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Sobre el análisis de la práctica

En lugar de hablar de supervisión o de control he propuesto hablar de “análisis de la práctica” a


la hora de que los colegas psicólogos hablen de su trabajo como psicoterapeutas en el Centro
de Psicología Aplicada (CPsA) de la PUCE.

¿Por qué hacerlo? En primer lugar me referiré a la connotación que tienen las palabras
supervisión y control y a lo que estos significados pueden conducir.

Cito los significados encontrados en el Diccionario de la RAE


Supervisión: ​1. ​f. Acción y efecto de supervisar. Supervisar: ​1. ​tr. Ejercer la inspección superior
en trabajos realizados por otros.
Control: 1​ .m
​ .​ Comprobación, inspección, fiscalización, intervención.
2. m
​ .​ Dominio, mando, preponderancia.
3. m
​ .​ Oficina, despacho, dependencia, etc., donde se controla.
4. m
​ .​ puesto de control.
5. m
​ .​ Regulación, manual o automática, sobre un sistema.
6. m
​ .​ testigo (muestra).
7. m
​ .​ Mando o dispositivo de regulación.
8. m
​ .​ Tablero o panel donde se encuentran los mandos.
9. m
​ .​ Examen parcial para comprobar la marcha de los alumnos.

Sobre supervisar es evidente el lazo con la noción de verificar y para verificar es necesario
saber que existe un modelo hecho, aplicado, “terminado” o bien cuando se trata de un proceso,
procedimiento se puede entender que no es posible una supervisión sin disponer del modelo
que se debe aplicar. Este modelo en el caso de una psicoterapia, al menos desde una
perspectiva psicoanalítica, ¿existe?
Sobre el control, no se aleja mucho de las nociones de supervisar, particularmente al leer
“comprobación”. Comprobar exige nuevamente un modelo para verificar si se ajusta o no a
dicho modelo.
¿Qué decir del significado inspección? Pues que me remite a una verificación de normas
establecidas y necesarias para el funcionamiento de un sistema o procedimiento.

En el caso del trabajo de acompañamiento a los colegas terapeutas ninguna de las


significaciones corresponden a lo que entiendo por dicho trabajo, especialmente si lo que se
pretende es analizar lo que se pone en juego en una relación a partir del pedido de una
psicoterapia.
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Ni controlar, ni supervisar, sino “analizar”. ¿Analizar qué? El “objeto” de análisis es el propio


terapeuta, no en el sentido de realizar un “análisis personal” o una “psicoterapia” aun cuando
inevitablemente esto está en causa, circula y transcurre en la práctica, sino en lo que respecta
al terapeuta y sus intervenciones, al terapeuta y sus silencios, al terapeuta y sus afectos, en
definitiva analizar lo que suscita en cada uno de los terapeutas tal o cual situación llevada a la
terapia por la persona que tiene un malestar.

Precisando que aquello que se dice es aquello que el terapeuta escucho y retuvo y ahora, en la
reunión de análisis de la práctica, es quien lo dice en sus palabras. Evidentemente lo que está
ahí en juego es aquello que Freud llamó “Contratransferencia” lo que tiene el interés de revelar
la importancia del propio terapeuta y no tanto analizar diversos elementos del llamado
paciente con el fin de llegar a establecer inicialmente un diagnóstico y a partir de este un
proceder.

¿Cuáles son esos elementos y cuál es el proceder esperado?

Si el “supervisor” tiene la respuesta a estas preguntas entonces cabe hablar efectivamente de


supervisión o de control, pero si estrictamente hablando como sabemos el “supervisor” no está
involucrado con la transferencia del “paciente” al que se refiere el terapeuta en el control este
no puede disponer de esos elementos ni saber a dónde apunta el tratamiento.

Supone esto entonces suspender las certezas y las recomendaciones “técnicas” que podría
tener el supervisor en favor de lo que para el propio terapeuta, quien es quien está
“padeciendo” la transferencia, surge con tal o cual persona. Eso implica en consecuencia
invitar a hablar al propio terapeuta como sujeto activo, valga la redundancia, y no hablar del
paciente sino es en tanto en cuanto se refiere al mismo terapeuta. Hablar del paciente como
usualmente se lo hace, es decir: “se trata de un joven obsesivo” o “es una chica histérica” no es
lo que considero merece ser tratado en una reunión de “análisis de la práctica” ya se parte de
un diagnóstico o bien se espera llegar a uno.

El análisis de la práctica no pretende dar ninguna respuesta ni llegar a un diagnóstico, pretende


abrir la palabra de aquel que a su vez escucha a otro y en sus palabras se ubica a sí mismo, no
busca situar al otro (paciente) pues al hacerlo lo estaría situando como objeto de estudio, el
énfasis está en lo suscitado y en consecuencia en lo dicho por el terapeuta, él es el objeto del
análisis y se esperaría que a través de ese análisis el propio terapeuta sea quien pueda
responder a las preguntas y dificultades que surgen en la práctica con tal o cual persona.

Como se ve no se trata de supervisar ni controlar nada de lo que hace o deja de hacer el


paciente, ni tampoco observar lo que se supone que el terapeuta hace o dice en la terapia. Esto
me parece que integra al menos dos nociones muy importantes: el primero es el de la
singularidad propia de cada paciente y el segundo como consecuencia del primero, la
invención necesaria a todo trabajo terapéutico. Inventar es indispensable si queremos acoger
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la particularidad de la palabra de cada persona, un gesto, un saludo son muestras de esa


invención y para eso no hay ni fórmula ni receta cada uno lo hará a su manera y habrá, eso sí,
que entender algo de aquello.

En el “análisis de la práctica” se procura no emitir juicios de valor en la medida que, como lo


señalé anteriormente, no hay un camino trazado en la técnica. La escucha y las preguntas que
pueden surgir de esa escucha, de cada uno de los integrantes del grupo, esperan suscitar
reflexiones que permita al propio implicado reconocer sus “errores” y “aciertos” teniendo como
criterio su contratransferencia.

Una pregunta que se formula con frecuencia es: ¿el control es diferente al análisis personal? A
primera vista se respondería que efectivamente son dos lugares y espacios diferentes, sin
embargo si lo vemos con mayor detalle podemos pensar que no, puesto que tanto en el
análisis personal como en el llamado control lo que está en juego es la palabra de quien habla,
en ambos casos lo que interesa es esa palabra.

Desde el diván cuando el analizante asocia y habla, se habla de lo que uno cree entender de lo
que los otros le dicen y se lo dice al analista, en el caso del análisis de la práctica también el
analista/analizante se refiere a lo que otro le dice. Es decir que desde ambos lugares se habla
de uno mismo, o mejor dicho de lo que resuena en uno mismo aquello que ha escuchado de los
otros y el analista está ahí para ayudarle a escuchar y entender precisamente aquello. Una vez
reconocidos esos efectos en uno mismo se podrá identificar y avanzar en el análisis “del caso”,
ya no con la idea que se ha analizado lo que el otro dice sino lo que uno mismo ha podido decir
a partir de lo que ha escuchado. En este caso el rol del “controlador” habrá sido el de ayudarle
a encontrar los puntos de referencia para que a su vez pueda ayudar a otro.

¿Esos puntos de referencia puede ser el diagnóstico? En principio es una de las expectativas
que se trae al “análisis de la práctica” encontrar la confirmación de un diagnóstico y se busca
que el “controlador” que se asume que tiene más experiencia lo haga. Pero se verá si
efectivamente esto tiene sentido, especialmente a la luz de la práctica y apoyados en
referencias teóricas.

Supervisión además implica un modelo a seguir lo que está implícito o bien una censura
(autocensura) es decir que no se dice aquello que se supone que no se debe decir o que se
espera que no se lo diga pues según un modelo establecido real o fantasía, y también a decir
aquello que debe calzar con un modelo teórico específico.

El supervisor es alguien que está en un lugar siempre de mirar algo que el otro no mira, pero
atención aquí se corre el riesgo de olvidar algo muy importante y que tiene consecuencias,
cuando el terapeuta habla de un caso en realidad está diciendo aquello que retuvo de lo que el
paciente le dijo, no existe una transcripción como tal, y si la hubiera es decir si se hubiese
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grabado la entrevista (así lo hacen en algunos hospitales) se deja de lado de todas formas las
reacciones que han tenido los actores de ese encuentro.
En consecuencia cada vez que el terapeuta habla lo hace a nombre propio y es como tal que se
espera que lo diga, ya no es el paciente que dijo tal o tal cosa sino más bien soy yo el que
escuche tal o tal cosa. Tiene el valor de reconocer quien dijo que y por otro lado el de asumir lo
que uno escucha, y por lo tanto por qué retuvo y cómo lo retuvo, por qué al terapeuta eso es lo
que lo conserva, al menos al momento de tratarlo en una reunión de análisis de la práctica.
El supervisor en ese estado de cosas no puede sino sobreinterpretar pues lo hace no a partir de
lo que dice el terapeuta sino que se supone que es lo que realmente dijo el paciente, en el
camino se pierde lo esencial es decir por qué el terapeuta dice lo que dice. El objeto del
análisis de la práctica no es otro que el terapeuta y su decir, no el decir del paciente pues este
ya ha pasado por el filtro del terapeuta, es más es aquello que retuvó de aquello que creyó
escuchar y que ahora lo dice a su manera. Por lo tanto lejos de pensar que lo que se dice es lo
que dijo el paciente.

La supervisión implica una observación, si bien esta es a posteriori respecto a la sesión de


terapia no deja de ser una observación, el terapeuta logra dejar de lado esa preocupación de
sentirse observado al momento mismo de escuchar al paciente? En mi experiencia he podido
constatar que el terapeuta tiene en mente si lo que está haciendo, si su intervención está
acorde a lo que él supone es lo que debería hacerse a los ojos del supervisor y de la teoría.
Esta dinámica me parece que está en franca contradicción con el postulado de Freud al menos,
pues él siempre insistió en que se deje de lado cualquier expectativa teórica y práctica al
momento de recibir a un “paciente”.

Honestamente en el análisis el único que sabe es el analizante, el analista está ahí para animar
a que el analizante avance en su conocimiento que es un reconocimiento, de la historia y de
sus posibles asociaciones el analista estrictamente no sabe nada, ¿cómo un supervisor sabría
algo sobre el paciente del terapeuta a quien supervisa? si no es él quien le escucha.

De ahí que surja otra preocupación ante esta realidad, pues el terapeuta supervisado espera
que el supervisor confirme o no lo acertado de tal o tal proceder, valide o no el diagnóstico, le
señale que leer.

Para poder conseguir lo propuesto es indispensable aceptar las siguientes reglas:

➤ no se juzga,

➤ no se interrumpe la palabra del otro, o se terminan las frases de los otros,

➤ no se interpreta,

➤ no se comenta con otras personas lo expuesto en el grupo.


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PS. Los criterios aquí expuestos son susceptibles de discusión y crítica, es más se espera que,
a la luz de la experiencia, se los cuestione y refute. No hay última palabra.

Gino Naranjo
MARZO 2020

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