Vídeo de la charla:
https://www.youtube.com/watch?v=h_6Cjtad-dI
“Los obreros ponen en manos de sus enemigos armas para conservar la organización
existente de la sociedad que les oprime”
Carlos Marx
Según relata el filósofo libertario Agustín García Calvo, en una de las interminables
asambleas del 15-m, en las que con 85 años participó activamente, se planteó la
siguiente cuestión: “A ver, imaginemos: ¿es posible, se puede vivir sin dinero?”. A lo
cual, uno que andaba por allí, se adelantó a preguntar con un tris de sorna: ¿No sería
mejor que nos preguntáramos antes si se puede vivir con dinero? García Calvo matiza
que el interviniente se refería a otro significado de la palabra vida.
Sorprendentemente, aunque estamos sin duda ante el elemento material más importante
de la vida social, este tipo de debates sobre las implicaciones de nuestra absoluta
dependencia del ‘vínculo de todos los vínculos’ como lo llamaba Marx, brillan por su
ausencia. Como dice, muy poéticamente, el propio Marx: “El dinero, en cuanto posee la
propiedad de comprarlo todo, en cuanto posee la propiedad de apropiarse de todos los
objetos es, pues, el objeto por excelencia. El dinero es el alcahuete entre la necesidad y
el objeto, entre la vida y los medios de vida del hombre”. Tratándose de un elemento tan
esencial, ¿no sería de desear un mayor conocimiento por parte de sus forzados usuarios?
La economista Ann Pettifor, autora del texto, ‘La producción de dinero’, constata la
ignorancia generalizada acerca del particular: “Una de las constataciones más
impactantes de la última fase de la evolución del capitalismo es la total incomprensión
de la naturaleza del dinero en nuestras sociedades”. Según una encuesta promovida por
una organización británica en pos del dinero “honesto”, curioso oxímoron, el 77% de
los ciudadanos cree que el dinero que tienen en el banco es legalmente suyo y no del
banco, alrededor del 61% sostiene la idea de que los bancos son simples intermediarios
que canalizan el ahorro hacia la inversión y una proporción similar cree que el dinero lo
crea el Estado o un banco central público –la poderosa metáfora de la impresora de
billetes-. Los resultados anteriores indican que no tenemos ni la más remota idea de
cómo funcionan realmente el dinero y las instituciones financieras que centralizan todo
el circuito de pagos y préstamos del que depende nuestra vida cotidiana. Tengamos en
cuenta que nada menos que el 96% de la población tiene algún producto bancario. La
propia Pettifor avanza una explicación, quizás demasiado pueril, de esta asombrosa
ignorancia de las fuerzas que determinan nuestra realidad cotidiana: “esta
incomprensión del papel del dinero en la vida social se deriva de los esfuerzos
deliberados del sector financiero para oscurecer sus actividades con el objetivo de
mantener su omnipotencia”.
Pero sin duda hay otros culpables de esta formidable confusión generalizada acerca de
todo lo relacionado con el objeto por excelencia. Algo de culpa tendrá también en esta
fenomenal inconsciencia acerca de los efectos de nuestros actos monetarios cotidianos
la doctrina oficial sobre el dinero de la ortodoxia económica, yo la llamo la música
celestial porque su función principal es ocultar la función real del dinero y las
instituciones financieras en el capitalismo senil. Quizás no sea pues mala idea comenzar
haciendo un somero repaso de las mentiras de la música celestial que vomitan
diariamente todos los sedicentes expertos de la ortodoxia económica, omnipresente en
todas las tribunas mediáticas y facultades de economía desde las que se lava el cerebro
de los sufridos estudiantes.
Primera parte
Segunda Falacia: El Estado es como una familia y no puede vivir por encima de sus
posibilidades
Las implicaciones sobre la política económica de esta concepción del dinero como algo
neutro, un simple lubricante de los intercambios son enormes. El antropólogo David
Graeber resume el fundamento real de las políticas neoliberales: “Es esta concepción la
que nos permite continuar hablando sobre el dinero como si fuera un recurso limitado,
como la bauxita o el petróleo, para decir simplemente ‘no hay suficiente dinero’ para
financiar programas sociales y para hablar de la inmoralidad de la deuda gubernamental
o del gasto público”. No hay dinero. No hay suficiente dinero. ¿Cuántas veces habremos
escuchado esta frase en boca de supuestos expertos, políticos y tertulianos? No hay
dinero para pagar pensiones dignas, para gastar en sanidad, educación o prestaciones
sociales. Pero sí lo hay evidentemente para generar montañas de hipotecas y de
productos de la ingeniería financiera, sobre esta extraordinaria paradoja volveré más
adelante. ¿Y por qué no hay dinero para incrementar el gasto público y prestar servicios
sociales? Pues porque el Estado no puede vivir por encima de sus posibilidades, nos
dice la música celestial. Porque si el estado gasta más de lo que ingresa tiene que
endeudarse, subirán los tipos de interés y, además de perjudicar la financiación del resto
de agentes económicos, esos intereses tendrá que sacarlos de algún sitio. ¿Y de dónde
saca el estado despilfarrador el dinero para pagar los intereses de la deuda? Pues sí, lo
han adivinado, de los impuestos, es decir de los bolsillos de los sufridos ciudadanos y
los heroicos emprendedores. El gobierno derrochador que fríe a impuestos a sus
ciudadanos es la ‘bestia negra’ de las legiones de discípulos de Friedman que pululan
por los platós y los hemiciclos. Así que el Estado tiene que apretarse el cinturón.
Exactamente igual que una familia. Al prestigioso economista Don Mariano Rajoy le
gustaba mucho hacer este símil. Ellos, los de la música celestial, lo llaman políticas de
austeridad y consolidación fiscal, que suena muy bien y los burócratas europeos lo
llaman ‘regla de oro’ del gasto y es el primer mandamiento de la política comunitaria
actual.
Así que hay que tener mucho cuidado con la mágica herramienta. Si se imprime
demasiado -para dárselo por ejemplo al gobierno derrochador o a un ayuntamiento
populista-ocurrirá uno de los grandes males que nos empobrecen a todos. Es como las
siete plagas bíblicas o el cuarto jinete del apocalipsis para los apóstoles de la música
celestial. Friedman lo dice muy clarito: “La inflación es una enfermedad, una peligrosa
y a veces fatal enfermedad que, si no es controlada a tiempo, puede destrozar una
sociedad” ¡Cuánto dramatismo verdad! ¿Y, se preguntarán ustedes, por qué la inflación
es el mal más terrible? ¿No parecen mucho peores el paro, la miseria o la brutal
desigualdad que padecemos? La inflación es la coartada perfecta del neoliberalismo
monetarista para imponer sus políticas antisociales. Pero ojo, ¿qué clase de inflación?
Sólo les obsesiona, de hecho es el único mandato del BCE, la inflación de bienes y
servicios, el famoso IPC. Sin embargo, no les preocupa en absoluto la brutal inflación
de rentas causada por los precios desorbitados de la vivienda o los astronómicos pagos
de intereses producto de una deuda colosal que ahoga la actividad económica. El gasto
en vivienda –hipoteca y alquiler- supone más de la mitad del gasto total de una familia
media pero eso a los sesudos expertos de la banca central se la trae al pairo, quizás
porque sus políticas se basan precisamente en provocar la brutal subida de los precios
inmobiliarios para que se forren sus colegas del casino financiero. Esto es lo que
entiende por política económica la música celestial: desmantelar el Estado del bienestar
y facilitar la acumulación de poder en el sector privado capitaneado por la banca.
Quizás les suene: se llama neoliberalismo y lleva en el poder cuarenta años.
Cuarta falacia: Los bancos son únicamente intermediarios financieros que canalizan el
ahorro hacia la inversión y la deuda privada es irrelevante
En este punto aparece un ligero problemilla, una china en el zapato para la música
celestial de la ortodoxia económica. Si el dinero es algo insignificante, un simple
lubricante de los intercambios, ¿qué pasa entonces con los niveles colosales de deuda
privada que existen actualmente? ¿Sólo es mala la pública, generada por el estado
derrochador? ¿No sabemos todos que la colosal deuda hipotecaria y el castillo de naipes
de activos financieros derivados levantado sobre ella han causado la reciente crisis con
todas las terribles consecuencias que aún padecemos? ¿Tiene eso algo que ver con el
dinero y su modo de producción en eso que algunos radicales-que no son economistas
de la música celestial- llamamos aún capitalismo? Quizás ya hayan adivinado la
respuesta. No, en absoluto, la deuda privada no representa ningún problema para la
música celestial, para ellos es como el dinero, algo insignificante, un lubricante del
circuito virtuoso de la economía libre de mercado. Piensen, si no me creen, en lo
siguiente: ¿algún economista serio alertó del enorme peligro de las montañas de deuda
hipotecaria que había en la economía mundial antes del crack de 2007? ¿Y saben por
qué? Verán que explicación más sencilla nos dan: la deuda sólo refleja el flujo de ahorro
canalizado hacia la inversión de los benditos emprendedores. No es dinero nuevo ni se
añade nada a los circuitos económicos que no estuviera antes en ellos, por tanto no
provoca la pesadilla de la inflación ni desequilibrio alguno sobre la economía. ¿Y
adivinan ustedes quién canaliza el sacrosanto ahorro hacia la inversión? Sí, lo han
adivinado: los serviciales bancos. Esa es la función que les asignan los sesudos
manuales de la música celestial: los bancos son sólo intermediarios financieros, así los
llaman a los angelitos. Este es el círculo virtuoso de una economía sana de mercado que
proporciona, insisto, si no se entromete el estado derrochador, prosperidad y bienestar
para todos.
Segunda parte
Uno de los ámbitos donde, como dice el viejo Marx, resulta más patente la
inconsciencia con la que participamos activamente de los mecanismos a través de los
que se agudizan nuestro empobrecimiento y el sometimiento al poder de las grandes
corporaciones es el uso masivo que hacemos de los últimos avances tecnológicos en
medios de pago. Deslumbrados por la imagen que se transmite de la economía digital
como algo “empoderante”, moderno y aspiracional, ignoramos que la omnipresente
tarjeta de crédito o la última aplicación de pagos de Facebook activan un cúmulo de
dispositivos ocultos cuyos efectos inciden directamente en nuestras condiciones de vida.
Más allá de las formidables consecuencias derivadas de la trazabilidad y el control
social que supone el registro de cantidades ingentes de datos, el uso del dinero privado
de la banca alimenta la maquinaria de extracción de riqueza real que encarece los bienes
y servicios básicos a través del flujo continuo de comisiones e intereses ocultos
generados por el nivel creciente de endeudamiento de los agentes económicos. En un
artículo titulado gráficamente ‘Ganancias usureras sobre dinero fantasma’ Ellen Brown
describe la suculenta tarta de comisiones que supone el dinero electrónico-digital para
las grandes corporaciones proveedoras del servicio y los intermediarios bancarios
depositarios de nuestros ahorrillos: “Hay multas por retraso en el pago, por exceder el
límite de crédito, cargos por gastos de transferencia entre cuentas, por retiro de efectivo
y otras tasas, además de las muy lucrativas comisiones sobre los comerciantes. Los
clientes cubren el coste con precios más altos”. Como explica Brett Scott, que se refiere
a este proceso como ‘La gentrificación del pago’, por la progresiva exclusión del
efectivo de las transacciones ordinarias: “El pago digital es el dominio de las empresas
financieras transnacionales. Utilizar —o ser obligado a utilizar— el pago digital supone
entrar en su esfera de poder e influencia y exponer cualquier acto de consumo a su
monitorización y trazabilidad”. La diferencia entre el dinero público y el privado es
pues sustancial. El primero genera ingresos públicos de señoreaje derivados del
privilegio de emisión del banco central, carece de trazabilidad y no se emite como
deuda generadora de intereses. El segundo sin embargo es una máquina de comisiones e
intereses derivados de su origen como deuda creada por los bancos. Scott resalta el
punto clave: “Esta moneda digital es legalmente distinta del efectivo. Son pagarés
privados que emite un banco, con la promesa de que accedas a la divisa nacional. Las
profundas implicaciones para reforzar los mecanismos de control social de este gran
hermano financiero son evidentes. “Los intermediarios pueden ver tus transacciones y
recoger información sobre tus actividades económicas cotidianas, las instituciones
públicas pueden expropiar o congelar el dinero, puede haber fallos en las
infraestructuras y ciberataques. Dicho sin rodeos, el pago digital favorece un nuevo y
vasto horizonte de vigilancia y control financieros, favorecido por la masiva
bancarización de la población, al tiempo que expone a los usuarios a nuevos riesgos que
no existen en la infraestructura del pago físico. Hay mucho en juego y el lobby
bancario-tecnológico emplea ingentes recursos en imponer como sentido común la idea
de que la economía digital es empoderante y práctica y presentar el efectivo como
anticuado y peligroso, un apoyo del submundo del crimen y la economía sumergida o
una excentricidad de ludditas monetarios. La masiva extensión del dinero bancario o de
las nuevas aplicaciones electrónicas de pagos representa pues la expansión camuflada
de la expropiación financiera y el control social con el que la banca extrae suculentos
réditos de un bien público del que nadie puede prescindir. Sin embargo este primer nivel
de la máquina de succión palidece ante la monumental maquinaria de extracción de
riqueza social que representa la generación de deuda a través de los préstamos hechos
‘del puro aire’ por parte de la banca privada.
¿Cómo se fabrica el dinero? ¿Cómo crea el BBVA los 5 o 6000 que te da tan
alegremente para financiarte un máster o la compra de una motocicleta? A pesar del
mito, tan profundamente arraigado, de la impresora de billetes en manos del banco
central, la creación de dinero es el gran negocio de la banca privada que genera el 97%
del que circula. Por tanto, el dinero nace como deuda generada por la banca y muere
cuando se paga la deuda con intereses. Vivimos sobre montañas de deuda. Deuda de las
empresas, de las familias y del Estado. Actualmente en España la deuda total -con su
colosal carga de intereses a cuestas- triplica la riqueza generada en la economía y,
aunque parezca increíble, no se ha reducido en absoluto tras el colapso del castillo de
naipes financiero de hace una década. Veamos pues un poco más de cerca cómo
funciona esta enorme máquina de succión de riqueza real que representa la fábrica de
dinero-deuda en manos privadas. La cosa realmente parece mágica. Un economista
bastante honesto llamado Galbraith dijo algo muy ilustrativo al respecto: “El proceso de
creación de dinero por los bancos es tan simple que repugna a la mente”. Un banco
fabrica deuda. Pero no es como una empresa que produce bienes con materias primas y
demás factores productivos. Un banco crea deuda de la nada, del puro aire se suele
decir. Frente al mito del intermediario financiero, lo cierto es que no necesita depósitos
previos para poder prestar. En ese momento se crea el dinero, mediante una anotación
electrónica, unos dígitos mágicos que aparecen en la cuenta bancaria del prestatario. Y
ya está. Lo anotan en una pantallita y a correr. Lo reconocen hasta los sesudos papers de
los bancos centrales. Un magnate yanqui -un tal Henry Ford, no sé si les suena- decía
que si la gente conociera cómo funcionan realmente los bancos habría una revolución
antes del día siguiente. Lo que es seguro es que no existe otro sector en el que los
consumidores sean tan absolutamente ignorantes de las características del producto que
adquieren. La inferencia lógica es de una relevancia económica tan extraordinaria como
ignorada: los bancos crean dinero para el principal del crédito pero no para los intereses.
Éstos se tienen que pagar con más créditos y más extracción de riqueza real, lo que
convierte la vida económica en una desesperada lucha por encontrar fuentes de ingresos
que permitan sufragar los costes financieros de la montaña de deuda creada por la banca
privada. Una gigantesca extracción de riqueza social hacia la cúspide de la pirámide y
un enorme propulsor de la desigualdad social. Se calcula que el 10% más rico de la
población es receptor neto de los flujos de intereses a través de los rendimientos de sus
activos financieros mientras que el resto somos sufridos pagadores, incluso aunque no
tengamos crédito alguno, a través por ejemplo de los intereses ocultos que
mencionábamos antes. Ese es el gran secreto del poder de la banca. Planificar la
economía dirigiendo la financiación hacia determinados sectores y actividades, los que
ellos deciden. Y cada vez más la expropiación financiera se dirige al crédito personal,
principalmente hipotecario. Fíjense en la composición del crédito del BBVA: sólo un
15% es crédito productivo y más del 60% es crédito personal, principalmente
hipotecario. Les voy a poner sólo un simpático ejemplo de las asombrosas situaciones
que ocurren cuando se descorre el velo de misterio que oculta las actividades de la
banca privada. Se trata de un famoso juicio hipotecario ocurrido en USA en el 69 que
relata Alejandro Nadal. El demandante, un abogado llamado Daly, que había impagado
un préstamo hipotecario y estaba a punto de perder la casa, denunció al banco alegando
que no le podía quitar la casa porque en realidad había creado el dinero del puro aire y
no había puesto nada de su parte al hacer el préstamo. Sigo con el relato de Nadal: En su
testimonio ante el juez, el director de la sucursal declaró que, en efecto, su banco había
creado íntegramente los 14 mil dólares al inscribir una entrada en su contabilidad
acreditando dicha suma al señor Daly, tal como si éste hubiera realizado un depósito por
esa cantidad. En las curiosas palabras del funcionario del banco, ‘tanto el dinero como
el crédito comenzaron su existencia cuando fueron creados de esta forma”. Me suena
muy fraudulento,” expresó el pasmado juez. La sentencia fue favorable al demandante
al quedar acreditado que el contrato era nulo y el señor Daly conservó su casa.
Imagínense ustedes el “pifostio” que se montaría si de repente un juez dijera que todo el
préstamo hipotecario es fraudulento e ilegal. Ojo, no sólo las cláusulas suelo, el
vencimiento anticipado o demás cláusulas abusivas sino el hecho mismo de ceder la
garantía sobre la vivienda al banco y comprometerse a devolver el principal más
jugosos intereses a cambio de un dinero creado del puro aire. Imagínense que un juez de
estos del supremo, tan imparciales a la hora de servir los intereses de la ciudadanía,
dictaminara que los bancos no tienen derecho a quedarse con la casa y que, en caso de
impago del préstamo, tienen que aceptar la pérdida como todo hijo de vecino. ¿Qué les
parece? ¿Se dan cuenta de que se derrumbaría el colosal negocio del crédito hipotecario
y del castillo de naipes de la titulización de hipotecas que sostiene la matriz de
rentabilidad del casino financiero global? A la luz de esta constatación, dicho sea de
paso, se entiende mejor el trasfondo de la crítica por parte de algunos abogados y
organizaciones de vivienda a la política estrella de la pah-barcelona ante la oleada de
desahucios y ejecuciones hipotecarias tras la crisis financiera: la dación en pago. A
pesar de la apariencia de victoria sobre el poder omnímodo de la banca privada, se trata
en realidad del reconocimiento de una derrota que desarma a los afectados al renunciar a
la vivienda a cambio de la condonación de la deuda restante en lugar de plantear la
batalla legal en torno a la completa falta de legitimidad del crédito hipotecario. La PAH-
Madrid, una de estas organizaciones críticas con la casa matriz, describe la dación en
pago como “una alternativa tóxica y letal en su aplicación generalista y populista”. Y lo
cierto es que, como han demostrado quienes han tenido el coraje de ir más allá en la
investigación y denuncia de los atropellos perpetrados por la banca patria, motivos para
cuestionar la legalidad de todo el sistema no faltaban en absoluto.
Toda la evolución económica del último medio siglo se puede resumir en una escalada
degenerativa reflejada en la dependencia creciente de la máquina de producir dinero-
deuda para sostener el maltrecho entramado de la economía capitalista que ya no se
sostiene por sus propios medios. Anselm Jappe en un texto de título muy expresivo,
Crédito a muerte, resalta el punto clave: El crédito puede posponer el momento en el
que el capitalismo alcance sus límites sistémicos, pero no puede abolirlos. Incluso el
mejor de los encarnizamientos terapéuticos debe concluir algún día”. En los precisos
términos de Michel Husson:“El consumo derivado de ingresos no salariales (rentistas) y
el recurso al crédito personal deben compensar el estancamiento del consumo salarial.
He aquí, por cierto, la raíz del brutal aumento de la desigualdad. De este modo, la falta
de oportunidades para sostener una acumulación rentable, a pesar de la recuperación de
los niveles de ganancia gracias a la ofensiva neoliberal sobre los trabajadores de todo el
mundo, movilizó una masa creciente de rentas financieras en busca de valorización: esta
es la fuente del proceso de financiarización”. Jorge Beinstein hace una magnífica
descripción de la toxicidad de un modelo semejante: ”El aparente “circulo virtuoso”
había mostrado su verdadero rostro: en realidad se trataba de un círculo vicioso donde el
parasitismo financiero se había expandido gracias a las dificultades de la economía real,
a la que drogaba cargándola de deudas cuya acumulación terminó por bloquear el
fabuloso crecimiento del globo financiero”. La catástrofe, a pesar de los cantos de sirena
de los guardianes de la ortodoxia, era inevitable. Lapavitsas describe el castillo de
naipes levantado sobre la colosal montaña de hipotecas como el detonador de la crisis
de hace una década: “Para los bancos comerciales, involucrarse en expropiación
financiera se traduce primariamente en créditos hipotecarios y de consumo. Pero dado
que las hipotecas típicamente tienen larga duración, una fuerte preponderancia de las
mismas habría vuelto las hojas de balance bancario insoportablemente ilíquidas. La
respuesta fue la titulización, es decir, la adopción de técnicas de banca de inversión. Las
hipotecas se originaban pero no se mantenían en la hoja de balance”. He ahí el gatillo
que provocó el colapso de 2008. Cuando el hilillo de riqueza real proveniente de los
menguantes ingresos de millones de trabajadores estadounidenses se secó, el castillo de
naipes creado por la ingeniería creativa de los magos de las finanzas se derrumbó. El
juego se había acabado.
Diez años después, no parece en absoluto que se haya alterado la matriz de rentabilidad
del capitalismo senil. Más bien podríamos decir que vuelve por sus fueros: “La deuda
global alcanzó en el primer trimestre de 2018 la friolera de 247 billones de dólares,
situando el ratio de apalancamiento con respecto al PIB mundial en el 318%, según los
últimos datos dados a conocer por el Instituto Internacional de Finanzas”
En un artículo muy detallado, The Economist, una de las biblias de los gurúes del
casino, constata preocupado que "los mercados son alcistas en todos los activos". Hay
numerosas burbujas. En los mercados bursátiles pero también, una vez más, en el sector
inmobiliario. El tono es alarmista. Pronto o tarde una o varias de estas burbujas van a
estallar, tal vez simultáneamente. El economista marxista Michael Roberts califica la
economía actual de ‘mundo fantástico’: "La Larga Depresión se ha convertido en un
mundo fantástico en el que suben los precios financieros y se inflan enormes burbujas
de activos, baja la inversión y se reduce el crecimiento de la productividad, en el que
casi todo el mundo puede conseguir un trabajo a tiempo parcial, temporal o por cuenta
propia pero no ganar para vivir dignamente”. Según Andrés Piqueras: “Hoy vivimos en
un capitalismo irreal, ficticio, moribundo, cuya economía aparenta que sigue
funcionando porque vive asistida a través de la invención incesante de dinero de la
nada, y de una deuda creciente que está devorando toda la riqueza social y natural”. El
mayor responsable de la evolución hacia este capitalismo ‘fantasmagórico’ es el otro
protagonista estelar de la máquina de succión: la banca central moderna.
Hay un protagonista estelar de las políticas desarrolladas por la gobernanza del capital
para paliar la debacle de 2008: la banca central independiente, la clave de bóveda en el
andamiaje de la máquina de succión del dinero moderno. El principio fundamental de la
banca central global es la prohibición de financiar directamente a los gobiernos con la
excusa del peligro despilfarrador del gasto público que, como decíamos, es una de las
falacias favoritas de la música celestial. De este modo, el más importante de todos los
poderes, la autoridad para crear el dinero de curso legal, pertenece a una institución
totalmente opaca que está al servicio del lobby financiero global –véanse las puertas
giratorias entre sus ejecutivos Lagarde, Dragui, etc- para exprimir los recursos públicos
a través del servicio de la deuda. El esquema se repite: la “máquina de succión” de la
deuda pública volcando ‘masas colosales de riqueza’ real al sector financiero. “En 2011,
el gobierno federal de los Estados Unidos pagó 454.000 millones de dólares en intereses
sobre la deuda federal (casi ¡un tercio! del total de 1.1 billones de dólares pagados en
impuestos sobre la renta ese año) en una colosal transferencia de rentas hacia la cúspide
de las finanzas globales”.
Sin duda la aspiradora de riqueza que corona la máquina de succión del sistema
financiero global es el privilegio exorbitante que sustenta la hegemonía geopolítica y
financiera de EEUU a través del dominio del dólar en la esfera monetaria mundial. La
función del billete verde como moneda de reserva en los intercambios globales y en los
mercados financieros permite mantenerse a la superpotencia a costa de la riqueza
generada en el resto del mundo. Estamos ante la clave oculta de la actual geopolítica,
belicosa y agresiva, del imperio en decadencia. Michael Hudson explica el punto clave:
“Ante el hecho de que cerca de la mitad de los gastos discrecionales del gobierno de
EE.UU. son para operaciones militares – incluyendo el mantenimiento de más de 750
bases militares en el extranjero y operaciones bélicas cada vez más costosas en países de
producción y transporte de petróleo – el sistema financiero internacional está
organizado de tal manera que financia al Pentágono”. El funcionamiento del dólar como
moneda cuasi mundial durante las últimas cuatro décadas, justo al comienzo de la
hegemonía de las políticas neoliberales, ha supuesto un factor propulsor de la
financiarizacion. Tal privilegio implica una máquina de succión de riqueza real del resto
del mundo hacia la superpotencia. Como explica Varoufakis, en su tratado sobre el tema
titulado muy gráficamente ‘El Minotauro global’: Siempre que una conductora
nigeriana echa gasolina en su coche o que una fábrica china adquiere carbón australiano,
la demanda de dólares estadounidenses aumenta. Todas las naciones exportan e
importan. Si se importa demasiado, se reducen las reservas de divisas y es necesario
obtener financiación. Esto vale para todas las naciones, pero no para los EE.UU, el
único país que paga sus importaciones en su propia moneda. Estos dólares son
utilizados asimismo como reservas internacionales para la adquisición por ejemplo de
deuda pública estadounidense o activos bursátiles o financieros de Wall Street. Y la
economía estadounidense es una máquina de generar deuda. Como dice Varoufakis: ¿Y
quién iba a pagar los números rojos? Fácil: ¡elresto del mundo! ¿Cómo? Mediante un
permanente tsunami de capital que fluía incesantemente a través de los dos grandes
océanos para financiar los déficits gemelos de América. Todas las medidas adoptadas en
las diferentes fases de la evolución de las geofinanzas imperiales de los últimos cuarenta
años tienen el único propósito de mantener el dólar como divisa hegemónica, aun a
costa de hacer saltar en pedazos el sistema monetario internacional vigente desde 1944
en Bretton Woods. De este modo, la globalización financiera aparece como un intento
por preservar la hegemonía del imperialismo norteamericano. Y si no es suficiente con
el imperialismo financiero de Goldman Sachs o de la Reserva Federal el Pentágono
entra inmediatamente en acción. El carácter crecientemente agresivo de la política
exterior de EEUU se explica –como refiere Hudson- principalmente por su creciente
necesidad de mantener el privilegio exorbitante ante su declive productivo. Todos los
ataques imperialistas al eje del mal –Libia, Irak, Siria o Venezuela- así como las
surrealistas sanciones en la actual estrategia de la tensión contra Irán- tienen en común
que son países que no tienen un banco central independiente y que tratan de salirse del
circuito del dólar al igual que las potencias emergentes Rusia y China.
Tercera Parte
¿Es posible obligar al capitalismo a funcionar a medio gas?: les presento a los
curanderos monetarios
He aquí pues la gran pregunta: ¿es posible poner la fábrica de dinero al servicio de un
sistema económico que privilegie las inversiones productivas en una economía
saludable y sostenible, que potencie los mecanismos redistributivos y reduzca la
desigualdad? ¿Son viables medidas paliativas como la renta básica o el trabajo
garantizado que tratan de paliar los deletéreos efectos de la máquina de succión y
avanzar hacia un capitalismo atemperado?
Como Piketty, hay otros herejes de la música celestial además de nostálgicos del Estado
del Bienestar que proponen reformas de la maquinaria de fabricar dinero para corregir el
rumbo degenerativo del capitalismo. Empecemos por los curanderos del dinero seguro.
Verán qué receta mágica más maravillosa proponen: “Hay que sacar el dinero de la
gente de los bancos, así se acabarán las crisis financieras y los costosísimos rescates con
dinero público”. ¿Y dónde estaría el dinero entonces? Pues lo tendríamos a buen
recaudo en una cuenta digital en el banco central, ese gran amigo del pueblo llano.
¿Quién se puede resistir a esta mágica receta? ¿Y qué harían los bancos entonces? Pues
muy sencillo. Se dedicarían únicamente a prestar el dinero de los ahorradores a los
benditos emprendedores, precisamente lo que dice la música celestial. Se les acabó el
chollo a los angelitos de crear el dinero de la nada levantando el castillo de naipes del
sistema financiero global. Nuestro querido Mafo, gobernador nada menos que del
Banco de España de 2006 a 2012, los años más duros de la crisis inmobiliaria, se ha
subido ahora al carro de los curanderos: “Si tuviéramos un sistema de ‘dinero seguro’
no habría crisis financieras” decía el arrepentido sobre la irresistible panacea. Su medida
estrella se llama QE para la gente –recuerdan el helicóptero de mister Friedman
soltando paquetes llenos de billetes, pues algo parecido- y consistiría en que el banco
central apunte su manguera de liquidez a las cuentas de los ciudadanos que así tendrían
un ingreso extra para desendeudarse y aumentar los niveles de consumo. ¡Qué maravilla
verdad! Sólo hay un pequeño inconveniente. Pues que la máquina de succión de las
finanzas globales se sostiene con la creación del puro aire de dinero deuda por la banca
privada con la inestimable ayuda de la banca central independiente. ¿Alguien en su sano
juicio puede creer que ambos renunciarían graciosamente a este privilegio? Como ven la
propuesta de nuestros curanderos rezuma realismo por los cuatro costados. En un
referéndum reciente en Suiza sobre la propuesta de dinero seguro fuera de los bancos,
los precavidos helvéticos prefirieron mantener las cosas como están y dejarse de
experimentos, no fuera a ser peor el remedio que la enfermedad.
¿Qué les parecería a ustedes una economía con pleno empleo y salarios dignos para
todos? ¿Quién podría resistirse al atractivo de una metamorfosis tan maravillosa del
despiadado capitalismo realmente existente? ¿Y cómo hacemos esto? Pues ya verán qué
sencillo y mágico resulta para estos curanderos. Una nación con dinero soberano, es
decir, con un banco central propio, puede garantizar el pleno empleo. Se trataría, simple
y llanamente, de poner al banco central al servicio del estado para financiar actividades
productivas y crear empleo garantizado y universal. Randall Wray, uno de los apóstoles
de la Teoría monetaria moderna, lo dice muy clarito: “El gobierno soberano es el
monopolio proveedor de su moneda. Como tal, tiene una capacidad ilimitada de pagar
por las cosas que desea comprar y cumplir los pagos futuros prometidos”.
Sí, lo han oído bien. Adiós a los recortes de servicios públicos y gasto social, adiós a las
brutales dimensiones de la desigualdad y a la crueldad de las políticas de austeridad. ¿Y
el pleno empleo? ¿No resulta irresistible una propuesta que garantizaría el trabajo para
cualquier ciudadano dispuesto y laborioso en una sociedad arrasada por el desempleo y
la precariedad? ¿Y qué hacemos con los bancos privados, esos angelitos? Aquí se
diferencian de sus colegas, los curanderos del dinero seguro, porque les dejarían seguir
creando dinero deuda y funcionando más o menos como hasta ahora. Salvo un pequeño
detalle: habría que obligarles a portarse bien, a financiar actividades productivas y no
especulativas. Todo muy realista como ven.
Ni que decir tiene que todos los grupos progresistas, que seguro que están aquí
nutridamente representados -IU, Podemos, Attac y lo más granado de la izquierda
internacional, Varoufakis, Corbyn y Sanders- apoyan entusiasmados la propuesta de la
TMM. Bien, y entonces, ¿dónde está de nuevo el problema? El argumento más común
de los curanderos subraya que la autonomía de las finanzas es consecuencia de la
declinación de la industria, y en ese sentido contraponen "dos modelos de capitalismo",
el productivo y el especulativo. De esta distinción ilusoria surge la idealización de un
"capitalismo sin especulación" que jamás existió. Como dice Michel Husson, el
problema de los curanderos y de todo el reformismo en general –incluido la mayor parte
del movimiento por el derecho a la vivienda encabezado por la PAH y los sindicatos de
inquilinos- es que ignoran cuestiones tan elementales como que al capitalismo no le
gusta funcionar a medio gas ni el Estado ha sido nunca una institución neutral que se
pueda poner al servicio de los intereses generales de la población: “La fórmula de los
reformistas monetarios es que la salida de la crisis implicaría que el capitalismo acepta
funcionar con una tasa de beneficio menos elevada y que la finanza privilegia las
inversiones útiles y no especulativas. Lo que es al mismo tiempo cierto pero
incompatible con el fundamento mismo del capitalismo”. Es decir, que si reducimos el
papel de las finanzas depredadoras, encaminándolas a inversiones productivas y
alejándolas de la especulación estamos ignorando el leit motiv de la evolución del
capitalismo en los últimos cuarenta años. Como dice, un poco cruelmente eso sí,
Rolando Astarita: “La realidad es que los males del capitalismo –las crisis, la
desocupación y la miseria- no se arreglan imprimiendo papelitos, o imaginando
absurdas ingenierías bancarias”.