Está en la página 1de 91

Contracorriente

Posted originally on the Archive of Our Own at http://archiveofourown.org/works/46204459.

Rating: Teen And Up Audiences


Archive Warning: Creator Chose Not To Use Archive Warnings
Category: M/M
Fandom: quackity smp, Dream SMP, Minecraft (Video Game)
Relationship: Iván Buhajeruk | Spreen/Roier
Character: Iván Buhajeruk | Spreen, Roier (Video Blogging RPF), Clay | Dream
(Video Blogging RPF), Wilbur Soot
Additional Tags: Alternate Universe - Pirate, Everyone Is Gay, Wilbur Soot is a Menace,
Roier Needs a Hug, Pirates, Found Family, Roier is a Prince, Spreen is
a Pirate, Grumpy Spreen, Sunshine Roier, I'm Bad At Tagging, Other
Additional Tags to Be Added
Language: Español
Stats: Published: 2023-04-02 Updated: 2023-06-25 Words: 33,375 Chapters:
14/?

Contracorriente
by yuee_13

Summary

Roier es un noble a punto de casarse con el heredero de otra familia real. Atrapado en un
matrimonio sin amor, recurre a una medida completamente desesperada; pedirle ayuda al
pirata más temido y legendario.

Lejos de todo, con su pasado siguiéndolo y una nueva familia, deberá ponerse a prueba, y
demostrar que tiene un lugar en el barco del capitán Spreen.
Chapter 1

Roier, el príncipe heredero del Reino de Karmaland, se sentía atrapado en su propia vida, y tal vez
eso era poco para describir sus pensamientos.

Desde que era joven, jamás se había sentido cercano a la posición que debía desempeñar. No era ni
remotamente parecido a lo que debía ser un rey y, sinceramente, estaba asustado con la idea de
llegar a serlo.

Tal vez era su actitud burbujeante e infantil, o su búsqueda constante de adrenalina y aventura. Tal
vez la forma en la que, en lugar de enfocarse en entrenar sus conocimientos sobre el reino, se
sumergía en las historias de piratas que rondaban el reino tratando de encontrar un poco más de lo
que su posición le podía ofrecer.

No sabía que parte de eso era, o sí en realidad era todo aquello en conjunto, pero algo lo alejaba de
la imagen de rey que tenía su padre. La imagen de rey al que cualquiera debía aspirar. De alguna u
otra forma no llenar esa imagen era el peor miedo de sus padres, concluyendo en la decisión que
había desesperanzado a Roier por completo.

Iba a casarse con el príncipe del reino vecino, Wilbur, y lo odiaba. Había encontrado que con
Wilbur tenía más razones para alejarse que para casarse, y no soportaba al hombre.

Ahora, se encontraba jugando con la tela de su camisa nerviosamente mientras repasaba sus
palabras frente a la sala, el lugar donde su padre pasaba la mayor parte del día.

Dio unos golpes inciertos a la puerta y solo pasó cuando escuchó la confirmación al otro lado. Tan
pronto entró pudo observar a su padre sentado en el sofá, con sus lentes de lectura y un libro en sus
manos. No se enfocó en Roier de inmediato.

—Hola papá.

—¿Necesitas algo?

El chico suspiró. Se sentía más nervioso que nunca, aún cuando los ojos de su padre ni siquiera se
habían posado en él.

—No, solo quería venir a verte...

Luzu, su padre, finalmente bajó el libro, mirándolo con una ceja alzada por debajo de los lentes de
lectura. Cerró el libro sobre su regazo con un suspiro, poniendo toda su atención sobre el príncipe.

—Roier.

Con aquel simple llamado el chico supo que mentir seguía sin servirle en absoluto. Resignado,
caminó para sentarse frente a su padre con cansancio y notable preocupación.

—Es sobre mañana —comenzó, sus manos aferrándose a la tela de su pantalón para intentar
enfocar su mente en algo distinto.

—¿Hay algún contratiempo? Sabes que podemos arreglarlo por la mañana.

—No, no es eso, en realidad —intentó no romper el contacto visual con su padre, tratando de
mostrar una confianza que no sentía. Quería que el rey lo tomara en serio—. No quiero casarme.
Luzu guardó silencio, con su expresión tan seria e impasible como siempre. Aunque el silencio
podía parecer mejor, la realidad era que sus nulas reacciones le ponían los pelos de punta a Roier.

Su padre era un líder nato y absolutamente aterrador, otra de las cosas que él no tenía. ¿Alguna vez
un rey con poca convicción había triunfado? No lo creía.

Hubo un silencio pesado, entonces su padre se aclaró la garganta y solo dijo:

—Sí, supongo que no es muy agradable —y con ello regresó su mirada y manos a su libro.

El príncipe boqueó incrédulo, totalmente desorientado por la reacción tan despreocupada de su


padre.

—¿Eso es lo único que vas a decir?

—¿Puedo decir algo más? —lo miró brevemente—. Roier, tu boda es mañana, ¿de verdad crees
que no comenzaremos una guerra si decides cancelar el compromiso ahora?

La risa irónica de su padre resonó en la habitación y en el pecho de Roier. En realidad, no sabía


qué esperaba de aquella interacción. Jamás, ni en sus más grandes sueños, había imaginado un
escenario donde su padre era comprensivo y dejaba que la boda terminara en ese instante, pero sí
que esperaba más.

Más...más reacción, más empatía, más humanidad. No un "vaya, que lástima por ti."

—Bien —murmuró y se puso de pie sin ganas—. Nos vemos mañana.

No recibió respuesta, por lo que simplemente abandonó la sala. Por un momento pensó en probar
suerte con su madre, pero lo encontró inútil.

Su padre tenía un poco de razón, si el compromiso se acababa esa noche el reino se llevaría toda la
vergüenza en los hombros, y siendo su prometido un hombre sumamente temperamental...no
quería pensar en ello.

Regresó a su alcoba totalmente desolado, tambaleándose en un pequeño berrinche solitario. Se


paseó por su habitación, pensando en que ya no volvería a verlo después de la boda, después de que
tuviera que irse a vivir a L'Manberg, el reino de su futuro marido.

"Futuro marido" se escuchaba tan mal. Lo detestaba. Oh, y cómo detestaba a Wilbur, con su
personalidad alzada y su maldita actitud que disgustaba cada centímetro del cuerpo de Roier.

—Roier Soot, que ridículo nombre —susurró mientras pasaba sus dedos por los objetos en su
repisa. Cuadros, figuras de vidrio y libros. No fue hasta que llegó a su más preciada posesión, un
pequeño barco dentro de una botella, que se detuvo a realmente admirarla—. A ti te voy a
extrañar.

Las yemas de sus dedos se deslizaron por el vidrio de la botella. Se sentía ajeno a todo, pensando
que en unas horas estaría unido a un hombre que detestaba, en un reino que no conocía, encerrado
en una vida que no quería. Era irreal sentir como la vida que había conocido se esfumaba entre sus
dedos.

En ese momento solo podía pensar en una cosa: sí la boda se llevaba a cabo, el Roier que había
sido todo ese tiempo estaría muerto para siempre. Y no había nada más aterrador que eso.

***
En el júbilo de la celebración, lo único de lo que se hablaba era de la boda. El nombre de Roier
estaba en boca de todos en el reino, y las calles estaban más vivas que nunca mientras se movían
para intentar ser los mejores anfitriones en un evento tan importante.

Roier no había sido capaz de relajarse, no cuando cada noticia y cada conversación giraba en torno
a Wilbur y a él. Le daban arcadas de solo pensar en lo mucho que su egocéntrico prometido podría
estar disfrutando la atención, pero ni siquiera quería enfocar su mente en ello.

Se le estaba siendo colocado un incómodo, pero caro, traje mientras trataban de hacer algo con su
cabello. El traje en su totalidad era blanco con solo algunos toques dorados, honestamente, era un
conjunto bastante lindo.

Lástima la situación en la que debía usarlo

—Se le ve guapísimo, príncipe —lo aduló uno de los trabajadores, Carola.

Roier sonrió avergonzado, pasando sus manos por la sedosa tela.

—Ay, ¿de verdad? Gracias —dijo con nerviosismo.

La conversación pudo seguir, sin embargo, la puerta de la habitación donde se estaba arreglando se
abrió de par en par. Roier se sobresaltó, pero el chico encargado de arreglarlo no se sorprendió.
Una chica entró por la puerta.

—No vas a creer lo que escuché.

—Cristi —le advirtió.

La chica sonrió con pena, haciendo una suave reverencia hacia Roier.

—Discúlpeme, príncipe.

Roier se encogió de hombros demostrando que no le molestaba, por lo que ella regresó su atención
a su amigo.

—Es un desastre. ¿A que no adivinas que acaba de llegar al puerto de la isla?

—No tengo idea, Cristi —dijo entre risas.

Cristinini entonces se acercó, como si contara un secreto que nadie más podía conocer.

—El Keraná.

—¿El barco del capitán Spreen? —interrumpió Roier.

Carola y Cristinini compartieron una mirada de confusión por las palabras del príncipe y su súbito
interés por la conversación. La pregunta no había sido discreta en absoluto, y no estaban seguros
de cómo responder.

La chica se aclaró la garganta, asintiendo con suavidad.

—Sí, príncipe.

—Okay —dijo, mirando de vuelta al frente como si nada.

Hubo otra mirada de silenciosa confusión antes de que la conversación se retomara, pero Roier ya
no estaba escuchando. Su mente iba por cada una de las historias que rondaban al capitán Spreen y
a su tripulación.

¿Qué hacían en el reino? No lo sabía, pero en esos momentos la idea de un plan de escape brillaba
en su cabeza, y no iba a dejarla ir.

***

Antes de siquiera salir a la recepción, llenó una bolsa a rebosar de oro y joyas que le pertenecían y
la escondió a las afueras de donde se llevaría a cabo la ceremonia.

Wilbur no había querido que la boda fuera inmediata, quería verse como un buen anfitrión,
ofreciendo una cena y charla antes de todo lo demás. A Roier aquello le había parecido rebuscado
al principio, pero ahora lo agradecía.

No pudo alejarse mucho cuando Wilbur comenzó a presumirlo frente a todos, llevándolo de un
lado al otro sosteniéndolo de la cintura y teniéndolo a su lado como un llavero. Apenas podía
hablar, pues era constantemente interrumpido por su prometido y a nadie le parecía extraño.

Su estómago se hizo un nudo imaginando que esa podía ser su nueva vida.

—Roier, cariño —le murmuró el hombre, girando su rostro antes de sonreírle—. Sonríe más,
dulzura. Te ves mucho más lindo cuando sonríes.

No quiso mencionar como todo lo que acababa de decirle era repulsivo y estaba completamente
mal, solo sonrió sin querer realmente iniciar una pelea. Wilbur besó su mejilla y luchó contra sí
mismo para no limpiarla con disgusto.

Wilbur miró su vaso levemente pensativo, soltando a Roier por primera vez en toda la noche.

—Quiero conseguir más bebidas...

La mención de aquello le devolvió un poco del brillo en su rostro.

—Es una muy buena idea —dijo, alejándose apenas un poco para no verse extraño—. ¿Me
consigues un poco de ponche? Necesito ir al baño.

Wilbur asintió con una sonrisa y se fue para poder conseguir lo que había pedido. Roier aprovechó
para alejarse de la fiesta, saliendo para poder tomar la bolsa que había preparado antes. Se aferró a
ella con fuerza, como temiendo perderla.

Ahora debía encontrar el Keraná.

Caminó a un paso rápido para poder encontrar el puerto. Estaba extremadamente nervioso, con una
sensación de constante persecución que, aunque sabía que no era real, le estaba causando varios
problemas.

Se enfocó en buscar el barco, y en realidad no fue difícil. Jamás había visto el Keraná en persona,
todo eran leyendas de su grandeza y de las riquezas que contenía, pero frente a él se veía aún más
magnífico. Era gigantesco y aterrador, completamente a la altura de la grandeza que contaban sus
leyendas.

Se acercó con cuidado, mirando a sus espaldas y asegurándose de no estar siendo seguido. Su
corazón comenzó a acelerarse solo con pensar en que podría ser de un príncipe prófugo con un
montón de piratas.
No sabía si era buena idea, pero cuando se encontró a sí mismo subiendo hasta la cubierta supo que
ya no podía arrepentirse. Ya estaba ahí.

Caminó con incertidumbre y miedo, sintiéndose cada vez más estúpido por irrumpir en un barco
lleno de gente que podría pensar que estaba ahí para robarles. Aunque estaba vacío, lo que era un
poco más extraño.

Buscó un poco intentando encontrar a alguien dentro, y se confundió al no hallar a nadie fuera.
Pensó que podrían haber sufrido una emboscada o algo parecido y con las esperanzas destruidas
estuvo a punto de bajar del barco.

Se giró, buscando bajar nuevamente, pero se detuvo en seco. Una figura imponente se detuvo
frente a él y apenas pudo analizarlo con temor.

Tenía una camisa blanca abierta en el pecho dejando ver un precioso collar con una piedra roja
colgando, sostenía su espada en una mano y en la otra una bolsa pequeña con lo que Roier asumió
era oro. Pudo haber sido cualquier miembro de la tripulación, si no fuera por el toque especial;
unos lentes oscuros que eran lo que distinguía a ese hombre.

Era el capitán Spreen.

—¿Quién sos y que te dijo que era buena idea irrumpir en mi barco?

Roier tembló. La voz del hombre era ronca e imponente, totalmente lo que se imaginaba del
capitán del barco más legendario de esos tiempos.

—Soy Roier, yo... —se aclaró la garganta, sintiéndose completamente intimidado—. Soy el
príncipe de Karmaland, vengo a...vengo a pedirte un favor.

Spreen rió, guardando la bolsa en su cinturón y acercándose amenazante.

—Yo no hago favores, boludito. Mucho menos a la realeza —dijo, apuntándole con la espada en su
mano—. Ahora, vas a bajar del barco y no le dirás una palabra a los reyes, ¿me entendés?

Roier sintió la necesidad de asentir solo para zafarse del problema, pero no podía hacerlo. Esa era
su última oportunidad para ser libre.

—No, por favor, escúchame —tomó la bolsa y se la pasó—. Te ofrezco todo esto. Son joyas, oro,
relojes, y tengo más. Solo necesito que me salves —habló con rapidez, quitando toda probabilidad
de ser interrumpido—. Van a casarme, no quiero hacerlo. Por favor, te lo ruego, finge que me
secuestraste, déjame en una isla...no lo sé, pero no puedo hacerlo.

Spreen tomó la bolsa y guardó su espada. Varios más de su tripulación habían llegado, mirando la
conversación a las espaldas del capitán.

—¿Un matrimonio arreglado, eh? —se burló, revisando las joyas con tranquilidad—. Mmm, no lo
sé. Con esto no es suficiente, si consigues...

La conversación fue interrumpida por varias voces rondando el barco. Un chico de cabello largo se
acercó a Spreen con urgencia.

—Spreen, vienen hacia acá. Es Wilbur.

La expresión del capitán se endureció. Guardó su espada y miró por sobre los bordes del barco.
Había un montón de gente acercándose.
—Wilbur, maldito pedazo de mierda...

—¿Conoces a mi prometido?

Eso captó la atención de Spreen nuevamente.

—¿Wilbur es tu prometido?

Roier asintió, y entonces el rostro del capitán se iluminó con una sonrisa divertida. Se giró hacia su
tripulación, quienes ya habían subido en su totalidad al barco.

—¡Leven anclas! Tenemos que salir de aquí de inmediato —se giró al chico de cabello largo—.
Missa, vos y Rivers busquen la ruta a Quesadilla más rápida.

—Sí, capitán.

El barco se movió con rapidez, acatando las órdenes del capitán. Roier no lo entendió y no supo
qué hacer hasta que sus muñecas fueron sostenidas y amarradas por una cuerda.

—¿Qué haces? —dijo moviéndose incómodamente.

—Quédate quieto, ¿querés? —murmuró Spreen con molestia, terminando con sus manos justo a
tiempo cuando el barco comenzó a alejarse del puerto.

Vislumbró a su prometido corriendo hasta el puerto. Spreen sonrió, mostrando a Roier a su lado de
manera burlesca.

—¡Spreen, hijo de puta!

El capitán movió su mano en una despedida hacia Wilbur, mostrándole el dedo de en medio al
final.

—¡Vuelve aquí, cabrón!

Spreen soltó una carcajada, llevando a Roier hasta el único cuarto que se encontraba en la cubierta.
El lugar donde se guardaban todos los artículos de limpieza. Con rapidez se deshizo de las ataduras
en sus muñecas y lo empujó dentro.

—No salgas hasta que yo te lo diga —le dijo antes de cerrar la puerta en su rostro.

Roier suspiró tratando de que sus nervios se fueran. Había escapado, estaba libre y sobre el barco
del mismísimo Spreen. ¿Ahora que seguía?
Chapter 2
Chapter Notes

Glosario al final del capítulo.

See the end of the chapter for more notes

Pensó que el capitán lo dejaría encerrado unos minutos, máximo una hora mientras el barco
comenzaba a navegar, sin embargo, después de que pasó horas sentado en el piso de la pequeña
bodega, la idea de que el capitán se hubiera olvidado de él le fue sumamente plausible.

Se había resignado un poco e incluso había dejado que las olas lo arrullaran, quedando casi
dormido con la cabeza apoyada en la pared. No fue hasta que la puerta se abrió que realmente
regresó a sus sentidos y levantó la mirada para encontrarse al chico de cabello largo nuevamente.

De cerca pudo notar sus ropas holgadas, sus pesadas botas negras y la pañoleta roja firmemente
amarrada a su cinturón. No parecía intimidante, por lo que le traía cierta sensación de confianza que
en ese lugar valía muchísimo.

—Hola, lamento que hayas tenido que esperar tanto, ¿te sientes bien?

Roier se puso de pie y sacudió sus ropas. Desde hace horas se había quitado el saco, no
encontrando en él ninguna utilidad particular, por lo que ahora solo estaba vestido con una camisa
blanca y un sumamente incómodo pantalón.

—Sí, me siento bien, no te preocupes.

El chico le sonrió y le ofreció su mano para saludarlo correctamente.

—Me llamó Missa, ¿y tú?

—Roier —respondió de vuelta con entusiasmo.

Ambos se dieron un apretón de manos breve. Cuando el saludo terminó Missa se giró hacía la
puerta e hizo un gesto con la cabeza para señalar hacia afuera.

—Vamos, ya estamos lejos de Karmaland. Veré si puedo conseguirte algo más cómodo.

Roier no estuvo en desacuerdo y salió a la cubierta junto al otro chico. El sol golpeó su rostro de
manera inmediata, obligándolo a cubrir la parte superior de sus ojos. No era un cambio agradable
después de estar tanto tiempo a oscuras, tampoco lo era el tener que caminar en un barco en
movimiento después de estar sentado por horas.

Nada de eso era un cambio agradable, pero era lo mejor que podía tener.

En lugar de quejarse mentalmente, comenzó a observar a la tripulación. Todos parecían estar


completamente metidos en sus temas, ya fuera arreglando cosas, limpiando o solo hablando entre
ellos. Incluso el capitán estaba ahí, aparentemente trabajando en sus propios temas.

Se sentía sumamente orgánico y tan dulce que le fascinaba.


—El capitán me dijo que te diera algo para hacer, pero la neta tenemos un ratito para platicar —le
aseguró antes de sentarse en la barandilla de la proa* sin muchas preocupaciones—. Ven, siéntate.
Te juro que no te caes.

El chico se acercó con un poco de miedo, pero se subió a la barandilla de todas formas. Sus manos
se aferraron con fuerza, sintiéndose mareado con solo ver el mar debajo de él. Missa rió con solo
ver su nerviosismo.

—¿Nunca habías estado en un barco antes?

Roier tragó y miró hacia el frente, evitando así mirar hacia el inmenso mar.

—No, en realidad no. No salgo mucho del pueblo.

—Bueno, ya estás aquí. Te ayudaremos a explorar —le guiñó un ojo y miró a la tripulación—.
Mira, ¿qué te parece si te presento a los chicos para que te des una idea de lo que puedes hacer?

El príncipe asintió, por lo que Missa intentó divisar a las personas que estaban cerca para
reconocerlas.

—Esos dos sobre los mástiles —señaló a ambos—. Son Ari y Juan, son los jefes de vela. Ese chico
con ropa rara de allá es Carrera, nuestro oficial de cubierta.

El chico señalado vestía de colores vibrantes con estampados realmente extraños. Estaba dando
algunas órdenes, además de enfocarse en el mapa en sus manos. Se acercó a una chica con cabello
claro que estaba encargada del timón.

—Oh, y ella es Rivers. Ella y Ari son nuestras únicas chicas a bordo. Usualmente es nuestra
contramaestre*, pero nuestro timonel está en un descanso —dijo, haciéndose hacia atrás con
normalidad y una sonrisa orgullosa.

Roier trató de no pensar en que podía caerse y en su lugar dijo lo que estaba pensando.

—¿Tú que trabajo tienes?

—Yo soy el timonel en descanso. Rivers me va a odiar después de esto.

El príncipe rió sintiéndose mucho más tranquilo. Se permitió hacerse un poco hacia atrás, tratando
de superar un poco el miedo que sentía.

—¿Y el resto?

Señaló a dos chicos que estaban sentados en el suelo con esponjas en sus manos y expresiones de
cansancio

—Esos dos pendejos son Rodezel y Shadoune, Shadoune es nuestro sanador y Rodezel nuestro
músico, pero ambos están castigados.

Alzó una ceja con interés.

—¿El capitán los puso a limpiar como castigo?

—Es mejor que sus demás castigos —dijo encogiéndose de hombros—. No es cómo si hubieran
hecho algo realmente malo, solo es disciplina.

El hecho de que fueran disciplinados como un montón de niños pequeños en la escuela le parecía
sumamente cómico. Le daba un poco de más perspectiva al respecto de cómo era el capitán.

—Entonces, ¿hay algo que creas que puedas hacer?

Hizo una suave mueca, sin realmente tener idea.

—No creo ser muy bueno escalando.

—Está bien.

—Tampoco soy muy ilustrado, nos perderíamos si les dijo hacia dónde ir —agregó con una mueca.

—Eso también está bien.

—Tal vez lo mejor sería que ayudará a los castigados.

Missa miró al frente pensativo, moviendo sus pies suavemente.

—No quiero que termines limpiando baños. Los demás suelen aprovecharse de los limpiadores, por
eso es un castigo —le aclaró, pensando seriamente en qué otro trabajo podría tener.

—I could take you in —se escuchó a un lado de los chicos, por lo que ambos voltearon. Un chico
castaño con músculos marcados y una sonrisa los saludó—. Soy Foolish. Puedo tenerte en mi
trabajo si tú quieres.

Roier lo miró con intriga.

—¿Qué haces tú?

—Soy artillero*. Manejo las armas, así que si no tenemos nada que atacar, no harás nada —dijo,
puso su mano en la barandilla y se inclinó en ella con un gesto confiado—. Sí pasa algo, puedo
mostrarte lo que necesites.

Roier realmente pensó en la oferta. No era muy bueno con el ataque, pero aprendía rápido. Estaba
seguro de que podría hacer un buen trabajo.

Sin embargo, antes de que pudiera responder, alguien más entró en la conversación.

—No necesitas mostrarle nada —Spreen se acercó a él con los brazos cruzados. Se veía bastante
serio, más con la mirada escondida detrás de los oscuros lentes—. Vos, principito, ¿podés hablar a
solas?

Decir que Roier se sentía intimidado era poca cosa. En realidad, estaba aterrorizado, pues temía que
Spreen hubiera cambiado de opinión y que ahora quisiera regresarlo.

Mierda. Tal vez si tendría que lavar pisos para poder asegurar su lugar ahí.

—Claro —terminó por decir y bajó de la barandilla para seguir al capitán.

El Keraná era un barco masivo, por lo que encontrar un lugar relativamente solo, pero a la vista de
todos no fue complicado. Ahí, el capitán lo miró de arriba a abajo sin ningún tipo de reparo.

—Necesitas ropa nueva —dijo sin filtro.

Roier parpadeó un par de veces antes de responder.


—¿Gracias?

—No era un cumplido. Mira, traerte aquí fue casi mi buena acción de la semana, no quiero
mentirte —le confesó bastante despreocupado—. Aunque tu prometido me cae para el orto y fue
una pequeña venganza también.

—No, pues gracias…

—¿Por qué me agradecés por todo? —lo cuestionó, pero cuando Roier no dijo nada simplemente
bufó—. Nada, llegamos a Quesadilla en dos días así que podés quedarte en el camarote de las
chicas mientras estés acá, no les molesta, ¿dale?

El príncipe presionó sus labios con un poco de duda.

—¿Hay otra opción?

—La otra opción es dormir en el mar, vos decidís.

—No, sí, la primera está increíble, no te preocupes.

El capitán sonrió suavemente.

—Dale, entonces decidí rápido que querés hacer acá arriba —le aconsejó.

Roier asintió, comprendiendo que tenía que hacerse útil para el barco. Spreen estuvo a punto de
irse, pero cuando su mirada cruzó nuevamente con la proa, donde Missa y Foolish charlaban, se
giró de nuevo hacia Roier.

—Yo sería más cuidadoso con Foolish si fuera vos. Dejé que se quedara en el barco por la gente
que mató nada más —se despidió con un suave movimiento de mano—. Bueno, nos vemos.

Roier lo miró irse con los ojos muy abiertos y un nuevo miedo instalado en su cabeza. Miró a
Foolish y solo pudo pensar que con esa fuerza, fácilmente podría desmayarlo. Casi suelta un
chillido.

—Ay no mames —murmuró.

Sentía que las cosas ahí solo iban a ponerse más difíciles de ahí en adelante.

***

Odiaba el olor que tenían los bares, especialmente por la noche. Pero, lamentablemente para él, no
estaba ahí por gusto, sino que buscaba a una persona en específico.

Un viejo amigo, se podría decir.

Se acercó a la barra donde un chico encapuchado bebía sin muchas preocupaciones. Lo reconoció
de inmediato y tomó el asiento a su lado.

—No sabía que tu marido dejaba que bebieras.

El hombre levantó la mirada y le sonrió.

—No lo hace —dijo e hizo un suave gesto con la mano, mostrando el contenido de este. Whiskey
—. Es un secreto.
Wilbur soltó una suave risa nasal.

—No has cambiado ni un poco, Dream.

El chico se encogió de hombros.

—Intento mantener mi esencia.

Otro vaso de whiskey llegó a la barra, sin embargo, Wilbur lo tomó antes de que Dream pudiera
reaccionar. Bebió un largo trago.

—Escuché que tu boda se canceló —comenzó Dream.

El vaso hizo un ruido seco cuando Wilbur lo colocó sobre la barra. Suspiró y pasó su mano por su
rostro con cansancio.

—De hecho, por eso vine aquí —revolvió el whiskey y observó el líquido ámbar girar en el vaso
—. Secuestraron a mi prometido.

Dream frunció el ceño.

—¿Al príncipe? ¿En plena luz del día? Me estás jodiendo.

—No, lo digo en serio —rió con ironía—. Spreen lo hizo. Sigue aferrado a…no lo sé. Quiere
acabar conmigo.

Wilbur terminó con lo que quedaba del whiskey mientras Dream lo observaba de cerca.

—¿Qué necesitas?

—Quiero que lo traigas de vuelta, a mi prometido —lo miró significativamente—. No hagas nada
con Spreen, no me interesa. Quiero a Roier de vuelta.

Dream sonrió.

—¿Ya estás encariñado con él?

Comenzó a negar con la cabeza, casi soltando una carcajada por las palabras de su amigo.

—Por supuesto que no. Necesito la unión, Karmaland tiene cosas que…le vendrán bien a
L’Manberg. Estoy seguro.

Dream tomó el vaso vacío y lo inclinó hacia él.

—Bien, este es mi precio —dijo con tranquilidad—. Una bolsa de oro para mi y joyas para mis
chicos. Además, me debes un vaso de whiskey, ¿qué te parece?

Wilbur sonrió, dándole la mano al contrario para así demostrar que estaba de acuerdo.

—Tenemos un trato.

—Bien, saldremos mañana —le dijo, girando su cuerpo de vuelta al frente—. ¿Te quedas? No
quiero llegar aún, George sabrá que bebí.

El chico negó con la cabeza y se puso de pie.

—No, debo irme. Necesito volver con el rey —detuvo al bartender—. Traiga otro whiskey, por
favor —dijo antes de poner el dinero suficiente para dos bebidas en la mesa—. Parte de mi deuda
está saldada. Nos vemos luego, Dream.

El chico sonrió detrás de su vaso, suspirando con la sola idea de mirar al capitán del Keraná
nuevamente.

—Spreen, Spreen, Spreen… —susurró—. Que gusto encontrarnos de nuevo.

Chapter End Notes

mini glosario:

Proa: la parte delantera del barco que con forma de cuña corta las aguas.

Contramaestre: persona encargada de conducir a la marinería, vigilar sobre la


conservación de la nave y proponer al capitán las reparaciones que crea
necesarias.

Artillero: se encargan de la artillería y de la munición del barco.


Chapter 3
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

Tomó la oferta de Foolish, aunque se había vuelto más precavido después de lo que había dicho el
capitán. Aunque, el castaño tenía una personalidad refrescante y dulce, por lo que olvidar la
advertencia era bastante fácil.

Missa y Foolish realmente lo hicieron sentir bienvenido, y para cuando oscureció, le dieron las
direcciones hasta el camarote de las chicas. No sabía porqué, pero se sentía bastante nervioso.

Al abrir la puerta fue recibido por una brisa a colonia dulce que lo hizo suspirar. No iba a mentir, el
lugar estaba desordenado y un poco caótico, pero no era nada desagradable.

—Hola, disculpa el desorden. Pasa, pasa —lo invitó una chica castaña. La reconocía como la jefa
de velas, Ari—. Esa cama es la tuya. El capitán dejó algo de ropa para ti.

Señaló la cama a un lado de la ventana, donde dos pequeños montones de ropa descansaban. Roier
se sintió aliviado, pues el intentar moverse con el incómodo traje puesto era sumamente difícil.

—Gracias.

—No es nada. Soy Ari — se presentó y lo miró por unos segundos antes de agregar—, por cierto
eres muy bonito.

Roier rió avergonzado y se acercó a su cama.

—Muchas gracias.

Ari hizo un gesto para hacerle saber que no debía agradecerle y se alejó un poco de lo que había
dicho. Esa no era la razón por la que estaba ahí.

—Dejaré que te cambies, vuelvo en un rato.

Roier asintió y soltó un suspiro largo cuando la puerta se cerró. Tenía que tomar un momento para
respirar y pensar que estaba a salvo, aunque no sabía cuáles serían sus próximos pasos cuando
llegaran a la isla.

¿Habría alguna forma de que pudiera sobrevivir con sus nulas capacidades? Dios, no lo había
pensado en absoluto.

Analizó la ropa más holgada y cómoda, la que probablemente estaba ahí para que durmiera en ella
y se desvistió con rapidez. Se sentía muy cansado y en ese momento solo deseaba dormir. Dormir
por horas hasta recuperarse del cansancio excesivo de los últimos días.

—¿Puedo pasar? —escuchó al otro lado de la puerta.

—Sí, adelante.

La puerta se abrió y esta vez, la chica de cabello claro estaba ahí; Rivers, si recordaba bien.

—Hola. Supongo que no tengo que presentarme, Missa me dijo lo que hablaron —dijo, con una
sonrisa cálida.
Roier asintió y se sentó en la cama.

—¿Dónde está él?

—Terminando su trabajo. Va a cubrir el turno nocturno —se encogió de hombros y se dejó caer en
la cama con cansancio—. Ni modo, por hacerme tomar su puesto.

El príncipe rió suavemente. Rivers se veía exhausta y Roier planeaba dejarla descansar sin más
conversación, sin embargo, fue ella quien comenzó a hablar.

—Eres de Karmaland, ¿cierto? —al ver a Roier asentir se acomodó en la cama con una sonrisa—.
¿Y? ¿Qué tal? ¿Te agrada?

Roier se encogió de hombros suavemente, sosteniendo su expresión tranquila.

—Sí. Bueno, realmente no suelo salir mucho a otros pueblos así que puedo compararlo mucho,
pero no está mal —dijo y se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama—. Creo que me he
acostumbrado. ¿De dónde eres tú?

Rivers pareció no querer responder de inmediato, pero al final solo chasqueó su lengua sin muchas
preocupaciones y concluyó con un:

—No importa mucho. La neta no hablo mucho de lo que hacía antes de entrar al barco, entonces...

—No, no hay pedo. Yo entiendo.

La conversación fue un poco más tranquila después. Roier le habló a Rivers sobre su reino, aunque
se enfocó especialmente en la comida y las fiestas, y la chica solo se dedicó a escuchar, bromeando
de vez en cuando. Eventualmente, cuando Ari regresó bastante más cansada que antes, decidieron
que era hora de terminar con la charla.

Roier se encontró cómodo en la cama y permitió que las olas golpeando el barco lo llevaran a un
sueño profundo, libre de preocupaciones y lleno de libertad.

***

La mañana siguiente el príncipe estaba más que emocionado por usar la nueva ropa que se le había
sido traída. Quería investigar más y moverse por el barco, así que estaba seguro de que esa ropa
sería más cómoda para ese propósito.

Al salir de nuevo a la cubierta tuvo que tapar sus ojos con su mano un momento. Dudaba mucho
que fuera a acostumbrarse al sol arrasador que había todo el día, pero tampoco iba a estar mucho
en el barco.

Pronto estaría en tierra firme de nuevo, por mucho que la idea le asustara en ese punto.

Talló sus ojos con un poco de pesadez antes de continuar su camino. Debía hallar a Foolish para así
pretender que estaba haciendo algo y quería encontrarse con Missa para hablar con él. Tal vez
podría ayudarlo a saber que haría al llegar a Quesadilla.

Al principio, planeaba decirle al capitán, pero sentía que este lo lanzaría al agua si supiera que le
había pedido que se lo llevara sin tener nada en mente antes. No correría el riesgo.

Estaba en camino hacía el panel donde Foolish trabajaba cuando súbitamente un chico aterrizó,
literalmente, frente a él. El extraño jaló la cuerda que había usado para balancearse y miró detrás
del hombro de Roier.

—¡Está estable!

Roier giró para ver con quién hablaba y se encontró a Juan, el segundo jefe de velas, subido a uno
de los mástiles. Juan le dio un pulgar arriba al otro chico y con eso Roier pudo regresar su vista a
él.

—Perdóname, te asusté —se disculpó sin aliento y soltó la cuerda—. Me llamo Shadoune.

—Roier —respondió de vuelta, ofreciéndole una mano.

Shadoune recibió el gesto con una sonrisa, sin embargo, acercó la mano a sus labios y presionó un
suave beso sobre esta.

—Ton nom est presque aussi beau que toi, ma chérie.*

Roier alzó una ceja con diversión.

—Gracias, se que soy lindo. Mi nombre...no lo creo tanto —se separó del toque de manera gentil
—. Pero te doy puntos por la frase, es bastante encantadora.

Shadoune se irguió nuevamente, ahora sonriendo de manera más amistosa que coqueta.

—¿Hablas francés?

Roier negó con la cabeza.

—Muy poco, no es mi punto fuerte —dijo para desviar un poco el tema—. Escuche que estabas
cumpliendo penitencia ayer.

El rostro de Shadoune enrojeció y acarició su nuca con clara vergüenza.

—Sí...Otro chico y yo pensamos que sería divertido hacerle una broma al capitán y no salió bien...

El príncipe se vio divertido con ello, e incluso quiso indagar un poco en lo sucedido, pero una voz
detuvo por completo la conversación y el flujo de sus pensamientos.

—Principito, necesito que me acompañés a la cocina —le ordenó el capitán antes de colocarse a un
lado de Shadoune, quien observó al hombre con horror.

Roier frunció el ceño confundido.

—¿Yo?

Spreen bufó y pellizcó el puente de su nariz por debajo de los lentes oscuros.

—Sí, vos, ¿ves a otro príncipe en todo el barco? —le preguntó y soltó un suspiro cuando Roier
realmente miró alrededor buscando algo—. Estoy hablando con vos. Anda, vamos.

—Capitán, de verdad no quiere que le ayude. No soy muy listo...

—Dejá de decir boludeces. Andá, hacé lo que te digo.

El príncipe se sintió nervioso cuando el capitán comenzó a alejarse y lo siguió como pudo. No
quería arruinar lo que fuera que Spreen necesitará. Toda la situación lo estaba estresando.
La cocina no era muy grande, por supuesto, así que era bastante asfixiante. En parte por el calor y
en otra por el tamaño tan reducido. Dentro solo se encontraba un chico de lentes que cocinaba
bastante animado, realmente disfrutando lo que hacía. Spreen no los presentó, pero el chico notó la
presencia de Roier.

—¿Qué pedo, men? Soy Mariana, tu cocinero estrella —dijo e hizo una reverencia burlona, aún
sosteniendo la cuchara de madera que estaba usando para cocinar en su mano— , ¿tú eres el
príncipe que secuestró el Sprite?

Spreen pasó a su lado y bufó con molestía.

—Cerrá el orto.

—Tan lindo como siempre. Que bonita referencia le estás dejando a la familia real, culero —
continuó hablando, pero Spreen pronto desapareció tras unas cortinas hacia otra habitación—.
Suerte.

Roier asintió y caminó hacía donde Spreen había ido.

—Gracias —dijo en voz alta antes de pasar las cortinas.

Dentro había un poco más de ventilación, por suerte, aunque seguía haciendo bastante calor.
Parecía ser una bodega donde se guardaban todos los alimentos y latas.

Spreen le dio una caja sin mucha explicación, por lo que Roier se mantuvo parado con la caja en
las manos completamente confundido por al menos un minuto mientras Spreen movía latas y
sacaba otra caja.

—Dale, esto es lo que haremos —le informó señalando a las latas en el suelo—. La mayoría de
estás van a caducar pronto, y son una boncha, ¿ves? —sin esperar respuesta, continuó—. Vamos a
separar las latas, guardar las que no nos sirven acá, así las damos en Quesadilla.

Roier jugó con los bordes de la caja un poco antes de hablar.

—Y...¿Por qué yo?

—Por qué no soy pelotudo, principito —dijo y se sentó sobre un montón de cajas de fruta—.
Foolish no hace una mierda la mayoría del tiempo, pero al menos pelea cuando se necesita. Vos vas
a estar acá dos días y necesito que hagas algo útil. Ahora, andá.

Roier suspiró y se sentó en el suelo. Dejó la caja a su lado para comenzar a revisar las latas,
mirando la fecha en cada una. Era una actividad mortalmente aburrida, y por un momento pensó
que Spreen estaría a su lado burlándose de él, pero al voltear se encontró con el capitán haciendo el
mismo trabajo que él.

—¿Me estás ayudando?

Spreen se detuvo para mirarlo un segundo antes de volver su vista a las latas.

—Si querés tomarlo así...pues sí, te estoy ayudando.

—¿Por qué?

—Por qué se me canta, boludo. ¿Qué querés que te diga? —giró su rostro hacía él.

Roier odiaba no poder mirar sus ojos, saber por lo menos qué era lo que sentía.
—Está bien, nada más preguntaba.

Hubo un silencio más largo mientras ambos seguían con su tarea. Roier llevaba casi la mitad de la
caja cuando comenzó a cansarse, por lo que dejó las latas de lado y se enfocó en Spreen
nuevamente.

—¿Por qué usas lentes?

Spreen suspiró y puso su mano sobre su frente con cansancio.

—Ya vas con las preguntas de mierda...

—Solo tengo curiosidad, ¿si alcanzas a ver algo? ¿Y qué pasa si alguien te quiere atacar? ¿Te
mueres a la chingada o...?

El capitán dejó unas latas más en la caja, como si no le prestara mucha atención a las palabras de
Roier.

—Boludo, podría ganar un duelo con los ojos vendados —le aseguró.

Roier ni siquiera lo dudó, simplemente se cruzó de brazos como si quisiera estar más cómodo para
escucharlo.

—Entonces...¿por qué los llevas?

Spreen guardó unas latas más en completo silencio. Cuando terminó, se giró hacía Roier.

—¿Sos consciente de que me tenés podrido con la preguntas, principito?

—Tal vez deje de hacerlas si me contestas.

Sonrió de manera aparentemente inocente, cosa que no sirvió, pues de inmediato Spreen se giró de
vuelta a las latas.

—Ponete a trabajar, mejor —murmuró entre dientes.

Roier suspiró y regresó a su aburrido trabajo. Las latas eran aburridas y que Spreen se negara a
hacerle conversación era más aburrido. Solo quería hablar un poco, ¿qué había de malo con eso?

Casi como si le estuviera leyendo la mente, Spreen fue quien tomó la iniciativa para hablar
después.

—Vos...¿no sos cómo más cheto? Tipo...¿no andás con cosas re caras y pavadas así?

Roier revolvió las latas en la caja con su mano.

—Nah. O sea, si me visto bien y eso, pero la mayoría de veces el dinero me vale madres —dijo
con seguridad—. No sé, mi papá si me daba muchas cosas caras, pero no me gustan.

Omitió que no le gustaba lo que simbolizaban. Que no disfrutaba que esa era la única forma que su
padre le decía "te quiero", porque a veces él solo necesitaba los brazos de su padre haciéndolo
sentir seguro y no algo costoso.

Suspiró con cansancio y pasó sus manos por su rostro antes de sonreírle al capitán.

—¿Ves que no es tan difícil contestar preguntas?


Spreen lo miró por un par de segundos con una expresión seria y no respondió. Roier apoyó su
cabeza en la pared y se relajó por un tiempo que no duró nada cuando el barco se movió de manera
más brusca que lo usual.

Spreen se puso de pie en un segundo casi en un acto reflejo. Roier tuvo un poco más de problemas
para ponerse de pie, y antes de que siquiera estuviera completamente levantado, Mariana intervinó
en la bodega.

—Capitán, hay una tormenta afuera. Missa está intentando mantener todo en orden con nuestra
ruta, pero...

—No, no, entiendo —suspiró— A lo mejor nos retrasamos un día más, pero no vamos a
arriesgarnos. Es mejor que tomemos otro camino. Ya podés volver a trabajar, y gracias, boludo.

Mariana asintió antes de irse. Roier se estaba aferrando a la pared con todas sus fuerzas,
súbitamente mareado por los movimientos del barco.

—¿Tardaremos más? ¿Qué va a pasar?

Spreen lo miró unos segundos antes de suspirar y alejarse unos pasos. El príncipe lo siguió por
instinto, demasiado asustado para quedarse ahí.

—Que voy a perder más ropa, eso seguro pasa...

Murmuró molesto, pero Roier no comprendió.

Viendo el lado bueno, tendría más oportunidades para conocer a la tripulación, pero viendo el lado
no tan bueno, sus planes se pospondrían. Aun así, solo sería un día más en el Keraná. ¿Qué tan
malo podría ser?

Chapter End Notes

*: Tu nombre es casi tan hermoso como tú, cariño


Chapter 4

Roier jamás había visto una tormenta tan fuerte como la que estaba golpeando el Keraná en esos
momentos. Salió con la intención de seguir al capitán y ver un poco de lo que hacía, por lo que de
inmediato comenzó a caminar a sus espaldas como un cachorro desolado bajo la lluvia. Sin
embargo su brazo fue jalado, arrastrándolo a una habitación.

Hubo un poco de pánico en su mente hasta que la persona que se lo había llevado le pasó una
toalla. Roier al fin pudo mirarlo y suspiró, era Foolish

—Sécate con esto, corre, no quiero que te enfermes o algo —le dijo esperando a que tomara la
toalla.

Roier asintió, tomó lo que se le era ofrecido y se secó como pudo. La ropa fue otro caso, pues casi
chorreaba por la cantidad de agua que había acumulado. Suspiró y miró alrededor de la habitación
buscando un lugar para sentarse. Era parecido al cuarto que ahora compartía con Rivers y Ari,
también con tres camas y baúles individuales para cada uno.

—¿Esté es tu cuarto? —preguntó ahora solo buscando cubrirse un poco del frío con la toalla.

Foolish asintió. Él también estaba claramente mojado por la lluvia, con la mayor parte de su
cabello pegado a su frente.

—Sí, lo comparto con Missa y con Rodezel. They’re nice —le sonrió y señaló un baúl a sus
espaldas—. Siéntate ahí. Estoy seguro de que a Missa no le va a molestar.

No estaba muy seguro de si creer eso o no, pues aún no conocía a Missa lo suficiente como para
saberlo. Aun así, se sentó y se aferró un poco más a la toalla en sus manos.

—¿Quieres algo de ropa? Puedo encontrarte algo —le ofreció Foolish, de inmediato girándose a su
baúl para buscar algo que Roier pudiera usar.

—No te preocupes, estoy bien —le aseguró, aunque un escalofrío lo hizo aclarar su garganta—.
Aunque si tienes algo no me quejo.

Foolish rió y regresó su mirada a él, observando la ropa con curiosidad.

—¿Ari te prestó esa ropa? No la reconozco…

—No, creo que el capitán me la consiguió —dijo, jalando un poco la tela de su camisa para mirarla
—. No estoy seguro.

Foolish se quedó en silencio un momento antes de cerrar el baúl, volviendo con Roier con
normalidad.

—Creo que estarás bien, no te preocupes, el agua solo…te limpia un poco —le aseguró y se sentó
en la cama—. Tranquilo, te vas a secar.

Roier suspiró, cubriéndose un poco más con la toalla sin saber el por qué de la actitud de Foolish.
Tal vez no había encontrado ropa limpia para él y estaba avergonzado, realmente no estaba seguro.

Podía escuchar la fuerte tormenta detrás de las paredes y se preguntaba qué estaría haciendo el
capitán. Probablemente estaba trabajando con Rivers para encontrar una ruta más segura para
llegar a Quesadilla. Tal vez estaba discutiendo con Missa, buscando alguna solución. Tal vez él
mismo había tomado el control del barco, llevándolos por caminos más tranquilos.

O tal vez debía dejar de pensar en lo que estaba haciendo el capitán y mejor debía enfocarse en qué
haría él luego de todo eso.

—Foolish —llamó su atención con algo de incertidumbre—. ¿Van a Quesadilla muy seguido?

El chico lo miró por un segundo mientras pensaba en sus palabras hasta que asintió.

—Lo más que podemos. En realidad no nos quedamos tanto tiempo en un solo lugar, pero los
padres del capitán viven ahí.

Roier alzó una ceja con curiosidad. Los padres del capitán, ¿era extraño que hubiera pensado que
era huérfano hasta ese momento?

—¿Sus padres? —sonrió cuando Foolish asintió—. ¿Son agradables?

—Sí, realmente nos quieren. Siempre comemos con ellos cuando llegamos a Quesadilla.

Roier soltó un poco la toalla en sus manos, imaginando la situación con calidez. A lo mejor podía
ganarse a los padres del capitán y con suerte ellos podrían ayudarlo a conseguir un trabajo en la
isla. Aunque, siguiendo su estatus, podría no ser tan difícil agradarles.

No era como si se la pasara usando su posición en la monarquía para salirse con la suya. No lo
disfrutaba y con bastante frecuencia se preguntaba si todo sería distinto para él si fuera alguien
normal. Si la monarquía había alejado tantas cosas de él.

—Espero que lleguemos pronto —expresó.

Foolish sonrió.

—Yo también.

***

Pasó tiempo sin tener mucha conversación con Foolish, tanto así que por minutos rondó la
habitación, se recostó y finalmente se quedó dormido sobre la cama que suponía le pertenecía a
Missa.

Cuando despertó su ropa estaba afortunadamente seca y su cuerpo un poco menos frío. La puerta se
abrió, permitiéndole ver un poco del ambiente afuera. Estaba mucho más tranquilo y ya no llovía,
pero parecía que era tarde. Probablemente habían pasado horas desde que había caído dormido.

Por la puerta entró el capitán usando otro conjunto de ropa, además de traer un par de prendas con
él. Roier comprendió que probablemente eran suyas, por lo que sonrió.

—Despertaste —dijo el capitán como si aquello no fuera algo obvio.

—Sí, un poquito —se sentó y soltó un bostezo—. ¿Es para mi?

—Mhm —murmuró y puso la ropa frente a él—. Cuida un poco más esa ropa, por favor.

Roier rió y tomó en sus manos la primera prenda que encontró, una camisa. La tela era casi tan
suave como la que estaba usando y se veía sumamente cómoda. Se sentía aliviado.
—Gracias —se limitó a decir.

Spreen solo asintió y puso sus manos en sus bolsillos. Se balanceó hacia adelante y hacia atrás
mientras Roier seguía analizando la ropa.

—Vos… —comenzó, su rostro levemente inclinado lejos de Roier—, ¿tenés un plan para cuando
lleguemos a Quesadilla?

El chico lo observó por un momento. No estaba seguro de si debía mentirle, de si aquella era una
pregunta trampa para echarlo del barco en mitad del mar.

Decidió que, mintiera o no en ese momento, la verdad saldría eventualmente. Tendría que
enfrentarse a las consecuencias de sus actos de alguna u otra forma y, si era honesto, prefería
hacerlo ahora.

—No…no, la verdad es que no.

La reacción de Spreen, contraria a lo que había imaginado, fue mucho más relajada. Incluso creyó
haber visto cómo sus hombros perdían un poco de tensión.

—Piola…o sea, no me refiero a que me alegra que no tengas a donde ir o algo así…sé que no lo
pensaste, pero no quiero que lo pienses —dijo con rapidez antes de bufar, masajeando su sien—.
Me refiero a que, si no tenés a donde ir puedo hablar con mis viejos, así podés quedarte con ellos
un rato.

Aquello, aunque parecía simple al ponerlo en papel, significaba el mundo para Roier. Pasar a tener
un poco de estabilidad cuando bajará de ese barco era mucho más de lo que había imaginado que
tendría.

Lo que le daba un poco de curiosidad era que pudiera querer a cambio.

—¿Por qué…? Digo, ¿por qué te preocupa? —le dijo, aunque seguía sonriendo para demostrarle lo
agradecido que estaba con él.

Spreen se encogió de hombros, aún evadiendo un poco el estar cara a cara con Roier.

—Me gusta que las personas en mi barco estén seguras y aquí puedo asegurarme de que nada les
pase, pero con vos... —hizo una pausa—. Se que no te podés quedar aquí, entonces solo quiero
saber que no te vas a morir, ¿se entiende?

—Sí, creo que lo entiendo —sonrió con algo de alivio—. Bueno, como sea, te lo agradezco.

Spreen asintió y finalmente sacó sus manos de los bolsillos, frotando las palmas en sus pantalones.

—Bueno, voy a tomar un rato el lugar de Missa entonces...podés cambiarte o irte a dormir, lo que
quieras —le informó antes de retroceder—. Seguimos lo de las latas mañana, ¿dale?

—Va.

El capitán le dio un último vistazo antes de irse. Roier suspiró sin saber qué pensar.
Definitivamente seguía cansado, así que prepararse para dormir era algo bueno. Ahora que tenía
más seguridad de que pasaría con él de ahora en adelante, todo parecía mucho más sencillo.

Se puso de pie, acomodó la cama de Missa un poco y salió. Pensó en Mariana, en la cocina y en
que en la mañana apenas y había comido algo que le había pedido a Rivers.
Puso una mano sobre su estómago, en realidad no tenía mucha hambre. Hizo una mueca y sacudió
su cabeza.

—Estoy bien... —murmuró en voz baja y finalmente abandonó la habitación.

Definitivamente iría directo a dormir.

***

La mañana siguiente fue un poco más tranquila, aunque está vez sí que fue directamente a la
cocina para conseguir algo de comida. Había pedido un simple plato de fruta, pero después de que
Mariana lo regañara por unos buenos diez minutos sobre los nutrientes y los desmayos, no le quedó
otra que quedarse sentado en una esquina de la cocina esperando su omelet.

—Mariana, ¿podés prepararme una taza de café? —la voz cansada del capitán se presentó en la
cocina—. ¿Qué estás cocinando?

—Un omelet para Roier, capitán, ¿quiere un poco?

Spreen frunció el ceño suavemente antes de mirar alrededor, encontrando al chico sentado en el
suelo. Roier levantó su mano para saludarlo con entusiasmo, haciendo que el capitán suspirara.

—Sí, por favor. No tardes mucho que la cabeza me está matando...

—A la orden.

Roier observó con curiosidad cómo el capitán caminaba hacia él, señalando el suelo a su lado.

—¿Puedo?

—Adelante.

Spreen se pegó a la pared y se deslizó hasta quedar sentado en el suelo, ignorando por completo la
mirada divertida del príncipe.

—Parece que dormiste poco.

—¿Te pare...? —se detuvo a sí mismo, golpeando la parte trasera de su cabeza con la pared
suavemente—. Sí, no dormí una mierda, muero de hambre, quiero morir y solo espero llegar a la
isla. ¿Vos cómo despertaste?

Roier hizo una mueca y apoyó su cabeza en la pared, imitando al contrario.

—Soñé que me perseguía una tortuga, entonces la neta desperté muy espantado.

Bromeó pensando que Spreen le diría que dejara de decir tonterías, pero sorpresivamente, sonrió.

—No te va a gustar la isla entonces, principito. Tenemos muchas tortugas.

—Me voy a morir de un infarto ahí, no mames.

Spreen soltó una exhalación bastante parecida a una risa y Roier solo lo observó maravillado. Tal
vez era el cansancio, pero el hombre se veía mucho menos intimidante en esos momentos. Solo
sentado junto a él, sonriendo tan despreocupadamente e incluso bromeando junto a él.

Era una vista interesante.


—Bueno, aquí está su comida —Mariana dijo mientras les pasaba dos platos.

Roier inhaló suavemente, disfrutando el aroma a la comida recién hecha. De verdad tenía hambre
ahora.

—Capitán —le pasó la taza de café.

Spreen sonrió y tomó la taza, levantándola como si estuviera brindando.

—Qué tus cañones nunca se oxiden…

—Y que tu brújula siempre sea verdadera —dijo de vuelta, guiñando un ojo antes de irse.

Spreen tomó un sorbo del café sin importarle lo caliente que estaba. Cuando regresó su vista a
Roier, su expresión confundida lo hizo sonreír aún más.

—No entendí qué chingados pasó.

—Así brindamos, principito. Pronto vas a entender.

Roier no tuvo el corazón para decirle que eso probablemente no pasaría, pues no estaría ahí lo
suficiente como para aprender todo sobre sus costumbres y expresiones, así que solo comenzó a
comer.

Era extraño, pero internamente agradecía a aquella tormenta por dejarlo estar un día más para
conocer ese lugar, aún cuando el capitán le seguía pareciendo un misterio. Uno que sin dudas
quería conocer.

Tenía el tiempo contado en el Keraná, y en ese instante aquello se sentía incorrecto.


Chapter 5

—Entonces me pegó un putazo, pero la neta no me importó wey, mínimo yo si me sé la tabla del
seis.

Habían terminado con su desayuno y ayudaron a Mariana lavando los platos. Spreen había sido el
más enfocado en el trabajo mientras que Roier comenzó a hablar de sus anécdotas y varias historias
de su reino.

Era una absoluta sorpresa que el capitán no lo hubiera callado, incluso cuando salió de la cocina
con el príncipe a sus espaldas quien no dejaba de hablar.

—Y justo por eso casi me quedo castigado de por vida, pero mi papá es humilde y me perdonó
después de un chingo… —dijo, tan perdido en el hilo de sus pensamientos que apenas hasta ese
punto se dio cuenta de donde estaba—. ¿A dónde vamos?

—A la cabina.

Roier pensó por un momento antes de asentir.

—Okay. Entonces me quede sin salir como dos semanas y no mames, casi me pongo a llorar.

La cabina del capitán no era gigantesca, pero estaba repleta de cosas de apariencia antigua y
objetos que llamaron la atención de Roier inmediatamente. Se acercó a uno de los estantes y
comenzó a mirar todo lo que estaba arriba. Pergaminos, libros, mapas, botellas e incluso un par de
monedas que temía tocar por lo antiguas y valiosas que se veían.

—Spreen —dijo y se giró para mirar al hombre—. ¿Cuántos años dijiste que tenías?

El capitán estaba sentado frente al escritorio con una libreta en sus manos y sus pies sobre la mesa.
Alzó una ceja y ladeó la cabeza.

—¿Por qué, principito?

Con cuidado absoluto sostuvo una de las cosas en la estantería. Un precioso reloj que parecía una
verdadera reliquia.

—Estás cosas son súper viejas y están súper bien cuidadas —miró el reloj con admiración por un
momento—. ¿Eres un vampiro?

Spreen volvió a su libreta, anotando algo con una pluma de tinta que se veía sumamente elegante
en sus manos.

—La mayoría de cosas son de mis viejos, un par me las regaló mi padrino —mencionó
casualmente y su mirada fue de vuelta a Roier—. ¿Terminaste?

—No, espérame.

El capitán bufó, pero Roier cumplió con lo dicho, pues aún no terminaba de explorar. No tocó
todas las cosas, aunque se moría de tentación, finalmente solo se limitó a observar y a sorprenderse
con cada minúsculo detalle.

Entonces, en sus ojos brilló una preciosa joya. Un anillo de diamantes que descansaba empolvado
y solo sobre un cofre pequeño. Era completamente inmaculado y aún estando más descuidado que
el resto de cosas, Roier podía ver su belleza. Lo sostuvo con cuidado, lo limpió con su camisa y lo
miró bajó la tenue luz que entraba por las ventanas.

Se perdió tanto en ver como el diamante reflejaba la luz de manera tan espectacular que apenas y
le prestó atención a cómo la puerta se abría de forma deliberada.

—Dos oeste, tres norte…cuatro este.

Reconoció la voz de Missa, por lo que se giró a ver al chico con una sonrisa. Lo había extrañado,
aunque había pasado casi nada de tiempo sin verlo.

—¿Qué? —fue la única respuesta del capitán.

—No sé, Rivers me dijo que te lo dijera.

Spreen rió suavemente dejando la pluma dentro del frasco de tinta.

—¿Volviste a dejarle tu trabajo, boludo?

Missa asintió.

—Es que me cansé.

El capitán negó sin decir más, ni siquiera se giró para ver a Roier antes de hablar.

—Principito —comenzó de nuevo—. ¿Terminaste?

—Mhm.

—Dale —señaló un sofá en la esquina de la habitación—. Sentate, anda.

Dejó el anillo en su lugar y caminó hasta donde Spreen le había indicado, mirando al capitán por
un momento antes de sentarse. El sofá era bastante cómodo, casi podía sentir que no quería
ponerse de pie nunca más.

—Ocupo que me ayudes a buscar algo —le dijo Spreen pasándole la libreta que estaba usando
hace solo unos minutos—. Busca el diecisiete de febrero del año pasado, por favor.

Roier asintió y tomó la libreta en sus manos, comenzando con su labor casi de inmediato. Intentó
no distraerse por los escritos dentro de la libreta, aunque moría de curiosidad. Estaba repleta de
dibujos y páginas llenas de información, todo escrito con la caligrafía impecable del hombre.

Era digno de estar en un museo, pero no podía pensar en eso en aquel momento.

Missa se sentó frente al capitán y este sacó un pequeño mapa de un cajón en el escritorio. Lo
desplegó frente a él y señaló un punto en el mar.

—Estamos acá —dijo intentando seguir las indicaciones que le había dado—. ¿Qué fue lo que te
había dicho?

El chico mordió su mejilla sin estar seguro.

—Dos este…uhm…

—Dos oeste, tres norte y cuatro este —interrumpió Roier sin siquiera levantar su mirada del
cuaderno.
El capitán y Missa lo observaron con curiosidad por un momento, aunque este último terminó
sonriendo.

—¿Eres bueno con las direcciones, wey? A lo mejor te podemos dar el trabajo de Rivers. Ya se
ocupa una buena liquidación.

Spreen golpeó a Missa en la cabeza con un pergamino enrollado, ganándose un quejido del chico.
Roier rió por su “oferta”, pero negó.

—No podría. Tengo buena memoria, pero soy muy tonto para el resto de cosas —se encogió de
hombros—. Tendrán que despedir a alguien más.

El timonel pareció querer agregar algo más, sin embargo Spreen dio un suave golpe sobre el mapa
que lo devolvió a la realidad.

—Concentrate, pelotudo —lo regañó, señalando el mismo punto en el mapa—. Dos oeste… —
movió su dedo para seguir lo que decía—, tres norte…y cuarto este —dio un par de toques con su
dedo sobre lo que era el destino—. Es la ruta más sencilla para que lleguemos a Quesadilla, así no
nos encontramos con nadie más y si llega otra tormenta no nos vamos a retrasar dos días, ¿me
entendés?

Missa asintió sin dudas y observó el mapa un poco más, intentando memorizar la ruta. Roier se
puso de pie y le entregó la libreta a Spreen.

—Aquí está la fecha.

Spreen hizo un suave movimiento de cabeza.

—Gracias, principito —le respondió antes de mirar a Missa de nuevo—. Acá tenés lo que me
habías pedido para tu novio.

El chico miró al capitán de vuelta y sus ojos brillaron de emoción.

—¿Neta? No mames —dijo con emoción tomando la libreta en sus manos. Dio unos pequeños
saltos en la silla—. No mames, a Phillip le va a encantar. Gracias.

El capitán le dio unas suave palmadas en el hombro.

—Podés llevártelo para copiarlo, solo no lo pierdas.

—Sí, sí. Neta gracias —se puso de pie y de inmediato salió de la cabina.

Roier lo miró irse con confusión clara y se dejó caer en la silla que el chico había abandonado.

—¿Missa tiene novio?

Spreen asintió mientras enrollaba el mapa nuevamente y lo guardaba en el mismo cajón de antes.

—Sí, aunque espero que pronto no sean novios.

—¡Spreen!

—¿Qué? —preguntó casi confundido—. Lo digo porque Missa le quiere pedir matrimonio, boludo,
¿de verdad pensas que yo le desearía el mal-? No contestes eso, ya vi tu cara.

Roier sonrió sin poder evitarlo, cruzando sus brazos con tranquilidad.
—Lo siento, no puedo evitar pensarlo.

Spreen suspiró y masajeó sus sienes antes de apoyar los brazos sobre la mesa.

—¿Querés que te diga la verdad? Me da algo de miedo que se comprometan —le confesó mirando
al frasco con tinta para no ver su rostro—. No sé, boludo, Missa siempre dice que lo extraña, que
quiere pasar más tiempo con él…solo se que cuando se casen Missa va a quedarse en Quesadilla.

El príncipe miró a Spreen con comprensión. No debía ser fácil ver a alguien que es casi tu familia
irse, más cuando sabes que pueden pasar meses antes de que lo vuelva a ver. Sin embargo, aquello
mismo aplicaba a Missa. No se imaginaba dejar a la persona que amas detrás sin saber nada de ella
por tanto tiempo.

—Sé que puede ser difícil, pero ponte en sus zapatos —le pidió—. Quiere a este barco lo suficiente
como para sacrificarlo todo, creo que se merece un poco de tiempo con su novio.

Spreen hizo una suave mueca que solo hizo que el príncipe rodará con ojos con diversión.

—Ya, lo entenderás cuando te enamores.

El capitán soltó una risa irónica.

—Eso no va a pasar, principito. Enamorarse es un quilombo y…nah, no es para mi.

—Claro, te creo wey.

Terminó aquello con un guiño que hizo que Spreen sonriera. Por alguna razón, aquello lo hizo
sentir mucho más feliz, como si el verlo sonreír fuera un espectáculo.

Aclaró su garganta.

—Así que…¿esas espadas son tuyas? —preguntó y señaló hacia las armas que estaban sostenidas
con ganchos en las paredes.

—Mhm.

—Mmm, wow… —murmuró, aunque realmente no sonaba muy maravillado. No hasta que sonrió
por sus propios pensamientos—. Y…¿puedes ganar un duelo con los ojos cerrados? —dijo con
burla.

—No estaba exagerando.

Roier rió incrédulo, apoyando su brazo en la mesa y descansando su mejilla sobre su palma.
Frunció la nariz suavemente, aún sin borrar la sonrisa burlona de su rostro.

—Me encantaría ver eso.

Spreen se acercó un poco más, viéndose desafiante y a la vez manteniendo el orgullo en su sonrisa.

—Te lo puedo demostrar ahora —le aseguró—. ¿Sos bueno con las espadas, principito?

El príncipe sintió la súbita necesidad de alejarse, pues la conversación estaba tomando un camino
que no se había esperado. Aún así solo lo miró de vuelta sin retroceder en ningún momento.

—Capitán, viví toda mi vida en un castillo. Soy bueno arreglándome el pelo nada más.
Eso finalmente hizo que Spreen retrocediera, recargándose de manera despreocupada en el respaldo
y mirándolo con una expresión divertida.

—¿Posta pensas eso? Por qué bueno, si es así eso es otra cosa en la que soy mejor que vos.

Roier jadeó con falsa indignación, poniéndose de pie y negando con la cabeza.

—No, puedes decir lo que quieras de mí, pero de mi cabello no, cabrón —dijo poniendo su mano
en su pecho de manera dramática.

Spreen rió.

—Anda, principito, no te vayas…

—Nada, nada. Ya no voy a hablar contigo.

Dejó la habitación, escuchando la risa del capitán detrás de la puerta y no siendo capaz de
deshacerse de la sonrisa que ahora estaba permanente en su rostro.

¿Qué le estaba pasando?

***

Tal vez habían dos o tres barcos que podían hacerle competencia a la grandeza del Keraná en el
mar, sin embargo, aunque el Pandora no era uno de ellos, sí que tenía una presencia que hacía
temblar hasta al más temerario. El barco del capitán Dream era, quizás, el navío con más atracos
alrededor de todas esas islas.

Pero ahora, el temible capitán Dream estaba recibiendo un sermón de su esposo. Un regaño
bastante largo.

—Tú de verdad nunca piensas en las consecuencias de tus acciones, ¿cierto? No piensas que todo
lo qué haces afecta a tu tripulación.

—No, si estaba pensando en ustedes, yo…

—Cállate —lo interrumpió antes de seguir con su regaño—. Si lo hubieras pensado no hubieras
aceptado el maldito trabajo, ¿te parece sensato hacer un trato con el rey de L’Manberg para ir por
el maldito príncipe de Karmaland que está con el jodido capitán Spreen?

Dream estaba cabizbajo, recibiendo el regaño como un niño pequeño. Negó suavemente con la
cabeza, haciendo que George suspirara.

—¿Crees que Spreen entregará al chico tan fácil?

—Sí, ofreciéndole un buen trato claro —aseguró, un poco más de orgullo en su voz—. Vamos, solo
lo quiere como recompensa, ¿por qué se lo quedaría?

George se cruzó de brazos, por lo que Dream aprovechó para acercarse y abrazarlo. Comenzó a
dejar besos sobre su cabeza buscando que lo perdonara.

—Anda, lo siento, cariño.

Su esposo se removió en sus brazos, tratando de alejarse sin mucho éxito. Eventualmente se rindió
y terminó por rodear al contrario con sus brazos.
—Solo estoy preocupado —murmuró el chico en sus brazos—. Dijiste que no volverías a
involucrarte con Spreen.

—Lo sé, lo siento —le dijo apoyando su barbilla sobre la cabeza de George—. Pero es Wilbur. No
puedo darle la espalda en esto. Es su prometido.

—Ya…

Se separó un poco para sostener las mejillas de su marido.

—Tranquilo, solo hablaré con Spreen, haremos el trato y regresaremos con el príncipe. Nada más
va a pasar —dejó un suave beso sobre su sien—. Lo menos que quiero es que estés molesto
conmigo ahora, ¿qué voy a hacer sin mi esposo, mi mano derecha y el amor de mi vida?

George soltó una suave risa.

—¿Ahora intentas que te perdone siendo cursi?

—No lo sé, ¿está funcionando?

El chico sostuvo las mejillas de su marido y lo besó suavemente.

—Sí, está funcionando —susurró con una sonrisa—. Más te vale que estés en lo correcto, Dream.

—Tú no te preocupes por nada —dijo sosteniendo su cintura—. Todo saldrá tal y como lo
planeamos.

Aunque no sabía si eso sería completamente cierto, se aseguraría de que su promesa no fuera rota.
Siempre le conseguía a su marido lo que quería y esa no iba a ser la excepción.

Tendría que llevar a Roier de regresó a Karmaland, aún si eso fuera lo último que hiciera.
Chapter 6
Chapter Notes

Glosario en las notas finales.

See the end of the chapter for more notes

En la noche, las olas parecían estar un poco más tranquilas. Roier había encontrado que disfrutaba
bastante el mirar por la ventana hacia el mar hasta que le dieran nauseas y que se aburría un poco
menos si trataba de encontrar faroles a lo lejos. Por eso disfrutaba de la pequeña soledad que tenía
en esos momentos, aún si ésta fuera efímera.

Estaba sentado en su cama, con la cabeza apoyada en la ventana del camarote esperando a que las
chicas volvieran. La puerta se abrió y esperó escuchar las charlas de Ari y Rivers, las cuales eran
muy interesantes, cabe aclarar, sin embargo no hubo nada de ello.

Se giró extrañado y se encontró con un entusiasmado Missa sosteniendo un plato cubierto con una
servilleta y un vaso con agua.

—Hola, ¿puedo pasar?

Roier sonrió y asintió varias veces.

—Sí, por favor.

El chico cerró la puerta con su pie y caminó hasta la cama de Roier, dejando el plato sobre la
cama.

—Como es tu última noche…quería hablar un poco contigo y traerte un regalo.

Roier se sintió un poco triste al recordar que esa sería su última noche sobre el navío, sin embargo,
no lo hizo evidente. Dio unos pequeños golpes sobre la cama para que Missa se sentara.

—¿Dónde están las chicas?

—Quisieron quedarse despiertas juntas, así que aproveche —dijo antes de mover el plato justo en
medio de ellos—. Mira nadie sabe que tengo esto, ¿okay? Nadie.

—Me siento especial.

Missa le sonrió y sin decir más quitó la servilleta del plato para mostrar varias galletas. Roier las
miró maravillado, pues sinceramente se veían deliciosas. Era una galleta común debajo con otra
galleta de chocolate justo arriba. Incluso el chocolate tenía varias figuras grabadas sobre él, lo cuál
las hacía ver aún más lindas.

—Tengo una caja escondida bajo mi cama, pero nadie más sabe. Prueba una.

Roier le hizo caso, tomando una de las galletas y probándola. De inmediato, un suspiro de
satisfacción abandonó su boca. Era absolutamente deliciosa.
—Wow…por dios, están buenísimas. Ya entendí porque las escondes.

Missa rió suavemente.

—¿Verdad? Son mis galletas favoritas —le aseguró mientras mordía una. Se tomó un momento
para disfrutarla antes de continuar—. De hecho, tienen historia, ¿quieres escuchar?

—Por favor.

Missa se acomodó sobre la cama y aclaró su garganta para comenzar a relatar.

—Mi mami era lo más dulce y amoroso que puedes imaginar. Era amiga de todo el mundo y…no
sé, era maravillosa —miró la galleta en su mano con un poco de nostalgia.

Roier escuchó atentamente, comiendo otra galleta en el proceso. Estaba muy interesado en la
historia.

—Cuando no teníamos dinero, ella se hizo amiga de una panadera y cada vez que era mi
cumpleaños, me regalaba un montón de estas galletitas. Íbamos al puerto, nos sentábamos a la
orilla del mar y comíamos hasta sentir que nos iba a dar algo.

Le mostró la parte de arriba de la galleta, el chocolate tallado el cual tenía un castillo en él.

—Solía decirme que algún día viviríamos en uno de estos. Y aunque no pasó me encantaba
imaginarlo —su voz perdió un poco de fuerza mientras miraba el chocolate. Le dio un mordisco
para salir de su ensoñación—. En conclusión, ¿puedes decirme que vivir en un castillo estuvo
culero para no sentirme tan mal?

Roier casi se ahoga con su galleta por la risa, así que cubrió su boca. Ambos rieron un poco y
Missa le pasó el vaso de agua para que pudiera finalmente respirar.

Después de un largo trago de agua comenzó a negar.

—¿Me crees si te digo que si estaba un poquito culero?

Missa ladeó la cabeza con diversión.

—¿Neta?

—Sí…no quiero sonar mal, o sea, no quiero que pienses: “ah, pinche vato privilegiado, se queja de
su privilegio” —explicó comiendo otro pedazo de galleta—. Pero mi papá si me la puso bien
difícil. No es la vida para mi.

El chico se cruzó de brazos, poniéndose aún más cómodo sobre la cama.

—¿Por eso pediste que te lleváramos?

Roier asintió.

—Creo que saber que nunca vas a gobernar desde pequeño le quita la emoción a ser un príncipe —
dijo tomando otro sorbo de agua—. Supongo que no estaba emocionado por ello.

Missa entonces quitó el vaso de sus manos, bebiendo un poco antes de sonreírle.

—Bueno, espero que vivir como un plebeyo sea de tu agrado.


—Oh, siento que lo será.

Missa le pasó el vaso, se recostó y cerró sus ojos como si fuera a quedarse dormido, realmente
cómodo con la presencia del contrario.

—¿Ya sabes que hacer cuando lleguemos?

—Sí —dijo ahora con más seguridad—. El capitán me ofreció hablar con sus padres para que me
ayuden.

Los ojos del chico se abrieron y de inmediato se giró para mirar a Roier con interés.

—¿El capitán?

—Sí.

—¿Spreen?

—¿Tenemos otro capitán?

Missa no respondió y en su lugar soltó una suave risa.

—Okay, okay. Creo que lo entiendo.

Roier frunció el ceño.

—Yo no, por favor explícame.

No lo hizo, por supuesto, solo soltó otra risa, esta vez aún más larga que la anterior.

—Por eso Foolish estaba temblando de miedo... —cubrió su boca intentando no soltar una
carcajada—. No manches.

—Missa, estoy muy confundido.

Al chico le tomó un momento dejar de reírse, pero cuando lo hizo tomó varios respiros largos.

—Nada, nada. Tú… —dijo dando golpecitos en la pierna del contrario—. Aprovecha, que el
capitán tiene una obsesión por salvar gente y es súper generoso. Pregúntale a Foolish, lo rescató
como si fuera un gatito callejero.

Roier terminó de beberse el vaso de agua, sintiendo algo de curiosidad. Aún no olvidaba lo que el
capitán le había dicho el primer día y aún le era extraño.

—Pero…¿tuvo que sacarlo de la cárcel o algo?

La expresión de Missa cambió de diversión a confusión en un segundo.

—¿Sacarlo de la cárcel? ¿Por qué haría eso?

Roier no comprendía qué era lo raro, por lo que intentó dar más contexto, tanteando las aguas solo
un poco.

—Por…ya sabes… —pasó su pulgar por su cuello para dar entender su punto, pero Missa
simplemente negó sin entender—. Ya sabes…la gente que…que mató…

Missa parpadeó un par de veces, totalmente estoico.


—¿Qué mat-? ¿Quién te dijo eso?

—El capitán —dijo como si fuera obvio—. Cuando conocí a Foolish me aconsejó que tuviera
cuidado porque él se había quedado por…¿¡ahora de que te ríes?!

Esta vez Roier estaba más molesto, pues no era una risa disimulada, no, era una fuerte carcajada.
Missa estaba sosteniendo su estómago mientras el príncipe lo observaba sin comprender el chiste.

No le gustaba sentirse así.

—¡Ya cabrón! —le exigió golpeándolo con la primera almohada de la que pudo hacerse.

Missa se detuvo entonces, tomando un momento para respirar.

—Perdón, perdón…

—Neta wey, no entiendo. Me frustras.

—Perdón —le dijo sinceramente, sentándose para poder mirarlo—. Es que…si te digo el capitán
va a tirarme por la borda.

Roier mantuvo su expresión sería por más tiempo. Missa se acercó a él arrepentido, esta vez de
forma más real que nunca.

—Mira, solo puedo decirte que no es verdad. Foolish jamás ha matado a alguien…bueno, fuera de
su trabajo, pero nunca lo ha hecho…con sus manos, ¿sabes?

El príncipe mordió su mejilla sin decir nada, el contrario se limitó a mover el plato y acercarse para
atrapar al chico en un abrazo. Aunque Roier se resistió un segundo, terminó por ceder, ambos
riéndose y cayendo sobre la cama por la fuerza.

—Perdóname.

—Está bien.

—Ándale, pero si perdóname.

—Que está bien —dijo alargando la “e” para molestarlo, sin embargo, el chico comenzó a hacerle
cosquillas inmediatamente—. ¡Missa! ¡Suéltame pendejo!

Las risas se prolongaron mientras Roier trataba de quitarse a Missa de encima y el chico
continuaba con las cosquillas. Ni siquiera se dieron cuenta de nada hasta que un carraspeo fuerte
los detuvo.

—¿Che, interrumpo algo?

Ambos chicos miraron a la puerta sin moverse ni un centímetro, pues el capitán estaba ahí. Se veía
serio, pero de nuevo, Roier realmente no podía saber nunca lo que realmente sentía detrás de esos
lentes oscuros.

—No, solo jugábamos —dijo Missa con bastante tranquilidad—. ¿Necesita algo, capitán?

Spreen los miró por un par de segundos en completo silencio.

—Mmm, la verdad que sí, Rodezel te ha estado buscando para que vuelvas al camarote, ¿querés
que te acompañe o…?
—Sobre eso… —miró a Roier con una suave sonrisa—. Voy a quedarme aquí a dormir. No te
molesta, ¿verdad Roier?

El chico boqueó un segundo, antes de responder.

—No me molesta.

Missa se giró de vuelta a Spreen igual de tranquilo que antes.

—Creo que estamos bien, gracias capitán.

—Dale, joya. Buenas noches.

Spreen se fue antes de que Roier se diera cuenta, dejándolo un poco desorientado. La interacción
había sido sumamente tensa para él, aunque Missa se veía muy tranquilo.

—En fin —dijo, muy quitado de la pena—. ¿Quieres contarme un poco sobre lo que hacías en el
castillo?

Roier volvió a prestarle completa atención a Missa y eso fue suficiente para comenzar a hablar sin
detenerse. Las risas volvieron de inmediato y la conversación se alargó por casi toda la noche.

Aún así, a Roier le costó mucho sacar a Spreen de su mente.

***

Casi no quiso que fuera de día, pues era consciente de que ese era su último día en el barco. Tenía
una sensación agridulce en su interior, pues sentía que nunca se había sentido tan libre como los
pocos días que había pasado sobre el barco. Además, ya se había encariñado con la tripulación.

Aún así, salió como siempre e intentó buscar al capitán para saber qué tareas haría ese día. Lo
buscó en todas partes, pero antes de que pudiera llegar a su oficina, fue detenido por el oficial al
mando.

—Che, ¿sos Roier, no?

El príncipe asintió un poco dudoso. Carrera, el hombre frente a él, siguió con aquella confirmación.

—El capitán me mandó a decirte que estás libre para hacer lo que tengas que hacer, porque está re
ocupado y no te va a poder ver.

La decepción que sintió al escuchar aquello definitivamente no era normal. Había pensado que
podría pasar un buen rato con Spreen. Después de todo, había una probabilidad de que no se
volvieran a ver jamás, ¿acaso aquello no le importaba?

No sabía porque ese pensamiento dolía.

—Está bien —terminó por decir, cómo si nada de aquello lo molestara—. Gracias.

Carrera le sonrió antes de irse y Roier solo se mantuvo ahí un segundo para observar la puerta de
la oficina del capitán con resentimiento.

Bien, si no quería verlo, no lo vería.

Comenzó a caminar por el barco, charlando con las personas que reconocía y solo sonriéndole a las
personas con las que no había hablado del todo. Terminó por sentarse en la barandilla de la popa*,
casi como lo había hecho con Missa al inicio de su recorrido.

Estaba balanceando sus pies de adelante hacia atrás, dejando que las olas lo calmaran y llevarán sus
pensamientos de cualquier forma que quisieran. Subió la mirada y observó a Juan desde el palo del
trinquete* balancearse para llegar al palo de mesana* frente a él. Solo estaba sostenido por una
cuerda en la cintura, por lo que se veía tan emocionante como peligroso.

De alguna forma llegó completamente seguro, jalando la cuerda para probar su estabilidad antes de
bajar la mirada hacia dónde Roier estaba. El príncipe se veía sumamente sorprendido, así que el
chico habló:

—Te ves interesado, ¿quieres probar?

—¿No me muero?

Juan rió y negó suavemente con la cabeza.

—No, no te mueres. Ven, sube.

Roier miró alrededor para asegurarse de que nadie más pensara que era una mala idea. Para su
suerte—o desgracia, no estaba seguro—nadie estaba prestando mucha atención, todos estaban
demasiado ocupados en tener todo listo para cuando tuvieran que bajar.

Con manos temblorosas se sostuvo de la escalera del mástil y comenzó a subir. Era un espacio
angosto y la escalera no era estable en absoluto. No había mucho que exigir, pues estaba hecha de
red, pero para Roier era un verdadero riesgo.

Subió con total precaución y cuando llegó a la cofa*, donde Juan estaba parado, finalmente pudo
poner sus pies en algo más estable. El espacio era reducido, así que estaba cara a cara con Juan.

—Hola —dijo con la voz un poco rota del miedo.

—Hola —Juan lo saludó de vuelta. Quitó la cuerda de su propia cintura y acercó sus manos a Roier
—. ¿Puedo?

—Adelante.

Vio la concentración del chico mientras hacía varios nudos fuertes alrededor de su cintura.

—Me llamo Juan, por cierto. Creí que debía mencionarlo antes de lanzarte —dijo bastante casual.

Roier soltó una risa nerviosa.

—Yo soy Roier, para que lo pongas en mi lápida.

—Va, lo tendré en cuenta —revisó la cuerda tirando de ella suavemente—. Agarrate de la cuerda.
¿Estás listo?

El príncipe siguió sus indicaciones, tomando un respiro.

—La verdad no, cómo que si estoy medio ner…¡Tu puta madre, Juan!

Antes de que pudiera terminar de hablar, fue lanzado sin consideración. Sus manos se aferraron
con fuerza a la cuerda y gritó mientras sentía cómo pasaba sobre todo el barco. No pudo abrir los
ojos por pánico, sin siquiera saber hacia dónde se dirigía.
Cuando al fin se dio el coraje para abrirlos, se dio cuenta de que estaba cerca del mástil contrario.
Se soltó de una mano como pudo y se aferró al mástil, sus pies apenas apoyados en este.

—¡Bien Roier! —le dijo Juan a otro lado—. ¡Ahora ven de regreso!

—¡¿Qué?! ¡No mames, no!

—¡Tú puedes!

Roier tomó aire y trató de no desmayarse. Se preparó y cuando estuvo listo, utilizó sus pies para
impulsarse lejos del mástil, su mano regresando a la cuerda. Miró a su alrededor está vez,
saludando a quienes estaban en la cubierta como si nada.

Entonces, vio al capitán salir de su oficina y clavar sus…¿ojos? Lentes de sol en él. Lo saludó con
su mano, justo a tiempo para cuando llegó a la cofa.

—¡Bien! —lo felicitó Juan, ayudándolo a pisar correctamente—. ¿Quieres intentarlo otra vez?

Roier estaba a punto de aceptar cuando la voz de Missa sonó clara.

—¡Tierra a la vista!

Habían llegado a Quesadilla finalmente y la emoción recorrió a Roier. Había llegado la hora de
descubrir lo que su nueva vida tenía para él.

Oh, y debía causar una buena impresión con los padres del capitán. Fácil.

Chapter End Notes

Glosario:

Popa: parte trasera o posterior del barco.

Trinquete: mástil más cercano a la proa en las embarcaciones que tienen más de
un mástil.

Mesana: mástil más cercano a la popa.

Cofa: plataforma formada por varias tablas dispuestas de proa a popa que sirve
para asegurar cables de la maniobra del buque y le da visibilidad a los vigías.
Chapter 7

Había extrañado la tierra firme más de lo que creía, aunque el primer paso que dio se sintió extraño
y por poco tropieza. Por suerte, su brazo fue sostenido mientras recuperaba su equilibrio.

—Cuidado, chérie —dijo Shadoune a su lado—. ¿Te sientes mejor?

Roier asintió suavemente, comprobando que ya no estaba mareado. Le sonrió al chico, quien lo
soltó cuando aquello le fue asegurado.

—Sí, gracias Shadoune.

El chico le dio un leve asentimiento de cabeza antes de seguir caminando. Roier se quedó detrás de
la tripulación, pues se estaba tomando su tiempo para ver alrededor. Era un lugar precioso, y a
simple vista podía darse cuenta de que no era nada como su reino.

No había carreteras, todo era como una calle gigante—aunque el lugar era realmente pequeño. Aún
así, todo se veía vivo, con gente trabajando, niños corriendo y personas solo charlando. Era tan
agradable que Roier sintió que se acoplaría de inmediato.

Antes de que pudiera seguir el ritmo del resto, la tela de su pantalón fue jalada con suavidad,
haciéndolo bajar la mirada. Una niña pequeña, de no más de 7 años, lo observaba con fascinación.

—Hola.

La niña le pasó una pequeña flor amarilla y Roier la sostuvo jadeando suavemente.

—Wow, es muy bonita, ¿es para mi? —sonrió al verla asentir. Le acercó la flor nuevamente y se
agachó un poco para estar a su altura—. ¿Me la puedes poner en el cabello?

La niña asintió nuevamente y con gentileza colocó la flor en el cabello de Roier, cerca de su oreja
para evitar que se cayera.

—Gracias, linda, ¿cómo se ve?

La niña entonces sonrió con emoción, escondiendo sus manos detrás de su espalda.

—Eres muy bonito.

Roier acarició el cabello de la niña quien se fue corriendo segundos después. El príncipe la vio
reunirse con un grupo de niñas con una canasta llena de flores, aparentemente contándoles sobre él.

Aquello llenó su pecho con calidez.

—Roier —escuchó al capitán a sus espaldas.

Se giró para encararlo, alzando una ceja al verlo mejor. Tenía un ramo completo de rosas y
orquideas en una mano.

—¿Ya no estás molesto conmigo?

Spreen ladeó la cabeza.

—¿Molesto? ¿Por qué estaría molesto?


Roier bufó, negó con la cabeza y comenzó a caminar. Spreen lo siguió y se puso a su lado.

—Principito…

—Me dijiste que no tenías novia —dijo con una sonrisa socarrona—. Creo que me mentiste.

Spreen miró las flores en sus manos y comenzó a negar de inmediato.

—¿Por las flores? No, no. No tengo novia. Las chicas del pueblo me regalan cosas y… —suspiró
—. No sé porque estoy explicándote esto.

Pero Roier ahora sostenía una sonrisa satisfecha, solo caminando felizmente sin enfocarse tanto en
el capitán.

—Solo te estoy molestando —confesó—. Las flores son lindas. Las orquídeas son mis flores
favoritas…las lilas también, aunque no hay muchas en Karmaland…y los girasoles. Mi papá tiene
un chingo de girasoles…

Comenzó a hablar explayándose por completo en el tema. Spreen suspiró, pero no detuvo su
conversación ni un segundo, tampoco lo ignoró. Simplemente caminó a su lado, guiándolo
silenciosamente hasta la casa de sus padres.

El resto de la tripulación había entrado a la casa o habían salido a comprar, por lo que ahora solo
habían dos hombres afuera. Uno alto con cabello plateado y apariencia intimidante que charlaba
con uno un poco más bajo y con cabello negro.

—Roier, llegamos —le informó deteniendo su conversación por primera vez—. ¡Pa!

Con aquel llamado hizo que ambos hombres lo miraran. El más bajo se vio entusiasmado,
acercándose con rapidez para atrapar a Spreen en un abrazo.

—¡Chiqui! Mi vida te extrañé tanto.

El hombre comenzó a dejar besos en todo el rostro de Spreen, haciendo que el capitán se moviera
buscando ser liberado.

—Pa…pa, ya…soltame, por favor…

Lo dejó ir con suavidad, sosteniendo sus hombros con cariño.

—Te extrañé —repitió.

Spreen suspiró suavemente y también sonrió.

—Yo igual, pa.

Los ojos de Vegetta finalmente recayeron en el acompañante de su hijo, quien se había quedado
atrás mirando la interacción con una sonrisa.

Se acercó a él y Roier pudo analizarlo de cerca. Tenía un gesto amable, una barba leve y los ojos
más hermosos que hubiera visto nunca. Violetas, ¿quién demonios tenía los ojos violetas?

—No te había visto antes, ¿cómo te llamas, lindo?

Roier sonrió gracias al tono dulce del hombre.


—Roier, señor —dijo, bajando su cabeza en una reverencia, más que nada por costumbre—. Es un
gusto.

—Oh, no me digas señor. Llamame Vegetta —le pidió girándose de vuelta con su hijo, quien
charlaba con el otro hombre—. Rub, presentate.

El hombre le sonrió a Roier, ofreciéndole su mano como saludo.

—Me llamo Rubius. Soy el otro padre de Spreen.

Recibió el gesto con la misma cortesía que con Vegetta.

—Roier, encantado de conocerlo.

Vegetta se vio extremadamente complacido con el chico y miró a su hijo casi de manera
acusatoria.

—¿De dónde te lo robaste?

—Papá…

—¿Qué? Ay, chiqui, por dios, él no es nadie como las personas que has traído a casa…

—¡Papá!

Roier soltó una suave risa.

—Vengo de Karmaland, se- Vegetta —explicó—. Es una historia divertida…

Vegetta se enfocó completamente en él de nuevo.

—Bueno, estoy seguro de que podemos hablar de ello con café y galletas de por medio, ¿qué te
parece?

El príncipe asintió entusiasmado y Vegetta lo guió dentro de la casa, dejando a Rubius y a Spreen
solos afuera.

—¿Las chicas del puerto? —lo cuestionó su padre señalando las flores.

Spreen suspiró y asintió.

—Sí, ellas —dijo con cansancio—. Oye pa, ¿me podés dar un consejo?

Antes de que Rubius pudiera contestar la voz de Vegetta se escuchó desde el interior de la casa.

—¡Chiqui! ¡Encontré tus fotos de bebé!

—¡No, esas no!

Y la conversación quedó inconclusa cuando Spreen corrió adentro para detener a su padre.

***

—Bueno, me alegra que estés bien ahora. Espero puedas acostumbrarte rápido a estar aquí.

Habían tenido una larga conversación sobre cómo había llegado ahí, pasando un poco sobre el
matrimonio forzado y concluyendo con cómo había estado en el barco.
Vegetta era increíble escuchando, además de que era muy dulce.

—No sé hacer mucho, pero voy a intentar encontrar algo. Si le voy a echar ganas.

—Bueno, si necesitas cualquier cosa estamos aquí, ¿si? Mira, mi marido sabe hacer muchas cosas
y yo también puedo ayudarte con un par de cosillas con las que puedas conseguir un trabajo —le
ofreció.

—Gracias, Vegetta. De verdad no sabes cuánto lo aprecio.

—Voy a buscar más galletas, ya vuelvo.

Se levantó alejándose de la mesa. Ahí solo se quedaron Spreen, su padre y él, aunque en la sala se
encontraban Rivers y Shadoune profundamente dormidos en los sofás.

Bueno, ahora que Vegetta no estaba ahí no tenía forma de ignorar las miradas que Spreen dirigía
hacía él. Estaba hablando con su padre, pero de vez en cuando y de manera supuestamente
disimulada, se giraba a mirarlo.

No entendía, ¿se había arrepentido de traerlo a su casa? ¿Lo quería fuera de ahí?

Retiró la flor de su cabello y la giró en sus dedos, haciendo su mayor esfuerzo para dejar de pensar
en Spreen y el maldito misterio que eran sus pensamientos. El capitán a veces lo frustraba tanto.

Entonces, por la puerta se asomaron tres personas; Missa, Foolish y un chico que no reconocía.
Missa miró dentro y cuando sus ojos chocaron con Roier sonrió.

—¡Roier! Wey, ven con nosotros, hay un festival.

—¿Festival…?

—Te platico allá, ¡correlé!

Roier se giró a mirar a Vegetta, quien hizo un suave gesto con la mano para decirle que fuera.

—Tienes que conocer el pueblo, ve con ellos.

El príncipe sonrió, puso la flor de vuelta en su cabello y se levantó. Apenas había llegado a la
puerta cuando el capitán aclaró su garganta a sus espaldas.

—Voy con ustedes.

—¿Capitán? ¿Está seguro? —lo cuestionó Foolish—. Creí que no le-

—Los voy a acompañar, quiero ir, ¿okay?

Missa y Foolish compartieron una mirada sin decir nada en voz alta. Aún fuera de Keraná, el
capitán seguía siendo bastante imponente. Ninguno quiso poner en tela de juicio sus decisiones.

—Bien, vámonos.

Roier salió arrastrado por Missa, el chico extraño también caminó con ellos. Foolish y Spreen se
quedaron atrás, y cuando tuvo oportunidad, Foolish regresó para asomarse dentro de la casa.

—Es bueno verlo, señor De Luque.


Saludó a Vegetta, quien sonrió con ternura. No pudo responder pues pronto la camisa del pirata fue
jalada por el capitán, obligándolo a salir.

Para el príncipe era un poco difícil mantener el ritmo de la caminata de Missa, pero se esforzó. No
tenía idea de hacía donde iban, así que para no aburrirse, observó al chico al otro lado de Missa.

—Hola, soy Roier.

—Phillip —respondió con una sonrisa, mirándolo con algo de curiosidad—. ¿Te conozco? Tu cara
me suena.

—¿Has ido a Karmaland, a lo mejor? Soy el príncipe.

—Ah, sí po, Missa nos llevó ahí en nuestro aniversario.

Missa se sonrojó un poco, por lo que Roier sonrió suavemente.

—Bueno, de cualquier forma, bienvenido al pueblo —le dijo Phillip.

Roier le sonrió con dulzura.

—Gracias.

Se detuvieron de forma abrupta y Roier al fin pudo mirar al frente. Estaban en lo que parecía ser la
plaza principal del pueblo la cuál ahora se encontraba abarrotada de gente de todas las edades.

—¿Este es el festival?

Missa asintió y lo miró mientras Phillip ponía su brazo sobre sus hombros.

—Sí, aquí le decimos festival a los pequeños eventos del pueblo. Hay gente vendiendo cosas,
bailes, los niños aprenden a pintar o…no sé, manualidades —se encogió de hombros—. En la
noche podemos conseguir algo de alcohol y bailar hasta la medianoche, esa es la parte más
divertida.

Roier se vio bastante interesado, no solo en lo que decía Missa, sino también en los puestos y la
gente que el chico había descrito. Había cosas realmente lindas, desde ropa hasta comida, incluso
alguien que vendía joyas que captaron inmediatamente la atención de Roier.

Buscó en su bolsillo, recordando que había guardado algunas monedas para sí mismo antes.

—¿Te gustan esas? —lo cuestionó Phillip—. Son muy lindas, pero el weón que las vende les pone
precios bien altos.

Missa asintió para darle credibilidad a lo dicho por su novio.

—Sí, están bien pinches caras.

Roier mordió su mejilla, ladeando su cabeza mientras veía el puesto. Era manejado por un hombre
quien no debía pasar de los treintas y parecía estar convenciendo a una crédula mujer de comprarle.

—Puedo coquetear con él —sugirió.

Missa lo miró un segundo, riendo al pensar que era una broma. Cuando Roier lo miró sin ningún
rastro de sarcasmo en su expresión, se detuvo.
—Oh, pensé que bromeabas… —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Estás seguro?

—Sí, ¿por qué no? Missa, me duele que me subestimes —dijo pasando su mano por su cabello para
desordenarlo un poco—. Ya vuelvo.

Phillip lo miró irse con interés mientras que Missa estaba un poco preocupado.

Roier llegó al puesto justo cuando la mujer se fue y su mirada encontró un precioso brazalete de
plata casi de inmediato. Lo sostuvo con delicadeza y lo analizó manteniendo su cabeza abajo.

—Ese es el de mejor calidad aquí, plata pura.

El príncipe entonces levantó la mirada, asegurándose de parecer completamente ingenuo y perdido.

—¿De verdad?

El hombre tenía la boca entreabierta y tragó visiblemente antes de asentir.

—Sí, es de mis mejores piezas —se apoyó en la mesa del puesto, disimulando su mirada sobre
Roier—. Se te vería genial.

—¿Tú crees? —dijo, su tono siendo dulce mientras miraba el brazalete de nuevo. Desabrochó el
seguro y lo colocó alrededor de su muñeca solo para poder acercarlo hacía el hombre—. No puedo
abrocharlo, ¿me ayudas?

El hombre asintió y abrochó el brazalete, compartiendo un par de miradas y sonrisas con Roier.

—Definitivamente parece hecho para ti. Deberías ser modelo de joyas.

No fue divertido, pero Roier se rió con suavidad como si aquel comentario hubiera sido bastante
gracioso. Observó el brazalete con apego y después regresó su mirada al hombre. Batió sus
pestañas lo suficiente para llamar su atención.

—Es muy linda. ¿Cuánto cuesta?

El hombre se inclinó en su dirección un poco.

—¿Para ti? Nada, puedes llevártelo, dulzura. Es un regalo de la casa.

Roier jadeó de forma muy suave y puso su mano en su pecho.

—¿Hablas en serio?

—Muy en serio, precioso. Es todo tuyo.

El príncipe sonrió ampliamente.

—Gracias —dijo ladeando su cabeza casi de forma soñadora.

El hombre le sonrió de vuelta y antes de que este pudiera salir del trance en el Roier que
claramente lo había puesto, el príncipe se alejó. Se sentía satisfecho con lo que había logrado.

Cuando estuvo de regreso con el resto, los novios se veían claramente sorprendidos mientras él
mostraba su nuevo brazalete como un trofeo.

—Listo —le dio un vistazo a su muñeca—. Creo que me queda bien.


—Vato, eres mi ídolo, que pedo.

Roier se encogió de hombros como si aquello hubiera sido nada. Spreen se acercó a él junto con
Foolish segundos después.

—¿Qué compraste, principito?

—Nada, de hecho. Fue gratis —dijo con orgullo, sacudiendo su muñeca frente a él.

Spreen miró la pulsera por un momento antes de asentir.

—Copado…¿querés acompañarme a un sitio? Hable con mi padre y…creo que es mejor si te


conseguimos algo de ropa para cuando te quedés aquí.

Roier asintió levemente confundido, pero aquello fue suficiente para que Spreen comenzará a
caminar, obligándolo a seguirlo.

El capitán se detuvo en un punto, suspirando suavemente.

—Tenés el cabello hecho un quilombo… —se quejó, acomodando su cabello y la flor en esta con
una expresión seria—. Dale, vámonos.

Roier se quedó procesando lo sucedido por un segundo. Eso había sido raro, pero después de
pensar decidió seguir caminando para ignorar su confusión. Moría de emoción por saber que ropa
podrían conseguir.

Los que definitivamente no ignoraron la acción fueron los tres chicos quienes seguían observando
a sus compañeros irse. Missa observó a Foolish.

—Te lo dije.

—I know… —asintió haciendo una mueca—. ¿Notaste que se detuvo en frente del puesto de las
pulseras?

—Creo que ese era el punto —sugirió Phillip.

Los tres asintieron al mismo tiempo Missa golpeando el hombro de ambos poco después.

—Vamos a emborracharnos, que Spreen no nos va a devolver a Roier ahora.

Y con eso se alejaron de la plaza, dando por perdido a Roier de manera definitiva.
Chapter 8

—Vamos al negocio de mi padrino que vende de todo y seguro encontrás algo de ropa para vos.

Roier asintió, pero parecía mucho más entretenido con lo que estaba sucediendo por el pueblo.
Miraba a la gente bailando, observaba las cosas hechas a mano y saludaba a los niños pequeños
que pasaban a su alrededor.

Estaba tan perdido que un par de veces intentó alejarse. O bueno, más de un par, pues al final
Spreen decidió que lo mejor era sostener su brazo por el resto del camino.

La tienda de Quackity no era masiva ni mucho menos, en realidad, era un pequeño lugar de apenas
un piso. Estaba repleto de toda clase de cosas, comida, ropa, armas y pequeñas figuras. Era un
ambiente tranquilo para cualquier persona, más para alguien como Quackity.

En ese momento se encontraba sentado haciendo cuentas sobre el mostrador, moviendo su cabeza
al ritmo de una vieja canción reproducida en su tocadiscos. Usaba un viejo gorro de lana azul, el
cuál era su favorito en su colección, y trataba de mantener su mente enfocada en el trabajo.

—Quackity, ¿dónde pongo estás cosas? —Jaiden, una de las pocas personas que trabajaban con él,
se acercó con un montón de cosas en brazos.

—Déjalas en las estanterías del fondo, luego las organizo.

Jaiden asintió y se fue hacía donde le fue indicado. Quackity, por su parte, continuó con lo que
estaba haciendo antes, incluso no levantando la mirada cuando la campana de la puerta tintineó.

No se enfocó mucho en ello hasta que alguien se paró justo frente a él.

—Padrino.

Quackity entonces miró hacia arriba de inmediato y sonrió al mirar a Spreen frente a él.

—Hijo de tu padre, te extrañe un chingo —dijo, levantándose para poder abrazar a Spreen. El chico
recibió el contacto sin problemas, pues pronto Quackity se alejó—. ¿Qué pasó? ¿Acabas de llegar?

Spreen asintió.

—Sí, acabo de llegar de Karmaland. Quería venir a saludarte y traje a un amigo para que compre
algo de ropa.

El hombre comenzó a guardar las cosas que había estado usando mientras lo escuchaba.

—Ah, sí, sin problemas mijo. ¿A quién trajiste?

—Ah, no lo conoces. Se llama Roier —se giró para poder buscar al chico—. ¡Principito!

Quackity miró sobre el hombro de Spreen para saber hacía dónde miraba. Tan pronto sus ojos
chocaron con la figura de Roier, se quedó helado.

Todo de él trajo al pasado a su mente en un segundo. Todo de él le era conocido y, en ese


momento, fue como ver la imagen vivida de su ex amante frente a él.

No era posible, ¿cierto?


El chico se acercó con una suave sonrisa y movió su mano en forma de saludo.

—Hola.

Quackity no respondió, pues no podía pensar bien en quién o qué estaba frente a él. Estaba en
blanco.

Spreen frunció el ceño al verlo así, por lo que se giró a Roier con algo de confusión.

—No se que tiene, lo siento.

—No, no, está bien —miró hacía donde habías estado antes y vislumbro a Jaiden—. Hay una chica
ahí, le voy a pedir ayuda.

Spreen asintió y dejó que Roier se fuera antes de regresar con su padrino. Quackity no podía dejar
de mirar al chico, totalmente vislumbrado por lo que creía era su pasado justo frente a él.

El capitán golpeó su nuca para sacarlo del trance.

—¿Sabés el cagazo que es para un pibe de su edad que un viejo como vos se le quede mirando así?

Quackity bufó.

—Cabrón, me dices viejo una vez más y te meto un putazo.

Spreen sonrió y acercó uno de los bancos que rondaban la tienda al mostrador para sentarse.

—Bueno, por lo menos sos vos otra vez—suspiró, se cruzó de brazos y ladeó su cabeza—. ¿Qué te
pasa?

Su padrino se dejó caer en la silla que tenía ahí y negó.

—¿Puedes quitarte esos putos lentes antes para que pueda hablarte bien?

—No.

—Entonces no —dijo con una sonrisa mientras acomodaba su gorro—. Mira wey, si quieres una
pinche historia de un viejo como me dices, allá tú, pero ahorita yo solo quiero oír que hiciste. ¿A
dónde fuiste?

Spreen mordió su mejilla con clara inconformidad, pero no peleó más.

—Esta es la última vez que me cambiás de tema, eh.

Quackity asintió con sinceridad.

—Bueno, pues primero fuimos directo a Tortilla, pero no nos quedamos mucho. La chica que te
dije…quiere que nos casemos, pero ya la rechacé mil veces.

El hombre rió.

—Espero ya te estés acostumbrando.

Spreen hizo una mueca e ignoró aquello antes de continuar.

—De ahí nos perdimos por unos días, pero Rivers pudo guiarnos de nuevo…
Quackity estaba aliviado al no tener que pensar mucho en su pasado ahora.

***

Después de una breve interacción que empezó con un “hola, tu jefe se volvió loco, ¿me ayudas a
buscar ropa?” Roier se encontró riendo y bromeando con la chica que se presentó como Jaiden.
Era, sinceramente, su tipo de persona, y la búsqueda de prendas se hizo aún mejor.

—Odio los pantalones ajustados, me parecen tan incómodos —dijo detrás de las cortinas del
probador mientras terminaba de abotonarse una camisa morada.

—Lo sé, son lo peor.

—Pero me quedan muy bien.

—No lo dudo.

Abrió la cortina con una sonrisa suave. El atuendo era sencillo, solo la camisa y unos pantalones
negros holgados, pero aún así Jaiden jadeó.

—Wow, te queda muy bien —dijo y se acercó para acomodar su camisa—. ¿Puedo desabrocharte
unos botones? Quiero probar algo.

—Adelante.

La chica hizo exactamente lo que había dicho, desabrochando tal vez tres botones para dejar parte
de su pecho descubierto.

—Bien, ahora… —dijo, buscando en un pequeño joyero que tenía cerca—. Esto será perfecto para
ti.

Le mostró una cadena de plata preciosa que, como atracción principal, tenía una araña de un
material parecido a la obsidiana.

—¿Qué dices?

—Mira, mi cuello está libre.

Jaiden rió suavemente y se acercó a Roier. Se puso justo detrás de él para poder colocar y abrochar
el collar. Roier lo centró con sus manos y cuando Jaiden volvió al frente, sonrió por su creación.

—Me encanta. Me…sí —asintió para sí misma—. Ven, tienes que presumir eso.

Caminó lejos de donde estaban, cruzando algunas estanterías para volver a donde Spreen y
Quackity se encontraban. Jaiden esperó que Roier estuviera a su lado antes de aclarar su garganta.

Spreen fue el primero en voltear, pero se quedó más quieto que una piedra.

—Por favor, vean el precioso atuendo que hice. Roier, gira por favor —sonrió cuando Roier hizo
aquello, mirando a su jefe—. Voy a renunciar y a ser diseñadora de modas.

—No me amenaces así.

Roier estaba un poco más preocupado por la falta de respuesta de Spreen. No sabía porque, si él
mismo sabía que el capitán era tan callado y quisquilloso. No quiso decir en voz alta que esperaba
su opinión.
Quackity ladeó su cabeza analizando el conjunto un poco más.

—¿No es muy…para piratas?

Jaiden frunció el ceño.

—¿Qué no lo eres?

Roier boqueó sin realmente saber qué contestar.

—Bueno…no realmente.

Jaiden mordió el interior de su mejilla antes de encogerse de hombros y volver a caminar en


dirección a los vestidores.

—No importa. Guardaremos ese y vamos a armar otros. No es como que la gente de este pueblo se
vista muy normal.

Roier rió a sus espaldas y la siguió, ignorando el suave malestar emocional que sentía.

Quackity al fin pudo vengarse y golpeó a Spreen en la nuca. Su sonrisa claramente demostraba que
quería molestarlo.

—¿Sabes lo espantado que ha de estar un chamaco de su edad ahora que un pinche delincuente
como tú se le quedó viendo así? Lo espantaste bien culero.

Spreen sobó su nuca adolorido y negó.

—No lo estaba viendo tanto.

—Sí, y yo soy Batman. Déjate de mamadas —lo reprendió y se cruzó de brazos para poder
reclinarse en su silla—. Ya, sigueme contando que pedo.

Spreen lo hizo, pero simplemente no pudo enfocarse. Aquello era tan raro para él.

***

—Por favor, la ropa delicada no la laves con odio. Y las joyas guárdalas, no hay reembolsos —le
recomendó Jaiden.

Roier asintió y abrazó a la chica con dificultad. Estaba sosteniendo dos bolsas y Spreen tenía tres
más.

—Va, gracias Jay, nos vemos.

—Cuídate.

Se separaron y despidieron con un suave movimiento de manos. La noche había llegado mientras
estaban en la tienda, por lo que Spreen fue aún más cuidadoso con Roier. Tenía las tres bolsas en
una mano, y en la otra, sostenía el brazo de Roier para evitar perderlo.

—Me siento como niño chiquito si me llevas así.

—No quiero que te afanen, principito.

Roier sonrió con ternura y miró a Spreen.


—Te preocupas por mi.

—No.

—Obvio que sí. La neta es muy lindo que me quieras tanto…

—No lo hago —lo interrumpió.

—Que no quieras que me pierda —ignoró su comentario por completo—. A veces si me caes bien.

Spreen negó con la cabeza.

—Lo hago porque mi viejo ya te agarró cariño. No quiero que se bajonee.

—Sí, sí. Te creo.

El capitán suspiró como si entendiera que no podía ganarle a Roier. El chico soltó una suave risa
hasta que Spreen se detuvo, confundiéndolo un poco.

—¿Qué pasó?

—Allá está Missa y el resto —le informó, señalando a sus amigos con la cabeza—. ¿Querés que
vayamos? Supongo que todavía quieren salir de joda.

Aunque en realidad Roier estaba entusiasmado con la idea de beber y bailar con sus nuevos amigos
hasta el amanecer, en verdad se sentía cansado. Quería dormir un buen rato.

—No…¿está bien si voy a dormir ahora? —dijo un poco avergonzado—. No quiero ser un
inconveniente para tus padres y…

—Principito —dijo de forma severa para detener el parloteo—. Te acabo de decir que mi papá te re
quiere, estoy seguro que te arman una habitación al toque. Dale, vamos.

Roier no dijo más y solo lo siguió. Aceleraron un poco el paso de camino a casa de Spreen, donde,
tal como Spreen predijo, Vegetta se vio más que feliz de preparar una habitación para él.

Mientras tanto, Rubius comenzó a preparar la cena para Rivers, Rodezel y Juan, quienes no habían
salido en absoluto por el cansancio. Roier hizo charla trivial con los tres, un poco más interesado
en lo que Rodezel le contaba.

—Sí mae, de verdad que la idea de volver a mi casa a hacer música a veces me llama bastante,
pero no puedo —se encogió de hombros—. Se hicieron mi familia y…bueno, no hay mucho que
hacer.

Roier rió suavemente y asintió con comprensión.

—Bueno, pero si eres bueno en lo que haces no creo que haya mucho pedo si lo haces en un barco
o no.

Rodezel le dio la razón casi de inmediato.

—Es verdad, es verdad…

—Principito —Spreen llamó su atención—. Ya está todo listo.

Roier se levantó de la mesa y siguió a Spreen, girándose para despedirse del resto.
—Provecho —dijo, y miró a Rubius—. Buenas noches, señor.

Rubius lo miró un poco confundido.

—¿No vas a cenar?

Roier se quedó en blanco unos segundos, pero terminó por negar con la cabeza de la manera más
cortés posible.

—No…no, muchas gracias, señor, no tengo hambre.

—Bien, pero cualquier cosa que necesites, siéntete como en casa.

El príncipe sonrió enternecido.

—Sí, muchas gracias.

Seguido a esto siguió nuevamente a Spreen, llegando hasta una de las habitaciones en la amplia
casa de los De Luque. Parecía que la tripulación se quedaba ahí seguido, así que la ampliación de
la casa parecía más una necesidad que un lujo.

El cuarto era un poco pequeño, pero extremadamente acogedor. Vegetta había puesto algunas
cobijas y almohadas para él, además de que había un pijama en la cama.

—Se nos olvidó conseguir pijamas —mencionó con algo de pesar—. ¿Está de quién será?

Spreen ladeó la cabeza, como si no comprendiera a qué se refería.

—Es mía, principito, como la que te di en el barco.

—No mames —murmuró desconcertado—. ¿Era tu ropa?

El capitán suspiró.

—Sí, ¿de quién creías que era, principito?

Roier parpadeó un par de veces.

—La neta no lo había pensado.

—Ya…nada, solo…ponete el pijama, por favor.

Roier asintió y se giró para tomar la ropa. Spreen salió del cuarto y cerró la puerta para darle
privacidad, por lo que el príncipe pudo ponerse la nueva ropa sin mucho problema.

Jaló un poco la tela sin poder olvidar que el conjunto le pertenecía a Spreen. De alguna forma, la
idea lo hacía sentir extraño. Muy extraño. Tanto que estuvo a punto de llevar la tela a su nariz para
oler.

Por suerte, la puerta fue tocada con suavidad.

—¿Puedo pasar? —era Spreen, por supuesto.

—Pasa.

El chico abrió la puerta y Roier se sentó sobre la cama con tranquilidad. Spreen no terminó de
entrar a la habitación, en su lugar, se recargó en el margen de la puerta con los brazos cruzados y la
misma expresión sería.

—¿Cómodo?

—Bastante, gracias —le aseguró—. ¿Saldrás con el resto?

Spreen negó.

—Nah. Los veo siempre, ya cansan un poco, ¿viste?

Roier sonrió divertido. El capitán replicó el gesto, observando a Roier unos segundos más antes de
separarse de la puerta.

—Bueno, dale, te dejo así dormís un poco. Descansá.

El príncipe no pudo pedirle que se quedara, que lo acompañara un rato antes de irse. No pudo
pedirle que charlaran hasta escuchar a sus amigos ebrios llegar a dormir a los sofás.

No pudo. En su lugar, murmuró un suave:

—Descansa.

Y con ello, Spreen se fue, dejándolo solo en la habitación. Ahí, se dio cuenta de que ni siquiera
sabía qué pensar.

Apagó la luz, se acurrucó en la cama y calló sus pensamientos al quedar profundamente dormido.

***

—Son of a bitch…la espalda me está matando.

—Deja de ser tan dramático, Sapnap.

—¿¡Qué tiene?! Llegamos aquí a toda velocidad y fue traumático. Dejen que me queje un poco.

George rodó los ojos intentando ignorar a su amigo. Dream miró alrededor justo cuando Slime, el
timonel de su barco, se puso a su lado.

—¿Entonces? ¿Qué sigue?

Dream tarareó en voz baja.

—Primero, conseguir un lugar para dormir. Mañana, buscamos a Spreen y después, llevamos al
chico de vuelta a Wilbur —sonrió con confianza—. No hay fallos.

Slime asintió.

—Espero que tengas razón, Dream. No queremos meternos en más problemas.

—No lo haremos, de verdad —le prometió—. Spreen entregará a ese chico tan pronto le ofrezca el
trato y cuando nos paguen, yo mismo los invitaré a beber. ¿Bien?

Con ello Slime se vio más entusiasmado, incluso Sapnap, quien había escuchado la conversación.

Solo había alguien que no estaba convencido.

—Dream —murmuró George amenazante a su lado.


—Bebidas para todos, pero yo no bebo.

Varios sonidos de júbilo llenaron el puerto esa noche, el pueblo ajeno a quienes arruinarían su paz
pronto. Muy, muy pronto.
Chapter 9

Mantener su mente ocupada en cualquier cosa que no fuera lo que lo atormentaba era el mejor
mecanismo de defensa de Quackity. Por eso, desde que Spreen se había ido el día anterior, había
decidido que su tienda necesitaba ser limpiada y organizada en su totalidad.

Sí, le había tomado todo un día y ahora en la mañana seguía sin poder terminar.

—Quackity…dije que puedo ayudarte —Jaiden sugirió.

—No, estoy bien. Si quieres ve a desayunar, aún así te voy a pagar el día.

La chica suspiró y tomó su abrigo antes de abrir la puerta.

—Okay, pero quiero que tomes un descanso cuando vuelva, ¿bien?

—Sí, sí…

Jaiden no dijo más y salió de la tienda, dejando solo a Quackity mientras limpiaba una repisa y
buscaba la forma de acomodar las cosas sobre esta. Al inicio había colocado las cosas por orden de
color o antigüedad, pero en ese punto ya no le importaba.

Estaba terminando de colocar un frasco junto a otros de su misma altura cuando la puerta se abrió y
tuvo que girar la cabeza. Sonrió al ver quien estaba ahí.

—Primavera.

Spreen lo observó unos segundos antes de suspirar.

—Ya me arrepentí de venir. Un bajón total, che...

—No, espérate culero.

Caminó hasta él y lo abrazó para así evitar que se fuera. Lo arrastró hacia el mostrador y lo obligó
a sentarse.

—Voy a hacerte un té. Nada más te vas y juro que te acuso con tus papás.

Spreen se cruzó de hombros, pero terminó por asentir. Después de todo, había llegado ahí por su
cuenta, no iba a irse realmente.

Quackity comenzó a buscar todas las cosas para la infusión, conociendo de memoria cuál era el té
preferido de Spreen sin tener que preguntarle.

—¿Va a venir tu amigo de ayer?

—No, me parece que sigue durmiendo —dijo y ladeó la cabeza mientras veía al hombre—. Che,
quería preguntarte, ¿por qué le tenés bronca? Ayer juré que en cualquier momento le ibas a soltar
una piña.

Quackity no respondió de inmediato mientras servía el agua hirviendo en las tazas. Endulzó su té
con un poco de miel antes de regresar con Spreen, poniendo su taza frente a él.

—¿Recuerdas cuándo fue la última vez que salí a navegar?


Spreen hizo una mueca al tiempo que revolvía el té con una cuchara.

—No sé, tenía cuatro o cinco años... no me acuerdo bien, boludo.

—Bueno, esos primeros años de tu vida los viví en el mar. Lo mismo que haces tú, iba de un lugar
a otro, jamás veía a mi familia, tú sabes —bufó, sorbiendo su té antes de seguir—. Siempre ponía
mi vida en riesgo y por eso nunca quise nada de compromisos.

El chico bebió algo de su té y escuchó a Quackity con atención.

—Unos años antes de que me retirara me quedé en un pueblo y…se podría decir que me
enamore… —su mirada se perdió por unos segundos en su taza—. Es una historia larga, pero…tú
amigo me recordó a él —confesó y miró a la puerta, como si Roier fuera a entrar en cualquier
momento—. Es como si…como si tuviera el mismo rostro que él.

—Entonces —dijo Spreen—, ¿odiás a mi amigo solo porque se parece a tu ex novio?

Quackity se encogió de hombros.

—Si lo dices así suena pendejo.

—Mirá, sí, es un poco estúpido, pero no te culpo —le aseguró—. ¿Por él dejaste todo? ¿Fue tan
fea la separación?

—Algo así —dijo como quitándole un poco de importancia—. No es como que pensé que iba a
morir, pero…recuerdo que estaba en mi barco y me di cuenta de que no podía dar órdenes, no
podía concentrarme y no podía proteger a nadie ahí adentro —la melancolía se derramó en cada
palabra pronunciada—. Creo que cuando eres capitán y pasa eso solo tienes dos opciones…o te
recompones y sigues adelante o te retiras. Y, créeme, había algo de mí que sabía que no iba a
recomponerme.

Spreen tenía una expresión algo triste, como si no hubieran pasado años del suceso, como si él
mismo lo estuviera viviendo en ese momento.

—¿Y vos qué hiciste entonces? Yo... siento que después de todo lo que viví no podría volver a la
normalidad.

—Me arrastré como perro con la cola entre las patas hasta casa de tus padres, y dejame decirte
algo, me detestaban —dijo, ahora con una sonrisa divertida en el rostro—. No me querían cerca de
ti en absoluto, por eso jamás me hicieron oficialmente tu padrino. Pero creo que con el tiempo tu
curiosidad hizo que confiaran en mí

—De nada.

Quackity rió antes de tomar un poco de su té. Negó con la cabeza.

—Sí, bueno, esa es la historia. No quería putearme a tu amigo —le dijo con tranquilidad antes de
dejar la taza en el mostrador. Una sonrisa divertida se posó en sus labios—. Ahora tú dime, ¿qué
tienes con él?

—¿Yo? Nada, loco. Somos re amigos, ¿de qué hablás?

—No te pongas nervioso, tranquilo —se burló golpeando el hombro del chico con suavidad—.
Spreen, por favor, te conozco desde que eres un chamaco, esas miradas…
Spreen bajó la mirada a su taza mientras mordía su mejilla. El hombre frente a él suspiró y colocó
su mano sobre su hombro, acariciándolo con suavidad.

—Mira, si te sirve de consuelo, tú y yo somos iguales. Caímos en la maldición de la cara bonita.

—Es que... —dijo con frustración—. No es por su cara. Onda... es un príncipe, obvio que está re
lindo, pero... —bufó llevándose la mano a la frente—. ¿Qué carajo estoy diciendo?

Quackity hizo una mueca que Spreen no vio cuando, sin querer, confirmó sus sospechas. Roier era
un príncipe y con su apariencia no era difícil unir los puntos. Era como pasar sus dedos sobre una
herida que creía ya había cerrado.

—¿Sientes que con él puedes ser tú? —dijo Quackity un poco perdido en sus pensamientos—.
Sientes que tus muros no existen con él y por mucho que quieras…él simplemente lo sabe. Sabe
que tiene ese poder sobre ti y te aterroriza.

Spreen miró a Quackity con algo de estupefacción.

—Sí...pero no sé si él lo tenga bien en claro, ¿viste? —aclaró.

Quackity regresó su mirada a él.

—Pero yo lo tengo bien en claro —fue la conclusión a la que llegó—. Yo sé el poder que trae
consigo y sí...creo que me da miedo boludo. Pero no lo conozco un carajo, no estoy...no es amor.

—No digo que lo sea, pero…tienes que admitir a veces que alguien te gusta. Deberías invitarlo a
salir, conocelo, Spreen. Nunca sabes lo que pueda pasar.

El chico negó con la cabeza suavemente y bebió un largo sorbo de su té.

—Va a quedarse aquí, y yo voy a irme —dijo cómo si aquello fuera inamovible—. Esto es
pasajero, me voy a olvidar pronto —aunque aquello buscaba sonar confiado, en realidad parecía
como autoconvencimiento.

—Spreen…

—Tengo cosas que hacer. Mañana nos vamos y… —aclaró su garganta antes de ponerse de pie—.
Vendré más tarde, te quiero.

—Spreen, si solo… —se interrumpió a sí mismo, pues Spreen había salido de la tienda en un
segundo.

Quackity se sentó nuevamente, algo abrumado por los nuevos descubrimientos y los viejos
recuerdos. Decidió que tendría que hacer el doble de limpieza si quería pensar en algo más.

Sí, definitivamente las estanterías se veían sucias ahora.

***

—Te lo estoy diciendo, el azul es tu color wey, ¿si o no, Missa?

Missa, quien estaba recostado cómodamente sobre el sofá de la sala, asintió. Rivers se había
pasado horas probando colores y ropa para Roier, y todo había culminado ahí.

Bueno, los chicos aún querían salir a beber y divertirse, ahora amenazando a Roier para no
desaparecer con el capitán sin importar que. Podía cumplir con ello.
—Vegetta me dijo que esto puede quedarte bien —dijo la chica mostrándole una bandana azul—.
¿Quieres probarlo?

—No veo por qué no.

Rivers sonrió entusiasmada y con habilidad amarró la bandana en la frente de Roier. Tomó un
espejo pequeño y lo acercó al príncipe.

—¿Qué te parece?

Roier sonrió con suavidad.

—Me gusta, se ve bien.

Missa se levantó y se puso de pie a su lado.

—Te quedó chingón —dijo antes de mirar a la ventana—. No es por presionarlos, pero ya es hora
de que nos vayamos.

—Voy por una bufanda, espérenme —informó Rivers antes de ir corriendo hacia los cuartos.

Roier acomodó un poco su cabello con ayuda del espejo y suspiró.

—¿Habrá otro festival hoy?

—Nah, vamos a un bar. Pero no te preocupes, lo conocemos por completo, así cuando te aburras
aquí puedes salir.

Roier asintió con una sonrisa justamente cuando Rivers regresó con la bufanda en manos.

—Listo.

Los tres salieron sin preocuparse pues sabían que el resto los estaría esperando en el bar. Roier se
mantuvo cercano a Missa, aunque ahora que no tenía quién lo detuviera, exploró un poco más del
pueblo.

Pasaron más calles desconocidas y tiendas llamativas hasta llegar a las puertas del bar. Parecía un
edificio viejo, pero desde afuera se escuchaba la música emocionante y las voces divertidas de las
personas dentro. Al entrar, aquella felicidad se le fue contagiada a Roier, quien no pudo evitar
sonreír.

—Creo que están por allá. Vamos.

Roier siguió a Missa y a Rivers al tiempo que miraba alrededor. El bar estaba lleno de personas,
jóvenes y no tanto, felices y desdichadas. Había tanta diversidad entre los borrachos que ahogaban
sus penas y los optimistas quienes salían a bailar que Roier le costó adaptarse de inmediato.

Pero sí que era un sentimiento fresco, eso nadie se lo quitaría.

Estaban bastante apartados del resto, pero en la mesa se encontraban solo rostros conocidos. Todos
los miembros de la tripulación, exceptuando tal vez a un par, todos bebiendo, charlando y riendo
fuertemente. Como si supieran que el mundo era de ellos y no les importaba nada más.

Aquello era un sueño para Roier.

—Ven, siéntate —le dijo Missa señalando una de las sillas libres—. ¿Bebes?
—No cosas muy fuertes…

Missa hizo un gesto restándole importancia.

—Te pediré una cerveza. Así no terminas en el piso.

Roier sonrió mientras Missa llamaba a una mesera para pedir sus órdenes. Las personas parecían
ser extremadamente amables con los piratas, lo cuál era algo muy divertido de ver. Cada vez que
los veía vivir sus vidas libres, con fanáticos en donde fueran y reputaciones tan imponentes, Roier
se sentía celoso.

Pensar que solo había obtenido una pequeña prueba de esa vida y que después ya no la tendría en
absoluto era raro, pero sentía que no podía quejarse. Había escapado de su otra vida, ¿qué no era
eso lo que quería?

Cuando sus bebidas fueron entregadas y la conversación los incluyó a todos, Roier se permitió
relajarse mucho más. Se sumergió en una charla con Mariana sobre gastronomía, tema en el que
era muy malo, para después hablar con Rodezel por aún más tiempo sobre música, tema en el que
era aún peor.

Estaba tan concentrado intentando comprender los términos más y más complejos que Rodezel
soltaba sin parar que no se dio cuenta de la llegada del capitán al bar. El hombre le echó un vistazo
a la mesa de su tripulación, sin embargo, caminó hacia la dirección contraria, a una esquina
escondida y oscura del lugar.

Ahí, un hombre le sonrió con familiaridad.

—Spreen, que gusto.

—Dream —respondió de forma seca—. ¿Para qué me necesitás acá?

—Hey, ¿por qué tanta prisa? Anda, siéntate, déjame invitarte un trago. Hace mucho que no nos
encontrábamos.

Spreen se sentó, pero no respondió nada de lo que Dream había dicho. El hombre no pareció
afectado por ello.

—¿Whiskey?

—En las rocas.

Dream sonrió satisfecho, levantando una de sus manos para llamar la atención de alguno de los
trabajadores.

—¿Ves? Aún te conozco bien. Anda, relájate un poco.

Spreen sabía que aquello era imposible, pero nuevamente, no respondió.

***

Roier ni siquiera había sido capaz de terminar su primera bebida cuando fue arrastrado por
Shadoune hasta la pista de baile. No era malo bailando ni mucho menos, pero no podía mantenerse
serio al ver a Shadoune.

Después de que el francés lo pisara un par de veces, decidió que los estereotipos le habían fallado
de nuevo. Había imaginado que sería la mejor pareja para bailar, pero no. Aunque tal vez podía
culpar al alcohol de ello.

—Ya vuelvo, mon chéri. Voy a buscar algo a nuestra mesa —le dijo arrastrando un poco las
palabras.

—Sí, no te preocupes. Te espero.

Shadoune lo miró por un poco más de tiempo antes de murmurar.

—Tu es le paradis sur terre, précieux.

Roier rodó los ojos, lo cuál fue casi una señal para que Shadoune se fuera. Se quedó solo,
moviendo su cabeza al ritmo de la música.

Entonces, una presencia lo hizo girar su cabeza. Un hombre fornido con una barba corta y el
cabello alborotado le sonrió.

—No eres de por aquí, ¿cierto?

Roier parpadeó un par de veces antes de negar con la cabeza.

—No…

—Lo suponía. Me llamo Reborn —le dijo ofreciéndole su mano para que la estrechara.

El príncipe recibió el gesto con algo de confusión.

—Roier.

El hombre lo miró de arriba a abajo.

—Bueno, Roier —dijo dándole un poco más de énfasis a su nombre—. ¿Por qué no dejas que te
invite unos tragos? Claro, si a tu pareja de baile no le molesta.

Roier se sintió atrapado. Dios, ¿dónde estaba su habilidad para decir que no?

***

Con dos vasos de whiskey frente a ellos Dream al fin decidió comenzar a hablar.

—Sé que tienes a un príncipe en tu barco, en específico el prometido de Wilbur —dijo en un tono
algo amenazante—. Quiero proponerte un trato.

Spreen le dio un trago a su bebida.

—Ajá.

—Tráeme al chico , te daré una compensación económica a ti y a tus chicos —se inclinó sobre la
mesa un poco—. ¿Qué dices? Te daré más de lo que cualquiera pueda ofrecerte como recompensa.

Spreen ladeó la cabeza con interés.

—¿Compensación económica decís?

—Mhm —dijo con orgullo. Sabía que el plan iba a funcionar—. Todo el dinero que quieras.

El capitán del Keraná sonrió y se acercó un poco a Dream.


—Che, dejame decirte algo. ¿Te acordás que alguna vez te dije que cuando engancho un tesoro no
lo suelto ni en pedo? —dijo en un susurro, casi como si eso fuera un secreto.

Dream asintió sin entender a qué iba eso.

—¿Sí?

—Bueno, entonces, ese pibe no se va ni aunque me muera, ¿me seguís? —su sonrisa se borró,
dando lugar a una expresión intimidante—. Decile a Wilbur que se vaya bien a la concha de su
madre, pero todo lo que toca el Keraná es mío, y yo nunca largo lo que es mío.

—Yo no me voy de aquí sin el chico.

Spreen se encogió de hombros.

—Qué bajón, che, pero no es mi problema —dijo cruzándose de brazos—. Rajá de acá antes de que
te haga mierda la cara.

***

Roier en definitiva no sabía decir que no, pero lo había estado intentando. Que el hombre fuera
demasiado terco para su propio bien no era su culpa.

—Anda, solo un trago, no me vas a volver a ver.

—De verdad, estoy bien.

Había estado tan distraído pensando en más maneras para rechazarlo que no se dio cuenta de lo
cerca que estaba de la puerta ahora.

—Vamos, príncipe, por favor…

Roier entonces detuvo sus pensamientos en seco.

—¿Cómo me dijiste?

Reborn ni siquiera intentó poner una fachada de nuevo, en su lugar se puso serio, tomó a Roier de
ambos brazos y comenzó a caminar a la salida. Arrastrándolo con facilidad.

—No, no. ¿Qué haces? —entró en pánico—. ¡Missa! ¡Shadoune!

Los gritos alertaron no solo a los piratas con los que había llegado, sino también al capitán, quien
se puso de pie sin preocuparse por Dream en absoluto y corrió en dirección a los gritos. Ni siquiera
lo pensó antes de poner el filo de la espada contra el cuello de Reborn.

—Soltálo ahora.

Reborn sonrió con algo parecido al asco en su expresión.

—Tenías que ser tú…Yo vi al chico primero, quita.

Spreen rió con ironía.

—Uh, no. Ni lo pienses, amigo. —con habilidad le pegó en los brazos, logrando que soltara a
Roier antes de darle una patada—. ¿Querés hablar de quién lo encontró primero?
Roier iba a protestar o decir algo cuando alrededor del bar los disturbios crecieron. Al mirar a la
mesa de sus amigos los observó luchando con otras personas. Estaba completamente perdido, pero
fue lo suficientemente rápido como para esquivar a un hombre que venía por él.

—Príncipe, a mi amigo le dará mucho gusto verlo.

El príncipe jadeó y comprendió que estar ahí para él era una sentencia de muerte. Un gran
estruendo de vidrios rompiéndose lo distrajo por unos segundos y antes de que pudiera reaccionar,
Spreen tomó su brazo y comenzó a correr a la salida.

Apenas pudo mirar de reojo a Reborn, tirado en el suelo detrás de la barra rodeado con vasos rotos.
Jadeó cuando ambos abandonaron el bar, corriendo sin detenerse por las calles, escuchando pasos
siguiéndolos.

—¿Qué está pasando? —preguntó sin aliento.

—Dream... el que te habló al final quiso meterme guita por vos —explicó sin desviar la mirada del
camino—. Le dije que ni en pedo.

—¿Por qué?

—No te voy a regalar, ¿estás en pedo? —dijo molesto—. Encima, me tiene bronca y yo le tengo
bronca. Ah, y es amigo de Wilbur.

Roier esquivó algunos puestos para seguir el paso de Spreen.

—¿Qué tiene que sea amigo de Wilbur?

—Wilbur también me tiene bronca.

El príncipe jadeó con cansancio.

—¿Qué hay del hombre que quiso llevarme? Dijo que…

—Principito, asumí por ahora que todos me tienen bronca

Roier hizo una mueca, pero ya no preguntó más. Muy tarde entendió que se dirigían al barco,
donde bajaron las escaleras con dificultad.

—Subí y escondete. Ya no te puedo dejar acá, es un quilombo.

—Pero…

—Subí y escondete, ¡dale!

Roier obedeció y subió al barco. Dentro, corrió por los pasillos buscando su camarote, aunque
cuando escuchó las primeras órdenes y pasos en el barco entró en pánico, entrando a la primera
habitación que encontró.

Su corazón golpeaba contra su pecho mientras intentaba acostumbrar su vista a la oscuridad.


Estaba de regreso en el Keraná, pero ahora las cosas estaban siendo imposibles.

No podía ponerse peor.


Chapter 10

Su plan era asegurarse que Roier estuviera seguro sobre el barco y regresar al bar para ayudar a su
tripulación. Sin embargo, no pudo alejarse mucho pues de inmediato vio las figuras de ellos
corriendo hacia el barco.

—¡Capitán! —escuchó a Missa mientras corría hacia él—. Tenemos que irnos, intentamos
mantenerlos, pero nos siguieron...

—¿Qué esperan? ¡Suban rápido!

Spreen se quedó abajo asegurándose que todos subieran antes de hacer lo mismo. Por suerte, todos
sabían que hacer. Ari y Juan desplegaron las velas y Missa se hizo del timón para comenzar a
alejarse.

Para su mala suerte, la tripulación del Pandora era casi tan rápida como ellos, aunque que los
siguieran no era la mayor preocupación de Spreen. No cuando en un segundo se balancearon desde
el Pandora hasta el Keraná, dispuestos a terminar lo que empezaron en el bar.

Spreen no supo cuando, pero solo reaccionó cuando se encontró a sí mismo apoyado contra el
borde del barco con el filo de una espada presionado contra su garganta.

—Spreen, que triste que nos encontremos así.

El capitán sonrió.

—George —con fuerza pateó su estómago lo que hizo que el chico retrocediera—. Todavía caés en
las mismas trampas.

El hombre lo miró con rabia antes de acercarse y volver a intentar atacar. Spreen empuñó su espada
con fuerza, protegiéndose del ataque.

—La verdad, me dio bronca que no me invitaras a tu casamiento —jadeó tratando de no tropezarse
mientras bloqueaba más golpes—. Me hubiera encantado estar ahí.

—Sí, seguro. Tienes un talento especial para arruinar bodas.

Spreen se encogió de hombros y con un fuerte golpe desarmó a George, quién se vio levemente
anonadado unos segundos.

Hubo un intercambio de miradas, ambos miraron la espada y Spreen sonrió.

—¿No la vas a levantar?

Tal vez George le hubiera respondido con el mismo tono sarcástico y algún comentario si una
persona inconsciente no hubiera caído justo a su lado desde la toldilla. Cuando el capitán se giró
encontró a Rodezel con una expresión de vergüenza.

—Perdón.

—No...buen trabajo.

Rodezel subió su pulgar y Spreen correspondió el gesto antes de tener que moverse para esquivar
otro golpe por parte de George. El chico era rápido, debía darle crédito en ello, además de que era
escurridizo y tenía una técnica impecable con las espadas.

En resumen, era todo lo que esperabas que el marido de un pirata fuera.

Spreen retrocedió intentando dirigir a George a otra parte mientras bloqueaba y atacaba. No era
difícil memorizar los patrones y utilizar lo que ya sabía de los métodos de George para esquivar sus
golpes, y creyó estar haciendo un buen trabajo.

Pero, claro, los miembros del Pandora no jugaban limpio, así que ser atacado por la espalda debió
ser algo que pudo prevenir.

No iba a mentir, por poco cae cuando alguien lo golpeó fuertemente en la espalda. Lo hizo caminar
lejos un poco desorientado, sí, pero se mantuvo de pie como pudo, girándose para poder encarar a
ambos.

—Dream, me desilusiona que no creas que tu marido me puede ganar.

—Sigue hablando y voy a partirte la cara.

Spreen sonrió.

—Por supuesto.

George soltó un quejido a su lado y al girarse, Missa le sonrió a Spreen mientras alejaba a George
de ambos. El capitán sonrió, miró al timón para asegurarse que había alguien ahí y volvió a
enfocarse en Dream.

—Ahora es justo.

Atacó por la izquierda, pero Dream lo bloqueó con maestría. Era una danza que parecía
perfectamente coreografiada con giros, tropiezos y perfectas defensas. Spreen miró hacia la vigía y
le dio un asentimiento a Juan.

—Ahora va a ser menos justo.

Dream lo miró con confusión hasta que Spreen extendió su mano para sostener la cuerda que le fue
lanzada. Se aferró a ella, retrocedió unos pasos con rapidez y se impulsó para saltar, golpeando a
Dream directamente y dejándolo en el suelo.

Dejó que la cuerda lo llevara hasta donde estaba el timón. Rivers se esforzaba por mantener el
barco estable con todo el movimiento.

—¿Cómo los sacamos de acá?

La contramaestre miró al capitán sin saber qué decir. Se asomó a lo que había próximo en el
camino y sonrió.

—Pon en riesgo su barco. Si puedes quitarle el control a quién sea que está en el timón y girar su
dirección a la derecha harás que choquen —dijo con seguridad—. Dream no querrá perder su
barco.

Spreen sonrió satisfecho y se apresuró para amarrar la cuerda en su cintura.

—Sos una genia.

—Ya sé.
De nuevo se impulsó, esta vez para pasar por encima de la cubierta hasta el mástil mayor. De ahí
se sostuvo con fuerza antes de hacer algo que había logrado más veces de las que podía contar,
balancearse al barco enemigo y salir básicamente ileso en el intento.

Ni siquiera miró abajo antes de saltar. La cuerda era lo suficientemente baja como para necesitar
subir sus pies a su pecho para no chocar contra la barandilla del Pandora, pero cuando llegó, logró
quedarse ahí.

El barco estaba vacío con excepción de dos chicos. Slime y Karl.

—¿Cómo les va? Tanto tiempo sin verlos.

Slime no podía hacer mucho, después de todo, él era el encargado del timón. Karl sacó su espada y
caminó hacia Spreen.

—Regresa a tu barco.

—Sí, claro. Cuando tu tripulación haga lo mismo —hizo una mueca—. ¿No? Bueno, me parece
que me quedo acá entonces.

Se movió a un lado evitando que Karl lo golpeara. Casi podía bostezar cuando otra vez se vio
envuelto en la misma pelea. Solo que, está vez, estaba más confiado. Tanto que le jugó en contra y
pronto su espada voló por los aires.

—Mierda.

Karl le sonrió.

—¿Últimas palabras?

Spreen retrocedió y comenzó a respirar con rapidez. Todo eso antes de golpear la espada con su pie
con fuerza, dejando a ambos sin nada en las manos.

—Las voy a guardar para después, ¿dale?

La pelea entonces pasó a ser solo puños. Golpes y patadas que de forma sorpresiva no tiraron sus
lentes. Tampoco era como si aquello le interesara mucho mientras sentía escurrir sangre por su
nariz, pero era divertido de señalar.

Dejó de ser divertido cuando su mejilla fue estrellada contra el mástil de forma violenta. Soltó un
quejido y apenas pudo reaccionar cuando fue tirado al suelo. Sostuvo su rostro y acomodó los
lentes con dificultad antes de ponerse de pie.

El barco se movió bruscamente cuando alguien más saltó hacia la cubierta, pero Spreen no pudo
divisar quien fue cuando su rostro fue golpeado nuevamente.

—Tenés suerte de que sea más simpático que lindo.

Karl hizo una mueca.

—¿Estás seguro de eso?

Spreen jadeó con una falsa indignación. Karl intentó golpearlo nuevamente, pero esta vez logró
librarse de mejor forma. Armó un plan en su cabeza, y cuando vio la oportunidad corrió lejos de
Karl hasta la proa.
Las cuerdas que colgaban de las velas no eran muy estables para balancearse o usar de alguna otra
forma, así que era perfecto para lo que quería hacer. Se hizo de la cuerda en su mano, espero para
que Karl se acercará y lo mirará honestamente confundido y fingió querer balancearse lejos.

En su lugar, atrapó a Karl entre la cuerda y contra el mástil, haciendo un nudo para evitar que se
fuera. Ni siquiera dijo nada, solo lo dejó ahí y corrió hacia el timón. Mariana, la persona que había
llegado después de él, estaba peleando con Slime.

O bueno, no estaba seguro. Había mucha tensión.

—¡Spreen! ¡El timón!

Spreen asintió y corrió para tomar control de este. Rivers tenía razón, con lograr que el barco se
dirigiera a la derecha chocarían contra unas rocas. El daño al barco sería considerable, algo a lo
que ningún capitán se querría enfrentar.

Así que, naturalmente, dirigió el barco a la derecha.

—¡Spreen, hijo de puta!

El capitán rió sabiendo que había escuchado esas palabras antes. Miró hacía el Keraná, donde la
tripulación del Pandora se veía dispuesta a desistir. También miró a Mariana, quien había pasado
de pelear a hablar con Slime.

—¡Mariana, dejá de chamuyar, por favor!

El chico lo ignoró completamente, así que volvió su atención a Dream, quien parecía estar
planeando cómo llegar al Pandora.

No dio el golpe final aún, quiso darle la oportunidad de dejar a su barco en paz antes de dañar de
forma irremediable el navío. Así, cuando la tripulación regresó al Pandora con claras marcas de la
pelea y Dream se acercó a él, no soltó el timón.

—Dá un paso más y hundo el barco con todos adentro —sonrió cuando Dream se detuvo—.
Gracias, sos un tipazo.

—Sal de mi barco.

Spreen soltó el timón y se alejó.

—Con gusto.

Pasó de largo al resto, tomando a Mariana del brazo para poder regresar junto a él al barco. El
chico no protestó, pero cuando sus pies tocaron el suelo del barco nuevamente, Spreen lo miró
molesto.

—Vas a barrer toda la cubierta por la mañana. Yo me ocupo de la cocina.

—Spreen...

—No, te estás poniendo en riesgo vos y a todos nosotros. ¿Qué hubieras hecho si él tenía malas
intenciones? ¿No pensaste que podía haberte matado?

—Sí, yo...

—No lo pensaste, por eso decidiste no escucharme —dijo molesto—. Mariana, sos importante, no
solo por lo que hacés acá. Podés quedarte sin manos mañana y seguirías siendo importante para
todos, pero tenés que ser consciente —lo reprendió con dureza, señalándolo para enfatizar su punto
—. Vas a limpiar todo esto por la mañana, ¿entendiste?

Mariana bajó la mirada con algo de vergüenza.

—Sí, capitán.

—Que Shadoune revise a todos, ¿okay? Yo voy a buscar a Roier —se limpió la nariz, aún
sintiendo que le chorreaba un poco de sangre—. Debe estar cagado de miedo...

Mariana asintió ante sus órdenes y se retiró, por lo que Spreen pudo dirigirse a los camarotes.
Quería ir directamente a buscar a Roier, sin embargo, esperaba por lo menos detener el sangrado
un poco.

Planeaba ser rápido, pero al abrir la puerta se encontró con Roier sentado sobre su cama.

—¿Principito?

Roier se giró para mirarlo y soltó un suave suspiro.

—No sabía que era tu camarote —dijo y se puso de pie de inmediato. Parecía querer decir algo
más, pero el solo dar un vistazo al rostro de Spreen lo hizo preocuparse de inmediato—. Puta
madre, te madrearon bien culero.

El príncipe acercó sus manos de manera incierta hasta el rostro de Spreen, quien no se alejó. Roier
rozó sus pómulos con sus pulgares, analizando todo el daño.

Era lo más cerca que habían estado jamás y, aunque Roier no lo notaba, Spreen estaba aguantando
la respiración.

—Ya salimos de la isla, ¿cierto?

El capitán asintió suavemente.

—Sí... perdón, sé que querías quedarte.

—No, está bien, lo entiendo —le aseguró, sus manos aún sosteniendo su rostro—. Solo me... —
suspiró mientras intentaba quitar un poco de sangre de su piel—. Te hicieron mucho daño, yo...solo
debiste dejar que me llevara.

Spreen frunció el ceño.

—Ya te lo dije, no te voy a regalar. Roier —sostuvo sus muñecas para que no se alejara—, esto no
es nada, ¿entendés? Preferiría que me den la paliza de mi vida antes de dejar a alguien de mi
tripulación en manos de alguien así.

Roier asintió suavemente y Spreen dejó ir sus manos. Hubo un silencio cómodo entre ambos hasta
que una gota de sangre cayó en la mano de Roier.

—Dios, estás sangrando.

El capitán sonrió.

—Está bien, principito.


—No, no está bien —lo llevó para hacer que se sentara en su propia cama—. No te muevas, ya
vuelvo.

Roier salió corriendo del camarote y Spreen no pudo evitar reír. Limpió su nariz con su dedo
suavemente, pero no se levantó, tal cómo el chico le había ordenado.

Esperó tal vez dos minutos antes de que Roier volviera con las manos llenas de medicinas, curitas
y algodones. Dejó todo sobre la cama y se sentó a un lado de Spreen, obligándolo a girar su rostro
hacia él.

—Si te duele mucho dime.

Spreen asintió y observó a Roier mojar un algodón con alcohol antes de usarlo para limpiar la
sangre de su cara, comenzando por su nariz. El toque del príncipe era sumamente delicado, tan
suave que se sentía como caricias. Parecía que no quería dañarlo o romperlo.

En la oscuridad de la noche y la luz de las velas que Roier había encendido antes de que Spreen
llegara, ese momento era mucho más. Era perfecto para que el capitán soltara todo, cómo estaba
cautivado, cómo no podía sacarlo de su mente, cómo aquello era tan estúpido, por que no entendía
como había sucedido.

Pero era tan perfecto que no quería romper el momento con palabras vacías. Dejó que Roier
limpiara su rostro sin decir más, permitió que pusiera un par de curitas en los cortes sin protestar, y
no fue hasta que lo vio dudar al levantar sus lentes para limpiar sus pómulos que decidió intervenir.

—Espera —lo detuvo y antes de que Roier pudiera preguntarse qué hacía, se quitó los lentes y los
dejó sobre su regazo. Su vista volvió a Roier—. Listo, podés seguir.

El príncipe parecía atónito, en su lugar, observando los ojos de Spreen como si fueran un
espectáculo.

—¿Roier?

—Tienes ojos violetas —murmuró con una suave sonrisa.

Spreen parpadeó un par de veces.

—Sí, creo que sí...

Roier sostuvo el algodón nuevamente y se acercó sólo un poco para poder limpiar sus mejillas de
mejor manera.

—Tienes los ojos más hermosos que he visto.

Spreen sonrió, permitiéndole a Roier terminar de curarlo, completamente ajeno a que el príncipe ya
no se refería al color de sus ojos en absoluto.
Chapter 11

Sólo había una manera de describir a Roier y sin dudas era “único”. Después de la noche anterior y
de una charla nocturna que no se extendió mucho, Roier pidió no regresar a su camarote esa noche.
No por miedo, más bien por comodidad. Según él, la cama de Spreen era más cómoda y era justo
que pudiera dormir ahí una noche.

¿Spreen podía solo mandarlo a la mierda y dormir solo? Sí, por supuesto que podía. ¿Lo hizo?
Claramente no.

No fue incómodo, incluso cuando Roier despertó temprano por la mañana murmurando algo sobre
las heridas de Spreen y cambió las curitas en su rostro medio dormido.

Ahora, el príncipe estaba profundamente dormido, acurrucado en las mantas y sin intenciones de
despertar pronto. Spreen había comenzado toda su rutina, vistiéndose, buscando sus cosas y
arreglándose, pero no había despertado a Roier. Sacó algo de ropa para él, la dejó sobre su cama y
acarició su cabello con suavidad antes de salir del camarote.

El Keraná siempre despertaba bastante temprano, pues cada uno de los tripulantes tenía una rutina
que, de alguna u otra forma, se entrelazaba con las del resto. Por algo eran todos un equipo.

Spreen buscó con mirada a Mariana y hasta que se aseguró de que estaba cumpliendo con su
castigo se decidió a ir a la cocina. Pensaba que podía haber para no envenenar a toda la tripulación,
pero tampoco matarlos de hambre, cuando fue interceptado por Carrera.

—Che, te estuve buscando toda la mañana... ¿qué carajo tenés en la cara?

Spreen sabía a qué se refería, pues Roier medio dormido le había colocado las únicas curitas de
animales que tenía en todo el barco. Por supuesto se dio cuenta más tarde, pero no las reemplazó.
¿Por qué lo haría?

—Curitas, ¿tenés algún problema con eso?

Carrera se apresuró a negar con la cabeza, por lo que Spreen asintió para que prosiguiera.

—Rivers quiere hablar con vos y conmigo más tarde, estaba esperando a que te despertaras para
decírtelo, pero...

El capitán asintió.

—Bueno, dale, gracias. Si la encontrás, decile que voy, y si no... nos vemos ahí.

Pasó a un lado del chico, dándole una suave palmada en el brazo antes de seguir su camino hacia la
cocina. Estaba tenso, pensando que Carrera en cualquier momento podría ver sobre la fachada que
no se estaba esforzando en ocultar. El chico lo conocía y que lo conociera vulnerable lo
atemorizaba.

En la cocina decidió olvidarse de todo aquello, aún mientras sacaba los ingredientes e intentaba no
pensar mucho en el hecho de que no sabía cocinar. Esperaba que enfocar su mente en ello le
hiciera un mayor bien.

Recordaba brevemente la receta de su padre Rubius para hacer empanadas, así que decidió hacer
eso. Mientras calentaba el agua y sacaba la harina para preparar la masa, no pudo evitar ponerse a
tararear en voz baja. Todo el proceso de dejar todo listo para la mezcla, desinfectar sus manos y
poner toda su mente en lo que cocinaba le recordaba a su infancia.

—¿Dónde mierda va esto? —se preguntó más de una vez mientras repasaba los pasos en su mente.

Finalmente y con bastante fuerza de voluntad, consiguió hacer la masa sin muchos contratiempos.
Apenas se encontraba amasando sobre la encimera de la cocina cuando la puerta de la cocina se
abrió. Spreen suspiró al sentir un poco de aire fresco entrar por la puerta. La cocina de verdad
parecía un sauna.

—¿Capitán?

La voz de Roier lo hizo girar momentáneamente.

—Principito.

—¿Qué haces?

—Mariana está laburando en los pisos, así que estoy cocinando —dijo volviendo su atención a la
masa—. ¿Querés darme una mano?

Roier estuvo en silencio unos segundos antes de responder.

—Puedo intentarlo.

Spreen no dijo nada, no lo miró mientras cerraba la puerta y miraba lo que el capitán hacía por unos
segundos.

—¿Qué tengo que hacer?

—Tengo una olla hirviendo en la hornalla, sacá lo que hay adentro y picalo, por favor.

El príncipe asintió e hizo eso. Apagó la flama y sacó dos huevos del agua. Los llevó hasta donde
Spreen estaba trabajando y se colocó básicamente a un lado de él, aunque mantuvo su distancia
para no interferir en su trabajo.

Era bastante obvio que Roier no podía lidiar con el silencio, pues después de dos minutos quitando
las cáscaras sin hablar, no pudo soportarlo más.

—Perdón por lo que te puse en la cara.

Spreen rió.

—Está bien.

—¿Seguro? Porque si estás avergonzado o algo te juro que no me enojo. La neta no se a que horas
te los puse.

El capitán comenzó a cortar la masa en pequeñas porciones, escuchando a Roier con atención.

—No tengo vergüenza. Si la tuviera, ya me las habría sacado —le aseguró antes de mirarlo—. No
me molesto con los sentimientos de quienes no me importan, principito. Creeme.

Roier asintió y sonrió suavemente. No dijo nada más de ese tema, pero una duda nueva asaltó su
mente.
—¿Por qué usas los lentes?

—Pensé que superaríamos ese tema cuando me vieras sin ellos.

—No, o sea, si vi tus ojos y eso, que padre, pero… —hizo una pausa mientras comenzaba a cortar
la comida en trocitos—, sigo sin entender por qué cubres tus ojos. ¿Te da miedo o algo?

Spreen detuvo sus acciones un momento para aclarar su garganta .

—Viste los ojos de mi viejo, ¿no?

Roier frunció el ceño, pero asintió.

—Sí, también son violetas. No es fácil de olvidar.

El capitán asintió.

—Es por eso —confesó—. Cuando empecé a interesarme por los piratas y el mar, era un pendejito.
Tenía... no sé, ¿tres años tal vez? Bueno, a mis viejos no les gustaba eso. Quackity fue la conexión
más grande que tuve con todo eso, y a ellos no les caía muy bien, pero él me contaba unas historias
re interesantes... —hizo una pausa mientras terminaba de amasar—. Era como un hermano mayor
para mí, casi un modelo a seguir.

Roier terminó de cortar uno de los huevos y colocó los trocitos en un plato antes de empezar con el
otro. Estaba escuchando al hombre con atención.

—Aun así, mi viejo quería que laburara con él, y ninguno esperaba que realmente quisiera seguir
con ese sueño de chico... así que cuando conseguí mi propio barco y les dije que iba a navegar, me
trataron como si no me reconocieran.

El príncipe se detuvo un momento para observar a Spreen. No sabía si era con incredulidad o
dolor, pero definitivamente era un sentimiento agridulce. Spreen puso las pequeñas bolitas de masa
en un lado y sacudió sus manos.

Tomó una bolsa con carne molida de donde había colocado sus ingredientes, huyendo de la mirada
de Roier por completo.

—Pasamos meses peleando, yendo de un lado a otro. Creo que Quackity nunca se enteró de todo el
quilombo, pero fue... horrible. No pensé que realmente les importara tanto hasta que terminé
discutiendo con ellos todos los días por eso —detrás de los lentes no se podía ver, pero la expresión
en su rostro dejaba en claro lo malo que era recordarlo—. Al final, mi viejo dijo que podía hacer lo
que quisiera, pero que nadie supiera que yo era su hijo.

Roier pudo sentir su pecho dolerle con eso. Abrió la boca para decir algo, pero no supo qué. Spreen
decidió seguir entonces.

—Y estaba lastimado, obvio, pero no quería faltarle el respeto a mi viejo, así que empecé a ocultar
todo lo que me podría relacionar fácilmente con él. En especial mis ojos —encogió los hombros—.
Creo que después de unos años se convirtió en costumbre.

El príncipe ya no estaba trabajando, en su lugar se encontraba observando a Spreen con


preocupación. No parecía comprender cómo decía aquello con tanta normalidad.

—¿Años?
Spreen asintió y continuó con la receta sin prestar mucha atención.

—Sí... no solía ir a Quesadilla tan seguido, así que no hablamos en... no sé, ¿dos años y medio? —
dijo como si no fuera gran cosa—. No lo recuerdo, pero al final mi viejo me llamó para hablar y
me dijeron que me extrañaban, que no valía la pena perderme por algo que me apasionaba —eso
pareció aliviar los recuerdos de Spreen—. Arreglamos las cosas, pero los lentes se convirtieron en
una especie de sello personal... y, no sé, todavía quiero tener respeto por mi viejo.

Roier dejó por completo el cuchillo de lado, suspirando al ni siquiera saber qué debía decir.

—A la madre…

Spreen rió suavemente y tomó el plato con lo que Roier había cortado para seguir cocinando.

—No es nada. No me arrepiento de seguir lo que quería, y lo de mis viejos fue solo... un obstáculo
en el camino —le restó importancia nuevamente—. Ahora estamos bien, me apoyan, me regalaron
cosas para mi oficina... estamos más que bien.

El príncipe no quiso decir que aquello parecía venir más de Spreen intentando convencerse a sí
mismo de algo, pues no quería lastimar al capitán. Se apoyó en la encimera, su mirada enfocada en
algún punto mientras pensaba. Spreen ya se encontraba cocinando la carne en algo que debía tener
toda su atención, pero el silencio del príncipe lo tenía preocupado.

—¿Todo bien, principito?

Roier lo miró un poco desconectado antes de volver a sonreír. Asintió con tranquilidad, aunque
parecía un poco tenso.

—Todo bien.

El silencio usualmente era algo que Spreen disfrutaba, pero tratándose de Roier, no le gustaba
nada. No le pareció cómodo estar callados por casi cinco minutos completos, con Roier demasiado
metido en sus pensamientos como para intervenir.

—Entonces... —Spreen decidió romper el hielo—. Nunca me contaste bien sobre Wilbur y... lo que
iba a pasar —dijo, sintiéndose algo nervioso. ¿Por qué estaba nervioso al empezar una
conversación?—. ¿Qué iban a hacer con los reinos después de casarse? Supongo que él iba a
gobernar con vos, pero...

El príncipe rió suavemente.

—Oh, no, yo nunca gobernaría.

Fue el turno de Spreen de fruncir el ceño y verse confundido.

—¿Qué? ¿En serio? —un asentimiento de cabeza fue suficiente para desorientarlo mucho más—.
¿Por qué?

—Vamos, ya me conoces un poco, no tengo para nada la aptitud de un rey —dijo casi cómo si
fuera obvio.

Para Spreen no lo era, por supuesto. ¿Roier sin capacidad de ser rey? No entendía cómo eso era
posible.

—¿Estás seguro?
—Por supuesto —se encogió de hombros de manera bastante casual—. Tendría que saber hacer
cosas de provecho para ser un rey y mis gustos no dan la talla. Pero no me molesta, desde que era
pequeño sabía que no sería rey.

El capitán por un momento se vio tentado a dejar de cocinar para girarse hacia Roier y cuestionar
por qué pensaría eso siendo solo un niño, pero sabía que no podía. Se tragó la ira que estaba
sintiendo y en su lugar preguntó:

—¿Cuáles son tus gustos entonces?

Roier hizo una mueca mientras pensaba, mucho, casi como si no conociera sus propios gustos.

A Spreen se le hizo un nudo en el estómago.

—Me gusta salir a explorar…oh, y solía hacer costura hace unos años —dijo pensando un poco
más—. También me gusta la poesía, pero no suelo escribirla. No soy bueno en ello.

El capitán no podía enfocarse en la receta, aún haciendo su mayor esfuerzo.

—¿Por qué lo decís?

—Mi escritura no es muy buena —dijo con algo de indiferencia—. Mi padre leyó un par de mis
poemas y…no le gustaron. No lo sé, no debo ser muy bueno en ello.

Spreen sostuvo la cuchara de madera que estaba en su mano con más fuerza. No quería hacerse
ideas erróneas, pero no podía evitar sentir una punzada de molestia por el padre de Roier.

—No creo que seas malo —le aseguró—. Tal vez…si querés, podés mostrarme alguno de los
poemas un día.

Roier pareció casi confundido por la petición, pero eventualmente negó.

—Me da vergüenza.

—¿De? No es cómo si fuera a burlarme de vos.

Roier mordió el interior de su mejilla.

—Podrías.

—No, no podría.

—No mientas —lo reprendió—. Tal vez después, ¿sí? Veré.

Por supuesto que eso no era una respuesta satisfactoria para un pirata que solía conseguir lo que
quería, que con un chasquido de sus dedos podía tener las riquezas, la información y las personas
que necesitaba.

Aún así, sólo soltó un suspiro y devolvió su atención a lo que cocinaba.

—Está bien.

Ambos se sumergieron en un silencio nuevamente, Spreen más tenso que nunca por la falta de
ruido y Roier con la mente en todos sitios, menos en la cocina.

Sentía que viejas heridas se habían abierto, pero temía meterse con cosas que no quería revivir.
Lo mejor ahora era ver a Spreen cocinar y preguntarse si merecía estar ahí arriba. Sí, eso era lo
mejor.
Chapter 12

Fue una sorpresa que la comida que prepararon fuera un verdadero éxito cuando lo repartieron
entre la tripulación. Spreen se vio orgulloso de sí mismo mientras Roier bromeaba sobre su
increíble talento culinario y cómo debía ser chef en lugar de capitán.

Spreen sonrió con cada broma, sin siquiera pensar en tomarlo cómo una ofensa.

No fue hasta que se encontraban de vuelta en la cocina lavando lo que habían usado para la comida
que el capitán tomó la palabra nuevamente.

—Tengo que ir a hablar con Rivers y Carre en mi oficina —dijo—. ¿Querés venir conmigo?

Roier secó sus manos y asintió.

—No…creo que es mejor si voy a ayudarle a Foolish a lo que me había dicho al inicio.

Spreen frunció el ceño.

—¿Por qué lo decís?

—No quiero seguirte cómo un cachorro perdido o algo así —dijo con algo de vergüenza—. No
tengo mucho que decir en una reunión así.

Spreen también secó sus manos y se apoyó en la encimera con una mano mientras observaba a
Roier con algo de confusión.

—No sos un cachorro perdido, Roier. Yo te estoy invitando.

—Lo sé, pero no quiero molestarlos.

El capitán estuvo a punto de zarandearlo y exigirle que se deshiciera de esos pensamientos, pero no
lo hizo. Mordió el interior de su mejilla y suspiró.

—Bueno... ¿podés al menos acompañarme un momento? Quiero darte algo, y si no te sentís


cómodo quedándote después, podés ir con Foolish, ¿te va?

Roier dudó un poco, pero finalmente asintió. Sabía que tenía un pase de salida y esperaba no tener
que quedarse ahí tanto tiempo.

—Sí, está bien.

—Dale, vamos.

Spreen salió de la cocina con Roier a sus espaldas, sin embargo, lo esperó en la puerta para que
ambos pudieran caminar juntos hacia la oficina. No charlaron tanto, pues Roier seguía
extrañamente callado, pero aún así Spreen se aseguró de ir al mismo ritmo de caminata que Roier.

En la oficina ya estaban Rivers y Carrera, por lo que solo tomó que Spreen entrara para que Rivers
comenzara a hablar.

—Capitán, ¿cuál será nuestro próximo movimiento?

Roier se mantuvo en la puerta, cómo si estuviera preparado para huir. Spreen, en cambio, se acercó
a su estantería y comenzó a revisar entre los libros.

—¿A qué te referís? —dijo sin darse vuelta—. ¿Viste para dónde fue el Pandora?

—Mhm, eso es lo extraño. Pensé que nos seguirían, pero fueron en dirección al vórtice de
Coquena.

Spreen se detuvo un segundo en su búsqueda, pareciendo confundido con aquel simple gesto.

—¿Estás segura?

—Sí, no lo entiendo. ¿A lo mejor es un pacto suicida? —mencionó mirando a Carre.

—¿Un pacto suicida? Rivers, estamos hablando de Dream. No jodás.

La chica bufó sabiendo que el chico tenía razón. Mordisqueó sus uñas un poco hasta que Roier
aclaró su garganta desde la puerta.

—Umm, si él está con Wilbur, probablemente fueron de regreso a Karmaland —dijo, su voz
claramente más baja ahora que ambos tenían sus miradas en él—. Por donde cruzaron es una ruta
corta, un día a lo mucho, pero es más peligroso.

Hubo un pequeño silencio mientras Rivers pensaba en ello. Roier rascó su nuca con nerviosismo.

—Solo digo. No sé nada de eso, yo…

—De hecho, eso fue muy inteligente —el capitán lo interrumpió, al fin sacando lo que buscaba de
la estantería y girándose en su dirección. Observó a Rivers unos segundos y concluyó con un—.
Tiene razón.

El príncipe parecía dubitativo, pero de cualquier forma le sonrió a Spreen con gentileza. El hombre
se acercó y en sus manos colocó un par de libros.

—Son de poesía. Mi viejo me los regaló cuando era más chico —dijo de manera casual—. Podés ir
con Foolish si querés, principito.

—Gracias —dijo el príncipe con sinceridad mientras tocaba el lomo del libro superior.

—No es nada. Cuidate.

Roier sonrió con el rostro completamente iluminado. Salió de la oficina y un par de segundos
después, Rivers se acercó a sostener las mejillas de Carrera.

—Cuídate. Te amo.

—Sí, me voy a cuidar —respondió colocando sus manos sobre las de la chica—. Bésame.

Ambos fingieron besarse de manera exagerada hasta que una daga voló sobre sus cabezas,
clavándose perfectamente en la puerta.

—¿Terminaron?

Ambos asintieron varias veces mientras el capitán suspiraba y recuperaba la daga de la puerta.

—Sabemos a dónde van, ahora solo necesitamos saber cuáles son nuestros siguientes pasos.
—¿Crees que Wilbur tenga repuestos?

Spreen negó mientras se dejaba caer en la silla. Giró la daga en su mano, sosteniendo la punta
notándose pensativo.

—Probablemente no, pero si vuelven con él en el barco, va a querer sacarme la cabeza —suspiró
—. No estamos en buenos términos y creo que pensó que tener a Roier de vuelta iba a ser más
fácil. Va a querer matarme.

Rivers se cruzó de brazos.

—Podemos pedirle ayuda a Cellbit. Sabes que todos en el Cetus te respetan demasiado.

Spreen hizo una mueca. No estaba seguro, pues a pesar de que Cellbit fuera un excelente pirata y le
guardaba un respeto especial, sabía la forma en la que trabajaba. Spreen podía no tener piedad en
ciertos casos, pero todos en el Cetus, el barco de Cellbit, eran sanguinarios.

—La verdad, no tengo muchas ganas de que nos maten a todos en el barco, Rivers.

La chica rodó sus ojos.

—Entonces solo habla con él. Dile que no quieres eso.

—Tampoco tengo ganas de que me maten a mí.

Rivers lo miró cómo si no comprendiera que Spreen dijera esas cosas. Carre los observaba a ambos
casi con diversión, pero sin mencionar nada al respecto.

—¿De verdad vas a decirme que tú, un pinche pirata temerario y no sé qué madres más, le da
miedo una conversación? No friegues —lo reprendió con cansancio—. Solo vamos, hablas con él
cómo un pinche adulto funcional, y si no quiere pues a la chingada, buscamos a alguien más.

—Tiene razón ella —finalmente dijo Carre—. Si no querés que nos hagan mierda, es mejor que
tengamos refuerzos. Por lo menos mientras hacemos un acuerdo o…lo que sea que quieras hacer.

Spreen dejó la daga sobre su escritorio y soltó un largo suspiro. Su mirada se desvió hacia el punto
de su estantería de dónde había sacado los libros.

—Oye, sí, hasta eso, ¿qué piensas hacer con Roier? —lo cuestionó Rivers de nuevo—. Ya no
puede quedarse en Quesadilla, ¿qué va a pasar con él?

—Realmente no puede quedarse en ningún lado ya. Reborn y su banda de carroñeros deben haberle
puesto precio a su cabeza... o a la mía. No está seguro en ningún lado.

Aquello no respondió la pregunta de Rivers en absoluto, por lo que simplemente le sostuvo la


mirada hasta que Spreen volvió a hablar.

—Hablaré con él esta noche. Si quiere, le pediré que se quede. Sí no... espero al menos poder
convencer a su viejo —se pasó una mano con frustración por el pelo—. El castillo es el lugar más
seguro para él ahora, pero no quiero tirarlo a una vida que no se merece. No quiero que sea infeliz.

Rivers y Carrera compartieron una mirada con entendimiento.

—Entonces, ¿qué haremos? —preguntó Carrera.

—Vamos a llegar a Tortilla primero, es lo más cerca y a veces Cellbit se queda ahí. Si tenemos
suerte, hablaré con él. Si no, solo conseguimos provisiones, compramos y seguimos hasta
encontrarlos. A ellos o al Pandora.

Rivers asintió y suspiró antes de ponerse de pie.

—Okay, le diré a Missa para que comience la ruta.

—Dale —dijo justo cuando Carre también se levantó. Ambos fueron hacia la puerta, pero antes de
poder salir, Spreen habló—. Rivers, decile a Roier que me espere afuera en la noche.

La chica contuvo su sonrisa y solo asintió.

—Por supuesto, capitán.

Spreen dio un asentimiento de cabeza e inmediatamente después comenzó a trabajar de nuevo.


Carre y Rivers dejaron la oficina con una sonrisa.

***

No iba a mentir, cuando Rivers se le había acercado para informarle que el capitán quería hablar
con él más tarde, el alma se le fue del cuerpo. Estaba inseguro de que la reunión hubiera concluido
en que echarlo del barco era la mejor opción. Le aterrorizaba, y no por Wilbur o su padre, le daba
pavor el tener que dejar a los demás detrás.

Antes se había mentalizado con la idea de olvidarse de todos, pero ahora no podía. No olvidaba las
historias y canciones que Rodezel había cantado todo el tiempo sobre la cubierta, los chistes de
Foolish, lo bueno que era Missa para escuchar y lo malo que era Mariana para no sonrojarse
cuando todos decidieron molestarlo colectivamente sobre un pirata que había conocido la noche
anterior.

No era cómo si no supiera que aquello pasaría, tan solo pensaba que tomaría más tiempo.

Pasó el resto del día trabajando, o fingiendo que lo hacía, mientras hablaba con los chicos y
escuchaba de todo. Se pasó un buen rato sentado en la barandilla de la popa, observando a Missa
manejar el timón antes de ponerse a leer uno de los libros en su lugar. Fue de hecho mucho tiempo,
pues lo hizo mayormente para esperar a que oscureciera.

Se consiguió una lámpara de aceite que terminó por colocar en el suelo, a un lado de él ahora que
se había sentado ahí. Estaba inmerso en su lectura, pero por suerte tenía a Missa ahí.

—Roier —llamó su atención eventualmente—. El capitán ya salió. Creo que te busca.

El príncipe no perdió tiempo antes de ponerse de pie con la lámpara en mano para poder observar
al capitán.

Spreen estaba en la proa, así que Roier se apresuró para acercarse. Cuando finalmente el capitán
notó su presencia su cuerpo se relajó.

—Hola —dijo casi sin aliento.

Una suave sonrisa se formó en los labios de Spreen.

—Hola, principito.

Roier se paró a su lado y esperó unos segundos a que Spreen le dijera lo que harían. El capitán solo
caminó hasta la barandilla y se sentó en el suelo, su espalda recargada con la madera.
—Vení.

El príncipe obedeció casi de inmediato, sentándose a un lado del chico. Se giró para mirarlo, pero
no pudo evitar dirigir su mirada al cielo un par de veces. Las estrellas se notaban mucho mejor ahí.

—Quería hablar con vos —empezó mientras cruzaba los brazos sobre el pecho—. Más bien,
proponerte algo.

Roier alzó una ceja con interés, regresando su atención al capitán.

—No podemos volver a Quesadilla y dejarte en otra isla puede ser igual de peligroso. El tipo que
conociste, Reborn, es... un cazarrecompensas, digamos. Se gana la guita haciendo trabajos sucios y
si te vio, es probable que haya puesto precio a tu cabeza.

La preocupación de Roier se notó casi de inmediato. Quiso preguntar qué pasaría con él ahora, pero
el capitán se le adelantó.

—Quería proponerte que, si te parece bien, te quedes con nosotros —dijo, finalmente girando su
rostro para mirar al príncipe—. Puedo entrenarte para defenderte y hacer lo que quieras acá. Y te
prometo que te conseguiremos más ropa —mencionó casi como una broma—. Pero si no querés
eso, podemos encontrar otra manera.

Pero Roier se veía entusiasmado desde el momento que Spreen mencionó que podía quedarse ahí.

—¿Estás seguro de qué no te molesta que me quede?

Spreen frunció el ceño.

—¿Por qué me molestaría? Principito, te metiste en nuestra familia desde que te conocimos.
Creéme, todos estarán felices de que te quedes.

En especial yo.

Roier ni siquiera lo pensó antes de lanzarse a abrazar a Spreen, haciéndolo perder el equilibrio.
Ambos cayeron al suelo, y aunque el capitán fingió querer empujar a Roier para levantarlo,
terminó cediendo bastante rápido, una suave sonrisa apenas visible en sus labios.

—Gracias, gracias. Quiero quedarme —le aseguró mientras levantaba la cabeza para poder mirar a
Spreen—. Me quedaré.

—Claro que sí, principito.

El príncipe sonrió sin ocultar su entusiasmo ni un segundo. Se mantuvo así unos segundos, mirando
el reflejo de las estrellas en los lentes de Spreen. ¿Cómo miraba de noche con ellos?

Con eso en mente, acercó su mano a los lentes y los quitó con suavidad, dejando al descubierto los
ojos violetas del capitán una vez más. Spreen no dijo nada, aunque sí que se veía confundido.

Roier no despegó la mirada de su expresión, en su lugar, sonrió incluso más.

—Ya puedo saber que estás pensando sin estos.

Spreen rió, una expresión retadora tomando lugar en su rostro.

—¿En serio? ¿En qué estoy pensando?


El príncipe frunció el ceño, cómo si lo que estuviera haciendo requiriera una cantidad superior de
concentración. Se acercó un poco más al capitán, quién no reaccionó en absoluto.

—Creo que piensas en… —susurró e hizo una pausa mientras pensaba—, en lo asustado que estás
de que voy a volverme un mejor pirata que tú.

Spreen soltó una suave risa, no era burlona en absoluto, más bien parecía una risa relajada, cómo si
realmente se la estuviera pasando bastante bien.

—Dios, justo estaba pensando en eso, ¿cómo lo supiste?

Roier soltó una risa, finalmente tirando su cabeza hacía atrás y separándose del capitán.

—Solo soy muy bueno leyendo mentes.

—Ya lo creo.

Ambos se sentaron de nuevo. Spreen no trató de tomar sus lentes nuevamente y Roier no pareció
pensar mucho en ello cuando aún los sostenía en su mano. Estaba oscuro, y sí Roier quería que
Spreen fuera un poco más transparente con él al menos esa noche, el capitán no veía razones para
oponerse.

Y bueno, sin sus lentes podía admirar a Roier de manera más clara. Eso siempre sería una
ganancia.

***

Dream imaginó que Wilbur querría quemar todo Karmaland con el Pandora dentro cuando se
enterara de su fracaso, pero no fue así. Se vio intrigado por las razones de Spreen para negarse al
trato, sin embargo, no explotó.

El rey de Karmaland dejó todo en orden, ambos subieron al barco y a menos de una hora de haber
llegado a la isla, la tripulación estaba de vuelta en el mar.

—Puede que vayan a Tortilla, a lo mejor a Carpazinha, pero está más lejos —explicó Sapnap
mientras intentaba hallar una ruta para ir directamente a alguno de esos puntos—. Si vamos hacia
el este podemos llegar a Tortilla en dos días, o dos días y medio, no estoy seguro, pero…

—Iremos a Quesadilla primero —interrumpió Wilbur.

Dream lo observó con completa confusión.

—¿Por qué? Te dije que no están ahí. Spreen se llevó al chico.

—No es por mi prometido —aclaró mientras miraba hacía la proa, donde Luzu se encontraba
mirando al mar—. El rey me pidió que pasaramos ahí primero, solo repito lo que me dijo.

El capitán del Pandora asintió, aunque se notaba dudoso. Sentía la presión de tener al rey ahí,
aunque él no solía recibir órdenes de nadie. O bueno, nadie que no fuera su esposo.

No iba a discutir, dejaría que tomaran esa dirección y, con suerte, aquello calmaría las exigencias
de Luzu. Le había prometido a George que eso se acabaría pronto, y no quería romper su promesa.

Tan pronto tuviera a Spreen en sus manos, eso se acabaría de una vez por todas.
Chapter 13

El viaje de vuelta a Quesadilla fue más largo. Dos días enteros, para ser exactos. Wilbur se había
resignado rápido, pero quien parecía cada vez más impaciente era el rey, quien apenas si compartía
conversación con el resto de la tripulación.

El hombre por sí solo era extraño, pero los focos de alerta parecían encenderse en la cabeza de
Dream con cada segundo que pasaba. No sabía si era paranoia o un mal presagio, pero nada de eso
le estaba gustando. Tener al rey ahí no era algo que le agradara en absoluto.

Así, cuando llegaron a las costas y todos bajaron del barco para rondar el pueblo mientras Luzu
terminaba con sus asuntos, Dream no pensó ni siquiera en poner un pie fuera del Pandora. Su
esposo lo notó de inmediato, manteniéndose a su lado con preocupación.

—¿Dream?

—No sé por qué no puedo confiar en él —dijo, permitiéndose ser lo más honesto posible a un lado
de él—. Todo esto es muy raro.

George sostuvo su mano con suavidad y apoyó su cabeza en su hombro.

—Lo sé —le dio la razón antes de presionar un suave beso en su brazo—. Pero es normal sentirte
desconfiado, cielo. No te mates por eso.

Dream soltó un largo suspiro y besó la cabeza de su esposo.

—Lo intentaré —le aseguró—. ¿Te quedas conmigo? No quiero bajar.

—Por supuesto que me quedo contigo —dijo y se acurrucó un poco más a su lado—. No pueden
tardar mucho.

Dream esperaba que eso fuera cierto, pues no imaginaba que lo que el rey tuviera que hacer fuera
complicado. Al menos no lo suficiente cómo para tomarle horas.

Tenía un poco de razón, pues la forma en la que Luzu caminaba por las calles solo demostraba
prisa. No quería tomarse tiempo extra antes de llegar a su destino y aunque sus recuerdos podían
ser traicioneros a veces, no dudaba de la veracidad de ellos esta vez.

Así, llegó a una tienda antigua, pero bien cuidada. Se aferró a la perilla unos segundos y se
preguntó si eso era correcto. Si volver a esa parte de su pasado era en absoluto sensato. Aún
intentando tener la cabeza lo más fría posible, en su mente no hubo otra respuesta. Tenía que
enfrentarse a ello.

Abrió la puerta y observó alrededor. Una chica en el mostrador notó su presencia de inmediato, por
lo que sonrió en su dirección.

—Bienvenido, ¿necesita ayuda con algo?

Luzu se sintió extrañamente nervioso antes de responder.

—Sí…¿Quackity está aquí?

La chica asintió y miró sobre el hombro del rey para una zona que estaba básicamente dividida con
las repisas.
—¡Quackity!

Escuchar el nombre en voz alta tensó cada parte del cuerpo del rey, sin embargo, girarse para
encontrar la figura del hombre asomándose por detrás de unas repisas casi le detiene el corazón.

Quackity fue reactivo, pues tan pronto vislumbró la imagen de Luzu frente a él negó con la cabeza
y retrocedió, alejándose de él cómo si pudiera salir por alguna otra parte de la tienda. Luzu no
tardó ni cinco segundos en seguirlo.

—Quackity…

—Vete de aquí.

La voz temblorosa del chico estrujó el pecho de Luzu de una manera que ni siquiera él esperaba.
Se acercó lo suficiente para tomar su muñeca y encararlo, pero Quackity alejó su mano con dureza.
Sus ojos ardían en furia.

—Te dije que te vayas.

—Quackity, necesitas escucharme.

—No necesito hacer una chingada por ti. Vete de mi puta tienda.

—Quackity, por favor, escuchame. No es sobre mí, es sobre mi hijo…

Aquello fue cómo un golpe directamente al estómago de Quackity. Cómo si la presencia de Roier
antes y ahora la de Luzu no fueran suficientes, tenía que quedar el recordatorio constante de la
verdad que se había negado a aceptar todos esos años. Luzu había pasado página cómo si nada,
pero él seguía atascado.

—¿Tienes un hijo? —preguntó cómo si no tuviera idea, cruzando sus brazos en un gesto nervioso.

—No actúes cómo que no lo sabes. Spreen lo tiene, es imposible que no haya venido a visitarte y es
aún más imposible que no te lo haya dicho.

Quackity se encogió de hombros.

—Tal vez estaba ocupado.

—Quackity —lo reprendió como si tuviera el derecho.

El hombre sacudió su cabeza totalmente furioso y frustrado. La burbujeante irá que se había
asentado en su pecho desde la última vez que había visto a Luzu crecía en su pecho. No lo quería
ahí.

—No me importa. Vete.

Luzu suspiró con clara desesperación. Se acercó, pero la mirada de Quackity lo hizo detenerse. Era
un pirata retirado, después de todo. Él había estado ahí durante su punto más alto y sabía de lo que
era capaz.

Big Q había sido una leyenda en los mares. Aunque Luzu constantemente se cuestionaba si él era
responsable de la extinción de esa leyenda.

—Quiero saber si mi hijo está bien. Spreen no lo regresará conmigo y tú eres nuestra mejor opción.
Por favor, Quackity, te lo ruego.
Estaba molesto, por supuesto que lo estaba, y realmente lo que Luzu deseaba era tan poco
importante para él que estaba a punto de decirle que se fuera a la mierda otra vez, ahora con patada
incluida.

—Spreen se lo llevó por una razón, ¿cuál es?

Luzu lo miró comprendiendo a qué se refería y bajó su mirada con vergüenza.

—Yo iba a…Mi hijo iba a casarse con alguien de otro pueblo y yo…creo que él no quería eso.

—¿Crees?

—Sé qué no quería casarse, por eso escapó —corrigió intentando arreglar sus palabras—. Pero
créeme, solo quiero que esté a salvo. Me preocupo por él.

El chico soltó un suave bufido incrédulo, lo cuál no le causó ni un poco de gracia al rey. Su ceño se
frunció con molestia.

—¿Piensas que mi hijo no me importa?

—No lo sé, Luzu. No lo sé —su tono fue tajante y un poco irónico hasta cierto punto.

El rey se vio mucho menos tranquilo y complaciente que al inicio de su conversación.

—Por supuesto que me importa. Mira si estás actuando así por lo que sucedió entre nosotros,
Quackity, quiero recordarte que han pasado casi dos décadas. No sabes lo que pienso ahora.

Quackity lo sabía, pero, ¿cómo podía explicarle a Luzu qué para él todo se había congelado? El
momento se paralizó y lo dejó ahí, en su cuerpo de 22 años en el preciso instante en el que Luzu
había dejado en claro que no quería verlo más.

¿Cómo explicarle a alguien que sigues justo donde alguna vez te dejó? Fácil, no puedes. Así que
Quackity se quedó sin decirlo.

—No puedo ayudarte, Luzu. No si tu plan es regresar a tu hijo al infierno de donde escapó —dijo,
sin titubear antes de llamar “infierno” a la vida en el castillo—. Puedo asegurarte que está en
buenas manos con Spreen, pero no te ayudaré.

Luzu negó varías veces con la cabeza.

—No, no, lo entendí, Quackity. Entendí que no quiere casarse, ya lo comprendí —le aseguró—.
No voy a forzarlo, no quiero perderlo de nuevo. Por favor, solo acompañamos y convence a
Spreen. Te juro que si lo haces no me volverás a ver, pero por favor.

No me volverás a ver se repitió en la mente de Quackity cómo un disco defectuoso. Se guardó las
infinitas ganas de decir tal cómo siempre quisiste, pero una vez guardó sus comentarios. Guardó la
rabia, pues ahora que parecía que Luzu no sentía más que indiferencia hacía él, no pensaba seguir
demostrando que sus sentimientos aún estaban ahí.

El orgullo lo estaba ahogando, pero era lo único que le quedaba.

—Bien. Lo voy a…lo voy a intentar —dijo con pesar, pues pensaba mayormente en las
consecuencias inevitables de ello en Spreen y lo que parecía el comienzo de una atracción al
príncipe. Sin embargo, si lograba acercarse, podría prevenir que algo pasara con Spreen. Podía
recuperarse de un corazón roto, de la muerte no—. Pero si regresas a ese chico al matrimonio,
Luzu, te juro que yo mismo voy a alejarlo de ti, ¿entendido?

Luzu asintió con seguridad, tanto que Quackity casi pudo creérselo.

Odiaba conocerlo, pues tal vez en la sombra de la ignorancia podría tener al menos un poco de fé
en él.

***

—Estoy aburrido —se quejó Roier cómo un niño pequeño.

Pensó que sus lecciones con Spreen irían directamente al combate cuerpo a cuerpo o al uso de
armas, pero el capitán había tomado una ruta distinta. Le había mostrado todo lo que tenía que
saber del barco, desde términos hasta un poco de historia de piratas, y ahora le estaba mostrando
cómo hacer nudos.

Roier estaba aburrido a muerte. Tanto que básicamente se dejó caer al suelo de la cubierta donde
estaban trabajando con los nudos y las cuerdas.

Spreen soltó una risa a su lado.

—Principito, levantate —le ordenó, aunque su tono de voz era mucho más suave—. Tenés que
terminar esto.

—¿Tengo qué? —dijo con cansancio, ladeando un poco su cabeza para observar a Spreen de mejor
manera—. Dijiste que me ayudarías a defenderme y…tengo un par de ideas de usos para los nudos,
pero ninguno involucra el defenderme.

El capitán negó con la cabeza antes de rodar sus ojos detrás de los lentes oscuros. Roier tomó uno
de los nudos y se lo lanzó.

—¡No me voltees los ojos, Spring!

Spreen apenas pudo atrapar el nudo, totalmente confundido con las palabras de Roier.

—¿Cómo sabés qué voltee los ojos?

—Porque siempre haces esa madre rara con la lengua. De que, pones la punta de tu lengua entre
tus dientes —hizo justo eso, colocando su lengua justo debajo de su diente canino para demostrar
lo que Spreen aparentemente hacía—. Necesito una forma de saber qué expresión haces cuando no
puedo ver tus ojos, capitán.

Spreen soltó una suave risa y dejó el nudo qué se le había sido lanzado a un lado de él. Roier lo
siguió observando, cómo si esperara que al fin decidiera hacer algo distinto.

Para su suerte, Spreen pareció leer su mente al tiempo que descansaba sus brazos sobre sus piernas
y se inclinaba más cerca de él.

—¿Qué querés que aprendamos entonces, principito?

Roier mordió su mejilla, aunque en verdad no tenía que pensar mucho.

—Puedes prestarme una de tus espadas y…podría aprender a pelear.

Spreen ladeó su cabeza con suavidad.


—¿Seguro?

—Muy. Anda, si nos topamos a Wilbur otra vez quiero saber cómo agarrarlo a putazos.

Spreen se vio divertido con la idea, por lo que no dudó en ponerse de pie. Le ofreció su mano a
Roier para así ayudarlo a levantarse.

—Dale, vamos a ver cuál querés que te preste.

El príncipe tomó su mano y se ayudó de esta para impulsarse y estar de vuelta en sus pies. Por un
momento no quiso soltar a Spreen, aunque aquel pensamiento fue fugaz y desapareció casi en su
totalidad cuando el capitán lo dejó ir de manera gentil.

—Ven.

Caminó hacía su oficina y Roier lo siguió. Como era costumbre, pasaron el recorrido casi hombro
con hombro, envueltos en silencios cómodos que parecían cada vez más usuales.

Ahora al entrar a la cabina, Roier se enfocó inmediatamente en las espadas. Les dio un buen
vistazo, intentando darse cuenta de cuáles serían más fáciles de manejar. Se acercó hasta una
espada específica que llamó su atención y miró a Spreen.

—¿Es una spatha? —al ver a Spreen asentir, sonrió—. ¿Puedo usarla?

—Por supuesto.

Roier se puso de puntitas para poder alcanzar la espada, suspirando cuando la tuvo en sus manos.
Pasó sus dedos por la hoja y sonrió.

—Bien.

—Vamos a mi camarote. No quiero romper nada acá adentro.

Roier asintió y siguió de nuevo al capitán. El camarote estaba casi vacío y tenían suficiente espacio
cómo para moverse, así que fue justo ahí donde se asentaron para comenzar. Spreen comenzó con
la postura y la posición de los brazos y Roier aprendió de forma bastante rápida. Tanto que para
cuando la explicación de las defensas y ataques llegó, Spreen no dudó ni un segundo que el
príncipe lo entendería.

—Vamos a hacer un duelo para arrancar, nada serio, ¿dale? Solo quiero saber si está todo claro.

—Okay.

Y claro que Spreen no se equivocó.

Aunque era una pelea realmente lenta y suave, Roier parecía saber exactamente cuándo atacar y
cuándo defenderse. Tuvo algunos percances, pero no parecía perdido en absoluto.

—¿Estás seguro de que no sabés nada de esto, principito?

Roier movió su cabeza en un gesto de duda.

—Hacía esgrima cuando era chiquito.

Por supuesto que lo hacía.


—¿Te parece si vamos un toque más rápido entonces?

—Sí, no veo porqué no.

Así sucedió. El duelo subió un poco de intensidad y se notó de inmediato. Fue un aliento de aire
fresco para Spreen, pues se sintió cómo si estuviera luchando contra otro pirata experimentado. Sus
pasos coordinados, los errores ni siquiera registrándose en su mente por lo concentrado que estaba
en no dejarse ganar.

La espada resbaló de los dedos de Roier, quién jadeó algo cansado.

—Lo siento.

—No lo sientas —dijo Spreen, levantando la espada y pasándosela—. Tenés talento.

—Spreen, me acabas de ganar.

—Y eso no significa que no seas bueno —a cualquier otra persona le hubiera dicho un
sarcástico "significa que soy mejor que vos", pero con Roier definitivamente no lo haría—. ¿Querés
probar de nuevo?

Un asentimiento fue suficiente. Los duelos se extendieron y cada vez ambos se veían más
determinados a ganarle al otro. No sabían cuánto tiempo había pasado, pero parecía que no les
importaba. No tenían el menor interés en el resto del mundo cuando se estaban observando,
buscando en el otro alguna debilidad.

Ambos estaban sin aliento cuando habían pasado por varios duelos. Spreen solo había perdido el
equilibrio en uno y Roier había sido desarmado en el resto, aunque Spreen le aseguró que eso no
significaba que fuera malo. De cualquier forma y aún con el cansancio de ambos, el príncipe
parecía determinado a ganarle al capitán.

—¿Una última vez o miedo?

Spreen rodó los ojos con cariño, notando por primera vez su lengua entre sus dientes, y solo se
puso en posición para pelear de nuevo.

—Dale.

Comenzaron de la misma forma, aunque Roier se sentía notoriamente más confiado. Era cómo si
tuviera un poco más de idea de cuáles eran los ataques de Spreen. El capitán encontraba esa pelea
mucho más difícil que el resto y aparentemente aquello se notaba.

Roier se detuvo a un lado de la cama y jadeó con una sonrisa.

—¿Te rindes?

—Ya quisieras, principito —dijo quitándose los lentes y dejándolos sobre la cama—. Todavía no
terminé contigo.

El príncipe bufó casi con sarcasmo y comenzó a atacar nuevamente. La pelea se extendió más que
el resto y ambos perdieron el aliento con rapidez.

—Voy a ganarte —había dicho Roier en algún punto.

Spreen negó, pero sentía sus manos perdiendo fuerza sobre la espada.
—No se puede, principito. ¿Sabés por qué?

Roier alzó una ceja.

—¿Por qué?

—Por esto —el capitán soltó su espada y corrió hacía Roier, acercándose para sostenerlo,
cargándolo de la cintura para poder levantar sus pies del suelo.

El chico soltó un chillido y dejó su espada caer para poder golpear los hombros de Spreen.

—¡Spreen! ¡Ya, bájame! —sin poder evitarlo soltó una carcajada, sosteniendo los brazos del pirata
para no caer mientras este los giraba—. ¡Eres un tramposo, culero!

Giraron hasta que Spreen se sintió mareado y dejó a Roier de nuevo en el suelo. Esté se tambaleó,
las risas no dejando que escucharan más allá de sus propias voces.

Roier golpeó a Spreen en el pecho con sus puños, usando muy poca fuerza. Aún no paraba de reír.

—Eres un tramposo, ya iba a ganar.

—No sé, para mí está bastante parejo ahora.

Ambos rieron por más tiempo, la cabeza de Roier cayendo hacia atrás mientras intentaba de
manera bastante inútil el dejar de reír. No notó la cercanía de sus cuerpos ni que Spreen aún tenía
sus manos en su cintura hasta que el momento pasó y sus risas se apagaron.

Roier bajó su mirada a sus manos, las cuales aún estaban apoyadas sobre el pecho de Spreen. Una
de ellas estaba abierta casi en su totalidad, dejando que las yemas de un par de sus dedos rozaran
directamente con la tela de la camisa del capitán. Sus ojos subieron a su rostro y tuvo la necesidad
de suspirar cuando el color violeta se llevó cada parte de su consciencia.

No pudo evitar notar cómo la mirada del capitán bajaba a sus labios, tampoco evitó que sus propios
ojos lo siguieran, también observando los labios de Spreen por solo un segundo. Su corazón latió
fuerte en su pecho y sintió que no había fuerza en el mundo que pudiera moverlo cuando se hundió
en los ojos de Spreen.

Entonces, sintió las manos del capitán aferrarse a su cintura con tan solo un poco más de fuerza y
observó el rostro de Spreen acercarse al suyo. El pánico se apoderó de su cuerpo y su respiración se
atoró en su garganta.

No. Pensé que…¿por qué tú?

Su mano lo ayudó para empujarse lejos un poco, haciendo que Spreen detuviera todo para mirarlo
confundido. Soltó una risa nerviosa y completamente falsa antes de salir completamente del toque
de Spreen.

—Yo…tengo que ir con…con Missa —le aseguró usando cada gramo de control para no dejar que
sus ojos se llenaran de lágrimas—. Perdón, me tengo que ir.

Antes de que Spreen siquiera pudiera responder, Roier salió de la habitación en un segundo,
dejándolo solo. Se sentó sobre su cama para poner soltar un suspiro largo. Había malinterpretado
todo, tal vez dañando su relación con Roier para siempre.

Era un idiota.
Aunque eso era lo mismo que Roier estaba pensando de sí mismo mientras caminaba hacía su
camarote. Era un idiota, un completo imbécil. De nuevo se había dejado llevar por alguna idea
infantil que seguía aferrada a su mente sobre los finales felices tanto que se había olvidado de la
realidad. Quería reír y llorar de manera histérica, pero cuando llegó al camarote solo pudo cerrar la
puerta y mirar la ventana por unos segundos.

No fue hasta que comenzó a sentir las lágrimas rodar por sus mejillas que se desmoronó por
completo. Se deslizó hasta sentarse en el suelo, pegando sus rodillas a su pecho mientras sollozaba.
¿Lo había arruinado todo? ¿Debía haber dejado que el beso sucediera? Tal vez Spreen ya no quería
verlo, lo había jodido todo.

Escondió su rostro entre sus manos y trató de calmar el dolor en su pecho, pero esté no se esfumó.
Estaba frustrado consigo mismo, ¿por qué mierda no solo podía seguir lo que claramente sabía?

Era lindo y encantador y su belleza era su única cualidad importante. Nunca le había parecido
particularmente malo saber que las personas solo lo usaban, pero ver a Spreen en esa posición se
sintió cómo miles de dagas clavadas directo en su corazón.

No podía soportarlo viniendo de él. No podía.

Abrazó sus piernas buscando un poco de consuelo, una pequeña sensación de tranquilidad. Deseó
ser más listo, más interesante, más divertido. Deseó ser algo que alguien pudiera conocer, algo de
lo cuál alguien pudiera enamorarse y no desechar.

Deseó en silencio algo que en su mente era imposible, y aquello hirió más su fracturado corazón.
Chapter 14
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

—Oh, I thought I heard the Old Man say.*

La voz de Rodezel era fuerte y concisa. Lo suficientemente armónica cómo para llamar la atención
de los tripulantes quienes respondieron al canto.

—Leave her, Johnny, leave her.

—Tomorrow ye will get your pay —respondió de vuelta.

—And it's time for us to leave her.

Missa estaba acostumbrado a despertar con las canciones que Rodezel usaba para motivar a la
tripulación. Además, después de toda la locura por la que habían pasado en las últimas semanas,
necesitaban un pequeño empujón.

—For the voyage is long and the winds don't blow, and it's time for us to leave her.

Rivers tomó el timón está vez, por lo que Missa planeaba solo caminar por la cubierta y fingir que
hacía algo mientras descansaba. Lo qué no se esperó fue mirar a un cansado capitán acercarse a él
con urgencia.

—¿Capitán?

—Che, che... ¿viste a Roier? —cuando el chico negó, Spreen solo pudo soltar un largo suspiro—.
Si lo ves, ¿le decís que necesito hablar con él? Sé que está molesto conmigo y no estaba en su
camarote... no sé qué onda..

Missa cruzó sus brazos y miró a Spreen con incertidumbre.

—¿Está molesto contigo? ¿Por qué?

El capitán no respondía preguntas así casi nunca. Solía evadir por completo sus temas personales y
normalmente enviaría a Missa a trabajar sin dudarlo, pero está vez en verdad necesitaba soltar lo
que tenía.

Se acercó al chico, pues no quería que nadie más los escuchara, y comenzó a hablar.

—La cagué mal ayer con Roier. Estábamos entrenando y... quise besarlo.

—¿¡Qué!?

El capitán puso su mano sobre la boca del chico.

—¡Bajá la voz! —le gritó en un susurro—. Sí, casi lo chapo. Seguro que flashee cualquier cosa
antes porque él se mandó a correr y... —soltó al contrario mientras dejaba un largo suspiro salir—.
No quiero que se aleje por eso. No quería hacerlo enojar.

Missa hizo una suave mueca. No se esperaba que Roier lo rechazara de esa forma, aunque si era
completamente honesto, no sabía si al príncipe le gustaba el capitán. La actitud del chico era
naturalmente coqueta, así que era difícil deducirlo.

—Hablaré con él si lo encuentro. No sé preocupe, capitán.

—Gracias, Missa.

El chico le dio un asentimiento de cabeza y con ello se alejó, caminando por su propio camino.
Missa pasó su mano por su cabello con sentimientos encontrados. Pensó que definitivamente debía
buscar a Roier, al menos antes de llegar a la isla.

***

Toda la noche anterior, Spreen había estado dando vueltas en su cama, preguntándose si había una
forma de arreglar lo que había arruinado con Roier. Todo lo que había malinterpretado ahora le
explotaba en la cara y temía perder al príncipe tanto que se sintió extraño.

Tal vez debía acostumbrarse a que todo con Roier sería sinceramente nuevo. Aunque en el
momento esa idea dolía como el infierno.

Lo más coherente era tener una larga conversación entre los dos. Hacerle ver su punto de vista y
mostrarle que realmente estaba arrepentido, aunque seguía sintiéndose igual por él. Sin embargo,
dudaba que Roier quisiera verlo.

O bueno, al menos eso fue lo que asumió hasta que la puerta de su camarote se abrió, dejando a ver
a Roier en el umbral de esta.

—Spreen —habló en un tono bajo, cómo si no supiera cómo acercarse—. ¿Puedo pasar?

El capitán se quedó estático unos segundos antes de asentir de forma repetida.

—Sí, dale, pasá. Vamos.

Roier sonrió y entró al camarote. Se notaba claramente nervioso mientras tomaba un banco dentro
de la habitación para sentarse frente a Spreen, quién estaba sentado sobre su cama. La distancia
entre ellos era masiva, o al menos era así para el capitán.

—Creo que…um, voy a ser muy directo con esto —dijo el príncipe al tiempo que miraba sus
manos. Tomó aire y al fin habló—. Voy a bajar cuando lleguemos a la isla. Ya no puedo quedarme
aquí.

El pecho de Spreen dolió de una manera que no pudo explicar. Llevó una de sus manos a esa zona y
de manera inconsciente trató de cerrar el espacio abierto en su camisa.

—¿Estás seguro? Entiendo que no quieras quedarte acá, sé que mandé todo al carajo, pero no te
quiero arriesgar. Puedo hablar con tu viejo, arreglar un trato y...

—Spreen, no. No, escúchame —lo detuvo en seco, incluso gesticulando con sus manos mientras
nevaba con la cabeza—. No hagas nada más por mi. No puedo darte lo que quieres.

Spreen se mostró confundido de inmediato.

—¿Qué?

—No puedo acostarme contigo y no quiero que hagas cosas para lograrlo. No…no va a suceder.
Lo siento, de verdad.
La confusión se volvió aún más intensa, aunque ahora la mente del capitán era un torbellino.
Estaba prácticamente mareado por las palabras de Roier.

—¿Acostarte conmigo…?

—Sí. Se que debí decírtelo antes y que ya hiciste tanto por mi, es lo mínimo que puedo hacer, pero
no puedo. Y quedarme aquí solo será más ayuda y…

—Esperá, esperá. Roier, no, pará —fue su turno de interrumpirlo, teniendo apenas segundos de
silencio para procesar lo dicho y formar sus palabras—. Primero, eso no es... no me debés nada,
mucho menos acostarte conmigo. Perdón si te di esa impresión, pero no... jamás te pediría algo así
como agradecimiento.

El príncipe pareció atónito con aquella declaración, tanto que ni siquiera supo qué decir. Spreen
aprovechó aquello para continuar.

—Y segundo, no quiero garchar con vos —al notar el sutil cambio en la expresión de Roier, por
poco y entra en pánico—. No lo tomes a mal. No lo digo porque no seas re lindo o... no sé, ¿cómo
te lo explico? —bufó y se pasó las manos por el pelo antes de suspirar—. No siento... no siento
atracción sexual. Y no es por vos, nunca la sentí... con nadie, ¿se entiende?

Roier parecía entender el concepto, pero seguía desconcertado. No tenía sentido, nada de eso tenía
realmente sentido, pues, ¿por qué Spreen habría hecho todo eso por él si no era porque lo deseaba?
No le entraba en la cabeza.

Pero el capitán se veía genuino, tan honesto que aterró a Roier. Sabía que decía la verdad,
entonces, ¿por qué?

—No debí haber intentado chaparte ayer, lo siento, creí que... bueno, no pensé nada en el
momento, pero no lo hice porque quería garchar con vos —aclaró con un suave suspiro que
buscaba quitar la tensión en sus hombros—. Lo hice porque me gustás. Me gustás de una forma...
tan rara que ni yo mismo sé cómo describirla, y es más loco porque todavía necesito conocerte
más, pero no puedo explicar lo que siento de otra manera.

El silencio de Roier lo preocupaba, pero no fue suficiente como para hacer que dejara de hablar.
Necesitaba sacar todo y darle una buena explicación.

—Eso no hace que lo de ayer esté bien, y quiero que sepas que entiendo que no sentís lo mismo.
Jamás te obligaría a hacer algo que no querés —dijo inclinándose un poco para estar al menos
centímetros más cerca—. Si no querés seguir en el barco, no hay drama, pero posta, si no tenés
protección te van a dañar. Por favor, no tenés que convivir conmigo el resto del viaje, pero dejá
que hable con tu viejo.

El príncipe no podía hablar en absoluto, tenía la mirada pegada en algún punto de la habitación, tan
serio que Spreen sentía miedo. Se preguntaba si abrirse de esa forma había sido lo correcto.

Entonces, Roier se puso de pie, se acercó a él y le quitó las gafas sin aviso alguno.

—Dilo de nuevo —pidió en una voz temblorosa, sus ojos clavados en los del capitán—. Quiero que
lo digas de nuevo y quiero saber que estás diciendo la verdad.

—Me gustás —confesó por segunda vez y mantuvo el contacto visual con el príncipe sin un rastro
de dudas—. Y no solo para algo de una noche, me gustás en serio. Me gustás porque sos re amable,
e inteligente, y tenés un sentido del humor increíble...y porque cada vez que te veo siento que todo
en mí se ilumina y me siento tan pelotudo —prácticamente susurró lo último, como si no quisiera
que nadie más pudiera escucharlo—. Y me gusta. Me gusta que me hagas sentir eso.

Roier lo observó unos segundos más antes de sentarse a un lado de él, prácticamente cayendo
sobre la cama. Spreen lo miró con la cabeza un poco ladeada y con preocupación. No podía leer al
príncipe.

—No lo entiendo.

—¿Qué cosa, principito?

—Todo —murmuró sintiendo su cabeza casi dolerle—. Pero…me siento igual que tú —dijo
bajando un poco su voz—. También me…gustas…

Los ojos de Spreen se iluminaron junto a todo su rostro. Las comisuras de sus labios se alzaron en
una suave sonrisa sin dientes.

—Siento haber huído ayer.

—No te disculpes —le pidió. Mantuvieron el contacto visual unos segundos antes de que Spreen
bajara la mirada y comenzara a reír—. Quackity tenía razón.

Roier frunció el ceño un poco confundido, aunque ahora su usual sonrisa estaba de vuelta en su
rostro.

—¿En qué?

—Tenés demasiado poder sobre mí —dijo sin nada de miedo, parecía más contento que asustado
—. Y lo peor de todo es que ni te das cuenta.

Las violetas se hundieron de vuelta en los profundos ojos chocolate de Roier. El príncipe soltó una
suave risa, tal vez la más genuina que Spreen había visto surgir de su pecho. Sus ojos casi se
cerraron y unas preciosas arrugas sobresalieron de alrededor de sus ojos.

—Lo sé ahora.

—Mhm…¿qué vas a hacer con ese conocimiento?

Roier se encogió de hombros y puso una mano sobre la cama, justo a un lado de donde Spreen
había puesto las suyas.

—Honestamente… —murmuró y por primera vez se permitió preguntarse de manera genuina que
era lo que quería—. Solo quiero que me beses.

Spreen se deslizó para estar más cerca de él en la cama y subió su mano hasta su barbilla. Sus
movimientos eran inciertos y todo le era extraño. Su mano jamás había temblado al empuñar su
espada en un duelo, pero ahora, sosteniendo la barbilla de Roier y a punto de probar el cielo en la
tierra, podía sentir su mano moverse de manera irregular.

—¿Estás nervioso? —se burló Roier en un susurro.

—Oh, callate.

Una suave risa comenzó a surgir de parte del príncipe justo cuando Spreen cortó la distancia entre
ambos, silenciado el sonido entre sus labios. El beso no subió de intensidad y se mantuvo, tan
suave y dulce mientras Spreen subía su mano a la mejilla de Roier para tenerlo más cerca.
El príncipe se inclinó un poco sin romper el contacto en ningún momento. Lo que estaba sintiendo
no se parecía nada a los besos que había compartido antes, solo porque había cariño genuino en
este. No era solo deseo vacío, ni desesperación por pasar más allá, era dulzura y un sentimiento tan
puro que Roier pudo morir ahí. Podía morir en los labios de Spreen, y moriría feliz.

Cuando el beso terminó, Spreen colocó un mechón que había caído sobre el rostro del príncipe
detrás de su oreja.

—Te juro que vamos a tener una cita decente después.

Roier rió y asintió sin dudarlo.

—No puedo esperar.

Antes de que cualquiera de los dos pudiera acercarse al otro, alguien tocó la puerta del camarote.

—Capitán —se escuchó la voz de Rivers detrás de la puerta—. Acabamos de llegar a Tortilla.

Spreen se puso de pie.

—Empiecen a desembarcar. Voy a buscar a Cellbit.

—Sí, capitán.

Los pasos de Rivers se alejaron y el capitán se giró de vuelta con Roier. extendiendo su mano para
que él pudiera tomarla y ponerse de pie con él.

—Dale, principito. Tenemos que conseguir ropa nueva.

Roier tomó la mano de Spreen y lo siguió. Mientras salían y el hombre se colocaba los lentes
oscuros nuevamente, el príncipe solo pudo pensar en una cosa. Su padre se había equivocado.

Chapter End Notes

*: Los "sea shanties" o "canciones de marineros" son canciones que los piratas solían
cantar en el mar para animar a la tripulación para terminar tareas, beber o
desembarcar. La canción que están cantando se llama "Leave Her, Johnny".

Please drop by the archive and comment to let the author know if you enjoyed their work!

También podría gustarte