en formas como
yllustre, yntitulada, yncidencia, ynjuiciar, de h expletiva no etimológica en hor-
den, huse, hordinarios) conviven con manifestaciones de la todavía no infre-
cuente inestabilidad de las vocales átonas (trenidad, dispusigion, sostituyo) y
con transcripciones, si viciosas en la norma fieles a las realizaciones orales, de
los grupos consonanticos cultos (eleptos, egengiones, solecnydad, frente a efecto
o adbocagion). De manera consistente el escribano de A reduce a una sola s el
par grafémico ss, que si bien ya no era indicio de la pérdida de la vencida oposi-
ción sonoridad-sordez en el conjunto de las sibilantes,30 era reiteradamente usa-
do para reproducir formas etimológicas como los superlativos de origen latino.
Pero así como nuestro escribiente introduce, como hemos visto, alguna h impro-

29
Juan Antonio Frago Gracia, Historia de las hablas andaluzas, Madrid: Arco Libros, 1993, págs.
9-40; Juan P. Sánchez Méndez, Aproximación histórica al español de Venezuela y Ecuador du-
rante los siglos XVII y XVIII, Valencia: Universitat de Valencia, 1997, págs. 52-53.
Juan A. Frago Gracia, «El seseo: oríges y difusión americana», en César Hernández Alonso (co-
ord.), Historia y presente del español de América, Valladolid: Pabecal, 1992, págs. 123-24.
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cedente, o elude las innecesarias (oy, avitantes, civilidad), es de advertible cohe-


rencia en el mantenimiento de las h provenientes de ///- inicial latina, tanto en
las distintas formas del verbo hacer (hazer, hago, hagan, harán, hazen, hiziere,
hecho/a) y hallar (hallado, hallare) como en el sustantivo hijo y la preposición
hasta, lo que con certeza denuncia la modalidad conservadora no castellano
vieja de la aspiración resultante de la labiodental inicial. Un único caso de he-
cho (<ECHAR) probablemente deba atribuirse a mera confusión gráfica con el
muy frecuente participio de HACER. El carácter meridional, o andaluz para ser
más preciso, que por origen o por simple alcance del proceso koineizador ame-
ricano puede estar en la base del rasgo que señalamos se robustece con las cua-
tro lecciones en las que en el manuscrito, en el marco de un mayoritario respeto
por la ortografía distinguidora, el resultado siseante o ciceante de la reducción
de las primitivas sibilantes dentales y alveolares se desliza a través de sendas
confusiones gráficas: antesecor -que alterna con la correctamente distinguida
sucesor-, provisiones, posecion y conserniente. Y acaso pueda también remitir-
se a un origen meridional un atípico empleo loísta del pronombre átono de ter-
cera persona en caso objetivo referido a persona, que no aparece en el resto del
texto en ninguna de las copias que consideramos {lo rreleuo).
Frente a este carácter apenas heterogéneo del ms. A, el B ofrece una versión
contemporánea mucho más anárquica, y por ello lingüísticamente más sugesti-
va. Los vicios notariales revelan a un copista más pretencioso e inculto (dobles
grafías fonológicamente irrelevantes -confforme, ffieles, ffueron-, alternancia
de grafías simples y dobles -officiales y oficiales, possesion y posesión, y falsas
reposiciones latinizantes como thenor, que se suman a las citadas para A). Y
junto con ello el manuscrito no consigue ocultar un registro más avulgarado,
manifiesto en una mayor presencia de formas que la evolución habría de deste-
rrar: inestabilidad tímbrica de las vocales átonas (uniente, Piru, acodidos, pedio,
rrequerió), preferencia por formas con grupos simplificados (eletos, acetacion,
efeto, avocagion, amenistren), formas léxicas como ansimesmo, variante del
asimesmo de A pero con el prefijo adverbial ansí, estigmatizado ya por Juan de
Valdés aunque de demorada vigencia americana.31 Es de recordar que muchas
de estas realizaciones vulgares y arcaizantes resistirán desde variedades popula-
res y rústicas, como el llamado lenguaje gauchesco, al proceso estandarizador
tardío que habría de conformar la modalidad triunfante en nuestra zona.32 El

31
Joan Coraminas y José A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Ma-
drid: Gredos, 1980, s. V.
32
Berta Elena Vidal de Battini, El español de la Argentina, Buenos Aires: Consejo Nacional de
Educación, 1964, págs. 86 y passim. Cfr. Eleuterio F. Tiscornia, La lengua de Martín Fierro,
Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, 1930 (Biblioteca de Dialectología Hispanoame-
ricana, 3); cfr. Beatriz Fontanella de Weinberg, «La 'lengua gauchesca' a la luz de recientes
estudios de lingüística histórica», Filología, XXI (1986), págs. 7-23; cfr. G. de Granda, «For-
mación y evolución del español de América. Época colonial», art. cit., pág. 87.
OBSERVACIONES LINGÜÍSTICAS 537

texto de B incorpora variadas formas seseosas {antesegor -en alternancia con su


correspondiente variante gráfica distinguidora-, exersen, obedescan, establesco
-en alternancia con parezca-, gugedan, consejo en alternancia con congegil. El
breve refrendo final de los escribanos que dan fe del colega actuante introduce
todavía la forma hase. Tampoco se advierte en B la rigidez conservadora de la
Ifl- inicial o de la aspiración derivada que A manifestaba, y aparte de Hortiz e
hijo la labiodental primitiva aparece representada por/- o h- sólo en las formas
del verbo hacer (fazer, faga, fecho/a, hacen, hagan, harán, higo, hiziere, he-
chas), pero que se presentan también con cero fonético inicial {ago, agan,
aran); a su afectación por la tradición jurídica y legal que se ha señalado para
explicar la mayoritaria retención, al menos gráfica, en este verbo,33 debe sumar-
se la evidencia, diversa de la que ofrecía A, de la deleción total en los derivados
de hallar {aliado, aliare) y en (ti)asta, que hacen pensar en un hablante no con-
servador del fonema. El carácter de cliché notarial de la forma fige, que aparece
en el cierre del documento redactado por el escribano Bartolomé de Ángulo, ya
ha sido debidamente advertido.34
Dos rasgos aún destacan el valor que para el estudioso de la modalidad lin-
güística americana tiene esta copia que la tradición histórica ha condenado a un
segundo plano. El primero es la aparición de un caso de neutralización lambda-
cista de la oposición de las líquidas (plemáticas por premáticas, forma no regis-
trada por el abarcador repertorio de Boyd-Bowman); el segundo, dos casos de
deleción de -s que minimizan la posibilidad de omisiones casuales {todos los
santos y santaQ de la corte del cielo I en todo harán lo que bueno{) y fieles rre-
gidores son obligados) y a los que puede no ser ajeno el desliz de una -5 so-
brante, hipercorrecta o meramente no controlada, en un artículo singular {para
que lasjustigia rreal de su magestad).
Si retomamos una inquietud planteada al comienzo de nuestra exposición, es
lícito que nos preguntemos a cuál de los escribanos representa verdaderamente
el texto, o los textos, de que hoy disponemos, quién haya sido el verdadero
usuario de la realidad dialectal de la que dan cuenta ¿Pedro de Jerez, su induda-
ble autor, Pedro Fernández, el que copia en Santa Fe, o Bartolomé de Ángulo, el
que vuelve a hacerlo en la Trinidad? ¿Dónde termina la fidelidad del escribano
y se inicia el espacio de libertad que la amplitud grafémica concede a la varia-
ción y al polimorfismo?
Ciertamente ninguno de los caracteres fonéticos y fonológicos sobre los que
hemos llamado la atención son novedosos o constituyen apariciones anteriores a
las ya registradas por los especialistas en otras zonas americanas. No obstante,
su diversa distribución en dos copias contemporáneas de lo que simbólicamente
puede admitirse como el primer documento del definitivo asiento rioplatense,

Juan P. Sánchez Méndez, op. cit., pág. 73.


M
lbid.
538 JOSÉ Luis MOURE

que hasta ahora no mereció la consideración de nuestra disciplina, viene a dar el


más temprano testimonio concreto por una parte de la orientación de la nivela-
ción dialectal que habría de instalarse en la zona, y por otra -acaso metodológi-
camente más sugestiva- del carácter tan engañoso como elocuente de las trans-
cripciones notariales, cuyos amanuenses pueden sin mayor previsibilidad
apartarse distraídamente del original y trasmutar en la perícopa las formas gráfi-
cas del modelo por aquellas que les impone su no siempre disimulable modali-
dad lingüística.

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