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El pecado más grave es la incredulidad, pero robarle al pobre con el cuento del diezmo aun es,

más grave delante de un dios de misericordia. Prov. 14:31

(Deuteronomio 15:10; Proverbios 14:31; Mateo 25:31-46; 1 Juan 3:17-18)

Tipos de incrédulos

El ateo no cree en la existencia de Dios. Es el necio quien dice: “No hay Dios” (Salmo 14.1).

El pagano niega que haya revelaciones directas de Dios. No cree que la Biblia es la palabra de
Dios. Se opone al cristianismo verdadero.

El agnóstico ni afirma ni niega la existencia de Dios; profesa una actitud neutral en cuanto a la
fe cristiana. Limita su creencia a estas tres palabras: “Yo no sé”. En realidad, él es un pagano.

El filósofo se toma la libertad de formar sus propias opiniones a pesar de lo que dice la Biblia.
Así rechaza la autoridad de las sagradas escrituras.

El modernista trata de explicar la doctrina cristiana desde el punto de vista de las creencias y
los conceptos modernos.

El evolucionista trata de sustituir el relato de la creación según Génesis por la teoría de un


desarrollo lento. Piensa que el mundo se formó a través de millones de años y que los seres
vivos van transformándose. Plantea que el hombre fue antes mono y que evolucionó con el
paso del tiempo hasta llegar a convertirse en el hombre actual.

Todos estos tipos de incrédulos, aunque varían mucho entre ellos mismos y se contradicen el
uno al otro, sin embargo, trabajan unidos al oponerse a la Biblia. Niegan que la Biblia sea una
revelación directa de Dios al hombre y que sea infalible y de autoridad absoluta. Como
resultado de las opiniones de todos estos tipos de incrédulos la iglesia cristiana de hoy se
enfrenta con tales herejías destructoras como el ateísmo, el politeísmo, el panteísmo, el
universalismo, el unitarismo, el materialismo y el racionalismo. En medio de esta confusión,
Satanás está cosechando multitudes de almas engañadas.

Lo que nos hace vulnerables a la incredulidad

Cristo se asombró de la incredulidad de la gente en su tiempo (Marcos 6.6). ¿Acaso él no había


cumplido con todas las profecías del Antiguo Testamento acerca de la venida del Mesías? Por
su maravilloso poder de hacer milagros, por su sabiduría, el amor, la gracia y la bondad que él
manifestó mientras estuvo físicamente en la tierra nadie debió haber dudado que él fuera el
Mesías. ¿Acaso no se maravillaron los mismos judíos incrédulos de su sabiduría y poder? Sin
embargo, aunque dijeron que esperaban la venida del Mesías, no creyeron en él. Más bien, lo
mataron.

¿Acaso es más asombrosa la incredulidad de los judíos de aquel tiempo que la del mundo de
nuestros días? Las evidencias del cristianismo están en todas partes. No solamente tenemos a
Moisés y a los profetas, sino también el evangelio de Cristo, el testimonio de las vidas de los
hijos de Dios, el Espíritu Santo y las manifestaciones de la gracia y el poder divino en los
acontecimientos diarios del mundo. ¿Por qué, pues, está aún “el mundo entero bajo el
maligno” (1 Juan 5.19), envuelto en el manto de la incredulidad? ¿Qué es lo que nos hace
vulnerables a la incredulidad?

1. Codiciar el pecado
Muchas veces culpamos a otros de hacernos caer en el pecado, pero no debemos echarle la
culpa a nadie sino a nosotros mismos. “Cada uno es tentado, cuando de su propia
concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1.14). ¿Por qué el borracho no deja su botella,
el fumador su cigarro, el jugador de suerte la mesa del juego, el hombre inmoral el burdel, el
hombre codicioso su negocio deshonesto, el que busca placeres sus lugares favoritos de
diversión, el hombre contencioso sus peleas, el irreverente su profanidad o el ladrón el hurto?
No los dejan porque siempre desean lo malo. Cuanto más codiciamos las cosas malas, tanto
menos estimamos la palabra de Dios. Luego concluimos que estas cosas no son tan malas
como pensábamos y que la Biblia no significa exactamente lo que dice. Vemos a personas que
una vez fueron fieles a Dios y a su palabra, pero después volvieron a los caminos del pecado.
Quizá fue algo del mundo que ellos codiciaron, algún mandamiento del Señor que no quisieron
obedecer o alguna cosa o negocio prohibido por la iglesia que los llevó a caer en pecado. Al
principio, su conciencia los molestaba cuando pecaban, pero después de un tiempo la misma
dejó de molestarlos. Sus deseos los han llevado a una actitud de desobediencia y tal
desobediencia produjo un estado de incredulidad. Ahora se burlan de las cosas que una vez
creyeron. Son como a los que Pablo se refería cuando dijo: “Por esto Dios les envía un poder
engañoso, para que crean la mentira” (2 Tesalonicenses 2.11).

2. Los intereses propios

Tal vez usted se haya sentado en su habitación tan fascinado con la lectura de un libro que no
se fijó en ninguna otra cosa o tan interesado en un párrafo que ni siquiera vio el resto de la
misma página que estaba leyendo. A lo mejor usted haya visto a personas tan preocupadas
con sus negocios que perjudican sus vidas espirituales y que aunque alguien los amonestó una
y otra vez nunca vieron algún peligro en lo que hacían.

¿Por qué los judíos no creyeron en Jesús? Ellos estaban tan interesados en el judaísmo que no
quisieron ver la verdad. ¿Por qué en la actualidad hay tanta incredulidad en el mundo? Porque
la gente busca los placeres, las riquezas, las vanidades y los engaños del mundo con tanta
ansiedad que con nada desechan las advertencias de la Biblia, negándose a creerlas.

3. El engaño

¿Por qué Eva extendió la mano para tomar el fruto prohibido? Porque se engañó creyendo que
el fruto que deseaba era mejor que lo que ya tenía. ¿Por qué los hombres roban, juegan lotería
y hacen fraudes? El tentador les ha hecho creer que ésta es la manera más rápida, más fácil y
mejor de obtener dinero. A medida que se van estimando más las cosas temporales y carnales,
se estiman menos las cosas eternas y espirituales. Por esta razón los hombres rechazan a Dios
y desconfían de Jesucristo, y siendo engañados creen que han encontrado algo mejor.

4. Las amistades mundanas

En esto se halla la base por tanta incredulidad. Los incrédulos inteligentes, educados, sociables
y persuasivos son compañeros peligrosos para los jóvenes. Es de esta manera que muchos
hogares, muchos clubes sociales, muchas iglesias, muchas escuelas y muchas universidades
han sido convertidas en fábricas de incrédulos.

5. La literatura dañina

Un obispo joven estaba de visita en el hogar de otro obispo más anciano. Entonces vio en la
mesa de la biblioteca un ejemplar del libro de Tomás Paine, “The Age of Reason” (La época de
la razón). El joven obispo se quedó atónito.
—¿Qué? ¿Usted lee tales libros?

—Sí, ¿por qué no? —contestó el otro—. Quiero informarme de tales cosas para poder predicar
contra ellas.

—Pero, ¿y sus hijos? —le preguntó el primero.

—No hay peligro — contestó el anciano—. Ellos casi nunca lo leen.

Sin embargo, sí había peligro. Los dos hijos se volvieron incrédulos. La literatura tiene poder,
sea para el bien o para el mal.

Lo que hace la incredulidad

Resulta triste que muchos cristianos no se dan cuenta de los daños que la incredulidad está
causando en tantos hogares, escuelas e iglesias. Por el bien de ellos y de los demás,
examinemos lo que hace la incredulidad.

1. Debilita el poder de los obreros cristianos

En varias ocasiones la Biblia da ejemplos en los cuales se demuestra que hasta los discípulos no
cumplían lo que debían por falta de la fe (Mateo 17.19–20). Para Dios todo es posible; pero
para el hombre lo posible se mide conforme a la fe (Mateo 9.29). Sabiendo que la fe es la
victoria que vence al mundo (1 Juan 5.4–5), concluimos que la falta de fe es en parte lo que ha
impedido que más personas del mundo sean escogidas para servir a Cristo.

2. Impide la obra de Cristo

Según Marcos 6.5–6, Cristo no pudo hacer muchos milagros en su propio pueblo a causa de la
incredulidad de la gente. La fe de parte de los obreros y también de los oidores de la palabra
es indispensable para tener éxito en la obra de Dios

3. Impide que los hombres entren en el reino de Dios

Los israelitas no entraron en el reposo de Dios “a causa de incredulidad” (Hebreos 3.19). De los
que vivieron cuando estaba Cristo en la tierra, pocos entraron en el reino de Dios; pues la
mayoría de los judíos permanecieron en incredulidad. El dicho “el que no cree, ya ha sido
condenado” (Juan 3.18) es tan verdadero hoy como lo fue cuando se pronunció por primera
vez. Los incrédulos pueden hacerse miembros de una iglesia, y muchas veces lo logran. Pero no
hay lugar para ellos en la iglesia verdadera de Jesucristo. Cuando el carcelero preguntó sobre
el camino de la salvación, los apóstoles le contestaron: “Cree en el Señor Jesucristo” (Hechos
16.31). Cuando el eunuco quiso saber si podía ser bautizado, Felipe le dijo: “Si crees de todo
corazón, bien puedes” (Hechos 8.37). Finalmente, vemos que lo que acontecerá a los
incrédulos es que “tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21.8).
La Biblia no ofrece ninguna esperanza de salvación a nadie sino sólo por la fe en el Señor
Jesucristo.

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