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Pocos actores recuerdan con claridad en qué momento de la infancia o la

adolescencia brotó el deseo de pasar de la sombra a la luz, pero saben muy bien cuándo
se dijeron, a diferencia del resto de nosotros, “de aquí arriba no me baja nadie”.
Todos queremos ser el centro de atención, pero la mayoría soportamos mal ser
observados. La conciliación de esa paradoja es, quizá, la primera diferencia entre los
actores y los demás mortales.
El actor extrae su determinación de la mirada ajena. Ese deseo, palanca de su
fuerza, también es, segunda paradoja, la causa de su fragilidad, pues son y serán siempre
lo que vemos nosotros. La mirada ajena es su razón de ser, pero dependen de ella como
de una droga para seguir siendo.
Cuando ensayan dependen de la mirada del director y de sus compañeros.
Cuando están en escena dependen de la mirada del público y de la crítica. Cuando bajan
del escenario dependen de los encargados de casting que han de seleccionarlos, de los
directores futuros que han de contratarlos, de los medios de comunicación que han de
dar fe de su existencia.
Si dejan de mirarlos, el teléfono deja de sonar. Para que vuelva a sonar tienen
que “dejarse ver” de nuevo, seguir mostrándose; seguir, en una palabra, actuando.
El imperativo de esa mirada es mucho más poderoso que el de cualquier otro
artista: a diferencia del escritor o el pintor, el actor acaba siempre, en esencia,
vendiendo su carne.
(Marcos Ordóñez, Telón de fondo, 2011)

1. Haz un comentario de texto del fragmento que se propone contestando a las


preguntas siguientes:
a) Enuncia el tema del texto; b) detalla sus características lingüísticas y estilísticas más
sobresalientes ; c) indica qué tipo de texto es .
2. Resume el texto.

1.
a) La singularidad de los actores frente al resto de seres humanos.

b) Se trata de un fragmento de un ensayo humanístico que utiliza como modalidad


textual la argumentación. Esta última se caracteriza por el predominio de presentes con
valor atemporal (“recuerdan”, “extrae”, “desprenden”, etc.) y por la presencia de ciertos
conectores muy frecuentes en la modalidad argumentativa (“pero”, “pues”, etc.). El
profuso empleo de la primera persona del plural (“nosotros”, “todos queremos”,
“soportamos”, etc.) acerca el texto a lector a la vez que busca su complicidad. Por otro
lado, la abundancia de sustantivos abstractos (“claridad”, “infancia”, “conciliación,
etc.), que dota al texto de cierto nivel de conceptualización, es un rasgo propio tanto de
los textos ensayísticos como de la argumentación.
Posiblemente, el rasgo más significativo del texto sea la abundancia del lenguaje
figurado, que tanta subjetividad aporta y que es muy habitual en los ensayos
humanísticos. Podemos destacar los siguientes ejemplos: “pasar de la sombra a luz”
(metáfora para señalar el paso del anonimato a la fama), “dependen de ella como de una
droga” (comparación con un fuerte valor expresivo), “el teléfono deja de sonar”
(metonimia para significar que se olvidan de los actores) o “vendiendo su carne” (una
metáfora de evidente crudeza),
El registro lo podemos considerar estándar. Se respetan las normas de la lengua
culta pero se emplea un vocabulario accesible y poco restringido. Abundan los términos
relacionados con el oficio de actor, como “ensayan”, “director”, “público”, crítica” o
“casting” (este ultimo es un anglicismo que el autor escribe en cursiva). Por último,
podríamos observar algún rasgo de humor en la expresión “los demás mortales”.

c) Se trata de un texto argumentativo. Por el género discursivo, es un ensayo


humanístico.

2. A los actores no les importa estar permanentemente sometidos al juicio y a la


observación de los demás, lo que les diferencia del resto de los seres humanos. Es más,
dependen absolutamente de ello para poder seguir ejerciendo su profesión.

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