Está en la página 1de 31

UNIDAD DE APRENDIZAJE 1

ORDENACIÓN JURÍDICO-PRIVADA EN RELACIÓN CON EL TRABAJO SOCIAL

PRESENTACIÓN
Esta primera Unidad de Aprendizaje está destinada a familiarizar al estudiantado de la titulación
en Trabajo Social con una serie de ideas y conceptos de alcance general, en relación especialmente
con el denominado derecho privado. Para ello es imprescindible que el y la estudiante de esta
materia se aproxime al conocimiento de lo que significa el Derecho civil y en qué medida este
representa la mayor parte del derecho privado. A tal fin se expondrán los criterios más relevantes
no solo para reconocer las normas del derecho privado, sino también para poder distinguirlas de
las del denominado derecho público. Se expondrá, igualmente, la relevancia del Código civil y de
la legislación civil especial como manifestaciones normativas más genuinas de esta rama del
Derecho y, por consiguiente, también nos referiremos a las fuentes generadoras de normas del
derecho privado.
En otro apartado diferente se abordará un contenido de suma importancia para comprender los
mecanismos de aplicación del Derecho y, en particular, del derecho privado. En este sentido, se
explicarán los aspectos más importantes relativos a la norma jurídica. De una manera breve, se
tratará su significado, los mecanismos para su aplicación (calificación, interpretación e
integración), así como su eficacia, tanto obligatoria como sancionadora, y la vigencia o duración
de las normas (temporal y espacial).
Por último, nos referiremos a la figura del derecho subjetivo, como instrumento básico en la
aplicación y desenvolvimiento del derecho privado. Por ello, es imprescindible estudiar las
nociones fundamentales del mismo, a partir de su concepto y tomando en consideración sus
clases, los modos de adquisición, la posible modificación del derecho subjetivo y su extinción o
desaparición. A ello se unirá, igualmente, unas referencias a los límites en el ejercicio de cualquier
derecho subjetivo (buena fe, abuso del derecho, prescripción y caducidad).

OBJETIVOS

• Conocer y saber explicar el significado del Derecho civil.


• Conocer y saber explicar las fuentes del Derecho y, en particular, del derecho privado.
• Conocer y saber explicar el concepto de interpretación de la norma jurídica, los criterios
de interpretación, las lagunas de ley y de Derecho, la analogía y la equidad como
procedimientos de integración del ordenamiento jurídico, así como, la eficacia obligatoria
y sancionadora de las normas jurídicas.
• Conocer y saber explicar la vigencia de la ley en el tiempo, en el espacio y las
disposiciones transitorias.
• Conocer y explicar el concepto de relación jurídica, el derecho subjetivo, las potestades
y las facultades, las categorías de los derechos subjetivos.
• Conocer y saber explicar el concepto de nacimiento, adquisición, modificación y
extinción de los derechos subjetivos.
• Conocer y explicar el ejercicio de los derechos subjetivos, los límites al mismo, los
conceptos de buena fe y abuso del derecho, la prescripción y la caducidad.
ESQUEMA DE LOS CONTENIDOS

DERECHO CIVIL Y
DERECHO LA NORMA EL DERECHO
PRIVADO JURÍDICA SUBJETIVO

Significado Significado
del Derecho Significado

Dº público - Aplicación Concepto


Dº privado Distinción
Relación jurídica

Interpretación
Legislación Laguna de ley
civil Analogía
Equidad Clases

Fuentes del Eficacia Absolutos


Derecho Relativos
Patrimoniales
Extrapatrimoniales

Obligatoria
Sancionadora
Nacimiento
Adquisición
Modificación
Extinción
Vigencia

Ejercicio
Temporal Límites
Espacial

Representación
Abuso del derecho
Prescripción
Caducidad
EXPOSICIÓN DE LOS CONTENIDOS

1. EL DERECHO CIVIL COMO DERECHO PRIVADO


1.1. La idea de Derecho
El término “derecho” se emplea a menudo con muy diversos significados. Desde el
nombre de una titulación académica superior al poder de una persona para llevar a cabo una
conducta determinada amparada y protegida por la ley. En otras ocasiones se usa también para
indicar un conjunto de normas jurídicas aplicables en un lugar concreto (el derecho español, por
ejemplo), o en una determinada actividad o ámbito (el derecho de consumo, el derecho
administrativo, el derecho de familia, etc…). Sin embargo, la acepción o sentido que ahora nos
interesa es la que alude a un conjunto de normas jurídicas aplicables a determinado tipo de
relaciones entre personas.
En concreto, y de una manera iniciática, hemos de entender por “Derecho” todo el
conjunto de normas, escritas o no. que conforman el denominado ordenamiento jurídico. Es decir,
el conjunto de reglas escritas, principios y valores que regulan la organización del poder, las
relaciones con los ciudadanos y las garantías de los derechos y las relaciones entre estos, así como
ordenan las decisiones adoptadas en el ámbito de las políticas públicas en beneficio del interés
general.
Así pues, podemos entender que toda la actividad de las personas, como miembros de la
sociedad, así como la actividad también de los entes y organismos públicos o privados (por
ejemplo, la Administración pública o, también, una asociación cultural o una ONG), está sometida
directa o indirectamente al Derecho y a las reglas o pautas de conducta que el mismo contiene.
En definitiva, podemos concebir el Derecho como un instrumento de ordenación y
organización de la vida en sociedad, en su más diversas y variopintas manifestaciones, a través
del cual se pretende resolver los conflictos entre los miembros de la comunidad y, en su caso,
hacer efectivos sus mandatos de manera coercitiva o, lo que es lo mismo, de manera obligada y
forzosa para el sujeto afectado.

1.2. El Derecho civil como derecho privado: la distinción entre derecho público y
derecho privado
1.2.1. Derecho público vs derecho privado
Ahora bien, dentro de esa amplitud del ordenamiento jurídico que configura el Derecho,
lo cierto es que existen diferentes campos o disciplinas que agrupan normas de distinto alcance y
eficacia. En este sentido, los dos sectores más caracterizados y significativos son los que
comúnmente se denominan “derecho público” y “derecho privado”. Antes de seguir hay que
indicar que, a efectos de nuestra asignatura, nos dedicaremos preponderantemente al estudio de
normas y reglas relativas al derecho privado y, en particular, a las del Derecho civil en la medida
en que este es el exponente, por antonomasia, de dicho sector del ordenamiento jurídico.
Pues bien, continuando con la distinción apuntada, se suele señalar que el derecho público
es aquel integrado por normas que regulan las relaciones jurídicas en las que interviene el poder
público, entendido como cualquier manifestación del Estado (por ejemplo, las normas que rigen
la actividad de la Administración pública: ayuntamientos, cabildos o diputaciones provinciales,
comunidades autónomas, Gobierno central). Por su parte, el derecho privado estaría conformado
por las normas aplicables a relaciones entre individuos particulares, cualquiera que sea el tipo de
persona de que se trate (física o jurídica).
Sin embargo, esta inicial distinción no aclara por completo todas las situaciones que
pueden presentarse en la práctica. De hecho, en la realidad se dan casos en los que la persona
pública, es decir, la Administración, actúa en el tráfico jurídico como un particular más, sin
mayores prerrogativas o privilegios. Pensemos, por ejemplo, el supuesto en que un Ayuntamiento
recibe por herencia la propiedad de un piso en un edificio en régimen de propiedad horizontal. En
tal caso, como titular del inmueble estará sometido al mismo régimen jurídico-privado (el de la
propiedad horizontal), que el resto de los demás propietarios, sin que para ejercer sus derechos
como tal pueda utilizar ningún tipo de poder, ni tampoco actuar en un plano de superioridad
respecto a los otros comuneros. En el ejemplo, el Ayuntamiento se encuentra en el mismo plano
y al mismo nivel que los otros, y le serán aplicables las mismas reglas del derecho privado que
rigen en esta materia, como a un ciudadano más.
Por esto, la mera presencia de una entidad pública no determina per se que las normas
que se apliquen sean de derecho público. Para ello es necesario complementar esta idea con alguna
otra noción. En este sentido, se suele señalar que la intervención de la Administración debe
desarrollarse con el denominado imperium, es decir, actuar con un poder que, en aras de la
realización del interés público o general, le otorga una posición de superioridad o supremacía
frente a la otra parte de la relación. Pero, cuando esta superioridad no existe, sino que la actuación
de la Administración o ente púbico se desarrolla en un plano de igualdad respecto a su contraparte,
entonces las normas aplicables serán de derecho privado.
Esta distinción es sumamente importante porque nos servirá para determinar la naturaleza
de las normas y de la institución jurídica ante la que nos encontramos, a la hora de calificar el tipo
de relación jurídica y el derecho aplicable a la misma.

1.2.2. El Derecho civil como núcleo del derecho privado


Una vez establecida la diferencia entre derecho público y derecho privado, conviene
insistir en la idea de que el derecho privado se ciñe a regular las relaciones jurídicas entre iguales,
o sea, entre particulares que actúan en un plano de igualdad y de libertad común para ambas
partes. Es decir, se trata en general de situaciones en las que cada una de las personas
intervinientes goza de la misma libertad que las otras para construir y desarrollar su relación, sin
que esté sometida a las otras, ni deba soportar una posición de superioridad ajena. Pensemos, por
ejemplo, en el matrimonio, o en la adopción, o en tantas otras figuras, incluso económicas (una
compraventa, un arrendamiento). En todas ellas, los individuos parten desde la misma posición
igualitaria y libre para decidir si llevar a cabo estos actos, o no; e, incluso, en algunos de ellos son
libres e iguales para establecer las condiciones y estipulaciones que tengan por conveniente.
Advertido, eso sí, que no todo vale ya que, por mucha libertad que se posea para realizar estos
actos, siempre hay límites a la voluntad individual.
Hemos de destacar, igualmente, que esto que llamamos derecho privado está integrado,
principal y básicamente, por las normas del denominado Derecho civil, esto es, la rama del
Derecho que agrupa las reglas y normas jurídicas relativas a las relaciones entre personas (el
estatuto jurídico de la persona, las relaciones familiares, las relaciones patrimoniales entre los
ciudadanos, la sucesión hereditaria) o, como hemos indicado otras veces, entre iguales. De esta
manera, el Derecho civil, como ya señaló algún autor en su momento, representa el Derecho del
ciudadano o ciudadana medios, las reglas que ordenan el conjunto de relaciones básicas de las
personas entre sí en la sociedad. A ello habrían de sumarse también las normas de otros dos
ámbitos jurídicos: las del Derecho mercantil y las del Derecho internacional privado. No obstante,
por su volumen y preponderancia, las del Derecho civil son la base y el contenido fundamental
del derecho privado.
Por su parte, el derecho público se compone de las normas en las que, al menos una parte
(Administración pública), actúa con superioridad o supremacía respecto de la otra. Así sucede,
por ejemplo, con las normas especialmente del Derecho administrativo, del Derecho penal, del
Derecho procesal, etc. En nuestra asignatura, habida cuenta de su contenido y objetivos, nos
centraremos en el análisis de instituciones y normas que entran de lleno en el derecho privado y,
en particular, como iremos viendo, que forman parte del Derecho civil.

1.3. El Código civil y la legislación civil como manifestaciones del derecho privado
Ya hemos indicado que el derecho privado está integrado, en lo esencial, por las normas
del Derecho civil que, como acabamos de decir, regulan los aspectos más esenciales y cotidianos
de las relaciones entre las personas consideradas individualmente y, en ocasiones, también en su
condición de miembros de determinados grupos sociales (por ejemplo, como miembros de una
familia, como parte de una asociación, sociedad civil o fundación, etc.).
A su vez, en nuestro país el Derecho civil tiene como base normativa principal el Código
civil español. Este cuerpo legal fue publicado en 1889 y continúa en vigor hoy día, si bien con
sucesivas reformas parciales que han ido actualizándolo constantemente según las exigencias
sociales de cada momento. En dicho Código se encuentra ordenada sistemáticamente la
regulación de las situaciones e instituciones fundamentales del derecho privado, relativas a las
personas consideradas individual y colectivamente; a los bienes y a la forma de transmitirlos, con
especial referencia al sistema sucesorio; así como también se regula la materia correspondiente a
la contratación entre los particulares.
Junto al Código civil existen también un destacado número de leyes especiales que
regulan de manera específica materias o situaciones que se han considerado conveniente tratar de
manera separada. Pensemos, por ejemplo, en cuestiones tan variopintas como los arrendamientos
(urbanos y rústicos), la propiedad horizontal, el Registro Civil, el Registro de la Propiedad, etc.
Toda esta legislación adicional complementa el cuerpo principal del Derecho civil y es de
preferente aplicación en las materias que tratan. Si embargo, no hay que perder de vista que el
Código civil cumple una función de subsidiariedad, en el sentido de regirá en todo lo no previsto
en las leyes especiales del derecho privado. En este sentido, el art. 4.3 CC establece que “las
disposiciones de este Código se aplicarán como supletorias en las materias regidas por otras
leyes”. Así pues, el Código civil, además de su propia normativa, ejerce la función de derecho
supletorio para colmar o suplir las ausencias u omisiones de la legislación especial a la hora de
tratar algún aspecto no regulado por ella.
También es importante tener en cuenta que, debido al modelo de organización territorial
y política de nuestra nación, algunas comunidades autónomas tienen competencia civil propia
(entre ellas, Cataluña, Aragón, País Vasco, Navarra, Islas Baleares y Galicia). Se da la
circunstancia de que tales territorios cuentan con su propia legislación civil y, en todos los casos,
con sus propios códigos civiles, que se aplicarán, en cada caso, en el ámbito territorial de la
comunidad de que se trate. En el resto del territorio nacional rige entonces el Código civil español,
que se configura de esta manera como la representación del denominado Derecho civil común,
frente a los denominados derechos civiles forales o especiales, que son los que rigen en cada uno
de los territorios o comunidades autónomas con legislación civil propia.
Conviene resaltar que el hecho de que ciertas comunidades tengan competencia para
elaborar y publicar sus propias leyes civiles no implica que puedan regular sobre cualquier materia
de esta naturaleza, ya que la Constitución española (art. 1491.1.8ª) reserva al Estado la
competencia exclusiva para legislar sobre ciertas materias como, por ejemplo, la aplicación y
eficacia de las normas jurídicas, las formas de matrimonio, las bases de las obligaciones
contractuales, etc. De manera que, salvo esas excepciones establecidas constitucionalmente, las
comunidades con Derecho civil propio podrán regular por sí mismas cualquier aspecto de este y
dichas normas serán de preferente aplicación, siempre en su propio ámbito territorial, a las
contenidas en el Código civil.

1.4. Las fuentes del Derecho y, en especial, del Derecho civil


La idea de fuente del Derecho alude a los actos y hechos con capacidad para crear reglas
y normas jurídicas, es decir, para crear el Derecho. Una fuente es el lugar por donde brota o emana
algo y, en este sentido, las fuentes del Derecho serán, precisamente, aquellos instrumentos capaces
de crear normas con trascendencia jurídica. En nuestro ordenamiento jurídico las fuentes están
determinadas en el art.1.1 del Código civil: “Las fuentes del ordenamiento jurídico español son
la ley, la costumbre y los principios generales del derecho”. Ha de destacarse que esta norma,
aunque contemplada en el Código civil, tiene alcance general de manera que se refiere a cualquier
ámbito o sector del ordenamiento. Es decir, en nuestro sistema jurídico las fuentes del Derecho
son la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho, tanto en lo que hace al Derecho
civil como a cualquier otra disciplina jurídica, sin perjuicio de las especificidades en algunos
sectores del ordenamiento jurídico (por ejemplo, en el Derecho penal solo la ley escrita es fuente,
lo que excluye directamente a la costumbre).
En otro orden de cosas, debemos señalar que esta relación de fuentes que se recogen en
el art. 1.1 CC no están en una relación de paridad. Por el contrario, están sometidas al denominado
principio de jerarquía normativa, de forma que el precepto establece un orden o prelación a la
hora de aplicar la norma correspondiente. Así, la ley será preferente siempre frente a la costumbre
y principios generales del Derecho. por su parte, la costumbre estará supeditada a la ley y solo
regirá en defecto o ausencia de esta. Por último, los principios generales serán utilizados cuando
no exista ley o costumbre, que serán siempre de preferente aplicación (véase art.1.3 y 4 CC).
De conformidad con este principio de jerarquía, carecerá de validez cualquier disposición
que contradiga otra de rango superior (art. 1.2 CC). Esto tiene una especial trascendencia sobre
todo en el marco del sistema normativo español, ya que las normas de rango inferior (por ejemplo,
los reglamentos de la Administración pública) no pueden contravenir lo establecido en una norma
de rango superior (por ejemplo, la ley). Hasta el punto de que, en caso de conflicto, dicha norma
de rango inferior no debe ser aplicada pues, como dice el mencionado precepto del Código civil,
carece de validez o, lo que es lo mismo, de eficacia.

2. LA NORMA JURÍDICA
2.1. Significado
En sentido general, la norma jurídica es una regla de conducta destinada a ordenar la vida
en sociedad pero que, a diferencia de otras normas (por ejemplo, las morales o las religiosas),
produce efectos jurídicos. Esto significa, también en términos generales, que su incumplimiento
provoca una reacción de la organización estatal dirigida a imponer su contenido, incluso por la
fuerza, y a establecer unas consecuencias para la persona que contravino su mandato.
Así pues, la norma jurídica se compone de dos elementos: el supuesto de hecho y la
consecuencia jurídica. El primero es una conducta humana (o, en ocasiones, un hecho
independiente de la voluntad de la persona: por ejemplo, un hecho de la naturaleza, como una
catástrofe natural); y el segundo, el resultado o efecto jurídico que el Derecho establece para el
mencionado comportamiento. Esta dinámica es propia tanto de las normas del derecho privado
como del derecho público. Así, si cometo un delito la norma establece una consecuencia o efecto
en forma de castigo o pena (Derecho penal = derecho público); o si cometo una infracción de
tráfico la norma establecerá la multa o sanción a imponer (Derecho administrativo = derecho
público). Y en el ámbito privado sucede otro tanto: si compro algo estaré obligado a abonar su
precio, o si contraigo matrimonio la norma me impone igualmente una serie de deberes; lo mismo
si tengo hijos o si adopto a una persona. Por tanto, el mecanismo básico de funcionamiento de las
normas jurídicas responde al causa-efecto, en el sentido de que cada conducta (activa u omisiva)
provocará una reacción del ordenamiento jurídico a través de la producción de un efecto o
consecuencia de trascendencia jurídica.

2.2. Aplicación de la norma jurídica


Una de las principales características de la norma jurídica es su generalidad: esto quiere
decir que la orden o mandato que la norma contiene no está dirigido a una persona determinada o
concreta, sino a la generalidad de la sociedad, es decir, está destinada a regular las relaciones de
los miembros de la comunidad en general, en principio, sin mayores especificidades. Pero además
de su destinatario, esta nota de generalidad forma parte también de su estructura interna, puesto
que, por lo común, el supuesto de hecho contemplado en la norma es un supuesto tipo que permite
su adaptación a los numerosos y variados casos que se pueden presentar en la vida real.
Además, como resulta evidente, el ordenamiento jurídico no se compone de una sola
norma, sino que, por el contrario, existe una pluralidad en ocasiones incluso casi inacabable. Esto
determina la posibilidad de que existan normas y reglas que incidan sobre los mismos aspectos
de la realidad social o, dicho de otro modo, que regulen la misma o similar materia, generándose
entonces el problema de determinar cuál es, en concreto, la norma aplicable al caso planteado.
Esto impone la obligación de llevar a cabo una labor previa a la aplicación de la norma, consistente
en buscar y determinar, entre la multitud de normas que pueblan el ordenamiento jurídico, cuál
es específicamente la aplicable al supuesto de hecho contemplado. Esta operación se denomina
calificación: es la determinación o especificación de la norma concreta aplicable a un determinado
supuesto de hecho.
Una vez determinada la norma a aplicar, es necesario a su vez verificar su adaptación a
la realidad social que regula. Esto se lleva a cabo mediante otras operaciones, como son la
interpretación y la integración normativa, que pasamos a estudiar.

2.2.1. La interpretación de las normas


De acuerdo con la doctrina clásica, la aplicación de una norma jurídica exige siempre su
interpretación. Interpretar significa, en este ámbito, la averiguación del sentido y alcance del
contenido de la norma. A través de la interpretación el operador jurídico indaga y establece el
verdadero significado de la norma en relación con el caso al que ha de ser aplicada. Así, interpretar
equivale a establecer el alcance o extensión de la norma para determinar de qué manera ha de
aplicarse al caso regido por ella. A tal efecto, existen unas reglas que permiten al intérprete llevar
a cabo esta operación. Antes de entrar en ellas, es conveniente una referencia a las clases o
modalidades de interpretación normativa.
2.2.1.1. Clases de interpretación
Tradicionalmente, los tipos de interpretación se han clasificado desde distintos puntos de
vista. Los más comunes atienden a la persona que la lleva a cabo y a los efectos derivados de la
misma.

 Por razón del intérprete: nos encontramos con la interpretación auténtica, usual
y doctrinal. La primera (auténtica) es la que realiza el propio legislador. Es decir, el autor de la
norma establece cómo ha de ser entendida la misma o el sentido que ha de darse a las expresiones
que utiliza. Por ejemplo, el art. 172.1 CC define lo que debe entenderse por situación de
desamparo de un menor de edad; o los arts. 346 y 347 CC que establece cómo ha de interpretarse
las expresiones bienes muebles y bienes inmuebles. Por su parte, la interpretación usual se refiere
a la que realizan los órganos judiciales en su actividad y que se manifiesta a través de sus
resoluciones y decisiones. Por último, la interpretación doctrinal es, precisamente, la que efectúan
los autores y estudiosos del Derecho y que se expresa a través de sus trabajos y publicaciones.
 Por razón de sus efectos: podemos distinguir una interpretación declarativa y otra
correctiva. La declarativa se dará cuando el resultado de la interpretación coincida con el texto
de la norma interpretada. Por su lado, la correctiva se dará en el caso contrario, esto es, cuando
como resultado de la interpretación incorpora modificaciones al sentido literal de la norma, ya lo
sea para ampliar el significado literal o gramatical (interpretación extensiva), ya lo sea para
reducirlo (interpretación restrictiva).

2.2.1.2. Criterios de interpretación


Como apuntamos anteriormente, los criterios de interpretación son los instrumentos que
el operador jurídico utiliza para realizar esta actividad de averiguación del significado de la
norma. En nuestro caso, los criterios interpretativos están establecidos legalmente en el art. 3.1
CC: “Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el
contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la realidad social del tiempo en que han de
ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquellas”. Conforme con el
precepto, podemos distinguir los siguientes criterios o reglas de interpretación:

 Gramatical: que implica atender en primer lugar al sentido literal de las palabras
utilizadas por la norma en cuestión. Pero, como muchas veces las palabras pueden ser entendidas
en diferentes sentidos o acepciones, no resulta un criterio infalible y se exige entonces acudir a
otros complementarios.
 Sistemático: según el cual la interpretación de una norma debe tener en cuenta el
contexto normativo en que se encuentran, es decir, tomar en consideración las demás normas que
regulan o inciden sobre la materia a la que se refiere la norma objeto de interpretación. Así, para
interpretar el término “renta” en la Ley de Arrendamientos Urbanos, será necesario tomar en
cuenta los demás preceptos de esa Ley que regulan la materia de arrendamientos para determinar
que por “renta” se ha de entender el pago del precio (anual o mensual) que debe llevar a cabo el
inquilino. Y no confundirlo con el sentido que ese mismo término tendrá en otras leyes o contextos
normativos como, por ejemplo, la Ley sobre el Impuesto de la Renta de las Personas Físicas.
 Histórico: es necesario tomar en consideración los antecedentes históricos y
legislativos de la norma interpretada. Habrá de considerarse la situación socio-jurídica del
momento en que se realizó y publicó la norma, así como los trabajos preparatorios (por ejemplo,
los debates parlamentarios a la hora de su elaboración), a fin de determinar el significado y alcance
que se quiso dar a su contenido.
 Sociológico: aún más importante que el anterior, ya que en la averiguación del
sentido de una norma es imprescindible atender a la realidad social del momento presente en el
que debe ser aplicada, es decir, tomar en cuenta que, pese a la importancia del elemento histórico,
la realidad actual puede haber cambiado y hacer necesaria una adaptación del significado de la
norma a las nuevas realidades sociales que pueden no ser coincidente, e incluso dispares, con las
que existían al tiempo de elaborarse aquella.
 Teleológico: se refiere a tener en cuenta el espíritu y finalidad de la norma, de
manera que el resultado de la misma no sea contraria o pugne con la finalidad que se perseguía al
publicarla y darle vida. Por ello, siempre habrá que rechazar toda interpretación que se contradiga
con la finalidad buscada por la norma.

2.2.2. La integración normativa


La idea de integración normativa toma como punto de partida la existencia de vacíos
normativos en nuestro ordenamiento. Esta situación puede darse a consecuencia de diferentes
factores. Puede suceder que la norma publicada no contemple un determinado supuesto de hecho
que se da en la realidad social, bien porque el legislador no previó todas las posibles situaciones,
bien porque, previéndolas, no las dotó de las suficientes respuestas legales. No debemos olvidar
que el Derecho en sí va siempre por detrás de la realidad, de manera que la actividad social puede
generar fácilmente situaciones y supuestos que la norma jamás habría contemplado ya que es
imposible que el legislador pueda prever todas las hipótesis que se presentarán en un futuro. Esta
situación de vacío se conoce como laguna de ley.
Ahora bien, la laguna legal (o de ley) no es equivalente a laguna del Derecho. Esta última
expresión se refiere a la imposibilidad de resolver o dar respuesta jurídica a una situación de hecho
de la realidad. Las lagunas del Derecho están excluidas de nuestro ordenamiento jurídico en la
medida en que el sistema establece la obligatoriedad de resolver en todo tipo de conflictos
mediante el uso de las fuentes legales (fuentes del Derecho), a las que ya aludimos en su momento.
En este sentido, el propio Código civil establece que “los Jueces y Tribunales tienen el deber
inexcusable de resolver en todo caso los asuntos de que conozcan, ateniéndose al sistema de
fuentes establecido” (art. 1.7 CC). Es decir, en cualquier litigio que se plantee, los órganos
jurisdiccionales deberán resolver siempre aplicando una norma, ya esté contenida esta en la ley,
en la costumbre o se trate de principios generales del Derecho. Dicho de otra manera, no podrán
abstenerse de decidir en un pleito alegando que no existe norma aplicable al caso. Esta obligación
de los jueces y tribunales forma parte de la garantía constitucional y conecta con el derecho
fundamental a la tutela judicial efectiva (art. 24 CE).
Así pues, en caso de presentarse una laguna de ley el ordenamiento reacciona poniendo
en juego diversos mecanismos dirigidos a suplir ese aparente vacío normativo. Esto es lo que se
conoce como integración normativa: la aplicación de instrumentos destinados a suplir la falta de
una norma específica en la regulación de un supuesto determinado. Generalmente, esta labor
integradora se lleva a cabo a través de la analogía y de la equidad.

2.2.2.1. La analogía
La analogía consiste, en lo esencial, en aplicar a un supuesto de hecho determinado, que
carece de una regulación propia, la norma establecida para regular otro supuesto similar. Existen
dos tipos de analogía, la denominada analogía legis y la llamada analogía iuris. En la primera el
vacío legal se soluciona acudiendo a una norma concreta que regula un caso que guarda similitud
o identidad de razón con el que carece de regulación. Es decir, se trata de casos muy similares o
próximos y, por tal motivo, la solución o respuesta debe ser también similar. A ella se refiere el
art. 4.1 CC cuando dispone que “procederá la aplicación analógica de las normas cuando éstas
no contemplen un supuesto específico, pero regulen otro semejante entre los que se aprecie
identidad de razón”.
Por su lado, se habla de analogía iuris cuando el vacío legal se cubre mediante la
aplicación de los principios generales del Derecho. Esto ocurre cuando no es posible encontrar
una norma que regule un supuesto similar al planteado. En tales casos, aunque queramos, no
podemos aplicar una norma similar, ya que no existe esa denominada “identidad de razón”. La
solución entonces pasa por estar al orden o prelación que establece el art. 1.1 CC a la hora de
enumerar las fuentes del Derecho. Así, en defecto de ley (escrita) o costumbre aplicable, deben
regir los principios generales del Derecho. Para ello se deberá tomar en cuenta el conjunto de
normas e inducir de ella una serie de reglas o principios de alcance general. Es decir, se trata de
condensar unas ideas claves e inspiradoras del sistema que, luego, aplicaremos al supuesto no
regulado. Con ello se da, además, cumplimiento al mandato al que ya aludimos de resolver todo
conflicto o litigio según el sistema de fuentes legales (art. 1.7 CC).
Ahora bien, no siempre es posible la integración analógica ya que el ordenamiento
establece unos límites a su utilización. En este sentido, no será posible aplicar analógicamente
normas de carácter penal, excepcionales o de ámbito temporal. Estas clases de normas se aplicarán
exclusivamente a los supuesto o situaciones en ella contemplados, no pudiéndose extender su
aplicación a otros casos que no sean los específicamente previstos en la norma, por muy parecidos
o similares que pudieran resultar (art. 4.2 CC).

2.2.2.2. La equidad
Aunque el Código civil no la define, sí que establece la necesidad de tenerla en cuenta a
la hora de aplicar la norma. El art. 3.2 CC señala que “la equidad habrá de ponderarse en la
aplicación de las normas, si bien las resoluciones de los Tribunales sólo podrán descansar de
manera exclusiva en ella cuando la ley expresamente lo permita”.
Suele entenderse la equidad como un principio de justicia material que debe ponderarse
en la aplicación de las normas, atendiendo a las circunstancias del caso. Se trata, entonces, de una
pauta de conducta que el operador jurídico encargado de aplicar la norma deberá tomar en
consideración para adaptarla a las circunstancias del caso concreto y, si fuera necesario, moderar
el rigor de la misma. Un ejemplo podemos verlo en el art. 155 CC, que impone a los hijos la
obligación de contribuir equitativamente al levantamiento de las cargas familiares mientras
conviva en el hogar familiar. O, en el ámbito patrimonial, la facultad que tienen los jueces de
moderar equitativamente la responsabilidad del culpable cuando esta proviene de negligencia o
imprudencia (art. 1103 CC).
En cualquier caso, no es un criterio que el juzgador pueda utilizar de manera exclusiva a
la hora de resolver. Es decir, a los jueces y tribunales, por lo general, les está prohibido no aplicar
las leyes y basar sus decisiones exclusivamente en la equidad. Solo podrán hacer esto cuando la
ley expresamente lo permita, lo que suele suceder en muy contadas ocasiones.

2.3. Eficacia de la norma jurídica


Como ya hemos apuntado en más de una ocasión, la norma jurídica se caracteriza por
producir una serie de efectos cuando se da el supuesto de hecho que contempla. Es decir, la norma
por antonomasia es productora de eficacia jurídica. Esta eficacia, por su parte, puede ser de
diversa índole, en función del tipo de norma de que se trate. La clasificación más común es la que
distingue una eficacia constitutiva, una obligatoria y una última eficacia sancionadora.
2.3.1. La eficacia constitutiva
Está en relación con la eficacia general del Derecho, en el sentido de que la norma
delimita una parte de la realidad social y la traduce en realidad jurídica, creando derechos, deberes,
facultades, potestades, funciones, etc. Es decir, convierte en realidad jurídica lo que antes solo era
realidad de hecho, dotando a estos últimos de un alcance que trasciende lo material para
convertirse en una nueva realidad, con unas consecuencias y efectos determinados en el propio
ordenamiento.

2.3.2. La eficacia obligatoria


La norma jurídica, según lo que venimos exponiendo, contiene siempre un mandato,
aunque no lo formule de manera positiva (por ejemplo, en el Código penal no se dice que está
prohibido matar o robar, pero del castigo que establece para dichos comportamientos se colige
que se trata de una conducta prohibida y, por ende, tales normas contienen la obligación de no
llevar a cabo estos delitos. Así pues, la norma establece un deber jurídico dirigido a sus
destinatarios, quienes estarán obligado a cumplirlo, es decir, estarán obligados a comportarse
conforme al mandato contenido en la norma. Con base en lo anterior podemos definir la eficacia
obligatoria de la norma como el deber de sus destinatarios de cumplir el mandato contenido en la
misma.
Esta eficacia obligatoria deriva precisamente del carácter imperativo del Derecho, no de
que sea conocida por el ciudadano. Así, para el ordenamiento jurídico en principio es
intrascendente que el sujeto desconociese que debía declarar a Hacienda determinados ingresos,
o que no supiese que estaba prohibido aparcar en un paso de peatones. El cualquier caso, el
desconocimiento de la ley no exime de la obligación de cumplirla. En este sentido, el art. 6.1 CC
afirma contundentemente que “la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento”.
Sin embargo, pese a ello, es posible que en ciertos casos la ley no se haga aplicable. Se
trata de situaciones en las que el destinatario de la norma excluya voluntariamente su aplicación.
Esta posibilidad se dará solo bajo determinadas condiciones. Para que tal exclusión o eliminación
de la ley aplicable sea válida y efectiva deben concurrir los requisitos establecidos en el art. 6.2
CC: “La exclusión voluntaria de la ley aplicable (…) sólo serán válidas cuando no contraríen el
interés o el orden público ni perjudiquen a terceros”. El correcto entendimiento de este precepto
exige que distingamos entre dos tipos claramente diferenciados de normas:

 La norma imperativa, que es aquella que impone forzosamente su contenido, que


no puede ser obviado o modificado por sus destinatarios. En el ámbito civil son
ejemplo de este tipo de normas las relativas a la mayoría de edad, la edad para
contraer matrimonio, la filiación, el contenido de la patria potestad, la adopción,
entre otras muchas.
 La norma dispositiva, por su parte, es aquella que contiene un mandato, aunque
permite a sus destinatarios acordar otra cosa distinta para regular sus intereses, si
bien, en caso de que no exista acuerdo modificativo del mandato normativo, esta
clase de norma jurídica es igual de imperativa que la anterior. En el ámbito del
derecho privado son frecuentes en materia patrimonial (obligaciones y contratos)
y suelen incorporar expresiones tales como “salvo pacto en contrario” o “a menos
que establezcan otra cosa”, y similares.
Pues bien, el precepto contenido en el art. 6.2 CC permite a los ciudadanos excluir la
aplicación de las normas dispositivas, pactando o disponiendo algo distinto a lo previsto en ellas,
pero no en cuanto a las normas imperativas, respecto de las cuales ya hemos dicho no cabe otra
cosa que cumplir con el mandato contenido en ellas. De esta manera el Derecho consiente en
ciertas ocasiones que los ciudadanos puedan organizar y gestionar sus propios intereses en modo
diferente al previsto en el ordenamiento. Además, para que la exclusión de la ley (dispositiva)
aplicable sea válida, será necesario también que lo acordado en sustitución de la norma no sea
contrario al interés u orden público, es decir, a las demás leyes, ni perjudiquen a tercero, o lo que
es lo mismo, no produzcan un daño para otra persona que no está obligada a soportarlo.

2.3.3. La eficacia sancionadora


La eficacia sancionadora se refiere básicamente a la consecuencia derivada de la falta de
cumplimiento del mandato contenido en la norma. Así, cuando el destinatario no cumple aquello
a lo que está obligado según la norma, el ordenamiento jurídico reacciona imponiéndole una
sanción. El abanico de sanciones posibles que se pueden imponer al sujeto contraventor es muy
amplio y dependerá de diferentes circunstancias: el tipo de norma, la clase de relación jurídica
regulada, la finalidad perseguida por la propia norma, etc. Como más relevantes, podemos señalar
los siguientes:

 La pena, que consiste en la privación de un bien jurídico o de un derecho. Un ejemplo


claro lo representa la privación de la libertad como consecuencia de la comisión de un
delito, o la pena consistente en el pago de una multa o sanción por la infracción del Código
de Circulación.
 El resarcimiento de daños, a través del cual se pretende reparar los daños y perjuicios
ocasionados como consecuencia del acto ilícito, sea este un ilícito penal o civil. Un
ejemplo básico en el derecho privado lo integra la obligación de indemnizar los daños y
perjuicios derivada del incumplimiento de las obligaciones, regulada en los arts. 1101 y
ss CC.
 La ejecución forzosa, consistente en la realización del acto o conducta impuesta por la
norma que no ha sido cumplida voluntariamente por el infractor. Por ejemplo, el embargo
y venta de bienes del deudor para pagar la deuda no satisfecha al acreedor. Otro ejemplo
sería el derribo, llevado a cabo por la Administración, de una edificación ilegal.
 La nulidad, que implica la ineficacia absoluta del acto o conducta contraria a la norma.
En este sentido, el ordenamiento lo que hace es expulsar del mundo jurídico dicho
comportamiento, como si nunca hubiera tenido lugar.

2.3.3.1. El fraude de ley


En ocasiones, el comportamiento contrario a la norma consiste en su infracción directa,
es decir una conducta que implica hacer precisamente aquello que la norma prohíbe, entrando en
clara y evidente contradicción con ella: el individuo hace abiertamente lo que la norma prohíbe,
o bien no cumple con lo que ordena. Pero en otros casos, la violación de la norma se lleva a cabo
de manera indirecta. En tales supuestos, el sujeto intenta eludir el mandato normativo mediante
la utilización de otra norma distinta, produciéndose lo que se denomina fraude de ley: la
utilización de una norma para obtener los resultados prohibidos por otra distinta.
Así pues, nos encontramos con un comportamiento aparentemente lícito, que se realiza al
amparo de una norma legal, pero que produce un resultado prohibido por el ordenamiento según
lo establecido en otra norma cuya aplicación y eficacia se trata de eludir. Pensemos, por ejemplo,
en el caso de una persona que desea regalar una casa a otra con la que no guarda parentesco y, a
la vista de la alta suma de dinero que debería abonar en concepto de impuesto de donaciones,
utiliza la figura de la compraventa aparentando vender la vivienda por un precio irrisorio, dado
que el impuesto en este caso se calcula en función del importe de la venta. Siendo así que en la
realidad hay una donación, se estaría utilizando una norma determinada (la regulación de la
compraventa) para eludir la aplicación de otra (la regulación de las donaciones). Otro ejemplo, en
el ámbito del derecho privado, lo constituye el denominado “matrimonios de conveniencia” en el
que, con la finalidad de acortar los plazos para obtener la nacionalidad española, una persona
extranjera contrae matrimonio con otra española sin intención matrimonial alguna, sino tan solo
para facilitar el acceso a la nacionalidad mediante un plazo mucho más breve que el ordinario.
También en este caso se estaría utilizando fraudulentamente una norma (la reguladora del
matrimonio) para eludir la aplicación imperativa de otra (la reguladora de los plazos de residencia
para obtener la nacionalidad española).
Como puede apreciarse en estos ejemplos, nos encontramos ante una estratagema
consistente en la realización de un acto o conducta amparada en el texto de una norma (la
denominada ley de cobertura), que produce la inaplicación de otra norma jurídica (la ley
defraudada), consiguiéndose un resultado prohibido por el ordenamiento jurídico.
Pues bien, la respuesta del ordenamiento para el fraude de ley está contenida en el art. 6.4
CC: “Los actos realizados al amparo del texto de una norma que persigan un resultado prohibido
por el ordenamiento jurídico, o contrario a él, se considerarán ejecutados en fraude de ley y no
impedirán la debida aplicación de la norma que se hubiere tratado de eludir”. Significa que,
detectado el fraude, el Derecho reacciona imponiendo el cumplimiento de la ley defraudada y,
por ende, dejando sin efecto el acto comportamiento aparente llevado a cabo.
En relación con los dos ejemplos utilizados, esto se traduciría en que, a la transmisión de
la vivienda llevada a cabo mediante la simulación de una compraventa, se le aplicarán las normas
sobre la donación y habrá de pagarse el impuesto correspondiente a esta última. En el caso del
matrimonio, este se declarará nulo (por inexistencia de voluntad marital) y a la persona
beneficiada se le aplicarán los plazos de residencia previstos en la legislación (sin perjuicio de la
responsabilidad penal a la que podría haber lugar).

2.3.3.2. La sanción general de nulidad


Un efecto básico de la contravención de una norma imperativa o de ius cogens, es la
nulidad de todo lo realizado infringiendo aquella. Esta sanción se encuentra establecida con
carácter general en el art. 6.3 CC: “Los actos contrarios a las normas imperativas y a las
prohibitivas son nulos de pleno derecho, salvo que en ellas se establezca un efecto distinto para
el caso de contravención”.
Por tanto, la nulidad significa la ineficacia del acto llevado a cabo, es decir, su total y
absoluta carencia de efectos jurídicos, como si nunca hubiera tenido lugar. El sistema actúa
expulsando del mundo jurídico al acto o conducta que infringe la norma imperativa. Este
comportamiento será contemplado como un mero elemento de hecho sin ninguna trascendencia
jurídica. Pensemos, por ejemplo, en un contrato celebrado para la venta de un órgano humano:
independientemente de que pudieran existir actos de entrega y pago de lo acordado, jamás tendrán
efecto jurídico y, a efectos del Derecho, serán simples actos sin eficacia jurídico-civil
(independientemente de otras responsabilidades a las que pudiera dar lugar, como la penal).
No obstante, tal como el propio art. 6.3 CC indica, no siempre se da este resultado. En
ocasiones es posible que el mismo ordenamiento jurídico establezca otro resultado o efecto para
la contravención de la norma imperativa, aunque esta posibilidad tiene carácter excepcional y
deberá estar prevista expresamente en la propia norma.
2.4. Vigencia de la norma jurídica
La vigencia normativa debe contemplarse desde una doble perspectiva: la temporal y la
espacial. La primera alude al comienzo y finalización de su aplicación; la segunda, al ámbito
territorial de aplicación.

2.4.1. La vigencia temporal


Los dos momentos principales que marcan la vigencia temporal de las leyes son el de su
entrada en vigor y el de su extinción o derogación.

2.4.1.1. Entrada en vigor


Es el momento a partir del cual la norma inicia su vigencia, es decir, empieza a desplegar
su eficacia. En nuestro ordenamiento esto tiene lugar, con carácter general, a los veinte días de su
completa publicación en el Boletín Oficial del Estado, a no ser que en ella se disponga otra cosa.
Así lo previene el art. 2 CC. Por tanto, una ley publicada en el BOE entrará en vigor, si no
establece una previsión específica, a los veinte días de publicarse. Pero, de hecho, sucede muchas
veces que los intereses en juego exigen que esta entrada en vigor se produzca en otro momento
distinto, bien con anterioridad a dichos veinte días, bien con posterioridad. En tales casos, la
propia ley marcará la fecha de comienzo de su vigencia.
Debemos tener en cuenta que, entre la publicación de la ley y su entrada en vigor, como
decimos, puede pasar un determinado lapso de tiempo. Este periodo se conoce como vacatio legis;
tiempo durante el cual la ley publicada no produce efectos, rigiéndose los actos y situaciones
contempladas en ella por la ley o norma que se pretende sustituir, o por otras que le fueran
aplicables si no contaran con regulación propia.

2.4.1.2. Derogación
La derogación de la ley significa la finalización de su eficacia y aplicación, o sea, la
terminación del periodo de vigencia de la norma. En general, la derogación se produce mediante
un mandato del legislador poniendo fin a la vida de la norma. Esto puede darse de distintas
maneras. Así, puede suceder que la propia ley prevea expresamente el tiempo de su duración, de
manera que, transcurrido el plazo establecido por el legislador, la norma deja de tener vigencia.
Es lo que se denomina leyes temporales. Se dictan por lo general cuando concurren circunstancias
excepcionales que hacen necesaria la adopción de medidas especiales. Podemos citar como
ejemplos numerosas disposiciones legales publicadas a consecuencia de la pandemia generada
por la Covid-19. En otros casos, al legislador por otras razones, muchas veces económicas, le
interesa que durante un determinado periodo de tiempo exista un régimen jurídico concreto para
ciertas situaciones, pero solo por tiempo determinado.
Sin embargo, la forma común de derogación de una norma suele venir mediante la
publicación de otra posterior, que regula el mismo supuesto de hecho. A ello se refiere el art. 2.2
CC cuando dice que “las leyes solo se derogan por otras posteriores”. Para que esto tenga lugar
será necesario, en cualquier caso, que la nueva norma tenga el mismo rango legal que la que es
objeto de derogación. Así, una ley podrá derogar una ley anterior, e incluso un reglamento; pero
un reglamento no podrá derogar una ley vigente con anterioridad a la publicación de aquel, debido
al principio de jerarquía normativa que impone la supeditación de los reglamentos a la ley.
Por su parte, la derogación puede hacerse de forma total o parcial, según que deje sin
efecto completamente, o solo en parte, la norma anterior. Además, puede ser expresa o tácita. La
primera se dará cuando el propio legislador enumera de manera expresa y terminante qué normas
dejan de tener vigencia; o también porque, sin mencionar qué normas concretas son objeto de
extinción, introduce una cláusula de alcance general en la que declara que quedan derogadas
cuantas disposiciones, del mismo o inferior rango, se oponga a lo previsto en la nueva. Por el
contrario, la derogación tácita existe en los supuestos en que la nueva norma guarda silencio sobre
su alcance derogatorio, y no establece, ni específica ni genéricamente, las normas que quedarán
sin vigor. En estos casos se producirá la derogación de la norma anterior cuando la nueva regule
de forma distinta la misma materia. A ello se refiere el mencionado art. 2.2 CC cuando señala que
el alcance de la derogación “se extenderá siempre a todo aquello que en la ley nueva, sobre la
misma materia sea incompatible con la anterior”.

2.4.1.3. Las disposiciones transitorias


En muchas ocasiones surge el problema de determinar qué régimen jurídico debe seguir
una situación que nació bajo una norma anterior a la nueva. Es decir, nos encontramos con
situaciones que nacieron y se desarrollaron bajo la vigencia de una ley que luego es derogada.
¿Debe tal situación regularse por los preceptos y normas de la nueva ley o puede seguir siendo
regida por las normas anteriores? A la resolución de este problema se dedican las denominadas
normas o disposiciones transitorias.
La respuesta dependerá de la voluntad del legislador. Puede ocurrir que el legislador
prefiera que la nueva ley solo se aplique a las situaciones o actos producidos a partir de su entrada
en vigor, configurando con ello la norma como irretroactiva. Pero, en otros casos, puede ser su
voluntad que el nuevo régimen jurídico se aplique también a las situaciones generadas en el
pasado, dotando a la nueva norma de eficacia retroactiva.
A través de las disposiciones transitorias averiguaremos cuál es la intención del legislador
y si cabe que, en todo o en parte, las situaciones previas a la publicación de la nueva ley sigan
regulándose por la antigua legislación, o si deben someterse a la nueva.

2.4.1.4. El principio general de irretroactividad


Al hilo de lo anterior, hay que señalar que con carácter general las normas no tienen efecto
retroactivo (art. 2.3 CC). La retroactividad, como ya adelantamos supone la aplicación de una
norma nueva a situaciones nacidas bajo un régimen legal anterior y distinto al actual. De esta
forma, si en la nueva ley el legislador guarda silencio al respecto, la norma no tendrá eficacia
retroactiva y solo se podrá aplicar a las situaciones surgidas con posterioridad a su entrada en
vigor. Sin embargo, el mismo precepto establece la posibilidad de que una norma se aplique
retroactivamente si el legislador así lo dispone. Por tanto, el principio o regla general es la
irretroactividad, y la excepción es que la norma sea retroactiva.
Pero incluso esta retroactividad no tiene un alcance ilimitado. Es decir, el legislador podrá
disponer la eficacia retroactiva de la nueva norma, pero siempre dentro de unos límites. En este
sentido, la Constitución española (art. 9.3 CE) garantiza la irretroactividad de las disposiciones
sancionadoras o restrictivas de derechos individuales. En aplicación de este principio
constitucional, cualquier norma sancionadora, ya lo sea del Derecho penal (delitos), del Derecho
administrativo (infracciones), o del Derecho civil, solo podrá aplicarse a supuestos o hechos
acaecidos con posterioridad a su entrada en vigor, nunca a los ocurridos con anterioridad a su
vigencia. No obstante, si la nueva norma sancionadora es más favorable para el sujeto, entonces
sí se admite su aplicación retroactiva. Por ello, la retroactividad de la norma sancionadora solo
será posible cuando favorezca a su destinatario. Por ejemplo, se dicta una nueva ley que reduce
el castigo por determinado delito, o la sanción impuesta por una infracción administrativa de
carácter tributario.
Los mismos criterios se aplicarán también cuando la nueva norma, no siendo
sancionadora, supone una restricción de los derechos individuales. Se dará este caso cuando, sin
implicar un castigo o punición, la nueva norma reduce el ámbito de actuación de las personas,
imponiéndoles limitaciones a sus derechos individuales (libre circulación, libertad de empresa,
libertad de opinión, etc.).

2.4.2. La vigencia espacial


Con esta expresión nos referimos a la aplicación territorial de la norma, es decir, a la
determinación de en qué lugares del espacio físico es aplicable una norma determinada. Tiene
especial trascendencia sobre todo en los casos en que en la situación de hecho o relación entre
personas que debe ser regulada interviene un elemento extranjero. Por ejemplo, cuando una
persona de nacionalidad alemana compra un apartamento en Gran Canaria, ¿qué leyes son
aplicables a dicha compraventa? ¿las españolas o las alemanas? Otro ejemplo sería el de un
matrimonio entre una persona de nacionalidad inglesa y otra italiana, que fijan su residencia en
Canarias, ¿cuál es la ley aplicable a la celebración del matrimonio, su régimen económico o
derecho y obligaciones derivados del mismo? O, incluso, un nacional francés, residente en España
y titular de diversas propiedades en nuestro país, que fallece en territorio español, ¿qué normas
debería seguir su sucesión hereditaria? ¿la ley francesa o la ley española?
En el derecho privado, para resolver los problemas que puede generar la presencia de un
elemento extranjero en las relaciones jurídicas se dispone de un conjunto de normas, denominadas
de Derecho internacional privado, a través de las cuales se establecen diferentes reglas dirigidas
a determinar la ley, nacional o extranjera, aplicable en cada supuesto. Esta labor de averiguación
de qué ley o norma es la aplicable se conoce como determinación de la norma de conflicto.
De manera resumida, podemos indicar como principales reglas en esta materia los
siguientes principios y criterios (arts. 8 a 12 CC):

 La ley nacional española en el ámbito penal y de seguridad u orden público se


aplica a todas las personas que se encuentren en territorio español. Así, si una
persona comete un delito o infracción en España, será juzgado o sancionado de
acuerdo con la ley española, con independencia de su nacionalidad.
 La ley personal del sujeto, que viene determinada por su nacionalidad o, en caso
de no poseer una (apatridia), de su residencia, se aplica en materia de capacidad,
estado civil, relaciones familiares y sucesión hereditaria. Por ello, para
determinar si una persona es o no mayor de edad, deberá estarse a su ley nacional;
igualmente, si lo que se debe determinar es su capacidad para la realización de
ciertos actos relativos a su persona (contratación, matrimonio, otorgar
testamento, etc.). O, por ejemplo, para regir su sucesión hereditaria, se aplicará
en principio la ley de su nacionalidad, aunque residiese en España.
 La ley del lugar donde se encuentren es la que rige en relación con los bienes
(posesión, propiedad, hipoteca, usufructo, etc.). Así, si un extranjero es
propietario de un inmueble en España, a este bien se le aplicará la ley española.
Pero si un español posee un piso en Alemania, será la ley alemana la aplicable al
régimen jurídico de dicha vivienda.
 La ley elegida por los interesados será la que rija en materia de contratación. En
estos casos, según nuestro Código civil, las partes del contrato son enteramente
libres para elegir o decidir qué normas nacionales son aplicables a los contratos
celebrados entre ellos. Por ejemplo, en un contrato celebrado entre un nacional
italiano y otro español, podrán decidir que se aplique la ley española o la italiana,
e incluso una tercera legislación a su prudente arbitrio.
 La ley del lugar donde se realicen es la que se aplica a las formas y solemnidades
de los actos jurídicos. Es decir, la forma en que debe celebrarse un contrato, u
otorgar un testamento, o formalizar una hipoteca, seguirá las reglas del lugar en
el que dichos actos se celebren u otorguen, con independencia de que el contenido
sustantivo de dichos negocios jurídicos pueda estar regido por otra ley nacional
diferente. Así, para otorgar un testamento en España, la forma o solemnidades
del mismo (por escrito, ante Notario, etc.), deberán respetar la ley española. Si
bien, su contenido puede quedar regulado por la ley nacional extranjera del
otorgante. Lo mismo sucede con los contratos: si se celebra en España, los
requisitos de forma estarán sujetos a la legislación española, pero su contenido
podrá regirse, como ya vimos, por cualesquiera otras normas decididas por los
contratantes.

3. EL DERECHO SUBJETIVO
3.1. Planteamiento: hecho y acto jurídico
Cuando estudiamos la eficacia de las normas vimos que una de sus manifestaciones era
la llamada eficacia constitutiva, referida al resultado que se produce en el sistema de convivencia
cuando el Derecho contempla y acota una parte de la realidad social para convertirla, al mismo
tiempo, en realidad jurídica. Esto supone que la producción de un hecho, de naturaleza material
o física, pasa a tener también naturaleza jurídica. Así, por ejemplo, un acontecimiento tan natural
como el nacimiento de una persona, o su fallecimiento, implica también una serie de
consecuencias o efectos en el ámbito jurídico. Por ejemplo, el nacimiento determinará la
constitución de una relación de filiación y patria potestad, con unos derechos y deberes a cargo
de los progenitores y del hijo durante su vida. Por su parte, el fallecimiento hará que se activen
una serie de instituciones en el terreno de la sucesión hereditaria con repercusiones económicas y
jurídicas.
Así pues, un hecho natural puede ser al mismo tiempo un hecho jurídico. En la doctrina
suele distinguirse el mero hecho jurídico, cuando su acaecimiento no depende de la voluntad
humana (por ejemplo, una erupción volcánica provocará la adopción de medidas jurídicas de muy
diversa índole: sanitarias, económicas, tributarias, etc.), de los denominados actos jurídicos, es
decir, aquellos hechos que se producen a consecuencia de la intervención humana. Por ejemplo,
un contrato celebrado por dos personas que se ponen de acuerdo para vender y comprar
recíprocamente cualquier cosa. O, en otro caso, un accidente de circulación provocado
negligentemente por la conducta de un conductor, que actuó sin intención de causar un mal, pero
este se produjo por su intervención.
La realización de actos jurídicos genera la creación de la relación jurídica. Es decir, una
relación entre personas con consecuencias jurídicas, que pasamos a exponer.

3.2. La relación jurídica


Con base en lo anterior, podemos definir la relación jurídica como la existente entre dos
o más personas por cuya virtud se vinculan jurídicamente de modo que una de las partes podrá
exigir a la otra un determinado comportamiento. Según el PROF. DE CASTRO, la relación jurídica
constituye, así, una situación en que se encuentran las personas, organizada unitariamente dentro
del orden jurídico total por un especial principio jurídico.
Con ello se quiere expresar que el Derecho organiza ciertas relaciones sociales que
considera dignas de protección por las funciones económico-sociales que desempeñan. Pensemos,
por ejemplos, que los contratos son un mecanismo de circulación de bienes y capitales y, por
ende, de la riqueza; o bien, en el matrimonio, o la familia, como ionstrumentos fundamentales de
convivencia y desarrollo de las personas. En definitiva, se trata de realidades sociales que, a la
par, son también realidades jurídicas en cuanto el Derecho las toma en consideración para ordenar
sus contenidos y desenvolvimiento.
En cualquier relación jurídica podremos distinguir una serie de elementos básicos, a
saber:
a) Elemento personal: los sujetos de la relación serán siempre las personas, físicas (persona
humana) o jurídicas (una asociación o una fundación). En este tipo de relaciones
deberemos distinguir, a su vez, un sujeto activo o titular del derecho (titular del poder
para exigir algo), y un sujeto pasivo, el obligado a soportar o tolerar la situación de deber
que le impone el derecho del sujeto activo de la relación.
b) Elemento real: el objeto de la relación, esto es, la realidad social que constituye el
substrato de la relación jurídica. Por ejemplo, en un contrato lo serán las prestaciones a
que recíprocamente se hubieran obligado los contratantes; en un matrimonio lo serán los
derechos y deberes asumidos voluntariamente por los contrayentes; en la propiedad de un
bien lo será la cosa sobre la que se proyecta ese derecho de propiedad.
c) Elemento sustancial: el contenido de la relación jurídica, es decir, el conjunto de derechos
y deberes que, de acuerdo con el ordenamiento, se establecen en la ordenación legal de
dicha relación. Así, se podrá distinguir un poder del sujeto activo para llevar a cabo una
determinada conducta, o exigir un determinado comportamiento de otra u otras personas
(derecho subjetivo); y de otro lado un deber del sujeto pasivo de tolerar el
comportamiento del anterior, o para llevar a cabo una conducta a la que está obligado
(deber jurídico). Por ejemplo, en un contrato de arrendamiento, el sujeto activo
arrendatario tendrá el poder (derecho subjetivo) de usar la vivienda arrendada; mientras
que el sujeto pasivo arrendador deberá tolerar el ejercicio de su derecho por el inquilino,
e incluso estará obligado a observar una conducta que facilite y haga efectivo el derecho
del arrendatario (deber jurídico).

3.3. El derecho subjetivo en sentido estricto


Hasta ahora hemos hablado del Derecho en sentido objetivo. El Derecho con mayúsculas,
para referirnos a ese conjunto de reglas (ordenamiento jurídico) que regula las relaciones humanas
y que se identifica con la norma, esto es, con preceptos legales que dotan de eficacia jurídica a
los actos y comportamientos de las personas. Pero ahora debemos referirnos al derecho subjetivo,
como manifestación del poder de actuación de una persona en relación con una situación
determinada. Este derecho subjetivo podemos reconocerlo en expresiones tan usuales como la de
“tener derecho a algo” o “ejercer un derecho”. En definitiva, se trata de un poder jurídico
reconocido a un sujeto de derecho que le permite disfrutar y disponer de una cosa como de un
valor o, en otros casos, exigir a otra persona una determinada conducta o prestación.
Es importante tener en cuenta también que, mediante el reconocimiento u otorgamiento
de derechos subjetivos a la persona por parte del ordenamiento jurídico, lo que se posibilita es
que esta pueda gestionar y satisfacer sus propios intereses, quedando a su arbitrio en cada
momento su ejercicio y defensa.

3.4. Distinción del derecho subjetivo de otras situaciones (potestades y facultades)


Hay ocasiones en que el ordenamiento atribuye un poder jurídico a una persona, pero no
para satisfacer o realizar sus propios intereses, sino el de otros sujetos distintos. También, ese
poder en que consiste el derecho subjetivo puede otorgar a su titular diferentes posibilidades de
actuación, agrupando en el derecho la capacidad para llevar a cabo distintas conductas. Ambas
situaciones necesitan ser diferenciadas del derecho subjetivo strictu sensu. A la primera se le
conoce como potestades; a la segunda, facultades.

3.4.1. Las potestades


Estaremos en presencia de una potestad cuando el poder jurídico ostentado por el sujeto,
a través del derecho subjetivo del que es titular, no le es conferido por el ordenamiento para la
realización de intereses propios, sino ajenos. Es decir, las potestades se conciben para que la
persona titular de las mismas las ejerza siempre en beneficio de otras personas diferentes.
Mediante ellas no se satisfacen necesidades o intereses propios sino los de otros sujetos distintos.
Un ejemplo paradigmático lo representan las potestades integradas en la denominada
patria potestad. Esto es, un conjunto de poderes con que cuentan los progenitores para la atención
y educación de sus hijos. Si bien, su ejercicio no busca la satisfacción de los intereses del
progenitor titular de la patria potestad, sino precisamente la de los hijos e hijas sometidos a esta.
En este sentido, el art. 154 CC establece que “la patria potestad, como responsabilidad parental,
se ejercerá siempre en interés de los hijos e hijas, de acuerdo con su personalidad, y con respeto
a sus derechos, su integridad física y mental”. Por tanto, podemos observar la clara diferencia
que existe entre un derecho subjetivo particular (tal como lo hemos conceptuado anteriormente),
y una potestad, cuyo ejercicio y efectividad buscan el beneficio de personas no titulares del
derecho subjetivo.

3.4.2. Las facultades


Por otra parte, cuando analizamos un derecho subjetivo podemos apreciar que este a
menudo consiste en diversas posibilidades de actuación. Por ejemplo, el derecho (subjetivo) de
propiedad sobre un bien confiere a su titular (propietario) un poder que se manifiesta en poder
hacer diferentes cosas. Así, el propietario podrá usar por sí mismo el bien, o ceder ese uso a otra
persona (gratuitamente o a cambio de un precio); puede también obtener los frutos que la cosa
genere (por ejemplo, si se trata de una finca agrícola o de un apartamento que tiene arrendado);
puede igualmente constituir un gravamen sobre el bien (por ejemplo, una hipoteca sobre su
vivienda, o una servidumbre de paso sobre su finca); puede, incluso, enajenarla, transmitiendo a
otra persona ese derecho del que antes era titular o, llegado el caso, hacerla desaparecer mediante
su destrucción o consumo (pensemos en cosas perecederas o consumibles).
Cada una de estas posibilidades de actuación se conoce con el nombre de facultades.
Siguiendo al PROF. DE CASTRO, la facultad es, pues, esa «posibilidad de actuar concedida a una
persona por formar parte del contenido de una relación jurídica», caracterizada por conferir al
sujeto un ámbito de actuación garantizado por el Derecho, y carecer de independencia respecto
de la relación jurídica principal.
En ocasiones puede suceder que el titular desagregue una determinada facultad del
derecho subjetivo del que forma parte para constituir con ella otro nuevo y diferente. Por ejemplo,
el propietario de un inmueble puede separar la facultad de uso y disfrute y crear un nuevo derecho
(usufructo) que transmita a otra persona (usufructuario). El titular dominical (dueño) dejará de
tener la facultad de uso y disfrute (obtención de frutos), y conservará la simple condición de dueño
(nuda propiedad). De esa manera, esta facultad no formará parte del derecho subjetivo originario
(propiedad) mientras dure el nuevo derecho (usufructo). Posteriormente, cuando se produzca la
extinción de este otro derecho (por ejemplo, por fallecimiento del usufructuario), esa facultad será
reabsorbida por el derecho subjetivo originario y se reintegrará en él recuperando con ello el titular
(propietario) las posibilidades de actuación en que consistían.

3.5. Clases de derecho subjetivo


Siguiendo la doctrina tradicional, atenderemos a las clasificaciones más comunes, que
distinguen entre derechos absolutos y relativos, de un lado, y derechos patrimoniales y
extrapatrimoniales, de otro.

3.5.1. Derechos absolutos y relativos


Se entiende por derecho subjetivo absoluto aquel que puede hacerse valer frente a
cualquiera, ya que tiene eficacia contra todos. Es lo que se denomina eficacia erga omnes. En
tales casos, el sujeto pasivo del derecho no suele ser una persona concreta y determinada, sino
que esta clase de derechos subjetivos suele tener como destinatarios del deber a la generalidad de
la comunidad, es decir, todos sus miembros sin distinción. Se trata, entonces, de un sujeto pasivo
indiferenciado, obligado colectiva e individualmente a respetar y no impedir el ejercicio del
derecho por su titular. El ejemplo claro lo constituye el derecho de propiedad: el sujeto activo será
su titular (dueño), mientras que el sujeto pasivo lo conforma el resto de la sociedad que soporta
el deber de respeto.
Ahora bien, el término absoluto no se refiere a la idea de ilimitado, ya que todo derecho
subjetivo está sujeto a límites. Esta absolutividad debemos equipararla a generalidad, en el sentido
de que, como estamos exponiendo, se trata de derechos subjetivos de alcance general en la medida
que tiene eficacia frente a la generalidad de las personas que forman parte de la comunidad.
Por su parte, los derechos subjetivos de carácter relativo son los que, a diferencia de los
anteriores, se ejercen frente a personas concretas y determinadas. El sujeto pasivo, por tanto,
estará claramente individualizado, o será posible su identificación con arreglo al propio contenido
del derecho. Este sujeto pasivo será el que de manera específica soportará el deber que le impone
el derecho del titular. Los ejemplos más comunes los encontramos en el ámbito del derecho
patrimonial. Así, en un contrato de préstamo, el sujeto activo lo será el prestamista mientras que
el sujeto pasivo lo será el prestatario, aquel que recibió el dinero o cosa prestada y está obligado
a devolverla. El derecho del prestamista consistirá precisamente en el poder para exigir la entrega
o devolución de la cosa o cantidad prestada; y el deber del prestatario, el de entregarla en los
términos y plazos acordados (o, si no se estableció nada, en los que determine la legislación
aplicable).
3.5.2. Derechos patrimoniales y extrapatrimoniales
Los llamados derechos patrimoniales son aquellos que tienen un contenido económico.
Esto significa que son susceptibles de ser valorados en dinero, o sea, el valor del derecho puede
ser calculado en dinero. En general, nacen y se ejercitan con la finalidad de satisfacer las
necesidades materiales de las personas. Este es el caso de los derechos derivados de las relaciones
obligacionales y contractuales, así como los creados como consecuencia de la titularidad de los
derechos reales (derechos sobre bienes y cosas), como la propiedad, el usufructo, la servidumbre,
la hipoteca, etc.
Por su parte, los derechos extrapatrimoniales son aquellos cuyo contenido no puede ser
medido en dinero o evaluados económicamente. La razón estriba en que se trata, en general, de
derechos que entroncan con aspectos intrínsecos de las personas y se crean precisamente para
facilitar el desenvolvimiento de sus facetas más personales. No cabe a través de ellos la
satisfacción de necesidades materiales, sino otras vinculadas a la personalidad del individuo. Este
es el caso de los denominados derechos de la personalidad (vida, libertad, identidad, integridad
física, honor, intimidad, propia imagen, pensamiento u opinión, culto, etc.).
Ahora bien, el hecho de que el contenido de un derecho de esta índole no pueda ser
evaluado económicamente no excluye que, en caso de resultar lesionado por otra persona, proceda
la fijación de una indemnización económica. Esta indemnización no es una medida del valor del
derecho conculcado, sino más bien una compensación destinada a reparar el daño sufrido.

3.6. El nacimiento y adquisición del derecho subjetivo


El nacimiento del derecho subjetivo se va a dar cuando se cumplan los requisitos
establecidos en la norma para ello. No existe una regla general para ello, ya que dependerá de
cada clase de derechos, de su configuración jurídica y de las mayores o menores exigencias
legales para que el nacimiento tenga lugar.
En ciertos casos bastará que se genere el hecho que la ley contempla como determinante
del nacimiento del derecho subjetivo. Por ejemplo, en relación con los derechos de la personalidad
será suficiente que se produzca el nacimiento de la persona para que, al mismo tiempo, nazca el
derecho a la vida, a la libertad, a la dignidad, etc…, del interesado. En otros casos, sin embargo,
no basta un simple hecho jurídico, sino que es necesario un comportamiento voluntario, individual
o plural, para que el derecho subjetivo llegue a nacer. Pensemos, por ejemplo, en los derechos
derivados de las relaciones económicas. Así, para que se produzca el nacimiento del derecho a
heredar será necesario, en ocasiones, no solo el hecho del fallecimiento del causante de la
sucesión, sino también que este haya otorgado testamento en favor del instituido. En otros casos,
para celebrar un contrato se exigirá la participación de dos o más personas, que deberán desplegar
una conducta acreditativa del acuerdo al que han llegado y que determina el nacimiento de los
derechos derivados del contrato para cada una de las partes. Por tanto, habrá que estar a lo
establecido en la norma correspondiente para verificar, en cada caso, si se han cumplido las
exigencias legales a las que se supedita el nacimiento de cada derecho subjetivo.
Por otra parte, la adquisición del derecho subjetivo puede tener lugar de forma originaria
o derivativa.

 Originaria: implica que la adquisición del derecho por el sujeto no trae causa de
ningún titular anterior, sino que el derecho nace ex novo para el adquirente. El
supuesto más típico es el expediente de la ocupación, esto es, un modo de adquirir la
propiedad que implica que el titular de la misma se convierte en dueño de algo que
carecía de propietario. No hay una transmisión del anterior al nuevo dueño, sino que
el mismo derecho, antes inexistente, surge al mundo jurídico con la ocupación o toma
de posesión que lleva a cabo el ahora propietario. Este es el caso de la propiedad de
los animales procedentes de la caza y pesca, o el de la ocupación de bienes
abandonados carentes de dueño.
 Derivativa: se produce cuando la adquisición del nuevo titular se funda y tiene su
causa en el derecho de un titular anterior, que se lo transmite. Por ejemplo, el
comprador de un vehículo adquirirá el derecho de propiedad que le transfiere el dueño
anterior sobre el objeto de la compraventa. Ha de tenerse en cuenta que, por regla
general, la configuración jurídica del derecho adquirido derivativamente estará
determinada por el contenido que tuviera con el titular anterior, es decir, el nuevo
titular recibirá el derecho en las mismas condiciones y con el mismo contenido que
tenía cuando pertenecía al transmitente.
Por lo demás, esta adquisición derivativa puede ser, a su vez, traslativa o constitutiva:
a) Será traslativa cuando se transmite, y se adquiere, el mismo derecho que tenía el
titular anterior. Por ejemplo, una persona una finca a otra y esta adquiere el terreno
con las mismas posibilidades de aprovechamiento y explotación que tenía antes el
vendedor.
b) Será constitutiva cuando el titular anterior lo que hace es desprenderse y enajenar
una o varias de las facultades integrantes de su derecho, configurándolas, así,
como el contenido de un nuevo derecho hasta entonces inexistente. Se crea o
constituye un derecho nuevo, diferente al que poseía el transmitente y restringido
exclusivamente a las facultades o posibilidades de actuación transmitidas. El
ejemplo más claro es el de la constitución de un usufructo por el propietario del
bien, que ya expusimos con anterioridad. En estos casos, el dueño (nudo
propietario) desgaja del derecho matriz las facultades de uso y aprovechamiento
para constituir con ellas un derecho nuevo que es objeto de transmisión al
adquirente (usufructuario), que obtendrá exclusivamente esas facultades,
permaneciendo el resto en manos del transmitente.

3.7. La modificación del derecho subjetivo


Lo normal es que el derecho subjetivo permanezca igual a lo largo de su vida. Pero puede
suceder también que, en ciertos casos, experimente modificaciones o variaciones debido a
distintos motivos, de manera que, con el transcurso del tiempo, su configuración o contenido
cambie. Estas modificaciones pueden estar referidas, por lo común, al sujeto o al objeto del
derecho. De ahí que debamos distinguir entre modificaciones subjetivas y modificaciones
objetivas.

3.7.1. Modificaciones subjetivas


Implican un cambio de titular del derecho, que se producirá a menudo por su transmisión
de un titular a otro. Pensemos, por ejemplo, en la propiedad de un bien que, a consecuencia de su
venta, pasa a ser de otra persona. Nos encontramos entonces con una sucesión, en cuya virtud una
nueva persona ocupa la posición jurídica del titular anterior. Esta sucesión podrá ser inter vivos,
que se da entre personas vivas al tiempo de tener lugar (por ejemplo, una donación, una
compraventa, etc.); o mortis causa, que se origina a consecuencia del fallecimiento del titular
primitivo (es el caso de la sucesión hereditaria, en cuya virtud los herederos se convertirán en
nuevos titulares de los derechos subjetivos que antes ostentaba el sujeto fallecido).
Desde otra perspectiva, esta modificación subjetiva o sucesión puede tener alcance
universal o particular. En el primer caso, es objeto de adquisición una generalidad o universalidad
de bienes y derechos (es lo que suele suceder, por ejemplo, en la sucesión hereditaria). Por su
parte, la sucesión particular tendrá como objeto un derecho concreto y determinado que es
transmitido de un titular a otro (por ejemplo, la venta de un bien concreto a otra persona).

3.7.2. Modificaciones objetivas


Son las que afectan al objeto sobre el que recae el derecho y se caracterizan por implicar
una alteración del mismo, siempre y cuando no pierda su identidad, ya que en tal caso habría que
considerarlo un derecho distinto. Un ejemplo lo representa la denominada accesión: se trata de
una figura jurídica por la cual el propietario de un terreno hacer suyo todo lo que se le une a él.
Así, el propietario del suelo se convertirá en dueño de los incrementos de tierra que reciba su
parcela por arrastre de un río, y también adquiere las edificaciones que se levanten o construyan
en su terreno. Otra posibilidad puede ser la reducción del objeto, por ejemplo, porque, a
consecuencia de riadas o catástrofes naturales, el propietario de un terreno pierda parte de él.

3.8. El ejercicio del derecho subjetivo


Ejercer un derecho subjetivo supone hacer uso del poder que el mismo confiere mediante
la realización de los actos que su contenido entraña. Por ejemplo, el propietario ejercerá su
derecho de propiedad cuando lleve a cabo cualquiera de los actos que comprende su derecho: usar
la cosa por sí mismo, impedir que otros la usen, ceder su uso a otra persona, constituir un
gravamen sobre ella, e incluso enajenarla. En las relaciones crediticias, el acreedor ejercerá su
derecho mediante la reclamación de aquello que se le debe (el bien adquirido, el precio debido,
etc.).
Las modalidades de ejercicio son múltiples y dependerá casi siempre de la naturaleza del
derecho ejercitado. Además, puede llevarse a cabo por el mismo titular del derecho subjetivo, o
por otra persona distinta que está autorizada a actuar por cuenta del verdadero titular.

3.8.1. El ejercicio del derecho subjetivo por medio de representación


La denominada representación, es una institución por cuya virtud el ordenamiento
permite que una persona realice actos que producen efectos en la esfera jurídica de otra distinta.
Los supuestos más comunes son el de la representación legal, cuando es la ley la que establece
que una persona pueda actuar en nombre y en interés de otra (por ejemplo, la representación por
los padres de los intereses de sus hijos menores de edad); y la representación voluntaria, cuando
es la propia persona representada la que voluntariamente ha conferido esta facultad a otra persona
distinta.
Respecto de esta última modalidad, es posible diferenciar entre una representación
voluntaria directa y otra indirecta:

 En la representación voluntaria directa, el representante actúa en nombre y por


cuenta del representado, de tal forma que los efectos de su actuación se producen
directamente en el patrimonio del representado, como si hubiera actuado
personalmente él mismo. Por ejemplo, un amigo me encomienda su
representación para que compre, por su cuenta y en su nombre, una determinada
vivienda. El contrato que yo suscriba vinculará a mi amigo (representado) con el
tercero (vendedor), como si hubiera intervenido él mismo.
 En la representación voluntaria indirecta, el representante actúa por cuenta e
interés del representado, pero no en su nombre; de manera que el representante
oculta la identidad del representado y lo actuado vinculará al representante con
el tercero, el cual solo podrá reclamar al representante que contrató con él. Con
posterioridad, el representante estará obligado a trasladar los efectos del negocio
al patrimonio del representado. Por ejemplo, un artista famoso que desea
permanecer en el anonimato para salvaguardar su intimidad, me encomienda la
compra de un apartamento en la isla. Yo adquiriré el inmueble a mi nombre, y
me obligaré a su pagó con el vendedor. Pero, en realidad, luego tendré que
transferir dicha propiedad a su legítimo dueño, que es el sujeto representado,
quien me encomendó su representación.
Ahora bien, para que la representación tenga lugar es necesario que el representante esté
autorizado a actuar en interés del representado, ya sea porque la ley así lo prevé (representación
legal), ya porque el representado le ha encomendado el encargo (representación voluntaria). Esta
encomienda se lleva a cabo a través del apoderamiento, consistente en el otorgamiento de un
poder (por lo general un documento otorgado ante Notario), en el que el poderdante (representado)
faculta al apoderado (representante) para actuar en su interés, estableciendo en su caso la
extensión y facultades de que puede hacer uso.
Puede suceder, en ciertas ocasiones, que el sujeto represente a otra persona sin tener poder
para ello, bien porque nunca existió el apoderamiento o autorización, bien porque, existiendo, ya
estaba extinguido, o porque el representante se excedió de los límites establecidos en el poder.
Ante estos casos el Código civil reacciona estableciendo la regla general de la ineficacia del
contrato celebrado por el falso procurador, a no ser que la persona aparentemente representada lo
ratifique antes de que el tercero con el que se contrató proceda a revocarlo (art. 1259 CC). Por
ejemplo, estando de compras en un mercadillo descubro un libro antiguo de interés para un amigo
coleccionista y lo compro en su nombre, ordenando que lo lleven a su domicilio, donde se
efectuará el pago. Enterado mi amigo, y aún cuando yo no tenía su representación, puede ratificar
mi actuación, aceptando el contrato como válido, y quedará obligado al abono del precio; o bien,
puede alegar que nunca me confirió su representación y, por tanto, el contrato celebrado por mí
en su nombre es nulo e ineficaz, y quedará relevado de cualquier obligación.

3.8.2. Los límites al ejercicio del derecho subjetivo


Una idea fundamental en materia de derechos subjetivos es que estos no son absolutos,
en el sentido de ilimitados. Existen siempre límites y frenos al ejercicio de los derechos subjetivos
pues lo contrario implicaría la vulneración de otros derechos ajenos.
A la hora de clasificar estos límites suele diferenciarse entre los que tienen su origen en
causas ajenas al derecho (límites extrínsecos), de los que encuentran su fundamento en el propio
contenido de aquel (límites intrínsecos). A ellos han de sumarse los derivados del transcurso del
tiempo (prescripción y caducidad).

3.8.2.1. Límites extrínsecos


Como decimos, estos tienen su origen en causas ajenas o exteriores al propio derecho
subjetivo. Derivan, normalmente, de la presencia de otros derechos distintos con los que entra en
colisión. Pensemos, por ejemplo, que sobre una misma cosa concurran derechos pertenecientes a
distintas personas de manera que no puedan ejercerse todos al mismo tiempo. En estos casos el
ordenamiento actúa dando preferencia a los derechos de mayor nivel o rango en detrimento de los
de menor importancia. Así, por ejemplo, prevalecerán los derechos fundamentales (vida, libertad,
seguridad, honor, etc.) frente a los que no tengan este carácter. Por su parte, en el ámbito
económico o patrimonial, en caso de conflicto entre varios derechos prevalece el más antiguo
frente al más moderno (prior temporis, potior iuris); y, si todos fueran de igual entidad o
antigüedad, se sacrificarán todos proporcionalmente.
Similar a lo anterior encontramos en los conflictos producidos a consecuencia de la
denominada cotitularidad de derechos. Se trata de casos en los que existe un único derecho, pero
que pertenece a diferentes personas. Por ejemplo, varias hermanas son propietarias de una misma
vivienda que han heredado de sus padres. Cuando, por el contenido o extensión del derecho, no
sea posible su ejercicio simultáneo, se producirá una limitación del derecho de cada una de las
propietarias en beneficio de las demás, debiendo organizarse la utilización de la cosa de manera
satisfactoria para todas. Piénsese también en el caso en que ocho amigos se ponen de acuerdo
para comprar una motocicleta entre todos ellos. Evidentemente, no es susceptible de ser usada
razonablemente por todos al mismo tiempo, de forma que habrá de organizarse su utilización
mediante la recíproca limitación del ejercicio del derecho de cada uno.

3.8.2.2. Límites intrínsecos


Se trata de límites genéricos que, por su propia naturaleza, son predicables de todos los
derechos subjetivos en general, cualquiera que sea su clase o configuración. Responden a la idea
de que todo derecho debe ejercitarse con arreglo a unos determinados parámetros de conducta, en
concreto que su ejercicio debe perseguir la realización de la finalidad para la que fueron
concebidos, cumpliendo la función socio-económica que justifica su existencia. Lo contrario
supondrá la violación de los criterios éticos o jurídicos a los que deben ajustarse, pudiendo
adoptarse las medidas necesarias para corregir la infracción y, en su caso, impedir la continuidad
de la extralimitación. Dentro de este grupo se encuentran los límites representados por la buena
fe y por la prohibición del abuso del derecho.

3.8.2.2.1. La buena fe
Se trata de un concepto jurídico indeterminado, que podemos definir como un
estándar de conducta ética que debe presidir el ejercicio de todos los derechos subjetivos. Dicho
de otra manera, la buena fe representa un modelo de conducta considerado socialmente honesto
y adecuado de acuerdo con las convicciones éticas imperantes en una determinada comunidad o
grupo social. De esta manera, el ejercicio del derecho subjetivo será contrario a la buena fe cuando
se aparta o contraría dicho estándar de conducta. En tal caso, su ejercicio se estimará desleal por
estar en contracción con los imperativos éticos dominantes.
Desde el punto de vista jurídico, la buena fe se configura como un principio general del
Derecho que informa todo el ordenamiento jurídico, así como la actividad no solo de los
particulares sino también de la Administración y de los agentes públicos, y se recoge como regla
de derecho positivo en el art. 7.1 CC.

3.8.2.2.2. La prohibición del abuso del derecho


La idea central de este límite se refiere a que no es admisible el ejercicio de un
derecho subjetivo cuando este se realiza sin utilidad propia y con la sola intención de perjudicar
a otro. Originariamente, parte de los estudios medievales sobre la aemulatio del Derecho romano,
en cuya virtud se prohibían los actos de emulación (a emulación o semejanza de lo que se hacía
en las ciudades). Por ejemplo, se consideraba inadmisible el almacenamiento de estiércol en la
linde con la casa del vecino porque, aunque se tenía derecho a acumular estiércol en la propia
parcela, en este caso solo se perseguía generar un daño o incomodidad para el colindante.
Sobre esta doctrina inicial se desarrolla modernamente la de la prohibición del abuso del
derecho, con una perspectiva más general y abarcadora de los supuestos que la antigua teoría no
llegaba a comprender. En nuestro Derecho se formula en el art. 7.2 CC, según el cual “la Ley no
ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial del mismo. Todo acto u omisión que por la
intención de su autor, por su objeto o por las circunstancias en que se realice sobrepase
manifiestamente los límites normales del ejercicio de un derecho, con daño para tercero, dará
lugar a la correspondiente indemnización y a la adopción de las medidas judiciales o
administrativas que impidan la persistencia en el abuso”.
Así pues, podemos establecer como requisitos para la aplicación de esta doctrina, los
siguientes:

 El uso o ejercicio de un derecho, en apariencia de manera legal.


 El daño a un interés no protegido directamente por la norma. Ya que si existe una
norma que ampare al perjudicado, entonces no será necesario acudir al abuso del
derecho.
 La inmoralidad o antisocialidad del daño, que se pondrá de manifiesto
fundamentalmente por la intención con la que se ejerce el derecho. La abusividad
derivará, precisamente, de esta intención de perjudicar o dañar a un tercero.
La consecuencia principal será que el perjudicado podrá solicitar no solo la
indemnización de los daños y perjuicios padecidos, sino también la adopción de las medidas de
todo orden (judiciales o administrativas) destinadas a evitar que dicha situación de abuso persista.

3.8.2.3. Los límites temporales


Una de las circunstancias que puede limitar el ejercicio de un derecho es el transcurso del
tiempo. Evidentemente, hay derechos subjetivos que no están supeditados en su ejercicio a un
periodo de duración, sino que por su propia naturaleza tienen carácter vitalicio. Pensemos, por
ejemplo, en los derechos de la personalidad (vida, libertad, honor, etc.). Sin embargo, en otros
casos, el principio de seguridad jurídica impone la necesidad de someter la vida del derecho, y su
efectividad, a un determinado plazo de tiempo, mayor o menor. Suele suceder esto en el ámbito
del derecho patrimonial y, en especial, en relación con los derechos derivados de las relaciones
contractuales. Por pura lógica, no es admisible que una deuda pueda ser exigida sine die, o sea,
indefinidamente, que el deber de pago se transmitiera de generación en generación, durante siglos,
y pudiera ser reclamada doscientos o trescientos años después. Por evidentes razones de seguridad
es necesario poner un límite a la duración de ese derecho a reclamar el pago, transcurrido el cual
si haber sido ejercitado, el derecho se extinguirá y, con él, la deuda vinculada al mismo. Este
efecto se obtiene en nuestro ordenamiento a través de los institutos de la prescripción y de la
caducidad.

3.8.2.3.1. La prescripción
La prescripción es una institución jurídica en la que se manifiesta un determinado efecto
jurídico por el transcurso de un período de tiempo dado. Hemos de destacar que en el Derecho se
reconocen dos tipos de prescripciones: una adquisitiva y otra propiamente extintiva. En ambas es
determinante el transcurso del tiempo, pero una y otra tienen unos efectos claramente diversos.
Así, la prescripción adquisitiva supone que el paso del periodo de tiempo contemplado en la ley,
unido a la posesión de una cosa o derecho ajeno, trae consigo la consolidación de esa situación
de hecho (posesión en concepto de dueño) y su transformación en una situación de derecho (la
conversión del poseedor en auténtico propietario de aquello que poseía sin pertenecerle). Se
conoce también con el nombre de usucapión, y se da principalmente en el ámbito de los derechos
reales. Por ejemplo, una persona posee como dueño -sin serlo- una vivienda durante un número
concreto de años (dependerá de si conoce o no que no es el verdadero titular de la propiedad). Al
cabo de ese tiempo, el ordenamiento pasa a considerarlo el auténtico propietario del inmueble. Se
habrá producido entonces una adquisición de la propiedad por usucapión, o lo que es lo mismo,
habrá tenido lugar la prescripción adquisitiva del derecho de propiedad.
La otra modalidad es la que realmente nos interesa ahora, ya que la prescripción extintiva
se refiere a la desaparición o eliminación del mundo jurídico de un derecho a causa de la falta de
ejercicio por su titular. Constituye un verdadero límite (temporal) al ejercicio de los derechos
subjetivos. Podemos poner el ejemplo siguiente: una persona tiene derecho al cobro de una deuda
por un préstamo de dinero que hizo a otra. Una vez llegada la fecha de pago, el deudor no abona
la cantidad adeudada. La ley establece que el acreedor podrá exigir el cobro de dicho importe para
lo que le concede acción durante un determinado número de años. Una vez transcurrido ese plazo
sin reclamar el pago debido, ya no podrá exigirlo y, tanto su derecho al cobro como la obligación
del deudor al pago, habrán desaparecido. Se habrá producido la extinción del derecho por inacción
o falta de ejercicio.
Los requisitos básicos para que la prescripción extintiva tenga lugar son los siguientes:

 Que se trate de un derecho susceptible de prescripción extintiva. Lo que ocurrirá en


general con los derechos patrimoniales o de contenido económico. Los
extrapatrimoniales, por su parte, son imprescriptible (piénsese, como ya señalamos,
en los derechos de la personalidad).
 Que exista inactividad por parte del titular. Esta inactividad debe prolongarse por el
tiempo establecido en la ley. Los plazos son muy variados, dependiente normalmente
del tipo de relación jurídica al que pertenezca el derecho en cuestión. Sí es importante
tener en cuenta que, si durante dicho plazo, el derecho es ejercitado (por ejemplo, el
pago de la deuda es reclamado), se producirá una interrupción de la prescripción.
Esto implica que se perderá todo el tiempo transcurrido y deberá iniciarse el cómputo
del plazo nuevamente desde el principio. Por ejemplo: una deuda tiene cinco años
para ser reclamada y el acreedor deja transcurrir cuatro años sin solicitar el pago
(desde el momento en que debió hacerse); si después del cuarto año, y antes de
completarse el plazo quinquenal legalmente previsto, el acreedor reclama el pago,
deja de computarse todo el tiempo transcurrido y deberá volver a contarse desde el
inicio el nuevo plazo de cinco años a partir de la reclamación.
 Que transcurra el plazo total legalmente previsto para el ejercicio del derecho en
cuestión. Como apuntamos, los plazos son muy diferentes en función de la naturaleza
de la relación jurídica de la que dimana el derecho subjetivo en cuestión. Podemos
enumerar, de manera sintética, algunos de los más importantes:
a) Acciones reales, para la defensa de la propiedad y otros derechos sobre bienes:
i. 30 años, si se refiere a bienes inmuebles;
ii. 20 años, si se trata de la acción hipotecaria específicamente;
iii. 6 años, si se refiere a bienes inmuebles.
b) Acciones personales que no tengan un plazo específico fijado por la ley: 5 años,
desde que pudieron ejercitarse
c) Acciones para la reclamación de prestaciones periódicas (renta de
arrendamientos, pago de pensión alimenticia o deuda que deba pagarse en años
o plazos más breves) 5 años, a contar desde su incumplimiento.
d) Acciones para reclamar el pago de deudas derivadas de la prestación de servicios
profesionales (abogados, notarios, registradores, farmacéuticos, médicos…): 3
años, desde que debieron abonarse.
e) Acciones para exigir la responsabilidad civil derivada de daños
extracontractuales (por ejemplo, los causados por un accidente): 1 año desde que
pudo ejercitarse la acción.
 Que la prescripción sea alegada por aquel a quien beneficia. Es decir, la prescripción
no podrá ser estimada de oficio por el juez. Ante una reclamación judicial del pago
de la deuda prescrita, para que se declare como tal será necesario que el demandado
alegue y pruebe la existencia de prescripción, es decir, que ha transcurrido el tiempo
establecido en la ley para el ejercicio del derecho sin que su titular lo hubiera
efectuado. En caso de que el eventual beneficiario no alegara la prescripción, el Juez
no podrá declararla por su propia iniciativa. Advertir que el beneficiario no está
obligado a alegarla. Puede en todo momento renunciar a ella, ya que se trata de un
derecho disponible. Así, reclamada una deuda ya prescrita, el interesado podrá
abonarla o aceptar el pago si lo estima conveniente. O bien, puede oponer la
prescripción y negarse al cumplimiento de su obligación.

3.8.2.3.2. La caducidad
Se trata de otro límite temporal al ejercicio de los derechos, similar a la prescripción pero
no idéntica. Se trata de casos en los que el ordenamiento jurídico fija de antemano un plazo para
el ejercicio del derecho, sin admitir que puedan ser suspendidos o interrumpidos. De forma que,
transcurrido el tiempo fijado en la ley, el derecho ya no podrá ser ejercitado por haber caducado.
Es lo que suele suceder con los plazos administrativos o procesales, que no admiten interrupción
o suspensión, debiendo presentarse la documentación o las solicitudes en los improrrogables
plazos que establece la legislación o, en caso contrario, se considerará precluido el trámite y
decaído en su derecho.
Así pues, estamos en presencia también de un supuesto de extinción del derecho por falta
de ejercicio en el término legalmente establecido. A diferencia de la prescripción, la caducidad,
además de no admitir interrupción, opera automáticamente, es decir, no necesita su alegación por
la parte para que sea estimada, pudiendo el Juez, en su caso, declararla de oficio, aunque no haya
sido alegada por el interesado. Son muy comunes en el ámbito del Derecho público, pero también
en el Derecho privado podemos comprobar su existencia. Así, son plazos de caducidad:

 el de la acción de impugnación de la filiación;


 el de la acción rescisoria;
 el de la acción de anulación de los contratos.

3.9. La extinción del derecho subjetivo


La extinción del derecho subjetivo significa su desaparición del mundo jurídico. Hay que
advertir que la extinción no se produce cuando el derecho subjetivo cambia de titular. En esos
casos, tal como hemos estudiado, solo se produce su transmisión o cambio subjetivo, pero el
derecho es el mismo y sigue existiendo como hasta entonces, solo que en otras manos. La
extinción, por tanto, implica la muerte del derecho.

3.9.1. Causas generales


Las causas que pueden provocar que esta desaparición tenga lugar pueden ser de muy
diverso carácter y, en general, están ligadas a la propia configuración y naturaleza del derecho de
que se trate. En ciertos casos tiene que ver con el objeto del derecho. Así, los derechos de crédito,
que conllevan la realización de una prestación a cargo del deudor, se extinguirán por el
cumplimiento de la obligación debida. Por ejemplo, por el pago de la cantidad adeudada o por la
entrega de la cosa pactada. Por su parte, los derechos reales, que suponen un poder sobre una cosa
determinada (como el derecho de propiedad) se extinguirán cuando la cosa desaparece, por
destrucción o consumo. Por ejemplo, si me como la manzana de la que soy propietario o un
terremoto destruye completamente la casa de mi propiedad.
En otros casos, las razones que justifican la extinción del derecho estarán vinculadas con
la persona de su titular y no con el objeto del mismo. Esto sucede con los denominados derechos
personalísimos, es decir, aquellos cuya existencia se justifica en función de la persona a la que
pertenecen y que, por esta misma razón, son intransmisibles. Pensemos en algunos supuestos. El
hijo que tiene derecho a cobrar una pensión alimenticia a cargo de su padre: en caso de
fallecimiento del hijo, el derecho se extinguirá y dejará de existir. O un derecho de usufructo
vitalicio que, una vez fallecido su titular, ya no tiene razón de ser. Por ello, cuando el derecho no
tiene esa naturaleza personalísima, la muerte de su titular no trae aparejada su extinción, sino que
provocará la transmisión del derecho subjetivo a otras personas mediante el instituto de la
sucesión hereditaria: por ejemplo, el derecho a cobrar una deuda aún no satisfecha pasará a los
herederos del fallecido.
Por último, existe otro supuesto que provoca la extinción de ciertos derechos, consistente
en el hecho de reunirse en una misma persona al mismo tiempo la situación de poder y la situación
de deber que conlleva el derecho subjetivo. Así, cuando una persona adquiere la deuda de la que
era acreedor (la denominada confusión). Por ejemplo, si un sujeto presta dinero a su hijo,
generándose con ello una deuda por la que este viene obligado a la devolución de la cantidad
recibida y, con posterioridad, fallece dejando como heredero precisamente a su progenitor. En tal
caso el padre, acreedor de la deuda, se convierte, a consecuencia de la sucesión, en deudor de sí
mismo, lo que lleva aparejada la extinción de la deuda inicial. Otro caso similar se produce en
relación con los derechos reales. Así, cuando existe un usufructo a favor de una persona distinta
al propietario, y este nudo propietario adquiere por cualquier título tal usufructo. Este derecho se
extingue pues confluyen en una misma persona y titularidad las facultades del dominio que se
encontraban separadas (es la denominada consolidación).

3.9.2. La renuncia de derechos


Se trata de otra forma de extinguir los derechos subjetivos, consistente en un acto o
declaración de su titular por el cual hace dejación o abandono del derecho que le pertenece.
Pensemos, por ejemplo, cuando renunciamos tácitamente a la propiedad de las cosas que nos
pertenecen cuando nos deshacemos de ellas mediante su abandono en un contenedor de basura.
O cuando, pudiendo exigir el cumplimiento de una obligación (por ejemplo, el cobro de una deuda
a nuestro favor), sin embargo, renunciamos a su abono, expresa (a través de una manifestación en
tal sentido) o tácitamente (mediante la no reclamación del pago).
En principio cualquier derecho es renunciable. Ya vimos el art. 6.2 CC, que se refiere no
solo a la exclusión de la ley aplicable, sino también a la renuncia de derechos. En ambos casos,
los límites serán siempre no ir contra el interés u orden público, ni hacerse en perjuicio de terceros.
El primer caso se refiere a que no es posible la renuncia respecto de los derechos que son,
precisamente, irrenunciables. Por ejemplo, los derechos de la personalidad (vida, libertad,
dignidad, honor, etc.), o aquellos otros que afectan a la capacidad o estado civil de las personas
(no es válido la renuncia de los derechos derivados del matrimonio, por ejemplo), ni tampoco los
que vienen establecidos en normas imperativas, es decir, en normas que no permiten acordar o
establecer algo distinto a lo previsto en ellas (como sería el caso de los derechos derivados de la
filiación o de la patria potestad). Fuera de estos supuestos, tampoco será válida la renuncia de un
derecho si se hace en perjuicio de tercero, ello incluso cuando el derecho de que se trate sea, por
su propia naturaleza, renunciable. Para entender el alcance de esta medida de protección,
pensemos en el caso en que un deudor, con el fin de defraudar los derechos al cobro de sus
acreedores, renunciase a cobrar él los importes que se le debían por otras personas. Esa renuncia
suya traería consigo que no ingresase en su patrimonio cantidades con las que luego sus
acreedores podrían cobrarse cuanto se les debe. En tal situación, la renuncia a exigir el pago hecha
por el deudor de cuanto se le debe se considerará que perjudica a terceros (sus propios acreedores
que no podrán cobrar de otro modo lo que les adeuda).

También podría gustarte