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1. Introducción
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Sobre este modo de interpretación y su ejercicio, véase: Leo Strauss., (1988), Persecution and the art of writting.
(USA, The University of Chicago Press: 1988). Brann, E. The music of the Republic., (USA, Paul Dry Books, 2004).
Antonio Marino. Eros y hermenéutica platónica. (México, ENEP Acatlán: 1995)
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Para este neologismo, Vid., Ricardo Rafael. ¿Qué es un mirrey? En el blog de Ricardo Rafael.
http://ricardoraphael.com/que-es-un-mirrey/ (Consultado el día 17/04/2019)
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3. El Gorgias
Lo recién descrito es una imagen simétrica al escenario del Gorgias. El diálogo reta
al filósofo a defender la superioridad de la filosofía frente a las opiniones populares
que la descartan como fruslería. Pero el diálogo tiene como eje la retórica y no
inmediatamente la ética, la política o la filosofía. ¿Por qué razón? Adelantemos una
hipótesis. La educación como formación del carácter es una actividad política, puesto
que la ciudad forma al hombre al permitir las acciones que juzga benéficas y prohibir
las opuestas. Las leyes nos forman. Educación y leyes responden a las ideas de
buena vida y de ser humano de quienes las determinan. La educación y la ley tienen
por fundamento algún tipo de ética y de antropología. Pero las ideas políticas y éticas
resultan del foro, son opiniones. Que el hombre sea un animal político significa que
pueda ejercer la capacidad de ser con logos (razón y discurso), que opine y discuta
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Vid. Apología, 21 a ss.
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logos que la lleve el alma a gobernarse, a comprender, a ver el ser, y que por ello la
libere. Este logos no ha de insuflar la voluntad, sino educar a la razón. Por ello la
filosofía se dirige a una minoría, pues el diálogo solo es posible entre pocos. La
querella la plantea Sócrates en los siguientes términos: “la retórica es, según parece,
productora de una persuasión que hace creer, pero no de una persuasión que enseña
con referencia a lo justo y lo injusto.” (455 a1).
¿Por qué con relación a lo justo y lo injusto? Porque la justicia es el tópico mayor
del ejercicio práctico del logos. La retórica mueve a la acción y la acción debe tener
por finalidad un bien razonable. Así pues, al ser la retórica el arte de persuadir sin
saber, de suscitar la creencia, es un ejercicio de llevar a los hombres a actuar en la
opinión de que sus fines y objetivos son justos, realmente buenos y deseables.
Para este momento del diálogo nos percatamos del gran poder de la retórica y de
nuestra relación con ella. ¿Somos víctimas de este arte? ¿Hemos sido persuadidos y
no entendidos, manipulados y no liberados, seducidos y no educados? Que la retórica
tiene un enorme poder no es oculto, ni tampoco la cuestionable calidad moral de sus
fines; su poder es proporcional a su peligrosidad, encumbra y somete. Su fin es
indudable: la servidumbre de muchos y el beneficio del orador.
Cabe preguntar, ¿es posible algún tipo de retórica noble o siempre ha de ser un
comercio vil del logos, similar a nuestra mercadotecnia política? ¿Cómo distinguir al
orador justo del injusto?4. Para responder es necesario tener cierta claridad respecto
de la justicia y el bien o quizá la vergüenza que da la indecencia ayude a hacerlo.
Sócrates acusa los usos vergonzosos de este arte, mientras Gorgias se deslinda
del empleo que hombres injustos pudieran hacer de él. La validez del deslinde de
Gorgias dependerá de lo que se entienda por justicia y buena vida. El punto álgido en
la discusión sobre la retórica no consiste en sus recursos o figuras, sino en su finalidad
y sus efectos. Pero esto no se puede valorar en sus propios términos. La discusión
sobre la retórica nos reconduce a la consideración del logos que habla sobre la justica.
En consecuencia, la mayor profundidad de la retórica está en su referente ético y
político, es un asunto de filosofía política. Pero si esta discusión ha de tener validez,
entonces habrá de mostrarse primero que la filosofía es posible. Este es el siguiente
paso en el Gorgias, mostrar la filosofía a través de la disquisición sobre la vida justa y
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Jenofonte establece esta diferencia en sus Recuerdos de Sócrates. En sus conversaciones, Sócrates siempre
buscaba beneficiar a sus interlocutores. (Vid., Recuerdos de Sócrates, Libro III-X)
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la vida buena. La discusión misma deberá ser filosófica, dialógica y franca. La filosofía
deberá mostrar integridad (parresía) al buscar la verdad. Esto exige disponerse a la
refutación. Si la filosofía ha de tener algún éxito frente a la retórica, este residirá en la
posibilidad de abrirse a las preguntas y evitar la presunción gorgiana de poder
responderlo todo. Es por ello que Sócrates condiciona el diálogo a la disposición a ser
cuestionados, cosa imposible para el arrogante. La posibilidad de considerar la justicia
con verdad reside en la apertura a la verdad. Esto hace la principal distinción entre la
retórica que prostituye al logos y la retórica curativa con que Sócrates pretende
conducir a los jóvenes hacia la filosofía como la única liberación posible y genuina.
Con este afán Sócrates pospondrá la discusión sobre la justicia y tratará el problema
de saber qué enseña la retórica y si puede hablar de cualquier cosa.
La retórica es entendida como el arte del logos falso que parece verdadero, el arte
de fingir y engañar. Sócrates lo prueba del siguiente modo. No se puede hablar
verdaderamente sobre la justicia si no se conoce lo que es, y no es posible conocerla
si no se es cabalmente justo; si el retórico habla con verdad sobre la justicia,
“entonces, un orador no querrá cometer injusticia” (460 c8), y si es injusto, sus
discursos sobre la justicia siempre serán engañosos. A la retórica de la ambición no
le compete la justicia. No es difícil llegar al punto de si los maestros oradores deberían
ser acusados ante la ciudad y expulsados si sus discípulos son injustos. Gorgias se
defiende: ellos no son responsables. Polo reclama ante tal amenaza, él no acepta ser
juzgado. La retórica vil no propicia la amistad porque no le importa la justicia. Sócrates
ha derrumbado la posibilidad de que Gorgias haga bien a Polo, pero éste no lo ve.
Este juego de respuestas apasionadas exhibe un punto central: no se puede tener
la excelencia del logos y ser injusto. Gorgias y sus discípulos son desenmascarados.
Existe una relación entre la injusticia y la falta de sabiduría que es bien empleada por
un logos astuto. Gorgias y Polo son la encarnación de su arte. Los oradores son
peligrosos porque pueden suscitar decisiones ruinosas. El saber de la justicia o
injusticia que debería tener el orador cobra una dimensión actual, pues él forma a los
jóvenes que después gobernarán. El logos filosófico tiene una relevante labor política:
salvar a los jóvenes más brillantes del logos vil; su victoria será visible si se prefiere la
búsqueda de la verdad al dominio, si gobierna al logos un erotismo filosófico.
5. Polo, Sócrates y la corrupción del alma: “¿tú no aceptarías ser tirano?”
Al inicio de su Ética Nicomáquea Aristóteles apunta que todos los hombres
producimos, razonamos y actuamos en la búsqueda de un bien (Cfr., 1094a 1); para
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los más el bien es el placer y la riqueza, para otros los honores y para los más escasos
la sabiduría (Cfr., 1095a 13-28). Su Política parte de un principio paralelo: toda polis
es una comunidad formada en la búsqueda de un bien y el bien mayor es la felicidad
(eudaimonía) que da una vida sensata, virtuosa y justa (Cfr., 1252a 1). El bien de las
ciudades no está separado de los placeres, las riquezas, los honores, la sabiduría y
la virtud. Recordemos esto en la conversación de Polo y Sócrates.
La posibilidad de que exista un modo de vida mejor que otros es el fiel en la balanza
para justipreciar a la retórica; su práctica, deberá valorarse en función de cómo mejora
a una comunidad. Para Sócrates, mejorar implica alguna clase de conocimiento sobre
la naturaleza de eso que se tiene entre manos, el bien, y efectuarlo. Todo arte, acción
e investigación debe ser calificado con base en la respuesta sobre el bien.
En el Gorgias la pregunta por el bien se explora a través del placer. Sócrates lleva
a Polo a clarificar qué es la retórica según su práctica, pues la ha definido como
experiencia (empiría) y no como arte (techné). La retórica es la experiencia de causar
placer (Cfr., 462 e1), por eso para Polo es bella y buena. Además, la distinción de Polo
de que la retórica sea una experiencia implica que está a la mano de todos, porque
todos los hombres desean el placer y lo experimentan; es decir, si la retórica es la
experiencia de dar y sentir placer, entonces será el tipo de logos más propiamente
humano. Si el placer es el fin de todo hombre, la respuesta a la pregunta por el bien y
la felicidad, el arte más propiamente humano será el que facilite las experiencias
placenteras. Sócrates llamará a la retórica comercio vil.5
La pregunta imprescindible en la ética en Platón y Aristóteles es si el placer
responde a la pregunta sobre el bien del hombre y si el arte de proveerlo es bello. La
respuesta de Sócrates es tajante. Se trata de un ejercicio vergonzoso (aischrón) de
simulación. Sócrates acusa a la retórica de engañar respecto del bien político. Pero
tal acusación tendrá efecto si se resuelve el problema de saber si el placer es el mayor
bien. ¿Qué es el hombre y cuál es su bien? El supuesto para responder lo ofrece Polo:
hay alma y cuerpo. Este dualismo obligará a preguntar si existe un bien para ambos.
En cuanto al cuerpo, bien es su funcionamiento óptimo y su mejor disposición: la salud.
Las artes saludables serán la gimnástica y la medicina. En cuanto al alma, será bueno
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Si olvidamos el anacronismo puede leerse una crítica al progreso como promesa de vivir placenteramente.
Rousseau será quien retome la crítica platónica a la retórica del hedonismo.
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lo que la forme en las disposiciones óptimas para la acción, los mejores hábitos; bueno
será lo que propicie la mejor experiencia de las pasiones, los deseos y los placeres.
Podría sostenerse sin duda que el hombre templado vive mejor que el incontinente,
el valeroso que el cobarde, el ecuánime que el voluble, etc. Por ello las artes benéficas
para el alma son la legislación y la justicia. La primera en cuanto que permite o prohíbe
algunos modos de vida según se juzguen buenos; la segunda en tanto que corrige las
disposiciones malas para la vida deseable en una comunidad. Es en atención a esto
que Sócrates calificó a la retórica de ser un simulacro vergonzoso de la política, porque
a su juicio aparenta proveer el mayor bien cuando en realidad corrompe vendiendo
males. La retórica “es en el alma lo correspondiente a la gastronomía, como aquella
lo es en el cuerpo.” (465 d6-e1), da alimentos gustosos al alma, pero inapropiados. El
alma se nutre y forma con los logoi. Los discursos seductores no la conducen bien,
sino que la incitan a perseguir cualquier apetito. La enseñanza es clara. La vida buena
es la del hombre que vive sensatamente sus experiencias de placer; la mejor vida será
el cultivo de la facultad superior del alma. Esto, bien se ve, podría ser una falacia si
no existe el alma y sus jerarquías. Sócrates demuestra ambas cosas.
“Porque, si el alma no estuviera a cargo del cuerpo, sino éste a sí mismo, y si la
gastronomía y la medicina no fueran observadas y distinguidas por aquella, sino que el
cuerpo juzgara lo suyo ponderando las cosas agradables para sí, la idea de Anaxágoras
valdría mucho, amigo Polo -pues tú eres experto en ello- de que todas las cosas se
mezclaran al mismo tiempo en una sola, siendo indistintos los asuntos de la medicina y de
la salud, de los de la gastronomía.” (465 d1-5)
Que Polo sea cercano de Anaxágoras es una nota importante, pues las teorías
materialistas, para las que todo es equivalente, impiden diferenciar sobre lo mejor o lo
peor para el ser humano. El atomismo es la teoría física afín al hedonismo gorgiano;
empero, si hay entidades con potencias y fines, entonces habrá órdenes para cada
una, mejores o peores modos de ser. Polo no entiende el argumento metafísico sobre
la completitud y jerarquía ontológicas y su relación con el placer. Sócrates entiende
que esta vía de la argumentación sobre los logoi saludables no es la mejor para Polo
y en consideración a su inexperto “amigo” le concede defender su propio punto.
Fiel a su entrenamiento, Polo esgrime que es imposible admitir que la retórica sea
mala dada su buena fama. Para él, el único juez de la retórica es el público. La falacia
es evidente y la ironía sutil. Aunque Polo entiende que para Sócrates la retórica sea
kolakeia, comercio vil, para él no puede ser mala. Polo es vulgar, identifica el bien con
el placer. El pasaje apunta hacia dos sentidos; primero, que la masa es incapaz de
distinguir lo mejor de lo peor cuando se le ofrece algo placentero, por eso la retórica
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le parecerá el tipo de discurso más cierto y valioso; segundo, Sócrates señala el riesgo
que corre Polo al guiarse por el juicio del vulgo. Para él, la retórica debe ser “el máximo
poder” (466 b6). Sus ejemplos no observan recato: la retórica da al orador el poder de
matar, enriquecerse o deportar a quien se quiera (Cfr., 466 c), da el poder de ser
completamente injustos y parecer perfectamente justos. La retórica ofrece el poder de
los tiranos. Polo es joven para saber si lo que dice es real, carece de la experiencia
de ser un tirano, de sus cuitas y deleites. No obstante, sus dichos revelan sus deseos.
Todos los hombres persiguen lo que creen bueno y a eso le llama felicidad,
explicaba el estagirita. Sin embargo, creer no es tener verdad. Así, Sócrates conduce
a Polo a considerar qué puede ser lo bueno para todo hombre. En este momento el
diálogo alcanza una de sus aristas más agudas. La pregunta es: ¿lograr la satisfacción
de todos los deseos, tener los máximos y más variados placeres sin importar ninguna
otra cosa es o no lo que todos los hombres desean? En el diálogo la pregunta se
formula de la siguiente manera: ¿es mejor cometer o padecer injusticias? Polo juzga
ridícula la pregunta de Sócrates y declara que todo el mundo optaría por ser villano,
para él es claro: todos prefieren el placer. El diálogo logra confrontar al lector consigo
mismo: ¿estoy yo más dispuesto a sufrir o a cometer injusticias? El logos de Platón
se ha vuelto erga (acto) en el alma del lector y no hay forma de eludirlo.
Según Sócrates la injusticia daña al injusto, lo vuelve esclavo y víctima, más que
amo. Polo, entonces, pregunta al filósofo: “¿tú no aceptarías ser tirano?” (469 c3).
Líneas más adelante Sócrates define a la felicidad del hombre y de la mujer como “la
belleza de la bondad” (470 c9), mientras que para Polo el ejemplo del hombre feliz es
el tirano y fratricida Arquelao. No hay aquí mayor distinción ética que la de cierto gusto
moral. El peso del argumento de Sócrates no reside en las consecuencias de la vida
tiránica, sino en la kalokagathía. Polo se ríe (Cfr., 473e 2-3), apela a lo que todos
conceden (Cfr., 473 e4-5). El lector se preguntará: ¿es Sócrates un hombre ridículo?
6. La peor y más noble apología
Es importante notar que la defensa de Sócrates se da en privado. El vulgo alaba a
los oradores, aun siendo ellos sus tiranos; en cambio, las razones de la filosofía se
construyen en el acto de filosofar, en el diálogo o en el silencio. Gorgias presumía ser
capaz de responder cualquier pregunta; mientras la ignorancia socrática es proverbial,
el sofista ofrece su arte como mercancía. Pero la ignorancia del filósofo debe
entenderse como la construcción del conocimiento que uno logra según sus propios
esfuerzos y deseos. En este sentido, Platón apunta a establecer dos tipos de
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educación, una genuina que libera al hombre tanto de la apariencia de saber como
del engaño de los oradores; la otra es seductora y gana buenos dividendos. La
decisión por una u otra depende del alma.
Polo no rechaza que cometer injusticia sea cosa fea (kakia), pero sostiene que es
preferible a padecerla; todos concederían que hay cierta vergüenza en ser injustos,
pero todos están dispuestos a serlo. Polo expone lo que Maquiavelo y Hobbes harían
siglos después: todos los hombres son egoístas, ambiciosos y mezquinos. Para Polo
la pasión del sufrimiento es más poderosa que la vergüenza; para Sócrates, si cometer
injusticia es feo, entonces es despreciable en esencia, malo y doloroso. Lo feo y lo vil
(kakós, aischrós) son tales en la medida que dañan. Lo feo es lo vergonzoso, lo
dañino, lo deleznable. Preferir lo despreciable implica perder el gusto moral por lo
bello, lo noble o lo digno. Que hay hombres corruptos, dispuestos a cometer actos
nefastos por obtener placeres es innegable, y Polo insiste en que todo hombre está
dispuesto a lo despreciable. Es tarea de Sócrates demostrar que no es así.
Pero los argumentos de Sócrates no logran modificar al joven discípulo de Gorgias;
Polo reafirma sus convicciones. Sócrates ahora expone que no solamente es mejor
sufrir injusticias a padecerlas, sino que quien es castigado por cometerlas experimenta
el mayor bien, pues sólo así es liberado de la maldad que lo conduce al desenfreno y
la injusticia (Cfr., 476 d5 - 477 a9). La injusticia es un mal peor que la pobreza porque
afecta el alma, y este mal conlleva un incesante sufrimiento, un apetito doloroso e
inagotable y una terrible violencia. En consecuencia, la justicia y el castigo proveen
del placer más grande (Cfr., 478 b6) porque corrigen al alma del daño más grande.
¿Cómo entender lo dicho por Sócrates? Todo reglamento, toda reprimenda de un
padre a sus hijos, toda corrección y pena causan sufrimiento, la mejora dependerá
solamente de que quien corrige sea sabio y de que quien es castigado aprenda y no
se endurezca más. Sócrates no intenta castigar a Polo, sino mostrarle que toda
corrección implica una mejora, que aceptarla es sabio y benéfico. Sócrates pretende
conducir a Polo y a nosotros a considerar la posibilidad de ser curados por la filosofía,
aunque eso represente pérdida y dolor.
Pero la conclusión de Sócrates en su diálogo con Polo es que “[…] la felicidad no
es la liberación de un mal, sino su no adquisición” (478 c5). Sócrates advierte a Polo
de cuidar su alma, de preferir el logos que educa al que seduce, de no corromperse
como proxeneta que también corrompe a los demás, pues es en la búsqueda de la
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o si, por el contrario, los vuelve peores que discípulos de retóricos y sofistas. Si la
primera parte del diálogo consistió en una acusación a la retórica, en esta la filosofía
tendrá que hacer su apología. Sin embargo, esta defensa no puede efectuarse frente
al demos, sino con los dialogantes, y se resolverá en nuestros propios juicios.
Recordemos que la pregunta que se debe resolver es si el bien es el placer.
Calicles intenta responder a esta cuestión de una manera más radical que Polo.
Para él es del todo falso sostener, como hizo su compañero, que es feo y malo
cometer injusticias, pues la justicia por naturaleza consiste en el ejercicio del poder de
los más fuertes (kreiton) (Cfr., 483 b1-5), mientras la injusticia es la queja de los
hombrecillos débiles y la ley un invento para su protección (Cfr., 484 c6-d1).
El iusnaturalismo de Calicles tiene dos importantes consecuencias. La primera es
que un razonamiento de tal índole supera las posibles objeciones de la convención,
pues las relaciones humanas serán de sumisión y quien domina es el más fuerte. La
justicia política será la extensión de lo que en la naturaleza es la fuerza que ordena
las especies. La segunda implicación es que las democracias y sus leyes son
corrupciones del verdadero orden. La tiranía es el régimen natural y ella no permite
disensiones, menos aún las del impertinente Sócrates. La naturaleza, dice Calicles,
“manifiesta de muchas maneras que esto es así, tanto en los demás seres vivos, como
también en ciudades enteras y pueblos de los hombres, a saber, que lo justo es
juzgado así: el más fuerte gobierna al más débil y tiene más” (483 d2-5).
Según el realismo político de Calicles, sólo los más poderosos viven bien, mientras
que los otros no tienen derecho alguno a aspirar a una vida placentera o buena. Los
pusilánimes deben ser gobernados en beneficio de los fuertes. Este argumento tiene
tres importantes consecuencias, una ética, otra política y otra filosófica. En cuanto a
la ética, habría que admitir que la vida hedonísta y poderosa es la verdaderamente
feliz. En lo referente a la política, cabría preguntar cuál es la índole de la democracia,
pues si es un gobierno de los débiles sobre los fuertes entonces, o es injusta, o los
fuertes no son tales, o se trata del gobierno de una mayoría con alma de tirano. 6 En
tercer lugar, la filosofía que pretenda cuestionar los argumentos de Calicles parecerá
ser corruptora; su idealismo e ignorancia respecto de lo político arruinarán a los
hombres haciéndolos inexpertos en los negocios y los tratos, los volverá cobardes y
apáticos (Cfr., 484 c4-d1). Los filósofos, según Calicles, son “del todo inexpertos en
6
Estas posibilidades son mejor abordadas en República y no las examinaremos aquí.
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Giulia Sissa escribe un comentario al Gorgias llevándolo al problema actual de la adicción. Específicamente se
refiere al carácter incesante, efímero, esclavizante del placer para el adicto. Escribe Sissa: “Y el conjunto del
comportamiento del hombre pasional se resume en esta experiencia de llenado infinito de un cuerpo bestial El
mismo tipo de vida hace del hombre un chorlito, ese pájaro con cuerpo de caño, por el cual el alimento transita
sin cesar”. Giulia Sissa. El placer y el mal. Filosofía de la Droga. (España: Manantial. 2000), 60
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deseo. Así, la disyuntiva mayor que propone el diálogo, si sería mejor vivir ejerciendo
el logos filosófico o el retórico (Cfr., 500 c-d)., comienza a esclarecerse.
Sin embargo, esta consideración no puede hacerse al margen del contexto político.
Si la retórica educa a los ciudadanos, como se describe en la imagen de la Caverna,
en la apariencia del conocimiento, y si los forma moralmente en el hedonismo y la
licencia, el lugar de la filosofía estará comprometido en ella. La advertencia de
Sócrates es doble. Por una parte, si el criterio moral es la identidad del bien con el
placer y la preferencia de cometer injusticia a padecerla, entonces la consecuencia es
clara: uno será tirano y los demás esclavos suyos, o los tiranos se multiplicarán
igualitariamente. En orden a sus intereses todos preferirán la corrupción, de manera
tal que las comunidades se destruirán por su egoísmo y su lujuria, por su desinterés
del bien común. Sócrates acusa que los oradores “[…] descuidando la unión por causa
de lo propio, tratan al pueblo como niños, tratando sólo de agradarle, sin preocuparse
si mediante estos procedimientos llega a ser mejor o peor” (502 e6-503 a1). La oratoria
adulatoria y alcahuete corrompe la vida política. Por la otra parte, la advertencia es
para el filósofo. Sócrates ha sido amenazado por Calicles de ser golpeado o
desterrado, denunciado por él como ignorante, loco y corruptor de los jóvenes. Así
pues, si el lector o alguno de los dialogantes pretende cultivar el logos que no busca
complacer el gusto popular, deberá entender lo riesgoso de su labor.
Sócrates denuncia a la retórica con un criterio: el bien. Si la retórica de Calicles
identifica el bien absoluto con el placer, el poder y la riqueza, Sócrates deberá mostrar
que el bien es otra cosa. Ahora, si lo bueno es el orden y arreglo para un fin (Cfr., 504
a1-5), el bien será la realización del mejor estado de algo. Llamamos al bien del cuerpo
salud e higiene (Cfr., 504 c), y nobleza al del alma; con respecto de ella, serán buenas
las virtudes, las reglas y las leyes que hagan a los hombres moderados, justos, bellos
y buenos (kalós kai agathós) (Cfr., 504 d1-3). La claridad es plena: el hombre sano
comprende que la salud es su mejor estado, como el que vive bien aprecia las virtudes.
Ahora bien, si es cierto que la felicidad no es tanto la liberación de un mal como su
no adquisición, la tarea de la filosofía será la de antídoto a la retórica. La filosofía debe
persuadir al hombre con argumentos de sujetarse a las leyes, para que al disciplinarse
(kolaxesthai) el alma evite el desenfreno. Pero, preguntará el lector desconfiado, ¿si
las leyes no son buenas ni justas, no harán peor al hombre? En tal caso el hombre
deberá buscar el bien que debería sustentar la ley en el propósito de formar las
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mejores almas. Y si ese lector acusa esta interpretación de ridícula no habrá ya qué
decirle, replicará con Calicles: “No me importa nada de lo que dices.” (505 c5).
En este momento el diálogo trasciende a los personajes. La corrupción de Calicles
es tal que lo ha vuelto reacio a razonar, la discusión filosófica, la cura, no le sirve. El
diálogo filosófico es con el lector. El primer momento propone la hipótesis de que es
necesario que exista orden para que haya bien. Pero esto no es un argumento tanto
metafísico como empírico. El aspecto metafísico del orden supone potencias
(dynamis) y fines (telos) que se manifiestan en lo empírico: el bienestar, la salud, el
buen funcionamiento de cada ente en el Cosmos y de los seres vivos. En el hombre
la expresión “una vida ordenada” apunta al actuar sensato y mesurado, no al carácter
voluble, los deseos viles, los vicios y los placeres extenuantes. De esta manera, si se
niega que el bienestar consiste en vivir ordenadamente, porque no hay tal orden, sino
sólo gustos y circunstancias, no queda más que el relativismo moral y el despotismo
de los más poderosos. Si el alma tiene un orden, entonces habrá una jerarquía en sus
capacidades y una escala en lo preferible de sus objetos. El sentido del orden en la
psique es moral y empírico, no solo metafísico. Según Sócrates: “[…] si el alma
moderada es buena, la que está en situación opuesta a la moderada es mala; mas
ésta era la inmoderada y desenfrenada” (507 a6-7). En conclusión: “[…] el hombre
bueno vive bien y obra bien; quien actúa bien es dichoso y feliz. El malvado, en
cambio, actuando mal, es desdichado.” (507 a 3-5).
Calicles define el bien como el placer y la buena vida como una vida llena de
placeres diversos e intensos, pero habla de placeres corporales o adquiribles, que
precisan la mayor riqueza y el mayor poder; al mismo tiempo piensa que el sufrimiento
en todas sus formas es la mala vida. Por su parte, Sócrates refiere el bien como el
orden y la buena vida como una de placeres moderados. La primera idea es la opinión
compartida por el vulgo al que seduce el logos retórico; la segunda se dirige al hombre
de carácter mesurado. Sócrates, cabe enfatizarlo, no habla de la anulación de los
placeres ni sostiene que el hombre vive bien en la pobreza, no hay aquí una prédica
en favor del ascetismo o la anulación del deseo y del placer, sino un señalamiento de
la vileza del injusto, la arrogancia del déspota, la dependencia del adicto, la
insatisfacción del necesitado y, principalmente, la vacuidad insaciable del inmoderado.
Así, para la retórica del hedonismo sólo hay dos respuestas posibles sobre la mejor
manera de vivir: o ser tirano o servir (Cfr., 511 a1-3). El primero es malo de suyo, pero
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el segundo vivirá peor: “[…] el máximo mal le pertenecerá en tanto que es miserable,
con el alma mutilada por la imitación del déspota y por el poder.” (511 a1-3).
Cuál respuesta sea correcta es cosa que habrá de valorar el lector del diálogo, pues
debe juzgar si el realismo político de Gorgias, Polo, Calicles y la mayoría (Cfr., 511
b1-5) es lo cierto o si lo es el realismo de Sócrates. El diálogo no responde, se vuelve
acto en las reflexiones del lector: “Porque cada uno se alegra con lo que se dice según
el propio modo de ser y enoja con lo dicho según modo ajeno,” (513 c1). Calicles ya
ha dado su veredicto. Sin embargo, Sócrates no nos exhorta a escoger, pues lo
haríamos sin juicio y desde nuestras preferencias, sino a cuestionar sus dichos y
confrontarlos con los de sus oponentes. Es por esto que hay dos clases de realismo
político en el diálogo, uno es el que admite y encarna la retórica hedonista y la vida
del eros tiránico; otro es el que señala la esclavitud de la vida de quienes buscan
llenarse como barriles horadados, que usa la fuerza del poderoso para someter a
otros, y reconoce el servilismo generalizado de una sociedad prostituida y corrupta
dedicada a buscar su felicidad en la compra del placer. Calicles y Sócrates son ambos
realistas, mas los distingue su idea de bien, de felicidad y justicia.
La advertencia política es clara, pero no para Calicles. A juicio de Sócrates, la
política debería ser el ejercicio de las acciones que mejoren a los hombres. Esta
mejora la determina el par que hace al leit motiv del diálogo: sophrosyne y dikaiosyne.
Pero a juicio de Sócrates no ha existido nadie en Atenas, Pericles, Temístocles o
Milcíades, que haya mejorado a los ciudadanos, todos los han envilecido (Cfr., 512 d
2). La ironía es evidente. La oratoria del político proxeneta que educa a los jóvenes
de las familias más importantes ha sido incapaz de formarlos en el bien. Más grave
aún es pensar que ni siquiera los más grandes y sabios hombres de una polis son
capaces de prevenir o erradicar la causa de esta oratoria, el eros desmesurado. La
advertencia es muy grave. No hay puritanismo ni ingenuidad en Sócrates, sino el más
serio realismo político: la corrupción de las ciudades es inevitable porque eros tiránico
es difícilmente erradicable del ser humano, como muestran Polo, Calicles y Gorgias.
Este realismo lega tres enseñanzas. Una es política e indica la fuerza y naturalidad
del hedonismo y el peligro de la retórica seductora que forja de almas tiránicas. La
segunda enseñanza es moral: si la posibilidad del mal es inherente al hombre y la
ciudad, eso no impide ordenarse a uno mismo para vivir bien. Esta es la posibilidad
real de la educación en los logoi y de la ética. La tercera advertencia es para el filósofo,
quien deberá cuidar de su actividad.
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En Gorgias y Apología, Sócrates dice que sólo él se ocupa en verdad de las cosas
políticas (521 d 6-9) en su esfuerzo por mejorar a los jóvenes. Sócrates anuncia el
problema de la responsabilidad política del filósofo: educar a los jóvenes para lo noble
a costa del desprecio del vulgo y de los poderosos “Seré juzgado como sería un
médico entre niños, acusado por un cocinero.” (521 e4).
8. El mito final: trascendencia, verdad y justicia
El Gorgias concluye con una apología teológica de la moralidad y la crítica filosófica
a su posibilidad. Lo divino, lo absolutamente justo, es el sustento del discurso público
de la moralidad. Si lo divino no existe y nosotros somos solo cuerpos, entonces lo
bueno será subsistir y complacerse, los esfuerzos del tirano. Sin embargo, el límite de
la educación moral, piadosa o filosófica lo pone Eros, y es difícil curar el eros tiránico.
La última parte del Gorgias comienza con un mito sobre la justicia divina que pide
una gran concesión: los dioses se interesan en los asuntos humanos, son infalibles e
incorruptibles. El mito describe que los moderados y justos habitarán al morir las Islas
bienaventuradas, mientras que los injustos y desmesurados padecerán castigos en el
Tártaro. Sócrates sostiene la relevancia de lo divino para la moral, pero lo hace “como
si fuera verdadero” (523 a3). Su recurso retórico tiene un triple efecto: fundamenta la
moralidad en lo divino y evita ser acusado de impiedad; recurre a la tradición para
sustentar que los principios de una vida buena son la moderación y la justicia; advierte
de leer el relato “como si fuera verdadero”.8 Nada impide pensar que Sócrates es
piadoso porque es justo, siempre que la piedad sea una modalidad de la justicia y no
la justicia una modalidad de la piedad.9 El relato no indica que los hombres sean justos
por cumplir los mandatos religiosos, sino que son piadosos en tanto virtuosos.
El mito socrático de la justicia divina es un mito, pero no una mentira. Es verdad
que la mejor vida para el individuo y la sociedad es la que observa lo virtuoso, modera
los apetitos y cultiva los mejores placeres (Cfr. 525 a 1-5). Es verdad que los vicios
enferman, que los jueces pueden propiciar injusticias y que no es desdeñable lo divino
para refrenar a los hombres. Es verdad la advertencia para el político y el filósofo que
los hombres son corruptibles y que los poderosos son capaces de las mayores faltas.
Finalmente, Sócrates apunta a dos posibilidades de la felicidad: la vida del buen
hombre y la vida del filósofo. Sócrates recomienda a Calicles escuchar sus palabras
8
Jenofonte trata con cierta ironía la acusación de impiedad hecha a Sócrates. Vid., Recuerdos, I-I-II
9
Esta es la enseñanza del diálogo Eutifron con el dilema de la justicia y o impiedad del personaje que lleva ese
nombre al poner en guardia y juicio a su mismo padre.
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10
Este razonamiento está desarrollado en el Fedón (ver 64 d2-e1), diálogo donde se explica que el filósofo
desdeña los placeres comunes por estar más bien dominado por otro tipo de erotismo.
22
Bibliografía
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1988. Política. Madrid: Gredos.
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Sissa, Giulia. 2000. El placer y el mal. Filosofía de la Droga. España: Manantial.
Recursos electrónicos:
Rafael, Ricardo. ¿Qué es un mirrey? En el Blog de Ricardo Rafael.
http://ricardoraphael.com/que-es-un-mirrey/ (Consultado el día 17/04/2019)