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SUJETO(S) DEL FEMINISMO1

Siobhan Guerrero Mc Manus

Puede parecer una verdad de perogrullo el afirmar que el feminismo es aquel movimiento social, teórico y
político que busca la igualdad entre las mujeres y los hombres. Sin embargo, detrás de esta aseveración
aparentemente sencilla se esconden una serie de interrogantes que no son fáciles de resolver. Quizás la más
obvia es si la formulación anterior engloba todo aquello que hoy entendemos por feminismo o si, por el
contrario, estamos ante una caracterización mínima que enuncia un elemento central del feminismo, pero sin
que deba entenderse como si toda apuesta feminista se circunscribiese a dicho objetivo; quizás, por ejemplo, el
feminismo tiene objetivos adicionales a la búsqueda de la igualdad entre las mujeres y los hombres.
De igual manera, cabe preguntarse si el feminismo es un movimiento que solamente se enfoca en las
desigualdades que afectan a las mujeres o si puede interesarse también por las desigualdades que sufren otros
sujetos. Así también, sería importante cuestionarnos si nos concentraremos en las problemáticas que sufren las
mujeres qua mujeres o incluiremos aquellas problemáticas que enfrentan en calidad de sujetos subordinados
por otros mecanismos de opresión.
En cualquier caso, las preguntas anteriores ilustran de qué va la controversia acerca de quién es el
sujeto político del feminismo. Como espero que resulte claro, el sujeto político del feminismo sin duda que
incluye a las mujeres, pero cabe preguntarse si sólo incluye a las mujeres y, claro está, quiénes son las mujeres y
bajo qué criterios contaremos a alguien como tal. Cabe señalar que la pregunta por el sujeto político del
feminismo no es nueva, aunque podemos afirmar que dicha pregunta ha tomado una centralidad inédita. Hoy
en día no es infrecuente encontrarnos con foros o discusiones en los cuáles se plantea la interrogante de
quiénes son los sujetos políticos del feminismo. Detrás de esta pregunta se esconde una batería de
preocupaciones acerca de cómo entender al patriarcado en tanto mecanismo de opresión y cómo articular
resistencias y acciones capaces de mitigar o eliminar las violencias que dicho mecanismo produce.
En este sentido, es claro que ninguna de estas preguntas admite respuestas fáciles y que tampoco
estamos ante preguntas que atiendan a meras cuestiones teóricas. Dicho esto, lo que buscaré a lo largo de este
texto es, por un lado, situar históricamente los orígenes de esta discusión contemporánea. Por otro lado,
presentaré de manera esquemática los argumentos que de manera cotidiana se emplean para responder a
todas las interrogantes hasta ahora planteadas.
1 Este ensayo fue publicado originalmente como: Guerrero Mc Manus, Siobhan (2023). “Sujeto(s) del feminismo” en
Luis Alegre Zahonero, Eulalia Pérez Sedeño y Nuria Sánchez (coordinadores), Enciclopedia Crítica del Género (pp.
291-300). Madrid: Editorial Arpa.

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ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL DEBATE CONTEMPORÁNEO

Podríamos afirmar que el feminismo se ha caracterizado por ser una tradición política y teórica atravesada por
desencuentros e interpretaciones en tensión acerca de su propia historia y sus objetivos de lucha. Sin embargo,
no sería hasta la década de los años 1970, en pleno auge de los feminismos de segunda ola, que se tomó plena
conciencia acerca de la controversia en torno al sujeto político del feminismo (LeGates 2001). Si bien la clase, la
raza y la filiación política ya habían llevado a fuertes confrontaciones al interior de los movimientos de mujeres,
sería en el último tercio del siglo XX cuando dichas confrontaciones comenzaron a ser teorizadas para señalar
que las experiencias de las mujeres no eran las mismas y que resultaba difícil hablar de una opresión
compartida que atravesara a todas y cada una de las mujeres y las hermanara como integrantes de una misma
lucha.
También será en estos años en los cuales habrá de irrumpir el tema de la identidad sexual de las
mujeres y se darán las primeras interpelaciones lesbo- y transfeministas para hacer ver que también este eje
lleva a experiencias diferentes que no pueden subsumirse bajo una narrativa unificante que quisiera ver a todas
las mujeres como sujetos que, al experimentar una misma forma de opresión, se ven convocadas a organizarse
bajo una sola bandera.
La noción de interseccionalidad es heredera de estos debates y fue acuñada por Kimberlé Crenshaw
(1991) justo con el objetivo de enfatizar que los diversos mecanismos de opresión se intersectan unos con otros
dando lugar a vivencias que no pueden comprenderse como si estuviéramos ante un mero cálculo aritmético
de las opresiones gobernado por lógicas aditivas. Este concepto, por tanto, implica reconocer la heterogeneidad
interna tanto del sujeto político del feminismo –ya no es La Mujer sino Las Mujeres– así como la multiplicidad
de opresiones que atraviesan y estructuran las vivencias de las mujeres sin que sea posible distinguir dónde se
acaba la violencia patriarcal y dónde comienza, por ejemplo, el cis-heterosexismo o el racismo. Cabe señalar
que la interseccionalidad implica dejar de lado la idea de que la opresión patriarcal y las violencias que
engendra operan de forma unívoca e invariante en la vida de toda mujer. Dicho esto, en las sub-secciones
siguientes mencionaremos algunos de los pasajes que fueron fundamentales para entender el contexto actual
en el que se da esta discusión.

EL DEBATE ACTUAL: ARGUMENTOS Y PRESUPUESTOS

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De acuerdo con la filósofa Ásta Sveinsdóttir (2011), entre el feminismo de la segunda ola y el feminismo de la
tercera ola se dio una ruptura metafísica en lo que respecta al sistema sexo/género. Si para la segunda ola el
sexo se entendía como natural mientras que el género era usualmente comprendido como la producción
cultural de la diferencia sexual, para la tercera ola tanto el sexo como el género son producciones culturales
históricamente situadas. En otras palabras, para los feminismos de la segunda ola la distinción sexo/género era
equiparable a la distinción naturaleza/cultura de tal modo que el primero de estos términos –el sexo– solía
entenderse como una categoría transhistórica y pancultural; por el contrario, el género sí reflejaba una
variación cultural e histórica lo que en cualquier caso servía para evidenciar su carácter contingente. Empero,
los feminismos de la tercera ola rechazaron este dualismo y abrazaron propuestas metafísicas en las cuales
categorías como “sexo” o “naturaleza” eran ellas mismas producciones culturales que exhibían una fuerte
historicidad y contingencia que, sin embargo, era sistemáticamente ocultada para así generar la ilusión de que
aludían a realidades y ordenamientos fundamentados en las regularidades descritas por las ciencias biológicas.
Autoras como Donna Haraway (1991), Rosi Braidotti (1994), Judith Butler (2011) o Sandy Stone (2013)
argumentaron que ni el sexo ni la diferencia sexual –si se la entiende como una mera diferencia anatómica–
pueden considerarse categorías transhistóricas y panculturales pues no son (i) epistémicamente transparentes
ni tampoco (ii) metafísicamente estables. Con lo primero aludían a que el cuerpo, como objeto de
conocimiento, no manifiesta de forma autoevidente sus verdades; de hecho, ganar acceso epistémico a su
estructura y funcionamiento no es algo que se dé sin mediación alguna o sin que sea necesario realizar cierto
trabajo cognitivo. Con lo segundo aludían a que históricamente hablando tanto las fronteras entre los sexos
como aquello que se ha interpretado como su fundamentación ontológica ha ido cambiando entre las diversas
culturas y tiempos.
Ahora bien, en lo que resta de la presente sección argumentaré que esta ruptura metafísica entre los
feminismos de la segunda y de la tercera ola explica en gran medida el porqué delimitan de forma muy
contrastante al sujeto político del feminismo. Me concentraré concretamente en el papel que juega la tesis de
la estabilidad metafísica del sexo en la forma en la que se construye al sujeto político del feminismo. Ofreceré
en cualquier caso una reconstrucción racional de este desencuentro buscando mostrar en qué modo la cuestión
del sujeto político del feminismo se vincula también con otros tópicos como la forma de entender cómo opera
la opresión patriarcal.

En busca de un Sujeto Político Único: Castas Sexuales, Opresión Patriarcal y Feminismo Radical 2.

2 El argumento de la presente sección está fuertemente inspirado en el trabajo de feministas radicales como Firestone
(1973) o Millett (1995).

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De manera sucinta, quisiera proponer que la aceptación de la tesis de la estabilidad metafísica del sexo nos
conduce no únicamente a una visión transhistórica y pancultural del sexo, sino que sirve de base para
argumentar que el patriarcado mismo, en tanto estructura de opresión, es igualmente invariante a todo lo largo
de la historia y en prácticamente toda cultura humana. La aseveración anterior ilustra el porqué una tesis de
carácter metafísico va a tener consecuencias en el ámbito de la filosofía y teoría política feministas; esto es así
ya que, si el patriarcado es histórica y culturalmente invariante, entonces la estructura causal de la opresión es
relativamente la misma a todo lo largo de la historia humana. Si lo anterior es correcto, entonces todas las
mujeres, entendidas aquí como hembras humanas, compartirían una misma experiencia de subordinación ante
los varones, entendidos como machos humanos. La conclusión, por tanto, es que el sujeto político del
feminismo puede delimitarse causalmente de forma unívoca pues habría un tipo específico de subordinación y
opresión que está asociada al sexo y que, gracias a la estabilidad de este último, exhibe también una estabilidad
histórica.
Nótese que esto genera un relato unificante en el cual todas las mujeres comparten no únicamente una
anatomía sino también las violencias y opresiones que estructuran sus experiencias qua mujeres. Si empleo el
término unificación es porque quiero resaltar el modo en el cual se ofrece a una misma vez tanto una
explicación de los modos de operación del patriarcado –i.e., cómo está estructurado causalmente– como una
delimitación del sujeto político que sufre dicha opresión y que está convocado a encabezar un movimiento
político para resistir y subvertir a dicha estructura. La explicación desde luego implica aceptar un patrón de
argumento que supone que el sexo biológico da pie a un trato diferenciado que subordina sistemáticamente a
las mujeres; esta dinámica no sería una consecuencia de la adscripción de un cuerpo a un sexo ni tampoco del
etiquetamiento de tal cuerpo como hombre o mujer, sino que emanaría del modo en el cual un cuerpo con
cierta estructura causal –y, por tanto, con ciertas capacidades– habrá de ser tratado.
Este patrón de explicación busca describir los modos de operación del patriarcado mientras a un mismo
tiempo subsume la diversidad de experiencias de las mujeres de los distintos tiempos y culturas dentro de un
único patrón que realza la supuesta invarianza de esta opresión; este último movimiento ya no es únicamente
epistémico sino que tiene consecuencias políticas pues delimita quiénes viven tal opresión, quiénes se ven
convocadas a resistirla y subvertirla y, finalmente, el modo en el cual pueden hacerlo ya que al comprender la
estructura causal de la opresión patriarcal sería posible intervenir y desmontar sus mecanismos de operación. A
raíz de esto, podría concluirse que el sujeto político del feminismo no puede admitir vaivenes mientras la
diferencia sexual permanezca en operación; así, no sería posible ni ampliar ni re-concebir a dicho sujeto sin que
ello implique abdicar de tal patrón explicativo y del programa de acción política que posibilita.

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Sin embargo, toda la argumentación anterior descansa en aceptar la tesis de la estabilidad metafísica
del sexo. Empero, si rechazamos que el cuerpo sexuado sea epistémicamente transparente y que el sexo sea
metafísicamente estable, entonces todo el aparato conceptual anterior se ve cuestionado.

La irrupción de la Tercera Ola: El Sujeto Político como Multitud.

La tercera ola del feminismo puede entenderse como una reacción ante los argumentos anteriormente
esbozados. De manera general podría afirmarse que aquí el sujeto político del feminismo habrá de
caracterizarse como un sujeto plural y heterogéneo, incluso multitudinario. Esto es así ya que se abandona la
idea de que el patriarcado sea una estructura transhistórica y pancultural que opera de manera unívoca. De
igual modo, se lleva a cabo una crítica a la idea de que el feminismo requiere de una experiencia unificada y
unificante basada en el supuesto de que hay una única vivencia femenina y que ésta está anclada en cierto tipo
de cuerpo sexuado.
Dichos feminismos realizaron dos grandes tipos de críticas al argumento presentado en la sub-sección
anterior. Por un lado, estuvieron aquellas críticas que señalaron que la opresión patriarcal no tiene una
estructura causal unívoca y que, por tanto, no es posible delimitar al sujeto político del feminismo apelando a
un análisis que busque identificar las cadenas causales que sistemáticamente subordinan a las mujeres. Este
tipo de contra-argumentos estuvieron fuertemente asociados con la noción de interseccionalidad y podríamos
decir que su contribución radicó en hacer ver cómo el cruce de opresiones da lugar a dinámicas causales y
experiencias de subordinación que no pueden abordarse como si estuviésemos ante un cálculo vectorial en el
cual la experiencia de un cuerpo admite descomponerse en vectores componentes que remiten a diversos tipos
de opresión. Por el contrario, el cruce de las opresiones las transforma y da lugar a dinámicas en las cuales las
violencias patriarcales se funden con violencias racistas, cis-heterosexistas, clasistas, etaristas, etc. Nótese que
la consecuencia de este tipo de argumentos radica en que resulta imposible seguir sosteniendo que el sujeto
político del feminismo puede delimitarse causalmente de manera unívoca pues ya no hay una única violencia
propiamente patriarcal, sino que hay entramados de violencias y opresiones que atienden a diversos
mecanismos de subordinación de los cuerpos.
Un segundo tipo de críticas se centró en la tesis de la estabilidad metafísica del sexo propiamente dicha.
Por un lado, estuvieron quienes criticaron a autoras como Firestone (1973) al señalar que ella había
naturalizado inadvertidamente al patriarcado al rastrear el origen de las desigualdades en la estructura causal
del propio cuerpo sexuado; esto ocurre porque se omite el carácter mediado del conocimiento sobre el cuerpo
e, incluso, de la experiencia fenoménica que tenemos sobre nuestras propias corporalidades. Ello conduce a

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obviar la dimensión semiótica de toda materialidad y termina por interpretar a la opresión patriarcal como un
efecto mecánico-causal de la diferencia sexual. Esto, desde luego, naturaliza al patriarcado y explica el porqué
Firestone apostaba por una intervención cultural y tecnológica que desarticulara a la physis misma, esto es, a lo
que ella concebía como el origen de la opresión: la diferencia sexual entendida como naturaleza humana.
Por otro lado, hubo contraargumentaciones que se enfocaron en la urgencia de una crítica
epistemológica a los saberes científicos y la forma en la que naturalizaban y racionalizaban un orden jerárquico.
Esta crítica no tenía únicamente un trasfondo negativo, sino que enfatizaba también el carácter situado de todo
conocimiento, lo que se traducía en que incluso al interior de las ciencias biológicas había una elaboración
siempre situada y contextual de la diferencia sexual de tal modo que ésta no siempre se entendía del mismo
modo ni venía asociada al mismo conjunto de atributos o valoraciones. En sus formas más radicales, esta
posición llevó a defender que el género no era solamente la simbolización o producción cultural de la diferencia
sexual, tomando a esta última como dada, sino que el género jugaba un papel constitutivo en la delimitación
misma de los sexos, i.e., el género opera como una categoría que organiza a la experiencia misma del cuerpo
sexuado.
Tanto en el corazón de la crítica anterior como de esta última hay un llamado a politizar al conocimiento
sobre la naturaleza de tal manera que se examine con precaución tanto el compromiso con la transparencia
epistémica del cuerpo sexuado como con la estabilidad metafísica de la categoría “sexo”. De hecho, la categoría
de “Naturaleza” es criticada por autoras como Butler (2011) y Haraway (1991) quienes hacer ver en qué medida
esta noción oculta su propia producción histórica. Finalmente, Haraway habrá de enfatizar que todo cuerpo
sexuado está ya atravesado tanto semiótica como materialmente por su propio contexto cultural; es en ese
sentido que toma distancia del culto a lo natural y prefiere apostar por reconocer la historicidad y artificialidad
de toda corporalidad, algo que se verá resumido en aquella poderosa frase en la que afirma que prefiere ser un
cyborg que una diosa.
Lo que emerge es una concepción en la cual el sujeto político del feminismo es una multitud,
entendiendo con este concepto a un sujeto que está siempre en devenir y que es radicalmente histórico y
contextual pues se re-actualiza constantemente dado el hecho de que la opresión es también cambiante y
múltiple. Las mujeres, desde luego, están en el centro de este movimiento político pero toda posibilidad de
emancipación requiere del reconocimiento de que las violencias que las cruzan atraviesan también a otros
sujetos y, también, de que dichas violencias no cruzan de la misma manera a cada mujer por lo cual es
menester atender a los múltiples rostros de las desigualdades.

BIBLIOGRAFÍA

6
1. BRAIDOTTI, Rossi, Nomadic subjects: Embodiment and sexual difference in contemporary
feminist theory, Columbia University Press, 1994.
2. BUTLER, Judith, Bodies that Matter. On the Discursive Limits of Sex, Routledge, 2011.
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5. GUERRERO MC MANUS, Siobhan, «Hacia una nueva metafísica del género», Debate Feminista 60, 2020.
6. GUERRERO MC MANUS, Siobhan, «Debates Metafísicos en torno al Sexo. Esencias, Clases Naturales y
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7. HARAWAY, Donna, Simians, Cyborgs, and Women. The Reinvention of Nature, Routledge, 1991.
8. LEGATES, Marlene, In their time: A history of feminism in western society, Routledge, 2001.
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10. STONE, Sandy, The empire strikes back: A posttranssexual manifesto. En The transgender
studies reader (pp. 221-235), Routledge, 2013.
11. SVEINSDÓTTIR, Ásta, «The Metaphysics of Sex and Gender», En Feminist Metaphysics: Explorations in
the Ontology of Sex, Gender and the Self, Springer Netherlands, 2011.

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