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Hacia una poética de la enfermedad: Julio Herrera y Reissig

Article · December 2010

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Julio César Aguilar


Baylor University
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Julio César Aguilar 1

Hacia una poética de la enfermedad: Julio Herrera y Reissig

“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón


en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos
de tu corazón y en la vista de tus ojos…”
Eclesiastés 11,9

“La enfermedad es el lado nocturno de la vida,


una ciudadanía más cara.”
Susan Sontag

En el año 2010 se conmemoró un siglo de la muerte de Julio Herrera y Reissig, un

poeta cuyo deceso a los 35 años de edad fue causado por una cardiopatía

presumiblemente congénita, y por la cual los médicos de su época le prescribían morfina

—potente analgésico y hoy sustancia estrictamente controlada por su poder adictivo—

para mitigar el dolor torácico producido por las fuertes palpitaciones. Temprana edad la

del fallecimiento de Herrera si se considera el talante de su producción literaria y la

importancia de la visión avant- garde que poseía al lado de su extremada originalidad.

De este escritor uruguayo nacido en una familia por aquel entonces de buena

posición socioeconómica —Herrera y Reissig fue sobrino de Julio Herrera y Obes,

presidente constitucional de Uruguay de 1890 a 1894—, poeta que no alcanzó en vida a

ver publicado en forma de libro ninguno de sus poemarios, puede decirse que su fama y

prestigio ha venido con paso firme acrecentándose con el correr de los años. Por otra

parte, sin embargo, no existe hasta la fecha ningún estudio académico del que se tenga

noticia que explore su escritura desde el punto de vista de la enfermedad. Por lo tanto,

este ensayo se centra en el estudio de la relación entre la enfermedad y su obra poética.

¿Existe en realidad un vínculo estrecho entre ambos elementos?, ¿vale la pena a estas
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alturas reconsiderar el papel de la morfina en su proceso creativo?, ¿pueden rastrearse las

huellas de la enfermedad en su discurso poético? A estas y otras interrogantes pretende

acercarse el presente estudio mediante un análisis del léxico empleado en la obra poética

herreriana, que haga referencia a cualquier aspecto relacionado con la enfermedad o el

tratamiento, así como a temas, figuras literarias o al ritmo mismo de los poemas.

Julio Herrera y Reissig, afima Pino Saavedra en la introducción de su libro

publicado en 1932, “ha sido sin duda alguna la figura literaria hispano-americana que

más opuestos juicios ha merecido en el recinto de la crítica, desde el panegírico de

amigos y admiradores hasta el rechazo de críticos incomprensivos” (13). A este respecto

recuérdese, por ejemplo, el círculo de escritores bajo el liderazgo de Herrera que se

reunía para hablar de literatura y leerse y comentarse entre ellos sus textos en la Torre de

los Panoramas, cuarto de azotea de una de las casas en las que residió el poeta, y desde

donde se preparaban las ediciones de La Revista, de la cual Herrera y Reissig era el

editor. De este grupo de amigos sobresale César Miranda, quien junto con la colaboración

de quien fuera la esposa de Herrera, Julieta de la Fuente, fue el que se dio a la tarea de

recopilar el material poético de Herrera disperso en periódicos y revistas para publicarlo

en cinco tomos en 1913. En el otro sentido, algunos escritores y críticos como Miguel de

Unamuno, Luis Cernuda, Octavio Paz o Juan Ramón Jiménez no supieron leer en su

momento los aciertos de la poesía de Herrera.

La hermana del poeta, Herminia Herrera y Reissig, autora de dos títulos

imprescindibles ya que ayudan al lector a conocer y captar la personalidad del poeta, nos

ofrece un retrato hablado de Julio en sus primeros años de vida:

Las contradicciones psicológicas del hijo, eran motivo de preocupación de


los padres. Nervioso y linfático, sensible y aturdido, no podía sostener
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mucho tiempo el mismo diapasón. La desigualdad en su aplicación de


estudios, era balanceada por su fantasía en ansias tornadizas. Cansábase de
lo serio, lo trazado, del cálculo rígido, para expansionarse en accesos de
creaciones libres, y en la vehemencia de sus relatos extendíase la
imaginación con verbosidad infatigable (30).

De acuerdo a lo expresado por la hermana, puede suponerse que Julio desde

pequeño tuvo una imaginación extraordinaria, misma que se reflejará más tarde en las

imágenes ingeniosas que abundan en su poesía y en la fiesta del lenguaje a la que el

lector asiste cuando lee su obra. Más adelante, Herminia agrega: “Nacido con un defecto

orgánico —corazón chico—, desde sus primeros años había sufrido de grandes

deficiencias de respiración, tratándose entonces el caso como asma recalcitrante” (31).

Ahora se sabe que, según Eduardo Espina, el diagnóstico del padecimiento de Herrera era

insuficiencia mitral (86), afección de la válvula mitral del corazón que en nuestros días

puede ser tratada exitosamente con tratamiento médico específico, o por medio de un

procedimiento quirúrgico consistente en la reparación de la válvula o la inserción de una

prótesis valvular, con los consiguientes riesgos que conlleva cualquier tipo de cirugía,

como infección o rechazo de prótesis.

Este trastorno orgánico conocido también como regurgitación mitral debido a que

la sangre regurgita o pasa de manera anormal de una cavidad del corazón a la otra, es

decir del ventrículo izquierdo a la aurícula izquierda, puede producir en el paciente

diversos síntomas entre los que se encuentran dificultad para respirar, dolor del pecho y

palpitaciones intensas, molestias éstas que sufrió Herrera y Reissig desde la primeras

manifestaciones de su padecimiento. Carmen Ruiz señala que “[f]ue en febrero de 1900

cuando sufrió un terrible ataque cardíaco que descubrió la verdadera enfermedad ocultada

hasta entonces por la familia” (67). Por su parte, Roberto Ibáñez, observa que ese
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momento fue crucial en el desarrollo del poeta: “La revelación de la taquicardia fue

enigmáticamente decisiva. Herrera nació o se transfiguró de súbito como creador”,

(citado por Carmen Ruiz 67). No obstante Ruiz, la misma crítica ya mencionada, al estar

de acuerdo en que puede existir relación entre enfermedad y obra, acaba opinando que

ese asunto “puede ser más que discutible” (67). Fue en ese entonces que el médico

Bernardo Etchepare, quien era pariente y amigo de la familia de Herrera, le receta la

morfina, no sin antes haberlo discutido previamente con otros doctores. La droga fue

efectiva desde la primera vez en ser administrada, por lo que Herminia asegura que ese

fue el origen “de lo que más tarde hayan querido asegurar los acerbos, que usaba el

tóxico como estimulante para su obra intelectual. ¡Nada más falso y calumnioso!” (86),

sostiene la hermana del poeta. Pero ya antes de 1900, aproximadamente 10 años antes, ya

había sufrido Herrera una crisis cardíaca. “Mientras jugaba con sus compañeros se sintió

repentinamente mal: grandes palpitaciones y una tremenda angustia, casi lindando con la

muerte perfilaban su enfermedad fatal” (Seluja 18).

Para los propósitos de este trabajo es útil y conveniente, sin embargo, hacer

referencia a la morfina y sus propiedades. Derivada del opio, la morfina es una potente

droga utilizada en la práctica médica para aliviar severos e intensos dolores

postquirúrgicos y dolor por otras causas como el cáncer. Altamente adictiva esta droga,

altera tanto la percepción como la respuesta emocional al dolor por medio de un

mecanismo aún desconocido. La morfina, cuyo nombre proviene de Morfeo, el dios

griego del sueño, puede ocasionar como reacción adversa precisamente somnolencia y

sedación, pero también entre otros efectos secundarios son comunes la euforia, las

pesadillas durante el sueño y la dependencia física, y un poco menos comunes las


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alucinaciones, llegando a producir su sobredosis la depresión respiratoria que puede ser

fatal.

La mayoría de investigadores de la obra de Julio Herrera y Reissig no encuentran

o no les interesa encontrar una íntima conexión entre su poesía y la enfermedad. Tal es el

caso de Lauxar, quien comenta que “[e]s enteramente caprichoso querer explicar por la

enfermedad cardíaca del poeta o por el uso o abuso de la morfina la confusión buscada y

rebuscada que informa esas composiciones. La incoherencia del pensamiento no se debe

en ellas ni al corazón alterado ni a la sensibilidad envaguecida ni a la mente extralúcida”

(171). Este crítico refiere enseguida que el efecto del fármaco pudo haber intensificado la

personalidad de Herrera y mostrarlo sin inhibiciones “puesto que nada agrega al espíritu

esa droga y no hace más que aislarlo, sobreexcitarlo momentáneamente y después

entorpecerlo” (172). Ciertamente, ni la morfina ni ningún otro medicamento interviene a

nivel del espíritu, pero sí en la esfera mental ya que la sustancia activa se une a los

receptores opioides que se localizan en las neuronas que conforman el tejido del sistema

nervioso central. A Roberto Echavarren, según comenta en el prólogo a una reciente

compilación de poemas de Herrera y Reissig, tampoco le interesa discutir allí “cuál es la

relación entre droga y escritura, ni tendría méritos para establecerla, en el caso de Julio

Herrera. Para él fue la morfina (a fin de aliviar la angustia ante los desarreglos

cardíacos)” (9), para otros, como Baudelaire por ejemplo, fue el hashish. La droga

utilizada por Herrera, no obstante, no tiene el efecto terapéutico de aliviar la angustia,

como refiere Echavarren que era esa la finalidad del poeta al administrársela, pues no es

ansiolítico ni antidepresivo, sino un medicamento —como ya se ha dicho— para aliviar

fuertes dolores y de un gran poder adictivo. En la actualidad la morfina también se utiliza


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en las fases terminales de una enfermedad, por sus efectos analgésicos y porque su

sobredosis causa finalmente depresión respiratoria, y por ende la muerte.

Tiene razón Idea Vilariño cuando menciona que conocemos la vida del poeta así

como nos ha llegado: envuelta a través de su leyenda que se ha forjado en torno (2).

Según ella, al desmentir el dandismo que se le atribuía al poeta, considera asimismo falsa

la leyenda que el propio Herrera “contribuyó a crear para asustar a los buenos burgueses

de su adicción a las drogas. Los médicos no habían encontrado otro remedio para aliviar

sus crisis cardíacas que no fueran las inyecciones de morfina” (5) por lo que él se vio ante

la necesidad de administrarse el medicamento. Pero a lo que hace referencia Vilariño, es

a las famosas fotografías para las que Herrera posó en 1906 y 1907, en una de ellas

fingiendo inyectarse la mencionada droga, en la otra postrado en su cama aparentando

dormir, y en la última con un cigarrillo. Tales fotos fueron publicadas en el semanario

argentino Caras y caretas, para ilustrar el artículo sobre Herrera y Reissig y su obra. En

la nota “Los martirios de un poeta aristócrata” aparece la imagen en la que se lee: “El

artista dándose inyecciones de morfina antes de escribir uno de sus más bellos poemas

pastorales”, artículo que causó polémica y escándalo. En dicho artículo publicado el 19

de enero de 1907, en la otra fotografía “Fumando cigarrillos de opio según los preceptos

de Tomás de Quincey”, se aprecia la imagen del poeta de perfil, leyendo, al parecer con

un cigarrillo en los labios. La tercera foto de la serie de Caras y caretas muestra al poeta

recostado en su cama, con los ojos cerrados, misma que se publicó con la leyenda: “En

los paraísos de Mahoma, bajo la influencia del éter, de la morfina y del opio”

(Mazzucchelli 320).
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Como se sabe, tales fotografías fueron planeadas precisamente con el fin de

llamar la atención de los lectores y escandalizar, desafiando al medio literario de la

época. Mazzucchelli dice que “[s]e trata de una maniobra publicitaria masiva

cuidadosamente calculada por el propio Herrera y Reissig, quien había enviado antes una

‘autobiografía’ a Soiza Reilly, que este empleó luego para escribir el texto que acompaña

la nota” (322). Según el testimonio de Soiza Reilly, la idea y proposición de que le

tomaran esas fotografías fue del mismo poeta. En la mencionada crónica semanal,

firmada como Fray Mocho, pseudónimo de Juan José de Soiza Reilly, el autor explica:

Hace ocho años que visité en Montevideo a Julio Herrera y Reissig. De


aquella época datan las fotografías que publico. Por prescripción médica,
el lírico zorzal uruguayo se inyectaba morfina. Luego, por arte, continuó
tomándola. El poeta, que era un niño genial, me narró los efectos sublimes
de la droga. En la cama, allí en la Torre, me leyó versos escritos bajo el
fluido letal (citado por Blengio Brito 20).

Pero la versión final, real, de cómo se dieron los hechos, se la ofrece a Bula Píriz, Soiza

Reilly —quien definiera a Herrera y Reissig como “el poeta más raro, el lírico más triste,

el pecador más esteta, el jilguero de sangre más azul, el loco más ardiente, más fogoso,

más bueno y más encantador que haya tenido el Plata” (Citado por Vilariño x). A Píriz le

comenta Soiza:

Yo fui a hacerle un reportaje junto con el hermano del aviador Adami, que
era quien tomaba las fotos. Cuando éste fue a fotografiarlo, Julio dijo:
Sería bueno tomarme una fotografía dándome una inyección de morfina o
bajo el sueño de la morfina. Pero no teníamos jeringa, y entonces yo fui a
la farmacia y compré una jeringa Pravaz y la llenamos con agua, y Julio la
puso contra el brazo fingiendo la inyección, y Adami le tomó la fotografía.
Después se fingió dormido y tomamos esa otra donde aparece dormido
bajo el sueño de la morfina; y la otra en la que aparece fumando cigarros
de opio según los preceptos de Tomás de Quincey, la tomamos mientras se
fumaba un cigarrillo casero hecho con tabaco Passo Fundo. Julio se reía a
carcajadas luego de todas estas cosas, pensando en lo que dirían de sus
desplantes (citado por Blengio Brito 20).
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En 1904, Herrera viaja a Buenos Aires para trabajar en el censo. Para ese entonces

ya había iniciado la composición de Los éxtasis de la montaña —poemario también

conocido como Eglogánimas—, proyecto que se ve favorecido cuando viaja a Minas y

queda deslumbrado por el paisaje bucólico. Durante su estancia en Argentina su salud va

menguando lentamente. Así lo refiere en una carta que le escribe en 1905 a su novia, en

este entonces Julieta de la Fuente:

Yo no me [he] encontrado bien; ayer guardé cama, con chuchos de frío y


dolores al pulmón derecho; me morfinicé y hoy me encuentro mejor:
atribuyo esos percances a excesos, en esta última semana, de trabajos
intelectuales profundos que me han arrancado pedazos de vida.
Descansaré en adelante. […] Ya sabes que el fin de mes estoy, por fin, a tu
lado, Julieta adorada… (citado por Mazzucchelli 316-317).

Obsérvese el verbo que inventa Julio, en relación a la droga que utiliza para paliar sus

malestares físicos: morfinicé. En otra carta enviada unos meses antes, Herrera escribe:

Yo también sigo regularizándome y me alimento gradualmente […].


Luego, la Vida alegre que hago yo, la mitad del día en el Censo, y la
restante enclaustrado en mi alcoba, entregado a mis horribles verdugos
que tú has armado dándome tu amor!! Leo, escribo, medito, filosofo,
observo la Comedia humana, desdeño cada día más a los hombres y me
retraigo. Cinco o seis buenas almas, un gato que no se separa de mi
escritorio, una mariposa muerta, clavada como mi corazón sobre mi lecho,
la morfina, y el fantasma pálido de los recuerdos sentados en el dintel a
todas horas y mirándome tristemente, eso compone toda mi sociedad, en
este destierro lúgubre. Nadie me ama, nadie se interesa por mí, yo
tampoco amo a nadie, no por nadie me intereso. De la puerta para afuera la
Muerte, de la puerta para adentro también la Muerte: la noche dentro de la
Nada, esto es horrendo! (320).

Como se puede apreciar a primera vista, en ambas cartas el autor alude a su

enfermedad cardíaca y a la morfina. Pero hasta donde se sabe, no existe evidencia de que

Herrera y Reissig haya utilizado el medicamento con fines recreativos o como

herramienta para llevar a cabo su labor creativa. Sin embargo, si se analiza su poesía

puede percatarse el lector que en repetidas ocasiones el léxico usado es el que responde a
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la enfermedad de la cual se vio aquejado, o que alude a cierta terminología médica.

Véanse algunos ejemplos que han sido resaltados tipográficamente:

De Los maitines de la noche:

… bosque alucinado… (20), Para mis penas fueran divina


magia hipnótica (20), La sangre del histérico mordisco
(21), epilepsiaba a ratos la ventana (22), la metepsícosis de un astro niño
(23), en su tísis romántica la luna (25), La Neurastenia gris de la montaña
(25), Tocando su nerviosa pandereta (26), con un ritmo de arterias
desmayadas (26), Flora, enferma, se desmaya… (26), fuma el opio
neurasténico de su cigarro glacial (27), agonizando las postreras lilas
(28).

Las alusiones a la enfermedad que le causó la muerte a Herrera, son muy

frecuentes en su cartas, como puede apreciarse en una misiva que le envía a Edmundo

Montagne fechada en junio 1 de 1902:

Muy triste me hallo. Muy abatido —Muy pobre. Así me ha tomado su


carta. Estuve dos meses enfermo, con palpitaciones nerviosas al corazón.
A consecuencia de esa calamidad tengo forzosamente que haraganear,
dejando la conclusión del Tratado de la imbecilidad de mi país para dentro
de un par de meses, si para entonces, como se entiende, estoy bien de
salud.

A lo que Edmundo Montagne, contesta:

He sentido muchísimo la noticia de su enfermedad. Estoy seguro de que


Ud bebe alcohol y café y fuma mucho y comete otra cantidad enorme de
imprudencias que no deben cometerse. Y digo que estoy seguro porque es
Ud. un vehemente incorregible.

Yo también he sufrido de palpitaciones al corazón, aunque no de la


manera que supongo en Ud. Lo primero que hice fue suspender el
consumo de todo excitante.

Obsérvese la respuesta de Edmundo Montagne, al referirse al consumo de

enervantes por parte de Herrera. ¿Esa vehemencia de la que habla su amigo no pudo

acaso ser exacerbada también por la morfina?, ¿cuáles serán las imprudencias que en
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cantidad enorme comete el poeta? Sólo ante elucubraciones sobre el uso indiscriminado

de la droga se enfrenta el investigador, pues no existe evidencia posible que lo confirme.

La poesía de Herrera y Reissig, habiendo incursionado en el Romanticismo y

cuyo estilo abandona después de un corto tiempo, se caracteriza por la búsqueda de un

lenguaje nuevo que va más allá del Modernismo. De acuerdo a Mario Álvarez, su obra se

caracteriza por el exotismo, el cual está presente bajo dos formas a saber:

como ensueño o como delirio; es decir, como distanciamiento que idealiza


la naturaleza a través de un panteísmo cordial (“Éxtasis de la montaña”) o
de una sensibilidad refinada, decadentista (“Los parques abandonados” y
algunas “Clepsidras”); o como distanciamiento que, por el delirio,
proyecta el pasmo erótico (“Clepsidras”) o la soledad cargada de
fantasmas (“Tertulia lunática”) (109).

Ensueño y delirio, dos términos con una carga semántica muy relacionada entre

sí, pero que además parecieran ser producto o vincularse con una mente sobreexcitada.

Aldo Mazzucchelli, en su extenso estudio sobre Herrera y Reissig, se refiere a “Lírica

invernal” como un texto precisamente lírico y autorreferencial, en el que Julio muestra

una bipolaridad a través de imágenes alucinantes. Es en ese texto donde Herrera habla

públicamente de su enfermedad, y allí asegura que fue la muerte “su maestra, la que le

enseñó a escribir. Luego hace la más bizarra narración de la mezcla entre su enfermedad

y su despertar a la literatura del futuro y de la decadencia” (266). ¿Qué hay de verdad en

todo esto?, ¿cómo comprobarlo? Tal vez la enfermedad en Herrera contribuyó a

acrecentar su innata sensibilidad. Por otra parte, nunca se sabrá si en verdad escribía bajo

el influjo de la morfina, como el poeta mismo decía. Poco o nada importa si usaba la

droga como estimulante para escribir, ya que es la obra como tal la que debe juzgarse en

su dimensión poética.
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Lo que sí es comprobable es el hecho de que Julio se hace consciente de su

trastorno orgánico, pues éste influye y se hace presente en su escritura al utilizar términos

relacionados con la enfermedad. Los siguientes ejemplos pertenecen a los sonetos que

conforman Los éxtasis de la montaña:

con áspera sonrisa palpita la campaña (31), No late más que un único
reloj (31), palpitan al unísono sus corazones blancos
(32), laten bandadas de pañuelos en fila (34), las voces retumban como un
solo latido (36), Conjeturan fiebrosos del principio escondido (37), un
gallo desvaría (37), el pastor loco (37), como la carne herida (38),
la palpitante gleba (38), laten en todas partes monótonas urgencias
(38), siente latir un nuevo corazón de tres meses (43), donde laten los
últimos ópalos vespertinos (44), transubstanciado, él siente que no es el
mismo (45), ¡y es que Job ha escuchado el latido del mundo (45),
un latido dícela que él se acerca (47), luego inundan sus fiebres (47), la
tarde en la montaña, moribunda se inclina (52), se duerme
al narcóticozumbido de las moscas (55), hipnotiza los predios
inexhaustos (56), ataca a sus enfermos el médico cazurro ((56), se hunden
en una sorda crisis meditabunda (58), sangran su risa flores rojas en la
barranca (58), un gran silencio que anestesia y que embruja (60),
el narcótico gran silencio del campo (62).

Tan sólo en este poemario, que es uno en donde la voz poética se regocija con el mundo,

con la naturaleza, se encuentra una gran cantidad de vocablos que remiten a la

enfermedad, o algún término que de alguna manera se relaciona con ésta. La alusión a

uno de los órganos vitales, el corazón, es muy frecuente a través del uso de verbos y

adjetivos tales como latir, palpitante, o del sustantivo latido. Además, en su título esta

colección de poemas contiene la palabra éxtasis, misma que aparece varias veces dentro

de los poemas, y tal vez su presencia pudiera relacionarse con el uso de narcóticos. Por

otro lado, también derivados del vocablo ebriedad, constan en los poemas. En un libro

homenaje a Julio Herrera y Reissig, en el que también participan Antonio Seluja y Diego

Pérez Pintos, Magda Olivieri atinadamente opina que la característica general de Los

éxtasis de la montaña es
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presentar el mundo como un sueño que alguien, apaciblemente, sueña. Las


cosas tienen una finalidad y la están cumpliendo; de esa falta de distorsión
en los fines; de ese ocupar el lugar para el que han sido creadas nace la
inocencia, la alegría, la paz. Se crea así un mundo particularmente feliz
porque las cosas se viven en su ser verdadero, en el auténtico latido de la
naturaleza. Es precisamente este latido el que Herrera, el poeta culto y
artificial, busca sin embargo descubrir (59).

De tal latido de la naturaleza, pareciera que el poeta quiere apropiarse, hacerlo

suyo para reemplazar las palpitaciones de las que sufre.

Nocturnos es una serie que consta de tres poemas de largo aliento y de arte menor

—octosilábicos con rima consonante. Esta sección incluye “Desolación absurda”, “La

torre de las esfinges” y “La vida”. Este último poema es importante ya que encierra en

gran medida su poética de la que se ha venido hablando: “Sacudido por un asma” (126),

recuérdese que fue ese diagnóstico el que se pensaba era la causa de los malestares de

Herrera, del que hablaba su hermana. “De agotamiento cardíaco / tuve síncopas

mortales", nuevamente la autorreferencialidad se hace presente en el poema, "y duerma

mi corazón” dice la voz lírica, y ese corazón cansado es el que pertenece a Herrera.

Véanse las siguientes dos estrofas del mismo poema “La vida”:

¡Oh epilepsia inconocida!


Sobre el cielo metafísico
vi un corazón de suicida
arrítmico y fraternal.
¡Era un reloj poeniánico
este reloj psicofísico
que con latidos de pánico
iba marcando mi mal!

Nótese nuevamente la autorreferencialidad de los dos versos anteriores, en los que el

poeta declara sin más su padecimiento:

vi un corazón de suicida

arrítmico y fraternal.
Julio César Aguilar 13

Ese corazón es el mismo que poseía el autor de los mencionados versos. En nota a

pie de página, el autor aclara, refiriéndose a la estrofa anterior: “Se alude la corazón

arrítmico del poeta, quien ha sufrido siempre de una desesperante neurosis cardíaca que

le ha hecho temer por la vida” (179).

En su más reciente libro sobre la vida y obra de Herrera, el también poeta y

catedrático Eduardo Espina sostiene —al referirse a la poesía de su paisano— que una

escritura nueva es la que habla:

Donde mejor se oye su voz es en “La Torre de las Esfinges”. En ese


poema de 430 versos el acto de la comunicación ha sido llevado a un
extremo de tensión al atomizarse el campo de referencias y replegarse el
lenguaje sobre su materialidad… A lo largo del tiempo ha mantenido una
propiedad conflictiva que lo confinó a permanecer desconocido (219).

Más adelante, Espina comenta que ese poema ha sido considerado, por algunos

críticos, como producto de una experiencia tóxica debida al uso de medicamentos. Pero el

efecto de una intoxicación por alucinógenos, sin embargo, dura mucho menos que el que

necesita Herrera para encontrar la palabra precisa, ya que encontrar un adjetivo “le cuesta

quince días de trabajo, un verbo, a veces, un mes” (220).

Muy poca atención, por parte de la crítica especializada, se le ha prestado

seriamente a la obra poética de Julio Herrera y Reissig, en relación con la enfermedad.

Renovador del lenguaje literario, Herrera se adelanta con mucho a su tiempo: cuando

algunos escritores hispanoamericanos incursionaban aún en la estética modernista, él ya

se encuentra escribiendo al estilo de las vanguardias, con un lenguaje nuevo, innovador

—aunque de manera estructuralmente tradicional: sonetos y décimas, es decir versos

medidos y rimados. Nunca se sabrá a ciencia cierta si él escribía bajo los efectos de la

morfina o de cualquier otro narcótico, y tal vez ni valga la pena o sea necesario saberlo.
Julio César Aguilar 14

Su obra es la que sobrevive y es ella lo que realmente importa. Sin embargo, sí existe una

poética de la enfermedad en la poesía herreriana. Entre sus versos hay abundantes

alusiones a la enfermedad a través del uso de terminología médica:

…beba el alma vagabunda

que me da ciencias astrales

en las horas espectrales

de mi vida moribunda! (142-143)

Escribe Herrera en “Desolación absurda”. Poesía de imágenes sorprendentes,

novedosas, es la que ha cantado Julio Herrera y Reissig, como si el ritmo de su corazón,

agolpándose se la dictara. Ese su “corazón que había ido empeorando , [y que] hace su

crisis final el 18 de marzo de 1910” (Vilariño 6), no sin antes haber vertido a borbotones,

como ya se dijo, versos de gran originalidad y fuerza expresiva para su tiempo y aun para

la posteridad.
Julio César Aguilar 15

Obras citadas

Álvarez, Mario. Ensueño y delirio. Vida y obra de Julio Herrera y Reissig. Montevideo:
Tradinco: 1995.
Blengio Brito, Raúl. Herrera y Reissig: Del modernismo a la vanguardia. Montevideo:
Universidad de la República, 1978.
Espina, Eduardo. Julio Herrera y Reissig. Prohibida la entrada a los uruguayos.
Montevideo. Planeta, 2010.
Herrera y Reissig, Herminia. Julio Herrera y Reissig. Grandeza en el infortunio.
Montevideo: Talleres Gráficos 33, 1949.
---. Vida íntima de Julio Herrera y Reissig. Montevideo: Amerindia, 1943.
Herrera y Reissig, Julio. Una infinita colisión compleja. Poemas. Ed. Roberto
Echavarren. Montevideo: La Flauta Mágica, 2010.
Lauxar (Osvaldo Crispo Acosta). Motivos de crítica. Montevideo: Palacio del Libro,
1929.
Mazzucchelli, Aldo. La mejor de las fieras humanas. Vida de Julio Herrera y Reissig.
Montevideo: Taurus, 2010.
Olivieri, Magda. Homenaje a Julio Herrera y Reissig. Montevideo: Concejo
Departamental de Montevideo, 1963.
Pino Saavedra, Yolando. La poesía de Julio Herrera y Reissig. Sus temas y su estilo.
Santiago: Prensas de la Universidad de Chile, 1932.
Ruiz Barrionuevo, Carmen. La mitificación poética de Julio Herrera y Reissig.
Salamanca:Universidad de Salamanca, 1991.
Santa Biblia. Ed. Reina-Valera. Nueva York: Sociedad Bíblica Americana, 1964.
Sontag, Susan. La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas. Trad. Mario
Muchnik. Madrid: Taurus, 1996.
Vilariño, Idea. Julio Herrera y Reissig. Poemas comentados. Montevideo: Técnica, 1978.

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