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Nagel
La estructura de la ciencia
Paidós S u r c o s 22
Capítulo X I
LA REDUCCIÓN DE TEORÍAS
443
Este capítulo está dedicado a ese fenómeno y a algunos de los
problemas más generales asociados con él. L os científicos y los filó
sofos han explotado con éxito y sin él la reducción de una teoría a
otra como ocasión para desarrollar interpretaciones de las ciencias
de largo alcance, de los límites del conocimiento humano y de la cons
titución de las cosas en general. Estas interpretaciones han adoptado
diversas formas, pero sólo necesitamos mencionar aquí unas pocas
interpretaciones típicas.
A menudo se utilizan los descubrimientos relativos a la física y la
fisiología de la percepción en apoyo de la tesis según la cual los
hallazgos de la física son radicalmente incompatibles con el llamado
«sentido común», con las creencias habituales según las cuales las
cosas familiares de la experiencia cotidiana poseen las características
que manifiestan, aun bajo una observación cuidadosamente contro
lada. El éxito de la reducción de la termodinámica a la mecánica es
tadística en el siglo xix fue considerado como una prueba de que los
desplazamientos espaciales son la única forma de cambio inteligible,
o que las diversas cualidades de las cosas y sucesos que los hombres
encuentran en su vida cotidiana no son las características «últimas»
del mundo y, quizás, ni siquiera son «reales». Pero, a la inversa, la
dificultad en hallar modelos coherentes visualizables para el form a
lismo matemático de la mecánica cuántica ha sido tomado como in
dicio del carácter «m isterioso» de los procesos subatómicos y como
una prueba en favor de la tesis de que, detrás del sim bolism o opaco
del «m undo de la física», hay una «realidad espiritual» que todo lo
impregna y que no es indiferente o ajena a los valores humanos. Por
otra parte, la imposibilidad de explicar los fenómenos electromagné
ticos en términos de la mecánica y la declinación de ésta de su ante
rior posición como ciencia universal de la naturaleza han sido consi
deradas como pruebas de la «bancarrota» de la física clásica, de la
necesidad de introducir categorías «organicistas» de explicación en
el estudio de todos los fenómenos naturales y como prueba de una
gran variedad de teorías de gran generalidad concernientes a niveles
del ser, la emergencia y la novedad creadora.
N o examinaremos los argumentos detallados que culminan en
estas tesis y otras similares. Sin embargo, es atinente un comentario
de carácter muy general acerca de la mayoría de tales afirmaciones.
C om o hemos señalado repetidamente en capítulos anteriores, con
frecuencia se adoptan expresiones asociadas a ciertos hábitos o re
444
glas establecidas de uso en un contexto de investigación para explo
rar nuevos campos de estudio, en razón de presuntas analogías entre
los diversos dominios. Sin embargo, los que usan tales expresiones
no siempre se dan cuenta de que, al extender de este modo el ámbi
to de aplicación de una expresión determinada, ésta sufre a menudo
un cambio crítico en su significado. Pueden surgir entonces serios
equívocos y problemas espurios, a menos que se tome el cuidado de
entender la expresión en el sentido atinente al contexto especial en el
cual la expresión ha adquirido una nueva función y requerido por tal
contexto. Es posible que aparezcan tales alteraciones cuando se ex
plica una teoría por otra o se la reduce a ésta; y los cambios en los
significados de expresiones familiares que a menudo resultan de la
reducción no siempre están acompañados de una clara conciencia de
las condiciones lógicas y experimentales en las cuales se ha efectua
do la reducción. C om o consecuencia de esto, tanto los intentos lo
grados como los fracasos a la hora de efectuar reducciones han dado
lugar a vastas reinterpretaciones filosóficas del alcance y la naturaleza
de la ciencia física, como las que hemos citado en el párrafo anterior.
Estas interpretaciones, en lo esencial, son sumamente dudosas por
que comúnmente se las realiza con poca consideración de las condi
ciones que es menester satisfacer para lograr una reducción con éxi
to. Por lo tanto, tiene cierta importancia formular cuidadosamente
cuáles son esas condiciones, tanto por la luz que puede arrojar el
examen de éstas sobre la estructura de la explicación científica como
por la contribución que dicho examen puede ofrecer para una apre
ciación adecuada de una serie de filosofías de la ciencia muy difun
didas. L a tarea central de este capítulo, pues, será el examen de las
condiciones de una reducción y de sus consecuencias para algunas
cuestiones controvertidas en la filosofía de la ciencia.
1. L a r e d u c c ió n d e l a t e r m o d in á m ic a a l a m e c á n ic a
EST A D ÍST IC A
445
yes experimentales que son reducidas a otra teoría «ciencia secunda
ria», y a la teoría a la cual se efectúa o se propone la reducción «cien
cia primaria». Muchos casos de reducción parecen ser pasos normales
en la expansión progresiva de una teoría científica y raramente sur
gen serias perplejidades o equívocos. Por ello, será conveniente dis
tinguir, con ayuda de algunos ejemplos, entre dos tipos de reduc
ción, el primero de los cuales es considerado por lo común como
carente de problemas y al cual, en consecuencia, ignoraremos, mien
tras que con respecto al segundo se experimenta a menudo una suer
te de desazón intelectual.
446
quedaron absorbidas, eventualmente, en la teoría newtoniana de la
mecánica y la gravitación, que fue formulada para abarcar tanto a los
movimientos terrestres como a los celestes. Aunque las dos clases
de movimiento son claramente distintas, para describir los movi
mientos de uno de esos dominios no se requieren otros conceptos
que los utilizados en el otro dominio. Por consiguiente, la reducción
de las leyes de los movimientos terrestres y celestes a un solo con
junto de principios teóricos resulta, simplemente, en la incorpora
ción de dos clases de fenómenos cualitativamente similares en una
clase más amplia cuyos miembros son también cualitativamente ho
mogéneos. D ebido a esta circunstancia, la reducción no da origen,
tampoco, a problemas lógicos especiales, aunque de hecho produjo
una revolución en la visión del mundo que poseían los hombres.
En las reducciones del tipo mencionado hasta ahora, las leyes de
la ciencia secundaria no utilizan términos descriptivos que no hayan
sido usados aproximadamente con el mismo significado en la ciencia
primaria. Puede considerarse, entonces, que las reducciones de este
tipo establecen relaciones deductivas entre dos conjuntos de enun
ciados que usan un vocabulario homogéneo. Puesto que tales reduc
ciones «homogéneas» son aceptadas comúnmente como fases en el
desarrollo normal de una ciencia y dan origen a pocas ideas erróneas
en cuanto a lo que logra una teoría científica, no les prestaremos más
atención.
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mente frecuente cuando la ciencia secundaria trata de fenómenos
macroscópicos, mientras que la ciencia primaria postula una consti
tución microscópica para esos procesos macroscópicos. M ostrare
mos mediante un ejemplo el tipo de desconcierto que puede surgir.
L a mayoría de los adultos de nuestra sociedad saben cóm o medir
temperaturas con un termómetro de mercurio común. Si se les pro
vee de tal instrumento, saben cómo determinar con razonable exac
titud la temperatura de diversos cuerpos y, en términos de las opera
ciones que se realizan con el instrumento, entienden lo que se quiere
decir mediante enunciados como el de que la temperatura de un vaso de
leche es de 10 °C . U na buena parte de estos adultos serán incapaces,
sin duda, de explicar el significado de la palabra «temperatura» de
manera que satisfaga a una persona que conoce la termodinámica; y
probablemente estos mismos adultos también serán incapaces de
enunciar explícitamente las reglas que rigen el uso de tal palabra. Sin
embargo, la mayoría de los adultos saben cómo usarla, aunque sólo
sea dentro de ciertos contextos limitados.
Supongamos ahora que una persona ha llegado a entender lo que
significa «temperatura» exclusivamente en función del manejo de un
termómetro de mercurio. Si a tal individuo se le dijera que hay una
sustancia que se funde a una temperatura de quince mil grados, pro
bablemente no sabría qué sentido dar a este enunciado y hasta p o
dría sostener que el mismo carece de significado. En apoyo de su
afirmación podría sostener que la frase «temperatura de quince mil
grados» no tiene sentido definido y carece, por lo tanto, de signifi
cado, porque sólo puede asignarse una temperatura mediante el uso
de un termómetro de mercurio y tales termómetros se evaporan
cuando se los acerca a cuerpos cuya temperatura (especificada por
un termómetro de mercurio) está un poco por encima de 3.500 °C .
Sin embargo, su desconcierto por la información que se le suminis
tró, desaparecería rápidamente con un poco de estudio de la física
elemental. Pues descubriría entonces que la palabra «temperatura»
está asociada, en la física, a un conjunto más amplio de reglas de uso
que las que regían su propio uso de la palabra. En particular, apren
dería que los científicos de laboratorio utilizan la palabra para refe
rirse a cierto estado de los cuerpos físicos y que las variaciones de
este estado a menudo se manifiestan de maneras distintas a la expan
sión del volumen del mercurio, por ejemplo, a través de cambios en
la resistencia eléctrica de un cuerpo o de la generación de corrientes
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eléctricas en condiciones especificadas. Por consiguiente, una vez
explicadas las leyes que formulan las relaciones entre las conductas
de instrumentos tales como las termocuplas, usadas a veces para re
gistrar cambios en el estado físico de los cuerpos llamado «tempera
tura», la persona comprende de qué manera puede usarse significati
vamente la palabra en situaciones distintas de aquellas en las que
puede usarse un termómetro de mercurio. La ampliación del ámbito
de aplicación de la palabra, entonces, ya no parece más desconcer
tante o misteriosa que la extensión de la palabra «longitud» de su
significado primitivo, establecido mediante el uso del pie humano
para determinar longitudes, a contextos en los cuales una barra pa
trón de metal reemplaza al organismo humano como instrumento
de medida.
Supongamos, sin embargo, que el lego para quien «temperatura»
adquiere de este modo un significado más general prosigue su estu
dio de la física y aborda la teoría cinética de los gases. En ésta descu
bre que la temperatura de un gas es la energía cinética media de las
moléculas que, por hipótesis, constituyen el gas. Esta nueva informa
ción puede engendrar una nueva perplejidad, y hasta en una forma
aguda. Por una parte, el lego no ha olvidado la lección anterior, se
gún la cual se especifica la temperatura de un cuerpo sobre la base de
diversas operaciones instrumentales que se realizan concretamente.
Pero, por otra parte, algunas autoridades a las que ahora consulta le
aseguran que no puede decirse que las moléculas individuales de un
gas posean una temperatura y que el significado de la palabra es
igual, «por definición», al significado de «energía cinética media de
las moléculas».1Frente a tales ideas aparentemente antagónicas, pue
de plantearse entonces una cantidad de preguntas típicamente «filo
sóficas» atinentes a la cuestión e ineludibles.
Si el significado de «temperatura» es el mismo que el de «energía
cinética media de las moléculas», ¿de qué está hablando el hombre de
la calle cuando dice que la leche tiene una temperatura de 10 °C ? Se
guramente, la mayoría de los consumidores de leche que podrían
afirmar tales enunciados no dirían nada acerca de las energías de las
moléculas; pues, aunque comprendieran y supieran cómo usar tales
enunciados, por lo general no tienen conocimiento de la física y no
saben nada acerca de la composición molecular de la leche. Por con
1. Véase Bernhard Bavink, The Anatomy o f Science, Londres, 1932, pág. 99.
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siguiente, cuando el hombre corriente se entera de la existencia de las
moléculas de la leche, puede llegar a creer que está frente a un serio
problema en cuanto a cuál es la genuina «realidad» y cuál es sola
mente la «apariencia». Q uizás se lo pueda persuadir entonces, con un
tradicional argumento filosófico, de que las distinciones corrientes
entre caliente y frío (en realidad, hasta las distinciones entre las di
versas temperaturas de los cuerpos especificadas en términos de ope
raciones instrumentales) aluden a cuestiones que son manifestaciones
«subjetivas» de una realidad física subyacente pero misteriosa, una
realidad de la cual no puede decirse con propiedad que posee tempe
raturas, en el significado corriente de la palabra. O bien puede acep
tar la opinión, apoyada por un tipo de razonamiento diferente, de
que la realidad genuina es la temperatura definida por procedimien
tos que implican el uso de termómetros y otros instrumentos seme
jantes, y que las energías moleculares en términos de las cuales la teo
ría cinética de la materia «define» la temperatura son solamente una
ficción. Alternativamente, si el lego adopta un tipo de pensamiento
un poco más complicado, quizás llegue a considerar la temperatura
como una característica «emergente», que se manifiesta en ciertos
«niveles superiores» de la organización de la naturaleza, pero no en los
«niveles inferiores» de la realidad física; y puede poner en tela de jui
cio el que la teoría cinética, que evidentemente sólo se ocupa de esos
niveles inferiores, «realmente explique» la aparición de caracteres
emergentes como la temperatura.
Las reducciones del tipo ilustrado por el ejemplo anterior engen
dran frecuentemente perplejidades de esa clase. En tales reduccio
nes, el tema de la ciencia primaria parece cualitativamente disconti
nuo respecto a los materiales estudiados por la ciencia secundaria.
Dicho con mayor precisión, en las reducciones de tal tipo, la ciencia
secundaria emplea en sus formulaciones de leyes y teorías una serie
de predicados descriptivos que no están incluidos en los términos
teóricos básicos o en las reglas de correspondencia de la ciencia pri
maria asociadas con éstos. Las reducciones del primer tipo, u «ho
m ogéneo», pueden ser consideradas como un caso especial de re
ducciones del segundo tipo, o «heterogéneo». Pero en lo que sigue
nos ocuparemos de las reducciones del segundo tipo.
450
mecánica — más exactamente, a la mecánica estadística y la teoría ci
nética de la materia— es un ejemplo clásico y bastante conocido de
tal reducción. Esbozaremos, pues, una pequeña parte de la argumen
tación según la cual se efectúa la reducción, y supondremos que esta
parte de la argumentación es suficientemente representativa de las
reducciones de este tipo como para servir de base a una discusión ge
neralizada de la lógica de la reducción en la ciencia teórica.
Recordemos brevemente, ante todo, algunos hechos históricos.
En los tiempos modernos, el estudio de los fenómenos térmicos se
remonta a Galileo y su círculo. Durante los tres siglos siguientes
se establecieron una gran cantidad de leyes que se refieren a fases es
peciales de la conducta térmica de los cuerpos; y con ayuda de un pe
queño número de principios generales se llegó a probar que entre es
tas leyes existen ciertas relaciones sistemáticas. L a termodinámica,
como se llamó a esta ciencia, usa conceptos, distinciones y leyes ge
nerales que también se emplean en la mecánica. Por ejemplo, usa fre
cuentemente las nociones de volumen, peso y presión, y leyes como
la de Hooke y como las de la palanca. Pero además, la termodinámica
utiliza una serie de nociones propias como las de temperatura, calor
y entropía, así como suposiciones generales que no son corolarios de
los principios fundamentales de la mecánica. Por consiguiente, aun
que se usan muchas leyes de la mecánica constantemente en la ex
ploración y explicación de fenómenos térmicos, la termodinámica
fue considerada durante largo tiempo como una disciplina especial,
claramente distinguible de la mecánica, y no simplemente como un
capítulo de ésta. En realidad, todavía se expone la termodinámica
como una teoría física relativamente autónoma, y sus conceptos, prin
cipios y leyes pueden ser comprendidos y verificados sin introducir
referencia alguna a una estructura microscópica postulada en los sis
temas térmicos y sin suponer que puede ser reducida a alguna otra
teoría como la mecánica. Pero la labor experimental realizada ya a
comienzos del siglo xix sobre el equivalente mecánico del calor esti
muló la investigación teórica tendiente a hallar una conexión más ín
tima entre los fenómenos térmicos y los mecánicos de la que deja
traslucir la formulación habitual de las leyes del calor. Se continua
ron los antiguos intentos de Bernoulli en esta dirección, y Maxwell
y Boltzmann lograron ofrecer una deducción satisfactoria de la ley
de Boyle-Charles a partir de suposiciones, formulables en términos de
las nociones fundamentales de la mecánica, concernientes a la cons
451
titución molecular de los gases ideales. O tras leyes termodinámicas
fueron deducidas de manera similar, y Boltzmann logró interpretar
el principio de entropía — quizás la suposición más característica de
la termodinámica y la que parece diferenciar más definidamente a
esta última de la mecánica— como expresión de la regularidad esta
dística que caracteriza a la conducta mecánica de las moléculas. Com o
consecuencia de esto, se sostuvo que la termodinámica había perdi
do su autonomía con respecto a la mecánica y había sido reducida a
esta rama de la física.
¿C óm o se efectúa exactamente esta reducción? ¿Mediante qué
razonamiento es posible deducir enunciados que contienen térmi
nos como «temperatura», «calor» y «entropía» a partir de un con
junto de suposiciones teóricas en las cuales no aparecen esos térmi
nos? N o es posible exponer la argumentación completa sin escribir
un tratado sobre el tema. Por eso, fijemos nuestra atención solamen
te en una pequeña parte del complicado análisis, la concerniente a la
deducción de la ley de Boyle-Charles para gases ideales a partir de
las suposiciones de la teoría cinética de la materia.
Si eliminamos la m ayoría de los detalles que no contribuyen a
aclarar el problem a principal, puede obtenerse una form a sim plifi
cada de la deducción que es, en líneas generales, la siguiente. Su
pongam os que un gas ideal ocupa un recipiente cuyo volumen es
V. Se supone que el gas está com puesto por un gran número de
moléculas esféricas perfectamente elásticas que poseen masas y vo
lúmenes iguales, pero cuyas dimensiones son despreciables cuando
se las com para con la distancia media entre ellas. Suponem os, ade
más, que las moléculas están en movimientos relativos constantes,
sujetas solamente a fuerzas de im pacto entre ellas y las paredes per
fectamente elásticas del recipiente. A sí, las moléculas constituyen
dentro del recipiente, por hipótesis, un sistema aislado o conserva
dor, y los movimientos moleculares son analizables en términos de
los principios de la mecánica newtoniana. E l problem a ahora es
calcular la relación entre otras características de su movimiento y
la presión (o fuerza por unidad de superficie) que ejercen las m olé
culas sobre las paredes del recipiente a causa de su bom bardeo
constante.
Pero, puesto que no es posible determinar las coordenadas ins
tantáneas de estado de las moléculas individuales, no pueden apli
carse los procedimientos matemáticos habituales de la mecánica
452
clásica. Para poder avanzar, es necesario introducir otra suposición,
de carácter estadístico, concerniente a las posiciones y las cantida
des de movimiento de las moléculas. Esta suposición estadística
adopta la siguiente forma: subdividamos el volumen V del gas en un
gran número de volúmenes menores cuyas dimensiones sean igua
les, pero grandes si se las compara con los diámetros de las molécu
las; dividamos también la gama máxima de velocidades que pueden
poseer las moléculas en un gran número de intervalos iguales. Lue
go, asociemos a cada volumen pequeño todos los intervalos de ve
locidades posibles, y a cada complejo obtenido asociando un volu
men con un intervalo de velocidades llamémoslo «fase-célula». La
suposición estadística, es, entonces, que la probabilidad de que una
molécula ocupe una fase-célula asignada es la misma para todas las
moléculas y es igual a la probabilidad de que una molécula ocupe
cualquier otra fase-célula, y que la probabilidad de que una molé
cula ocupe una fase-célula es independiente de la ocupación de esta
célula por cualquier otra molécula (teniendo en cuenta ciertas res
tricciones relacionadas, entre otras cosas, con la energía total del
sistema).
Si en adición a estas diversas suposiciones se estipula que la pre
sión p ejercida en cualquier instante por las moléculas sobre las pa
redes del recipiente es el promedio de las cantidades de movimiento
transferidas de las moléculas a las paredes, es posible deducir que la
presión p está relacionada de una manera muy definida con la ener
gía cinética media E de las moléculas y que, de hecho,/? = 2E/3V , o
p V = 2E/3. Pero la comparación de esta ecuación con la ley de Boy-
le-Charles (según la cual p V = kT, donde k es constante para una
masa dada de gas y T es su temperatura absoluta) sugiere que puede
deducirse la ley a partir de las suposiciones mencionadas si la tem
peratura estuviera relacionada de alguna manera con la energía ciné
tica media de los movimientos moleculares. Introduzcamos, por lo
tanto, el postulado de que 2 £ /3 = kT, esto es, que la temperatura ab
soluta de un gas ideal es proporcional a la energía cinética media de
las moléculas que, según se supone, lo constituyen. Cuál es exacta
mente el carácter de este postulado es un problema en el que por el
momento no indagaremos. Pero nuestro resultado final es que la ley
de Boyle-Charles es una consecuencia lógica de los principios de la
mecánica, cuando se les agrega una hipótesis acerca de la constitu
ción molecular de un gas, una suposición estadística concerniente a
453
los movimientos de las moléculas y un postulado que vincula la no
ción (experimental) de temperatura con la energía cinética media de
las moléculas.2
2. C o n d ic io n e s f o r m a l e s d e l a r e d u c c ió n
454
ser exhaustivo, sino registrar los tipos más importantes de enuncia
dos atinentes a nuestro examen.
455
rales, entre los cuales T sólo es un caso especial, mientras que las su
posiciones de T2 son hipótesis concernientes a algún tipo especial de
sistemas físicos. Por ejemplo, las suposiciones teóricas más generales
de la teoría cinética de los gases son los axiomas newtonianos del
movimiento, de m odo que éstos pertenecen a 7^; y su ámbito, evi
dentemente, es mayor que el de la teoría cinética. Por otra parte, el
postulado de que todo gas es un sistema de moléculas perfectamen
te elásticas cuyas dimensiones son despreciables, o el postulado de
que todas las moléculas tienen la misma probabilidad de ocupar una
fase-célula determinada son menos generales que los axiomas new
tonianos, por lo cual pertenecen a T2. Así, las suposiciones de T2
pueden ser consideradas como complementos variables de las de Tly
pues se las puede variar sin alterar el contenido de las de Tly puesto
que éstas se aplican a diferentes tipos de sistemas. Por ejemplo, se
complementan los axiomas newtonianos con suposiciones especia
les concernientes a las estructuras moleculares de gases, líquidos y
sólidos, cuando se usa tales axiomas en teorías acerca de las propie
dades de diferentes estados de agregación de la materia. D e igual modo,
aunque la teoría cinética de los gases conserva las suposiciones fun
damentales de la mecánica newtoniana al tratar de diversos tipos de
gases, dicha teoría no siempre postula que las moléculas de los gases
tienen dimensiones despreciables; además, las fuerzas que, según la
teoría, actúan entre las moléculas dependen de que el gas esté o no
lejos de su punto de licuefacción.
Aunque no siempre pueda ser posible distinguir nítidamente en
tre los postulados más generales T t de una teoría y los complemen
tos variables menos generales, habitualmente se admite alguna disT
tinción semejante. Así, a pesar del hecho de que la ciencia primaria a
la cual ha sido reducida la termodinámica contiene otros postulados
además de los de la mecánica clásica, se dice a menudo (aunque sólo
de manera poco rigurosa) que la termodinámica es reducible a la me
cánica presumiblemente porque los axiomas newtonianos del movi
miento son las suposiciones más generales de la teoría cinética de los
gases, de m odo que formulan el armazón básico de ideas dentro del
cual se insertan las conclusiones especiales de la teoría. Además, si la
teoría cinética de los gases lograra explicar algunas de las leyes expe
rimentales de la termodinámica sólo modificando una o más de sus
suposiciones menos generales T2, es improbable que alguien discu
tiera la reducibilidad de la termodinámica a la mecánica, siempre que
4 56
se conservaran los principios de la mecánica como las premisas ex
plicativas más generales de la teoría modificada.
457
los fenómenos que caen dentro del ámbito de esa ciencia, o bien des
criben los procedimientos concretos establecidos para realizar algu
na investigación efectiva dentro de esta disciplina. A tales enuncia
dos singulares los llamaremos «enunciados de observación», pero
con la reserva de que al usar esta denominación no nos comprome
temos con ninguna teoría psicológica o filosófica especial en cuanto
a lo que son los datos de observación «reales». En particular, no se
debe identificar los enunciados de observación con enunciados acer
ca de «datos sensoriales», de los que se afirma a veces que son los ob
jetos exclusivos de la «experiencia directa». Así, «hubo un eclipse to
tal de Sol en Sobral, en el norte de Brasil, el 29 de mayo de 1919» y
«se hizo girar la llave del conmutador, ayer, en mi oficina, cuando la
temperatura de la sala cayó a 10 °C » , son ambos enunciados de o b
servación en el uso que estamos dando a esta expresión. En ocasio
nes, los enunciados de observación pueden formular las condiciones
iniciales y los límites de una teoría o ley; también se los puede em
plear para confirmar o refutar teorías y leyes.
458
La mayoría de las ciencias también contienen enunciados de los
que puede demostrarse que son lógicamente verdaderos, como los de
la lógica y la matemática. Aunque pasamos por alto estas disciplinas,
hemos identificado cuatro clases principales de enunciados que pueden
aparecer en una ciencia 5, se reclame o no algún grado de autonomía
para ella con respecto a otras disciplinas especiales: a) los postulados
teóricos de S, los teoremas deducibles de ellos y las definiciones coor
dinadoras asociadas a nociones teóricas de los postulados o teore
mas; b) las leyes experimentales de S; c) los enunciados de observa
ción de S; d) las leyes prestadas de S.
459
vación directa o indirecta. Las expresiones descriptivas de este tipo
aparecen, de manera característica, en las suposiciones teóricas de
una ciencia.
A menudo es posible elucidar el significado de una expresión de
D con ayuda de otras expresiones de D complementadas con expre
siones lógicas. Tales elucidaciones a veces pueden ser dadas en la for
ma de definiciones convencionales explícitas, aunque habitualmente
se requieren técnicas más complicadas para establecer el significado
de algunos términos. Pero sean cuales fueren las técnicas formales de
elucidación que se usen, al conjunto de expresiones de D que, con
ayuda de locuciones puramente lógicas, bastan para elucidar los sig
nificados de todas las otras expresiones de D llamémoslo «las expre
siones primitivas» de S. Siempre habrá al menos un conjunto P de
expresiones primitivas, puesto que, en los casos menos favorables,
cuando ninguna expresión descriptiva puede ser elucidada en térmi
nos de otra, el conjunto P será idéntico a la clase D . Por otra parte,
puede haber más de un conjunto P, pues, como es bien sabido, las
expresiones que son primitivas en un contexto de análisis pueden
perder este carácter en otro contexto; pero esta posibilidad no afec
ta a nuestro examen.
Sin embargo, si S tiene una teoría general, enunciados de obser
vación y leyes experimentales, la elucidación de una expresión pue
de realizarse en una de dos direcciones que debemos señalar, puesto
que, en general, cada una de ellas implica el uso de un conjunto dife
rente de expresiones primitivas.
460
rrientemente, para ellos parece considerar que su objetivo es lograr
elucidaciones de este tipo. Al conjunto P x de las expresiones obser-
vacionales requeridas para elucidar de este modo el mayor número
posible de expresiones de D lo llamaremos «expresiones observa-
cionales primitivas» de S. Por ejemplo, frecuentemente se explica
en la física el significado de «temperatura» en términos de la di
latación del volumen de líquidos y gases o en términos de otras
conductas observables de los cuerpos; en tales casos, se realiza la
' elucidación de «temperatura» por medio de expresiones primitivas
observables.
461
p o r su p u esto q u e el co n ju n to de exp resion es de ob servació n p rim i
tivas Pxbasta p ara elucidar to d as las expresion es descriptivas de D; y
debem o s adm itir la p o sib ilid ad de qu e la clase P de exp resion es p ri
m itivas de S n o coin cide, en general, con la clase Pv P o r co n sigu ien
te, au n qu e en la ciencia del calo r se elucida «tem p eratu ra» en térm i
n o s de expresion es teó ricas y de o b serv ació n prim itivas, de esto no
se despren de qu e la p alab ra, entendida en el sen tido de la prim era
elucidación, sea sin ón im a de «tem p eratu ra» con cebida en el sen tido
de la segunda.
462
ción; y cuando se usan esas expresiones en esta disciplina, se las debe
entender en los sentidos que se les ha asociado dentro de ésta, haya
sido reducida o no dicha ciencia a alguna otra. A veces, sin duda, el
significado de una expresión de una ciencia puede ser elucidado me
diante las expresiones primitivas (teóricas u observacionales) de una
u otra ciencia. Por ejemplo, hay firmes fundamentos para la afirma
ción de que la palabra «presión» tal como se la entiende en la termo
dinámica es sinónima del término «presión» tal como lo elucidan las
expresiones teóricas primitivas de la mecánica. Sin embargo, de esto
no se desprende que, en general, toda expresión utilizada en una cien
cia, en el sentido especificado por sus propias reglas o procedimien
tos característicos, sea elucidable en términos de las expresiones pri
mitivas de alguna otra disciplina.
Partiendo de estos preliminares, debemos enunciar ahora los re
quisitos formales que es necesario satisfacer para efectuar la reduc
ción de una ciencia a otra. Com o ya hemos indicado antes en este ca
pítulo, se efectúa una reducción cuando se demuestra que las leyes
experimentales de la ciencia secundaria (y, si ésta posee una teoría
adecuada, la teoría también) son consecuencias lógicas de las suposi
ciones teóricas (inclusive de las definiciones coordinadoras) de la
ciencia primaria. Debe observarse que no estipulamos que las leyes
prestadas de la ciencia secundaria también deben ser derivables de la
teoría de la ciencia primaria. Sin embargo, si las leyes de la ciencia se
cundaria contienen términos que no aparecen en las suposiciones
teóricas de la disciplina primaria (y es éste el tipo de reducción al
cual convinimos antes en limitar nuestro examen), la derivación ló
gica de la primera a partir de la segunda es, prim a facie, imposible.
L a afirmación de que tal derivación es imposible se basa en la cono
cida regla lógica según la cual, salvo para algunas excepciones sin im
portancia, en la conclusión de una demostración formal no puede
aparecer ningún término que no aparezca también en las premisas.3
463
Por consiguiente, cuando las leyes de la ciencia secundaria contienen
algún término « A » que está ausente de las suposiciones teóricas de la
ciencia primaria, hay dos condiciones formales necesarias para redu
cir la primera a la segunda: (1) Deben introducirse suposiciones de
algún tipo que postulen relaciones adecuadas entre lo significado
464
por «A » y características indicadas en términos teóricos ya presen
tes en la ciencia primaria. Q ueda por examinar la naturaleza de tales
suposiciones; pero, sin prejuzgar el resultado del ulterior examen,
será conveniente llamar a esta condición «condición de conectabi-
lidad». (2) C on ayuda de estas suposiciones adicionales, todas las
leyes de la ciencia secundaria, inclusives las que contienen el térmi
no «A », deben ser lógicamente deducibles de las premisas teóricas y
de las definiciones coordinadoras asociadas con ellas en la disci
plina primaria. Llamemos a esta condición «condición de deducibi-
lidad».*4
Parece haber exactamente tres posibilidades en cuanto a la natu
raleza de los vínculos postulados por estas suposicines adicionales.
(1) El primero es que los vínculos sean conexiones lógicas entre sig
nificados establecidos de las expresiones. Las suposiciones afirman,
nos distintivos, de una ciencia secundaria que es reducible a una ciencia prima
ria. Por consiguiente, es posible ignorar estas diversas excepciones al canon ló
gico mencionado en el texto por no ser atinentes a las cuestiones en discusión.
U na objeción diferente a la basada en este canon es que, dejando de lado la
lógica formal, a menudo reconocemos com o válidos argumentos que violan os
tensiblemente dicho canon. Así, «Juan es prim o de M aría» se considera deriva-
ble de «el tío de Juan es el padre de M aría», así como se dice que «la camisa de
Pérez es de color» deriva de «la camisa de Pérez es roja», a pesar de que en cada
una de las conclusiones aparece un término que está ausente de la premisa co
rrespondiente. Pero estos ejemplos y otros similares constituyen esencialmente
inferencias entimemáticas, con una suposición tácita en la forma de una defini
ción explícita o de algún otro tipo de enunciado a priori. Cuando se hacen ex
plícitas estas suposiciones, los ejemplos ya no parecen ser excepciones al canon
lógico que estamos examinando.
4. L a condición de conectabilidad exige que los términos teóricos de la cien
cia primaria aparezcan en el enunciado de estas suposiciones adicionales. N o
bastaría, por ejemplo, que estas suposiciones formulasen una explicación de
«A » mediante enunciados de observación primitivos de la ciencia primaria, aun
que los términos teóricos primitivos también pudieran ser explicados mediante
los enunciados de observación primitivos. Pues de ello no se desprendería que
fuera posible explicar «A » por medio de los enunciados teóricos primitivos. Así,
aunque «tío» y «abuelo» son am bos definibles en términos de «varón» y «pa
riente», «tío» no es definible en términos de «abuelo». En consecuencia, la su
posición adicional no contribuiría al cumplimiento de la condición de deduci-
bilidad.
465
entonces, que «A » está lógicamente relacionado (presumiblemente
por sinonimia o por alguna form a de implicación analítica de un sen
tido) con una expresión teórica « 5 » de la ciencia primaria. En esta
alternativa, el significado de «A » fijado por las reglas o hábitos de
uso de la ciencia secundaria debe ser elucidable en términos de los
significados establecidos para las expresiones teóricas primitivas de
la disciplina primaria. (2) L a segunda posibilidad es que los vínculos
sean convenciones y hayan sido creados por un acto deliberado. Las
suposiciones son, entonces, definiciones coordinadoras que estable
cen una correspondencia entre «A » y una cierta expresión teórica pri
mitiva o alguna expresión construida a partir de las expresiones primi
tivas de la ciencia primaria. En esta alternativa, a diferencia de la
precedente, no se elucida o analiza el significado de «A » en términos
de los significados de expresiones teóricas primitivas. Por el contra
rio, si « y l» es un término de observación de la ciencia secundaria, las
suposiciones, en este caso, asignan una significación experimental a
cierta expresión teórica de la ciencia primaria, de manera compatible
con otras asignaciones que pueden haberse realizado previamente.
(3) L a tercera posibilidad es que los vínculos sean fácticos o materia
les. En tal caso, las suposiciones son hipótesis físicas que afirman que
la aparición del estado de cosas significado por determinada expre
sión teórica «B » de la ciencia primaria es una condición suficiente (o
necesaria y suficiente) del estado de cosas designado por « y l» . Es evi
dente que, en este caso, deben obtenerse en principio elementos de jui
cio independientes que indiquen la aparición de cada uno de los dos es
tados de cosas, de modo que las expresiones que designan los dos estados
deben tener significados identificablemente diferentes. En esta alter
nativa, pues, el significado de « y l» no está relacionado analíticamen
te con el significado de « 5 » . Por consiguiente, no es posible certifi
car que las suposiciones adicionales son verdaderas sólo mediante
análisis lógico, y la hipótesis que formulan debe tener el apoyo de
elementos de juicio empíricos.5
466
A la luz de este examen, examinemos ahora la deducción de la ley
de Boyle-Charles a partir de la teoría cinética de los gases. Para mayor
simplicidad supongamos también que la palabra «temperatura» es el
único término de esta ley que no aparece en los postulados de la teo
ría. Pero, como ya hemos observado, la deducción de la ley a partir de
la teoría depende del postulado adicional de que la temperatura de un
gas es proporcional a la energía cinética media de sus moléculas. N ues
tro problema consiste en establecer el estatus de este postulado y de
terminar cuál, si es que hay alguno, de los tres tipos de vínculo que
hemos examinado se halla afirmado por el postulado en cuestión.
Por razones indicadas en la primera sección de este capítulo, pue
de afirmarse con seguridad que, «temperatura», en el sentido en que
se emplea la palabra en la termodinámica clásica, no es sinónimo de
«energía cinética media de las moléculas», ni su significado puede ser
derivado del de esta última expresión. Ciertamente, ninguna exposi
ción corriente de la teoría cinética de los gases pretende establecer el
postulado analizando los significados de los términos que aparecen
en él. El vínculo que estipula el postulado, por lo tanto, no puede ser
considerado de carácter lógico.
467
Pero es mucho más difícil establecer cuál de los dos tipos restan
tes de vínculo afirma el mencionado postulado, pues hay razones
plausibles en favor de cada una de estas alternativas. El argumento
en apoyo de la tesis según la cual tal postulado es simplemente una
definición coordinadora es, en esencia, el siguiente: la teoría cinética
de los gases no puede ser sometida a prueba experimental, a menos
que se establezcan reglas de correspondencia que asocien algunas de
sus nociones teóricas con el control experimental. Pues, si bien se
puede determinar la temperatura de un gas mediante conocidos p ro
cedimientos de laboratorio, aparentemente no hay ningún medio de
establecer la energía cinética media de las hipotéticas moléculas del
gas, a no ser que se estipule por convención que la temperatura es
una medida de esta energía. Por consiguiente, ese postulado no pue
de ser otra cosa que una de las reglas de correspondencia que esta
blecen una asociación entre conceptos teóricos y conceptos experi
mentales.6 Por otra parte, la afirmación de que el postulado es una
hipótesis fija tampoco es infundada y, de hecho, en muchas exposi
ciones técnicas del tema se introduce el postulado de esta manera. La
razón principal aducida en favor de esta afirmación es que, si bien no
es posible poner a prueba el postulado mediante mediciones directas
de la energía cinética media de las moléculas del gas, es posible obte
ner indirectamente el valor de esta energía mediante cálculos realizados
sobre la base de datos experimentales acerca de los gases distintos de
los datos que se obtienen mediante la medición de la temperatura.
En consecuencia, parece posible determinar experimentalmente si la
temperatura de un gas es proporcional a la energía cinética media de
sus moléculas.
A pesar de las apariencias en sentido contrario, estas afirmaciones
alternativas y las razones que las apoyan no son necesariamente in
compatibles. En realidad, dichas alternativas ilustran lo que nos es
ahora familiar: el hecho de que el estatus cognoscitivo de una supo
sición depende a menudo del m odo adoptado para articular una teo
ría en un contexto particular. L a reducción de la termodinámica a la
mecánica puede ser expuesta, indudablemente, de modo que los
postulados adicionales acerca de la proporcionabilidad de la tempe
ratura a la energía cinética media de las moléculas de un gas esta
468
blezcan un vínculo que es, al principio, el único vínculo entre las no
ciones teóricas de la ciencia primaria y los conceptos experimentales
de la ciencia secundaria. En tal contexto de exposición, el postulado
no puede ser sometido a prueba experimental, sino que funciona
como una definición coordinadora. Pero son posibles diferentes
modos de exposición, en los cuales se introducen definiciones coor
dinadoras para otros pares de conceptos teóricos y experimentales.
Por ejemplo, puede hacerse que una noción teórica corresponda a la
idea experimental de viscosidad, y puede asociarse otra noción al
concepto experimental de flujo de calor. En consecuencia, puesto
que la energía cinética media de las moléculas de un gas se relaciona,
en virtud de las suposiciones de la teoría cinética, con estas otras no
ciones teóricas, se puede establecer de este modo, indirectamente,
una conexión entre temperatura y energía cinética. Por consiguiente,
en tal contexto de exposición, sería atinado preguntarse si la tempe
ratura de un gas es proporcional al valor de la energía cinética media
de las moléculas de un gas, calculando este valor de manera indirec
ta a partir de datos experimentales distintos de los obtenidos mi
diendo la temperatura del gas. En este caso, el postulado tendría el
carácter de una hipótesis física.
Por lo tanto, no es posible decidir en general si el postulado es
una definición coordinadora o una suposición fáctica, excepto en al
gún contexto dado en el cual se elabora la reducción de la termodi
námica a la mecánica. Esta circunstancia, sin embargo, no borra la
distinción entre reglas de correspondencia e hipótesis materiales, ni
anula la importancia de la distinción. Pero sea como fuere, el pre
sente examen no requiere que se tome una decisión entre estas inter
pretaciones alternativas del postulado. El punto esencial en este exa
men es que, en la reducción de la termodinámica a la mecánica, es
menester introducir un postulado que vincule la temperatura y la
energía cinética media de las moléculas de un gas y que no sea posi
ble fundamentar este postulado simplemente elucidando los signifi
cados de las expresiones que contiene.
Debemos considerar brevemente una objeción a esta tesis cen
tral. La redefinición de expresiones en el desarrollo de la investiga
ción —reza la mencionada objeción— es una característica recurrente
de la historia de la ciencia. Por consiguiente, aunque deba admitirse
que en el uso anterior la palabra «temperatura» tenía un significado
dado exclusivamente por las reglas y procedimientos de la termome-
469
tría y la termodinámica clásica, ahora se la usa de tal modo que es
«idéntica por definición» a la energía molecular. L a deducción de la
ley de Boyle-Charles, por lo tanto, no requiere la introducción de
otro postulado, en la forma de una definición coordinadora o en la
de una hipótesis empírica especial, sino que simplemente debe utili
zar esta identidad definicional. Esta objeción ilustra la confusión in
consciente en la que es fácil caer. Ciertamente, es posible redefinir la
palabra «temperatura» de m odo que sea sinónima de «energía ciné
tica media de las moléculas». Pero es igualmente cierto que, en esta
redefinición, la palabra tiene un significado diferente del asociado a
ella en la ciencia clásica del calor y, por lo tanto, un significado dife
rente del asociado a la palabra en el enunciado de la ley de Boyle-
Charles. Pero si se quiere reducir la termodinámica a la mecánica, es
de la temperatura, en el sentido asignado al término en la ciencia del
calor, de la que debe afirmarse que es proporcional a la energía ciné
tica media de las moléculas de un gas. Por consiguiente, si se redefine
la palabra «temperatura» de la manera sugerida por la objeción, debe
invocarse la hipótesis de que el estado de los cuerpos descrito como
la «temperatura» (en el sentido de la termodinámica clásica) también
está caracterizado por la «temperatura» en el sentido redefinido del
término. Esta hipótesis, entonces, no es cuestión de definición y no
hay fundamento, por ende, para asignarle ninguna necesidad lógica.
A menos que se adopte tal hipótesis, lo que se derive de las suposi
ciones de la teoría cinética de los gases no será la ley de Boyle-Char-
les. L o que es derivable sin la hipótesis es una oración de estructura
sintáctica similar a la de la formulación corriente de la ley, pero que
posee un sentido inconfundiblemente diferente del que tiene la ley.
3. C o n d ic io n e s n o f o r m a l e s d e l a r e d u c c ió n
470
sas arbitrariamente elegidas, sería relativamente fácil satisfacer tal re
quisito. Pero en la historia de las reducciones importantes, las pre
misas de la ciencia primaria no eran hipótesis ad hoc. Por ende, aun
que sería excesivo estipular que deba saberse de las premisas que son
verdaderas, parece razonable imponer como requisito no formal el
que las suposiciones teóricas de la ciencia primaria reciban apoyo de
elementos de juicio empíricos que posean algún grado de fuerza
probatoria. L os problemas vinculados a la lógica de la evaluación de
elementos de juicio son difíciles y, en muchos puntos importantes,
aún no han sido resueltos. Pero las cuestiones que plantean estos
problemas no son atinentes de manera exclusiva al análisis de la re
ducción; por esta razón, con excepción de algunos comentarios relati
vos a la reducción de la termodinámica a la mecánica, no examinare
mos aquí la noción de apoyo adecuado de los elementos de juicio.
L os elementos de juicio en apoyo de las diversas suposiciones de
la teoría cinética de los gases provienen de diversas investigaciones,
de las que sólo una parte pertenecen al dominio de la termodinámi
ca. Así, la hipótesis de la constitución molecular de la materia se basó
en relaciones cuantitativas manifestadas por las interacciones quími
cas, aun antes de que la termodinámica fuera reducida a la mecánica;
y fue confirmada, también, por una serie de leyes de la física molar
que no se referían principalmente a las propiedades térmicas de los
cuerpos. L a adopción de esta hipótesis para la nueva tarea de expli
car la conducta térmica de los gases estuvo en consonancia con la es
trategia normal de la ciencia de explotar en un nuevo frente ideas y
analogías que han demostrado ser útiles en otros campos. Análoga
mente, los axiomas de la mecánica, que constituyen las partes más
generales de las premisas de la ciencia primaria a la cual se ha reduci
do la termodinámica, tienen el apoyo de elementos de juicio prove
nientes de muchos campos muy distintos del que se dedica al estu
dio de los gases. Así, la suposición de que estos axiomas también son
válidos para los hipotéticos componentes moleculares de los gases
implicó la extrapolación de una teoría desde dominios en los cuales
ya estaba bien confirmada a otro dominio del que se postuló su ho
mogeneidad con los anteriores, en aspectos importantes. Pero lo que
tiene mayor peso a este respecto es que las suposiciones combinadas
de la ciencia primaria a la cual fue reducida la ciencia del calor han
permitido integrar en un sistema unificado muchas leyes aparente
mente desvinculadas de la ciencia del calor y de otras partes de la fí
471
sica. Por supuesto, ya antes de la reducción se había establecido una
serie de leyes sobre los gases. Pero algunas de estas leyes sólo eran
aproximadamente válidas para gases que no cumplen ciertas condi
ciones m uy restrictivas. Además, esas leyes en su mayoría sólo p o
dían ser afirmadas como otros tantos hechos independientes acerca
de los gases. L a reducción de la termodinámica a la mecánica m odi
ficó esta situación de manera significativa. Preparó el camino para
una reformulación de las leyes sobre los gases de m odo que armoni
zaran con la conducta de gases que satisfacen condiciones menos
restrictivas, condujo al descubrimiento de nuevas leyes y brindó una
base para poner de manifiesto relaciones de dependencia sistemática
entre las mismas leyes sobre los gases, así como entre las leyes sobre
los gases y las leyes acerca de los cuerpos en otros estados de agre
gación.
El último punto mencionado merece un poco más de detalle. Si la
ley de Boyle-Charles fuera la única ley experimental deducible de
la teoría cinética de los gases, es improbable que este resultado fuera
considerado por la mayoría de los físicos como un elemento de jui
cio fuerte en favor de la teoría. Probablemente adoptarían la opinión
de que nada de significación se ha logrado con la deducción de sólo
esta ley. Pues antes de su deducción, sostendrían, se sabía que esta
ley está de acuerdo solamente con la conducta de gases «ideales», es
decir, los que están a temperaturas m uy superiores a los puntos en
los cuales los gases se licúan, y, por hipótesis, de la teoría no se des
prende nada más en cuanto a la conducta de gases a temperaturas in
feriores. Además, los físicos indudablemente llamarían la atención
sobre el notable hecho de que aun la deducción de esta ley sólo pue
de efectuarse con ayuda de un postulado especial que vincule la tem
peratura con la energía de la molécula de un gas; postulado que, en
las circunstancias consideradas, tiene el carácter de una suposición
a d hoCy sin más elementos de juicio en su apoyo que los que dan
apoyo a la ley de Boyle-Charles misma. En resumen, si esta ley fue
ra la única consécuencia experimental de la teoría cinética, ésta sería
un árbol muerto, del cual sólo podrían obtenerse los frutos colgados
artificialmente.
Pero, de hecho, la reducción de la termodinámica a la teoría ciné
tica de los gases ha tenido muchos más logros que la deducción de la
ley de Boyle-Charles. Se dispone de otros elementos de juicio que,
para los físicos, tienen mucho peso en apoyo de la teoría, y que qui-
472
ta al postulado especial que vincula las temperaturas con la energía
molecular hasta la apariencia de arbitrariedad.
En realidad, hay dos series de consideraciones, relacionadas entre
sí, que hacen de la reducción un importante logro científico. U na de
ellas es que hay leyes experimentales deducidas de la teoría que no
habían sido halladas previamente o que se ajustan mejor a una am
plia gama de hechos que las leyes aceptadas previamente. Por ejem
plo, la ley de Boyle-Charles sólo es válida para gases ideales y es de-
ducible de la teoría cinética cuando algunas de las suposiciones
menos generales de la teoría cinética tienen la forma límite corres
pondiente a un gas que es un gas ideal. Pero estas suposiciones es
peciales pueden ser reemplazadas por otras sin modificar las ideas
fundamentales de la teoría, en particular por suposiciones menos
simples que las adoptadas para los gases ideales. Así, en lugar de las
estipulaciones mediante las cuales se deduce de la teoría la ley de
Boyle-Charles, podem os suponer que las dimensiones de las molé
culas de un gas no son despreciables comparadas con la distancia
media entre ellas, y que, además de las fuerzas de impacto, hay fuer
zas cohesivas que actúan sobre ellas. Utilizando estas suposiciones
especiales más complejas, es posible deducir la ley de Van der Waals,
la cual expresa más adecuadamente que la de Boyle-Charles la con
ducta tanto de gases ideales como de gases no ideales. En general,
por lo tanto, para que una reducción señale un avance intelectual de
importancia no basta que leyes establecidas previamente de la disci
plina secundaria estén representadas dentro de la teoría de la discipli
na primaria. La teoría también debe ser fértil en sugerencias útiles
para desarrollar la ciencia secundaria y debe brindar teoremas refe
rentes al tema de ésta que aumenten o corrijan sus leyes.
El segundo conjunto de consideraciones en virtud del cual se
acepta generalmente que la reducción de la termodinámica a la me
cánica es una conquista importante consiste en las íntimas y, a menu
do, sorprendentes relaciones de dependencia que pueden demos
trarse entre diversas leyes experimentales. U n tipo obvio de tal
dependencia lo ilustran las leyes antes aceptadas sobre la base de ele
mentos de juicio independientes y que, como consecuencia de la re
ducción, llegan a ser deducibles de la teoría integrada. Así, tanto el
segundo principio de la termodinámica (según el cual la entropía de
un sistema físico cerrado nunca disminuye) como la ley de Boyle-
Charles son derivables de la mecánica estadística, mientras que en la
473
termodinámica clásica una y otra son enunciadas como suposiciones
primitivas independientes. U n tipo más sorprendente y sutil de depen
dencia en algunos aspectos es el que se establece cuando se demuestra
que una constante numérica que aparece en diferentes leyes experi
mentales de la ciencia secundaria es una función definida de paráme
tros teóricos de la disciplina primaria, resultado particularmente no
table cuando es posible calcular valores numéricos congruentes para
esos parámetros a partir de datos experimentales obtenidos en lí
neas de investigación independientes. Así, uno de los postulados de
la teoría cinética es que, en condiciones normales de presión y tem
peratura, volúmenes iguales de un gas contienen igual número de
moléculas, independientemente de la naturaleza química del gas. El
número de moléculas de un litro de gas, en condiciones corrientes,
es el mismo para todos los gases y es conocido como el número de
Avogadro. Además, puede demostrarse que una cierta constante que
aparece en varias leyes sobre los gases (entre otras, en la ley de Boy-
le-Charles y en la ley sobre los calores específicos) es una función de
este número y de otros parámetros teóricos. Por otra parte, es posi
ble calcular el número de Avogadro de diversas maneras, a partir de
datos experimentales reunidos en investigaciones de carácter diferen
te; por ejemplo, a partir de mediciones realizadas en el estudio de los
fenómenos térmicos, de los movimientos brownianos o de la estruc
tura cristalina. Los valores de esa constante obtenidos en cada uno de
estos diversos conjuntos de datos concuerdan bastante entre sí. Por
consiguiente, se demuestra que leyes experimentales aparentemente
independientes (inclusive las leyes térmicas) incluyen un componen
te invariante común, representado por un parámetro teórico que, a su
vez, está firmemente ligado a diversos tipos de datos experimentales.
En consecuencia, la reducción de la termodinámica a la teoría cinéti
ca no sólo suministra una explicación unificada de las leyes de la dis
ciplina anterior, sino que también integra estas leyes de modo que los
elementos de juicio directamente atinentes a algunas de ellas pueden
servir como elementos de juicio indirectos en favor de las otras, y de
modo también que los elementos de juicio disponibles en favor de al
gunas leyes sustentan acumulativamente a diversos postulados teóri
cos de la ciencia primaria.
474
del conocimiento o solamente un ejercicio formal, así como sobre el
carácter de los elementos de juicio que realmente sustentan la teoría
cinética dirigen la atención hacia una característica importante de las
ciencias en activo desarrollo. Com o ya hemos sugerido, a veces es
posible delimitar diferentes ramas de la ciencia sobre la base de teo
rías utilizadas como premisas explicativas y principios conductores
en sus respectivos dominios. Pero las teorías, por lo general, no per
manecen inmutables con los avances de la investigación, y la historia
de la ciencia suministra muchos ejemplos de ramas especiales del co
nocimiento que se han reorganizado alrededor de nuevas teorías.
Además, aun cuando una disciplina continúe manteniendo los p o s
tulados más generales de algún sistema teórico, los menos generales
a menudo se modifican o aumentan con otros sugeridos por los nue
vos problemas.
Por consiguiente, la cuestión de si una ciencia es reducible a otra
no puede plantearse con provecho en abstracto, sin referencia a al
guna etapa particular de desarrollo de las dos disciplinas. Las cues
tiones concernientes a la reducibilidad sólo pueden ser discutidas
provechosamente si se les da un carácter definido especificando el
contexto establecido en un período determinado de las ciencias en
consideración. Así, es improbable que algún físico tome en serio la
afirmación de que la ciencia contemporánea de la física nuclear sea
reducible a alguna variante de la mecánica clásica — aunque se acom
pañe la afirmación de una deducción form al de las leyes de la físi
ca nuclear a partir de suposiciones reconocidamente mecánicas— , a
menos que tales suposiciones se apoyen en elementos de juicio ade
cuados en el momento en que se hace la afirmación y posean, en ese
momento, las ventajas heurísticas que se esperan normalmente de la
teoría perteneciente a una ciencia primaria propuesta. Además, una
cosa es decir que la termodinámica es reducible a la mecánica cuan
do ésta cuenta entre sus postulados reconocidas suposiciones (inclu
sive de carácter estadístico) acerca de las moléculas y de sus modos
de acción, y otra muy diferente afirmar que la termodinámica es re
ducible a una ciencia de la mecánica que no contiene tales suposicio
nes. En particular, aunque la termodinámica contemporánea indu
dablemente es reducible a la mecánica estadística de 1866 (el año en
el cual Boltzmann logró dar una interpretación estadística a la se
gunda ley de termodinámica, con ayuda de ciertas hipótesis estadís
ticas), esa ciencia secundaria no es reducible a la mecánica de 1700.
475
Análogamente, ciertas partes de la química del siglo xix (y quizás la
totalidad de esta ciencia) son reducibles a la física posterior a 1925,
pero no a la física de cien años antes.
Además, no debe ignorarse la posibilidad de que pueda ganarse
poco conocimiento o aumento de potencialidades de la investiga
ción, y hasta de que no pueda ganarse nada, de la reducción de una
ciencia a otra en ciertos períodos de su desarrollo, por grandes que
sean las ventajas potenciales de tal reducción en algún período p o s
terior. Así, una disciplina puede hallarse en una etapa de desarrollo
activo en la cual la tarea más importante sea examinar y clasificar los
vastos y diversos materiales de su dominio. En tal caso, los intentos
por reducir dicha disciplina a otra (teóricamente más avanzada, qui
zás), aunque sean de éxito, pueden distraer energías que se necesi
tan para resolver los problemas fundamentales de este período de
expansión de dicha disciplina, sin que haya una compensación por
una efectiva guía de la ciencia primaria en la conducción de la inves
tigación ulterior. Por ejemplo, en una época en la cual la necesidad
primera de la botánica es establecer una tipología sistemática de la
vida vegetal, esta disciplina puede obtener poca ventaja de la adop
ción de una teoría fisicoquímica de los organismos vivientes. Por
otra parte, aunque una ciencia pueda ser reducible a otra, la discipli
na secundaria puede ir resolviendo progresivamente sus propios
problemas especiales con ayuda de una teoría expresamente conce
bida para tratar el tema de esta disciplina. Com o base para abordar
estos problemas, esta teoría menos general puede ser más satisfacto
ria que la teoría más general de la ciencia primaria, quizá porque ésta
requiera el uso de técnicas demasiado refinadas y engorrosas para los
fenómenos que estudia la ciencia secundaria, o porque las condicio
nes iniciales necesarias para aplicarla a estos fenómenos no se pre
senten, o simplemente porque su estructura no sugiera analogías úti
les para abordar esos problemas. Por ejemplo, aunque la biología
fuera reducible a la mecánica cuántica actual, en esta etapa de la bio
logía la teoría genética de la herencia puede ser un instrumento más
satisfactorio para explorar los problemas de la herencia biológica
que la teoría cuántica. U n sistema integrado de explicación median
te alguna teoría general de una ciencia primaria puede ser un ideal in
telectual eventualmente realizable. Pero de esto no se desprende que
se logre mejor este ideal reduciendo una ciencia a otra que tiene una
teoría reconocidamente vasta y poderosa, si la ciencia secundaria, en
476
esa etapa de su desarrollo, no está preparada para operar de manera
efectiva con tal teoría.
Muchas discusiones acerca de las relaciones entre las ciencias espe
ciales y sobre los límites del poder explicativo de sus teorías pasan por
alto estas consideraciones elementales. A veces se afirma de modo ab
soluto y sin restricciones temporales la irreducibilidad de una ciencia
a otra (por ejemplo, de la biología a la física). En todo caso, los argu
mentos en favor de tales afirmaciones a menudo parecen olvidar que
las ciencias tienen una historia y que la reducibilidad (o irreducibili
dad) de una ciencia a otra depende de la teoría específica utilizada por
la última disciplina en un momento determinado. Por otra parte, las
afirmaciones contrarias, que sostienen la reducibilidad de alguna
ciencia particular a una disciplina estimada, tampoco prestan suficien
te atención a veces al hecho de que las ciencias en consideración deben
estar en niveles adecuadamente maduros de desarrollo para que la re
ducción adquiera importancia científica. Tales tesis y contratesis qui
zá puedan ser consideradas magnánimamente como debates acerca de
la dirección más promisoria que puede tomar la investigación siste
mática en una etapa determinada de una ciencia. Así, los biólogos que
insisten en la «autonomía» de su ciencia y que rechazan in toto las lla
madas «teorías mecanicistas» de los fenómenos biológicos parecen
adoptar estas posiciones porque creen que, en la etapa presente de las
teorías física y biológica, la biología puede ganar más realizando sus
investigaciones a partir de categorías distintivamente biológicas que
abandonando éstas en favor de modos de análisis típicos de la física
moderna. Análogamente, pueden interpretarse las tesis de los mecani
cistas en biología como recomendando la reducción de la biología a la
física porque, en su opinión, actualmente es posible abordar más efec
tivamente los problemas biológicos dentro del marco de las teorías
físicas modernas que mediante teorías puramente biológicas. Pero,
como veremos en el capítulo siguiente, no es ésta la manera como for
mulan habitualmente los problemas quienes participan en tales deba
tes. Por el contrario, por no comprender que las afirmaciones concer
nientes a la reducibilidad o irreducibilidad de una ciencia deben estar
acompañadas de limitaciones temporales, comúnmente se discuten
cuestiones que se relacionan, en el fondo, con la estrategia de la inves
tigación o con las relaciones lógicas entre las ciencias, tal como están
constituidas en un momento dado, del mismo modo que si se refirie
ran a la estructura última e inmutable del universo.
477
3. A través de todo este examen hemos dado énfasis a la concep
ción de la reducción como la deducción de un conjunto de enuncia
dos empíricamente confirmables a partir de otro conjunto semejan
te. Sin embargo, con frecuencia se discuten los problemas de la
reducción suponiendo que ésta es la derivación de las propiedades de
los fenómenos de cierto tipo a partir de los de otro tipo. Así, un
autor contemporáneo sostiene que puede demostrarse que la psico
logía es una disciplina autónoma, porque «un dolor de cabeza no es
un ordenamiento o reordenamiento de partículas en el cráneo» y
«nuestra sensación de violeta no es un cambio del nervio óptico».
Por consiguiente, aunque se dice que la mente está «conectada mis
teriosamente» con los procesos físicos, «no se la puede reducir a es
tos procesos ni se la puede explicar mediante las leyes de estos pro
cesos».7 O tro autor reciente, al afirmar la aparición de «genuinas
novedades» en la naturaleza inorgánica, declara «que es un error su
poner que todas las propiedades de un compuesto pueden ser dedu
cidas exclusivamente de la naturaleza de sus elementos». En un espí
ritu similar, un tercer autor contemporáneo afirma que la conducta
característica de un compuesto químico como el agua «no puede ser
deducida, ni siquiera en teoría, aun del más completo conocimiento
de la conducta de sus componentes, tomados separadamente o en
otras combinaciones, o de sus propiedades y ordenamientos dentro
de esta totalidad».8 Indicaremos ahora brevemente las razones por
las cuales concebir la reducción como la deducción de propiedades a
partir de otras propiedades es potencialmente engañoso y engendra
problemas espurios.
Dicha concepción es engañosa porque sugiere que las cuestiones
relativas a si una ciencia es o no reducible a otra deben ser resueltas
inspeccionando las «propiedades» o «naturalezas» presuntas de las
cosas, y no investigando las consecuencias lógicas de ciertas teorías
formuladas explícitamente (esto es, sistemas de enunciados). Pues tal
concepción pasa por alto el punto fundamental de que las «naturale
zas» de las cosas y, en particular, de los «constituyentes elementales»
de las cosas no son accesibles a la inspección directa, y no podem os
determinar por simple inspección qué es lo que implican o no impli
478
can. Tales «naturalezas» deben ser enunciadas en la form a de una
teoría y no pueden ser objeto de observación. Además, la gama de
las posibles «naturalezas» que pueden poseer los elementos quími
cos es tan variada como las diferentes teorías acerca de las estruc
turas atómicas que podem os idear. A sí como se formula la «natura
leza fundamental» de la electricidad mediante las ecuaciones de
Maxwell, la naturaleza fundamental de las moléculas y los átomos
debe ser formulada como una teoría explícitamente articulada acer
ca de ello y sus estructuras. Por consiguiente, la suposición según la
cual, para reducir una ciencia a otra, es menester deducir ciertas pro
piedades de otras propiedades o «naturalezas» transforma una cues
tión que es eminentemente lógica y empírica en una cuestión es
peculativa irremediablemente sin solución. Pues, ¿cómo podem os
descubrir las «naturalezas esenciales» de los elementos químicos (o
de cualquier otra cosa) si no es construyendo teorías que postulen
características definidas de estos elementos, y luego controlando las
teorías de la manera usual, mediante la confrontación de las conse
cuencias deducidas de las teorías con los resultados de experimentos
apropiados? ¿Y cómo podem os saber de antemano que nunca se p o
drá construir una teoría que permita deducir sistemáticamente de
ellas las diversas leyes de la química?
Por consiguiente, que un conjunto dado de «propiedades» o «ca
racterísticas de conducta» de objetos macroscópicos puedan ser ex
plicadas por las «propiedades» o «características de conducta» de
átomos y moléculas, o reducidas a éstas, depende de la teoría que se
adopte para especificar las «naturalezas» de estos elementos. La de
ducción de las «propiedades» estudiadas por una ciencia a partir de
las «propiedades» estudiadas por otra puede ser imposible si la últi
ma postula esas propiedades en términos de una teoría determinada,
pero la reducción puede ser factible si se adopta un conjunto dife
rente de postulados teóricos. Por ejemplo, la deducción de las leyes
de la química (pongamos por caso, de la ley según la cual, en cierta
condiciones, el oxígeno y el hidrógeno se combinan para dar un
compuesto estable llamado «agua», que a su vez manifiesta ciertos
m odos definidos de conducta en presencia de otras sustancias) a
partir de las teorías físicas acerca del átomo de hace cincuenta años
era considerada imposible, con toda razón. Pero lo que era im posi
ble con respecto a una teoría puede no serlo con respecto a otra. La
reducción de diversas partes de la química a la teoría cuántica de la
479
estructura atómica parece estar realizando adelantos firmes, aunque
lentos; sólo las enormes dificultades matemáticas que surgen al efec
tuar las deducciones correspondientes a partir de las suposiciones de
la teoría cuántica parecen presentar obstáculos serios para dar gran
im pulso a esta labor. Además, para repetir en este contexto una ob
servación ya hecha en otro anterior, si se define la «naturaleza» de
las moléculas en términos de las expresiones teóricas primitivas de la
mecánica estadística clásica, la reducción de la termodinámica sólo
es posible si se introduce un postulado adicional que vincule la tem
peratura con la energía cinética. Pero la imposibilidad de tal reduc
ción sin tal hipótesis especial deriva de consideraciones puramente
formales, y no de algún presunto abismo ontológico entre la mecá
nica y la termodinámica. Así, puede demostrarse que Laplace estaba
en un error cuando creía que una inteligencia divina podría predecir
el futuro con todo detalle, si conociera las posiciones y las cantida
des de movimientos de todas las partículas materiales, así com o las
magnitudes y las direcciones de las fuerzas que actúan entre ellas. En
todo caso, Laplace estaba equivocado si se supone que su inteligen
cia divina extrae inferencias de acuerdo con los cánones de la lógica
y, por ende, se supone que es incapaz de caer en la confusión de afir
mar un enunciado como conclusión de una inferencia, si el enuncia
do contiene términos que no aparecen en las premisas.
Sea como fuere, la reducción de una ciencia a otra — por ejemplo,
de la termodinámica a la mecánica estadística, o de la química a la
teoría física contemporánea— no borra ni convierte en algo insus
tancial o «meramente aparente» las distinciones y tipos de conducta
que reconoce la disciplina secundaria. Así, aun cuando se establez
can las condiciones físicas, químicas y fisiológicas detalladas de la
aparición de los dolores de cabeza, con ello no se demostraría que
éstos son ilusorios. Por el contrario, si a consecuencia de tales des
cubrimientos una parte de la psicología se redujera a otra ciencia o a
una combinación de otras ciencias, todo lo que sucedería es que se
hallaría una explicación para la aparición de los dolores de cabeza.
Pero la explicación que se obtenga de este m odo será esencialmente
del mismo tipo que las que se obtengan en otros dominios de la cien
cia positiva. N o establecerá una conexión lógicamente necesaria en
tre la aparición de los dolores de cabeza y la producción de ciertos
sucesos o procesos especificados por la física, la química y la fisiolo
gía. T am poco consistirá en establecer la sinonimia entre la expresión
480
«dolor de cabeza» y otra expresión definida por medio de las expre
siones teóricas primitivas de estas disciplinas. Consistirá en enunciar
las condiciones, formuladas por medio de estas expresiones primiti
vas, en las cuales, como pura cuestión contingente y de hecho, se
produce determinado fenómeno psicológico.
4. L a d o c t r in a d e l a e m e r g e n c ia
481
1. Aunque se ha invocado la emergencia como categoría explica
tiva principalmente en conexión con los fenómenos sociales, psico
lógicos y biológicos, dicha noción puede ser formulada de una ma
nera general, de m odo que se aplique también a lo inorgánico. Así,
sea O algún objeto constituido por ciertos elementos a ly ..., a n que
están entre sí en alguna relación compleja R ; y supongamos que O
posee una clase definida de propiedades T, mientras que los elemen
tos de O poseen propiedades que pertenecen a las clases A lt ..., A n,
respectivamente. Aunque los elementos son numéricamente distin
tos, pueden no ser todos de especies distintas; además, pueden entrar
entre sí (o con otros elementos que no forman parte de O ) en rela
ciones diferentes de R , para formar totalidades complejas diferentes
de O. Sin embargo, la aparición de los elementos a u ..., a n en la rela
ción R es, por hipótesis, la condición necesaria y suficiente para la
aparición de O caracterizado por las propiedades P.
Supongamos luego lo que los defensores de la doctrina de la emer
gencia llaman un «conocimiento completo» concerniente a los elemen
tos de O: conocemos todas las propiedades que poseen los elementos
cuando existen «aisladamente» unos de otros; y conocemos también
todas las propiedades manifestadas por complejos distintos de O que
se forman cuando algunos o todos esos elementos se encuentran entre
sí (o con elementos adicionales) en relaciones distintas de R , así como
todas las propiedades de los elementos en esos complejos. Según la
doctrina de la emergencia, es necesario distinguir dos casos. En el pri
mero, es posible predecir (esto es, deducir), de tal conocimiento com
pleto, que, si los elementos a u an, se presentan en la relación R, en
tonces se formará el objeto O y poseerá las propiedades P. En el
segundo caso, hay al menos una propiedad Pe de la clase P tal que, a pe
sar del conocimiento completo de los elementos, es imposible predecir
que, si los elementos están entre sí en la relación R , entonces se forma
rá un objeto O que posee la propiedad Pe. En el último caso, el objeto
O es un «objeto emergente» y Pe una «propiedad emergente» de O.
L a anterior es la forma de la doctrina de la emergencia que sub
yace en el pasaje de Broad citado en la sección anterior de este capí
tulo (página 478). Broad ilustra esta versión de la emergencia del si
guiente modo:
482
y las pro p orcio n es en las cuales se com binan es fija. N a d a que co n o zca
m os acerca del oxígen o m ism o o de su com binación con algo que n o sea
oxígen o puede sum in istrarnos la m ás m ínim a razón para su pon er si
quiera que puede com binarse con el h idrógen o. N a d a que sepam os del
hidrógeno en sí m ism o o de sus com binaciones con otras cosas que no
sean oxígeno puede sum in istrarnos la m ás m ínim a razó n para esperar
que se com binará siquiera con el oxígeno. Y la m ayoría de las p ro p ied a
des quím icas y físicas del agua no tienen ninguna conexión conocida,
cuantitativa o cualitativa, con las del oxígen o y el h idrógeno. T enem os
aq u í un claro ejem plo en el cual, en la m edida de nuestro conocim iento,
no hubiera sido p o sib le predecir las p ro piedades de una totalidad co m
puesta p o r esos d o s constituyentes a partir de un conocim iento de esas
propiedades tom adas separadam ente, o de este conocim iento com bin a
do con el de las propiedades de otras totalidades que contengan a estos
constituyentes.9
483
piedades de totalidades complejas pueden ser deducidos a partir de
enunciados acerca de sus constituyentes sólo si las premisas cpntie-
nen una' teoría adecuada acerca de esos constituyentes, una teoría
que permita analizar la conducta de esas totalidades como «resultan
tes» de las conductas supuestas de los constituyentes. Por lo tanto,
toda expresión descriptiva que aparece en un enunciado que se pre
tende deducible de la teoría debe también aparecer en las expresio
nes usadas para formular la teoría o las suposiciones agregadas a la
teoría, cuando se la aplica a circunstancias especiales. Así, un enun
ciado como «el agua es transparente» no puede ser deducido de nin
gún conjunto de enunciados acerca del hidrógeno y el oxígeno que
no contengan las expresiones «agua» y «transparente»; pero esta im
posibilidad deriva totalmente de consideraciones puramente form a
les y es relativa al conjunto especial de enunciados adoptados como
premisas en el caso en consideración.
484
no. Pues aunque una teoría de la estructura atómica no esté en con
diciones de predecir una propiedad determinada, otra teoría que
postule una estructura diferente para los átomos puede lograrlo.
Este enfoque de la cuestión recibe apoyo de la historia de la teo
ría atómica. Dalton hizo revivir la antigua teoría atómica de la mate
ria, en el primer cuarto del siglo xix, para explicar de manera siste
mática un conjunto limitado de datos químicos, inicialmente, datos
acerca de constancias en las proporciones de los pesos de combina
ción de las sustancias que participan en las reacciones químicas. En
la forma que le dio Dalton a la teoría, ésta postulaba relativamente
pocas propiedades para los átomos y era incapaz de explicar muchas
características de las transformaciones químicas. Por ejemplo, no ex
plicaba la valencia química ni los cambios térmicos que se manifies
tan en dichas transformaciones. Pero luego la teoría de Dalton fue
modificada, y las variantes posteriores de la misma pudieron expli
car un número y una variedad crecientes de leyes relativas a fenóme
nos tanto ópticos, térmicos y electromagnéticos como químicos.
Pero con esta serie de modificaciones de la teoría, también se trans
form ó la concepción acerca de la «naturaleza intrínseca» de los áto
mos; pues cada variante de la teoría — más precisamente, cada teoría
de una serie de construcciones teóricas que tienen algunas suposi
ciones generales en común— postuló (o «definió») distintos tipos de
componentes submicroscópicos de los objetos macroscópicos y dis
tintas «naturalezas» de los componentes, en cada caso. Por consi
guiente, los «átom os» de Demócrito, los «átom os» de Dalton y los
«átom os» de la moderna teoría fisicoquímica son partículas de dife
rentes especies; y si se las puede incluir a todas en el nombre común
de «átom o» es principalmente porque hay importantes analogías en
tre las diversas teorías que las definen.
Por lo tanto, no debemos dejarnos engañar por el hábito conve
niente de concebir las diversas teorías atómicas como si represen
taran un progreso en nuestro conocimiento concerniente a un con
junto fijo de objetos submicroscópicos. Esta manera de describir
la sucesión histórica de las teorías atómicas engendra fácilmente la
creencia de que puede decirse que los átomos existen y tienen ciertas
«naturalezas intrínsecas» discernibles, independientemente de cual
quier teoría particular que postule la existencia de los átomos y pres
criba las propiedades que poseen. D e hecho, sostener que hay átomos
con algún conjunto definido de características equivale a afirmar que
485
una cierta teoría acerca de la constitución de los objetos físicos tiene
el apoyo de elementos de juicio experimentales. L a sucesión de teo
rías atómicas propuestas a lo largo de la historia de la ciencia puede
representar no sólo avances en el conocimiento concerniente al or
den y la conexión de fenómenos macroscópicos, sino también una
comprensión cada vez más adecuada de la constitución atómica de
las cosas físicas. Pero de esto no se desprende que sea posible, inde
pendientemente de alguna teoría atómica particular, afirmar qué es
lo que puede o no puede predecirse a partir de las «naturalezas» de
las partículas atómicas.
Sea como fuere, ciertamente algunas propiedades de los com
puestos que no era posible predecir mediante teorías más antiguas de
la estructura atómica (por ejemplo, las propiedades químicas y ópti
cas de la sustancia estable que se forma cuando el hidrógeno y el oxí
geno se combinan en ciertas condiciones) pueden ser predichas me
diante la actual teoría electrónica acerca de la composición de los
átomos. Se desprende de esto que se utiliza una formulación elíptica
cuando se sostiene que determinada propiedad de un compuesto es
«emergente». Pues, aunque una propiedad pueda ser una caracterís
tica emergente con respecto a determinada teoría, no necesariamen
te será emergente con respecto a una teoría diferente.
pu ede ser que ningún fisico qu ím ico pu diera haber predich o to d as las
p ro p ied ad es de H 20 antes de haberla estu diado; sin em bargo, es p ro b a
ble qu e esta incapacidad de predicción só lo sea una expresión de ign o
rancia acerca de la n aturaleza de H y de O . Si al com binarse H y O dan
agua, presum iblem en te contienen, en cierto sentido, la poten cialidad de
fo rm ar agua. D e hecho, está en la esencia de la evolución em ergente que
nada nuevo se agrega desde afuera, que la «em ergencia» es la co n se
cuencia de nuevos tip o s de relaciones entre lo existente. L a presu n ción
es, entonces, que con suficiente conocim ien to de lo s com ponen tes, p o
drían hacerse prediccion es altam ente p ro bables acerca de las p ro p ie d a
des del agua. D e hecho, los qu ím icos han predich o con éxito las p ro p ie
dades de co m p u estos qu e nunca han o bserv ad o y han p asa d o lu ego a
486
p ro d u cir esos «em ergentes». H a sta han predich o la existencia y las p ro
piedades de elem entos que no habían sid o o b se rv ad o s.10
487
p o sic io n e s de la m ecán ica estadística a m en os qu e se agregue u n
p o stu la d o qu e vincule el térm in o «te m p eratu ra» co n la exp resió n
«en ergía cinética m edia de las m o lécu las». E ste p o stu la d o no p u ed e
ser d e d u cid o de la m ecánica estadística en su fo rm a clásica; y este
hecho — el de qu e sea n ecesario agregar u n p o stu la d o (o algo e q u i
valente a él) a la m ecánica estadística co m o su p o sic ió n in dep en
diente, p a ra qu e sea dedu cible la ley so b re lo s gases— ilu stra la que
co n stitu y e, q u izá, la tesis central de la d o ctrin a de la em ergen cia tal
co m o la h em o s in terpretado.
11. Véase la distinción establecida por Mili entre los m odos «m ecánico» y
«quím ico» de la «acción conjunta de causas», que es la fuente clásica de la doc
trina de la emergencia. J. S. M ili, A system o f Logic, Londres, 1879, libro 3,
cap. 6.
488
miento de las propiedades y la organización de sus engranajes y re
sortes constituyentes.
Pero el argumento lógico que constituye el núcleo de la doctrina
de la emergencia es aplicable a todos los dominios de investigación y
es atinente al análisis de las explicaciones de la mecánica y la física, en
general, como lo es el examen de las leyes de otras ciencias. El ante
rior examen de la reducción de la termodinámica a la mecánica hace
esto totalmente evidente. Pero para mayor claridad, consideremos el
ejemplo del reloj. Es adecuado observar que la «conducta» del reloj
predecible sobre la base de la mecánica sólo es ese aspecto de su con
ducta que puede ser caracterizado íntegramente en términos de las
ideas primitivas de la mecánica, por ejemplo, la conducta constitui
da por el movimiento de las manecillas del reloj. T odo aspecto de su
conducta que no cae dentro del ámbito de esas ideas — por ejemplo,
las variaciones de temperatura del reloj o los cambios de fuerza mag
nética que pueden engendrar los movimientos relativos de las partes
del reloj— no puede ser explicado ni predicho por la teoría mecáni
ca. Sin embargo, pareciera que sólo una costumbre arbitraria impide
que llamemos a esas características «no mecánicas» de la conducta
del reloj «propiedades emergentes» con respecto a la mecánica. Por
otra parte, tales características no mecánicas son explicables, cierta
mente, mediante las teorías del calor y el magnetismo, de modo que,
con respecto a una clase más amplia de suposiciones teóricas, el reloj
no parece manifestar características emergentes.
Los defensores de la doctrina de la emergencia se inclinan a veces
a destacar especialmente el hecho de que las teorías físicas no pueden
predecir la aparición de las llamadas «cualidades secundarias». Por
ejemplo, se ha argüido que, a partir de un conocimiento completo de
la estructura submicroscópica de los átomos, un arcángel matemáti
co podría predecir que el nitrógeno y el hidrógeno se combinan
cuando una descarga eléctrica pasa a través de una mezcla de ambos
y forman un gas de amoníaco soluble en agua. Pero aunque el arcán
gel fuera capaz de deducir la estructura microscópica exacta del
amoníaco,
sería totalm ente incapaz de predecir que una sustancia de esta estruc
tura debe oler com o el am oníaco cuando llega a narices hum anas. L o
m ás que p o d ría predecir a este respecto sería que se produ cirían ciertos
cam bios en la m em brana de la m ucosa, en los nervios o lfatorios, etc.
489
P ero n o p o d ría sab er qu e esos cam bios irían acom pañ ados p o r la apari
ción de un olor, en general, o del o lo r peculiar del am oníaco, a m enos
que alguien se lo dijera o que lo hubiera o lid o p o r sí m ism o .12
(1) C a so s de algún tipo general de cam bio [...] com unes a am bas fa
ses (p o r ejem plo, m ovim ien to relativo de partículas), cu y a m anera o
490
condiciones de aparición no pu eda ser descrita ni predich a m ediante las
leyes que habrían bastado para la descripción y [...] la predicción de to
d o s los cam bios de este tipo que se p rodu cen en F. A . U n m otivo, au n
que no el único concebible, de esta em ergencia evolutiva de leyes es la
produ cción , de acuerdo con un conjun to de leyes, de nuevas integracio
nes locales de la m ateria, cu yos m ovim ientos y, p o r lo tanto, cuyas p a r
tículas com ponentes se ajustarían a leyes vectoriales — es decir, direc-
cionales— em ergentes en el sentido definido [...]; (2 ) nuevas cualidades
[...] asignables a entidades ya presentes, aunque sin esos accidentes en
F . A . (3) entidades particulares que no p o seen to d o s los atribu tos esen
ciales característicos de las que se encuentran en F. A . y que tienen tipos
distintivos y p ro p io s de atribu tos (no m eram ente configuracionales); (4)
algún tipo o tipos de sucesos o p ro ceso s de especie irreduciblem ente d i
ferente de los que aparecen en F . A .; (5) una cantidad o núm ero de ca
sos, no explicables p o r transferencias desde fuera del sistem a, de uno o
m ás tipos de entidades prim arias com unes a am bas fase s .13
491
metría física; pero no hay razón alguna para creer, que los cuerpos
manifestaron propiedades gravitacionales después de adquirir pro
piedades espaciales. Por otra parte, podría ser posible deducir de al
guna teoría acerca de la estructura atómica que el nitrógeno y el oxí
geno pueden combinarse para formar un gas amoníaco soluble en
agua, aunque no se conociera ningún caso de amoníaco disuelto
en agua debido a que las condiciones físicas prevalecientes no per
mitieran la formación de agua en estado líquido, por ejemplo, antes
de la época en la cual la Tierra se enfrió lo suficiente. L a ulterior for
mación de agua y la disolución en ella de gas amoníaco sería, enton
ces, un suceso temporalmente nuevo. Por consiguiente, la cuestión
de si algunas propiedades son «emergentes» en el sentido de ser
temporalmente nuevas es un problema de un orden diferente al de
saber si algunas propiedades son «emergentes» en el sentido de ser
impredecibles. Este último es un problema vinculado en gran parte,
aunque no exclusivamente, con las relaciones lógicas entre enuncia
dos; el primero es, principalmente, una cuestión que sólo puede ser
resuelta mediante una investigación empírica histórica.
492
ciones de temperatura favorables y si suponemos, además, que en
una época la temperatura de la Tierra era demasiado elevada para la
existencia de tales organismos, entonces es prácticamente cierto que
la vida no apareció en la Tierra (y, quizás, en ninguna otra parte del
universo) antes de una cierta época.
O tra dificultad es la que se origina en la vaguedad de palabras ta
les como «propiedad» y «proceso», así como en la falta de criterios
precisos para juzgar si dos propiedades o procesos deben ser consi
derados «los mismos» o «diferentes». Así, el «mero» reordenamiento
espacial de un conjunto de objetos aparentemente no debe ser con
siderado como un caso de propiedad emergente, aunque este reor
denamiento específico no se haya producido anteriormente. Sin em
bargo, cabe preguntarse si toda redistribución espacial de cosas no
está asociada siempre a algún cambio «cualitativo», de modo que los
cambios espaciales originen ipso fa d o alteraciones en las «propieda
des» de las cosas redistribuidas. Por ejemplo, el aspecto de un cua
drado que reposa sobre uno de sus lados ciertamente «parece dife
rente» del aspecto que presenta cuando se hace rotar el cuadrado de
modo que quede sobre uno de sus vértices. Si el segundo esquema
no hubiera existido antes, ¿se lo consideraría como la aparición de
una propiedad nueva? Si no es así, ¿cuál es la señal dé una nueva ca
racterística? Pero si se lo considera como algo nuevo, entonces todo
cambio debe ser considerado también como ilustración de la evolu
ción emergente. Pues un estado de cosas determinado puede ser ana
lizable en un conjunto de características que han aparecido en el pa
sado. Por otra parte, en su manifestación presente las características
aparecen en un determinado contexto de relaciones, y, si bien el es
quema específico de estas relaciones puede repetirse, de hecho tales
características pueden no haber aparecido nunca en ese esquema.
Por consiguiente, en esta eventualidad, el estado de cosas menciona
do sería una propiedad emergente, y puesto que toda situación pue
de presentar tales esquemas nuevos, especialmente si no se pone
ningún límite a la extensión espaciotemporal de una situación, la
doctrina de la emergencia se reduce a la trivial tesis de que las cosas
cambian.
Ahora bien, ¿qué debe entenderse exactamente por la estipulá-
ción contenida en la cita anterior de que una entidad particular debe
ser considerada como un caso de evolución emergente si no posee
«todos los atributos esenciales» de esas entidades en fases anteriores
493
de la evolución? En general, que un atributo sea o no considerado
como «esencial» depende del contexto de la cuestión y del problema
en consideración. Pero si esto es así, entonces, en virtud de tal esti
pulación, la distinción entre un carácter emergente y otro no emer
gente variará según los cambios en el interés y los propósitos de la
investigación. N o queremos decir que estas dificultades sean fatales
para la doctrina de la emergencia. Pero indican que, si no se formula
la doctrina con m ayor cuidado que el habitual, se la puede tomar fá
cilmente por una perogrullada.
494
cia de la mecánica en realidad no opera con un conjunto limitado y
seleccionado de nociones teóricas. Pero este hecho no supone el re
quisito de que la ciencia niegue la existencia real o la posible emer
gencia de caracteres de las cosas distintos de aquellos de los que se
ocupa principalmente la mecánica. Tal negación sería infundada,
aunque se hubieran realizado las antiguas esperanzas de los físicos y
la mecánica mantuviera su preeminencia de antaño como ciencia
universal de la naturaleza. Pues una explicación mecánica de un su
ceso o proceso consiste simplemente en enunciar las condiciones de
su producción en términos mecánicos. Pero tales explicaciones serían
claramente imposibles (so pena de hacer estéril la tarea de dar expli
caciones de las cosas) si el suceso o proceso no fuera primero identi
ficado mediante la observación de sus características, sean o no estas
características propiedades puramente mecánicas y sean o no nue
vas. En resumen, cuando se analiza la estructura de la mecánica o de
cualquier otra teoría de la física clásica, se hace evidente que la efica
cia operativa de la teoría no depende de la aceptación o el rechazo de
la tesis histórica según la cual en el curso del tiempo aparecen carac
teres e individuos nuevos en el universo.
495
bles. Por consiguiente, lo que dicha sugerencia parece afirmar es la
posibilidad de que cambien tipos de estructura generales, o de que
surjan nuevos esquemas relaciónales entre las cosas. Por ejemplo, en
lugar de ser siempre inversamente proporcional al cuadrado de la
distancia, la fuerza gravitacional entre todo par de partículas puede
cambiar lentamente de modo que dicho exponente aumente con el
tiempo; o algunos elementos químicos pueden manifestar progresi
vamente nuevas propiedades y nuevos m odos de combinación entre
sí. Pero tal sugerencia debe enfrentar serias dificultades, algunas de
las cuales indicaremos a continuación.
Q uizá la más obvia e importante de esas dificultades derive del
hecho de que no podem os estar seguros de si un cambio aparente de
una ley es realmente tal o si indica solamente que nuestro conoci
miento acerca de las condiciones en las cuales prevalece algún tipo
de estructura era incompleto. Supongamos, por ejemplo, que hubie
ra elementos de juicio que parecieran indicar un cambio en alguna
constante universal (como la velocidad de la luz en el vacío), de tal
m odo que su valor durante el siglo actual sea menor que el de los
tiempos prehistóricos. En el ínterin, también han cambiado otras
cosas: las posiciones relativas de las galaxias ya no son las mismas; ha
habido cambios internos en las estrellas y en la cantidad de radiación
que emiten; y quizás hasta han variado algunos caracteres no deter
minados de los cuerpos físicos (por ejemplo, algún carácter seme
jante a las propiedades eléctricas de la materia, que sólo han sido
descubiertas por los hombres en épocas relativamente recientes).
E s concebible, al menos, pues, que la ley aceptada hasta ahora de la
constancia de la velocidad de la luz sea simplemente errónea y que
esta velocidad varíe con algunos de los factores ya mencionados.
Ciertamente, no sería una tarea simple eliminar esta interpretación
alternativa de los elementos de juicio; y, de hecho, la mayoría de los
científicos sin duda se inclinaría más bien a considerar correcta la ley
aceptada hasta ahora sólo si se satisfacen ciertas condiciones antece
dentes — y a considerarla, por ende, simplemente como un caso lí
mite de una ley más general— , antes que admitir que la estructura
general de los procesos físicos está sufriendo una evolución. En todo
caso, que tal suposición sea aceptada alguna vez dependerá, muy
probablemente, de la medida en que resulte efectiva y conveniente
para lograr un sistema de conocimiento completamente general e in
tegrado. Por consiguiente, aunque la sugerencia de que algunas leyes
4 96
puedan estar cambiando no cae fuera de los límites de la posibilidad,
en el mejor de los casos es sumamente especulativa y no es fácil ha
llar elementos de juicio razonablemente concluyentes en su favor.
H ay una dificultad adicional, y de un orden diferente, que debe
enfrentar la doctrina según la cual todas las leyes cambian con el
tiempo.14 Pues, ¿de qué manera se obtienen elementos de juicio en
favor de la tesis de que una ley está cambiando? N o se puede «ver»
evolucionar, literalmente, a un esquema general de relaciones, de
modo que la base para una conclusión semejante debe obtenerse a
través de comparaciones entre el presente y el pasado. Pero el pasa
do no es accesible a una inspección directa. Sólo puede ser recons
truido mediante datos disponibles en el presente, con ayuda de leyes
de las que debe suponerse que son inmutables, al menos durante la
época que abarca a este pasado y al presente. Por ejemplo, supon
gamos que se alega una lenta disminución de la fuerza gravitacional
entre los cuerpos, sobre la base de que en el pasado las mareas eran
generalmente más altas que en el presente, aunque el número y la
posición relativa de los cuerpos celestes fueran los mismos que en
la actualidad. Pero, ¿cómo podem os saber si el pasado fue realmen
te así, a menos que usemos leyes que no han cambiado para inferir
esos hechos pasados de los datos presentes? Por ejemplo, podemos
encontrar depósitos de sal en alturas que están actualmente fuera del
alcance de las mareas. Pero aun dejando de lado la cuestión de si la
Tierra no se ha elevado por acción geológica y no a causa de una dis
minución en la altura de las mareas, la conclusión de que la sal fue
depositada por el océano da por supuestas varias leyes concernientes
a los movimientos del agua de marea y a la evaporación de los líqui
dos. Por consiguiente, la suposición de que todas las leyes están
cambiando simultáneamente se refuta a sí misma, pues, dado que en
tal caso el pasado sería completamente inaccesible a nuestro conoci
miento, no podríamos obtener ningún elemento de juicio en favor
de tal suposición.
La forma más plausible de la sugerencia relativa a leyes emergen
tes es la de que surgen nuevos tipos de conducta que se ajustan a
nuevos modos de dependencia cuando aparecen combinaciones e in
tegraciones de la materia hasta ese momento inexistentes. Por ejem-
497
pío, los químicos han producido en el laboratorio sustancias que,
en la medida de nuestro conocimiento, nunca existieron antes y cu
yas propiedades y m odos de interacción con otras sustancias son
características y nuevas. L o que ha sucedido ocasionalmente en el la
boratorio de los químicos sin duda ha sucedido con mayor frecuen
cia en el más antiguo y más vasto laboratorio de la naturaleza. Por
supuesto, podría decirse que tales tipos nuevos de dependencia no
son «realmente nuevos», sino que sólo son la realización de «poten
cialidades» que ya han estado presentes en «la naturaleza de las co
sas»; también podría decirse que, con un «suficiente conocimiento»
de estas «naturalezas», cualquiera que tuviera la habilidad matemáti
ca requerida podría predecir las novedades antes de que surjan. Ya
hemos comentado suficientemente la última parte de este argumen
to, por lo cual podem os descartarlo como no válido e inatinente a la
cuestión, sin detenernos más en él. En cuanto a la primera parte de la
objeción, debe admitirse que es irrefutable; pero también debe com
prenderse claramente que lo que la objeción afirma no tiene conte
nido fáctico y que su irrefutabilidad es la de una perogrullada defi-
nicional.5
5. T o t a l id a d e s (w h o l e s ), su m a s y u n id a d e s o r g á n ic a s
498
con frecuencia es imposible estimar el valor cognoscitivo y el signi
ficado de enunciados que las contienen, de modo que es necesario
distinguir y aclarar los muchos sentidos de tales palabras. Algunos
ejemplos ayudarán a poner en evidencia la necesidad de tal clarifica
ción. U n cuadrilátero encierra una superficie y cualquiera de sus dos
diámetros divide a la figura en dos superficies parciales cuya suma es
igual a la superficie de la figura inicial. En este contexto geométrico,
y en otros análogos a él, el enunciado «el todo es igual a la suma de
sus partes» es aceptado normalmente como verdadero. En verdad,
no sólo se reconoce que dicho enunciado, en este contexto, es ver
dadero sino hasta necesariamente verdadero, de m odo que se consi
dera contradictoria su negación. Por otra parte, al referirse al sabor
de la sal de Saturno en comparación con los sabores de sus com po
nentes químicos, algunos autores han sostenido que, en este caso, el
todo no es igual a la suma de sus partes. Obviamente, esta afirmación
pretende informar acerca de las materias examinadas y sería excesi
vo rechazarla de plano como si fuera simplemente un absurdo lógi
co. Pero es indudable que en el contexto en el cual se hace tal afir
mación las palabras «todo», «parte», «sum a» y, quizás, hasta «igual»
son usadas en sentidos diferentes de los asociados a ellas en el con
texto geométrico. Por ende, debemos abordar la tarea de distinguir
una serie de sentidos de esas palabras que parecen cumplir una fun
ción en diversas investigaciones.
499
espacialmente continuos; así, los Estados U nidos y sus posesiones
territoriales no son un todo espacialmente continuo, y los Estados
U nidos continentales contienen como partes espaciales regiones
desérticas que no son espacialmente continuas. En segundo lugar,
«todo» puede referirse a una propiedad o estado no espacial de una
cosa espacialmente extensa, y «parte» puede designar una propiedad
idéntica de alguna parte espacial de la cosa. Así, se dice que las par
tes de la carga eléctrica de un cuerpo son las cargas eléctricas de las
partes espaciales del cuerpo. En tercer lugar, aunque a veces las úni
cas propiedades espaciales consideradas como partes de un todo es
pacial son las que tienen las mismas dimensiones espaciales que el
todo, otras veces el uso de los términos es más liberal. Así, se dice
frecuentemente que la superficie de una esfera forma parte de la es
fera, pero en otras ocasiones sólo se designan de tal m odo a los vo
lúmenes del interior de la esfera.
500
e. La palabra «todo» puede referirse a un esquema de relaciones
entre ciertos tipos específicos de objetos o sucesos, y dicho esquema
puede manifestarse en diversas ocasiones y con diversas modifica
ciones. Pero «parte» puede designar, entonces, cosas diferentes en
contextos diferentes. Puede referirse a uno cualquiera de los elemen
tos relacionados de acuerdo con ese esquema en una de sus manifes
taciones. Por ejemplo, si ese todo constituye una canción (ponga
mos por caso, A uld Lang Syne), entonces una de sus partes es la
primera nota que se entona cuando se canta la melodía en una fecha
particular. O puede referirse a una clase de elementos que ocupan
posiciones correspondientes en el esquema de alguna forma especí
fica de su manifestación. Así, una de las partes de la melodía será la
clase de todas las primeras notas que se entonan cuando se canta
A uld Lang Syne en clave de sol menor. O la palabra «parte» puede
referirse a una frase subordinada del diseño total. En este caso, una
parte de la melodía puede ser la sucesión de notas que aparece en los
primeros cuatro compases.
501
sistema o los calores específicos de uno de sus gases; los procesos
por los que pasa el sistema al alcanzar o mantener el equilibrio ter-
modinámico; y la organización espacial o dinámica a la cual están su
jetas sus partes espaciales.
Esta lista de sentidos de «todo» y «parte», aunque no es en modo
alguno completa, basta para revelar la ambigüedad de estas palabras.
Pero, lo que es más importante, también sugiere que la palabra
«sum a», dado que es usada en una serie de contextos en los cuales
aparecen aquellas palabras, también está afectada por una ambigüe
dad análoga. Por lo tanto, examinemos varios de sus sentidos tí
picos.
502
enteros es un entero, la de dos matrices una matriz, etc. Además,
aunque no siempre se define o se usa la palabra «parte» en conexión
con «objetos» matemáticos, cuando se la emplea y cuando se emplea
la palabra «sum a» se las usa de tal modo que el enunciado «el todo es
igual a la suma de sus partes» es una verdad analítica o necesaria.
Sin embargo, es fácil construir un contraejemplo aparente de esta
última observación. Sea K * el conjunto ordenado de los números en
teros, ordenados de la siguiente manera: primero los enteros impares,
en orden de magnitud creciente, y luego los enteros pares, en ese
mismo orden. Entonces, se puede representar a K * mediante la nota
ción: (1, 3, 5,..., 2, 4, 6...). Luego sea K x la clase de enteros impares y
K 2 la clase de los pares, ninguna de las cuales es un conjunto ordena
do. Sea ahora K la clase-suma de K xy K 2, de m odo que K contiene to
dos los enteros; y tampoco K es una clase ordenada. Pero los miem
bros de A son los mismos que los de K *, aunque es evidente que K y
K * no son idénticas. Por consiguiente, podría argüirse, en este caso el
todo (o sea, K *) no es igual a la suma (es decir, K) de las partes.
Este ejemplo es instructivo en tres aspectos. Muestra la posibili
dad de definir de manera precisa las palabras «todo», «parte» y «suma»
de modo que la afirmación «el todo es diferente a la suma de sus par
tes» no sólo no es lógicamente absurda, sino que es lógicamente ver
dadera. Por tanto, no hay ninguna razón a priori para considerar que
tales enunciados son, inevitablemente, carentes de sentido; y cuando
se hace tal aserción, el problema real consiste en determinar en qué
sentido —si lo hay— se usan las palabras fundamentales en el con
texto dado. Pero el ejemplo también revela que, si bien tal oración
puede ser verdadera en un sentido específico de «parte» y «sum a», es
igualmente posible asignar otros sentidos a estas palabras, de modo
que el todo sea igual a la suma de las partes en estos nuevos sentidos
de las mismas. En verdad, en la matemática no se acostumbra a lla
mar a Kx o a K 2 una parte de K *. Por el contrario, se acostumbra a
considerar como parte de A * sólo un segmento ordenado. A sí sea
K x* el conjunto ordenado de los enteros impares dispuestos en mag
nitud creciente; y sea K2* el conjunto ordenado correspondiente de
los enteros pares. Kx* y K2f son, entonces, partes de K* [A * tiene
también otras partes, por ejemplo, los segmentos ordenados que in
dican las siguientes expresiones: (1,3, 5, 7), (9,11,..., 2 ,4 ) y (6, 8 ;...).]
Formemos ahora la suma ordenada de K * y K2*. Esta suma da el
conjunto ordenado K *, de modo que en los sentidos especificados
503
de «parte» y «sum a» el todo es igual a la suma de sus partes. Es evi
dente, pues, que, cuando un sistema dado tiene un tipo especial de
organización o estructura, una definición útil de «adición» — si es
posible ofrecerla— debe tomar en cuenta ese m odo de organización.
Puede denominarse «sum a» a uná gran cantidad de operaciones,
pero no todas ellas son importantes o apropiadas para el progreso de
un dominio determinado de la investigación.
Finalmente, el ejemplo sugiere que, si bien un sistema tiene una
estructura característica, no es imposible, en principio, especificar di
cha estructura en términos de relaciones entre sus constituyentes ele
mentales y, además, de manera tal que se puede caracterizar correcta
mente la estructura como una «sum a» cuyas «partes» se hallan, a su
vez, especificadas en términos de esos elementos y relaciones. Com o
veremos, muchos estudiosos niegan, o parecen negar, esta posibilidad
con respecto a determinados tipos de sistemas organizados (como los
seres vivos). N uestro ejemplo muestra, por lo tanto, que, si bien de
hecho puede suceder que no sea posible analizar ciertas unidades «di
námicas» (u «orgánicas») sumamente complejas en términos de una
teoría dada acerca de sus constituyentes últimos, tal imposibilidad no
puede ser considerada como una necesidad lógica intrínseca.
504
ejemplo, la suma del brillo de dos fuentes de luz sólo está definida
cuando la luz emitida es monocromática. Carece de sentido, por lo
tanto, decir que la densidad (o la forma) de un cuerpo es o no la
suma de las densidades (o las formas) de sus partes, por la simple ra
zón de que no hay reglas formuladas explícitamente ni hábitos dis-
cernibles de procedimiento que permitan dar un sentido a la palabra
«sum a» en tal contexto.
La adición de propiedades vectoriales, como fuerzas, velocidades
y aceleraciones, se ajusta a la conocida regla del paralelogramo. Así,
si sobre un cuerpo actúa una fuerza de 3 kilogramos hacia el N orte
y otra fuerza de 4 kilogramos hacia el Este, el cuerpo se comportará
como si sobre él actuara una sola fuerza de 5 kilogramos en direc
ción noreste. Se dice que esta fuerza es la «sum a» o la «resultante» de
las otras dos fuerzas, las cuales son llamadas sus «componentes»; re
cíprocamente, toda fuerza puede ser considerada la suma de cualquier
número de componentes. Este sentido de «sum a» está asociado co
múnmente con la cuarta de las distinciones anteriores concernientes
a «todo» y a «parte’; es evidente que, en este caso, el sentido de
«sum a» es muy diferente del sentido que tiene la palabra en contex
tos como «la suma de dos longitudes».
Bertrand Russell ha sostenido que, en rigor, no puede decirse que
una fuerza es la suma de sus componentes. Así, declara:
505
Sin embargo, todo lo que esta argumentación demuestra es que
por componente de una fuerza (o de una aceleración) no entende
mos nada semejante a lo que entendemos por componente o parte de
una longitud: las componentes de las fuerzas no son partes espacia
les de las fuerzas. Tal argumentación no alcanza a demostrar que la
adición de fuerzas «no es verdaderamente adición», a menos que se
use la palabra «adición» de manera tan restringida que no se designe
con tal nombre ninguna operación que no suponga una yuxtaposi
ción de partes espaciales (o quizás temporales) del todo considerado
como su suma. Pero en tal caso muchas otras operaciones que son
llamadas «adiciones» en la física, como la adición de capacidades
eléctricas, tendrían que recibir nombres diferentes. Además, no sur
ge ninguna antinomia de la suposición de que, por una parte, el efec
to de cada fuerza componente que actúa sola no existe, aunque, por
la otra, el efecto real producido por la acción conjunta de las com
ponentes es el resultante de sus efectos parciales. Pues tal suposición
simplemente expresa lo que ocurre, en un lenguaje que se ajusta a la
definición precedente de la adición y la resolución de fuerzas.
Así, el problema planteado por Russell es, en el mejor de los ca
sos, terminológico. Su objeción, sin embargo, es instructiva. En
efecto, llama la atención sobre el hecho de que, cuando se considera
la cuestión abstractamente, la «sum a» de un conjunto dado de ele
mentos es, simplemente, un elemento determinado unívocamente
por alguna función (en el sentido matemático) del conjunto dado. En
algunos casos puede darse a esta función una forma relativamente
simple y común, mientras que en otros adopta una forma más com
pleja y extraña; pero de todos m odos, la cuestión de si es menester
introducir tal función en un dominio determinado de investigación
y, en tal caso, cuál es la form a especial que se le debe dar no puede
ser resuelta a priori. El quid del asunto es que, cuando se especifica
tal función, y siempre que haya un conjunto de elementos que satis
fagan todas las condiciones prescritas por la función, es posible de
ducir a partir de estas premisas una clase de enunciados acerca de al
gún complejo estructural de esos elementos.16
506
c. Debemos considerar ahora un tipo de uso de la palabra «suma»
asociado con el quinto sentido de «todo» y de «parte» que distin
guimos antes, uso también asociado frecuentemente con el dicho de
que el todo es más que la suma de las partes o, al menos, no sola
mente eso. Admitamos que el siguiente enunciado expresa típica
mente tal uso: «Aunque puede ejecutarse una melodía haciendo re
sonar una serie de notas individuales de un piano, la melodía no es la
suma de sus notas individuales». L a cuestión obvia a la que es nece
sario responder es: «¿E n qué sentido se utiliza en este caso la palabra
“ suma” ?». Es evidente que el enunciado sólo puede ser informativo
si hay algo que sea la suma de las notas individuales de una melodía.
Pues sólo es posible demostrar que el enunciado es verdadero o es
falso si es posible comparar tal suma con el todo que constituye la
melodía.
Sin embargo, la mayoría de las personas que se sienten inclinadas
a hacer tal afirmación no especifican en qué consiste dicha suma; por
ende, hay fundamentos para suponer que no saben claramente qué
es lo que quieren decir o que no quieren decir nada en absoluto. En
el último caso, la opinión más magnánima que se puede adoptar con
respecto a tales pronunciamientos es considerarlos simplemente
como expresiones engañosas de la afirmación, quizás válida, de que
la noción de suma es inaplicable a las notas constituyentes de las me
lodías. Por otra parte, algunos autores aparentemente entienden por
«sum a», en este contexto, la clase no ordenada de notas individuales;
lo que afirman, entonces, es que esta clase no es la melodía. Pero esto
no es ninguna novedad, aunque quizás haya habido personas que
creyeran lo contrario. Sea como fuere, aparte del indicado, no pare
ce haber otro sentido asociado normalmente a la expresión «suma de
con respecto a C es vAc. D e acuerdo con la mecánica clásica, vAC = vAB + v BC.
Pero de acuerdo con la teoría especial de la relatividad.
V AB + v BC
V AC =
. V AB V BC
1 + _______
c2
507
notas» o a expresiones semejantes. Por consiguiente, si se usa la pala
bra «sum a» en este sentido, en contextos en los que la palabra «todo»
se refiere a un esquema o configuración form ado por elementos en
tre los que existen ciertas relaciones, decir que el todo es más que la
suma de sus partes es absolutamente verdadero pero trivial.
Pero, como ya se ha observado, este hecho no excluye la posibi
lidad de analizar esas totalidades en términos de un conjunto de ele
mentos relacionados entre sí de maneras definidas; ni excluye la p o
sibilidad de asignar un sentido diferente a la palabra «sum a», de tal
m odo que pueda concebirse una melodía como una suma de partes
apropiadamente elegidas. E s evidente que se efectúa al menos un
análisis parcial de una melodía cuando se la representa en la notación
musical corriente; y, obviamente, podría hacerse que el análisis fue
ra más completo y explícito, y hasta se lo podría expresar con preci
sión form al.17
Pero a este respecto, se sostiene a veces que es un error funda
mental considerar las notas constituyentes de una melodía como
partes independientes, a partir de las cuales se puede reconstruir la
melodía. Se ha argüido, por el contrario, que lo que «experimenta
mos en cada punto de la melodía es una parte determinada por el ca
rácter del todo. [...] La savia de una nota depende, desde un comien
zo, del papel que tiene en la melodía: un si como nota de paso hacia
do es algo radicalmente diferente del si como tónica».18 C om o vere
mos, se han expuesto opiniones similares en conexión con otros ca
sos y tipos de Gestalten y de totalidades «orgánicas».
Ahora bien, puede ser muy cierto que el efecto producido por
una nota determinada dependa de su posición en un contexto de
otras notas, así como el efecto que produce una presión sobre un
cuerpo depende, en general, de otras presiones que puedan estar pre
sentes. Pero este presunto hecho no implica que una melodía no
pueda ser considerada correctamente como un complejo relacional
cuyas notas componentes sean identificables, independientemente
508
de su aparición en este complejo. Pues si tal implicación fuera válida,
sería imposible describir cómo se constituye una melodía a partir de
notas separadas y, por lo tanto, sería también imposible indicar
cómo se la debe ejecutar. En verdad, hasta sería contradictorio decir
que «un si como nota de paso hacia do es algo radicalmente diferen
te del si como tónica». Pues el nombre «si» de la expresión «si como
nota de paso hacia do» no podría entonces referirse a la misma nota
a la cual se refiere el nombre «si» de la expresión «si como tónica», y
no sería posible expresar el contenido presumible del enunciado. En
resumen, con respecto a totalidades que son estructuras o Gestalten
de sucesos, el hecho de que la palabra «sum a» no esté definida o lo
esté de tal manera que el todo sea diferente a la suma de sus partes no
constituye ningún obstáculo intrínsecamente insuperable para anali
zar tales totalidades en elementos entre los que existen relaciones es
pecíficas.
509
son la suma de las acciones de sus partes separadas».19 M ás explícita
mente, puede entenderse este enunciado como si afirmara que, a par
tir de alguna teoría concerniente a los constituyentes de los com
puestos químicos, y aunque se le agregaran datos adecuados acerca
de la organización de estos constituyentes dentro de los compues
tos, no es posible, en realidad, deducir enunciados acerca de muchas
de las propiedades de esos compuestos.
Si adoptamos esta sugerencia, obtenemos una interpretación de
«sum a» que es particularmente apropiada para el uso de la palabra en
contextos en los que las totalidades en discusión son sistemas orga
nizados de partes interdependientes. Sea T una teoría que es capaz,
en general, de explicar la aparición y los m odos de interdependencia
de un conjunto de propiedades P u P2, ..., Pk. Más específicamente,
supongamos que se sabe que, cuando uno o más individuos pertene
cientes a un conjunto K aparecen en un medio E, y hay entre ellos
una relación perteneciente a una clase de relaciones R u la teoría T
puede explicar la conducta de tal sistema con respecto a la aparición
de algunas o todas las propiedades P. Supongamos ahora que algu
nos o todos los individuos pertenecientes a K forman un complejo
relacional R 2 no perteneciente a R xen un medio £ 2, que puede ser di
ferente de E ls y que el sistema presenta ciertos m odos de conducta
form ulados en un conjunto de leyes L. Entonces, pueden distinguir
se dos casos: a partir de T, junto con enunciados concernientes a la
organización de los individuos en R 2i es posible deducir las leyes L ;
o, en segundo término, no todas las leyes L pueden ser deducidas de
tal m odo. En el primer caso, puede decirse que la conducta del siste
ma R 2 es la «sum a» de las conductas de los individuos componentes;
en el segundo caso, la conducta de R 2 no constituye tal suma. E s evi
dente que, en la terminología y las distinciones de este capítulo, se
satisfacen en el primer caso ambas condiciones para la reducibilidad
de L a T; pero en el segundo caso, aunque se satisface la condición de
conectabilidad, en cambio no se satisface la de deducibilidad.
Si se adopta esta interpretación de la palabra «sum a» para los
contextos indicados de su uso (llamémoslo el «sentido de reducibili
dad» de la palabra), se desprende de ello que la distinción entre tota
lidades que son sumas de sus partes y las que no lo son es relativa a
510
alguna teoría T adm itida en términos de la cual se realiza el análisis
de un sistema. Así, como hemos visto, la teoría cinética de la materia
elaborada durante el siglo xix era capaz de explicar ciertas propieda
des térmicas de los gases, inclusive ciertas relaciones entre los calo
res específicos de los gases. Sin embargo, esta teoría era incapaz de
explicar las relaciones entre los calores específicos cuando el estado
de agregación de las moléculas es el de un sólido, y no el de un gas.
En cambio, la teoría cuántica moderna es capaz de explicar los he
chos concernientes a los calores específicos de los sólidos y, pre
sumiblemente, también todas las otras propiedades térmicas de los
sólidos. Por consiguiente, aunque con respecto a la teoría cinética
clásica las propiedades térmicas de los sólidos no son las sumas de
las propiedades de sus partes, con respecto a la teoría cuántica esas
propiedades constituyen tales sumas.
511
tales sistemas, por lo tanto, es que sus partes no actúan ni poseen ca
racterísticas independientemente unos de otros. Por el contrario, se
supone que sus partes están relacionadas de tal m odo que cualquier
alteración de una de ellas provoca un cambio en todas las otras par
tes.21 En consecuencia, también se dice que las totalidades funciona
les son sistemas que no pueden ser construidos a partir de elementos
mediante la combinación de éstos uno por uno sin provocar cambios
en todos esos elementos. Además, no es posible suprimir parte algu
na de esas totalidades sin alterar tanto la parte eliminada como las
partes restantes del sistema.22 Por consiguiente, se sostiene a menu
do que no es posible analizar adecuadamente una totalidad funcio
nal desde un «punto de vista aditivo»; esto es, los m odos caracterís
ticos de funcionamiento de sus constituyentes deben ser estudiados
in situ y la estructura de actividades de la totalidad no puede ser in
ferida de las propiedades manifestadas por sus constituyentes sepa
radamente de la totalidad.
Kóhler ha difundido un ejemplo puramente físico de dichas tota
lidades funcionales. Considerem os un conductor eléctrico bien ais
lado y de form a arbitraria, por ejemplo, de la forma de un elipsoide;
y supongamos que las cargas eléctricas llegan a él sucesivamente. Las
cargas se distribuirán inmediatamente por la superficie del conduc
tor, de tal manera que el potencial eléctrico será el mismo a través de
toda la superficie. Sin embargo, la densidad de la carga (es decir, la
cantidad de carga por unidad de superficie) no será uniforme, en ge
neral, en todos los puntos de la superficie. Así, en un conductor elip
soidal, la densidad de la carga será máxima en los puntos de mayor
curvatura y mínima en los de menor curvatura.23 Para resumir, la
distribución de las cargas manifestará un esquema u organización
característico, esquema que depende de la forma del conductor pero
512
que es independiente de los materiales especiales de los que está
construido o de la cantidad total de carga que se le dé.
Pero no es posible construir este esquema de distribución paso a
paso, por ejemplo, llevando cargas primero a una parte del conduc
tor y luego a otra de modo que el esquema surja solamente después
de colocar todas las cargas en el conductor. Pues cuando se coloca
una carga en una parte de la superficie, no permanece allí sino que se
distribuye de la manera indicada; en consecuencia, la densidad de
carga en un punto no es independiente de las densidades en todos los
otros puntos. Análogamente, no es posible eliminar una parte de la
carga de una porción de la superficie sin alterar las densidades de car
ga en todos los otros puntos. Por consiguiente, aunque la carga total
de un conductor es la suma de cargas parciales separables, la confi
guración de las densidades de carga no puede ser considerada como
compuesta de partes independientes. Por ende, Kóhler declara:
24. Kóhler, op. cit., pág. 58, y véase también la pág. 166. Podrían citarse mu
chos otros ejemplos físicos de esas totalidades «funcionales». Las superficies
que adoptan las películas de jabón suministran una ilustración intuitivamente
evidente. El principio general subyacente en el análisis de tales superficies es
que, sujeta a las condiciones limitantes impuestas a la superficie, su área es mí
nima. Así, despreciando la gravedad, una película de jabón limitada por un bu
cle plano de alambre será una superficie plana; una pom pa de jabón adoptará la
forma de una esfera, figura que tiene la superficie mínima para un volumen
dado. Consideremos ahora una parte de la superficie de una pom pa de jabón li
mitada por un círculo. Si esta parte fuera eliminable de la supericie esférica, ya
no conservaría su form a convexa, sino que se convertiría en un plano. Así, la
forma adoptada p o r una parte de la película depende de la totalidad de la cual
forma parte. Véanse las descripciones de experimentos con películas de jabón en
Richard Courant y Herbert Robbins, What is Mathematics?, N ueva York,
1941, págs. 386 y sigs.
513
Podrían citarse muchos otros ejemplos — físicos, químicos, bio
lógicos y psicológicos— que tienen el mismo alcance que el anterior.
Así, es indudable que en muchos sistemas las partes y los procesos
constituyentes están relacionados «internamente», en el sentido de
que tales constituyentes se hallan entre sí en relaciones de interde
pendencia causal. En verdad, algunos autores consideran difícil dis
tinguir nítidamente entre los sistemas de este tipo y otros sistemas;
arguyen que todos los sistemas deben ser caracterizados como tota
lidades «orgánicas» o «funcionales» en mayor o menor grado.25 De
hecho, muchos de quienes sostienen que hay una diferencia funda
mental entre totalidades funcionales y totalidades no funcionales (o
«aditivas») admiten tácitamente que ía distinción se basa en decisio
nes prácticas concernientes a las influencias causales que pueden ser
ignoradas para determinados propósitos. Así, Kóhler cita como
ejemplo de totalidad «aditiva» un sistema de tres piedras: una en
África, otra en Australia y otra en Estados Unidos. Se afirma que el
sistema es un agrupamiento aditivo de sus partes porque el despla
zamiento de una piedra no tiene ningún efecto sobre las otras o so
bre sus relaciones mutuas.26 Sin embargo, si se aceptan las teorías ac
tuales de la física, tal desplazamiento no carece de algunos efectos
sobre las otras piedras, aunque los efectos sean tan pequeños que no
se los pueda detectar con las actuales técnicas experimentales y, por
lo tanto, puedan ser ignorados en la práctica. C on todo, Kóhler con
sidera la carga total de un conductor como una totalidad aditiva de
partes independientes, aunque no es en modo alguno evidente que
los constituyentes electrónicos de la carga no sufran ninguna alte
ración cuando se eliminan partes de la carga. Por consiguiente, aun
que es innegable la existencia de sistemas que poseen estructuras dis
tintivas de partes interdependientes, aún no se ha propuesto ningún
criterio general que permita diferenciar de manera absoluta los siste
mas que son «genuinamente funcionales» de los sistemas que son
«meramente aditivos».27
514
Además, es necesario distinguir, a este respecto, entre la cuestión
de si un sistema dado puede ser construido en la práctica paso a paso
mediante una yuxtaposición sucesiva de partes, y la cuestión de si el
sistema puede ser analizado en términos de una teoría concerniente
a sus presuntos constituyentes y a las relaciones entre éstos. Induda-
515
blemente, hay totalidades con respecto a las cuales la respuesta a la
primera cuestión es afirmativa, por ejemplo, un reloj, un cristal de
una sal o una molécula de agua; y hay totalidades para las que la res
puesta es negativa, por ejemplo, el sistema solar, un átomo de carbo
no o un ser vivo. Sin embargo, esta diferencia entre sistemas no co
rresponde a la distinción entre totalidades funcionales y totalidades
aditivas; y nuestra incapacidad de construir efectivamente un siste
ma a partir de sus elementos, incapacidad que en algunos casos sólo
puede ser consecuencia de limitaciones tecnológicas temporadas,
no puede ser considerada como fundamento para dar una respuesta
negativa a la segunda de las dos cuestiones indicadas.
Pero volvamos a esa segunda cuestión, pues plantea un problema
que parece ser el fundamental en este contexto. Dicho problema es
el de establecer si el análisis de «unidades orgánicas» supone necesa
riamente la adopción de leyes irreducibles para tales sistemas y si su
modo de organización excluye la posibilidad de organizarlos me
diante el llamado «punto de vista aditivo». L a principal dificultad a
este respecto es la de discernir en qué aspecto difiere un análisis «adi
tivo» de otro que no lo sea. El contraste parece depender de la afir
mación según la cual las partes de una totalidad funcional no actúan
independientemente unas de otras, de modo que las leyes que pue
dan ser válidas para tales partes cuando no son miembros de una to
talidad funcional no pueden suponerse válidas para ellas cuando for
man parte de tal totalidad. Por lo tanto, un análisis «aditivo» parece
ser el que explica las propiedades de un sistema en términos de su
posiciones acerca de sus constituyentes, suposiciones que no han
sido formuladas con referencias específicas a las características de los
constituyentes como elementos del sistema. Un análisis «no aditivo»,
en cambio, parece ser el que formula las características de un sistema
en términos de relaciones entre algunas de sus partes como elemen
tos que funcionan dentro del sistema.
Pero si ésta es la diferencia entre esos distintos m odos de análi
sis, la misma no constituye una diferencia de principio y funda
mental. Y a hemos observado que no parece posible distinguir níti
damente entre los sistemas llamados «unidades orgánicas» y los que
ser una totalidad aditiva; pues algunas propiedades de K pueden depender de las
restantes, aunque esto no suceda con todas. Por consiguiente, puede haber di
versos «grados» de interdependencia entre las partes de un sistema.
516
no lo son. Por consiguiente, puesto que aun las partes de las totali
dades aditivas se encuentran en relaciones de interdependencia cau
sal, un análisis aditivo de esas totalidades debe incluir suposiciones
especiales acerca de la organización real de las partes de esas totali
dades cuando se intenta aplicarles alguna teoría fundamental. C ier
tamente, hay muchos sistemas físicos, com o el sistema solar, un
átomo de carbono o un cristal de fluoruro de calcio, que a pesar de
su compleja forma de organización se prestan a un análisis «aditi
vo». Pero es igualmente cierto que las actuales explicaciones de ta
les sistemas en términos de teorías acerca de sus partes constituyen
tes no pueden dejar de complementar esas teorías con enunciados
acerca de las circunstancias especiales en las cuales los constituyen
tes aparecen como elementos de los sistemas. En todo caso, el mero
hecho de que las partes de un sistema estén en relaciones de inter
dependencia causal no excluye la posibilidad de un análisis aditivo
del sistema.
A veces se sustenta la distinción entre análisis aditivo y análisis
no aditivo en el contraste que se establece comúnmente entre la físi
ca corpuscular de la mecánica clásica y el enfoque de la teoría del
campo de la electrodinámica. Será instructivo, entonces, detenernos
un momento en este contraste. Según la mecánica newtoniana, la
aceleración provocada en una partícula por la acción de otros cuer
pos es la suma vectorial de las aceleraciones que provocarían cada
uno de esos cuerpos si actuaran separadamente; y la suposición que
subyace en este principio es que la fuerza ejercida por un cuerpo se
mejante es independiente de la fuerza ejercida por cualquier otro. En
consecuencia, un sistema mecánico como el sistema solar puede ser
analizado aditivamente. Para explicar la conducta característica del
sistema solar en su conjunto, sólo necesitamos conocer la fuerza
(como función de la distancia) que cada cuerpo del sistema ejerce se
paradamente sobre los otros cuerpos.
Pero en la electrodinámica la situación es diferente. En efecto, la
acción de un cuerpo cargado eléctricamente sobre otro no sólo de
pende de sus distancias sino también de sus movimientos relativos.
Además, el efecto de un cambio en el movimiento no se propaga
instantáneamente, sino que tiene una velocidad finita. D e acuerdo
con esto, la fuerza que actúa sobre un cuerpo cargado debido a la
presencia de otros cuerpos no está determinada por las posiciones y
velocidades de los últimos, sino por las condiciones del «cam po»
517
electromagnético en la vecindad del primero. En consecuencia,
puesto que tal campo no puede ser considerado como una «sum a»
de campos «parciales», cada uno de ellos determinado por una par
tícula cargada distinta, se dice comúnmente que un sistema electro
magnético no es susceptible de un análisis aditivo. «E l campo sólo
puede ser tratado adecuadamente como una unidad — se afirma— ,
no como la suma total de las contribuciones de cargas puntuales in
dividuales.»28
Debem os hacer dos breves comentarios acerca de este contraste.
En primer lugar, la noción de «cam po» (tal como se la emplea en la
teoría electromagnética) representa, indudablemente, una técnica
matemática para analizar fenómenos diferentes en muchos aspectos
importantes de la matemática que se utiliza en la mecánica corpus
cular. Esta última opera con conjuntos discretos de variables de es
tado, de m odo que se especifica el estado de un sistema mediante un
número finito de coordenadas; el enfoque basado en el campo, en
cambio, exige que los valores de cada una de sus variables de estado
sean especificadas para cada punto de un espacio matemáticamente
continuo. H ay otras diferencias semejantes en los tipos de ecuacio
nes diferenciales, en las variables que figuran en ellas y en los límites
entre los cuales se realizan las integraciones matemáticas.
Pero, en segundo lugar, aunque es cierto que el campo electro
magnético asociado a un conjunto de partículas cargadas no es una
«sum a» de campos parciales asociados por separado a cada partícu
la, también es cierto que el campo está determinado unívocamente
(es decir, los valores de cada variable de estado para cada punto del
espacio están fijados inequívocamente) por el conjunto de las cargas,
sus velocidades y las condiciones iniciales y limitantes en las cuales
aparecen. En realidad, en una de las técnicas utilizadas dentro de la
teoría del campo, el campo electromagnético es simplemente un re
curso intermedio para formular los efectos que provocan las partí
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culas cargadas eléctricamente sobre otras partículas semejantes.29
Por consiguiente, aunque puede ser conveniente tratar el campo
electromagnético como una «unidad», esta conveniencia no signifi
ca que no sea posible analizar las propiedades del campo sobre la
base de suposiciones concernientes a sus constituyentes. Y aunque el
campo no sea una «sum a» de campos parciales, en alguno de los sen
tidos habituales, un sistema electromagnético es una «sum a» en el
sentido especial de la palabra propuesto previamente, es decir, que
hay una teoría acerca de los constituyentes de esos sistemas tal que
es posible deducir de la misma las leyes importantes del sistema. D e
hecho, si echamos una ojeada final a la totalidad funcional que ilus
tran las cargas del conductor aislado, la ley que formula la distribu
ción de las densidades de carga puede ser deducida de suposiciones
concernientes a la conducta de las partículas cargadas.30
El resultado final de esta discusión acerca de las unidades orgáni
cas es que la cuestión de si se las puede analizar desde un punto de
vista aditivo no puede recibir una respuesta general. Algunas totali
dades funcionales ciertamente pueden ser analizadas de tal modo,
mientras que otras (por ejemplo, los seres vivos), aún no han recibi
do un análisis totalmente satisfactorio de este tipo. Por consiguien
te, el mero hecho de que un sistema sea una estructura de partes re
lacionadas dinámicamente entre sí no basta para probar que las leyes
de tal sistema no puedan ser reducidas a alguna teoría elaborada ini
cialmente para ciertos constituyentes presuntos del sistema. Esta
conclusión quizá sea pobre, pero muestra que el problema en discu
sión no puede ser dirimido de manera global y a priori, como supo
ne buena parte de la literatura existente acerca del mismo.
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