Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
•
PIERRE AUBENQUE
Sin duda una de las figuras destacadas entre los pensadores contem-
poráneos de la filosofía occidental, P. Aubenque ha dedicado la mayor
parte de su trayectoria intelectual a la interpretación de Aristóteles.
Sus renovadoras tesis en torno a la metafísica aristotélica se han ga-
nado un lugar propio en el seno del aristotelismo, donde su meritoria
apuesta por rescatar el sentido aporético que presenta el pensamiento
de Aristóteles permanece vigente tras más de medio siglo. Entre las
obras más reconocidas, traducidas a numerosos idiomas, se encuen-
tran El problema del ser en Aristóteles y La prudencia en Aristóteles.
Actualmente profesor emérito en la Universidad Paris-Sorbonne,
P. Aubenque fue director del Centro Léon Robin desde 1973 hasta
1991. Su activa carrera docente le ha llevado a impartir clases en diver-
sas universidades fuera de Francia, tales como Hamburgo, Leipzig,
Montreal, Quebec, Santiago de Chile, San Sebastián y Santiago de
Compostela.
PIERRE AUBENQUE
Université Paris-Sorbonne
34 Cra. 439b.
35 Λόγου χάριν, Metaph. Γ 3.51009 a 21.
36 SE 34.183b15 ss.
37 Ernst Kapp, Greek Foundations of traditional logic, New York, Columbia University Press,
1942, principalmente cap. I y IV.
38 Esta oposición, que se transmite hasta Kant, remonta a los comentaristas griegos de
Aristóteles. Aristóteles distingue silogismo dialéctico (para premisas simplemente pro-
bables) y silogismo demostrativo (para premisas necesarias): en sentido estricto, la teoría
formal del silogismo, que Aristóteles desarrolla en los Analytica Priora, vale tanto para el
silogismo demostrativo (estudiado en los Analytica Posteriora) como para el silogismo
dialéctico (estudiado en los Tópicos).
39 Études sur Aristote: Politique, dialectique, rhétorique, París, 1860, p. 152.
40 Platón, Gorgias 456c.
Sin duda la analogía entre estas disciplinas está aquí explicada por
el afán de los sofistas y los dialécticos de imitar la filosofía. Pero esta
explicación es poco creíble si recordamos que el propio Aristóteles,
al comienzo de los Tópicos44, define la dialéctica, tomada esta vez en
sentido positivo, como un método «que nos permite argumentar
acerca de cualquier cuestión». Luego es por una necesidad interna, y
no por simple afán de emular la filosofía, por lo que la dialéctica —a
diferencia de la ciencia, que es necesariamente particular— extiende
su jurisdicción a la totalidad de problemas posibles. Y es en virtud
de una necesidad paralela que la filosofía, definida como ciencia del
ser en cuanto ser, se opone a las ciencias particulares las cuales, no
consideran, cada una por separado, más que una «parte»45 o, como
lo dice frecuentemente Aristóteles, más que un «género» del ser46.
En efecto, al final del texto de la Metafísica invocado más arriba,
Aristóteles se esfuerza por definir, a pesar de sus similitudes, la di-
ferencia que separa filosofía, dialéctica y sofística: la sofística difiere
de la filosofía por la intención (προαίρεσις) que la anima, intención
de beneficio por una parte, búsqueda desinteresada de la verdad por
otra; en cuanto a la dialéctica, difiere de la filosofía por la «manera de
usar la facultad» (τῷ τρόπῳ τῆς δυνάμεως), al parecer, única, que ambas
ponen en juego: «la dialéctica es la puesta a prueba de aquello que la
filosofía nos hace conocer»47. Filosofía y dialéctica tratan por tanto
del mismo objeto —el ser en general—, pero una de manera crítica
o «periástica», la otra sobre el modo de conocimiento. Sin embargo,
ha sabido crear las reglas del lenguaje y, gracias a ellas, los marcos de
pensamiento que han permitido a la ciencia moderna constituirse.
Una de las exigencias que Aristóteles impone por vez primera a
nuestra práctica del lenguaje es la exigencia de univocidad, es decir
la obligación de hacer corresponder a cada palabra una significación
única51. Como esta correspondencia no siempre está dada y muchas
palabras son equívocas, importa prevenirlas distinguiendo las sig-
nificaciones múltiples de una misma palabra y, si fuera necesario,
sustituir la palabra en cuestión por tantas palabras diferentes como
significaciones comporte. Si aplicamos esta regla a la palabra ser, cons-
tatamos que es equívoca: Aristóteles se propone entonces distinguir
y denominar sus significaciones, que son las categorías, es decir, en
sentido estricto —κατηγορία, que designa la atribución— las diferen-
tes formas que tiene el verbo εἶναι de significar en tanto que cópula
de la proposición atributiva. Aquí el análisis del lenguaje se prolonga
en crítica de su uso espontáneo. Aristóteles reduce a confusiones de
significaciones la mayor parte de los errores de sus predecesores, en
particular los presocráticos. Así pues, el error de los eléatas ha sido
creer que el ser tenía un solo sentido lo que conduce a tesis absurdas,
como aquella que pretende que todo sea uno, ya que todo es ser52.
En realidad, dice Aristóteles, es necesario distinguir entre ser por sí
y ser por accidente: de esta manera la rosa es roja sin ser ella lo rojo,
porque el rojo no es más que el accidente y no la esencia de la rosa.
Así estas frigidae distinctiones —ser por sí y ser por accidente, ser
en acto y ser en potencia, etc.— que Bacon reprochará imprudente-
mente a Aristóteles por haber sobrecargado la filosofía, han nacido de
la preocupación por administrar nuestro lenguaje según la regla de la
univocidad, al tiempo que lo hacen apto para expresar la multiplici-
dad y el movimiento. Un ejemplo será suficiente para determinar la
originalidad de esta empresa y, aun cuando hoy lo hayamos olvidado,
su fecundidad. En un pasaje de la Metafísica, Aristóteles plantea esta
51 Cf. Metaph. Γ 4.1006b7: τὸ γὰρ μὴ ἓν σημαίνειν οὐθὲν σημαίνειν ἐστιν. La univocidad es
lo que Aristóteles denomina sinonimia, por oposición a la homonimia: Cat. 1.
52 Ph..1.2.185 a 20–186 a 3.
cuestión para nosotros extraña: «De no ser éste el oficio del filóso-
fo, ¿quién examinará entonces si Sócrates es el mismo que Sócrates
sentado?»53. El lector experimentado habrá reconocido una alusión a
una problemática sofística de la que encontramos ecos en el Eutidemo
de Platón. Los sofistas parecen haber argumentado del siguiente
modo: la adición de un predicado a un sujeto modifica ese sujeto, lo
hace otro distinto del que era, y en consecuencia hace de ese sujeto
otro sujeto; cuando Sócrates, de pie, se sienta, deviene otro Sócrates.
Hacer de Clinias un sabio, decía el Sofista del Eutidemo, es eliminar al
Clinias ignorante, por tanto eliminar a Clinias, y entonces «querer que
muera»54. Ionesco reencontrará a su manera esta sabiduría un poco
enloquecida, según la cual toda lección es un asesinato. Pero es más
fácil ironizar sobre estos «sofismas», o indignarse de su gratuidad,
que responder a ellos. Aristóteles estima por su parte que no hace falta
nada menos que la filosofía para darles respuesta. La respuesta es: no
se dice en el mismo sentido que Sócrates es Sócrates y que Sócrates
está sentado. En un caso, el verbo ser significa la esencia, en el otro,
significa un accidente, en este caso, la situación (κεῖσθαι, que es una
categoría del ser). Desde entonces Sócrates bien puede devenir otro
en cuanto a la situación, sin dejar de ser esencialmente el mismo. La
supresión de un accidente no es la supresión de la esencia.
Podría decirse que el error de los sofistas es haber ignorado las
categorías del ser. Pero sería más justo honrar a Aristóteles por ha-
berlos discernido. Así Brunschvicg comete un anacronismo un tanto
extraño cuando reprocha a Aristóteles el haber calcado su concep-
ción metafísica de la «substancia» de la categoría gramatical del
«sustantivo»55. Porque es, bien al contrario, la distinción gramatical
del sustantivo y del adjetivo la que refleja la decisión aristotélica de
administrar el lenguaje de tal manera que pueda expresar sin con-
tradicción el cambio, interpretado como síntesis de permanencia
53 Metaph. Γ 2.1004b1.
54 Euthd. 283d. Cf. Heráclito, fr.76, Diels-Kranz y Plutarco Sobre la E de Delfos 18.
55 Op. cit. Esta opinión se remonta por lo demás a Tredenlenburg, Geschichte Der Kategorien-
lehre, Leipzig, 1846.
56 Cf. H. Steinthal, Geschichte der Sprachwissenschaft bei den Griechen und Römern, 2, vol.,
Berlín, 1891–92. Max Pohlenz (Die Stoa I, 46–47 y II, 27) exagera en nuestra opinión el
papel del estoicismo en la constitución de la gramática.
57 Nota del traductor: En el original francés aparece théorétisant. No se reconoce en francés
ningún verbo como théorétiser, tan sólo el adjetivo théorétique. Se ha traducido el término
francés por el español correspondiente «teoretizando» en lugar de «teorizando» en
la sospecha de que tal empleo tiene visos de ser deliberado.
58 Leibniz, Discurso de metafísica 27 XXVII. Sobre las presuposiciones lingüísticas de la
física aristotélica cf. W. Wieland, Die Aristotelische Physike Göettingue, 1962, y nuestra
reseña de esta misma obra en Göttingische Gelehret Anzeigen, t. 217, 1965, 46–55.
59 Este es uno de los leitmotiv de sus Souvenirs d’un révolutionnaire chinois, París, 1933: «En
China, no existe una gramática… y entonces, ¿Qué es la lógica? ¿Qué significa esta pa-
labra? Los familiarizados con esta ciencia saben que ella es la base de todas las otras, que
es la ciencia de las ciencias, aquella que permite controlar el pensamiento y la acción.
Muchos piensan lógicamente sin haberla aprendido jamás. En China, esta ciencia no
tiene nombre… En China no hay ciencia lógica y raros son aquellos que se sirven del
poder del pensamiento que les ha sido dado» (p. 57, 60–61, 63). Quisiéramos en este
punto dar las gracias a Mme. A. Lantz por haber llamado nuestra atención sobre estos
textos.