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Coronel Leroy Fletcher Prouty: Oráculo con uniforme

— Y por cierto... sé exactamente quién eres. Eres el tipo que se folla por el culo a la gente común cuando
no estás sentado en tu maldita casa en los Hamptons, o reservando lecciones de tenis desde tu ático con
vistas a Central Park.
—¿Cómo sabes todo esto?
— Te he estado observando. El problema con tipos como tú es que no puedes dejar de alardear. Te
aseguras de que todas las revistas del país sepan todo sobre tus triunfos.
— Bueno, sabes que hay personas que se inspiran en las historias de éxito. Sabes que tal vez harías las
mismas cosas que yo he hecho si tuvieras la oportunidad.
— No, no lo haría. No vendería préstamos incobrables a personas con pequeñas cantidades de dinero.
Usted gana dinero real basándose en préstamos inventados e inexistentes. Modificas los libros para
conseguir tus bonificaciones, eso es lo que haces, joder a la gente. Pero la pregunta es, ¿por qué debería
dejarte vivir? Eres vendedor, ¿verdad? Véndeme.
— Te vendo... ¿Sabes que no hay una sola persona en esta tierra que tenga más de cien millones de
dólares y que haya obtenido ese dinero honestamente? Los Vanderbilt, los Carnegie, los Getty, los
Morgan, los Hurst, los Rockafeller... Simplemente anexaron territorios, licencias y negocios y mataron a la
población nativa, e importaron esclavos y vendieron armas tanto al norte como al sur durante la Guerra
Civil. ¡Y son héroes, son héroes americanos! Les enseñamos a nuestros hijos... que la honestidad y el
trabajo duro son las claves del éxito. Mis hijos... mis hijos no se irán a ninguna guerra, irán a Yale, irán a
Harvard. Y serán los tontos, estúpidos, niños basura blancos y los niños negros del gueto los que
pelearán las guerras sin sentido de Estados Unidos y protegerán la seguridad y los negocios
estadounidenses, y mi negocio... será cada vez más rico y mis bonificaciones serán más y más grandes, y
es la misma vieja historia. ¡Son los banqueros, los propietarios y los asesores los que se enriquecen! Y
son los pequeños los que compran sus acciones y al final siempre pierden. ¡A gente como tú!
— Algunas personas no se recuperan, gente como yo.
— Es un sistema de libre comercio, amigo mío. Eso es el capitalismo. Eso es competencia en una
sociedad capitalista, así es como la crema (la oligarquía) siempre llega a la cima. Así es como los fuertes
sobreviven y los débiles mueren…. Así es cómo funciona.

Diálogo de Asalto a Wall Street

La invisibilidad es la pieza clave de la radical idea del poder que desarrolló en 1959 el sociólogo
estadounidense C. Wright Mills. Según este, el poder concentrado en las democracias
capitalistas tardías era invisible y ya no se hallaba en las decisiones y los conflictos observables
de la política partidista cotidiana. Dos años después, esa misma idea quedó plasmada en el
concepto del ‘complejo militar-industrial’, articulado por primera vez por el entonces presidente
republicano de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower. En su discurso de despedida, en
1961, Eisenhower pronunció una célebre advertencia dirigida al pueblo estadounidense:
“Debemos evitar que el complejo militar-industrial adquiera una influencia injustificable, sea
buscada o no. Existen y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares
indebidos, con efectos desastrosos.”

Mills, al igual que Eisenhower, reflexionaba sobre el crecimiento exponencial y la consolidación


de las grandes empresas, el estamento militar y la burocracia gubernamental en el período de la
posguerra, junto con el rápido desarrollo de las tecnologías e infraestructuras de la
comunicación.
Estos no eran procesos casuales y autónomos, sino que constituían una estructura de poder de
las élites cada vez más integrada, que trascendía los mecanismos formales de control del
sistema político.
Para los críticos de Mills, todo argumento que insinuara la existencia de algún tipo de club
cerrado en los escalafones más altos del poder estatal-empresarial carecía de fundamento
empírico y contradecía radicalmente lo que parecía ser una tendencia imperante y opuesta, que
se caracterizaría por una creciente división de las élites, en un momento en que la economía
política cada vez era más compleja y estaba más fragmentada. Tal como observaba Daniel Bell
con respecto al poder empresarial en los Estados Unidos de la posguerra: “Solo se me ocurre un
tema sobre el que estarían de acuerdo las principales grandes empresas: la política fiscal. En
casi todo lo demás, están divididas”.

“En el octavo libro de la Odisea”, escribe Jorge Luis Borges en Otras Inquisiciones, “se lee que los
dioses tejen desdichas para que a las futuras generaciones no les falte algo que cantar”.

Por evidencias certeras e innegables —que pueden detallarse con documentos oficiales
desclasificados o filtrados y publicarse en una colección enciclopédica de decenas de tomos—
sabemos que los integrantes de la Gran Cábala Euroamericana (GCE) se creen los Amos —cuasi
dioses— del planeta. En esa condición decidieron el destino del mundo por más de doce
decenios, con desdichas incluidas que ahora cantamos. Algunos de esos fracasos fueron
advertidos por uno de los hombres más lúcidos del pasado reciente, el teniente coronel de la
Fuerza Aérea de Estados Unidos, Leroy Fletcher Prouty (24/01/1917 – 5/06/2001). Este oficial
intachable emergió como un oráculo desde las profundidades del ‘stablishment’. Ahora
Occidente no solo los canta, también los lamenta, muy a regañadientes.

Desde las entrañas mismas del complejo de la industrial-militar de Estados Unidos —como un
ex soldado del Imperio y siguiendo los pasos del Mayor General de los Marines Smedley D.
Butler, quien escribió “La Guerra es una Estafa”, en 1935— Prouty puso sobre el papel lo que
más de una década antes había advertido el presidente Ike Eisenhower, en su famoso discurso
de despedida en 1961: la existencia y el enorme poder de la GCE, una codiciosa élite del Viejo y
el Nuevo Continente.

¿Cuál fue exactamente la advertencia de Ike Eisenhower?:


“En los consejos de gobierno, debemos protegernos contra la adquisición de influencia
injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar-industrial. La posibilidad de un
desastroso aumento de poder fuera de lugar existe y persistirá (…)
Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades
o procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Sólo una ciudadanía alerta y
conocedora puede obligar a que la enorme maquinaria industrial y militar de defensa se
combine adecuadamente con nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo que la seguridad
y la libertad puedan prosperar juntas.”. (Microsoft Word - Document4 (eisenhowerlibrary.gov))

Esta cúpula tiene raíces de más de dos centurias en la Europa Imperial de la City of London,
desde donde a finales del Siglo XIX formulaba las decisiones más importantes de Europa y
Estados Unidos, como el predecible sucesor del Imperio Británico. Empero, cuando el coloso
yanqui alcanzó el grado de única superpotencia planetaria —al final de la II Guerra Mundial, tras
la devastación de Europa y Asia— dio un paso decisivo: estableció una agencia de inteligencia
para capturar el poder militar y desde allí controlar el poder político que reside en la Casa
Blanca y el Capitolio. Los voceros de la GCE han tratado de desacreditar esta afirmación al
encasillarlas dentro de la categoría de “Teorías de la Conspiración”. Sin embargo, las huellas del
delito están presentes y son de fácil verificación.

La clase política, a sabiendas de quienes eran los que mandaban realmente, asumieron la
actitud de los Tres Monos Sabios. Desde las filas de la Fuerza Aérea, sin embargo, un hombre
con vuelo intelectual y conocimiento de causa —después de conocer in situ cómo era la
maquinaria del Imperio, porque él mismo fue parte del engranaje— levantó la mano y agarró el
testimonio de Eisenhower. Así asumió el rol de Oráculo.

Tras su pase al retiro en 1964, se abocó a escribir por cerca de una década su opus magnum:
“The Secret Team” (El Equipo Secreto). Este libro se publicó por primera vez en 1973, aunque en
esa oportunidad casi toda la edición fue adquirida virtualmente por la CIA, para impedir que
llegue a sus destinatarios: el pueblo estadounidense.

En cerca de 500 páginas, él explicó al mundo el rol del “Deep State” (el Estado Profundo) y cómo
realmente funcionaba el mundo. Cómo la democracia era solo un mascarón de proa y revelando
el Globalismo Universal de Occidente manejado por un poder no electo. La segunda edición
apareció en 1990. Recién pudo llegar a sus destinatarios. En el prefacio de esta última escribió:

“Nos guste o no, ahora vivimos en una nueva era de ‘Un Mundo’. Esta es la era de las
empresas globales, de las comunicaciones y el transporte globales, del suministro global
de alimentos y las finanzas y… a la vuelta de la esquina… la acomodación global de los
sistemas políticos. En este sentido, no hay mercados domésticos, ni mercados aislados, ni
mercados fuera de la red global. Es hora de enfrentar el hecho de que la verdadera
soberanía nacional ya no existe. Vivimos en un mundo de grandes negocios, grandes
abogados, grandes banqueros, hombres de dinero aún más grandes y grandes políticos. Es
el mundo de ‘El Equipo Secreto’.
“En un mundo así, ‘El Equipo Secreto’ es un poder dominante. No es militar ni policial. Es
encubierto, y lo mejor (o lo peor) de ambos. Hace el trabajo ya sea que tenga o no
autorización política y dirección, es independiente, es ilegal”. (Prefacio: ‘El Equipo Secreto’.
Edición 1990)

Las advertencias de Prouty ayudan a entender la historia tenebrosa y convulsionada, pasada y


presente. Él es una de esas mentes privilegiadas y olvidadas en la amnesia del Matrix Occidental
manipulada por la GCE. Leroy tuvo un brillante desempeño en la comunidad de inteligencia del
Pentágono y, como nadie lo ha hecho hasta ahora, desveló y expuso el funcionamiento del Deep
State, que hoy en día también se conoce como el “El complejo mediático-tecnológico-militar-
industrial” (CMTMI).
Pero el poder de la GCE no se hizo de la noche a la mañana, fue un largo proceso que comenzó
a principios del Siglo XX, unos años después de que John Halford Mackinder —en la antesala al
cambio de guardia por el dominio del Sistema Mundo Occidental (SMO) del Imperio Británico al
Imperio Estadounidense, escribió en 1904 su obra capital: ‘El eje geográfico de la historia’.
La tesis principal del libro de Mackinder se puede sintetizar con uno de sus pasajes más
punzantes: "Quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland (el vasto territorio de
Rusia a principios del Siglo XX); quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundo; quien
gobierne la Isla-Mundo controlará el mundo". Desde nuestra perspectiva, basados en los hechos
mundiales que han ocurrido en los casi 120 años siguientes, esa fue la frase que marcó el
destino de la humanidad hasta el día de hoy en las décadas o siglo por venir. La GCE la ha
seguido a paso firme hasta el día de hoy.
Para cumplir con ese Destino Manifiesto del “Universalismo Europeo”, dixit Immanuel
Wallerstein, que incluye a Estados Unidos como su heredero en los pasados ochentaaños, la
GCE elaboró un plan maquiavélico. Un plan cuya base ya había funcionado en Europa y que tuvo
como principio cuasi inmutable la famosa frase atribuida a Mayer Amschel Rothschild: “Dadme
el control de la moneda de un país y no me importará quién hace las leyes”.

¿Cómo la GCA acumuló tanto poder?


Desde los años finales de la Guerra Civil Estadounidense, en 1865, hasta principios del Siglo XX,
–en el análisis de varios economistas– fue el periodo de mayor prosperidad y expansión
económica, industrial y financiera de Estados Unidos. Por supuesto, incluyó las primeras señales
de las ambiciones imperialistas de la GCE al expandirse hasta la Costa del Pacífico, conquistando
más de un tercio del territorio de México, incluyendo a las tribus nativas-americanas, además
de despojar al Imperio Español de Florida e invadir las principales islas del Caribe como Cuba y
Puerto Rico. Así comenzaron a construir una poderosa industria militar que venía por herencia
—como dijo el padre fundador George Washington: “Las armas de fuego son las segundas en
importancia tan sólo después de la Constitución”.
En este periodo —y esta fue la aplicación literal de la frase de A. Rothschild—Estados Unidos
creó su propia moneda —los “Greenbacks”— por orden de Abraham Lincoln, que no eran
billetes canjeables por oro o plata, pero eran dinero legal respaldado por el crédito del gobierno
federal, para la compra de armamento, municiones y demás parafernalia militar para el ejército
de los estados del norte, contra los secesionistas del sur. Crédito que luego fue canjeado por la
concesión de territorios y posesiones con la expansión de hacia el Lejano Oeste.
Y esta fue la receta que tomaron los estados después de guerra civil, cuando se crearon los
bancos regionales que imprimían su propio dinero, pero no por arte de magia sino basados en
el desarrollo de la I Revolución Industrial. Es decir, con el respaldo de las máquinas a vapor, la
energía hidráulica, la mecanización, la electrificación, y la primigenia explotación del petróleo,
con la que crearon una extensa red de ferrocarriles y las industrias básicas de acero y cemento,
para dar paso a la construcción de las grandes ciudades.
Este enorme desarrollo, sin embargo, NO estaba bajo el control total de la GCE, puesto que la
emisión del dinero estaba en manos de los estados. Como Thomas Jefferson había escrito en
1791: “La incorporación de un banco y los poderes asumidos por esta ley, en mi opinión, no han
sido delegados a los Estados Unidos por la Constitución”. Pero la GCA se la echó al bolsillo con la
complicidad de los grandes banqueros neoyorquinos tras reunirse en secreto en la Isla Jeckill, en
las afueras de Georgia, y elaborar el proyecto de ley para la creación del Banco Central de la
Reserva Federal, que fue aprobada entre gallos y medias lunas por el Congreso de los Estados
en la víspera de la Navidad de 1913.
Esa ley, en esencia, centralizó todo el poder al convertirse en el único impresor del dinero en el
nuevo Imperio emergente. A partir de ese momento desaparecieron los obstáculos para escalar
su supremacía.

Durante décadas se advirtió que la cesión de los derechos de manejo monetario de Estados
Unidos en favor de la Reserva Federal (FED) en 1913 fue un factor decisivo para otorgarle poder
económico ilimitado a la GCE. Como escribió Daniel Lapazano, en la presentación del libro “Los
Secretos de la Reserva Federal “, de Eustace Mullins, en su versión en español:

Allí, en la Fed, «a salvo de las miradas del mundo, estos “hombres de negro” maquinan sus
planes financieros con el único objeto de dominar el Mundo, de someterlo a sus oscuros
designios. ¿Y por qué el Mundo y no un par de países? ¿Quién es capaz de imaginar que un
grupo reducido de hombres pueda dominar el Mundo y sin que nadie dé cuenta de ello?
«Son hombres que dominan las altas finanzas… el comercio y los medios de comunicación. Son
‘pesos pesados’ que gravitan por encima de todas las naciones, no rinden cuentas a nadie y
hasta contraen nupcias entre ellos mismos...
«Esa máquina de emitir dinero que se conoce como Reserva Federal es el ariete que se ha
utilizado para destruir economías enteras. Funciona como un teorema matemático; su éxito
está siempre asegurado. Construye y destruye, luego vuelve a construir, todo con el único
objeto de desviar recursos a una élite. La población mundial contempla impávida como va
perdiendo todos sus recursos mientras los políticos que los representan reciben gruesos fajos
de billetes... » Ese fue el primer Equipo Secreto, su origen primigenio.

El Acta de Seguridad Nacional de 1947 y el nacimiento de la CIA

Pero el objetivo de la GCE no era únicamente apuntalar el nuevo Imperio emergente con el
control del dinero, sino también plasmar a su favor la propuesta de Mackinder: La conquista de
la Isla-Mundo —por más de una centuria, desde patrocinar la Revolución Bolchevique en Rusia
hasta su guerra cuasi perpetua con Rusia, donde se asienta el Heartland original.

Así, teniendo a su merced la emisión monetaria, que ayudó a forjar la nación más
industrializada del planeta con la II Revolución Industrial de la producción masiva de armas
militares, y victoriosos de la II Guerra Mundial, que les concedía dominar al menos dos terceras
parte del planeta, los siempre insatisfechos integrantes de la GCE fueron por más.

Treintaicuatro años después de obtener la concesión de la Fed, ellos consiguieron que, durante
el mandato de Harry Truman, se promulgara una ley a su medida, para capturar el poder
absoluto y no el que proviene de las elecciones: El Acta de Seguridad Nacional (cuyo título
oficial en inglés es National Security Act) del 26 de julio de 1947. La norma, como lo describe
Prouty, realineó y reorganizó las fuerzas armadas, la política exterior y el aparato de inteligencia
de Estados Unidos tras la finalización de la II Guerra Mundial, la mayoría de las disposiciones del
acta entraron en vigor el 18 de septiembre de 1947, un día después de que el Senado
confirmara a James V. Forrestal como secretario de Defensa.

Sin embargo, esa ley venía con una trampa. Le otorgaba a la flamante Central de Inteligencia
Americana (CIA) —a partir de la OSS y del OWI (Buró de Información Militar, responsable de
misiones de propaganda durante la guerra)— un poder muy amplio y un manejo ilimitado de las
denominadas operaciones encubiertas. El objetivo de la CIA fue desplazar del mando real a las
fuerzas armadas. Bajo la batuta de Allen Dulles, la CIA cumplió esa misión a cabalidad. Aunque
fue denominada la cuarta arma de Estados Unidos (al lado del Ejército, Fuerza Aérea y Marina)
en realidad se convirtió en la primera fuerza de la GCE a través de la cual dominó el espectro
castrense y político de la potencia norteamericana.
Leroy sintetizó las funciones de la todopoderosa agencia así: “La CIA utiliza su papel de la
inteligencia como un mecanismo de cobertura para sus actividades operativas”. (Capítulo II La
CIA: Cómo funciona. Una visión general. Sección I Inteligencia vs Operaciones Secretas)
Es decir, la GCE desde 1947 accedió al manejo de la economía, la política, el sector militar y el
ámbito psicosocial. El poder absoluto en manos de un puñado de magnates europeos y
estadunidenses. Desde esa plataforma decidieron la alternancia presidencial en la Casa Blanca,
declararon guerras incompresibles para el mundo, ordenaron conquistas en diversos
continentes, provocaron golpes de estado y sometieron a gran parte, sino a la totalidad, del
hemisferio occidental.
A través de la Fed la multiplicación del dinero estaba asegurado. Gracias a la CIA dominaron el
poder militar de Estados Unidos y gran parte del mundo estaba a sus pies. En la GCE nadie
dudaba de que el paraíso existía en la tierra. Aunque ese Edén estuviese reservado solo para un
puñado de hombres. Una especie de Paraíso VIP. A vista y paciencia de un mundo
convulsionado por ellos mismos.

Un testigo de excepción

Durante tres décadas, Leroy Fletcher Prouty, estuvo en el epicentro de las acciones del Equipo
Secreto. El coronel vivió en el núcleo del poder político de la Casa Blanca. Fue uno de los
oficiales que, a través de los reportes diarios que él mismo escribía con la información que le
enviaban las agencias de inteligencia, informaba al presidente de los temas más trascendentales
y las decisiones que debía tomar.
Fletcher cayó en la cuenta de que ese puesto, a través de los informes cotidianos y la cercanía
con el mandatario, era usado por la GCE para influenciarlo de manera decidida sobre asuntos
del interés de ese grupo.
En la realidad, los informes diarios que recibe el presidente a primera hora son los planes y las
órdenes de la GCE. Y hay que cumplirlas a cabalidad. El último presidente en desoírlas y retarlas
fue John F. Kennedy. Todos sabemos cómo terminó.

A través de ‘El Equipo Secreto’, Prouty dio cuenta de las acciones realizadas por las agencias de
inteligencia –bajo el control de la CIA– a espaldas de los tres poderes oficiales, inclusive contra
las órdenes que venían de la Casa Blanca, la Secretaría de Estado o Secretaría de Defensa. La CIA
solo respondía al poder oculto de la GCE, pero mantenía autoridad y decisión sobre el alto
mando del ámbito castrense.

“La CIA mantiene cientos de unidades militares de Estados Unidos para sus propios fines.
Muchas de estas unidades se involucran en este tipo de operaciones. Después estas unidades de
cobertura han estado en existencia desde hace varios años, los militares tienen dificultades para
mantener un registro de ellos. El sistema militar es propenso a tratar de hacer caso omiso de
tales anomalías, y la CIA saca provecho de esto para enterrar a algunas unidades profundas en
el terreno baldío militar”, explicó el autor en ‘El Equipo Secreto’. (Capítulo 3. Una visión general
de la CIA. Sección III Un simple Golpe de Estado a un mecanismo global).
En este contexto, debido a que la grandilocuente frase “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo”, con la que Abraham Lincoln definió la democracia y de la que se jacta EE.UU., era una
total farsa, debido a que el verdadero poder lo ha ejercido desde el 1913 la GCE, la enorme
advertencia de Fletcher —como un verdadero patriota estadounidense— era, sobre todo, evitar
la fractura pueblo-estado que debilitaría inexorablemente a su país —aunque la fisura ya había
comenzado seis décadas antes.

Hoy en día puede comprobarse que Estados Unidos tiene una base social totalmente
resquebrajada, dividida, empobrecida —el 99% vive totalmente endeudado a merced del
crédito y los préstamos para sostener el utópico “Sueño Americano”— y mentalmente
manipulada por el Matrixmo del “Panem et circenses” (Pan y circo) de los beneficios sin
trabajar y la diversión virtual.
Para evitar ese fraccionamiento de Estados Unidos como nación resultaba indispensable
extirpar la influencia cada vez mayor de la GCE cuyo núcleo tiene un poder omnipresente en el
Pentágono —el sector de la Seguridad Nacional, que no es la de sus ciudadanos sino de esa élite
euroamericana— y la Reserva Federal —la emisión monetaria y control del sistema financiero a
escala global con la imposición del dólar como la única “moneda de reserva mundial”.

Desde la muerte de Kennedy

Fletcher Poutry dio pelea al interior de la Casa Blanca y del Pentágono. Pero su verdugo fue el
alemán-estadounidense Henry Kissinger, quien fuera secretario de Estado con Richard Nixon, y
vocero de la Gran Cábala hasta estos días de Dios con sus cien años a cuestas. El coronel perdió
esa batalla, pero Kissinger ha sido testigo de excepción de las primeras derrotas de sus amos.

No solo fue la preocupación de Ike Eisenhower. También el expresidente Harry Truman se


expresó sobre la desviación de las funciones de la CIA que se había formado durante su
mandato. Leroy Fletcher lo cita así:

“El presidente Harry S. Truman, observó los cambios de los eventos desde la muerte del
presidente Kennedy, y considerando los desarrollos desde su administración, escribió para el
Washington Post una columna fechada el 21 de diciembre de 1963, a solo semanas del
asesinato de John F Kennedy en Dallas (Texas):
Por algún tiempo había estado perturbado por el modo en que la CIA ha
estado desviada de su original tarea, la cual ha llegado a ser un arma operacional
y, a veces, propiciadora de iniciativas políticas del gobierno. Nunca pensé, cuando
fundé la CIA, que sería inyectada de operaciones clandestinas en tiempos de paz.
Pienso que algunas de las complicaciones y turbaciones que hemos
experimentado son en parte atribuible al hecho que esta silenciosa arma de
inteligencia del presidente ha sido tan apartada de su deseado rol y que está
siendo interpretada como un símbolo de misteriosas y siniestras intrigas
internacionales y un tema para la propaganda enemiga de la Guerra Fría. Harry
Truman’s December 1963 Letter to The Washington Post on the CIA | Gary North --
Specific Answers
Truman estuvo preocupado por los eventos de los anteriores noventa días. Esos ominosos días
de octubre, noviembre y diciembre de 1963. En verdad los hombres alrededor del mundo
estuvieron preocupados por esos eventos. Pocos hombres, sin embargo, podrían haber juzgado
esos hechos con más experiencia y sabiduría que Harry Truman, quien en 1947 había firmado la
ley del Acta de Seguridad Nacional, además del establecimiento del Departamento de Defensa
con una simple secretaría en su jefatura y con tres servicios, independientes e iguales: Ejército
(Army), Marina (Navy) y Fuerza Aérea. También estipuló un Consejo de Seguridad Nacional y la
Agencia Central de Inteligencia (CIA)”. (El Equipo Secreto. Parte I. Capítulo I. La real estructura del
poder)

Para desgracia del pueblo estadunidense, las preocupaciones de Fletcher son ahora una
realidad patética que cada día hiere más a vastos sectores sociales de la decadente potencia
americana. No solo hay una depreciación de la calidad de vida
https://www.latribunahispana.com/2023/09/el-61-en-ee-uu-viven-de-cheque-en-cheque-el-21-
lucha-con-las-facturas/, como el alto costo de los servicios esenciales como la salud
https://www.kff.org/health-costs/issue-brief/americans-challenges-with-health-care-costs/, el
constante incremento del costo de vida a través de una inflación
https://www.forbes.com/advisor/investing/inflation-cost-of-living/ constante desde la Gran
Recesión del 2008 y sobre todo una desindustrialización que, desde los años 1990’s, ha llevado
a Estados Unidos de ser una economía superindustrializada a una de servicios
https://www.counterpunch.org/2014/08/12/the-de-industrialization-of-america/, lo que ha
conducido a que el Tercer Mundo se haya instalado en Nueva York, Washington DC y sus
principales ciudades.

La Casa Blanca con Joe Biden ha perdido el norte y carece de talento para maquillar la gravedad
de la situación. La confrontación desde posiciones radicales como las que empuña el
expresidente Donald Trump —que marca nítidamente la división del país en dos extremos de
votantes que, irónicamente, sufren los mismos males, pero bajo el “embrujo colectivo” de que
la democracia electiva los salvará, lo cual es una ilusión— solo corroe más las columnas
oxidadas de la estructura social. “Reemplaza las vigas y los pilares con madera podrida. Roba al
cielo y pon allá arriba un sol falso”, como reza una estratagema china. La división de la sociedad
estadounidense debilita a toda la nación. La unidad que se requiere en estas circunstancias fue
resquebrajada sin compasión por la GCE que trasmutó la economía estadounidense de una
sociedad superindustrializada a una parasitaria y rentista, como lo ha descrito magistralmente el
economista estadounidense Michael Hudson https://michael-hudson.com/2015/09/killing-the-
host-the-book/, de una Plutocracia del 0.01% que exprime al 99%, y un Complejo Industrial
Militar (CIM) que consume anualmente más de 1 trillón de dólares del presupuesto nacional,
gastados en guerras de poder y en sostener alrededor de 1.000 bases militares alrededor del
planeta —mientras, descaradamente, dicen temer las “ambiciones imperiales” de China y Rusia
que apenas tienen una veintena de bases militares en el exterior.

Ante la amenaza existencial que se avecina para esa élite europeo-americana, no podrán contar
con el talento y valor de voluntarios para las fuerzas armadas. Hay tal desapego patriótico para
vestir el uniforme y levantar un arma –en un ejército invadido ahora con la ideología woke del
movimiento LGTBQ+ https://www.militaryonesource.mil/relationships/support-community/
lgbtq-in-the-military/— que tendrán que apelar en última instancia a los mercenarios —
ejércitos privados creados por ex militares estadounidenses
https://ideasforpeace.org/content/the-business-of-war/— que siempre suponen un riesgo en
caso los vientos de la derrota soplen con fuerza —como lo fueron los Talibanes, una creación de
la CIA en los años 80’s para luchar contra la invasión de la Unión Soviética sobre Agfanistán— o
de conflictos por encargo como lo está haciendo Ucrania –que pone los muertos—en su guerra
contra Rusia.
Si un ejército carece de objetivos definidos y un espíritu de lucha colectivo concederá enorme
ventaja. Más aún, si su oponente proviene de una civilización-estado —China— que defiende
fronteras vitales y metas comunes —que Occidente trata de entender
https://www.brookings.edu/articles/the-long-game-chinas-grand-strategy-to-displace-
american-order/ a veces tan desacertadamente. Ante una situación como esta, en la que un
país no puede defenderse de manera absoluta —porque enfrenta una guerra multidimensional,
como si fueran partidas de ajedrez simultáneo en un Cubo de Rubick que cambia
contantemente—, entonces pierde la confianza de sus aliados y —a largo plazo—termina
aislado.

En este contexto de comunicaciones instantáneas y abundantes —de los propios documentos


del imperio construido por la GCE— Noam Chomsky decía que una de las cualidades de los
dueños del poder es que “entre ellos” no se pueden mentir, por eso son accesibles a los
investigadores de la prensa alternativa que pueden elaborar un mapa, en detalle, de este
presente vertiginoso ilustrado en tiempo real. Es decir, “Puedes engañar a todas las personas
una parte del tiempo, a algunas personas todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todas las
personas todo el tiempo”.

Es por eso que ahora sabemos —desde la revelación de Prouty en 1973— que una corporación
privada –la Gran Cábala Euroamericana (GCE)– es la que controla el Sistema Mundo Occidental
y es la beneficiaria principal del sistema capitalista occidental. Así, al tener capacidad ilimitada
de emisión de dinero –el dólar estadounidense impuesto a todo el mundo desde hace ocho
décadas por el Patrón del Mal— con emisión monetaria propia (inorgánica), la GCE, posee una
velocidad de capitalización impresionante. Tiene liquidez permanente y pueden adquirir
voluntades políticas en todo el planeta. “Plata o Plomo” —aceptas nuestro dinero a través de
préstamos, como lo describió John Perkins en su libro Confesiones de un Sicario Económico
https://www.amazon.com/-/es/John-Perkins/dp/8493464201—, o te atienes a las
consecuencias de un golpe militar o una invasión con la opción de una guerra devastadora.

Así fue concebida y así funciona la Gran Cábala Euroamericana teniendo como una máscara
veneciana al gobierno de Estados Unidos, que le concedió el control de la emisión del dólar a
través de la Reserva Federal —que, aunque usted no lo crea, es un banco privado (ver aquí
https://www.thebalancemoney.com/who-owns-the-federal-reserve-3305974 y aquí
https://medium.com/changeling-lore/bet-you-didnt-know-the-federal-reserve-is-a-private-
bank-fe6ebe32147b—) y la puso fuera de cualquier control estatal.
Una corporación privada puesta por delante de las decisiones políticas para garantizar el
bienestar de las naciones. Medidas gubernamentales dirigidas para garantizar ese modelo y
perpetuar su funcionamiento sin fecha de expiración. La coerción económica y financiera de la
GCE se realiza a través de organizaciones internacionales (Organización de Naciones Unidas,
Organización de Estados Americanos, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) para que
el sistema funcione sin dudas ni murmuraciones —Ya sabes: Plata o Plomo. Mejor negocio,
imposible.

ERRORES DE GRAN CALIBRE

Fletcher Poutry también evidenció algunos errores capitales cometidos por el complejo
industrial-militar de Estados Unidos en su afán de asegurar los privilegios de la Gran Cábala
Euroamericana (GCE) que provocaron una reacción que ahora mismo está en capacidad de
acabar con su existencia.

“Un buen secreto durará poco tiempo en el mejor de los casos. Incluso el secreto de la bomba
atómica y de su sistema de entrega se vio comprometido en más del 50 por ciento una vez que
la bomba estalló sobre Hiroshima y Nagasaki. Como Norbert Wiener había dicho en su libro, El
uso humano de los seres humanos: ‘Cuando consideramos un problema de la naturaleza como
el de las reacciones y las explosiones atómicas, el mayor elemento de información que podemos
hacer público es que existen. Una vez que un científico ataca un problema que sabe que tiene
una respuesta, toda su actitud cambia. Él ya está a un cincuenta por ciento de su camino hacia
esa respuesta’". (El Equipo Secreto. Capítulo 4. Del mundo de la ley a la interpretación. El presidente
Kennedy intenta poner bajo control a la CIA)

-La pérdida del factor sorpresa de Estados Unidos a causa del uso de las bombas atómicas para
culminar la II Guerra Mundial y hacer capitular a Japón. Según el coronel, la revelación de ese
arsenal impulsó una carrera de otras potencias de la época por proveerse de armas similares.
Como se recuerda, Rusia alcanzó ese propósito en 1949. Solo cuatro años después de la
destrucción de Hiroshima y Nagasaki. De esa forma consiguió un equilibrio nuclear que tuvo
varios episodios de tensión en el siglo XX, uno de ellos en 1962 denominado la Crisis de los
Misiles en Cuba. Hace tres décadas se conoció que los soviéticos precipitaron esa crisis en Cuba
para evitar la proliferación nuclear en Turquía e Italia.

Lo cierto es que ahora existen arsenales nucleares en América del Norte, Europa y Asia. Hay un
poder de fuego para destruir el planeta varias veces. Según Fletcher, si Estados Unidos hubiese
reservado esa capacidad militar no habría esta proliferación de armas atómicas y solo el ejército
de Estados Unidos hubiera tenido esa efectiva fuerza disuasoria en una situación extrema.

Irónicamente la amenaza atómica fue usada por la GCE para meter ese Caballo de Troya
denominado Central de Inteligencia Americana (CIA). Las bombas explotaron en agosto de 1945
y dos años después Harry Truman le dio vida a la CIA a través de la ya mencionada Ley de
Seguridad Nacional. En el corto plazo el plan funcionó, pero en el largo plazo ha erosionado las
estructuras sobre las que se apoyó.

- El asesinato de John Fitzgerald Kennedy en transmisión abierta al mundo. Una reacción


desproporcionada contra un mandatario en ejercicio. Notificó al universo político del planeta
que no habría concesiones de la Gran Cábala Euroamericana (GCE) en casos de rebeldía y que la
solución final no sería a través de medidas económicas o financieras sino que irían directamente
contra el titular de la afrenta, sea quien sea —una variante de Plata o Plomo, que los demás
presidentes de Estados Unidos han tenido muy presente, por lo que han seguido al pie de la
letra las órdenes de esa élite imponiendo guerras en al menos cuatro continentes del planeta en
los último 70 años.
A los países pequeños y empeñados al sistema de la GCE, solo les quedaba resignarse ante
semejante amenaza. Los que buscaron asociaciones que les proveyeran algún grado de
autonomía sufrieron consecuencias en el futuro inmediato a través de boicots comerciales,
golpes de estado y magnicidios —de lo cual hay decenas de casos, desde Jacobo Arbenz de
Guatemala, en 1954, Sadam Hussein (su ex protegido), hasta las Primaveras de colores
patrocinadas por la CIA.

Sin embargo, los países más grandes y de mediana capacidad económica en ese entonces –
Rusia, China, India, las naciones de Europa Oriental y Asia Central, entre otros– acusaron recibo
de la mortal comunicación y reflexionaron a fondo para desarrollar un músculo firme con la
intención de doblegar a un contendor descomunal. Tuvieron que esperar la llegada del Invierno
Kondratiev (ocaso) del Imperio Occidental y edificar su propia Primavera Kondratiev (ascenso)
para un posible Mundo Multipolar en camino hacia un Nuevo Sistema Mundo Euroasiático
(NSME).

La Gran Cábala Euroamericana (GCE) asesinó a John F. Kennedy (1), pero en simultáneo se
disparó a los pies. Ese germen de terror motivó varios movimientos internacionales que
culminaron en el 2001 —no con el 11-S que fue otro tiro en el pie de los maquinadores
maquiavélicos del CIM
https://www.amazon.com/11-S-Falso-Terrorismo-Made-Spanish/dp/1615771158— sino con la
asociación entre China y Rusia para hacerles frente de manera conjunta. Una coalición no solo
defensiva con capacidad de respuesta ofensiva en el plano militar, sino también en el ámbito
geopolítico al usar —irónicamente a la inversa— la teoría del geógrafo inglés John Halford
Mackinder para fortificar el core euroasiático y desde ahí asomarse como los nuevos líderes de
los dos continentes.

• Leroy Fletcher asoció al exdirector de la CIA Allen Dulles como operador de la Gran
Cábala Euroamericana (GCE). También dio cuenta de la inquina personal que tuvo
contra John F. Kennedy por separarlo del cargo de director de la CIA por su fracaso
en 1961 en la Operación Bahía de Cochinos (Cuba). En 2015, David Talbott en su obra
El Ajedrez del Diablo (The Evil’s Chesscboard) señaló puntualmente a Allen Dulles
como el autor mediato del magnicidio ocurrido en Texas en 1963. De acuerdo con el
relato de Talbott a Dulles solo le faltó disparar en contra de Kennedy.

- La elección de Rusia como enemigo acérrimo terminada la II Guerra Mundial empujó el crecimiento
geográfico y económico de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Vladislav Zubok
en su libro ‘Un Imperio Fallido: La Unión Soviética durante la Guerra Fría’, retrata así la situación: “El
historiador Yuri Slezkine comparaba la Unión Soviética de Stalin con un ‘piso comunal’ en el que todas las
grandes nacionalidades (con título) poseían ‘habitaciones’ independientes, pero ‘compartían servicios’
comunes, como, por ejemplo, el ejército, la seguridad y la política exterior” (I El pueblo soviético y Stalin
entre la guerra y la paz, 1945. Tentaciones de un Imperio Socialista).

La Gran Cábala Euroamericana (GCE) estimuló ese antagonismo hasta límites insospechados,
pese a que Rusia estaba en ruinas después de la gran conflagración: menguada en población
joven debido a los millones de bajas que sufrió en los campos de batalla, sin ciudades en pie y
desarticulado como país por falta de vías de comunicación.
Zubok lo retrató así: “A diferencia de los soldados norteamericanos, que por lo general encontraron una
situación próspera cuando volvieron a su país y se reincorporaron con facilidad a la vida familiar como
civiles, a los veteranos de guerra soviéticos les aguardaría a su regreso un sinfín de tragedias de vidas
arruinadas, el sufrimiento de los que habían acabado mutilados o lisiados y las vidas rotas de millones de
viudas y huérfanos. Había unos dos millones de personas reconocidas oficialmente como «inválidas» con
minusvalías físicas o problemas mentales. Incluso cayeron algunos veteranos aparentemente sanos,
víctimas de enfermedades inexplicables; los hospitales estaban abarrotados de pacientes jóvenes”. (I El
pueblo soviético y Stalin entre la guerra y la paz, 1945. Triunfo y resaca)
Sin el marxismo como ideología para construir un estado de bienestar, Rusia hubiese alcanzado
un desarrollo económico más acelerado y estable que ese ‘socialismo con rostro humano’ que
voló por los aires con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la implosión de la URSS en 1991 bajo
las mortales iniciativas de Mijail Gorbachov: perestroika (reestructuración) y glasnot
(transparencia).
La Rusia Socialista sirvió como némesis de la Democracia Liberal. La GCE metió en la cabeza de
una mayoría del bloque occidental que los rusos eran los enemigos. Que buscaban la
destrucción del mundo occidental. Que perseguían imponer sus sistema político y económico al
resto del mundo.
En contraparte señalan que Estados Unidos defendería la libertad, la democracia y que serían
unos aliados formidables. Lo que nunca dijeron es que la GCE estaba por encima de la voluntad
de Estados Unidos, país al cual habían sometido con la concesión perpetua de la FED y el control
del aparato militar y político a través de la CIA.

Uno de los peones más frenéticos de la GCE fue Allen Dulles, quien fue director de la CIA con
Harry Truman y John F. Kennedy. David Talbot en su libro ‘The Devil’s Chessboard’ (El Ajedrez del
Diablo) lo siluetea así: “Allen Dulles fue uno de los maestros más astutos del poder secreto jamás
producido por Estados Unidos. Y sus esfuerzos clandestinos más ambiciosos no se dirigieron contra
gobiernos hostiles, sino contra el suyo propio. Mientras sirvió en múltiples administraciones
presidenciales, aprendió a manipularlos y, en ocasiones, a subvertirlos” (...) cuando Allen Dulles sirvió
como máximo espía de Estados Unidos en Europa continental durante la Segunda Guerra Mundial,
ignoró descaradamente la política de rendición incondicional de Roosevelt y siguió su propia estrategia
de negociaciones secretas con los líderes nazis. El asombroso sacrificio hecho por el pueblo ruso en la
guerra contra Hitler significó poco para Dulles. Estaba más interesado en salvar el aparato de seguridad
del Tercer Reich y volviéndose contra la Unión Soviética, a la que siempre había considerado un
verdadero enemigo de Estados Unidos” (Prólogo).

Es decir, la GCE usaba los mismos métodos de un dictador totalitario para someter a la potencia
americana y en su nombre enfrentaba al artesanal modelo soviético. Mientras el país
norteamericano le otorgó decisiva fortaleza militar, la GCE le permitió disfrutar de los beneficios
de una industrialización productiva y del crecimiento económico. En los tiempos de equilibrio
de armas atómicas y autodestrucción asegurada los vientos cambiaron.
La inercia de la riqueza acumulada durante siete décadas le permite a gran parte de ciudadanos
percibir una situación de holgura, pero solo es una ilusión que se desvanecerá en la próxima
década. La deslocalización del trabajo (los empleos volaron para darle ocupación a los chinos) y
la desregulación (reducción de los beneficios laborales) que impulsaron con ardor desde la
época de Ronald Reagan pulverizaron el futuro de millones de ciudadanos que jamás podrán
igualar los ingresos que tuvieron sus abuelos y sus padres.
Las industrias volaron a Asia. Ahora solo quedan empresas de servicios. La economía se sostiene
con las empresas tecnológicas y la magia de las finanzas que promueve la FED gracias a su
capacidad cada vez más limitada de emitir billetes, bonos y certificados sin respaldo alguno. El
patrón oro fue dejado de lado en 1972 por Richard Nixon y el acuerdo con la Casa Saúd para
negociar el petróleo de Arabia Saudita en dólares (el famoso petrodólar) se hizo añicos este año
con la reciente incorporación de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos al BRICS, la estructura
comercial de países que promueven China y Rusia.
- Finalmente, la utilización del ‘Comunismo’ como arma ideológica para imponerse a sus rivales
terminó por desacreditar el argumento. También se volvió contra quienes abusaron de su
utilización en contra de regímenes que no estaban bajo su dominio. Como se recuerda, tanto
China como Rusia dejaron atrás ese callejón sin salida llamado ‘marxismo’. Los chinos lo hicieron
en 1978 bajo la batuta de Den Xiaoping y los rusos desde la mitad de 1990, cuando la
perestroika y la glasnot los dejaron en medio de un capitalismo salvaje que aprovecharon
grupos de mafiosos para hacerse de ingentes fortunas. Hasta la llegada de Vladimir Putin en
2000, cuando usó la fuerza del estado para encausar ese capitalismo sangriento y someterlo a
las leyes del mercado.
Solo como ejemplo –para no hablar de decenas de países de Europa del Este o de Asia– China y
Rusia ya no son comunistas, pero igual siguen siendo considerados como antagonistas por la
GCE –bajo la máscara de Estados Unidos, país que ha sometido sin misericordia–, pero ninguno
es comunista. China conserva en el plano político como órgano oficial al Partido Comunista
Chino (PCCh), pero es solo un rótulo. En Europa ocurrió algo parecido con el partido de Adolfo
Hitler, Partido Nacional Socialista. El cual era todo, menos socialista.
Es decir, China y Rusia pueden presentarse como neoliberales e igual serían considerados como
enemigos por la GCE. ¿Por qué? Como lo explicamos anteriormente, por la teoría de John
Halford Mackinder. Ambos países son los más grandes obstáculos para completar su dominio de
Eurasia y del mundo. Ese es el núcleo de esta rivalidad entre este grupo minúsculo de la GCE y
las civilizaciones que le han presentado resistencia. Más aún, ahora que esos países están cerca
de cambiar la historia y arrebatarle la conducción del planeta a través del Nuevo Sistema
Mundo Euroasiático que pretende reemplazar al vetusto Sistema Mundo Occidental.
Solo como historia. Aunque el nombre de Joseph McCarthy está asociado a la cacería de ‘rojos’
(comunistas) en Estados Unidos en los primeros años de 1950, quien usó primero esa ideología
como arma para pulverizar enemigos políticos fue el entonces senador Richard Nixon, quien en
1969 se convirtió en presidente de Estados Unidos. Nixon llegó al Capitolio gracias al apoyo
económico de la industria petrolera, principalmente del estado de Texas. En 1974 tuvo que
dimitir por el Caso Watergate.

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