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L. SHERMAN
ISBN 978-91-80341-61-5
Klareboderne 3, DK-1115
Copenhague K
www.gyldendal.dk
www.wordaudio.se
—No, puedes sentarte, pero creo que no voy a ser una gran compañía. —
Hice un gesto con la mano como para indicarle «¿no ves que estoy
trabajando?».
Estaba en una mesa baja de cristal en el vestíbulo del hotel. Hacía ya un par
de horas que me había sentado para preparar la importante reunión del día
siguiente, después volvería a casa, a Dinamarca. Estaba en Nueva York con
la intención de conseguir uno o tal vez dos clientes nuevos para SoMe&U?,
mi agencia de comunicación en redes sociales. Por algún motivo, las
empresas americanas se habían fijado en mi pequeña agencia con sede
danesa, y esa era la razón por la que me reuniría con otro posible cliente al
día siguiente. Ese mismo día, me había reunido ya con una marca de moda
que quería acceder al mercado europeo. Mi próxima reunión era con una
marca de lencería que ya disfrutaba de éxito en Europa, pero que controlaba
todas sus operaciones desde Nueva York y buscaba a alguien que le llevase
el marketing del «mercado extranjero», por así decirlo.
—Bueno, son más de las cinco, así que, ¿qué tal un gin-tonic? —Enarqué
una ceja y, para mi propia sorpresa, tonteé con el desconocido.
Me pasé una mano por las oscuras ondulaciones, que me llegaban hasta los
hombros, con la intención de domar mi ingobernable cabellera. Pero, como
de costumbre, fue inútil.
No me giré hasta que llegué a la barra del bar. ¿Era coincidencia o pura
suerte? Todos los demás asientos del vestíbulo estaban ocupados,
principalmente, por grupos que se acurrucaban alrededor de un chocolate
caliente o que tomaban la primera copa de la tarde. Era el 20 de diciembre y
parecía que era un hotel en el que la gente se alojaba para celebrar la
Navidad. Yo, como de costumbre, solo estaba de paso; salía a la mañana
siguiente desde Newark hacia mi nuevo destino, en esa ocasión, San
Francisco. Pero podría haber sido cualquier otra parte del mundo. Como
comandante en una empresa de aviones privados, el mundo era mi lugar de
trabajo. Sonaba un poco a cliché, pero no dejaba de ser cierto. El hecho de
haberme topado con una mujer atractiva en un hotel lleno de familias era
como dar con el boleto ganador de la lotería.
Una copa llevó a otra y al poco rato estábamos en el bar del hotel,
disfrutando de una cena ligera y compartiendo una botella de vino tinto. La
conversación fluía sin ningún esfuerzo. Me enteré de que era danesa, que
tenía su propia empresa de marketing y que siempre había tenido una
relación estrecha con los Estados Unidos, puesto que había trabajado para
varias compañías norteamericanas antes de montar su propio negocio. Tenía
treinta y ocho años, estaba soltera, con un par de relaciones largas a sus
espaldas, y no tenía hijos, exactamente igual que yo. Yo le hablé de mi vida
errante como piloto en una empresa de aviones privados para clientes
exclusivos, un trabajo que me llevaba a recorrer el mundo entero y que era
el motivo por el que aún no había sentado la cabeza a mis casi cuarenta y
dos años. Medio en broma, le dije que el mundo era mi hogar, pero admití
que tenía un apartamento en Londres, donde tenía la sede mi empresa.
Hacía mucho tiempo que no me sentía tan atraído por una mujer; sin
embargo, esa noche, el flechazo fue total e instantáneo. Y estaba casi seguro
de que ella deseaba el mismo final que yo para aquella velada.
La cogí de la mano.
—No puedo prometerte nada más que una noche…, esta noche, pero me
siento locamente atraído por ti y no estoy del todo seguro, pero ¿podría ser
que tú sintieras lo mismo? —le pregunté.
—Te deseo, desde luego que sí. —Eliminé la distancia que nos separaba y
lo besé. Sentí sus labios suaves y cálidos contra los míos. Deslicé mi lengua
hasta su labio superior como pidiendo permiso para entrar. Su lengua se
apresuró al encuentro de la mía y nos saboreamos mutuamente. Una mezcla
del dulzor del vino tinto y de la impaciencia del deseo. Mis dedos luchaban
torpes y frenéticos con los botones de su camisa. Me era imposible
concentrarme mientras mi boca, mi rostro y mi cuello recibían el asalto de
su talentosa boca, que descendía por mi cuerpo dejando un rastro de besos y
lametazos.
—¿En toda la noche? —lo provoqué—. ¿Eso quiere decir que no has
escuchado ni una palabra de lo que te he dicho y que solo tenías ojos para
mis pechos? —dije con aire seductor mientras me desabrochaba los botones
de la blusa de seda.
—Lo siento, nena, pero tengo debilidad por los pechos, y los tuyos son
realmente espectaculares.
Me había quitado la blusa, pero aún llevaba el sujetador de encaje rojo. Mis
pezones erectos y mis pechos turgentes estaban listos para ser liberados. Él
deslizó la mano derecha hasta mi espalda y abrió el broche con destreza.
—¿Estoy despierta o estoy soñando? —fui capaz de articular como por arte
de magia—. Pareces esculpido en mármol como el David de Miguel Ángel.
Miré fijamente a Vaughn a los ojos mientras me bajaba la falda más allá de
las caderas. Tenía los músculos definidos pero sin exagerar, y un par de
coloridos tatuajes le cubrían el pecho y los bíceps. Me resultó extraño y un
poco fuera de lugar. «La verdad es que no tiene aspecto de tipo duro —
pensé—, pero ¿por qué iba a tenerlo? Hoy en día, todo el mundo lleva
tatuajes». Mi mirada descendió hacia la más que atractiva V de sus
abdominales, que me llevó hasta el montículo en sus calzoncillos. Justo
cuando mi mirada se posaba en su erección, él dejó caer sus bóxers. Me leía
el pensamiento, me provocaba y jugaba conmigo. Su polla se irguió libre. Si
se pudiera considerar bonito un pene, ese lo sería. Largo, recto y grande. No
descomunal, como el de una estrella del porno, pero lo bastante grande
como para que me relamiera los labios ante la expectativa.
—Es todo tuyo, pero quítate las bragas y deja que eche un vistazo a tu
coñito empapado. Siento tu aroma en el ambiente y está volviéndome loco
de deseo.
—No, de eso nada, no tan rápido. Antes me toca a mí. —Lo empujé hacia
atrás para que se levantara. Mis labios se quedaron a la altura de su pene,
que se balanceaba arriba y abajo como anticipando la diversión que lo
esperaba. Lamí la punta y las gotas de presemen con la lengua.
—Mmm, delicioso.
—Me tienes loco —dijo con voz ronca—. Nena, eres la bomba. —Tenía la
polla bien profunda y sus manos jugaban con mi cabello—. Necesito
follarte la boca.
Asentí, con la boca aún llena de él. Aceleró el ritmo y controló los
movimientos de mi cabeza.
—Sí.
Vaughn
—Cielo, estás tan excitada y tan mojada que estoy deseando metértela muy
dentro.
Ella atrajo mi cabeza hasta la suya y me besó como solo lo haría una
amante.
—Dime, nena, ¿estás lista de nuevo? —le susurré, y la besé bajo la oreja, en
el punto más sensible.
—Voy a correrme otra vez. Qué fuerte. ¡Me corro! —gritó durante su
segundo orgasmo.
—¿No puedes dormir? —Tenía la voz ronca por el sueño, pero otra parte de
su cuerpo estaba despierta del todo. Me contoneé contra él y sentí su pene
erecto entre las nalgas. Una sensación salvaje me recorrió y sentí cómo me
mojaba de nuevo—. ¿Quieres más? —me susurró.
—Joder, nena. ¿Qué me haces? Necesito estar dentro de ti… ahora. —Con
un movimiento rápido, se giró hacia un lado para alcanzar otro condón.
Me toqué los sensibles pezones y sentí que podría correrme solo jugando
con ellos.
—¿Crees que ahora podrás dormir? —Me retiró el pelo hacia un lado y me
besó detrás de la oreja—. Duerme, nena, duerme.
***
—Vaya, dormilona, ¿por fin te has despertado? —Me lanzó una sonrisa
burlona—. Siento mucho tener que ponerme en marcha ya, pero vendrán a
buscarnos en media hora.
—¿Adónde decías que ibas? —le pregunté para esquivar las cuestiones
inevitables: «¿volveremos a vernos? ¿Me das tu teléfono? Me gustaría que
mantuviéramos el contacto».
—Primero, haremos un vuelo ferry. Lo que significa que hoy volaremos
con el avión vacío hasta San Francisco, y mañana continuaremos hasta
Hawái con un grupo de clientes. Primero, van a celebrar la Navidad y
después, el Año Nuevo. —Se puso un calzoncillo azul oscuro.
¿Cómo podía afectarme así una persona que había conocido hacía menos de
veinticuatro horas? Suspiré y disfruté de lo relajada que me sentía con él,
sin otra expectativa que lo que tenía en ese momento.
—Lo haré. No pienso volver a casa hasta que no tenga los dos contratos.
Y se fue.
Emily, el día de Nochevieja
Había vuelto de Nueva York con los dos contratos, como me propuse. Me
tuve que contener para no ponerme a dar saltos de alegría, pero, por otro
lado, me invadía una sensación de lo más extraña en el cuerpo. Algo que no
tenía que ver con el trabajo. Era extraordinario haber conseguido dos
clientes nuevos, y ambos en Nueva York. Mi pequeña agencia realmente se
estaba convirtiendo en un negocio internacional.
—Supongo que no hay marcha atrás —dije, y señalé los tres test de
embarazo que teníamos delante—. Dos rayas rojas en los tres.
—Sí, la verdad es que sí. Pero ahora mismo estoy abrumada. Aunque quiero
tener el bebé, eso lo tengo claro. Puede que sea mi única oportunidad.
—¿Y qué hay del padre? —preguntó mi hermana con voz queda.
—Nos conocimos en Nueva York, solo pasamos una noche juntos, pero fue
maravilloso y salvaje. Es piloto en una empresa de aviones privados y viaja
por todo el mundo.
Estaba sentado en Bora Bora con vistas al océano Pacífico. Viajábamos con
una compañía sensacional en esa ocasión. Primero, los habíamos llevado a
Maui, en Hawái, y ahora estábamos, literalmente, en mitad del océano, en la
Polinesia Francesa. La noche anterior preparamos una gran fiesta para
celebrar la Nochevieja y nosotros también nos unimos a los festejos, en los
que corrieron el champán y los cócteles de todo tipo. La cabeza no estaba
dándome mucho la lata, pero estaba cansado. Por suerte, no teníamos que
volver a San Francisco hasta el día siguiente.
—No, puedes sentarte, pero es posible que no sea muy buena compañía —
añadí.
Joder, no tenía energía para hablar con ella en ese momento. Era simpática
y tenía un cuerpo fantástico. Llevaba la melena larga y rubia recogida en
una coleta alta, y vestía ropa de deporte ajustada que se ceñía a sus curvas
como un guante. Aunque, pensándolo bien, era exactamente lo que
necesitaba, un polvo rápido, un desahogo y, tal vez, la posibilidad de
olvidar. Pero era consciente de que el problema estaba en mí. Me faltaba
algo. Sentía un vacío en mi interior que crecía cada vez más. Los primeros
días después de Nueva York, aún podía oler su perfume, oír su risa, percibir
la calidez de su cuerpo junto al mío en la cama. Pero cada vez la sentía más
distante, sentía que se evaporaba, y temía que la sensación desapareciera
por completo, por eso me aferraba a mi dosis diaria de la fascinante Emily
en las redes sociales.
Emily, un viernes de mayo
American Bar, Hotel Savoy, Londres
—Una copa de margarita sin alcohol y dos margaritas normales para las
señoritas y el caballero. —El camarero colocó nuestras bebidas sobre la
mesa.
«¿En qué estás pensando, Emily? —me reprendió, enfadada, mi voz interior
—. Acuérdate de cómo acabó la última vez».
—Sí, ya lo sé —farfullé.
—Esta es Emily. La conocí en Nueva York justo antes de… Navidad, creo
que fue.
—Esta es Lauren —dijo, y continuó—: Qué alegría verte. ¿Qué tal todo? —
Por fin, su mirada descendió sobre mí. El vestido burdeos no ocultaba mi
vientre, que delataba claramente mi embarazo y no podía confundirse con
mera gordura—. Vaya, por lo que veo, tengo que darte la enhorabuena —
balbuceó.
Lauren era mi cita. Estaba de visita unos días en Londres mientras yo estaba
fuera de servicio. Nos veíamos siempre que podíamos. Ella llevaba una vida
tan desarraigada como la mía: era modelo en París. Y nuestro acuerdo,
como solíamos llamarlo, funcionaba para ambos. Disfrutábamos de sexo
apasionado cuando nos apetecía sin generar ningún tipo de expectativa.
—Un fantasma no, pero casi. —Me rasqué la barba incipiente del mentón.
—Me pregunto si el padre del bebé estará aquí esta noche. —Lauren esbozó
la sonrisa de una depredadora que ha cazado a su presa—. Una futura mamá
tan guapa no estará soltera durante mucho tiempo. —Alzó el brazo para
acariciarme el pelo, pero yo di un paso atrás bruscamente. Sus caricias me
quemaban. No eran sus manos las que quería sentir, ya no.
—La verdad es que no lo sé, Lauren, pero tengo que hablar con ella.
¿Podemos despedirnos por hoy? Te compensaré, lo prometo —le supliqué.
—Hace meses que no veo a Emily y tengo que reconocer que no he sido
capaz de quitármela de la cabeza.
—¿Qué coño? ¿Crees que quiero oírte hablar de otra mujer? Joder, Vaughn,
te deseo, y hace siglos.
—¿Interrumpo? —Oí una voz tímida cerca de mí. Emily había vuelto. Me
pasé una mano por el pelo mientras la observaba de nuevo. Mis sueños no
habían hecho justicia a la realidad que tenía delante.
—No, no, para nada —contesté, pero Lauren dio un pisotón en el suelo
como una niña malcriada en plena rabieta para demostrar justo lo contrario
—. Lauren, ¿te importa?
Vimos cómo desaparecía mi cita entre la multitud; sin duda, era lo mejor.
—Vale, pero tengo que avisar a mis amigos…, a mis socios, de que me voy.
—No, gracias.
—Bien. Bueno, excepto por las náuseas matutinas, pero ya casi se me han
pasado.
La miré a los ojos; necesitaba mucho más. ¿Cómo había estado de verdad?
¿Había pensado en mí? Y, finalmente: ¿era yo el padre de su hijo? ¿O tal
vez había encontrado a alguien importante justo después de nuestra noche
juntos? Puede que incluso hubiera tenido novio desde el principio.
—¿Estás con el padre? ¿Tienes novio? —lancé las dos preguntas con
rapidez, una detrás de otra. Más valía poner las cartas sobre la mesa de una
vez por todas. Esperar era una pérdida de tiempo.
¿Qué coño quería decir? ¿Era yo? No estaba del todo seguro, pero era lo
único que tenía sentido. Joder, ¿estaba preparado para convertirme en
padre? Eso no me lo esperaba para nada.
—Querida, hacen falta dos para bailar el tango. —No pude evitarlo y
permití que mi mirada viajara desde su rostro hasta su vientre—. Estoy
seguro de que nadie visita tanto tu perfil como yo, pero has ocultado tan
bien tu embarazo en todas las redes sociales que no tenía ni idea. ¿Has
pensado en mí?
—Has embrujado mis sueños todas las noches desde que nos separamos. —
La acogí en mi regazo—. Emily, tengo el corazón a mil. Dios, Emily, voy a
ser padre. Ni en mis fantasías más descabelladas había soñado con recibir
este regalo tan maravilloso. —La estreché fuerte entre mis brazos—. He de
reconocer que tengo miedo, pero eres la única mujer con la que quiero estar.
Mi trabajo me ha impedido mantener una relación sana durante años. Pero
no puedo seguir echándole la culpa al trabajo y perdiéndome lo que me
ofrece la vida. ¿Acaso lo nuestro no merece una oportunidad?
Le froté los brazos con suavidad arriba y abajo, y ella apoyó la cabeza en
mi hombro.
—Sí, me gustaría descubrir si la cosa funciona. Y, curiosamente, tú eres
también el único con el que quiero estar. —Se rio y se acarició el vientre
con ademán protector. Yo puse mi mano sobre la suya. Joder, qué sensación
tan alucinante. Un sentimiento mágico de vida, una vida con la que no me
había atrevido a soñar—. Esta noche me resultaste atractivo cuando te vi en
la barra del bar, incluso antes de reconocerte —admitió.
Atrapé sus labios con un beso. Un beso con el que me resarcía de todas las
horas perdidas y del deseo que sentía por ella, que, por lo visto, iba mucho
más allá de nuestras doce horas juntos antes de Navidad.
Epílogo
Vaughn
Subí las escaleras de dos en dos con la maleta en la mano. Nuestro vecino,
el señor Smith, me vio llegar desde su puerta.
—Sí, exacto. Dos semanas de vacaciones con mis chicas. —Le devolví la
sonrisa—. ¡Emily, ya estoy en casa! —grité, y cerré la puerta de un
puntapié—. Joder, cariño, hace un frío de muerte fuera. —Dejé la maleta y
la bolsa en el suelo y me quité el gorro, los guantes, el abrigo y las botas.
La mejor sensación del mundo era llegar a casa y reunirme con ellas dos, ¿o
debería decir tres? Nuestro cachorro de golden retriever movió, alegre, la
cola para saludarme en el umbral del salón.
—Guau, eres una auténtica belleza. Soy el hombre con más suerte del
mundo. —Miré la boquita de Sara, que usaba el pecho de Emmy a modo de
chupete, y susurré—: Tienes mucha suerte, señorita. Si no te quisiera
tantísimo, me pondría celoso.
—The Holiday, con Jude Law, Cameron Diaz, Kate Winslet y Jack Black.
La película perfecta para ver en Navidad si ya has visto Love Actually un
millón de veces. Todos encuentran el amor cuando menos lo esperan.
Feliz Navidad