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LA LITERATURA DEL SIGLO XX

comprende las obras, los movimientos


literarios y los autores del siglo xx. Es un
siglo marcado por conflictos bélicos que
sacudieron la conciencia de los escritores,
la influencia de la tecnología
(especialmente las artes audiovisuales
como el cine y los medios de
comunicación, incluso la radio, televisión,
e Internet), la ruptura de los límites
estrictos entre géneros, y el intercambio
entre diferentes lenguas y culturas, que hacen que las obras muestren un grado de cosmopolitismo e
influencias mestizas mucho mayor que en los siglos precedentes. La literatura del siglo xx se caracteriza
por el deseo de experimentación y la aparición de distintas vanguardias que buscan crear nuevas
formas y nuevos contenidos. Rompe con los elementos tradicionales de la literatura: crea narraciones
con saltos cronológicos, emplea nuevos escenarios en teatro, rompe la métrica y la rima en poesía, etc.

El siglo se ve también determinado por el auge de la industria editorial, con grandes sellos, la
publicación a gran escala y el creciente papel de las escuelas, las críticas literarias y los círculos
académicos, como filtros para el lector. Se extienden diversos premios literarios, entre los que destaca
el Premio Nobel de Literatura por su prestigio internacional. La cantidad de lectores potenciales creció
gracias a la ampliación de la educación básica y las campañas de alfabetización, resultando en un
aumento sin precedentes de la disponibilidad de libros y otros formatos que también incluyen
literatura, tales como revistas y periódicos.

Durante este periodo se desarrolla notablemente la teoría de la literatura, empezando por


el formalismo ruso. Su influencia es perceptible en las creaciones contemporáneas, ya que actúan a
modo de antigua preceptiva poética o de sanción de lo que debe cultivarse. La manifestación de los
movimientos actúan en el mismo sentido.

Como el desarrollo de corrientes y generaciones varía bastante en función de la zona de estudio, este
artículo aborda la literatura en una estricta división por décadas, aunque hay movimientos que no se
ajusten a esta delimitación temporal y abarquen períodos más amplios o más cortos.

De 1900 a 1909[editar]

El siglo se inicia en un ambiente que mezcla el optimismo por los avances tecnológicos y la nostalgia de
un pasado idealizado, encarnado en el espíritu del fin de siècle de la literatura del siglo xix. Un ejemplo
de esta dualidad la encarna el novecentismo catalán, que al mismo tiempo quiere modernizar el arte y
abrazar los nuevos tiempos, entronca con los clásicos grecolatinos y reivindica el Mediterráneo como
espacio histórico, vinculándose con las civilizaciones anteriores (algunos autores destacados
son Carner y Eugeni d'Ors). Es la década donde se pone definitivamente en cuestión el realismo como
técnica, y donde se publican obras que inauguran la literatura infantil y juvenil moderna.

En el ámbito anglosajón se da el llamado periodo eduardiano (por el rey Eduardo VII del Reino Unido)
caracterizado por la división entre alta literatura y literatura popular que influiría la crítica del siglo
entero, especialmente en las novelas. Los periódicos continuaron siendo el vehículo de difusión de
cuentos y novelas, como lo fueron en décadas pasadas. Se reivindica la fantasía, el mundo interior, a
veces lleno de color, como el mundo de Beatrix Potter, Peter Pan o El mago de Oz, y a veces
amenazantes como El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Triunfa el exotismo (reediciones de las
obras de Rudyard Kipling) y el alejamiento a través del humor (comienza a tener éxito un autor como P.
G. Wodehouse).
Se inicia la edad de plata de la literatura rusa que rompe también con la
representación realista, especialmente en la poesía, a diferencia de la
mayoría de las tradiciones europeas.

En Alemania salen las primeras publicaciones de Thomas Mann, uno de los


autores más relevantes del canon germano, que comienza insertado en el
realismo decimonónico (con su obra Los Buddenbrooks) para ir dando
paso progresivamente a otras formas de narrar, en paralelo a otros autores
europeos. Se publica La interpretación de los sueños, aunque su influencia no
será perceptible en la literatura hasta unos años después. En Italia, la figura que marca los nuevos
caminos es Luigi Pirandello, que cultivó todos los géneros para romper con una tradición demasiado
literalista.

El occitano Frederic Mistral recibe el premio Nobel e importa la Renaixença catalana en sus obras,
alejándose de la producción de los vecinos franceses que exploran los límites del simbolismo (André
Gide) y comienzan a romper con las reglas de la sintaxis y los relatos ordenados cronológicamente.
París seguía siendo la meca artística por excelencia y muchas de las grandes obras literarias de autores
de diferentes países se forjaron en sus cafés y tertulias.

España estaba marcada por el desastre de la pérdida de las últimas colonias, que había provocado el
surgimiento de la Generación del 98, que domina con sus escritos reflexivos1 para tratar de entender el
presente hispánico, diferente del camino europeo. Las influencias de los autores hispanoamericanos,
que ya se habían puesto de manifiesto en el modernismo, marcan la renovación de una literatura
fuertemente anclada en la tradición y en la revisión del pasado (con la excepción de figuras como Juan
Ramón Jiménez que progresa en movimientos posteriores con su poesía sensualista). Igualmente
estaban en una etapa anterior los autores japoneses de influencia occidental, que continuaron
cultivando el naturalismo junto con la lírica tradicional.

PANORAMA HISTORICO Y CULTURAL DEL SIGLO XX

El siglo XX se inicia en un ambiente que mezcla el optimismo por los avances


tecnológicos y la nostalgia de un pasado idealizado, encarnado en el espíritu
de decadencia y fin de siglo de la literatura del siglo XIX. Se cuestiona el
realismo como técnica a la vez que se inicia la división entre alta literatura

y literatura popular que influiría la crítica del siglo entero, especialmente en


las novelas. Se publican obras que inauguran la literatura infantil y juvenil
moderna y los periódicos siguen siendo el vehículo de difusión de cuentos y
novelas, como lo fueron en décadas pasadas. Se reivindica la fantasía, el
exotismo y el alejamiento a través del humor.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) marca la primera auténtica rotura literaria del siglo. Aunque
los autores de 1910 a 1914 todavía pueden mostrar un optimismo y un deseo de modernización, la
guerra hace que todos los escritos hablen de la condición humana, la muerte, el destino europeo y la
decadencia de la ética. El conflicto provocó la pérdida de vida a gran escala, no sólo entre militares sino
también entre la población civil, y causó una severa crisis económica en Europa.

El fin de las certezas se tradujo artísticamente en el vanguardismo, una serie de


movimientos cuyo denominador común era la experimentación verbal y el uso de
elementos de diferentes artes. Este arte "roto", fragmentario y transgresor
respondía bien al desencanto generalizado y formó el preludio a los juegos
verbales de la posmodernidad. Francia lidera estas vanguardias, con nombres
como Guillaume Apollinaire, Tristán Tzara en poesía, mientras que en la prosa
destaca la publicación en varios volúmenes de En busca del tiempo perdido, obra magna de Proust que
con el peso que otorga a la memoria representa muy bien el desencanto ante la pérdida de referentes,
que lleva a refugiarse en una niñez inocente anterior a la guerra.

Se inicia el modernismo anglosajón, que no tiene que ver con el modernismo hispanoamericano sino
con una renovación de la narrativa que pasa la preponderancia a los Estados Unidos, menos afectados
por la guerra. James Joyce comienza a explorar los límites de la lengua inglesa, reproduciendo el
lenguaje mental y lo onírico, porque durante esta década ya se aprecia la huella de Freud. En poesía,
son populares las composiciones de T. S. Eliot.

En lengua alemana, el escritor checo de origen judío Franz Kafka recoge la desconfianza de la realidad y
el pesimismo continental en unos relatos donde el individuo no puede nada ante el Estado, el absurdo
o los demás. En La metamorfosis, un hombre se transforma en un insecto no identificado, subrayando
la deshumanización en la que puede convertirse en los tiempos modernos.

Los felices años veinte intentan olvidar los horrores de la guerra. Por eso el arte se vuelve frívolo,
hedonista y trata de recuperar el optimismo, huyendo de la realidad, fijándose sólo en los detalles y no
en el marco histórico. La influencia de la música y el cine comienza a hacerse patente en los escritos,
que adoptan un ritmo más rápido. En este contexto surge con fuerza el surrealismo, recogiendo
los hallazgos del

psicoanálisis como punto de partida para


explorar el mundo de los sueños y de las
asociaciones de imágenes. El monólogo
interior, presente por ejemplo en las obras de
Virginia Woolf, es una de las técnicas para
hacer brotar el inconsciente. En estas obras
aparecen seres fantásticos, que

entroncan con la ciencia ficción. En España,


Ramón María del Valle-Inclán usó el esperpento (en el ámbito del teatro grotesco) para deformar la
realidad y cuestionarla. La Generación del 27 combinó las influencias surrealistas y vanguardistas con la
tradición lírica (Pedro Salinas, Gerardo Diego, Jorge Guillén o Vicente Aleixandre). En Argentina, Jorge
Luis Borges inicia la publicación de sus obras repletas de referencias intelectuales que hacen de puente
entre Europa y América, donde escribe Pablo Neruda.

Un grupo de excombatientes y autores se resistían a adoptar el optimismo sensualista o burlesco


generalizado. Se trata de la generación perdida estadounidense, con figuras como William Faulkner,
Ernest Hemingway, John Steinbeck o Francis Scott Fitzgerald. Sus obras siguen el pesimismo
existencial de los años anteriores, agravado por una experiencia directa en el conflicto o bien por la
constatación de la vacuidad de sus conciudadanos, que olvidan la memoria de los que han sufrido y no
quieren enfrentarse al mundo. Otra excepción es Alemania donde surge la Nueva Objetividad, que
justamente pretende retratar la realidad tal cual es, basándose en las técnicas del reportaje
periodístico o en un teatro renovado. Los autores más importantes son Bertolt Brecht, Alfred Döblin y
Hermann Hesse.

En los años 30 vuelve la literatura más reflexiva, que analiza el contexto histórico y preludia el
existencialismo, como por ejemplo la obra de André Malraux o Louis- Ferdinand Céline. Los autores de
muchos países están marcados por la situación política, con cambios de régimen y el auge del
totalitarismo. En Alemania, con el ascenso del nazismo comienza a cultivarse una literatura de
exaltación nacional mientras que el realismo socialista se impone a la literatura rusa y la de los países
de la órbita soviética, un movimiento que combina el adoctrinamiento político con un realismo
costumbrista, donde el proletariado es el principal protagonista. Los disidentes deben escribir en
secreto o hacer desaparecer sus libros, ya que se implanta la censura artística. Varios autores europeos
alertan sobre el peligro del

control estatal: aparece entonces la distopía, como Un mundo feliz de Aldous Huxley.

En los Estados Unidos, la Gran Depresión (1929) marca el tema de la mayoría de las novelas, con
autores como John Steinbeck o Henry Miller. Dentro de la novela de género cabe destacar la figura de
Agatha Christie; su obra Diez negritos puede considerarse el primer superventas del siglo (con más de
100 millones de copias vendidas). Las intrigas de detectives ocupan un lugar preeminente en las
preferencias lectoras del período.

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) supone un punto de inflexión, tanto por los combates y sus
consecuencias, como por el holocausto, uno de los grandes temas de la segunda mitad del siglo (así
como la identidad de los judíos y su papel en Israel, asunto que dividirá políticamente la clase
intelectual). El Diario de Ana Frank, escrito durante esta época, puede ser visto como uno de los libros
inaugurales de esta tendencia, y Primo Levi como uno de sus máximos representantes. Surge el
existencialismo, con las obras de Jean-Paul Sartre, ante la angustia de un error repetido, la falta de
sentido de la vida y la libertad combativa que se opone a ella.

Sobre temas similares se reflexiona en El Principito de A. de


Saint Exupery o los libros de Albert Camus. Simone de
Beauvoir añade la cuestión del feminismo y el papel de la
mujer mientras que Tennessee Williams lo hace a través de
su teatro. En España, el conflicto mundial llega atenuado,
aún con las cicatrices de la guerra civil. En la primera
posguerra la poesía se convierte en el arte para expresar el
descontento, como los versos de Dámaso Alonso, mientras
que la novela

aborda cuestiones sociales y realistas, como la obra de


Camilo José Cela o Carmen Laforet. Esta tendencia se
trasladará al teatro al final de la década, con las obras de Antonio Buero Vallejo.

Después del conflicto, el mundo quedó dividido en dos: un Occidente capitalista y un comunismo
soviético. George Orwell denuncia el bloque comunista usando la fábula, la distopía y el
distanciamiento. Del otro bando, los autores prosoviéticos siguen escribiendo con el estilo realista
precedente. Se condena al exilio o a trabajos forzados a los disidentes internos, como Aleksandr
Solzhenitsyn.

En los Estados Unidos los autores más jóvenes


empiezan a cuestionar el sistema, como Jack
Kerouac, Allen Ginsberg o William Seward
Burroughs, denunciando especialmente la
dicotomía entre apariencia y realidad en las familias
y la hipocresía de la clase

dirigente. Es la generación beat. El desencanto vital


y la búsqueda de nuevos referentes es patente en
obras como El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
Se consolida la literatura fantástica y de ciencia ficción y nace la novela de espionaje, que pasará a
la pantalla como thriller, con personajes como James
Bond de Ian Lancaster Fleming.

En Italia surge el neorrealismo, tanto en cine como en


literatura (la mutua influencia entre las dos artes va
creciendo a lo largo del siglo), con obras como las de
Cesare Pavese. En paralelo, Giuseppe Tommasi di
Lampedusa certifica en El Gatopardo la muerte del
mundo antiguo y aristocrático, dando paso a la plena
modernidad.

AUTORES HISPANOAMERICANOS DEL SIGLO XX

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ (1651-1695). México

Empezamos con una sorprendente mujer que nació en


México con el nombre de Juana de Asbaje y Ramírez de
Santillana, después se llamaría Sor Juana Inés de la Cruz.

No soy yo la que pensáis,


sino es que allá me habéis dado
otro ser en vuestras plumas
y otro aliento en vuestros labios.

Fue una mujer adelantada a su época. Aprendió a leer con solo tres años y mostró ya una
sorprendente precocidad e inteligencia. Se le llamó La monja de México, El fénix de México y La
décima musa. Escribió poesía y teatro y también se interesó por la astronomía, filosofía, historia,
música y pintura; todo ello la convirtió en una mujer única en su época que encontró admiradores
y protectores, pero también detractores. Su poesía es típicamente barroca, con rasgos oscuros y
rebuscados.

Su obra más famosa son las redondillas CONTRA LAS INJUSTICIAS DE LOS HOMBRES.

ANDRÉS BELLO (1781-1810). Venezuela

Andrés Bello nació en 1781 en la capital, Caracas, en el seno de una familia con recursos
económicos que le proporcionó una esmerada educación. Fue maestro, filósofo, filólogo, político,
jurista, pedagogo, poeta e historiador. Simón Bolívar fue su discípulo. Fue espectador de la
desaparición de un mundo y la aparición de otro nuevo ya que vivió las tres últimas décadas de
dominio español en América y la progresiva emancipación de las colonias. Andrés Bello representa
la aspiración a la independencia y fue un polígrafo incansable. Escribió el Código Civil de Chile y
fundó la Universidad de Santiago.

Una de sus obras más importantes es la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los
americanos (1847).
Reconocido como el primer humanista de la América, el sabio venezolano-chileno Andrés Bello
(1781-1865) construirá uno de los acervos culturales más ingentes y permanentes para la
comprensión de Hispanoamérica. Codificador, hará que coincidan la lengua y las leyes en la fragua
de una moral republicana de la que las naciones recién independizadas estaban tan necesitadas.
Genio y genial en las más variadas materias, la actualidad de su pensamiento lo hace al día de hoy
figura imprescindible para el entendimiento del mundo hispánico. Padre de la gramática moderna
(…)

Algunas de sus obras

 ALOCUCIÓN A LA POESÍA

 LA ORACIÓN POR TODOS

 HISTORIA DE LA LITERATURA

 RESUMEN DE LA HISTORIA DE VENEZUELA

DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO (1811-1888). Argentina

Su vida se inició bajo las guerras de independencia de Argentina y siguió paralela a las luchas
civiles. Domingo Faustino Sarmiento fue un importante político (llegó a ser presidente de la
República entre 1868 y 1874) y un gran escritor, autor de una copiosa producción periodística,
pedagógica y literaria.

Destaca su novela Facundo o Civilización y Barbarie (1845). En esta novela Sarmiento plantea la
disyuntiva ente la civilización (en las ciudades, centros organizados con trabajo y cultura) y la
barbarie (el mundo de la pampa, los gauchos, que representan lo primitivo y el caos de la
naturaleza). Para él, la salvación de Argentina debe basarse en la educación que debe salvar la
distancia entre la civilización y esa barbarie.

JOSÉ MÁRMOL (1817-1871). Argentina

José Mármol nació en Buenos Aires donde comenzó estudios de derecho que nunca terminó, ya
que se dedicó a la política por completo. Ocupó varios cargos relevantes.

Poeta, narrador y periodista considerado uno de los mejores representantes


del ROMANTICISMO en Argentina.

Su obra más popular es la novela Amalia; esta obra eleva a Mármol como un clásico de la literatura
argentina. La novela cuenta el encuentro sentimental entre el joven Eduardo Belgrano y Amalia.
Belgrano, con un grupo de fugitivos, pretende huir de Buenos Aires a Montevideo; es herido
durante el intento y Amalia le da asilo. El contexto histórico está marcado por una visión crítica del
régimen rosista. Amalia se convirtió en la obra más importante en el siglo XIX en Argentina y en el
extranjero durante el siglo XIX.

Amalia es una síntesis singular de las distintas tendencias de la novela romántica


hispanoamericana. Su autor, José Mármol, desde la perspectiva nostálgica del exilio forzoso en
Montevideo, reconstruye la dramática situación argentina en 1840, bajo la dictadura de Juan
Manuel Rosas; crea un tenso climax de violencia, representado por la fuerte persecución de los
unitarios, en Buenos Aires, y las cruentas campañas de la guerra civil en las provincias.

JOSÉ HERNÁNDEZ (1834-1886). Argentina

José Hernández fue militar, político, periodista y poeta.

Nació en una chacra en las cercanías de Buenos Aires y durante su juventud vivió en el campo en
una estancia en la que su padre trabajaba. Su crianza en el campo, con los gauchos y en plena
lucha con la tierra, con los indios y con los maleantes tuvo un papel fundamental en su obra.

Fue autodidacta. Su obra es plenamente romántica; en ella se mezcla lo lírico, lo satírico y lo épico.

Autor de Martín Fierro, obra considerada la cumbre de la literatura gauchesca y un clásico de la


literatura argentina. A través de este poema épico consiguió eco para sus propuestas y la más
valiosa contribución a la causa de los gauchos.

JORGE ISAACS (1837-1895). Colombia

La obra literaria de Jorge Isaacs es escasa: un libro de poemas que publicó en 1864 y una única
novela, «María», considerada una de las obras más destacadas de la literatura hispanoamericana
del siglo XIX.

María se publicó en 1867 y tuvo un éxito inmediato en toda América. Se tradujo a 31


idiomas. Isaacs se convirtió en una figura conocida, lo que le permitió iniciar una dilatada carrera
periodística y política.

La novela, de corte romántico, cuenta los amores trágicos de María y su primo Efraín, en el
departamento del Valle del Cauca. Como el propio autor, Efraín debe abandonar el Valle para
seguir estudios en Bogotá. Este viaje lo obliga a separarse de su prima María, de la que está
enamorado. Cuando regresa, seis años después, María está muerta. La novela destaca por la
calidad artística de su prosa.

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