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CASH

14 de enero de 2018

Producción, consumo y dinero. Ahorro e inversión especulativa. El Estado y el “emprendimiento”


individual

El fetiche neoliberal - https://www.pagina12.com.ar/89009-el-fetiche-neoliberal

La batalla por los significados implica necesariamente desmitificar la realidad para construir
conocimiento que permita la organización para la acción colectiva que enfrente la utopía
neoliberal.

Por Pablo Sisti y Carlos Andùjar

Un fetiche es un objeto al que se le atribuyen propiedades que no le son propias. Se lo muestra


como un Dios al que hay que rendirle culto. En sentido similar suele hablarse de que la realidad, o
una parte de ella, se mistifica, se naturaliza. Con la fuerza de los fenómenos naturales, los fetiches
encantan y ante el encanto, invitan a la contemplación, a la aceptación e incluso a la fascinación.

Hace 150 años Karl Marx escribía en el primer tomo su obra más célebre, El Capital que, en la
sociedad capitalista, los productos del trabajo humano (las mercancías) presentan la curiosa y
misteriosa propiedad de dominar a sus propios creadores. Sólo se puede acceder al consumo si
primero logramos cambiar algo por el representante general de la riqueza, que aparece portado
en un objeto material inanimado: el dinero. Parece entonces (y efectivamente así lo vivimos a
diario) que las cosas tuvieran la propiedad sobrenatural y mágica de cambiarse por dinero y el
dinero, el poder sobrenatural de cambiarse por lo que sea: todo se rinde ante el dinero. Pero
como el propio Marx se ocupó muy bien de demostrar, tal propiedad “sobrenatural” o “mágica”
del dinero y de la mercancía brota de una relación social de producción históricamente
determinada. En eso reside todo el misterio del fetichismo. No hay ningún poder sobrenatural en
la mercancía o en el dinero. Son tan sólo partes que permiten establecer la unidad de la
producción y el consumo sociales (el todo) cuando entre ambos media el mercado. Pero el
fetichismo nos lleva a tomar la parte por el todo o peor aún, como si fuera un todo en sí mismo:
aparece así, como una propiedad “propia” del dinero el convertirse en mercancía (y a la inversa) y
no de una relación social.

Existe una forma más desarrollada del fetichismo (y más fascinadora aún), también expuesta por
Marx, y que hoy en Argentina tiene una presencia muy notoria: el capital prestado a interés. Sin
mediación alguna (sea productiva o siquiera comercial) el dinero parece tener la propiedad mágica
de valorizarse, es decir, de generar más dinero. La elevada tasa de interés que tiene hoy la
economía argentina (cercana al 28 por ciento anual), la eliminación de todo tipo de control de

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cambios (el denominado “cepo al dólar”) y la liberalización del flujo de capitales, dan la posibilidad
de adelantar un capital y obtener un ingreso rápido, sin riesgo, convertirlo a dólares y fugarlo. El
fetiche de la especulación financiera, denominado por Marx como “capital ficticio”, aparece como
una de las expresiones más características de la actual política económica macrista.

Preguntas

El neoliberalismo construye un imaginario en el que, por ejemplo, invertir en una Lebac (u otro
activo financiero) es percibido, sentido (y vivido) sólo como la opción individual de un ahorrista sin
otra consecuencia que las que asume ese inversor individual. Desde los tiempos en que Marx
escribía, los fetiches han sabido alimentarse de discursos y prácticas hegemónicas y, en la
actualidad, un mundo de posverdades sigue haciéndolo. Previo a las festividades navideñas podía
leerse en el portal de TN “Pesos o dólares. Tres opciones para invertir el aguinaldo”.

Pensar críticamente la realidad implica más que dar respuestas hacerse preguntas, precisamente
hacerse las preguntas que el fetiche invisibiliza a través de un mundo plagado de evidencias y
aparentes obviedades.

¿Quiénes cobran aguinaldo? ¿Quiénes aun cobrándolo, piensan y pueden invertir en Lebac? ¿Qué
es lo que se esconde detrás de la posibilidad de convertir un ahorro (o el aguinaldo por caso) en
más dinero “gracias” al capital prestado a interés? En la Argentina neoliberal hay más de tres
millones y medio de personas desocupadas o subocupadas, un tercio de las ocupadas no se
encuentran registradas, más de tres millones de jubilados cobra el haber mínimo y un millón y
medio son beneficiarios de pensiones no contributivas recibiendo el 70 por ciento del haber
mínimo. Difícil que puedan ni siquiera imaginar, en caso de percibirlo, en invertir el aguinaldo.

Especulación

Asimismo, como se mencionó, la existencia de dicha alternativa de inversión no es gratis. Más allá
de pagar una cifra superior a 200.000 millones de pesos al año de intereses, el ciclo especulativo
implica como contrapartida un ingreso constante de dólares que se explica por la entrada
generada por las mercancías agrarias (portadoras de renta de la tierra) y principalmente, por
endeudamiento externo. Cabe aclarar que los capitales destinados a la especulación lejos de ser
neutrales son precisamente los mismos que no tienen la industria, la ciencia y la tecnología para
potenciar procesos de desarrollo, incluir a más personas, disminuir la desocupación y la pobreza.
Concomitantemente el ciclo especulación-fuga- endeudamiento conlleva el pago de intereses y

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capital que impactan negativamente en el presupuesto público absorbiendo recursos que
necesariamente se restan a otros destinos (ejemplo, Educación, Salud, Ciencia)

Una Letra del Banco Central (Lebac) que paga el 28 por ciento no es sólo un instrumento
financiero es, en ese mismo acto, parte integrante y partícipe necesaria, de toda la red de
especulación descripta.

Ese es el todo invisibilizado y que permite esa apropiación de riqueza social para unos pocos y la
reafirmación del fetiche. Es, desde ese “todo” situado e histórico, que debemos leer su significado.

Individualismo

En el mundo de los fetiches neoliberales los hechos sociales parecen significar por sí mismos, no
tienen contexto ni historia. Una marcha es sólo el derecho de la “gente” a expresarse, el despojo
de los ingresos futuros de las y los jubilados es presentado y leído por la comunidad como una
adecuación técnica de la fórmula de actualización de los haberes.

Historias fantásticas de emprendedores son comentadas y exhibidas con una leyenda invisible
pero que se siente y penetra de igual modo en cabezas y corazones: “si ellos y ellas pudieron, vos
también podés, sólo tenés que proponértelo”. El fetiche neoliberal inhibe toda posibilidad de
pensar (por la sencilla razón de que no aparece la pregunta) la responsabilidad de un Estado que,
con la implementación de determinadas políticas públicas, destruye miles de puestos de trabajo y
mucho menos la de un sistema capitalista incapaz de generar y promover la vida digna para todas
y todos. Y, además, presenta la generación de riqueza y la posibilidad de salir de la pobreza como
si brotara mágicamente de un “emprendimiento” individual y no como resultado del trabajo social
y colectivo. El círculo se cierra cuando ese desocupado se convence de que el problema es él (o
ella), deja de buscar trabajo, confirmando los estigmas que la sociedad ya había depositado sobre
su cuerpo.

Las y los trabajadores de la cultura (investigadores, docentes, artistas, comunicadores, entre otros)
debemos conocer que dar la batalla por los significados implica necesariamente desmitificar la
realidad para construir conocimiento que permita la organización para la acción colectiva que
enfrente la utopía neoliberal (y ponga al desnudo todos sus fetiches) en defensa del salario, los
ingresos y las condiciones de vida del conjunto de la clase trabajadora.

*Docente UNGS-ICI-IDH y capacitador en Economía del CIIE. pablomsisti@gmail.com

** Docente UNLZ FCS. CEMU. fliaandujar@gmail.com

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06 de enero de 2019

La red neoliberal - https://www.pagina12.com.ar/166515-la-red-neoliberal

Lejos de los sueños de una red de iguales donde ni Estado ni empresas podrían someter a las
mayorías, Internet comenzó su adaptación hacia un mundo neoliberal perfecto. Se desarrolla con
la captura de trabajo no remunerado, flexibilización laboral y control monopólico de nichos del
mercado con promesa de ganancias rápidas y muy por encima de las inversiones. Existen pocos
grandes ganadores en esta suerte de utopía neoliberal desregulada.

Por Esteban Magnani

Durante los 90, cuando internet llegó al gran público no pocos vieron en ella la solución a casi
todos los problemas sociales. Gracias a su arquitectura descentralizada nadie estaría en
condiciones de concentrar poder: internet facilitaría una gigantesca e igualitaria asamblea global.
El investigador Evgeny Morozov resume la posición de estos “internet-centristas” en tres frases: la
descentralización derrota a la centralización, las redes son mejores que las jerarquías y las
audiencias superan a los expertos.

Estos tres principios parecieron funcionar por un tiempo, sobre todo en los comienzos de la web,
cuando miles de actores explotaron la apertura para experimentar y sumarse a la red de redes. Sin
embargo, a fines del siglo XX, al igual que con otros medios de comunicación masiva, el mundo de
los negocios buscó formas de hacer dinero en esa suerte de ágora hiperdemocrática de la manera
que suele hacerlo: concentrando poder tecnológico, económico y político. Así fue cómo, lejos de
los sueños de una red de iguales donde ni Estado ni empresas podrían someter a las mayorías,
internet comenzó su adaptación hacia un mundo neoliberal perfecto de captura de trabajo no
remunerado, flexibilización laboral, control monopólico de nichos del mercado con promesa de
ganancias rápidas y muy por encima de las inversiones. La arquitectura del sistema no alcanzaría
para detener este proceso.

Capitalismo de plataformas

Internet es permanentemente escrutada para dar con un análisis acabado de su inmensidad. La


oferta es variada, pero en los últimos años el tono general ha derivado desde una mirada
tecnoutópica hacia otra más apocalítptica que intenta responder la ya una pregunta aplicable a
tantas cosas: “¿cuándo se estropeó Internet?”. En su indagación incluso periodistas e
investigadores del Primer Mundo se atreven a mencionar que la raíz del problema puede ubicarse
no tanto en cuestiones técnicas o en una humanidad hedonista, si no en la dinámica del

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capitalismo, una palabra que a veces parecen pronunciar incómodos, como si se estuviera
cuestionando la ley de gravitación universal.

Es allí donde se para el canadiense Nick Srnicek en su libro Capitalismo de plataformas, traducido y
publicado en 2018 en Argentina por Caja Negra. En lugar de entregarse a complejos análisis sobre
las múltiples facetas de Internet, el autor toma distancia de su objeto de estudio para ubicar a las
grandes plataformas en el horizonte neoliberal y sus crisis de sobreacumulación. En esos
momentos se visualizan más claros las contradicciones y los hilos del sistema, como ocurrió
durante el “boom de las puntocom” como se llamó la repentina caída en la bolsa de las empresas
tecnológicas a partir del año 2000. Según Srnicek, en los 90’, en un contexto de crisis industrial y
poco crecimiento de la economía general, el sector más dinámico y atractivo eran las
telecomunicaciones. Hacia allí corrieron los capitales de riesgo en busca de ganancias como en una
suerte de conquista del oeste pero del ciberespacio. Estaba todo por hacer y se debía correr para
alambrar una parcela: entre 1997 y 2000 las acciones de las empresas tecnológicas crecieron cerca
de 300 por ciento.

El resultado fue una burbuja sobredimensionada para lo incierto del negocio en ciernes. Cuando
algunos se retiraron con la sospecha de que no recuperarían su inversión contagiaron a otros
actores iniciando una corrida que quebró miles de empresas y desvaneció miles de millones de
dólares en menos de tres años. Paradójicamente, como suele ocurrir en las crisis, los
sobrevivientes se quedaron con el campo libre y la experiencia de los fracasos ajenos para hacer
un negocio más acorde con lo real.

El otro gran legado que dejó la crisis fue una infraestructura ya instalada y ociosa que permitía
transmitir, almacenar y procesar datos como nunca antes. Los Facebook, Google o Amazon
comprendieron que debían encontrar un modelo de negocios sustentable.

Las primeras respuestas vinieron de la publicidad, la venta de productos y otros modelos


existentes, ahora recargados digitalmente. Es que pronto encontraron una gran ventaja respecto
de sus competidores analógicos: como efecto colateral de su trabajo acumulaban datos para
mejorar sus servicios y expandir esa recolección a territorios inimaginados.

Tras la crisis de 2008 se produce un proceso similar al de los ‘90: en un contexto de escaso
crecimiento y tasas de interés bajas, los capitales acumulados, para encontrar “réditos más
elevados han tenido que dirigirse a hacia activos más riesgosos invirtiendo, por ejemplo, en

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compañías tecnológicas no rentables y que todavía no han sido puestas a prueba”, sintetiza el
autor de Capitalismo de plataformas. Esto explica que empresas que trabajan a pérdida valgan
miles de millones de dólares. “El boom de los noventa se parece a gran parte de la fascinación
actual por la economía del compartir, la Internet de las cosas y demás negocios habilitados por la
tecnología”.

La novedad austera

Srnicek analiza un tipo novedoso de plataformas a las que llama “austeras” porque tercerizan
hasta el corazón de sus negocios, y que se ubican como intermediarias entre negocios ya
existentes y sus clientes. El ejemplo paradigmático es Uber, que piensa lanzarse a la bolsa este año
con una tasación total de 120.000 millones de dólares.

¿Cómo es posible ese valor de mercado para una empresa que casi no tiene infraestructura propia
ni da ganancias? Es que el capital financiero ha vuelto a la política (riesgosa) de “crecimiento
primero, ganancias después”.

El resultado pueden ser guerras comerciales titánicas financiadas por miles de millones de dólares,
capaces de trabajar a pérdida durante largo tiempo. Travis Kalanick, el anterior CEO de Uber,
contó en una entrevista en 2016 que perdían cerca de 1000 millones de dólares por año para
competir con otra empresa no rentable en China. Las esquirlas de esa batalla entre colosos
seguramente desangra también a los pequeños y medianos jugadores con menos recursos para
resistir.

El objetivo es picar en punta y crecer lo más rápido posible. En el caso de Uber, por ejemplo, como
terceriza hasta la parte esencial de su negocio (el transporte), puede escalar alquilando servidores
a terceros. Allí se acumulan datos que permiten avanzar hasta alcanzar el ansiado control del
mercado de transporte.

Srnicek encuentra una tendencia natural al monopolio en este tipo de compañías, debido a que las
personas van a las plataformas donde están los amigos, donde haya más choferes, más
habitaciones libres, más cadetes. Además los datos acumulados hacen muy difícil el surgimiento
de eventuales competidores que carecen de ellos.

Por otro lado las empresas tecnológicas más consolidadas guardan buena parte de sus ganancias
en el exterior. En casos como el de Apple, Microsoft, Cisco y Oracle, en 2016 las reservas en el
extranjero superaban el 90 por ciento del total; en el de Google llegaban a casi el 60 por ciento.
Esta proporción es consecuencia de estrategias de evasión que los lleva a localizarse en paraísos
fiscales. El dinero queda así disponible para comprar a cualquier potencial competidor o

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desarrollar un producto que compita directamente con éste. Aquellas empresas que ya tienen un
modelo de negocios rentable pueden proteger su negocio central y subsidiar a aquellas ramas que
aún necesitan tiempo para madurar y demostrar su verdadero potencial.

Si bien estas plataformas representan una parte menor de la economía se exhiben como modelo
deseable y los que quieren sobrevivir a la digitalización de la producción intentan imitarlos
aumentando aún más la demanda de servicios en la nube que ofrecen los grandes jugadores.

¿Qué hay de nuevo, viejo?

En un contexto de aumento de la desocupación, la promesa de generar nuevos trabajos hace que


se reduzcan los controles del Estado. Las empresas austeras para reducir costos llaman
“microemprendedores” a sus empleados y reduce al mínimo el costo laboral. Ejemplos
paradigmáticos en el mundo son, una vez más, Uber o Airbnb, y en el ámbito local los recién
llegados como Glovo o Rappi. Aunque desde una posición de debilidad muchos de estos
trabajadores se organizan alrededor del mundo para reclamar condiciones de contratación más
justas mientras del otro lado se pagan costosos abogados y lobistas.

De alguna manera, parte del boom tecnológico global se sustenta en la vieja y conocida
sobreexplotación del trabajo. Srnicek cita a The Economist, una revista internacional insospechada
de “izquierdismos” que admitía ya en 2008: “Si el porcentaje de ganancia bruta interna pagado en
salarios subiera a los niveles promedio de los noventa, el rendimiento de las compañías
estadounidenses caería un quinto”. Más que creadoras de crecimientos, estas empresas parecen
ser concentradoras de los recursos existentes.

Lógicas parasitarias

Entre las plataformas más exitosas en términos económicos reales (no potenciales), se destacan
las “plataformas de publicidad”, como las llama Srnicek: es de allí de dónde Facebook y Google
obtienen más del 90 por ciento de sus ganancias. Las plataformas publicitarias en particular tienen
dos grandes ventajas: los contenidos que generan la atención que permite exhibir la publicidad
están “subsidiados” por la gentileza de sus (supuestos) usuarios; la otra es que cuentan con los
datos necesarios para exhibirla solo a aquellos que sus algoritmos dicen que pueden estar
interesados.

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Paradójicamente, sostiene Srnicek, el mercado publicitario está atado al gasto económico total: si
a las empresas no les va bien, no pueden invertir en publicidad, por lo que en el largo plazo este
mercado también se ve condicionado por la falta de crecimiento global. Así es que estas
plataformas invierten en abaratar aún más el “costo” de la publicidad para competir, lo que, a su
vez, impacta en medios tradicionales sustentados por la publicidad.

Las redacciones se vacían, los canales pierden audiencia al igual que las radios por cambios en las
formas de consumo, pero también porque estos medios no cuentan con el dinero necesario para
adaptarse (un efecto colateral es la reducción en la diversidad de voces y el consiguiente impacto
que esto tiene en la democracia). Así el precio de la publicidad se devalúa constantemente. Srnicek
se pregunta retórico: “Hay que preguntarse si financiar una carrera armamentística en el área de
la publicidad es la mejor maneja de invertir la riqueza de la sociedad”.

Lejos de la utopía anarco tecnológica, Internet se ha transformado en una suerte de utopía


neoliberal desregulada y con pocos grandes ganadores que, paradójicamente, deben encontrar
nuevos nichos para ubicar el excedente generado. Como dice Snricek, “en lugar de un boom
financiero o inmobiliario, el capital excedente hoy en día parece estar armando un boom
tecnológico”.

La utopía tecnológica se parece cada vez más a la distopía de la economía neoliberal que suele
explotar sus burbujas con regularidad.

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09 de julio de 2017

El trabajador neoliberal - https://www.pagina12.com.ar/48933-el-trabajador-neoliberal

Por Claudio Scaletta

Tras el triunfo de la coalición Cambiemos surgieron dos preguntas que se volvieron típicas al
interior del debate político progresista, por llamarlo de alguna manera. La primera es cómo pudo
ser que amplios sectores del empresariado vinculados al mercado interno apoyaran programas
económicos que redundarían en contracción de la actividad. La segunda, más inquietante, es cómo
pudo ser que una porción extendida de los trabajadores apoyara programas que aumentan la
desigualdad social.

La primera pregunta es la más fácil de responder porque da cuenta de un fenómeno más antiguo.
Las herramientas teóricas para la respuesta están todas incluidas en el texto de Michal Kalecki de
1943 “Aspectos políticos del pleno empleo”. La segunda, en cambio, remite a transformaciones
estructurales más recientes. Desde las ciencias sociales se ensayaron algunas ideas en torno al
concepto del “trabajador meritocrático”. Al respecto puede consultarse el editorial de José
Natanson en Le Monde Diplomatique N°217, “Cuando la desigualdad es una elección popular” o el
artículo “El moyanismo social”, de Martín Rodríguez, en el N°216 de la misma publicación. Sin
embargo, restaba un enfoque desde la economía política, trabajo que realizaron los economistas
Eduardo Crespo y Javier Ghibaudi en “El proceso neoliberal de larga duración y los gobiernos
progresistas en América Latina”, publicado esta semana en el documento de trabajo de Flacso “El
neoliberalismo tardío”. El aporte diferencial de la economía política es que brinda el sustrato
material para entender el cambio en el comportamiento de clase que se pretende explicar. En
concreto, para el caso en cuestión, explica la “heterogeneización” de estas clases como resultado
de las transformaciones del capitalismo en las últimas décadas, entre las que destacan la
tercerización y el offshoring. Lo que sigue es una muy acotada síntesis sobre Crespo y Ghibaudi.

Cuando en 1848 K. Marx escribía en el Manifiesto que la burguesía produciría sus propios
sepultureros se adelantaba a la existencia de una forma de organización del capital, la concentrada
y centralizada. Por eso creía que la única clase realmente revolucionaria era la que ese capital
generaba, el proletariado, que entraba en contacto entre sí en el ámbito laboral. Por el contario,
consideraba que el resto de las clases desaparecerían con el desarrollo de la gran industria. Esta
predicción, asumida también por las ciencias sociales, se volvió preponderante en el capitalismo
global al menos hasta muy avanzada la segunda posguerra; con grandes firmas concentradas y
centralizadas y sindicatos potentes.

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Sin embargo, a partir de los años ‘60 las economías capitalistas centrales comenzaron a
organizarse en sentido opuesto. Las grandes empresas tendieron a fragmentarse a través de
procesos de tercerización: “Numerosas actividades antes encuadradas en la administración de una
misma compañía, como transporte de mercaderías, seguridad de establecimientos, contabilidad,
marketing, publicidad, asesoría jurídica, sistemas de software, limpieza, investigación y desarrollo
y un sinnúmero de partes y componentes, en la actualidad, son suministradas por sociedades y
contratistas, multiplicando el número de firmas y ‘emprendedores’ formalmente autónomos. El
sistema sigue operando en base a grandes escalas pero con mayor flexibilidad, capacidad de
adaptación y fundamentalmente menores costos y riesgos”.

Otra consecuencia fundamental que acompañó a la desintegración vertical fue la re-


territorialización parcial de las actividades productivas, el offshoring que dio lugar a la formación
de cadenas globales de valor, donde la totalidad o la mayor parte de un determinado proceso
productivo ya no se encuentra bajo jurisdicción de un territorio nacional o controlado
directamente por una única compañía, un desafío para las políticas industriales nacionales.

Uno de los efectos del offshoring fue la concentración del ingreso. Luego de reducirse
aceleradamente hasta los ‘70, la desigualdad regresó en el presente a los niveles anteriores a la
Segunda Guerra Mundial. “Las grandes compañías se deshicieron de las actividades más simples
para concentrarse en las operaciones más sofisticadas, con mayores barreras a la entrada y
consecuentemente con mayores ingresos”. Sólo en casos contados la deslocalización productiva se
tradujo en una difusión internacional más igualitaria de capacidades e ingresos, su resultado fue
mayormente la tercerización hacia otros territorios de actividades de maquila a cambio de salarios
y condiciones laborales miserables.

El efecto de este conjunto de transformaciones en la estructura productiva fue la segmentación


del mundo del trabajo. Los trabajadores dejaron de estar sujetos a un comando jerárquico, y se
transformaron, por ejemplo, en pequeños empresarios independientes, o en vendedores de
servicios a empresas también independientes. Esta creciente separación formal de los
trabajadores “tiende a romper los viejos lazos de solidaridad de clase. El nuevo trabajador suele
operar en grupos pequeños o incluso aisladamente”. Los cambios en el entorno alteraron su visión
del mundo. El progreso dejó de ser social para convertirse en individual. El Estado, mayormente
percibido como corrupto, pasó a ser quien lo obliga a pagar impuestos a cambio de servicios
públicos deteriorados. Las huelgas y movilizaciones se transformaron en interferencias de tránsito.

A este trabajador le parece lógico que su éxito o fracaso sea individual. Su credo son las virtudes
del “emprendedorismo” y el mito del empresario self-made man. “La sociedad para este nuevo

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sujeto se resume en su familia y allegados próximos. Es el individuo solitario que se identifica a sí
mismo como ‘clase media’ y se siente ajeno a cualquier actor de naturaleza colectiva. La utopía
liberal consumada en cada trabajador. Este nuevo sujeto es neoliberal incluso antes de interpretar
la política o enfrentarse al mensaje de los medios masivos de comunicación. En la práctica, cree no
deberle nada al Estado ni a nadie. Imagina que su sustento solo emana de su esfuerzo personal. La
acción colectiva se le antoja arbitraria y sujeta a reglas donde imperan la inoperancia y el ocio. La
asistencia social le parece injusta. Si él se esfuerza para obtener lo suyo, lo mismo debería
esperarse de los otros. Su ideología refleja su rutina cotidiana”.

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DIÁLOGOS

03 de junio de 2019

Christophe Dejours, especialista en medicina del trabajo, psiquiatría y psicosomática

“Sin posibilidades de sublimar a través del trabajo, es muy difícil conservar la salud mental”
https://www.pagina12.com.ar/197853-sin-posibilidades-de-sublimar-a-traves-del-trabajo-es-muy-
di

Es psicoanalista, pero plantea algo no muy tenido en cuenta desde el psicoanálisis: el trabajo como
base de la identidad, fuente fundamental de sentido para la vida y mediador para la
autorrealización en lo social.

Por Verónica Engler

El histórico teatro IFT de la ciudad de Buenos Aires se llenó. No había un recital ni una obra de
teatro sino la conferencia “Trabajo, precarización y subjetividad”, brindada por el prestigioso
psicoanalista francés Christophe Dejours, que llegó al país invitado por la Asociación Gremial
Docente de la Universidad de Buenos Aires (AGD-UBA) y la editorial Topía. El público variopinto
que acudió a escucharlo estaba compuesto por personajes del ambiente psi (profesionales,
profesores, intelectuales, estudiantes), pero también por integrantes de sindicatos varios
interesados en las ideas de Dejours sobre el trabajo y su relación tanto con la salud como con la
enfermedad.

Considerado el padre de la Psicodinámica del Trabajo, este especialista plantea algo no muy tenido
en cuenta desde el psicoanálisis: que el trabajo es la base de la identidad, una fuente fundamental
de sentido para la vida y un mediador irreemplazable para la autorrealización en lo social. “El
capitalismo actual viene intentando imponer sentidos para naturalizar su degradación, con el fin
de abaratar costos y aumentar ganancias”, advierte en conversación con PáginaI12. “De la forma
en que nos apropiemos del trabajo y de lo producido, de las estrategias de defensa colectiva
construidas por trabajadoras y trabajadores, dependerá que el trabajo pueda o no constituirse en
un medio de experimentación de la solidaridad y como antídoto a la alienación que impone el
neoliberalismo”.

–Para la concepción clásica del psicoanálisis la explicación de las conductas humanas se plantea a
partir de la centralidad de la sexualidad. Pero desde su perspectiva el trabajo también ocupa un
lugar central tanto como fuente de sufrimiento como de placer. ¿De qué manera el trabajo deja de
tener un lugar marginal en la constitución de la subjetividad?

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–Siendo esquemático se puede decir que hay dos ejes en la realización de uno mismo. La
realización personal en el campo erótico pasa por el amor, que es el campo habitual del
psicoanálisis. El segundo campo es la realización de uno en el campo social, eso pasa por el
trabajo. En estos dos campos delimitan dos tipos de destino para la pulsión: uno sexual y el otro
sublimatorio. Cuando uno se refiere a la concepción freudiana, la sublimación fue considerada
como exclusiva de seres excepcionales, los grandes hombres, Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci.
Pero la clínica del trabajo muestra que la cuestión de la sublimación se encuentra presente en
todos los que trabajan. En cada oficio la cuestión de la sublimación está presente. La clínica
muestra que cuando se puede aprovechar o tener la suerte de contar con una buena organización
del trabajo, que permite su desarrollo, la sublimación se beneficia, funciona. Esa es la forma
principal de la transformación del sufrimiento en el trabajo en el placer en el trabajo. Pero no es
solamente generador de placer, la victoria sobre el sufrimiento es una victoria desde el punto de
vista de la salud. Cuando uno está forzado a trabajar mal, porque las condiciones son malas,
porque está la presión de la productividad cuantitativa contra la cualitativa, las condiciones de
sublimación se rompen, y mucha gente se enferma. Donde no hay posibilidades de sublimar a
través del trabajo, se torna muy difícil conservar la salud mental, y muchas veces hay que
desarrollar estrategias muy complicadas para protegerse contra los ambientes deletéreos en el
trabajo.

–¿Qué sucede cuando no se tiene la posibilidad de trabajar, cuando se está desempleado/a?

–Cuando uno es privado de la posibilidad de trabajo uno pierde la posibilidad o el derecho de traer
su contribución a través del trabajo a la construcción de la sociedad, y consecuentemente si uno
pierde esa posibilidad, no se puede más tampoco beneficiar de la retribución, y generalmente la
retribución en el sentido común es el salario. Pero en la clínica del trabajo, como yo la entiendo,
uno se da cuenta de que hay otra forma de retribución, que pasa por la sublimación. Si no
podemos hacer un aporte de una contribución a la sociedad o a la empresa o a los colegas, o
eventualmente a los subordinados, perdemos el derecho de beneficiarnos con el reconocimiento,
que es una forma de retribución extremadamente importante desde el punto de vista psíquico y
que desde el punto de vista de la salud es más importante que la retribución material a través del
salario. Cuando uno no puede aportar una contribución a través del trabajo, se pierde el beneficio
posible de esa retribución simbólica a través del reconocimiento, y en esta cuestión el porvenir
desde el punto de vista de la salud mental se vuelve mucho más precario. La gente que está
desempleada de manera crónica tiene una incidencia de perturbaciones psíquicas mucho más
elevadas que aquellos que están empleados, que están trabajando. Creo que es igual en todas
partes del mundo, no es algo nuevo.

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–¿Qué patologías y qué posibilidades de encontrar placer en el trabajo encuentra en las
condiciones actuales del neoliberalismo?

–Pequeño problema (se ríe)... El trabajo puede ser generador de lo peor, por eso hoy en día llega a
provoca suicidios en los lugares de trabajo; pero también puede generar lo mejor, de manera tal
que gracias al trabajo la salud metal mejora. Y el problema, entonces, consiste en comprender por
qué, por un lado, pasamos a la desolación, la desesperanza, y por qué en algunos casos se vuelve
felicidad. Y hay una razón que es muy precisa, que es el rol decisivo en la organización del trabajo.
Hay algunas organizaciones del trabajo que son particularmente deletéreas para la salud mental y
vemos cómo progresivamente cada vez hay más patologías mentales del trabajo, sobre todo
desde el comienzo del siglo XXI, con el surgimiento de nuevas patologías que antes no existían. En
la organización del trabajo hay un cambio mayor que corresponde a lo que llamamos el “giro de la
gestión”, que es la manera en la cual dentro del mundo del trabajo se concreta el arribo masivo
del neoliberalismo. Se introducen nuevos métodos, nuevos dispositivos, que cambian
completamente la organización del trabajo: la evaluación personal de los desempeños; la noción
de calidad total; la normalización o estandarización del trabajo, el tema de las normas como las
ISO; la precarización; y también la manipulación comunicativa producida por las mismas empresas.
Esta manipulación es muy importante, no solamente respecto de lo externo, de la empresa para
afuera, haciendo publicidad, por ejemplo mostrando los resultados de la empresa en la bolsa; sino
que también es una comunicación que está destinada al interior, porque se vuelve un sistema de
prescripciones, al cual los mismos trabajadores asalariados deben estar muy atentos, para poder
utilizar las buenas formas del lenguaje, las maneras en las que hay que implicarse en las relaciones
jerárquicas, lo que uno puede o no decir, todo eso está dictado por la comunicación interna.

–Este sistema de presión y control ideológico está vigente tanto en las empresas privadas como en
organismos públicos, ¿verdad?

–Sí, claro. Y estos nuevos métodos tienen unos impactos muy poderosos, muy fuertes, no
solamente sobre la manera de trabajar de manera individual, sino también sobre la manera de
trabajar junto con los demás, sobre todo de los colectivos de trabajo. Ese giro de la gestión, de los
números, se traduce por una voluntad de romper todo lo que sea colectivo, y romper las
cooperaciones, para poder tener únicamente individuos que en la jerga de la gestión llaman “los
individuos responsables”. Y los métodos en cuestión son muy fuertes, muy poderosos, y han
logrado desestructurar esas cooperaciones. Al hacer eso, al desestructurar esa cooperación, se
destruyen cierto tipo de vinculaciones entre las personas, sobre todo las relaciones de
convivencia, que tienen que ver con estar atento a lo que necesita el otro, la ayuda, el saber vivir
juntos y la solidaridad. Todo está destruido por estos nuevos dispositivos. Ahora cada uno está
solo en un mundo que es hostil, y donde cada persona está en competencia con su vecino, y

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también incluso en el modo de la competencia desleal. Y esto se ve tanto en el nivel inferior de la
escala, porque la competencia es extremadamente dura respecto de la cuestión del empleo, pero
también es muy duro en la cima de la jerarquía, donde los cuadros superiores pasan su tiempo
vigilándose unos a otros, por ejemplo. Esta cuestión de lo colectivo y la solidaridad, esta cuestión
de vivir juntos, es una cuestión social y política por supuesto, pero es también una cuestión que
tiene que ver con la salud.

–¿Por qué?

–Porque la mejor manera de prevenir contra riesgos psicosociales, contra las patologías mentales
del trabajo, es justamente esta convivencia, el vivir juntos, la solidaridad. Hay dos grandes fuentes
en la salud en el trabajo, la primera es el vínculo individual con la tarea, que está relacionado con
la sublimación, pero también está el hecho de poder entrar en un vínculo, en una relación de
pertenencia en un equipo, pertenencia a un oficio, una profesión, porque todas estas pertenencias
nos remiten siempre a sistemas de valores. Cada profesión está estructurada por ciertas reglas,
esas reglas de trabajo no son nunca únicamente normas para tratar la cuestión de la eficacia; esas
normas de trabajo organizan también los vínculos y los lazos entre los miembros de un equipo. Al
desestructurar esos colectivos, se les hace perder a los trabajadores todo el beneficio de la ayuda
mutua, que no es solamente en favor de la eficacia, sino que también es una ayuda mutua
respecto del sufrimiento.

–¿Por qué en relación a las patologías en el trabajo usted prefiere no hablar de estrés?

–Porque en la concepción del estrés el trabajo se presenta como un entorno, es decir algo que
está alrededor y que contiene cierto número de prescripciones, reglas, restricciones,
inconvenientes. De esta manera, el trabajo es una cuestión externa que actúa sobre un individuo
considerado como un ser aislado. Pero lo que la clínica del trabajo nos está mostrando es que el
trabajo no está únicamente por fuera del individuo, para que yo pueda hacer un trabajo de calidad
el trabajo tiene que volverse interno, es necesario subjetivar el trabajo, tengo que aceptar
sentirme invadido por el trabajo, mucho más allá del tiempo concreto de trabajo, por fuera del
trabajo también, hasta cuando vuelvo a mi casa por ejemplo. Esto también es parte del trabajo,
son todas las perturbaciones que ocasiona el trabajo, por fuera de él. Entonces, el trabajo está en
el interior, no por fuera, no es un entorno, pero la teoría del estrés considera al trabajo como un
entorno prácticamente material, y considera al individuo como un individuo prácticamente
biológico. La teoría del estrés es una teoría que está destinada no a hacer psicología o, en el mejor
de los casos, es psicología animal, el modelo es comportamental, extremadamente simplista. Para
comprender la sutilidad de los vínculos entre el trabajo y la subjetividad es necesario una

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estructuración conceptual extremadamente sofisticada en al menos tres disciplinas. Primero es
necesario tener una teoría del sujeto que no sea simplista, esto lo hace el psicoanálisis; pero
también es necesaria una teoría del trabajo. Hay disciplinas del trabajo que dan cuenta de la
complejidad del trabajo vivo que no tiene nada que ver con lo que se dice del estrés. También es
necesario un tercer tipo de conocimiento sobre la teoría social y la teoría de la dominación; no
solamente la dominación entre clases, sino también la dominación de género. De acuerdo con la
teoría del estrés los hombres y las mujeres son lo mismo, pero la clínica del trabajo muestra que
para los hombres y las mujeres el trabajo no implica lo mismo, el sufrimiento en el trabajo para
hombres y mujeres no es igual, y las estrategias de defensa que construyen hombres y mujeres
son diferentes.

–Algunos teóricos tan disímiles como André Gorz o Jeremy Rifkin habían previsto una reducción
del tiempo de trabajo social y una expansión del tiempo libre, pero lo que sucedió a partir de los
años 90 es exactamente lo contrario: para quienes tienen trabajo, la jornada laboral se volvió
prácticamente ilimitada.

–Creo que las declaraciones de Jeremy Rifkin son parte de una manipulación de la opinión pública
para inculcar el miedo, pero sus análisis son completamente falsos. Un año después de la
publicación de su libro (El fin del trabajo, 1995), se anunció el pleno empleo en los Estados Unidos.
Pero el trabajo de André Gorz y Dominique Meda, en Francia, es más serio, son dos intelectuales
reconocidos. Rifkin es solo un consultor exitoso que está al servicio de la ideología neoliberal.

–A comienzos de este siglo, el filósofo italiano Franco Berardi postulaba que la sociedad industrial
construía máquinas de represión de la corporeidad y del deseo, mientras que la sociedad
posindustrial funda su dinámica sobre la movilización constante del deseo, por eso la distinción
entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio ha sido progresivamente cancelada. ¿Está de acuerdo
con estas ideas? ¿Cuáles serían las consecuencias de poner a trabajar la libido en pos del capital y
de la identificación total con la empresa?

–No estoy convencido de los planteos que hace Berardi. El problema no está en el deseo más o
menos bien dominado por la sociedad posindustrial. Sobre todo porque la sociedad actual no es
posindustrial, sigue siendo muy industrial. La industria solo se ha trasladado de norte a sur, pero la
masa de trabajadores industriales ha crecido en todo el mundo. El problema radica más bien en el
giro neoliberal de finales del siglo XX. En el mundo del trabajo, este punto de inflexión tomó la
forma de un “giro en la gestión”, con nuevos métodos y organización del trabajo. Estos métodos,
extremadamente efectivos resultan en un mayor poder de dominación. Lo que me interesa
investigar es un control poderoso de los pensamientos y comportamientos de los individuos, que

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no pueden construir fuerzas significativas para luchar contra estas nuevas formas de dominación.
El resultado es que los trabajadores se ven obligados a trabajar cada vez más duro y más tiempo.
Desde el punto de vista de la salud, esto se traduce en una explosión de patologías: burnout,
Karoshi (muerte súbita por accidente vascular), Karôjisatsu (suicidio por exceso de trabajo) y abuso
de sustancias psicoactivas, entre otros. Creo que el dramático deterioro de la salud mental en el
trabajo no aboga por la movilización del deseo o la libido, más bien significa la agravación de la
servidumbre, el aumento del sufrimiento, el desbordamiento de estrategias individuales y
colectivas de defensa contra el sufrimiento en el trabajo y la incapacidad para defenderse contra
los efectos nocivos de las nuevas formas de gestión.

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