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PRESENTACIÓN
Esta primera Unidad de Aprendizaje está destinada a familiarizar al estudiantado de la titulación
en Trabajo Social con una serie de ideas y conceptos de alcance general, en relación especialmente
con el denominado derecho privado. Para ello es imprescindible que el y la estudiante de esta
materia se aproxime al conocimiento de lo que significa el Derecho civil y en qué medida este
representa la mayor parte del derecho privado. A tal fin se expondrán los criterios más relevantes
no solo para reconocer las normas del derecho privado, sino también para poder distinguirlas de
las del denominado derecho público. Se expondrá, igualmente, la relevancia del Código civil y de
la legislación civil especial como manifestaciones normativas más genuinas de esta rama del
Derecho y, por consiguiente, también nos referiremos a las fuentes generadoras de normas del
derecho privado.
En otro apartado diferente se abordará un contenido de suma importancia para comprender los
mecanismos de aplicación del Derecho y, en particular, del derecho privado. En este sentido, se
explicarán los aspectos más importantes relativos a la norma jurídica. De una manera breve, se
tratará su significado, los mecanismos para su aplicación (calificación, interpretación e
integración), así como su eficacia, tanto obligatoria como sancionadora, y la vigencia o duración
de las normas (temporal y espacial).
Por último, nos referiremos a la figura del derecho subjetivo, como instrumento básico en la
aplicación y desenvolvimiento del derecho privado. Por ello, es imprescindible estudiar las
nociones fundamentales del mismo, a partir de su concepto y tomando en consideración sus
clases, los modos de adquisición, la posible modificación del derecho subjetivo y su extinción o
desaparición. A ello se unirá, igualmente, unas referencias a los límites en el ejercicio de cualquier
derecho subjetivo (buena fe, abuso del derecho, prescripción y caducidad).
OBJETIVOS
DERECHO CIVIL Y
DERECHO LA NORMA EL DERECHO
PRIVADO JURÍDICA SUBJETIVO
Significado Significado
del Derecho Significado
Interpretación
Legislación Laguna de ley
civil Analogía
Equidad Clases
Obligatoria
Sancionadora
Nacimiento
Adquisición
Modificación
Extinción
Vigencia
Ejercicio
Temporal Límites
Espacial
Representación
Abuso del derecho
Prescripción
Caducidad
EXPOSICIÓN DE LOS CONTENIDOS
1.2. El Derecho civil como derecho privado: la distinción entre derecho público y
derecho privado
1.2.1. Derecho público vs derecho privado
Ahora bien, dentro de esa amplitud del ordenamiento jurídico que configura el Derecho,
lo cierto es que existen diferentes campos o disciplinas que agrupan normas de distinto alcance y
eficacia. En este sentido, los dos sectores más caracterizados y significativos son los que
comúnmente se denominan “derecho público” y “derecho privado”. Antes de seguir hay que
indicar que, a efectos de nuestra asignatura, nos dedicaremos preponderantemente al estudio de
normas y reglas relativas al derecho privado y, en particular, a las del Derecho civil en la medida
en que este es el exponente, por antonomasia, de dicho sector del ordenamiento jurídico.
Pues bien, continuando con la distinción apuntada, se suele señalar que el derecho público
es aquel integrado por normas que regulan las relaciones jurídicas en las que interviene el poder
público, entendido como cualquier manifestación del Estado (por ejemplo, las normas que rigen
la actividad de la Administración pública: ayuntamientos, cabildos o diputaciones provinciales,
comunidades autónomas, Gobierno central). Por su parte, el derecho privado estaría conformado
por las normas aplicables a relaciones entre individuos particulares, cualquiera que sea el tipo de
persona de que se trate (física o jurídica).
Sin embargo, esta inicial distinción no aclara por completo todas las situaciones que
pueden presentarse en la práctica. De hecho, en la realidad se dan casos en los que la persona
pública, es decir, la Administración, actúa en el tráfico jurídico como un particular más, sin
mayores prerrogativas o privilegios. Pensemos, por ejemplo, el supuesto en que un Ayuntamiento
recibe por herencia la propiedad de un piso en un edificio en régimen de propiedad horizontal. En
tal caso, como titular del inmueble estará sometido al mismo régimen jurídico-privado (el de la
propiedad horizontal), que el resto de los demás propietarios, sin que para ejercer sus derechos
como tal pueda utilizar ningún tipo de poder, ni tampoco actuar en un plano de superioridad
respecto a los otros comuneros. En el ejemplo, el Ayuntamiento se encuentra en el mismo plano
y al mismo nivel que los otros, y le serán aplicables las mismas reglas del derecho privado que
rigen en esta materia, como a un ciudadano más.
Por esto, la mera presencia de una entidad pública no determina per se que las normas
que se apliquen sean de derecho público. Para ello es necesario complementar esta idea con alguna
otra noción. En este sentido, se suele señalar que la intervención de la Administración debe
desarrollarse con el denominado imperium, es decir, actuar con un poder que, en aras de la
realización del interés público o general, le otorga una posición de superioridad o supremacía
frente a la otra parte de la relación. Pero, cuando esta superioridad no existe, sino que la actuación
de la Administración o ente púbico se desarrolla en un plano de igualdad respecto a su contraparte,
entonces las normas aplicables serán de derecho privado.
Esta distinción es sumamente importante porque nos servirá para determinar la naturaleza
de las normas y de la institución jurídica ante la que nos encontramos, a la hora de calificar el tipo
de relación jurídica y el derecho aplicable a la misma.
1.3. El Código civil y la legislación civil como manifestaciones del derecho privado
Ya hemos indicado que el derecho privado está integrado, en lo esencial, por las normas
del Derecho civil que, como acabamos de decir, regulan los aspectos más esenciales y cotidianos
de las relaciones entre las personas consideradas individualmente y, en ocasiones, también en su
condición de miembros de determinados grupos sociales (por ejemplo, como miembros de una
familia, como parte de una asociación, sociedad civil o fundación, etc.).
A su vez, en nuestro país el Derecho civil tiene como base normativa principal el Código
civil español. Este cuerpo legal fue publicado en 1889 y continúa en vigor hoy día, si bien con
sucesivas reformas parciales que han ido actualizándolo constantemente según las exigencias
sociales de cada momento. En dicho Código se encuentra ordenada sistemáticamente la
regulación de las situaciones e instituciones fundamentales del derecho privado, relativas a las
personas consideradas individual y colectivamente; a los bienes y a la forma de transmitirlos, con
especial referencia al sistema sucesorio; así como también se regula la materia correspondiente a
la contratación entre los particulares.
Junto al Código civil existen también un destacado número de leyes especiales que
regulan de manera específica materias o situaciones que se han considerado conveniente tratar de
manera separada. Pensemos, por ejemplo, en cuestiones tan variopintas como los arrendamientos
(urbanos y rústicos), la propiedad horizontal, el Registro Civil, el Registro de la Propiedad, etc.
Toda esta legislación adicional complementa el cuerpo principal del Derecho civil y es de
preferente aplicación en las materias que tratan. Si embargo, no hay que perder de vista que el
Código civil cumple una función de subsidiariedad, en el sentido de regirá en todo lo no previsto
en las leyes especiales del derecho privado. En este sentido, el art. 4.3 CC establece que “las
disposiciones de este Código se aplicarán como supletorias en las materias regidas por otras
leyes”. Así pues, el Código civil, además de su propia normativa, ejerce la función de derecho
supletorio para colmar o suplir las ausencias u omisiones de la legislación especial a la hora de
tratar algún aspecto no regulado por ella.
También es importante tener en cuenta que, debido al modelo de organización territorial
y política de nuestra nación, algunas comunidades autónomas tienen competencia civil propia
(entre ellas, Cataluña, Aragón, País Vasco, Navarra, Islas Baleares y Galicia). Se da la
circunstancia de que tales territorios cuentan con su propia legislación civil y, en todos los casos,
con sus propios códigos civiles, que se aplicarán, en cada caso, en el ámbito territorial de la
comunidad de que se trate. En el resto del territorio nacional rige entonces el Código civil español,
que se configura de esta manera como la representación del denominado Derecho civil común,
frente a los denominados derechos civiles forales o especiales, que son los que rigen en cada uno
de los territorios o comunidades autónomas con legislación civil propia.
Conviene resaltar que el hecho de que ciertas comunidades tengan competencia para
elaborar y publicar sus propias leyes civiles no implica que puedan regular sobre cualquier materia
de esta naturaleza, ya que la Constitución española (art. 1491.1.8ª) reserva al Estado la
competencia exclusiva para legislar sobre ciertas materias como, por ejemplo, la aplicación y
eficacia de las normas jurídicas, las formas de matrimonio, las bases de las obligaciones
contractuales, etc. De manera que, salvo esas excepciones establecidas constitucionalmente, las
comunidades con Derecho civil propio podrán regular por sí mismas cualquier aspecto de este y
dichas normas serán de preferente aplicación, siempre en su propio ámbito territorial, a las
contenidas en el Código civil.
2. LA NORMA JURÍDICA
2.1. Significado
En sentido general, la norma jurídica es una regla de conducta destinada a ordenar la vida
en sociedad pero que, a diferencia de otras normas (por ejemplo, las morales o las religiosas),
produce efectos jurídicos. Esto significa, también en términos generales, que su incumplimiento
provoca una reacción de la organización estatal dirigida a imponer su contenido, incluso por la
fuerza, y a establecer unas consecuencias para la persona que contravino su mandato.
Así pues, la norma jurídica se compone de dos elementos: el supuesto de hecho y la
consecuencia jurídica. El primero es una conducta humana (o, en ocasiones, un hecho
independiente de la voluntad de la persona: por ejemplo, un hecho de la naturaleza, como una
catástrofe natural); y el segundo, el resultado o efecto jurídico que el Derecho establece para el
mencionado comportamiento. Esta dinámica es propia tanto de las normas del derecho privado
como del derecho público. Así, si cometo un delito la norma establece una consecuencia o efecto
en forma de castigo o pena (Derecho penal = derecho público); o si cometo una infracción de
tráfico la norma establecerá la multa o sanción a imponer (Derecho administrativo = derecho
público). Y en el ámbito privado sucede otro tanto: si compro algo estaré obligado a abonar su
precio, o si contraigo matrimonio la norma me impone igualmente una serie de deberes; lo mismo
si tengo hijos o si adopto a una persona. Por tanto, el mecanismo básico de funcionamiento de las
normas jurídicas responde al causa-efecto, en el sentido de que cada conducta (activa u omisiva)
provocará una reacción del ordenamiento jurídico a través de la producción de un efecto o
consecuencia de trascendencia jurídica.
Por razón del intérprete: nos encontramos con la interpretación auténtica, usual
y doctrinal. La primera (auténtica) es la que realiza el propio legislador. Es decir, el autor de la
norma establece cómo ha de ser entendida la misma o el sentido que ha de darse a las expresiones
que utiliza. Por ejemplo, el art. 172.1 CC define lo que debe entenderse por situación de
desamparo de un menor de edad; o los arts. 346 y 347 CC que establece cómo ha de interpretarse
las expresiones bienes muebles y bienes inmuebles. Por su parte, la interpretación usual se refiere
a la que realizan los órganos judiciales en su actividad y que se manifiesta a través de sus
resoluciones y decisiones. Por último, la interpretación doctrinal es, precisamente, la que efectúan
los autores y estudiosos del Derecho y que se expresa a través de sus trabajos y publicaciones.
Por razón de sus efectos: podemos distinguir una interpretación declarativa y otra
correctiva. La declarativa se dará cuando el resultado de la interpretación coincida con el texto
de la norma interpretada. Por su lado, la correctiva se dará en el caso contrario, esto es, cuando
como resultado de la interpretación incorpora modificaciones al sentido literal de la norma, ya lo
sea para ampliar el significado literal o gramatical (interpretación extensiva), ya lo sea para
reducirlo (interpretación restrictiva).
Gramatical: que implica atender en primer lugar al sentido literal de las palabras
utilizadas por la norma en cuestión. Pero, como muchas veces las palabras pueden ser entendidas
en diferentes sentidos o acepciones, no resulta un criterio infalible y se exige entonces acudir a
otros complementarios.
Sistemático: según el cual la interpretación de una norma debe tener en cuenta el
contexto normativo en que se encuentran, es decir, tomar en consideración las demás normas que
regulan o inciden sobre la materia a la que se refiere la norma objeto de interpretación. Así, para
interpretar el término “renta” en la Ley de Arrendamientos Urbanos, será necesario tomar en
cuenta los demás preceptos de esa Ley que regulan la materia de arrendamientos para determinar
que por “renta” se ha de entender el pago del precio (anual o mensual) que debe llevar a cabo el
inquilino. Y no confundirlo con el sentido que ese mismo término tendrá en otras leyes o contextos
normativos como, por ejemplo, la Ley sobre el Impuesto de la Renta de las Personas Físicas.
Histórico: es necesario tomar en consideración los antecedentes históricos y
legislativos de la norma interpretada. Habrá de considerarse la situación socio-jurídica del
momento en que se realizó y publicó la norma, así como los trabajos preparatorios (por ejemplo,
los debates parlamentarios a la hora de su elaboración), a fin de determinar el significado y alcance
que se quiso dar a su contenido.
Sociológico: aún más importante que el anterior, ya que en la averiguación del
sentido de una norma es imprescindible atender a la realidad social del momento presente en el
que debe ser aplicada, es decir, tomar en cuenta que, pese a la importancia del elemento histórico,
la realidad actual puede haber cambiado y hacer necesaria una adaptación del significado de la
norma a las nuevas realidades sociales que pueden no ser coincidente, e incluso dispares, con las
que existían al tiempo de elaborarse aquella.
Teleológico: se refiere a tener en cuenta el espíritu y finalidad de la norma, de
manera que el resultado de la misma no sea contraria o pugne con la finalidad que se perseguía al
publicarla y darle vida. Por ello, siempre habrá que rechazar toda interpretación que se contradiga
con la finalidad buscada por la norma.
2.2.2.1. La analogía
La analogía consiste, en lo esencial, en aplicar a un supuesto de hecho determinado, que
carece de una regulación propia, la norma establecida para regular otro supuesto similar. Existen
dos tipos de analogía, la denominada analogía legis y la llamada analogía iuris. En la primera el
vacío legal se soluciona acudiendo a una norma concreta que regula un caso que guarda similitud
o identidad de razón con el que carece de regulación. Es decir, se trata de casos muy similares o
próximos y, por tal motivo, la solución o respuesta debe ser también similar. A ella se refiere el
art. 4.1 CC cuando dispone que “procederá la aplicación analógica de las normas cuando éstas
no contemplen un supuesto específico, pero regulen otro semejante entre los que se aprecie
identidad de razón”.
Por su lado, se habla de analogía iuris cuando el vacío legal se cubre mediante la
aplicación de los principios generales del Derecho. Esto ocurre cuando no es posible encontrar
una norma que regule un supuesto similar al planteado. En tales casos, aunque queramos, no
podemos aplicar una norma similar, ya que no existe esa denominada “identidad de razón”. La
solución entonces pasa por estar al orden o prelación que establece el art. 1.1 CC a la hora de
enumerar las fuentes del Derecho. Así, en defecto de ley (escrita) o costumbre aplicable, deben
regir los principios generales del Derecho. Para ello se deberá tomar en cuenta el conjunto de
normas e inducir de ella una serie de reglas o principios de alcance general. Es decir, se trata de
condensar unas ideas claves e inspiradoras del sistema que, luego, aplicaremos al supuesto no
regulado. Con ello se da, además, cumplimiento al mandato al que ya aludimos de resolver todo
conflicto o litigio según el sistema de fuentes legales (art. 1.7 CC).
Ahora bien, no siempre es posible la integración analógica ya que el ordenamiento
establece unos límites a su utilización. En este sentido, no será posible aplicar analógicamente
normas de carácter penal, excepcionales o de ámbito temporal. Estas clases de normas se aplicarán
exclusivamente a los supuesto o situaciones en ella contemplados, no pudiéndose extender su
aplicación a otros casos que no sean los específicamente previstos en la norma, por muy parecidos
o similares que pudieran resultar (art. 4.2 CC).
2.2.2.2. La equidad
Aunque el Código civil no la define, sí que establece la necesidad de tenerla en cuenta a
la hora de aplicar la norma. El art. 3.2 CC señala que “la equidad habrá de ponderarse en la
aplicación de las normas, si bien las resoluciones de los Tribunales sólo podrán descansar de
manera exclusiva en ella cuando la ley expresamente lo permita”.
Suele entenderse la equidad como un principio de justicia material que debe ponderarse
en la aplicación de las normas, atendiendo a las circunstancias del caso. Se trata, entonces, de una
pauta de conducta que el operador jurídico encargado de aplicar la norma deberá tomar en
consideración para adaptarla a las circunstancias del caso concreto y, si fuera necesario, moderar
el rigor de la misma. Un ejemplo podemos verlo en el art. 155 CC, que impone a los hijos la
obligación de contribuir equitativamente al levantamiento de las cargas familiares mientras
conviva en el hogar familiar. O, en el ámbito patrimonial, la facultad que tienen los jueces de
moderar equitativamente la responsabilidad del culpable cuando esta proviene de negligencia o
imprudencia (art. 1103 CC).
En cualquier caso, no es un criterio que el juzgador pueda utilizar de manera exclusiva a
la hora de resolver. Es decir, a los jueces y tribunales, por lo general, les está prohibido no aplicar
las leyes y basar sus decisiones exclusivamente en la equidad. Solo podrán hacer esto cuando la
ley expresamente lo permita, lo que suele suceder en muy contadas ocasiones.
2.4.1.2. Derogación
La derogación de la ley significa la finalización de su eficacia y aplicación, o sea, la
terminación del periodo de vigencia de la norma. En general, la derogación se produce mediante
un mandato del legislador poniendo fin a la vida de la norma. Esto puede darse de distintas
maneras. Así, puede suceder que la propia ley prevea expresamente el tiempo de su duración, de
manera que, transcurrido el plazo establecido por el legislador, la norma deja de tener vigencia.
Es lo que se denomina leyes temporales. Se dictan por lo general cuando concurren circunstancias
excepcionales que hacen necesaria la adopción de medidas especiales. Podemos citar como
ejemplos numerosas disposiciones legales publicadas a consecuencia de la pandemia generada
por la Covid-19. En otros casos, al legislador por otras razones, muchas veces económicas, le
interesa que durante un determinado periodo de tiempo exista un régimen jurídico concreto para
ciertas situaciones, pero solo por tiempo determinado.
Sin embargo, la forma común de derogación de una norma suele venir mediante la
publicación de otra posterior, que regula el mismo supuesto de hecho. A ello se refiere el art. 2.2
CC cuando dice que “las leyes solo se derogan por otras posteriores”. Para que esto tenga lugar
será necesario, en cualquier caso, que la nueva norma tenga el mismo rango legal que la que es
objeto de derogación. Así, una ley podrá derogar una ley anterior, e incluso un reglamento; pero
un reglamento no podrá derogar una ley vigente con anterioridad a la publicación de aquel, debido
al principio de jerarquía normativa que impone la supeditación de los reglamentos a la ley.
Por su parte, la derogación puede hacerse de forma total o parcial, según que deje sin
efecto completamente, o solo en parte, la norma anterior. Además, puede ser expresa o tácita. La
primera se dará cuando el propio legislador enumera de manera expresa y terminante qué normas
dejan de tener vigencia; o también porque, sin mencionar qué normas concretas son objeto de
extinción, introduce una cláusula de alcance general en la que declara que quedan derogadas
cuantas disposiciones, del mismo o inferior rango, se oponga a lo previsto en la nueva. Por el
contrario, la derogación tácita existe en los supuestos en que la nueva norma guarda silencio sobre
su alcance derogatorio, y no establece, ni específica ni genéricamente, las normas que quedarán
sin vigor. En estos casos se producirá la derogación de la norma anterior cuando la nueva regule
de forma distinta la misma materia. A ello se refiere el mencionado art. 2.2 CC cuando señala que
el alcance de la derogación “se extenderá siempre a todo aquello que en la ley nueva, sobre la
misma materia sea incompatible con la anterior”.
3. EL DERECHO SUBJETIVO
3.1. Planteamiento: hecho y acto jurídico
Cuando estudiamos la eficacia de las normas vimos que una de sus manifestaciones era
la llamada eficacia constitutiva, referida al resultado que se produce en el sistema de convivencia
cuando el Derecho contempla y acota una parte de la realidad social para convertirla, al mismo
tiempo, en realidad jurídica. Esto supone que la producción de un hecho, de naturaleza material
o física, pasa a tener también naturaleza jurídica. Así, por ejemplo, un acontecimiento tan natural
como el nacimiento de una persona, o su fallecimiento, implica también una serie de
consecuencias o efectos en el ámbito jurídico. Por ejemplo, el nacimiento determinará la
constitución de una relación de filiación y patria potestad, con unos derechos y deberes a cargo
de los progenitores y del hijo durante su vida. Por su parte, el fallecimiento hará que se activen
una serie de instituciones en el terreno de la sucesión hereditaria con repercusiones económicas y
jurídicas.
Así pues, un hecho natural puede ser al mismo tiempo un hecho jurídico. En la doctrina
suele distinguirse el mero hecho jurídico, cuando su acaecimiento no depende de la voluntad
humana (por ejemplo, una erupción volcánica provocará la adopción de medidas jurídicas de muy
diversa índole: sanitarias, económicas, tributarias, etc.), de los denominados actos jurídicos, es
decir, aquellos hechos que se producen a consecuencia de la intervención humana. Por ejemplo,
un contrato celebrado por dos personas que se ponen de acuerdo para vender y comprar
recíprocamente cualquier cosa. O, en otro caso, un accidente de circulación provocado
negligentemente por la conducta de un conductor, que actuó sin intención de causar un mal, pero
este se produjo por su intervención.
La realización de actos jurídicos genera la creación de la relación jurídica. Es decir, una
relación entre personas con consecuencias jurídicas, que pasamos a exponer.
Originaria: implica que la adquisición del derecho por el sujeto no trae causa de
ningún titular anterior, sino que el derecho nace ex novo para el adquirente. El
supuesto más típico es el expediente de la ocupación, esto es, un modo de adquirir la
propiedad que implica que el titular de la misma se convierte en dueño de algo que
carecía de propietario. No hay una transmisión del anterior al nuevo dueño, sino que
el mismo derecho, antes inexistente, surge al mundo jurídico con la ocupación o toma
de posesión que lleva a cabo el ahora propietario. Este es el caso de la propiedad de
los animales procedentes de la caza y pesca, o el de la ocupación de bienes
abandonados carentes de dueño.
Derivativa: se produce cuando la adquisición del nuevo titular se funda y tiene su
causa en el derecho de un titular anterior, que se lo transmite. Por ejemplo, el
comprador de un vehículo adquirirá el derecho de propiedad que le transfiere el dueño
anterior sobre el objeto de la compraventa. Ha de tenerse en cuenta que, por regla
general, la configuración jurídica del derecho adquirido derivativamente estará
determinada por el contenido que tuviera con el titular anterior, es decir, el nuevo
titular recibirá el derecho en las mismas condiciones y con el mismo contenido que
tenía cuando pertenecía al transmitente.
Por lo demás, esta adquisición derivativa puede ser, a su vez, traslativa o constitutiva:
a) Será traslativa cuando se transmite, y se adquiere, el mismo derecho que tenía el
titular anterior. Por ejemplo, una persona una finca a otra y esta adquiere el terreno
con las mismas posibilidades de aprovechamiento y explotación que tenía antes el
vendedor.
b) Será constitutiva cuando el titular anterior lo que hace es desprenderse y enajenar
una o varias de las facultades integrantes de su derecho, configurándolas, así,
como el contenido de un nuevo derecho hasta entonces inexistente. Se crea o
constituye un derecho nuevo, diferente al que poseía el transmitente y restringido
exclusivamente a las facultades o posibilidades de actuación transmitidas. El
ejemplo más claro es el de la constitución de un usufructo por el propietario del
bien, que ya expusimos con anterioridad. En estos casos, el dueño (nudo
propietario) desgaja del derecho matriz las facultades de uso y aprovechamiento
para constituir con ellas un derecho nuevo que es objeto de transmisión al
adquirente (usufructuario), que obtendrá exclusivamente esas facultades,
permaneciendo el resto en manos del transmitente.
3.8.2.2.1. La buena fe
Se trata de un concepto jurídico indeterminado, que podemos definir como un
estándar de conducta ética que debe presidir el ejercicio de todos los derechos subjetivos. Dicho
de otra manera, la buena fe representa un modelo de conducta considerado socialmente honesto
y adecuado de acuerdo con las convicciones éticas imperantes en una determinada comunidad o
grupo social. De esta manera, el ejercicio del derecho subjetivo será contrario a la buena fe cuando
se aparta o contraría dicho estándar de conducta. En tal caso, su ejercicio se estimará desleal por
estar en contracción con los imperativos éticos dominantes.
Desde el punto de vista jurídico, la buena fe se configura como un principio general del
Derecho que informa todo el ordenamiento jurídico, así como la actividad no solo de los
particulares sino también de la Administración y de los agentes públicos, y se recoge como regla
de derecho positivo en el art. 7.1 CC.
3.8.2.3.1. La prescripción
La prescripción es una institución jurídica en la que se manifiesta un determinado efecto
jurídico por el transcurso de un período de tiempo dado. Hemos de destacar que en el Derecho se
reconocen dos tipos de prescripciones: una adquisitiva y otra propiamente extintiva. En ambas es
determinante el transcurso del tiempo, pero una y otra tienen unos efectos claramente diversos.
Así, la prescripción adquisitiva supone que el paso del periodo de tiempo contemplado en la ley,
unido a la posesión de una cosa o derecho ajeno, trae consigo la consolidación de esa situación
de hecho (posesión en concepto de dueño) y su transformación en una situación de derecho (la
conversión del poseedor en auténtico propietario de aquello que poseía sin pertenecerle). Se
conoce también con el nombre de usucapión, y se da principalmente en el ámbito de los derechos
reales. Por ejemplo, una persona posee como dueño -sin serlo- una vivienda durante un número
concreto de años (dependerá de si conoce o no que no es el verdadero titular de la propiedad). Al
cabo de ese tiempo, el ordenamiento pasa a considerarlo el auténtico propietario del inmueble. Se
habrá producido entonces una adquisición de la propiedad por usucapión, o lo que es lo mismo,
habrá tenido lugar la prescripción adquisitiva del derecho de propiedad.
La otra modalidad es la que realmente nos interesa ahora, ya que la prescripción extintiva
se refiere a la desaparición o eliminación del mundo jurídico de un derecho a causa de la falta de
ejercicio por su titular. Constituye un verdadero límite (temporal) al ejercicio de los derechos
subjetivos. Podemos poner el ejemplo siguiente: una persona tiene derecho al cobro de una deuda
por un préstamo de dinero que hizo a otra. Una vez llegada la fecha de pago, el deudor no abona
la cantidad adeudada. La ley establece que el acreedor podrá exigir el cobro de dicho importe para
lo que le concede acción durante un determinado número de años. Una vez transcurrido ese plazo
sin reclamar el pago debido, ya no podrá exigirlo y, tanto su derecho al cobro como la obligación
del deudor al pago, habrán desaparecido. Se habrá producido la extinción del derecho por inacción
o falta de ejercicio.
Los requisitos básicos para que la prescripción extintiva tenga lugar son los siguientes:
3.8.2.3.2. La caducidad
Se trata de otro límite temporal al ejercicio de los derechos, similar a la prescripción pero
no idéntica. Se trata de casos en los que el ordenamiento jurídico fija de antemano un plazo para
el ejercicio del derecho, sin admitir que puedan ser suspendidos o interrumpidos. De forma que,
transcurrido el tiempo fijado en la ley, el derecho ya no podrá ser ejercitado por haber caducado.
Es lo que suele suceder con los plazos administrativos o procesales, que no admiten interrupción
o suspensión, debiendo presentarse la documentación o las solicitudes en los improrrogables
plazos que establece la legislación o, en caso contrario, se considerará precluido el trámite y
decaído en su derecho.
Así pues, estamos en presencia también de un supuesto de extinción del derecho por falta
de ejercicio en el término legalmente establecido. A diferencia de la prescripción, la caducidad,
además de no admitir interrupción, opera automáticamente, es decir, no necesita su alegación por
la parte para que sea estimada, pudiendo el Juez, en su caso, declararla de oficio, aunque no haya
sido alegada por el interesado. Son muy comunes en el ámbito del Derecho público, pero también
en el Derecho privado podemos comprobar su existencia. Así, son plazos de caducidad: