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1 El siguiente ensayo surgió como agregado crítico al texto de Santiago Venturini “Micropolíticas de la
edición y de la traducción: el caso de Colección Chapita” publicado de forma virtual en
http://lirico.revues.org/2148
Pound de ojotas paseando con el termo bajo el brazo por Mar del Plata. El primer canto
de Pound reescrito en un español antiguo, medieval, entre inventado y estudiado.
Arnaut Daniel, en una traducción libertaria de Bejarano editada por Gigante,
rejuvenecido en un adolescente alzado de Paraná. Pero ¿cuál es el resultado de este
disloque, de estas dos estrategias? A veces, poemas distópicos que podrían ser
declamados por extravagantes personajes de una novela de Philip K. Dick escrita
durante un viaje a dedo por Latinoamérica. ¡Boh, días que le siguen al reviente!
¡Uf...breteles de corpiños! /¡Expresan demasiado esas glicinas/enroscando su agonía en
las cuerdas! Otras veces, una extrema naturalización, poemas redondos y enraizados en
este continente. Por qué la mente arroja piedras en el paso de la precordillera? Otras,
una apertura gramatical, semántica y lexical del español. Y el sulky dijo un certamen
rústico de púrpura comida. / Trillame: fileteando con fantásticos terrores nunca suaves
/en los belfos. Pero, más allá de los diversos resultados, la intención es adoptar al texto
extranjero e insertarlo en nuestra tradición, triturarlo en nuestra cultura. En última
instancia, una operación que corresponde con nuestra cultura mixta, mestiza,
tergiversada: la pizza en México va con salchicha y picante, el pan de las sierras andinas
aunque salado lleva anís, la pasta con arroz y mayonesa en Ecuador, la milanesa
napolitana. Cebolla ayer mande con el telegaucho a un almacén de ramos digitales.
Triturada la lengua extranjera queda una última táctica: reconstruir el espacio lingüístico.
Agregar palabras, frases, versos. Extenderse en habladurías hasta que el ritmo
ensamble, hasta que se respire lengua y cultura latinoamericana. Hasta que de los
cofres abiertos resurjan las villas. Pero también: acortarse. Yo soy el que ya fue. Lograr
sintetizar una imagen o un concepto, cuando sea posible, con la originalidad de nuestra
lengua. Hacer uso de la flexibilidad de nuestro español; flexibilidad sustentada por la
articulación deformante del entretejido de lenguas y culturas, históricas y presentes,
que han desembarcado o ya estaban: italiano, cocoliche, francés, lunfardo, nuevas
anexiones del inglés, el quechua, el aymara, el shuar, el mapuche, el guaraní puros y sus
filtraciones en el español mestizo, el portugués y el portuñol, la preservación de viejos
modos de expresión criollos y así un largo etcétera que se inmiscuye en cada fragmento
del territorio latinoamericano. Por lo tanto, no se trata tan sólo de un proyecto de
resistencia marginal o de una mera irreverencia, sino, más bien, de poner en evidencia
un dilema de la traducción al que no podemos hacer ojo ciego ¿qué lengua importa
más: la que traduce o la traducida? Disculpen las apariencias defectuosas de la
rapacidad: quisimos romper con la tradición de Girri, de Borges y de la tropa anglófila y
pirata de Victoria Ocampo. Hemos optado por la tradición de Arlt, de lecturas mal
traducidas de TOR, de las reescrituras de Leónidas Lamborghini. Esto no significa que
sea una posición definitiva sino una operación que, en las circunstancias actuales, se
convierte en una toma de postura contra el paternalismo cultural. Pero la operación no
es ni reaccionaria ni conservadora, sino todo lo contrario: experimentamos con esta
lengua entremezclada que todo lo tritura. El español es uno de los idiomas más
hablados y, sin embargo, los traductores latinoamericanos se sumen al europeísmo y la
anglomanía bastarda, traducen suspirando por calles londinenses en las que no han
caminado nunca o imaginando la cuesta de Paterson como si fuera superior a una loma
de burro en Oncativo. Nosotros elegimos la dislexia latinoamericana, la agramaticalidad
novedosa, los giros del habla, los escenarios locales. Damos libertad, vida y prevalencia
al español, no lo aprisionamos a la lengua extranjera. Las traducciones libertarias, por lo
tanto, tienen que ser vistas más como un trabajo y experimentación sobre el español
que un intento de interpretación de la lengua extranjera. Hay una extraña intención de
comprender al otro sólo para reciclarlo en la cultura local. Basta de padres, dije en el
prólogo a Cáncer joven con un plan. Lo sostengo. Y es por eso que este tipo de
traducciones, con todos sus límites, abusos y absurdos, expresan una idea más fuerte
que el academicismo latinoamericano tiene que repensar, que todo traductor del Tercer
Mundo tiene que repensar ¿qué lengua defendés?