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Algo en el ambiente

L. SHERMAN

Traducción de Maria Ermitas Barrasa


© L. Sherman, 2020

Título original: Something in the air

Traducido por: María Ermitas Barrasa

Diseño de cubierta: Rikke Ella Andro

ISBN 978-91-80341-61-5

© de esta edición: Word Audio Publishing International/Gyldendal A/S,


Copenhague 2022

Klareboderne 3, DK-1115

Copenhague K

www.gyldendal.dk

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Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, organizaciones y eventos


retratados en esta novela son productos de la imaginación del autor o se
utilizan ficticiamente.

Todos los derechos reservados. Queda prohibida, salvo excepción prevista


en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación
pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los
titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual
(Art. 270 y siguientes del Código Penal).
Sentí que la oscuridad me envolvía y que el sueño me alcanzaba. Tal vez
fuera el cálido cuerpo acurrucado junto al mío, que embargaba mis
sentidos y me arrastraba hacia abajo. Se arrimó más a mí y la estreché con
afán protector. ¿Y si mi vida pudiera ser algo más que esa vida voluble que
llevaba?
Emily

—¿Está ocupado? —me preguntó una voz grave.

Apenas levanté la vista de los coloridos gráficos que tenía desperdigados


por toda la mesa, y respondí de inmediato:

—No, puedes sentarte, pero creo que no voy a ser una gran compañía. —
Hice un gesto con la mano como para indicarle «¿no ves que estoy
trabajando?».

Estaba en una mesa baja de cristal en el vestíbulo del hotel. Hacía ya un par
de horas que me había sentado para preparar la importante reunión del día
siguiente, después volvería a casa, a Dinamarca. Estaba en Nueva York con
la intención de conseguir uno o tal vez dos clientes nuevos para SoMe&U?,
mi agencia de comunicación en redes sociales. Por algún motivo, las
empresas americanas se habían fijado en mi pequeña agencia con sede
danesa, y esa era la razón por la que me reuniría con otro posible cliente al
día siguiente. Ese mismo día, me había reunido ya con una marca de moda
que quería acceder al mercado europeo. Mi próxima reunión era con una
marca de lencería que ya disfrutaba de éxito en Europa, pero que controlaba
todas sus operaciones desde Nueva York y buscaba a alguien que le llevase
el marketing del «mercado extranjero», por así decirlo.

—Por mí no hay problema. Solo necesito sentarme y desestresarme un


poco, nada más —respondió mi nuevo acompañante—. ¿Quieres que te
traiga algo del bar? —me ofreció, amable.

Permití que mi mirada se posase sobre él para responder.

Tal vez no debería haberlo hecho porque, ¡guau!, era impresionantemente


guapo y estaba tan bueno que iba a suponerme una distracción.

Mis sentidos reaccionaron al instante. Se me endurecieron los pezones bajo


el sujetador de encaje y la camisa de seda, lo que lanzó un mensaje directo a
mi zona pélvica. ¿Dónde tenía la cabeza? Vale, en realidad, sabía de sobra
la respuesta a esa pregunta: siempre centrada en el trabajo y, después, un
poco más de trabajo. Desde el asiento, calculé que podría medir algo más de
1,80 m. Tenía el pelo oscuro, un poco más largo en la parte superior que a
los lados. Bajo la camisa azul celeste, que llevaba remangada hasta los
codos, se intuía un cuerpo musculoso y en forma. Sin embargo, su rasgo
más atractivo eran sus ojos. Eran de color azul zafiro y me sonreían como si
me hubieran pillado con las manos en la masa, lo cual se acercaba bastante
a la realidad. No pude evitar mirarlo fijamente y dejar volar mi lasciva
imaginación. Por un brevísimo instante, en mis pensamientos, me había
levantado la falda hasta la cintura, me había colocado sobre la mesa y me
había apartado las bragas mientras, de rodillas, sobre la suave alfombra, me
penetraba por detrás.

—¿Qué tomas? —interrumpió de golpe mis pensamientos.

Agité la cabeza para volver a la realidad.

—Bueno, son más de las cinco, así que, ¿qué tal un gin-tonic? —Enarqué
una ceja y, para mi propia sorpresa, tonteé con el desconocido.

—Marchando un gin-tonic. —Una sonrisa furtiva se le dibujó en la


comisura de los labios cuando se percató de mis pensamientos lujuriosos.

Me pasé una mano por las oscuras ondulaciones, que me llegaban hasta los
hombros, con la intención de domar mi ingobernable cabellera. Pero, como
de costumbre, fue inútil.

Mientras me retocaba el brillo de labios, estudié la espalda de mi nuevo


amigo y, tenía que reconocer, también su trasero. Se intuían unos muslos
robustos y músculos bien esculpidos bajo los vaqueros. Joder, era un
auténtico bombón. Usé los papeles de la mesa para abanicarme y traté de
bajar el ritmo desbocado de mi corazón. Por imposible que pareciera la
empresa, necesitaba que fuese mío esa noche. Hacía demasiado tiempo que
no disfrutaba de sexo desinhibido y salvaje, ni de cualquier otro tipo de
sexo, en realidad.

Me desabroché con discreción los dos primeros botones de la camisa de


seda para dejar al descubierto el borde del sujetador de encaje y el generoso
escote. Había elegido muy cuidadosamente el conjunto que llevaba. Una
falda negra ceñida, a juego con una americana entallada y una blusa roja de
seda sin mangas, que hasta hacía un momento había llevado abrochada con
recato hasta arriba. La americana estaba tirada en la silla de al lado. Igual
que mis zapatos negros Louboutin de tacón alto, que estaban desperdigados
bajo la mesa. A pesar del frío clima invernal de las calles de Nueva York, en
mi hotel de Manhattan hacía bastante calor, ¿o era yo?
Vaughn

No me giré hasta que llegué a la barra del bar. ¿Era coincidencia o pura
suerte? Todos los demás asientos del vestíbulo estaban ocupados,
principalmente, por grupos que se acurrucaban alrededor de un chocolate
caliente o que tomaban la primera copa de la tarde. Era el 20 de diciembre y
parecía que era un hotel en el que la gente se alojaba para celebrar la
Navidad. Yo, como de costumbre, solo estaba de paso; salía a la mañana
siguiente desde Newark hacia mi nuevo destino, en esa ocasión, San
Francisco. Pero podría haber sido cualquier otra parte del mundo. Como
comandante en una empresa de aviones privados, el mundo era mi lugar de
trabajo. Sonaba un poco a cliché, pero no dejaba de ser cierto. El hecho de
haberme topado con una mujer atractiva en un hotel lleno de familias era
como dar con el boleto ganador de la lotería.

Por fin conseguí relajarme mientras esperaba a que el camarero preparara


nuestras bebidas, un gin-tonic para ella y un whisky solo para mí. Sí, había
sido uno de esos días. La tripulación había estado fantástica. Habíamos
tenido el honor de llevar a un youtuber y a su troupe desde Londres a
Nueva York. Se habían hecho famosos de la noche a la mañana y ganaban
una fortuna con sus vídeos, pero se les había subido la fama a la cabeza. La
tripulación de cabina se había pasado el largo trayecto desde Heathrow con
el alma en vilo para satisfacer todos sus caprichos y, cuando por fin
aterrizamos, uno de los pasajeros tuvo problemas con su visado de acceso a
Estados Unidos, o más bien con la ausencia del mismo. Nos habíamos
retrasado cinco horas. Y yo necesitaba un trago.

Miré hacia nuestra mesa y la vi inclinada sobre sus papeles. Su cabello


oscuro caía hacia delante como una cortina alrededor de su rostro y me
impedía ver sus bonitos ojos verdes. Bajo la mesa, su pie descalzo, excepto
por las medias, seguía el ritmo de la música; estaba sonando All I Want for
Christmas, de Mariah Carey. Su estilo de vestir era conservador, pero con
un toque personal. Me ponía como una moto, pero no estaba seguro de que
se hubiera dado cuenta. La blusa roja era como un imán. Por algún motivo,
sus redondeados hombros eran tremendamente eróticos. Me humedecí los
labios con la lengua y, al instante, sentí cómo se tensaban mis pantalones
alrededor del pene, que parecía haberse despertado con ganas de juerga. Me
giré para ocultar mi erección y controlar la situación en mi entrepierna.

—Aquí tienes. Un gin-tonic para la señorita. —Le entregué su bebida y


nuestros dedos se rozaron cuando el vaso cambió de manos. Acaricié con
suavidad su pulgar con el mío para comprobar si ella sentía el mismo
cosquilleo que yo.

Una copa llevó a otra y al poco rato estábamos en el bar del hotel,
disfrutando de una cena ligera y compartiendo una botella de vino tinto. La
conversación fluía sin ningún esfuerzo. Me enteré de que era danesa, que
tenía su propia empresa de marketing y que siempre había tenido una
relación estrecha con los Estados Unidos, puesto que había trabajado para
varias compañías norteamericanas antes de montar su propio negocio. Tenía
treinta y ocho años, estaba soltera, con un par de relaciones largas a sus
espaldas, y no tenía hijos, exactamente igual que yo. Yo le hablé de mi vida
errante como piloto en una empresa de aviones privados para clientes
exclusivos, un trabajo que me llevaba a recorrer el mundo entero y que era
el motivo por el que aún no había sentado la cabeza a mis casi cuarenta y
dos años. Medio en broma, le dije que el mundo era mi hogar, pero admití
que tenía un apartamento en Londres, donde tenía la sede mi empresa.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan atraído por una mujer; sin
embargo, esa noche, el flechazo fue total e instantáneo. Y estaba casi seguro
de que ella deseaba el mismo final que yo para aquella velada.

Pagué la cuenta y llegó la hora de la verdad.

La cogí de la mano.

—No puedo prometerte nada más que una noche…, esta noche, pero me
siento locamente atraído por ti y no estoy del todo seguro, pero ¿podría ser
que tú sintieras lo mismo? —le pregunté.

Un encantador tono rosado encendió sus mejillas mientras tartamudeaba:

—Exactamente. —Pasaron unos cuantos segundos antes de que continuara


—. Pero no se me dan muy bien los líos de una noche, siempre acaban
generándose momentos incómodos. —Me miró con aire tímido y algo
inseguro.

—Pues tendremos que ayudarnos mutuamente para convertir esto en una


experiencia fantástica. —Aún tenía su mano en la mía y la ayudé a
levantarse del taburete del bar.
Emily

Me puso la mano en la cintura con ademán posesivo y me llevó hasta el


ascensor del vestíbulo. La calidez de su mano envió pequeñas descargas
eléctricas a lo largo de mi cuerpo a modo de advertencia de lo que se
avecinaba.

El comienzo de Blue Monday, de New Order, sonaba de fondo durante


nuestro corto trayecto en ascensor. Vaughn seguía el ritmo con el pie
derecho. Sentí cómo aumentaba mi excitación mientras esperábamos uno
junto al otro en la caja de metal atestada de gente. Su pulgar dibujó
garabatos en mi espalda y yo me estremecí.

—¿Tienes frío? —me susurró. Negué con la cabeza y él hizo un gesto


afirmativo para indicarme que comprendía perfectamente lo que quería
decir—. Después de ti. —El sonido de parada del ascensor había anunciado
nuestra llegada a la décima planta sin que yo me percatase—. Esta es la
mía: habitación 1004. —Introdujo la tarjeta en la ranura y sujetó la puerta
para que pasase. Casi no se había cerrado del todo y ya me tenía contra la
pared. Su boca estaba muy cerca de la mía, lista para atacar—. Dime que
esto es lo que quieres, por favor.

—Te deseo, desde luego que sí. —Eliminé la distancia que nos separaba y
lo besé. Sentí sus labios suaves y cálidos contra los míos. Deslicé mi lengua
hasta su labio superior como pidiendo permiso para entrar. Su lengua se
apresuró al encuentro de la mía y nos saboreamos mutuamente. Una mezcla
del dulzor del vino tinto y de la impaciencia del deseo. Mis dedos luchaban
torpes y frenéticos con los botones de su camisa. Me era imposible
concentrarme mientras mi boca, mi rostro y mi cuello recibían el asalto de
su talentosa boca, que descendía por mi cuerpo dejando un rastro de besos y
lametazos.

—Rómpela —farfulló sin aliento—. Tengo más camisas… Rómpela.

Agarré las solapas y rasgué. Los botones salieron disparados y se


desperdigaron por el suelo, y yo por fin conseguí recorrer con las manos su
cálido pecho.
—Joder, tienes músculos que no sabía que existían.

Se rio ante mi franqueza.

—Bueno, tengo que mantenerme en forma, me paso muchas horas sentado


mientras trabajo. —Se encogió de hombros, como si no le diera importancia
—. Te toca. Tengo que ver esas fabulosas tetas a las que no he quitado ojo
en toda la noche.

—¿En toda la noche? —lo provoqué—. ¿Eso quiere decir que no has
escuchado ni una palabra de lo que te he dicho y que solo tenías ojos para
mis pechos? —dije con aire seductor mientras me desabrochaba los botones
de la blusa de seda.

—Lo siento, nena, pero tengo debilidad por los pechos, y los tuyos son
realmente espectaculares.

Me había quitado la blusa, pero aún llevaba el sujetador de encaje rojo. Mis
pezones erectos y mis pechos turgentes estaban listos para ser liberados. Él
deslizó la mano derecha hasta mi espalda y abrió el broche con destreza.

—¿Debería preocuparme tu experiencia a la hora de desabrochar


sujetadores? —le pregunté mientras dejaba que la lencería se deslizara por
mis hombros.

—Eres inolvidable y lo sabes, ¿no? —Me lanzó una sonrisa seductora—.


Una mujer descarada. Justo mi tipo.

Mientras reflexionaba un instante sobre sus palabras, su boca encontró mi


pezón. Lamió la parte dura antes succionarlo y todos mis pensamientos
racionales se evaporaron.

—Realmente espectacular —susurró.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo. La sensación en mi pecho viajó hasta


mi pelvis. Tenía las bragas empapadas y estaba deseando quitármelas.

Él cambió de lado y le dio al otro pecho la misma amorosa atención, aunque


sin desatender el primero.
—Vamos a trasladar la fiesta a la cama. —Soltó el pezón con una leve
succión, me llevó hasta la cama y me dejó con delicadeza sobre ella. Se
deshizo de la camisa y se desabrochó el cinturón de los vaqueros. Yo me
arrellané entre las almohadas para disfrutar del espectáculo que tenía
delante. Joder, estaba increíblemente bueno.

Los vaqueros resbalaron por sus atléticos muslos y gemelos.

—¿Estoy despierta o estoy soñando? —fui capaz de articular como por arte
de magia—. Pareces esculpido en mármol como el David de Miguel Ángel.

Echó la cabeza hacia atrás para soltar una gran carcajada.

—Te toca, preciosa. ¿O debería llamarte Venus de Milo? Así seremos la


pareja perfecta.

Miré fijamente a Vaughn a los ojos mientras me bajaba la falda más allá de
las caderas. Tenía los músculos definidos pero sin exagerar, y un par de
coloridos tatuajes le cubrían el pecho y los bíceps. Me resultó extraño y un
poco fuera de lugar. «La verdad es que no tiene aspecto de tipo duro —
pensé—, pero ¿por qué iba a tenerlo? Hoy en día, todo el mundo lleva
tatuajes». Mi mirada descendió hacia la más que atractiva V de sus
abdominales, que me llevó hasta el montículo en sus calzoncillos. Justo
cuando mi mirada se posaba en su erección, él dejó caer sus bóxers. Me leía
el pensamiento, me provocaba y jugaba conmigo. Su polla se irguió libre. Si
se pudiera considerar bonito un pene, ese lo sería. Largo, recto y grande. No
descomunal, como el de una estrella del porno, pero lo bastante grande
como para que me relamiera los labios ante la expectativa.

—¿Puedo? —Me acerqué a cuatro patas sobre la cama.

—Es todo tuyo, pero quítate las bragas y deja que eche un vistazo a tu
coñito empapado. Siento tu aroma en el ambiente y está volviéndome loco
de deseo.

Se agarró la polla erecta con la mano mientras yo me contoneaba lenta y


seductoramente para deshacerme de las bragas. Sus ojos se llenaron de
deseo al posarse en mi vulva depilada. Me separé los labios mayores con la
mano izquierda y dibujé círculos alrededor del clítoris con el dedo, luego lo
introduje en mi cavidad, mojada, y regresé al clítoris, despacio, para
continuar con el movimiento.

—Emily, me vuelves loco. Deja que te saboree. —Deslizó arriba y abajo


unas cuantas veces la mano que agarraba su polla palpitante y se colocó
entre mis piernas.

—No, de eso nada, no tan rápido. Antes me toca a mí. —Lo empujé hacia
atrás para que se levantara. Mis labios se quedaron a la altura de su pene,
que se balanceaba arriba y abajo como anticipando la diversión que lo
esperaba. Lamí la punta y las gotas de presemen con la lengua.

—Mmm, delicioso.

Se soltó la polla y dejó caer la mano a un lado. Le agarré el miembro por la


base y me lo metí hasta la garganta, tan profundo como pude en un solo
movimiento. Lo lamí mientras me deslizaba de nuevo hasta la punta y
succioné la zona más sensible.

—Me tienes loco —dijo con voz ronca—. Nena, eres la bomba. —Tenía la
polla bien profunda y sus manos jugaban con mi cabello—. Necesito
follarte la boca.

Asentí, con la boca aún llena de él. Aceleró el ritmo y controló los
movimientos de mi cabeza.

—Me vuelves loco, joder, eres alucinante —dijo—. Pero no quiero


correrme así. La primera vez, no.

Me atrajo hacia arriba y me besó apasionadamente antes de dejarme con


delicadeza sobre el edredón y abrirme las piernas. Yo aún llevaba las
medias de liga puestas, que me llegaban hasta los muslos, y me excitó
muchísimo ver la cabeza de Vaughn entre ellas. Sus manos se deslizaron
por mi vientre hasta mis pechos, posó la cabeza en la parte interior de mis
muslos y sentí su cálido aliento justo donde lo deseaba.

—¿Estás lista para correrte, nena? —me preguntó.


Y yo solo pude gemir:

—Sí.
Vaughn

Emily estaba reclinada cómodamente sobre las almohadas, pero se apoyaba


sobre los codos para disfrutar del espectáculo mientras yo rodeaba su
clítoris con pequeños lametazos arriba y abajo. No se imaginaba cómo me
hacía sentir. O tal vez sí, porque me daba la sensación de que el afecto era
mutuo.

—Estoy casi a punto, Vaughn, por favor, deja que me corra.

Le soplé el abultado clítoris y continué con la danza de mi lengua alrededor


de su erecta protuberancia. Mi dedo índice exploró su calidez, e introduje
primero uno y luego dos dedos en su vagina.

—Cielo, estás tan excitada y tan mojada que estoy deseando metértela muy
dentro.

Sus músculos internos se contrajeron alrededor de mis dedos mientras yo


lamía y succionaba su deliciosa voluptuosidad.

—¡No puedo más, me corro, joder, me corro! —gritó mientras la invadía el


orgasmo. Seguí lamiéndola durante el clímax y continué aún un poco más
para conseguir que se corriera continuamente en mis dedos y en mi boca.

Me incliné por encima de ella para alcanzar mi cartera en la mesilla de


noche, cogí un condón y me lo puse con rapidez. Emily apreció el gesto y
me sonrió con sus preciosos ojos verdes. Me coloqué entre sus piernas y
situé la polla en su abertura.

—¿Estás lista para el auténtico espectáculo? —le pregunté mientras le


pellizcaba el pezón erecto para estimularla.

Ella atrajo mi cabeza hasta la suya y me besó como solo lo haría una
amante.

—Estoy lista, semental, dame lo mío.

Con un movimiento ágil, me introduje en su cálido interior.


—Dios, ¿quieres matarme, mujer? —Me deslicé despacio hacia fuera para
regresar a su interior rápidamente—. Inolvidable.

Comencé un ritmo vertiginoso de bombeo sobre una Emily que suspiraba y


se estremecía debajo de mí. Qué gustazo hundirme en su cálido y sensual
túnel. Sus músculos se contrajeron de nuevo y comenzaron a temblarle las
piernas.

—Dime, nena, ¿estás lista de nuevo? —le susurré, y la besé bajo la oreja, en
el punto más sensible.

—Voy a correrme otra vez. Qué fuerte. ¡Me corro! —gritó durante su
segundo orgasmo.

Y yo seguí follándola fuerte para prolongar la sensación. Mi propio clímax


no estaba lejos y comenzó con un cosquilleo en la base de la columna.

—Joder, Emily, sí, joder —gruñí mientras mi propio orgasmo se apoderaba


de mí por completo y llenaba el condón.

Me eché a un lado para no aplastarla. Aún tenía el condón puesto, pero me


lo quité, lo até y lo dejé en el suelo.

—Luego me encargo de tirarlo.

Emily estaba tumbada bocarriba a mi lado con la misma sensación de


abandono que la mía.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó en voz baja sin mirarme.

—Ha sido la bomba, nena. Insuperable.


Emily

Me desperté en mitad de la noche con más sed que si estuviera en el


desierto del Sahara. Miré el reloj y vi que solo eran las tres de la
madrugada. El brazo de Vaughn me rodeaba, pesado. Ya nos habíamos
buscado otra vez durante la noche y habíamos hecho el amor lentamente en
la oscuridad. Levanté el edredón con cuidado y salí a hurtadillas del calor
de la cama. Fui hasta el baño de puntillas y crucé los dedos para que no se
despertara. No estaba preparada para enfrentarme al maratón de sexo
apasionado que acabábamos de escenificar. Uf, me escocía todo entre las
piernas, pero qué maravilla de sensación. Comprendí que era justo lo que
había deseado y se me escapó una sonrisa. Cogí una botella de agua del
minibar y me la bebí entera de un trago. De nuevo, me metí en la cama con
todo el cuidado posible para no hacer ruido. Murmuró algo que no fui capaz
de comprender y me atrajo hacia sí para abrazarme.

—¿No puedes dormir? —Tenía la voz ronca por el sueño, pero otra parte de
su cuerpo estaba despierta del todo. Me contoneé contra él y sentí su pene
erecto entre las nalgas. Una sensación salvaje me recorrió y sentí cómo me
mojaba de nuevo—. ¿Quieres más? —me susurró.

Era como si mi cuerpo cobrase vida propia y mi cerebro se hubiera


desconectado. Apreté la espalda contra su musculoso torso y apoyé el
trasero en su polla con ademán suplicante.

—Sí, por favor. Más —respondí entre gemidos.

Una mano alcanzó mi pezón, lo pellizcó, lo soltó y volvió a pellizcarlo.


Pura tortura, eso era; lo necesitaba dentro de mí. La otra mano avanzó hasta
más abajo y merodeó con deleite cerca de mi clítoris palpitante. Su boca me
susurró palabras dulces al oído y su lengua lamió mi sensible oreja.

—Joder, nena. ¿Qué me haces? Necesito estar dentro de ti… ahora. —Con
un movimiento rápido, se giró hacia un lado para alcanzar otro condón.

—Me encanta que viajes tan preparado. —Estaba tumbada bocarriba y


admiraba cómo se le marcaba la musculatura de los bíceps mientras
desenrollaba el condón por su miembro erecto. La oscuridad de la
habitación nos envolvía. Tan solo pequeñas ráfagas de luz de las calles de
Nueva York atravesaban las cortinas e iluminaban los coloridos tatuajes de
su pecho y de sus brazos. Se colocó entre mis piernas, que yo había abierto
solo para él.

—Eres una auténtica belleza —rompió el silencio. Extendió su mano firme


en mi vientre mientras se colocaba en mi ardiente abertura.

—Ahora, por favor, ahora. No me hagas esperar. Estoy lista y te deseo. —


La Emily razonable había desaparecido y en su lugar estaba la salvaje
irresponsable que yo misma no reconocía. Estaba completamente poseída.
Hechizada por su embrujo. Despacio, muy despacio, deslizó su polla entre
mis pliegues y continuó hasta muy adentro.

—Aaagh —gemí mientras me llenaba por entero y un poco más.

—¿Estás bien? —me preguntó, preocupado.

—Sí. Me haces sentir de maravilla, pero estás bien equipado y lo sabes.


Ahora te agradecería que te movieras —le ordené.

—Nos gusta mandar, ¿eh? —Sonrió y me arrebató la boca con un beso


profundo.

Nuestras lenguas jugaron y se consumieron mutuamente. Respiré hondo


mientras él salía y volvía a entrar con fuertes embestidas.

Me toqué los sensibles pezones y sentí que podría correrme solo jugando
con ellos.

—Estoy a punto; nada, no queda nada —gemí.

Él aceleró el ritmo y me folló fuerte y salvaje, como si fuera la última vez.


Sentí las contracciones y, al instante, me vi inmersa en un orgasmo tan
cegador que casi no me percaté de que él también se estaba corriendo muy
dentro de mí. Un fogonazo deslumbrante ardió tras mis párpados y luché
para volver a la superficie. Con un delicado movimiento, se retiró y su
pene, aún medio empalmado, abandonó mi vagina.

—Tengo que deshacerme de esto, cariño.

De nuevo, me quedé inmóvil en la cama mientras notaba cómo desaparecía


su calidez de mi cuerpo. Pero regresó rápidamente y me abrazó por detrás.

—¿Crees que ahora podrás dormir? —Me retiró el pelo hacia un lado y me
besó detrás de la oreja—. Duerme, nena, duerme.

Abrí los ojos en la oscuridad y disfruté de la sensación de tener otro cuerpo


junto al mío. El sueño pudo conmigo y el día siguiente llegó más rápido de
lo que hubiera deseado.

***

La cama estaba fría y vacía a mi lado, pero se oía el agua de la ducha en el


baño. Vale, al menos no se había escapado sin decir adiós. Me puse cómoda
bajo el edredón y me tapé hasta la barbilla con la esperanza de que pasase
un buen rato bajo el agua. No tuve tanta suerte. Tras unos minutos, se abrió
la puerta y allí estaba él, mi dios del sexo, ataviado tan solo con una toalla
alrededor de la cintura. Pequeñas gotas de agua resbalaban desde su cabello
hasta sus trabajados abdominales.

—Vaya, dormilona, ¿por fin te has despertado? —Me lanzó una sonrisa
burlona—. Siento mucho tener que ponerme en marcha ya, pero vendrán a
buscarnos en media hora.

Dejó caer la toalla despreocupadamente y me otorgó una vista completa de


su delicioso cuerpo mientras él iba secando las zonas aún húmedas. Me lo
habría tirado otra vez, pero, por lo visto, tenía prisa.

—¿Adónde decías que ibas? —le pregunté para esquivar las cuestiones
inevitables: «¿volveremos a vernos? ¿Me das tu teléfono? Me gustaría que
mantuviéramos el contacto».
—Primero, haremos un vuelo ferry. Lo que significa que hoy volaremos
con el avión vacío hasta San Francisco, y mañana continuaremos hasta
Hawái con un grupo de clientes. Primero, van a celebrar la Navidad y
después, el Año Nuevo. —Se puso un calzoncillo azul oscuro.

—Parece divertido. Yo me vuelvo a casa, a Dinamarca; me voy mañana por


la tarde. —Era consciente de lo cansada que iba a estar en Nochebuena. Por
suerte, iba a celebrarla con mi hermana y su familia y lo único que tenía que
hacer era presentarme con los regalos navideños de rigor—. ¿No te sientes
solo celebrando la Navidad sin tu familia? —Tenía que preguntárselo. Yo
no podía imaginarme unas Navidades sin mi familia y sin su cercanía.
Risas, vino, abrazos y besos de mis seres queridos.

—Los miembros de la tripulación son como mi familia. Y ya estamos


acostumbrados a estar en ruta incluso durante las fiestas. —Se había puesto
los pantalones, pero aún no se había cerrado la cremallera cuando empezó a
abotonarse la camisa blanca de piloto recién planchada—. Normalmente,
buscamos un restaurante agradable en el que disfrutar de una gran comilona
y pasar un buen rato. —Se encogió de hombros y continuó—: Pero, créeme,
mi madre no está de acuerdo con mi forma de vida. —Se rio.

¿Cómo podía afectarme así una persona que había conocido hacía menos de
veinticuatro horas? Suspiré y disfruté de lo relajada que me sentía con él,
sin otra expectativa que lo que tenía en ese momento.

—Por cierto, se me había olvidado decirte que he pedido servicio de


habitaciones: un poco de todo del menú. He supuesto que tendrías hambre.

—Genial. Me voy a quedar acurrucada debajo del edredón; mi reunión no


es hasta esta tarde. —Quería disfrutar de los últimos minutos en su
compañía y tal vez dormir otro poco antes de volver a mi habitación. Aún
era pronto, solo eran las ocho de la mañana.

El tiempo pasó volando, al poco rato ya había preparado el equipaje y


estaba listo para levantar el vuelo y regresar a su mundo. Lo sentí
inalcanzable, como si fuera otra persona, con el uniforme de comandante
con las cuatro rayas distintivas. Dio unos pasos hacia la cama y se sentó en
el borde.
—No sabes cuánto me gustaría meterme en la cama contigo ahora. —
Deslizó los dedos por la piel desnuda de mis hombros—. Lo de ayer fue
totalmente alucinante. —Contuve el aliento un instante. Sí, había sido
extraordinario. No podía compararse a nada que hubiera hecho antes, en el
mejor de los sentidos—. ¿Puedo darte un beso de despedida? —me
preguntó, un tanto indeciso.

Le respondí acercándome a darle un beso casto en la boca y esperé a que él


lo hiciera más profundo. Su lengua recorrió mis labios y yo los abrí,
complacida. Volqué en ese beso todos los sentimientos que no podía
expresar con palabras. Él mantuvo el abrazo un buen rato después de que
nuestros labios se separaran. Su teléfono vibró en el bolsillo.

—Se acabó el tiempo.

—Ahora es cuando la situación se vuelve incómoda. —Solté una risita


frívola.

Él se levantó de la cama y se agachó para besarme en la frente.

—Ve a por todas y déjalos con la boca abierta, cielo.

—Lo haré. No pienso volver a casa hasta que no tenga los dos contratos.

Y se fue.
Emily, el día de Nochevieja

—Hola, Emmy, ¿dónde andas? Traigo burbujas de felicidad. —Oí cómo mi


hermana entraba en la casa.

Habíamos planeado celebrar la Nochevieja juntas, como en los viejos


tiempos. Nos reuniríamos las dos con un grupo de amigas y, cuando se
hiciera más tarde, nos iríamos a un club para continuar la celebración. Su
adorable marido se había ofrecido a llevar al bebé con sus padres; insistía
en que su mujer, mi hermana, necesitaba la noche libre. Era pediatra y había
estado ocupadísima las últimas semanas antes de Navidad. Incluso había
estado de guardia durante las fiestas. Una de las cosas que más me gustaba
de tener mi propio negocio era la posibilidad de decidir cuándo tomarme
tiempo libre y viajar, y cuándo trabajar sin descanso.

Había vuelto de Nueva York con los dos contratos, como me propuse. Me
tuve que contener para no ponerme a dar saltos de alegría, pero, por otro
lado, me invadía una sensación de lo más extraña en el cuerpo. Algo que no
tenía que ver con el trabajo. Era extraordinario haber conseguido dos
clientes nuevos, y ambos en Nueva York. Mi pequeña agencia realmente se
estaba convirtiendo en un negocio internacional.

—Hola, hermana, estoy en el baño —respondí a voces, e intenté recuperar


la compostura antes de que entrara como un torbellino. La privacidad con
mi hermana era inexistente e innecesaria.

Se sentó en el borde de la bañera y me ofreció una copa de champán.

—Skål —brindó—. ¡Que empiece la fiesta! ¿Quieres que ponga algo de


música?

Mi móvil estaba sobre el lavabo, lo cogió y comenzó a buscar entre las


listas de reproducción. Tenía un poco de todo y se decantó por una lista de
«Fiesta de Nochevieja» con una mezcla de temas perfecta para la última
fiesta del año.

Por fin, me miró.


—Oye, ¿qué te pasa? —Tenía los ojos rojos e hinchados de haber llorado
toda la mañana.

—Supongo que no hay marcha atrás —dije, y señalé los tres test de
embarazo que teníamos delante—. Dos rayas rojas en los tres.

—¡Cielo, es la mejor noticia del mundo! —exclamó mi hermana—. De


verdad. No pensé que fueras a tener hijos y no te imaginas la ilusión que me
hace ser tía.

—Pero estoy sola. No había planeado quedarme embarazada y menos aún


tener que hacer frente a la responsabilidad yo sola.

—Nos tienes a todos nosotros, y puedes trabajar desde cualquier parte. Va a


ser maravilloso.

—Sí, la verdad es que sí. Pero ahora mismo estoy abrumada. Aunque quiero
tener el bebé, eso lo tengo claro. Puede que sea mi única oportunidad.

—¿Y qué hay del padre? —preguntó mi hermana con voz queda.

—¿Si sé quién es y dónde está?

Asintió con la cabeza, mostrándome su apoyo.

—Nos conocimos en Nueva York, solo pasamos una noche juntos, pero fue
maravilloso y salvaje. Es piloto en una empresa de aviones privados y viaja
por todo el mundo.

—¿Sabes cómo ponerte en contacto con él?

—Mmm, más o menos, pero no sé si le interesa volver a saber de mí. Se


suponía que iba a ser solo esa noche, algo «sin ataduras», pero lo he
localizado en Facebook y en Instagram.

—Bueno, no tenemos que decidirlo ahora. —Me rodeó con el brazo y me


estrechó en un cálido y reconfortante abrazo—. Cuenta conmigo para lo que
necesites, para eso está la familia. —Me acarició el pelo y las lágrimas me
resbalaron por las mejillas—. No estarás sola, preciosa…, pero tenemos que
conseguirte algo sin alcohol para esta noche.
Vaughn, 1 de enero

—¿Le tomo nota, señor?

Estaba sentado en Bora Bora con vistas al océano Pacífico. Viajábamos con
una compañía sensacional en esa ocasión. Primero, los habíamos llevado a
Maui, en Hawái, y ahora estábamos, literalmente, en mitad del océano, en la
Polinesia Francesa. La noche anterior preparamos una gran fiesta para
celebrar la Nochevieja y nosotros también nos unimos a los festejos, en los
que corrieron el champán y los cócteles de todo tipo. La cabeza no estaba
dándome mucho la lata, pero estaba cansado. Por suerte, no teníamos que
volver a San Francisco hasta el día siguiente.

—Café solo y el brunch, por favor —farfullé.

No estaba de muy buen humor. Cogí el teléfono, abrí la aplicación de


Facebook y busqué el perfil de Emily de nuevo. Sí, me estaba comportando
como un auténtico fisgón, pero no podía evitarlo. No nos habíamos dado el
teléfono y tampoco éramos «amigos» de Facebook. La mañana de después
fue un tanto apresurada y ninguno de los dos dio el paso de plantear un
posible futuro. Yo no había sido capaz de olvidarme de la noche que
compartimos, y no me costó encontrarla. Su perfil era público y no me
importaba que ella pudiera ver que estaba mirándolo. Y lo hacía a menudo.

—¿Está ocupado? —Una voz rompió el silencio.

Al mirar hacia arriba, vi a Stella, una compañera del grupo. Habíamos


bailado y coqueteado la noche anterior, pero no había pasado nada más. La
verdad era que me alegraba de no tener que enfrentarme también a una
resaca moral en el mismo día.

—No, puedes sentarte, pero es posible que no sea muy buena compañía —
añadí.

Joder, no tenía energía para hablar con ella en ese momento. Era simpática
y tenía un cuerpo fantástico. Llevaba la melena larga y rubia recogida en
una coleta alta, y vestía ropa de deporte ajustada que se ceñía a sus curvas
como un guante. Aunque, pensándolo bien, era exactamente lo que
necesitaba, un polvo rápido, un desahogo y, tal vez, la posibilidad de
olvidar. Pero era consciente de que el problema estaba en mí. Me faltaba
algo. Sentía un vacío en mi interior que crecía cada vez más. Los primeros
días después de Nueva York, aún podía oler su perfume, oír su risa, percibir
la calidez de su cuerpo junto al mío en la cama. Pero cada vez la sentía más
distante, sentía que se evaporaba, y temía que la sensación desapareciera
por completo, por eso me aferraba a mi dosis diaria de la fascinante Emily
en las redes sociales.
Emily, un viernes de mayo
American Bar, Hotel Savoy, Londres

—Una copa de margarita sin alcohol y dos margaritas normales para las
señoritas y el caballero. —El camarero colocó nuestras bebidas sobre la
mesa.

Estábamos en la coctelería más famosa de Londres: The American. Un bar


con varios premios internacionales que había recibido el título de «Mejor
Bar del Mundo». Era una ocasión especial que merecía una celebración por
todo lo alto. Mis clientes acababan de recibir las primeras cifras de ventas
del mes de abril. A finales de marzo, habíamos lanzado una nueva marca,
una nueva página web y nuevos perfiles en redes sociales. Pero una cosa era
garantizar que la imagen de marca quedase estupenda, con un estilo
coherente y una narrativa estructurada, y otra muy distinta era ser capaz de
estimar cuándo recuperaría el cliente la inversión. Había sido muy
estresante, pero, para nuestra sorpresa, las ventas de abril habían subido
como la espuma y habían superado nuestras mejores expectativas.
Habíamos calculado ciertos porcentajes para empezar, pero eso era
increíble. Se trataba de una empresa emergente danesa propiedad de dos
hermanos: Michael y Christina. La marca vendía muebles pequeños
diseñados en Dinamarca y se llamaba MCDK. Estaban tratando de hacerse
un nombre en el mercado londinense y yo había volado hasta Londres para
reunirme con ellos.

Brindamos y reímos, felices por el tremendo éxito que estábamos teniendo.

—Estoy deseando ver qué tal nos va en mayo. —Sonrió Christina.

—Yo también. Y estoy superemocionada con nuestra campaña de verano,


que empieza en junio. No sabéis lo agradecida que estoy de poder trabajar
con vosotros. —Levanté la copa una vez más mientras observaba al resto de
los clientes, que lo estaban pasando en grande en el bar tras una larga
semana de trabajo. De pronto, mis ojos se detuvieron en un trasero muy
atractivo. En un culo prieto y musculoso, en unos pantalones de traje azul
oscuro y en una impecable camisa gris oscura que se tensaba alrededor de
unos bíceps bien definidos. Se me secó la boca y respiré profundamente…,
lo que daría por disfrutar de sexo «sin ataduras» de nuevo.

«¿En qué estás pensando, Emily? —me reprendió, enfadada, mi voz interior
—. Acuérdate de cómo acabó la última vez».

—Sí, ya lo sé —farfullé.

—¿Has dicho algo? —me preguntó Christina, y volvió a sonreír.

—No, solo estaba admirando al tipo de pelo oscuro de la barra. —Señalé


con discreción y sus ojos siguieron la indicación de mi dedo.

—Ñam, ñam, ñaaam… Esos pantalones se ciñen perfectamente a su


precioso culito. Cómo te entiendo. —Me guiñó un ojo y ambas fijamos
nuestras miradas en él.

Él se inclinó un poco, como para escuchar lo que su acompañante estaba


diciéndole. Parecían tener una relación cercana e íntima y yo no pude evitar
mirarlos, embobada. Ella era tan guapa como él, su perfecto contrapunto,
con la melena larga y rubia, el cuerpo delgado pero con curvas y un vestido
rojo ajustado que rezumaba sensualidad. Suspiré y me acaricié el vientre,
abultado por un embarazo que ya no podía ocultar. Más valía que me
olvidase, al menos en un futuro próximo.

—Perdonadme, pero tengo que ir al baño, este pequeñajo se ha aposentado


justo en mi vejiga.

Christina se hizo a un lado para dejarnos espacio a mí y a mi barriga, y yo


fui a buscar el baño.

No tenía más remedio que pasar al lado de la atractiva pareja de la barra.


Mientras me acercaba, ella se puso de puntillas para besarlo. Me era
imposible pasar sin pegarme a ellos. La zona estaba atestada y tenía que
abrirme camino entre ellos y la ruidosa multitud, cosa que no resultaba del
todo sencilla con mi vientre prominente.
—¡Ay! —exclamé, pero aterricé sobre unos brazos fuertes que reaccionaron
a tiempo para sujetarme. Un hombre me había empujado sin querer al
levantarse de la mesa—. Perdón. Soy muy patosa. —Sonreí a mi rescatador,
que me cautivó con sus ojos brillantes y más que familiares.

—¡Emily! —Seguía sujetándome por los brazos porque yo aún corría el


riesgo de caerme.

La mujer rubia nos miraba fijamente con una expresión de desconcierto en


el rostro.

Vaughn, que era todo un caballero, nos presentó.

—Esta es Emily. La conocí en Nueva York justo antes de… Navidad, creo
que fue.

Joder, el muy imbécil ni siquiera se acordaba de cuándo habíamos


compartido nuestra maravillosa noche juntos. Traté de poner buena cara,
pero estaba segura de que la sonrisa no se reflejó en mis ojos.

—Esta es Lauren —dijo, y continuó—: Qué alegría verte. ¿Qué tal todo? —
Por fin, su mirada descendió sobre mí. El vestido burdeos no ocultaba mi
vientre, que delataba claramente mi embarazo y no podía confundirse con
mera gordura—. Vaya, por lo que veo, tengo que darte la enhorabuena —
balbuceó.

No sabía qué decir. No podíamos hablarlo en ese momento, pero tampoco


podía fingir que no tenía nada que ver con él. Era una cobarde, esa era la
verdad. Había tenido la oportunidad de ponerme en contacto con él
mediante Facebook, pero no me había atrevido.

—Tengo que ir al baño con urgencia —dije—. ¿Estarás aquí cuando


vuelva?

Él asintió con la cabeza. La sonrisa se le había desdibujado ligeramente,


como si poco a poco fuera percatándose de la realidad.

Lauren había cogido su copa y disfrutaba del espectáculo.


—Vaya, vaya. La noche se pone interesante, cariño. —Le acarició de forma
ostentosa el pecho con una uña pintada de rojo.

Yo aceleré el paso hacia el baño.


Vaughn, la misma noche

Lauren me sonreía con aire sarcástico.

—Venga, para ya, no es tan gracioso.

Lauren era mi cita. Estaba de visita unos días en Londres mientras yo estaba
fuera de servicio. Nos veíamos siempre que podíamos. Ella llevaba una vida
tan desarraigada como la mía: era modelo en París. Y nuestro acuerdo,
como solíamos llamarlo, funcionaba para ambos. Disfrutábamos de sexo
apasionado cuando nos apetecía sin generar ningún tipo de expectativa.

—Parece que has visto a un fantasma. ¿Quién es la chica? —Enarcó la ceja


con aire inquisitivo.

—Un fantasma no, pero casi. —Me rasqué la barba incipiente del mentón.

—Me pregunto si el padre del bebé estará aquí esta noche. —Lauren esbozó
la sonrisa de una depredadora que ha cazado a su presa—. Una futura mamá
tan guapa no estará soltera durante mucho tiempo. —Alzó el brazo para
acariciarme el pelo, pero yo di un paso atrás bruscamente. Sus caricias me
quemaban. No eran sus manos las que quería sentir, ya no.

—La verdad es que no lo sé, Lauren, pero tengo que hablar con ella.
¿Podemos despedirnos por hoy? Te compensaré, lo prometo —le supliqué.

Lauren le dio un sorbo a su cosmopolitan.

—No quiero. Tenía muchas ganas de que pasásemos la noche juntos. Ya sé


que no tengo derecho a ponerme celosa.

—Hace meses que no veo a Emily y tengo que reconocer que no he sido
capaz de quitármela de la cabeza.

—¿Qué coño? ¿Crees que quiero oírte hablar de otra mujer? Joder, Vaughn,
te deseo, y hace siglos.

Me agarró con ademán posesivo para darme un beso.


—No puedo. No va a pasar. Mi futuro está en juego.

Lauren se quedó clavada en el sitio.

—Creí que tú y yo éramos iguales, nada de sentimientos. Pero qué


equivocada estaba. —Se pasó una mano seductora por sus curvas perfectas.
Era una mujer increíblemente guapa, pero, de pronto, mis sentimientos
hacia ella se habían desvanecido por completo.

—¿Interrumpo? —Oí una voz tímida cerca de mí. Emily había vuelto. Me
pasé una mano por el pelo mientras la observaba de nuevo. Mis sueños no
habían hecho justicia a la realidad que tenía delante.

—No, no, para nada —contesté, pero Lauren dio un pisotón en el suelo
como una niña malcriada en plena rabieta para demostrar justo lo contrario
—. Lauren, ¿te importa?

Se acabó la copa de un trago y me dijo entre dientes:

—Cabrón. No vuelvas a llamarme nunca.

Emily no se movió y permaneció, estoica, a mi lado. Me pareció una buena


señal. Deslicé una mano protectora por su espalda y la posé en su cintura.

Vimos cómo desaparecía mi cita entre la multitud; sin duda, era lo mejor.

—¿Nos sentamos en algún sitio? Si estoy de pie demasiado tiempo, acaban


doliéndome los pies. —Emily fue la primera en romper el silencio.

—Por supuesto. O podemos ir al vestíbulo, que está aquí al lado y hay


menos gente. —Percibí que dudaba.

—Vale, pero tengo que avisar a mis amigos…, a mis socios, de que me voy.

Estaba encantadora. Su preciosa melena oscura descendía como una


cascada sobre sus hombros, y me fijé en sus más que prominentes pechos y
en sus carnosas y redondeadas nalgas. «Para ya, cabrón», me ordenó mi voz
interior.
Emily volvió y la guie a través de la multitud hasta que salimos del bar. Nos
sentamos en un sofá en un rincón del vestíbulo del hotel. No pude evitar
pensar que todo había empezado precisamente en el vestíbulo de un hotel y
que tal vez también terminaría en uno.

—¿Tienes sed? —le pregunté.

—No, gracias.

—¿Qué tal estás? —pregunté, vacilante.

—Bien. Bueno, excepto por las náuseas matutinas, pero ya casi se me han
pasado.

La miré a los ojos; necesitaba mucho más. ¿Cómo había estado de verdad?
¿Había pensado en mí? Y, finalmente: ¿era yo el padre de su hijo? ¿O tal
vez había encontrado a alguien importante justo después de nuestra noche
juntos? Puede que incluso hubiera tenido novio desde el principio.

Qué puto lío.

—¿Estás con el padre? ¿Tienes novio? —lancé las dos preguntas con
rapidez, una detrás de otra. Más valía poner las cartas sobre la mesa de una
vez por todas. Esperar era una pérdida de tiempo.

—No, no estoy con el padre. No vivimos en el mismo país. —Me miró


intensamente.

¿Qué coño quería decir? ¿Era yo? No estaba del todo seguro, pero era lo
único que tenía sentido. Joder, ¿estaba preparado para convertirme en
padre? Eso no me lo esperaba para nada.

Parecía un ángel de pelo castaño. Mi mirada se desplazó desde sus ojos


brillantes hacia sus pechos y se detuvo en su vientre abultado; estaba
deseando acariciarlo. Su mirada volvió a interceptar la mía.

—Puedes tocarlo —dijo con timidez, y coloqué la mano delicadamente


sobre su vientre.
La redondeada barriguita estaba dura. Claro que tampoco era que yo supiera
qué esperar. Mis dedos dibujaron caricias circulares en su redondez. Y una
sensación desconocida inundó mi cuerpo. Por un instante, cerré los ojos y vi
mi vida pasar ante mí: nacimientos, Navidades, cumpleaños, boda, ella en
mi cocina con un bebé en los brazos y otro en camino.

—Tal vez podrías hacer algo al respecto —contraataqué de pronto. Era mi


vida y no iba a permitir que se me escapara de las manos.

—Podría ser si aún nos hablásemos —respondió, veloz.

¿Qué pretendía? Podíamos seguir lanzándonos dardos sarcásticos el uno al


otro, pero ¿de qué servía?

—Querida, hacen falta dos para bailar el tango. —No pude evitarlo y
permití que mi mirada viajara desde su rostro hasta su vientre—. Estoy
seguro de que nadie visita tanto tu perfil como yo, pero has ocultado tan
bien tu embarazo en todas las redes sociales que no tenía ni idea. ¿Has
pensado en mí?

—¿Tú qué crees? Vaughn, venga, ya basta de chorradas. El bebé es tuyo,


pero no sabía cómo ibas a reaccionar.

Percibí la inseguridad en sus ojos. No podía permitir que dudase de mis


intenciones. Era una locura. ¿Cómo se podía querer a alguien a quien solo
habías visto una vez?

—Has embrujado mis sueños todas las noches desde que nos separamos. —
La acogí en mi regazo—. Emily, tengo el corazón a mil. Dios, Emily, voy a
ser padre. Ni en mis fantasías más descabelladas había soñado con recibir
este regalo tan maravilloso. —La estreché fuerte entre mis brazos—. He de
reconocer que tengo miedo, pero eres la única mujer con la que quiero estar.
Mi trabajo me ha impedido mantener una relación sana durante años. Pero
no puedo seguir echándole la culpa al trabajo y perdiéndome lo que me
ofrece la vida. ¿Acaso lo nuestro no merece una oportunidad?

Le froté los brazos con suavidad arriba y abajo, y ella apoyó la cabeza en
mi hombro.
—Sí, me gustaría descubrir si la cosa funciona. Y, curiosamente, tú eres
también el único con el que quiero estar. —Se rio y se acarició el vientre
con ademán protector. Yo puse mi mano sobre la suya. Joder, qué sensación
tan alucinante. Un sentimiento mágico de vida, una vida con la que no me
había atrevido a soñar—. Esta noche me resultaste atractivo cuando te vi en
la barra del bar, incluso antes de reconocerte —admitió.

—Esto es muy fuerte, pero nos tenemos el uno al otro.

Atrapé sus labios con un beso. Un beso con el que me resarcía de todas las
horas perdidas y del deseo que sentía por ella, que, por lo visto, iba mucho
más allá de nuestras doce horas juntos antes de Navidad.
Epílogo
Vaughn

Subí las escaleras de dos en dos con la maleta en la mano. Nuestro vecino,
el señor Smith, me vio llegar desde su puerta.

—¿De vuelta a casa por Navidad?

—Sí, exacto. Dos semanas de vacaciones con mis chicas. —Le devolví la
sonrisa—. ¡Emily, ya estoy en casa! —grité, y cerré la puerta de un
puntapié—. Joder, cariño, hace un frío de muerte fuera. —Dejé la maleta y
la bolsa en el suelo y me quité el gorro, los guantes, el abrigo y las botas.

—Estamos aquí, tomando chocolate caliente al calor de la chimenea.

La mejor sensación del mundo era llegar a casa y reunirme con ellas dos, ¿o
debería decir tres? Nuestro cachorro de golden retriever movió, alegre, la
cola para saludarme en el umbral del salón.

Después de nuestro reencuentro en mayo, habíamos decidido darle una


oportunidad a «lo nuestro». Empezamos con una relación a distancia: yo
viajaba a Dinamarca siempre que podía y Emily venía a Londres de vez en
cuando. La fecha del parto y el momento en el que ella ya no podría viajar
en avión se acercaban peligrosamente rápido, así que tuvimos que tomar
una decisión. Mi trabajo y mis horarios eran un infierno para la vida en
familia, pero mi maravillosa Emmy quería darnos una oportunidad. No
dudó a la hora de trasladar su empresa a Londres. De todos modos, sus
clientes ya estaban en diferentes países. No habíamos llegado a ningún
acuerdo sobre mi trabajo. Yo viajaba mucho, pero a ella no parecía
importarle estar sola. A veces, me daba la sensación de que estaba deseando
que saliera por la puerta para poder trabajar. Sonreí al pensar en la escena
que me esperaba.

Emily estaba relajada en el sofá con Sara dormida en el cojín de lactancia.

—Está totalmente dormida, pero me ha dado pena moverla.


Me agaché para acercarme a ellas, acaricié el pelito oscuro de nuestra
preciosa hija y me incliné para darle un beso a mi atractiva novia.

—Guau, eres una auténtica belleza. Soy el hombre con más suerte del
mundo. —Miré la boquita de Sara, que usaba el pecho de Emmy a modo de
chupete, y susurré—: Tienes mucha suerte, señorita. Si no te quisiera
tantísimo, me pondría celoso.

—Más tarde, cielo, más tarde.

Besé a Emily en la nariz, la rodeé con el brazo y la atraje hacia mí.

—¿Qué estás viendo?

—The Holiday, con Jude Law, Cameron Diaz, Kate Winslet y Jack Black.
La película perfecta para ver en Navidad si ya has visto Love Actually un
millón de veces. Todos encuentran el amor cuando menos lo esperan.

Feliz Navidad

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