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LA
VERDAD
RESTAURADA

Una breve historia de


La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días

1
INDICE

1. Génesis
2. Un ángel y un libro
3. El poder de Dios entre los hombres
4. Se organiza la Iglesia
5. El mormonismo en Ohio
6. La Iglesia en Misuri
7. Nauvoo la Hermosa
8. Los mártires
9. El éxodo
10. Hacia la tierra prometida
11. La conquista del desierto
12. Los años de conflicto
13. Años de sobrellevar las pruebas
14. El resplandor de la buena voluntad

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Capítulo 1
GÉNESIS

A principios del siglo diecinueve, la parte occidental del estado de


Nueva York era principalmente territorio de colonización, una región de
amplias oportunidades para quienes no temieran la formidable tarea de
desmontar y trabajar la tierra virgen. Entre éstos estaban José Smith y su
esposa, Lucy Mack, quienes, junto con sus odio hijos, en 1816 se
establecieron en los alrededores de Palmyra, no lejos de Rochester.
Los Smith constituían una familia típica de Nueva Inglaterra, de
ascendencia inglesa y escocesa, que valoraba la independencia por la
cual sus antepasados de ambas líneas habían luchado en la revolución
norteamericana de 1776. Y eran gente religiosa que leía la Biblia y oraba
en familia aunque. como muchos de su clase, no pertenecían a ninguna
iglesia.
Esta situación en que se encontraban los pobladores de las regiones
coloniales de los Estados Unidos causó gran inquietud a los líderes
religiosos y se inició una campaña de conversión, que se llevó a cabo en
una amplia región que iba desde los estados de Nueva Inglaterra hasta
Kentucky. En 1820 llegó hasta la parte occidental de Nueva York. Los
ministros de distintas denominaciones unieron sus esfuerzos y se
lograron muchas conversiones entre los colonos esparcidos. En una de
sus ediciones un periódico de Rochester hizo la siguiente observación:
“Desde que se inició el último movimiento renovador religioso, más de
doscientas almas de Palmyra, Macedon, Manchester, Lyons y Ontario se
han convertido en esperanzados recipientes de la gracia divina”. A la
semana siguiente informaba “que en Palmyra Macedon... más de
cuatrocientas almas ya han confesado que el Señor es bueno”.1

LA HISTORIA DE JOSÉ SMITH

Ante el ímpetu de esa renovación religiosa, cuatro miembros de la


familia Smith —la madre y tres hijos— se unieron a la Iglesia
Presbiteriana. Otro hijo, José, que entonces tenía catorce años de edad,
también sintió un fuerte deseo de afiliarse a una iglesia; pero quería estar
Seguro en tan importante paso y se sintió profundamente afligido por el
hecho de que, aun cuando los diversos ministros religiosos habían estado
unidos al iniciarse el movimiento de renovación, se mostraron en
enconado desacuerdo cuando los conversos empezaron a dividirse entre
las varias congregaciones. Cuanto más escuchaba los argumentos
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contradictorios, más se confundía. Razonando, llegó a la conclusión de
que todas ellas no podían estar en lo cierto, y el problema de cuál sería la
que Dios reconocía como su Iglesia lo inquietó (le gran manera. En un
relato sencillo y sincero nos cuenta lo que decidió hacer y los notables
acontecimientos que siguieron:
“Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las
contiendas de estos grupos de religiosos, un día estaba leyendo la
Epístola de Santiago, primer capítulo y quinto versículo, que dice: Si
alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a
todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
“Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un
hombre con más fuerza que éste en esta ocasión, el mío... Lo medité
repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa
persona era yo; porque no sabía qué hacer; y a menos que obtuviera
mayor conocimiento del que hasta entonces tenía, jamás llegaría a saber;
porque los maestros religiosos de las diferentes sectas entendían los
mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto, que destruían
toda esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia.
“Finalmente llegué a la conclusión de que tendría que permanecer en
tinieblas y confusión, o de lo contrario, hacer lo que Santiago
aconsejaba, esto es, recurrir a Dios. Al fin tomé la determinación de
‘pedir a Dios’, habiendo decidido que si El daba sabiduría a quienes
carecían de ella, y la impartía abundantemente y sin reprochar; yo podría
intentarlo.
“Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir a
Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue en la mañana de un
día hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820. Era la
primera vez en mi vida que hacía tal intento, porque en medio de toda mi
ansiedad, hasta ahora no había procurado orar vocalmente
“...mirando a mi derredor y encontrándome solo, me arrodillé y
empecé a elevar a Dios el deseo de mi corazón. Apenas lo hube hecho,
cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que me dominó por
completo, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la
lengua, de modo que no pude hablar. Una densa obscuridad se formó
alrededor de mí, y por un momento me pareció que estaba destinado a
una destrucción repentina.
“Mas esforzándome con todo mi aliento para pedirle a Dios que me
librara... y en el momento en que estaba para hundirme en la
desesperación y entregarme a la destrucción —no a una ruina imaginaria,
sino al poder (le un ser efectivo del mundo invisible que ejercía una
fuerza tan asombrosa como yo nunca había sentido en ningún otro ser—
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precisamente en ese momento de tan grande alarma vi una columna de
luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz
gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
“No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había
sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos
Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me
habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi
Hijo Amado: ¡Escúchalo!
“Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las
sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que
me hube recobrado... pregunté a los Personajes que estaban en la luz
arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera... y a cuál debía
unirme.
“Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque...con sus
labios me honran, pero su corazón lejos está de mí; enseñan como
doctrinas los mandamientos de hombres, teniendo apariencia de piedad,
mas negando la eficacia de ella’”2

LAS REACCIONES DE LA GENTE

Como es de suponerse, tan extraordinario relato provocó


considerable conmoción. De buena fe, José Smith habló del hecho con
tino de los predicadores que habían tomado parte en aquella renovación
religiosa. El joven quedó desconcertado cuando el hombre trató su relato
con desprecio, diciéndole que tales cosas eran del diablo, que todas las
visiones y revelaciones habían cesado con los Apóstoles y que no se
repetirían. Pero no terminó allí el asunto, porque el joven no tardó en
descubrir que era el blanco de burlas; y hombres que en general no se
habrían fijado en él se empeñaban en ridiculizarlo, lo que fue para él
motivo de mucha pena. En su historia continúa diciendo:
“Sin embargo, no por esto dejaba de ser un hecho el que yo hubiera
visto una visión. He pensado desde entonces que me sentía igual que
Pablo, cuando presentó su defensa ante el rey Agripa y refirió la visión,
en la cual vio una luz y oyó una voz. Mas con todo, fueron pocos los que
le creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco; y
se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la realidad
de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución
debajo del ciclo no iba a cambiar ese hecho; y aunque lo persiguieran
hasta la muerte, aun así sabía, y sabría hasta su último aliento, que había

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visto una luz así como oído una voz que le habló; y el mundo entero no
pudo hacerlo pensar o creer lo contrario.
“Así era conmigo. Yo efectivamente había visto una luz, y en medio
de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y
aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no
obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me vilipendiaban, y
decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo
pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En
realidad he visto una visión; y ¿quién soy yo para oponerme a Dios?, o
¿por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto?
Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y
no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo,
ofendería a Dios y caería bajo condenación.”3
En la mente de José Smith quedó así aclarado el gran problema que
lo había confundido, por lo que no se afilió a ninguna de las iglesias que
habían procurado despertar su interés. Y de mayor importancia aún,
había descubierto que la promesa de Santiago era verdadera: Quien tenga
falta de sabiduría puede pedirla a Dios y obtenerla sin reproche.

1 Preston Nibley, “Joseph Smith, the Prophet”. Salt Lake City: Deseret News
Press, 1946, págs. 21-22.
2 José Smith—Historia 11-19.
3 José Smith—Historia 24-25.

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Capítulo 2
UN ÁNGEL Y UN LIBRO

Una vez que hubo relatado su visión, la vida de José Smith nunca
volvió a ser la misma. Por una parte, la notable experiencia había
causado una impresión indeleble en él. El conocimiento que había
recibido en esa visión lo había colocado en tina posición singular. Sin
embargo, su manera de vivir no era muy distinta de la de cualquier otro
joven granjero de su época, con la excepción de que a menudo era objeto
de burlas. No obstante, siguió trabajando en la granja de su padre y para
otros vecinos de la zona y siguió relacionándose con compañeros de su
propia edad. Quienes lo conocieron lo describían como un joven fuerte y
activo, de disposición alegre, aficionado a la lucha y a otros deportes. La
historia de su vida y experiencias en esta época queda mejor descrita con
sus propias palabras:
“...frecuentemente cometía muchas imprudencias y manifestaba las
debilidades de la juventud... lo cual me da pena decirlo, me condujo a
diversas tentaciones, ofensivas a la vista de Dios. Esta confesión no es
motivo para que se me juzgue culpable de cometer pecados graves o
malos, porque jamás hubo en mi naturaleza la disposición para hacer tal
cosa...
“Como consecuencia de estas cosas, solía sentirme censurado a
causa de mis debilidades e imperfecciones. De modo que, en la noche del
ya mencionado día veintiuno de septiembre, después de haberme retirado
a mi cama, me puse a orar, pidiéndole a Dios Todopoderoso perdón de
todos mis pecados e imprudencias; y también una manifestación para
saber de mi condición y posición ante El; porque tenía la más absoluta
confianza de obtener tina manifestación divina, como previamente la
había tenido.
“Encontrándome así, en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía
una luz en mi cuarto, y que siguió aumentando hasta que la habitación
quedó más iluminada que al mediodía; cuando repentinamente se
apareció un personaje al lado de mi cama, de pie en el aire, porque sus
pies no tocaban el suelo.
“Llevaba puesta una túnica suelta de una blancura exquisita. Era una
blancura que excedía a cuanta cosa terrenal jamás había visto yo; y no
creo que exista objeto alguno en el mundo que pueda presentar tan
extraordinario brillo y blancura. Sus manos estaban desnudas, y también
sus brazos, un poco más arriba de las muñecas; y de igual manera sus
pies, así como sus piernas, poco más arriba de los tobillos. También tenía
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descubiertos la cabeza y el cuello, y pude darme cuenta de que no
llevaba puesta más ropa que esta túnica, porque estaba abierta de tal
manera que podía verle el pecho.
“No sólo tenía su túnica esta blancura singular; sino que toda su
persona brillaba más de lo que se puede describir, y su faz era como un
vivo relámpago. El cuarto estaba sumamente iluminado, pero no con la
brillantez que había en torno de su persona. Cuando lo vi por primera
vez, tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí.
“Me llamó por mi nombre, y me dijo que era un mensajero enviado
de la presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía tina
obra para mí, y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría
mi nombre para bien y para mal, o sea, que se iba a hablar bien y mal de
mí entre todo pueblo.”

LAS ESCRITURAS DE LAS AMÉRICAS

“Dijo que se hallaba depositado un libro, escrito sobre planchas de


oro, el cual daba una relación de los antiguos habitantes de este
continente, así como del origen de su procedencia. También declaró que
en él se encerraba la plenitud del evangelio eterno cual el Salvador lo
había comunicado a los antiguos habitantes.
“Asimismo, que junto con las planchas estaban depositadas dos
piedras, en aros de plata, las cuales, aseguradas a un pectoral, formaban
lo que se llamaba el Urim y Tumim; que la posesión y uso de estas
piedras era lo que constituía a los ‘videntes’ en los días antiguos, o
anteriores, y que Dios las había preparado para la traducción del libro.
“Después de decirme estas cosas, empezó a citar las profecías del
Antiguo Testamento... [José entonces menciona algunos de los pasajes
de las Escrituras citados por Moroni.]
“Por otra parte, me manifestó que cuando yo recibiera las planchas
de que él había hablado... no habría de enseñarlas a nadie, ni el pectoral
con el Urim y Tumim, sino únicamente a aquellos a quienes se me
mandase que las enseñara; si lo hacía, sería destruido. Mientras hablaba
conmigo acerca de las planchas, se manifestó a mi mente la visión de tal
modo que pude ver el lugar donde estaban depositadas; y con tanta
claridad y distinción, que reconocí el lugar cuando lo visité.
“Después de esta comunicación, vi que la luz en el cuarto empezaba
a juntarse en derredor del personaje que me había estado hablando, y así
continuó hasta que el cuarto una vez más quedó a obscuras, exceptuando
alrededor de su persona inmediata, cuando repentinamente vi abrirse
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algo como un conducto que iba directamente hasta el cielo, y él ascendió
hasta desaparecer por completo, y el cuarto quedó tal como había estado
antes de aparecerse esta luz celestial.
“Me quedé reflexionando sobre la singularidad de la escena, y
maravillándome grandemente de lo que me había dicho este mensajero
extraordinario, cuando en medio de mi meditación, de pronto descubrí
que mi cuarto empezaba a iluminarse de nuevo, y, en lo que me pareció
un instante, el mismo mensajero celestial apareció una vez más al lacio
de mi cama.
“Empezó, y otra vez me dijo las mismísimas cosas que me había
relatado en su primera visita, sin la menor variación... Habiéndome
referido estas cosas, de nuevo ascendió como lo había hecho
anteriormente.
“Ya para entonces eran tan profundas las impresiones que se me
habían grabado en la mente, que el sueño había huido de mis ojos, y
yacía dominado por el asombro de lo que había visto y oído. Pero cuál
no sería mi sorpresa al ver de nuevo al mismo mensajero al lado de mi
canta, y oírlo repasar y repetir las mismas cosas que antes; y añadió una
advertencia, diciéndome que Satanás procuraría tentarme la causa de la
situación indigente de la familia de mi padre) a que obtuviera las
planchas con el fin de hacerme rico. Esto él me lo prohibió...
“Después de esta tercera visita, de nuevo ascendió al cielo como
antes, y otra vez me quedé meditando en lo extraño de lo que acababa de
experimentar; cuando casi inmediatamente después que el mensajero
celestial hubo ascendido la tercera vez, cantó el gallo, y vi que estaba
amaneciendo; de modo que nuestras conversaciones deben de haber
durado toda aquella noche.
“Poco después me levanté de mi cama como de costumbre, fui a
desempeñar las faenas necesarias del día; pero al querer trabajar como en
otras ocasiones, hallé que se me habían agotado a tal grado las fuerzas,
que me sentía completamente incapacitado. Mi padre, que andaba
trabajando cerca de mí, vio que algo me sucedía y me dijo que me fuera
a casa. Partí de allí con la intención de volver a casa, pero al querer
cruzar el cerco para salir del campo en el que estábamos, se me acabaron
completamente las fuerzas, caí inerte al suelo y por un tiempo no estuve
consciente de nada.
“Lo primero que pude recordar fue una voz que me hablaba,
llamándome por mi nombre. Alcé la vista y, a la altura de mi cabeza, vi
al mismo mensajero, rodeado de luz como antes. Entonces me relató otra
vez todo lo que me había referido la noche anterior; y me mandó ir a mi

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padre y hablarle acerca de la visión y mandamientos que había
recibido...”
“...regresé a donde estaba mi padre en el campo, y le declaré todo el
asunto. Me respondió que era de Dios, y me dijo que fuera e hiciera lo
que el mensajero me había mandado Salí del campo y fui al lugar donde
el mensajero me había dicho que estaban depositadas las planchas; y
debido a la claridad de la visión que había visto tocante al lugar, en
cuanto llegué allí, lo reconocí.”1

EL CERRO CUMORA

A unos seis kilómetros al sur de Palmyra, estado de Nueva York, se


halla un cerro de buen tamaño que se levanta abruptamente por el lado
norte y disminuye gradualmente en un largo declive hacia el sur. Por el
costado occidental, no lejos de la cima, tal como José la había visto en la
visión, aparecía, pulida por el tiempo, la superficie de una piedra
redondeada cuyos bordes estaban cubiertos de tierra.
Afanosamente quitó la tierra para poder introducir tina palanca
debajo de la orilla y levantándola vio una caja formada por una piedra
que le servía de fondo y otras que se habían unido con cemento para
formar los lados. Allí, efectivamente, estaba el tesoro; el pectoral, dos
piedras engastadas en arcos de plata y un libro con láminas de oro unidas
por tres anillos.
Anhelosamente extendió las manos para tomarlos, pero
inmediatamente sintió una fuerte sacudida. Lo intentó otra vez y recibió
otro choque paralizador. Por tercera vez hizo el esfuerzo y en esa ocasión
fue tan fuerte el choque que lo dejó débil e impotente. Frustrado, el joven
exclamó: “¿Por qué no puedo obtener este libro?”
“Porque no has guardado los mandamientos del Señor”, contestó una
voz a su lado. Volviéndose el joven, vio junto a él al mismo mensajero
ron el cual había conversado durante la noche. Lo dominó una sensación
de culpabilidad y pasó como relámpago por su mente la solemne
advertencia de Moroni, de que Satanás procuraría tentarlo a causa de la
indigente situación de la familia de su padre, pero que las planchas de
oro eran para la gloria de Dios, y no debía influir en él ningún otro
propósito respecto de ellas.2
Después de esta reprensión, se le dijo que no recibiría las planchas
en esa ocasión, sitio que tendría que pasar por cuatro años de prueba y
que durante ese intervalo debía ir al cerro una vez al año en esa misma
fecha.
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“De acuerdo con lo que se me había mandado”, escribe, “acudía al
fin de cada año, y en cada ocasión encontraba allí al mismo mensajero, y
en cada una de nuestras entrevistas recibía de él instrucciones e
inteligencia concernientes a lo que el Señor iba a hacer, y cómo y de qué
manera se conduciría su reino en lo últimos días...
“Por fin llegó el momento de obtener las planchas, el Urim y Tumim
y el pectoral. El día veintidós de septiembre de mil ochocientos
veintisiete, habiendo ido al fin de otro año, como de costumbre, al lugar
donde estaban depositados. el mismo mensajero celestial me las entregó,
con esta advertencia: que yo sería responsable de ellos; que si permitía
que se extraviaran por algún descuido o negligencia mía, sería
desarraigado; pero que si me esforzaba con todo mi empeño por
preservarlos hasta que él (el mensajero) viniera por ellos, entonces serían
protegidos.”3

HOSTIGADORES

José Smith no tardó en darse cuenta del motivo por el que Moroni le
había recomendado tan estrictamente que protegiera los anales tomados
del cerro, pues no bien se esparció el rumor de que él tenía las planchas,
empezaron los esfuerzos por quitárselas. A fin de preservarlas, primero
las escondió cuidadosamente en un tronco hueco de abedul. Después, las
encerró en un cofre en la casa de su padre; más tarde las enterró debajo
de la chimenea en la sala de la casa; y el taller de un tonelero que vivía
enfrente de ellos fue el siguiente escondite. Todas éstas y otras
estratagemas se emplearon para proteger las planchas de los populachos
de las cercanías, que irrumpían en la residencia de los Smith y las
propiedades contiguas y las registraban y aun recurrieron a los servicios
de un adivino en su afán por encontrar los anales.
En dos ocasiones dispararon contra José Smith y pronto se le hizo
evidente que no podría encontrar paz en las vecindades de Palmyra.
Unos meses antes de recibir las planchas, había contraído matrimonio
con Emma Hale, del municipio de Harmony, estado de Pensilvania. La
había conocido dos años antes, cuando se había alojado en la casa del
padre de ella, mientras estaba trabajando en aquella región al servicio de
un vecino llamado Josíah Stoal. Y cuando en diciembre de 1827 José
Smith recibió una invitación de los padres de su esposa para vivir con
ellos en Harmony, la aceptó con la esperanza de poder encontrar allí la
tranquilidad que necesitaba para la tarea de traducir.

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Habiéndose instalado confortablemente, el joven comenzó a trabajar
en los anales. Era un volumen extraño, de aproximadamente quince
centímetros de ancho por veinte de largo y quince de espesor. Las
páginas de oro, o planchas, eran más finas que una hoja de lata común y
estaban sujetas con tres anillos por uno de los lados. Aproximadamente
una tercera parte de las planchas estaban sueltas y se podían volver sin
dificultad como las hojas de un cuaderno; pero las otras dos terceras
partes estaban “selladas”, de manera que no se podían examinar. Sobre
las planchas había hermosos grabados, pequeños y finamente labrados.
José Smith inició su obra copiando en papel varias páginas de
aquellos extraños caracteres. Tradujo algunos por medio del Urim y
Tumim, o sea, los “intérpretes” que había recibido con las planchas.
Cerca de la casa de los Smith, en Nueva York, vivía un agricultor
próspero llamado Martín Harris, que había oído mucho de lo que había
acontecido al joven y, a diferencia de la mayoría de la gente de la
vecindad, había manifestado un interés amistoso en el asunto. En febrero
de 1828, el Sr. Harris visitó a José Smith.

“NO PUEDO LEER UN LIBRO SELLADO”

José Smith le mostró las páginas que contenían la transcripción de


los caracteres junto con algunas de las traducciones que de ellos había
hecho. Lo interesaron profundamente y pidió permiso para tomarlas
prestadas. Con el consentimiento de José Smith, el Sr. Harris las llevó a
la ciudad de Nueva York y, según su testimonio, presentó “los caracteres
que habían sido traducidos, así como su traducción, al profesor Charles
Anthon, célebre caballero por motivo de sus conocimientos literarios. El
profesor Anthon manifestó que la traducción era correcta y más exacta
que cualquiera otra que hasta entonces había visto del idioma egipcio.
Luego le enseñé los que aún no estaban traducidos, y me dijo que eran
egipcios, caldeos, asirios y árabes, y que eran caracteres genuinos. Me
dio un certificado en el cual hacía constar... que eran auténticos, y que la
traducción de los que se habían traducido también era exacta. Tomé el
certificado, me lo eché en el bolsillo, y estaba para salir de la casa
cuando el Sr. Anthon me llamó, y me preguntó cómo llegó a saber el
joven que había planchas de oro en el lugar donde las encontró. Yo le
contesté que un ángel de Dios se lo había revelado.
“El entonces me dijo: ‘Permítame ver el certificado’. De acuerdo con
la indicación, lo saqué del bolsillo y se lo entregué; y él, tomándolo, lo
hizo pedazos, diciendo que ya no había tales cosas como ministerio de
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ángeles, y que si yo le llevaba las planchas, él las traduciría. Yo le
informé que parte de las planchas estaban selladas, y que me era pro-
hibido llevarlas. Entonces me respondió: ‘No puedo leer un libro
sellado’. Salí de allí y fui a ver al Dr. [Samuel] Mitchell, el cual
confirmó todo lo que el profesor Anthon había dicho, respecto de los
caracteres, así como de la traducción.”4
Algunos años después, al ser entrevistado por un enemigo declarado
de José Smith, el profesor Anthon negó haber hablado favorablemente en
ocasión alguna acerca de los caracteres o de la traducción. Sin embargo,
permanece incólume el hecho de que Martín Harris quedó tan impre-
sionado con lo acontecido que, después de volver a José Smith,
inmediatamente partió hacia Palmyra para poner en orden sus asuntos a
fin de poder ayudar en la traducción.
El 12 de abril de 1828 regresó a Harmony. Aunque hubo frecuentes
interrupciones, la obra de traducir se inició y prosiguió. Para el 14 de
junio de 1828, Martín Harris había escrito 116 páginas de manuscritos
dictados por José Smith.
Desde hacía algún tiempo la Sra. de Harris quería que su esposo
llevara el manuscrito a casa a fin de que ella pudiera verlo. El consultó
con José Smith en cuanto a ese privilegio, pero éste se lo negó.
Rehusando aceptar la decisión, Harris continuó insistiendo hasta que,
finalmente, se le permitió llevar el manuscrito con la condición de no
mostrarlo a nadie más que a los miembros más cercanos de su familia. El
estuvo de acuerdo, pero, al retornar a su casa, cedió a la presión de otras
personas curiosas y, evidentemente, le robaron los papeles.
José Smith se dio cuenta demasiado tarde del grave error que había
cometido al permitir que la traducción saliera de sus manos. Comprendió
que había hecho mal y le sobrevino una fuerte angustia mental. Esta fue
una lección que no olvidó nunca; ni la olvidó tampoco Martín Harris,
porque nunca más se le permitió volver a ayudar en la traducción. La
parte extraviada no se volvió a traducir; ya que para José Smith era
evidente que sus enemigos podrían alterar el original y ridiculizarlo
públicamente.
Durante el resto de ese año y la primavera siguiente. se le prohibió
seguir traduciendo las planchas, por lo que dedicó la mayor parte del
tiempo a cultivar su propia tierra y a trabajar para otros. Sale a la luz la
historia
El 5 de abril de 1829 llegó a sus puertas un joven que se llamaba
Oliver Cowdery. Para José Smith era un desconocido, pero él conocía a
la familia Smith por haberse hospedado en la casa de ellos mientras

13
enseñaba en la escuela de la zona el año anterior. Había escuchado el
extraordinario relato sobre las planchas de oro y estaba decidido a
investigar personalmente el caso. Dos días después de su llegada,
comenzó su labor de escribiente, mientras José Smith leía en voz alta la
traducción de los anales.
En ellos descubrieron una historia extraordinaria sobre los
descendientes de una familia que salió de Jerusalén aproximadamente en
el año 600 a. de J.C. El padre, Lehi, había sido inspirado a huir de la
ciudad, la cual estaba condenada a la penosa destrucción que
posteriormente le sobrevino. Después de construir un barco, la familia
atravesó el océano y desembarcó en un punto indefinido del continente
americano.
De esta familia surgieron dos naciones conocidas como nefitas y
lamanitas respectivamente. En su mayoría, los nefitas eran gente que
amaba a Dios, mientras que los lamanitas eran, generalmente, indolentes,
contenciosos e inicuos. Los nefitas tenían entre ellos la historia del
pueblo de Israel hasta la época en que la familia había salido de
Jerusalén, y junto con ella llevaban un registro de su propia nación, así
como traducciones de escritos de otras civilizaciones que habían
encontrado.
Su historia relata que los profetas y sacerdotes les enseñaban
principios de rectitud y les impartían las ordenanzas de salvación. Lo
más notable de todo es que el Salvador visitó a este pueblo, después de
Su resurrección, en cumplimiento de sus propias palabras que se
encuentran en el Evangelio según Juan: “También tengo otras ovejas que
no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá
un rebaño, y un pastor”5. Les enseñó los principios que había enseñado
en Palestina y estableció su Iglesia entre ellos, dando a sus dirigentes
autoridad idéntica a la que había conferido a los Doce Apóstoles en
Jerusalén.
Obedeciendo las enseñanzas de Cristo, este pueblo vivió en paz y
felicidad durante varias generaciones; pero cuando la nación prosperó, se
tomó inicua a pesar de las advertencias de los profetas. Entre estos
profetas estaba Mormón, quien en su época tuvo a cargo los anales de la
nación. De esa extensa historia hizo un compendio sobre planchas de oro
y lo entregó a su hijo Moroni, quien sobrevivió la destrucción de la
nación nefita a manos de los lamanitas. Antes de morir, Moroni enterró
los anales en el cerro Cumora, donde José Smith los recibió unos catorce
siglos más tarde. Entre los indios americanos se encuentra hoy en día un
resto de la nación lamanita.

14
1 José Smith—Historia 28-50.
2 Relato hecho por Oliverio Cowdery en una carta dirigida a W. W. Phelps, de
fecha 28 de mayo de 1835. (Véase Cowdery’s Letters on the Bringing of the
New Dispensation, Burlington, Wise Free Press Print, 1899, págs. 26-27.) La
carta se publicó por primera vez en 1854.
3 José Smith—Historia 51, 59.
4 José Smith—Historia 65.
5 Juan 10:16.

15
Capítulo 3
EL PODER DE DIOS ENTRE LOS HOMBRES

Una de las doctrinas que se enseñaban en los antiguos anales era la


del bautismo para la remisión de los pecados. José Smith nunca se había
bautizado, ya que no se había hecho miembro de ninguna iglesia, y al
hablar del asunto con Oliver Cowdery, resolvió preguntar al Señor con-
cerniente a esa ordenanza.
El 15 de mayo de 1829 ambos se retiraron a la soledad del bosque
que había a orillas del río Susquehanna, y mientras estaban orando
apareció sobre ellos una luz en la que descendió un mensajero celestial,
el cual se anunció como Juan, conocido en las Escrituras como Juan el
Bautista.

LA RESTAURACIÓN DEL SACERDOCIO

Dijo que venía autorizado por Pedro, Santiago y Juan, Apóstoles del
Señor que tenían las llaves del sacerdocio, y que él había sido enviado
para conferirles el Sacerdocio de Aarón con la autoridad para administrar
los asuntos temporales del evangelio. Después, puso las manos sobre la
cabeza de cada uno de ellos y los ordenó, diciendo: “Sobre vosotros, mis
consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el
cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de
arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de
pecados...”1
Entonces les indicó que con la autoridad del sacerdocio que habían
recibido, debían bautizarse el uno al otro por inmersión. Primero, José
bautizó a Oliver en el río cercano, y luego Oliver bautizó a José. Así, una
vez más era bautizado el hombre con la misma autoridad y de igual
manera que en la época de Jesús, cuando El fue a Juan, junto al Río
Jordán, para “cumplir toda justicia”2.
No mucho después ocurrió otro hecho notable y todavía más
significativo. Este tuvo lugar “en el yermo despoblado entre Harmony,
condado de Susquehanna, y Colesville, condado de Broome, en las
márgenes del Susquehanna”: Los antiguos Apóstoles, Pedro, Santiago y
Juan, visitaron a José Smith y a Oliver Cowdery y les confirieron los
poderes mayores del sacerdocio, y en esa forma ellos fueron Apóstoles y
testigos especiales de Cristo. Con esta ordenación se restauró a la tierra

16
la misma autoridad que había existido en la Iglesia primitiva de
Jesucristo para obrar en el nombre de Dios.3

LOS TESTIGOS

En junio de 1829 se completó la obra de la traducción, tarea a la cual


se habían dedicado cerca de tres meses de trabajo diligente, aunque José
Smith había tenido las planchas en su poder casi dos años. Durante ese
tiempo tomó todo género de precauciones para protegerlas y cuidarlas a
fin de no perderlas; además, a nadie se le permitió verlas.
Pero en el curso de la traducción, él había hallado que la historia
misma establecía que “tres testigos... lo verán por el poder de Dios,
además de aquel a quien el libro será entregado; y testificarán de la
verdad del libro y las cosas que contiene.”
“Y nadie más lo verá, sino unos pocos, conforme a la voluntad de
Dios, para ciar testimonio de su palabra a los hijos de los hombres;
porque el Señor Dios ha dicho que las palabras de los fieles hablarían
cual si fuera de entre los muertos.”4
Como ya hemos visto, entre los que habían ayudado materialmente
en la obra se encontraban Martín Harris y Oliver Cowdery. También
había prestado ayuda otro joven, David Whitmer, aunque sólo fue
durante un breve período. Enterados estos tres de que habría testigos,
solicitaron recibir ese privilegio.
José Smith consultó al Señor y después les comunicó a los tres que si
se humillaban, podrían tener el privilegio de ver los anales antiguos y la
responsabilidad de testificar al mundo acerca de lo que hubieran visto.
En un día de verano de 1829, José Smith, Oliver Cowdery, Martín
Harris s David Whitmer se internaron en un bosque no lejos de la casa de
la familia Whitmer, en la parte sur del estado de Nueva York. Bajo la
plena luz del día se arrodillaron para orar: el joven José oró primero,
seguido de los demás por turno; mas cuando hubieron orado todos, no
recibieron contestación. Repitieron el mismo procedimiento, pero sin
resultado alguno. Después de este segundo fracaso, Martín Harris ofreció
apartarse del grupo, porque le parecía que él era la causa de que no se
recibiera ninguna manifestación, y, con el consentimiento de José, se
retiró.
Una vez más los tres se arrodillaron en oración y repentinamente
vieron una luz arriba de ellos en el aire y se les presentó un ángel. En las
manos sostenía las planchas y lentamente fue pasándolas, hoja por hoja,
para que los hombres pudieran ver los grabados que contenían. Entonces
17
oyeron una voz por encima de ellos, diciendo: “Estas planchas han sido
reveladas por el poder de Dios y por su poder han sido traducidas. La
traducción que de ellas habéis visto es correcta y os mando que
testifiquéis lo que ahora veis y oís”.5
José Smith entonces se apartó de Oliver y David y fue a buscar a
Martín Harris. Lo encontró orando fervientemente y se unió a él en una
sincera petición al Señor. La súplica fue recompensada con una
manifestación semejante a la que habían visto los otros.
Estos hombres escribieron la siguiente declaración firmada, que
apareció en la primera edición del Libro de Mormón y que ha aparecido
en todas las ediciones subsiguientes:
“Conste a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, a quienes
llegare esta obra, que nosotros, por la gracia de Dios el Padre, y de
nuestro Señor Jesucristo, hemos visto las planchas que contienen esta
relación, la cual es una historia del pueblo de Nefi, y también de los
lamanitas, sus hermanos, y también del pueblo de Jared, que vino de la
torre de que se ha hablado. Y también sabemos que han sido traducidas
por el don y el poder de Dios, porque así su voz nos lo declaró; por tanto,
sabemos con certeza que la obra es verdadera. También testificamos
haber visto los grabados sobre las planchas; y se nos han mostrado por el
poder de Dios y no por el de ningún hombre. Y declaramos con palabras
solemnes que un ángel de Dios bajó de cielo, y que trajo las planchas y
las puso ante nuestros ojos, de manera que las vimos y las
contemplamos, así como los grabados que contenían; y sabemos que es
por la gracia de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, que vimos
y testificamos que estas cosas son verdaderas. Y es maravilloso a nuestra
vista. Sin embargo, la voz del Señor mandó que testificásemos de ello;
por tanto, para ser obedientes a los mandatos de Dios, testificamos estas
cosas. Y sabemos que si somos fieles en Cristo, nuestros vestidos
quedarán limpios de la sangre de todos los hombres, y nos hallaremos sin
mancha ante el tribunal de Cristo, y moraremos eternamente con El en
los cielos. Y sea la honra al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, que son
un Dios. Amén.” (Firmado por Oliver Cowdery, David Whitmer y
Martín Harris.)
Además de los tres testigos, hubo otras ocho personas que vieron las
planchas. Su experiencia, sin embargo, fue diferente. Aconteció sólo un
día o dos después que el ángel se las había mostrado a los tres testigos.
José Smith invitó a ocho hombres para que vieran las planchas: éstos
se reunieron a su alrededor y él les mostró los anales también a plena luz
del día. Cada uno de ellos sostuvo en sus manos el extraño volumen con
entera libertad para hojear la parte que no estaba sellada y examinar
18
atentamente los grabados. Fue una experiencia sencilla en la que todos
participaron juntamente. A continuación se da su testimonio, el cual
también ha aparecido en todas las ediciones del Libro de Mormón:
“Conste a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, a quienes
llegare esta obra, que José Smith, hijo, el traductor de ella, nos ha
mostrado las planchas de que se ha hablado, las que tienen la apariencia
de oro; y hemos palpado con nuestras manos cuantas hojas el referido
Smith ha traducido; y también vimos los grabados que contenían, todo lo
cual tiene la apariencia de una obra antigua y de hechura exquisita. Y
testificamos esto con palabras solemnes, y que el citado Smith nos ha
mostrado las planchas de que hemos hablado, porque las hemos visto y
sopesado, y con certeza sabemos que el susodicho Smith las tiene en su
poder. Y damos nuestros nombres al mundo en testimonio de lo que
hemos visto. Y no mentimos, pues Dios es nuestro testigo.” (Firmado
por Christian Whitmer; Jacob Whitmer; Peter Whitmer, hijo; John
Whitmer, Hiram Page; Joseph Smith, padre; Hyrum Smith y Samuel H.
Smith.)
Mucho es lo que se ha escrito concerniente a las declaraciones de
estos dos grupos de testigos. Por más de un siglo se han propuesto
diversas explicaciones con las que se intenta interpretar sus testimonios
de acuerdo con situaciones distintas de las que los testigos afirmaron
tener. Consideradas todas las circunstancias, el hecho de que ambos
sucesos se efectuaron a plena luz del día, que fueron dos acontecimientos
de naturaleza completamente diferente, que todos los interesados eran
hombres maduros y de juicio reconocido, estos detalles, junto con las
declaraciones y los hechos subsiguientes de las personas de referencia,
llevan a la conclusión de que las situaciones en uno y otro caso se
desarrollaron precisamente como se afirmó. No hubo confabulación,
trucos ni artimañas; en cada caso fue una experiencia solemne basada en
hechos que ninguno de los participantes olvidó o negó jamás.
Los tres testigos se apartaron de la Iglesia fundada mediante José
Smith; dos de ellos se le opusieron con vehemencia, pero ninguno de los
tres negó en ocasión alguna su testimonio en cuanto al Libro de
Mormón. De hecho, cada uno de ellos, en más de una ocasión y hasta el
día de su muerte, reafirmó ese testimonio.
Martín Harris y Oliver Cowdery volvieron a la Iglesia después de
años de estar apartados, mas aun mientras permanecieron separados de la
organización, siempre declararon firmemente la validez, de la afirmación
publicada con sus nombres en el Libro de Mormón. David Whitmer
nunca volvió al seno de la organización, pero repetidas veces sostuvo su
declaración así como sus compañeros lo habían hecho, y poco antes de
19
su muerte publicó un folleto en el que negaba las declaraciones
publicadas en la Enciclopedia Americana y en la Enciclopedia Británica
de que los testigos se habían retractado de su testimonio.
De los ocho testigos, tres abandonaron la Iglesia, pero ninguno de
ellos negó su testimonio.

SE PUBLICA EL LIBRO

Terminada la traducción, se hizo posible la publicación del libro


mediante la ayuda de Martín Harris, que empezó su hacienda para
garantizar el costo de la impresión. El trabajo fue hecho por Egbert B.
Grandin, de Palmyra, Nueva York, quien imprimió cinco mil ejemplares
por la suma de tres mil dólares. El libro tenía más de quinientas páginas
y se le puso por nombre el Libro de Mormón, debido a que Mormón,
antiguo profeta y líder, había sido su editor principal. La publicación
salió de la imprenta en la primavera de 1830.
A medida que el libro circulaba y se leía, surgió otro género de
testimonio a favor de su validez, un testimonio más potente quizá que el
de aquellos que habían visto las planchas. En el libro mismo se
encuentran estas palabras:
“Y cuando recibáis [leáis] estas cosas, quisiera exhortaros a que
preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son
verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera
intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por
el poder del Espíritu Santo”.6
La mayoría de los primeros conversos se unieron a la Iglesia por
haber leído el Libro de Mormón. Miles de personas dieron su vida por
causa de sus creencias. El libro ha sido traducido en docenas de idiomas
desde la fecha de la primera publicación y ha influido en la vida de
hombres y mujeres en muchos países. Los sufrimientos que ellos han
soportado, junto con las obras que han realizado, son, posiblemente, el
más fuerte de todos los testimonios a favor de la realidad de las planchas
de oro y de su traducción conocida como el Libro de Mormón, libro que
ha llegado a ser otro testamento de Cristo en esta generación.

20
1 Véase D. y C. 13.
2 Véase Mateo 3:13-15.
3 Véase D. y C. 128:20.
4 2 Ne. 27:12-13.
5 En History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, por José Smith,
7 vols., 2a. ed. revisada, editada por B. H. Roberts. (Salt Lake City: La Iglesia
de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, 1932-1951.) Se citará de ahora
en adelante como HC.
6 Moroni 10:4

21
Capítulo 4
SE ORGANIZA LA IGLESIA

Poco después de su ordenación bajo las manos de Pedro, Santiago y


Juan, se le manifestó a José Smith que nuevamente se habría de
establecer la Iglesia de Jesucristo sobre la tierra. Este acontecimiento se
llevó a cabo oficialmente la siguiente primavera, en casa de Peter
Whitmer, en el municipio de Fayette, condado de Seneca, Nueva York.
El martes 6 de abril de 1930, seis hombres se reunieron en la casa de
los Whitmer. Había ollas personas presentes, pero estos seis hombres
fueron los que participaron en el procedimiento de la organización: José
Smith, hijo; Oliver Cowdery; Hyrum Smith; Peter Whitmer, hijo;
Samuel H. Smith y David Whitmer; todos ellos eran personas jóvenes,
con un promedio de unos veinticuatro años de edad y todos habían sido
bautizados previamente.
La reunión se inició con una “oración solemne”, después de la cual
José Smith les preguntó a los presentes si estaban dispuestos a aceptarlos
a él y a Oliver Cowdery en calidad de líderes espirituales: todos
estuvieron de acuerdo. Después, José Smith confirió a Oliver Cowdery el
oficio de élder en el sacerdocio y éste, a su vez, lo ordenó a él. Se
repartió la Santa Cena y luego ambos hombres pusieron las manos sobre
la cabeza de cada uno de los demás presentes, los confirmaron miembros
de la Iglesia y les confirieron el clon del Espíritu Santo. En seguida,
algunos de los hermanos fueron ordenados a diferentes oficios en el
sacerdocio.
Mientras se efectuaba la reunión, José Smith recibió una revelación
en la cual se le designaba “vidente... profeta, apóstol de Jesucristo”1, y
desde esa ocasión se le ha conocido en la Iglesia Como “el Profeta”. Al
mismo tiempo se mandó a la Iglesia que llevara una historia de todos sus
actos, práctica que se ha observado meticulosamente desde entonces.

EL NOMBRE DE LA IGLESIA

Por revelación se designó a la nueva organización como “La Iglesia


de Jesucristo”, nombre al cual posteriormente se agregó la frase “de los
Santos de los Ultimos Días”. Este es un hecho digno de mención. La
Iglesia no tomó el nombre de José Smith ni el de ninguna otra persona;
su nombre tampoco provenía de una característica de su gobierno o de
sus funciones, como ha sucedido en muchas sociedades religiosas. Era la
22
Iglesia de Jesucristo restaurada en la tierra en “los últimos días”, y así se
le llamó.
Otro tema interesante es la forma en que se escogió a los oficiales de
la Iglesia. José Smith había sido comisionado divinamente para dirigir la
obra, pero su posición de director estaba sujeta al consentimiento de los
miembros. Desde que se efectuó esa primera reunión en 1830, los
miembros de la Iglesia se han congregado periódicamente para
“sostener” o votar a favor de quienes sean elegidos para dirigir los
asuntos de la Iglesia. Ninguna persona preside en ella sin el
consentimiento de los miembros.
Después de la organización, se convocó una reunión para el siguiente
domingo en esa ocasión Oliver Cowdery pronunció el primer discurso
público en la Iglesia recién fundada. Al final de la reunión se bautizaron
seis personas más, y una semana más tarde otras siete pasaron a engrosar
los registros de la Iglesia. Para cuando se realizó la Primera Conferencia
General en junio de ese año, el número de miembros era de veintisiete
almas, y a la conclusión de dicha conferencia se bautizaron once
personas más en el lago Seneca.
En ese mismo mes comenzó la primera actividad misional. Samuel
H. Smith, el hermano del Profeta, de veintidós años de edad, llenó la
mochila con ejemplares del Libro de Mormón y emprendió un recorrido
por los pueblos vecinos para dar a conocer a la gente las Escrituras
recién publicadas. Después de recorrer a pie más de cuarenta kilómetros
el primer día, llegó a una posada y solicitó al propietario que lo alojara
allí esa noche. Cuando éste se enteró de la misión del joven, lo echó de
su casa y el misionero durmió esa noche a la intemperie.
Al día siguiente llegó al domicilio de un ministro metodista, el
reverendo John P. Greene, que en esos momentos se estaba preparando
para salir a visitar su distrito. El ministro no manifestó interés en la
lectura del libro, pero dijo que lo llevaría y anotaría los nombres de
quienes quisieran comprarlo. Samuel volvió a su casa pensando que sus
esfuerzos habían sido infructuosos, pues le parecía inverosímil que un
ministro metodista instara a sus feligreses a comprar el Libro de
Mormón.
Sin embargo, ocurrió algo extraordinario: la señora de Greene leyó el
libro y se interesó profundamente en él e instó a su esposo a que lo
leyera, de lo que resultó que posteriormente ambos se convirtieron a la
Iglesia. El mismo ejemplar llegó a manos de Brigham Young, de
Mendon, Nueva York. Este fue su primer contacto con la Iglesia, y
después de unos dos años de estudiar e investigar diligentemente, fue
bautizado.
23
El libro que pusieron en circulación Samuel Smith y otros que lo
siguieron surtió efecto similar en muchos otros futuros líderes de la
Iglesia. Parley P. Pratt, pastor protestante, leyó por casualidad un
ejemplar prestado y no tardó en abandonar su antiguo ministerio para
unirse a las filas de la Iglesia recientemente organizada. llevó el libro a
su hermano Orson, que posteriormente se distinguió como científico y
matemático, el cual poco después se dedicó con todas sus energías a la
promulgación de la nueva causa. Un médico de Massachusetts, de
nombre Willard Richards, después de leer una página del libro declaró:
“O Dios o el diablo ha escrito este libro, porque no ha sido el hombre”2.
Lo leyó enteramente dos veces en diez días y se unió a la causa.
Y así aumentó la influencia de este libro. A éste se debe el que los
miembros de la Iglesia recibieran el apelativo, y es eso, sólo un
apelativo, de “mormones”, por el cual han sido popularmente conocidos
desde entonces. No obstante, al recalcar la importancia de estas
Escrituras del hemisferio occidental, los miembros no menosprecian la
Biblia, a la cual consideran la palabra de Dios. Estos dos tomos se dan la
mano como testigos de la realidad y la divinidad del Señor Jesucristo.

LA PERSECUCIÓN

En la mayoría de los casos la obra era severamente censurada en


aquella época de fanatismo religioso. Poco después de la organización de
la iglesia, arrestaron a José Smith mientras dirigía una reunión en
Colesville, Nueva York. Se le acusó de ser “persona agitadora y de estar
alborotando la región con su prédica del Libro de Mormón”. La
evidencia que presentaron era tan ridícula como la acusación, pero en
cuanto el juez lo absolvió volvieron a detenerlo con otra orden de arresto
de la misma índole, y lo llevaron para ser juzgado a otro pueblo, donde
nuevamente quedó absuelto. Así comenzó la persecución que lo acosaría
hasta el día de su muerte.

LA MISIÓN ENTRE LOS LAMANITAS

La segunda Conferencia General de la iglesia se verificó en


septiembre de 1830. Entre los asuntos que se trataron estaba el
llamamiento de Oliver Cowdery para emprender una misión “por tierras
despobladas, a través de los estados del Oeste y hasta los territorios de
los indios”. Más adelante se llamó a Peter Whitmer, Parley P. Pratt y

24
Ziba Peterson para acompañarlo. Esta misión estableció el curso de gran
parte de la historia futura de la Iglesia.
En octubre los cuatro hombres se despidieron de sus familias y
emprendieron la marcha a pie. Cerca de la ciudad de Buffalo se
reunieron con integrantes de la tribu de los catteraugus, a los dije
relataron el origen del Libro de Mormón, explicándoles que contenía la
historia de sus antepasados. Muchos de ellos se mostraron interesados y
los misioneros dejaron ejemplares del libro entre aquellos que sabían
leer.
Antes de convenirse al mormonismo, el élder Pratt había sido
predicador laico de la Iglesia de los Discípulos, fundada por Alexander
Campbell, y estaba deseoso de hablar acerca del mormonismo con sus
antiguas relaciones, de modo que los misioneros viajaron hasta el norte
de Ohio, donde estaba radicado un grupo numeroso de discípulos del
señor Campbell. El élder Pratt tenía particular interés en Sidney Rigdon,
uno de los principales ministros de esa fe.
El señor Rigdon recibió cordialmente a los misioneros, pero
manifestó escepticismo en cuanto a la historia que le refirieron. No
obstante, les permitió que predicaran a su congregación y estuvo de
acuerdo en leer el Libro de Mormón. Poco después fue bautizado y llegó
a ser un dedicado obrero en la causa del mormonismo. El élder Pratt
describe la situación declarando que “la fe era fuerte, grande el gozo e
intensa la persecución”.3

UNA COSECHA DE ALMAS

En el término de tres semanas se bautizaron ciento veintisiete


personas, y antes de la partida de los misioneros en el mes de diciembre,
se habían incorporado a la Iglesia un millar de miembros.
Uno de los nuevos conversos, el Dr. Frederick G. Williams,
acompañó a los misioneros hacia el Oeste desde Ohio. Pasaron varios
días entre los indios de la tribu Wyandot, que vivían en la parte
occidental del estado, después de lo cual continuaron su jornada hacia
Saint Louis, reconociendo a pie la mayor parte de la distancia.
Del viaje hacia el Oeste, después de salir de Saint Louis, el élder
Pratt escribió lo siguiente: “Viajamos a pie más de cuatrocientos noventa
kilómetros por extensas praderas y campos cubiertos de nieve sin ningún
camino trillado; las casas eran pocas y distantes unas de otras, y el
helado viento del noroeste constantemente soplaba en nuestras caras con
un frío tan penetrante que casi nos desollaba el rostro. Viajamos días
25
enteros, desde que amanecía hasta que anochecía, sin refugio ni fuego,
hundiéndonos en la nieve hasta las rodillas a cada paso; el frío era tan
intenso que la nieve del lado sur de las casas no se derritió, ni siquiera
con el sol del mediodía, durante casi seis semanas. Llevábamos a la
espalda nuestras mudas de ropa, varios libros, pan de maíz y carne de
cerdo cruda. A menudo tuvimos que comer por el camino nuestro pan y
carne congelados hasta el punto de que el pan estaba tan duro que no
podíamos morderlo ni sacar de él más que la corteza exterior.”4
Al llegar a Independence, condado de Jackson, estado de Misuri, los
élderes hicieron preparativos para visitar a los indios de la comarca
contigua. Se reunieron con el cacique de la tribu de los delawares, que
los recibió cordialmente y escuchó con gran interés la historia del Libro
de Mormón. Sin embargo, pronto sus oportunidades de predicar se
vieron limitadas, pues hubo agentes del gobierno que, a instancias de
religiosos intransigentes, expulsaron del territorio indio a los misioneros.
Cuatro de ellos permanecieron en Misuri por algún tiempo, mientras que
el hermano Pratt volvió a Nueva York para dar un informe sobre la obra
que habían efectuado.

EL PRIMER PASO HACIA EL OESTE

Cuando el élder Pratt llegó a Kirtland, Ohio, se sorprendió de


encontrar allí a José Smith y de enterarse de que los miembros de la
Iglesia estaban planeando trasladarse a Ohio en la primavera. La
persecución había aumentado en Nueva York y el éxito de los
misioneros en sus viajes había indicado el camino hacia el futuro destino
de la Iglesia en el Oeste.
La segunda conferencia anual fue anunciada para junio de 1831, en
Kirtland, Ohio. Para ese entonces la mayoría de los miembros en Nueva
York se habían trasladado al Oeste y la congregación presente en la
conferencia llegaba a dos mil personas. La Iglesia había crecido
considerablemente desde la ocasión en que los primeros seis miembros
se reunieron para efectuar la organización el 6 de abril de 1830.
Durante esta conferencia, por primera vez en la Iglesia se confirió el
oficio de sumo sacerdote a varios miembros.
También fueron llamados veintiocho élderes para que viajaran de
dos en dos hacia la fiarte occidental de Misuri, predicando por el camino.
El Profeta declaró que se le había revelado que los santos fundarían Sión
en ese lugar.

26
Estos misioneros, entre quienes estaba el mismo José Smith, viajaron
“sin bolsa ni alforja”, predicando con autoridad según viajaban e
incrementando constantemente el número de miembros de la Iglesia. A
mediados de julio llegaron al condado de Jackson, Misuri y tras de ellos
llegó la compañía completa de santos procedentes de Colesville, Nueva
York, que se habían establecido temporariamente en Ohio y luego se
trasladaron todos juntos hacia el Oeste. En un sitio conocido como el
municipio de Kaw, el cual en la actualidad es parte de la ciudad de
Kansas, comenzaron una colonia bajo la dirección del Profeta y Sidney
Rigdon.
Doce hombres, en representación de las doce tribus de Israel,
colocaron el primer tronco para la primera casa. La tierra he dedicada
para el recogimiento de los santos y los presentes hicieron convenio de
“recibir esta tierra con corazones agradecidos” y se comprometieron a
“guardar la ley de Dios” y a “ver que otros de sus hermanos guardaran
las leyes de Dios”5.
En esta forma se estableció la primera colonia mormona en Misuri.
Hacia fines del verano, José Smith, Sidney Rigdon y otros de los élderes
principales regresaron a Kirtland, Ohio, y durante los siete años
siguientes las actividades de la Iglesia se dividieron entre estas dos
localidades separadas una de la otra por mil seiscientos kilómetros:
Kirtland, Ohio, cerca de donde hoy se levanta la ciudad de Cleveland y
el condado de Jackson, Misuri, cerca de lo que hoy es la ciudad de
Kansas.

1 D. y C. 21:1.
2 Claire Noall, Intimate Disciple: A Portrait of Willard Richards (University of
Utah Press, 1957), pág. 101.
3 Autobiography of Parley P. Pratt, ed. por Parley P. Pratt, hijo. Salt Lake City:
Deseret Book, 1938, pág. 48.
4 Autobiography of Parley P. Pratt, pág. 52.
5 En B. H. Roberts. A Comprehensive History of the Church of Jesus Christ of
Latter-day Saints, Century One, 6 vols. Salt Lake City: La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, 1930, 1:255. Se citará de ahora
en adelante como CHC.

27
Capítulo 5
EL MORMONISMO EN OHIO

Esos años en que las actividades del mormonismo se centralizaron


principalmente en Ohio y Misuri fueron de los más importantes y
trágicos en la historia del movimiento. Durante esa época se estableció la
organización básica del gobierno de la Iglesia; José Smith declaró
principios fundamentales y distintivos; la obra se extendió al extranjero
por primera vez; y, conjuntamente con este desarrollo, la Iglesia se vio
sujeta a una persecución intensa, la cual costó la vida a muchos santos y
fue causa de que todos ellos padecieran gravemente.
Mientras que por una parte se estaban verificando hechos de
importancia histórica al mismo tiempo en ambos sitios, la comunicación
entre los dos grupos se vio limitada por falta de medios de transporte,
aunque los oficiales de la Iglesia viajaban de un lugar a otro según lo
exigían las necesidades. Para mayor claridad, este capítulo tratará lo que
sucedió en Ohio desde 1831 a 1838, y el capítulo siguiente presentará la
historia de los acontecimientos ocurridos en Misuri durante el mismo
período.

LA SANTA BIBLIA

Uno de los proyectos iniciados por José Smith antes de trasladarse a


Ohio fue la revisión de la Biblia en inglés. El no desacreditaba la
traducción del rey Jacobo, pero sabía, hecho que se ha admitido más
generalmente desde entonces, que ciertos errores y omisiones que el
libro contiene habían ocasionado numerosas dificultades entre las sectas
del mundo cristiano. De esto se enteró por primera vez cuando el ángel
Moroni, en el curso de su visita inicial en 1823, le citó pasajes de la
Biblia que eran un tanto diferentes del texto expresado en ésta.
Al llegar a Ohio, continuó esta obra trabajando cuando tenía tiempo.
Los cambios que hizo indican algunas interpretaciones interesantes en
partes de las Escrituras.

NORMAS DE LA DOCTRINA

Inevitablemente, al crecer la Iglesia, surgieron varios interrogantes y


problemas. José Smith buscó la guía del Señor y la recibió. La mayoría
28
de las revelaciones por las que desde ese entonces se ha gobernado la
Iglesia se recibieron durante esta etapa de Ohio y Misuri.
Estas revelaciones tienen que ver con una gran variedad de temas: la
edad apropiada para recibir el bautismo, la organización y el
funcionamiento del gobierno eclesiástico, el llamamiento de misioneros
para obras especiales, consejos dietéticos y reglas para gozar de una vida
saludable, una profecía acerca de las guerras que afligirían a las
naciones, las glorias de los reinos en la vida venidera y muchos otros
asuntos. En ellas se refleja la magnitud del evangelio y de los conceptos
del Profeta, pero en esta pequeña obra sólo se pueden mencionar unas
pocas.
El interrogante en cuanto a cuándo debe ser bautizada una persona
ha sido fuente de interminable discusión entre los cristianos. En el
segundo o tercer siglo de esta era se inició la práctica de bautizar a los
niños pequeñitos y ha continuado desde entonces, aunque sin el apoyo de
las Escrituras. De hecho, uno de los propósitos fundamentales del
bautismo, la remisión de los pecados, indica que el que se bautice debe
estar capacitado para arrepentirse y llevar una vida mejor. El Libro de
Mormón enseña claramente que el bautizar a los niños pequeños es negar
la misericordia de Cristo; en noviembre de 1831 José Smith recibió una
revelación en la que se fija la edad de ocho años para el bautismo de los
niños.
El 16 de febrero de 1832 se les concedió a él y a Sidney Rigdon una
visión de las glorias eternas. En la relación de esta experiencia ambos
dan el siguiente testimonio de la realidad y personalidad del Salvador:
“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste
es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que
vive!
“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar
que él es el Unigénito del Padre; que por él, por medio de él y de él los
mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e
hijas para Dios.”1
A continuación, describen brevemente los reinos de la eternidad que
vieron. En el más allá el hombre no va a ser arbitrariamente enviado al
cielo o al infierno. El Salvador dijo: “En la casa de mi Padre muchas
moradas hay”;2 y el apóstol Pablo escribió diciendo: “Una es la gloria del
sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas”.3 De acuerdo
con las enseñanzas del Profeta, hay varios reinos y grados de gloria y
diversos grados de exaltación en la otra vida. Todos los seres humanos
resucitarán mediante la expiación de Cristo, pero en la vida venidera
serán recompensados según su obediencia a los mandamientos de Dios.
29
Tales enseñanzas, que contrariaban al cristianismo tradicional, por
fuerza tenían que incitar la indignación de los intolerantes. En la noche
del 24 de marzo de 1832, un grupo de hombres invadieron la casa de
José Smith y. apoderándose de él mientras dormía, lo arrastraron fuera
de la casa, lo golpearon duramente y, después de estrangularlo hasta que
perdió el conocimiento, lo cubrieron con brea caliente y plumas y lo
abandonaron para que muriera.
Sin embargo, volvió en sí y dolorosamente pudo llegar hasta su casa.
Al día siguiente, que era domingo, predicó ante una congregación entre
la cual se hallaban algunos de los asaltantes de la noche anterior. Al
finalizar la reunión, bautizó a once personas.
En aquella misma noche, Sidney Rigdon también fue asaltado. Lo
arrastraron de los talones por un largo trecho haciendo que la cabeza se
le golpeara contra el suelo helado. Durante varios días estuvo delirando y
por algún tiempo pareció que iba a morir; pero finalmente se recuperó.

PROFECÍA SOBRE GUERRAS

En la Navidad del mismo año, 1832, José Smith hizo una notable
profecía, que comenzaba con estas palabras: “Así dice el Señor”.
Profetizó que la guerra se extendería sobre la tierra, “comenzando por la
rebelión de Carolina del Sur... y vendrá el tiempo en que se derramará la
guerra sobre todas las naciones...” Indicó que los Estados del Sur se
dividirían en contra de los del Norte y solicitarían ayuda de Gran
Bretaña. Llegaría el tiempo en que Gran Bretaña llamaría “a otras para
defenderse de otras naciones; y entonces se derramará la guerra sobre
todas las naciones... Y así, con la espada y por el derramamiento de
sangre se han de lamentar los habitantes de la tierra...”4
Veintiocho años más tarde, en diciembre de 1860, el estado de
Carolina del Sur se separó de la federación de estados. El 12 de abril de
1861 fue bombardeado el Fuerte de Sumpter, en la Bahía de Charleston y
comenzó la trágica guerra civil. Las fuerzas de los Estados del Sur se
dispusieron a la batalla contra las de los del Norte y posteriormente
solicitaron ayuda a Gran Bretaña. De las guerras ocurridas desde
entonces en las que Gran Bretaña ha recurrido a otras naciones, y del
lamento y el derramamiento de sangre de los habitantes de la tierra, no es
necesario decir nada en este escrito, pues son hechos históricos muy
conocidos.

30
LA PALABRA DE SABIDURÍA

En febrero de 1833 se recibió y proclamó otra revelación interesante,


que se encuentra en la sección 89 de Doctrina y Convenios y se conoce
entre los mormones como la Palabra de Sabiduría. Esencialmente es un
código de salud. En él se amonesta a los santos a no consumir tabaco,
bebidas alcohólicas, “bebidas calientes” (té y café), y también a tener
moderación en el consumo de carne. Se aconseja el consumo abundante
de granos, frutas y hortalizas. A aquellos que obedezcan estos preceptos
se prometen “sabiduría y grandes tesoros de conocimiento”, junto con las
bendiciones de una buena salud. Es un documento extraordinario, cuyos
principios han sido confirmados por la ciencia médica y los estudios de
nutrición en los tiempos modernos. La aplicación de sus enseñanzas ha
surtido un efecto saludable en el bienestar físico de aquellos que las han
obedecido.

LA EDUCACIÓN

En esa misma época José Smith organizó la “Escuela de los


Profetas”. Mediante la revelación se le habían dado instrucciones de que
aquellos que fueran a salir a enseñar las buenas nuevas de la restauración
del evangelio debían prepararse primeramente “tanto por el estudio como
por la fe”.5 Esto no quería decir que los que emprendieran el ministerio
en la Iglesia tendrían que prepararse en un seminario creado para ese fin,
eligiendo esa profesión como quien escoge la carrera de médico o
abogado. sino que todo hombre poseedor del sacerdocio tenía la
responsabilidad de aprender todo lo que pudiera en cuanto a la obra, a fin
de estar habilitado para exponer y defender la doctrina.
El Profeta había dicho claramente que la religión tenía gran interés
en la educación de sus miembros. Entre sus enseñanzas estaba el
principio de que “la gloria de Dios es la inteligencia”.6 Además:
“Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se
levantará con nosotros en la resurrección”.7 El amplio desarrollo de la
mente era un interés genuino de la Iglesia y para este fin se estableció la
“Escuela de los Profetas”. No sólo se daban clases de teología, sino que
se contrataron los servicios de un renombrado lingüista para enseñar
hebreo. Esto fue una innovación notable en cuanto a la educación de
adultos en las tierras de colonización de Ohio y fue un paso precursor en
el amplio sistema educativo mormón.

31
SE COMPLETA LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA

Cuando la Iglesia se estableció, sus asuntos estaban bajo la dirección


de un élder presidente. Pero, por revelación, se agregaron otros oficiales
a medida que fue aumentando el número de miembros. En el Sacerdocio
Aarónico se establecieron tres oficios: diácono, maestro y presbítero. El
4 de febrero de 1831, Edward Partridge fue nombrado “Obispo de la
iglesia” y el 25 de enero de 1832 se sostuvo a José Smith como
Presidente del Sumo Sacerdocio. Posteriormente fueron llamados dos
consejeros para trabajar on él, y ellos tres constituyeron lo que desde
entonces se ha conocido como la Primera Presidencia de la Iglesia.
En febrero de 1835 fue seleccionado un Consejo de Doce Apóstoles
y se llamó a “setentas” para ayudar a los Doce. En 1833 el padre del
Profeta fue ordenado patriarca de la Iglesia, oficio que, según explicó
José Smith, correspondía al antiguo oficio de evangelista.
Con estos varios oficios establecidos en el sacerdocio, una vez más
se encontró en la tierra la misma organización básica que había existido
en la Iglesia original [la que estableció Jesucristo], con apóstoles,
setentas, élderes [ancianos], sumos sacerdotes, maestros, diáconos,
evangelistas y obispos.
En noviembre de 1833, Brigham Young y Heber C. Kimball, dos
hombres que más tarde iban a desempeñar un papel muy importante en
los asuntos del mormonismo, salieron de sus respectivas casas en
Mendon, estado de Nueva York, y viajaron hasta Kirtland para conocer a
José Smith. Encontraron al Profeta en el bosque, cortando leña y
acarreándola. Allí nació una larga y devota amistad entre José Smith y el
hombre que habría de sucederlo como Presidente de la Iglesia. Cuando
esa sucesión se efectuó, se nombró a Heber C. Kimball consejero de
Brigham Young en la Primera Presidencia.

EL PRIMER TEMPLO

Uno de los primeros logros sobresalientes durante el período de


historia de la Iglesia transcurrido en Kirtland fue la construcción de un
Templo de Dios.
El 4 de mayo de 1833 se nombró una comisión para que recaudara
fondos para la edificación del templo. Debe tenerse presente que esta
gente contaba con muy limitados recursos económicos. Aparte de que
sus líderes habían estado dedicando su tiempo y energías a la obra

32
misional, los miembros se habían trasladado recientemente de Nueva
York a Ohio, agotando casi todos sus recursos en la compra de tierras.
No obstante, habían recibido lo que para ellos era un mandamiento de
edificar una casa sagrada, y emprendieron la tarea.
Surgió el problema del plano del edificio y la clase de materiales que
se debía usar. Algunos opinaban que la construcción debía ser de
madera, incluso de troncos, como era la costumbre general en las tierras
de colonización. Pero José Smith les dijo que no se trataba de edificar
una casa para el hombre, sino para el Señor. “¿Hemos de edificar una
casa de troncos para nuestro Dios?”, les preguntó. “¡No! Yo tengo un
plano mucho mejor; un plano de la Casa del Señor que El mismo nos ha
dado, y veréis en seguida la diferencia entre nuestros cálculos y Su
concepto de estas cosas.”8 Entonces les mostró el plano. Lo anterior
aconteció la noche de un sábado y el lunes siguiente comenzaron la obra.
Durante tres años los miembros trabajaron con todas sus fuerzas y
recursos para terminar el edificio. Los hombres levantaban los muros,
mientras las mujeres hilaban y tejían telas para ropa. Refiriéndose a
aquellos penosos días, la madre de José Smith escribió:
“¡Cuántas veces puse todas las camas de la casa a disposición de los
hermanos para hospedarlos, y luego tendía una sola manta sobre el piso
para mi esposo y para mí, mientras José y Emma dormían en el mismo
suelo, sin más colchón ni abrigo que sus capas!”9
Las dimensiones del templo eran de 24 m de fondo por 18 m de
frente; las paredes tenían 15 m de altura y la cima de la torre alcanzaba
una altura de 33 m. Las paredes del templo se construyeron de piedra
extraída de una cantera, y en el interior se utilizaron maderas del lugar;
hermosamente labradas. No se escatimó esfuerzo alguno en la
construcción de una casa que fuera digna de dedicarse a Dios.
Después de examinar el edificio tal como se encontraba en 1936, un
escritor dijo: “La mano de obra, las molduras, los tallados, etc., indican
una extraordinaria habilidad de ejecución. Se han usado en sus diversas
partes muchos adornos de distintos modelos, contorno y dibujo, pero a la
vez combinados armoniosamente... No es probable que todos los obreros
empeñados en la construcción hayan sido diestros artesanos, y, sin
embargo, el conjunto es tan armonioso que uno se pregunta si acaso no
serían inspirados como los constructores de las antiguas catedrales”.10

33
UN PENTECOSTÉS EN NUESTRA ÉPOCA

El edificio quedó terminado y listo para la dedicación el 27 de marzo


de 1836, y en aquel día de tanta importancia, con la culminación de tres
años de trabajo y sacrificios, se reunieron los santos de todas partes,
tanto de cerca como de lejos. Cerca de mil personas pudieron entrar en el
edificio, y en la escuela contigua se efectuó un servicio para las personas
que no habían podido entrar.
Los servicios duraron la mayor parte del día, desde las nueve de la
mañana hasta las cuatro de la tarde, con sólo un breve descanso. El
Profeta pronunció la oración dedicatoria, que es en sí una impresionante
obra literaria. Después se bendijo y se repartió el sacramento de la cena
del Señor.
En vista de que no se pudo acomodar en los servicios dedicatorios a
todos los que deseaban tomar parte, éstos se repitieron y durante algunos
días se efectuaron diversas clases de reuniones en el edificio, en las que
se experimentaron muchas manifestaciones espirituales. El Profeta
comparó la ocasión con el día de Pentecostés.
El más significativo de estos hechos ocurrió el domingo 3 de abril.
José Smith y Oliverio Cowdery se encontraban orando en el púlpito del
templo, el cual se hallaba separado del resto del salón por medio de
cortinas. Cuando terminaron de orar, vieron una visión, cuyo relato se
encuentra asentado en Doctrina y Convenios con estas palabras:
“El velo fue retirado de nuestras mentes, y los ojos de nuestro
entendimiento fueron abiertos.
“Vimos al Señor sobre el barandal del púlpito, delante de nosotros; y
debajo de sus pies había un pavimento de oro puro del color del ámbar.
“Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era
blanco como la nieve pura; su semblante brillaba más que el resplandor
del sol; y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de
Jehová, que decía:
“Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto;
soy vuestro abogado ante el Padre.”11

EL ÉXODO DESDE OHIO

A medida que la Iglesia crecía en número y en fortaleza espiritual,


las fuerzas que la combatían se tornaban más vigorosas. A principios del
año 1837, se fundó un banco en Kirtland, entre cuyos directores
34
figuraban las autoridades de la Iglesia. Poco después se extendió por
todo el país una crisis económica y durante los meses de marzo y abril
las quiebras comerciales ascendieron a más de cien millones de dólares
en Nueva York solamente. La institución de Kirtland se declaró en
bancarrota al mismo tiempo que otras y algunos de los miembros de la
Iglesia que perdieron su dinero en el desastre también perdieron la fe.
Fue una época sombría en la historia del mormonismo.
En medio de estas dificultades, se llamó a varios élderes para que
fueran a Gran Bretaña e iniciaran allí la obra misional. Heber C. Kimball
fue nombrado para dirigir esta misión y se designó a Orson Hyde, al Dr.
Willard Richards y a Joseph Fielding para que lo acompañaran. Iban a
encontrarse con John Goodson, Isaac Russell y John Snyder en la ciudad
de Nueva York y de allí saldrían hacia los lugares donde tendrían que
emprender sus labores misionales.
El 13 de junio de 1837, los hombres salieron de Kirtland. Tenían
poco dinero y tuvieron muchas dificultades para llegar a Liverpool,
Inglaterra, donde desembarcaron el 20 de julio de 1837. Desde allí
viajaron a Preston, ciudad industrial situada a unos cuarenta y ocho
kilómetros al norte, donde el hermano de Joseph Fielding era pastor de la
Capilla de Vauxhall. Los misioneros recibieron la oportunidad de hablar
en la capilla el domingo siguiente y así comenzó la obra de la Iglesia en
las Islas Británicas, la cual resultó en el bautismo de miles de personas
en el correr de los siguientes años inmediatos, muchas de las cuales
emigraron a los Estados Unidos y llegaron a ser líderes de la Iglesia.
Entretanto, en Kirtland aumentaban los atropellos personales y la
destrucción de las propiedades por parte de los bandos de fanáticos
religiosos. El Profeta no podía encontrar sosiego y el 12 de enero de
1838. acompañado por Sidney Rigdon, partió hacia Misuri para no
regresar más a Kirtland donde se había efectuado una parte tan grande e
importante de su obra.

1 D. y C. 76:22-24.
2 Juan 14:2.
3 1 Corintios 15:40-42.
4 D. y C. 87:1 3, 6.
5 D. y C. 88:1 18.
6 D. y C.93:36.
7 D. y C. 130:18-19.

35
8 History of Joseph Smith, por Lucy Mack Smith, ed. por Preston Nibley,
reimpreso (Salt Lake City: Bookcraft, 1954). pág. 230.
9 History of Joseph Smith, págs 231-232.
10 Templo de Kirtland (Mormón), Architectural Forum 64 (marzo de 1936):
179.
11 D. y C. 110:1-4.

36
Capítulo 6
LA IGLESIA EN MISURI

Regresamos año 1831. La parte occidental de Misuri era una


hermosa llanura de cerros ondulantes y valles cubiertos de árboles. El
suelo fértil, los agradables contornos y el clima benigno lo constituían en
una tierra de grandes oportunidades, pero en ese tiempo estaba
escasamente poblada. Por ejemplo, en Independence, cabecera del
condado de Jackson, sólo había un tribunal, dos o tres comercios y un
puñado de casas que en su mayoría eran cabañas hechas de troncos.
José Smith indicó al pueblo mormón que en ese territorio situado
casi a mitad de camino entre los océanos Atlántico y Pacífico, ellos
habían de edificar su Sión, una ciudad de Dios.
Los misioneros que habían ido a los indios volvieron con informes
acerca de la naturaleza de la región y en julio de 1831 llegó al oeste de
Misuri el primer grupo de sesenta miembros que habían hecho el viaje
juntos desde Colesville, Nueva York. A unos diecinueve kilómetros al
oeste de Independence, en lo que ahora es parte de Kansas City,
establecieron los cimientos de una colonia.

LA CIUDAD DE SIÓN

Otros miembros de la iglesia llegaron poco después. José Smith, que


entonces estaba en Misuri, les dijo que debían adquirir, mediante la
compra, suficientes terrenos para poder establecerse juntos como un solo
pueblo. Señaló también el sitio en el que se edificaría un hermoso templo
que consagrarían a Dios como Su Santa Casa. Este sería la corona de
gloria de la ciudad de Sión.
Además, el Profeta trazó la ciudad, con un concepto nuevo y original
en cuanto a proyectos cívicos. No habría en ella barrios pobres ni
abandonados, tan típicos de las ciudades de aquella época; por otra parte,
las familias de los granjeros tampoco vivirían solas y aisladas. La ciudad
iba a tener una superficie cuadrada poco más de un kilómetro y medio de
lado y estaría dividida en manzanas de cuatro hectáreas con calles de
cuarenta metros de ancho. Los solares centrales iban a ser reservados
para edificios públicos, mientras que las granjas, junto con los graneros y
caballerizas, ocuparían los terrenos contiguos a la ciudad. “El que cultive
la tierra”, dijo el Profeta, “así como el comerciante y el mecánico vivirán
en la ciudad. En esta forma, el agricultor y su familia tendrán todas las
37
ventajas de las escuelas, las conferencias públicas y otras reuniones; su
casa no estará aislada, ni su familia quedará sin los beneficios de la
sociedad, la cual ha sido y siempre será la gran educadora de la raza
humana, sino que disfrutará de los mismos privilegios sociales y podrá
tener en su casa la misma vida intelectual y la misma cultura social que
se encuentra en la casa del comerciante, el banquero o el profesional.
“Cuando una manzana así trazada quede llena”, continuó el Profeta,
“planifíquense otras de la misma manera... y que se llene así el mundo en
estos últimos días.”1
Aunque no hubo oportunidad para llevar a cabo el plan con todos sus
detalles, sus principios básicos contribuyeron al éxito que se logró en la
colonización mormona en el Oeste en años posteriores. La práctica
común de aquella época consistía en que cada hombre se estableciera en
una porción grande de terreno donde quedaba aislado de sus vecinos.
Pero los mormones emprendieron en grupos la conquista de nuevos terri-
torios, levantando comunidades en las cuales las casas quedaban cerca de
la Iglesia, de la escuela y de los centros sociales, con los campos de
cultivo en las afueras de la ciudad.
Entre las primeras empresas de la nueva colonia estaba el
establecimiento de una imprenta para la impresión de un periódico, The
Evening and Morning Star (La estrella vespertina y matutina), así como
otras publicaciones. William W. Phelps fue nombrado editor de Star;
antes de su conversión al mormonismo, él había sido editor de un diario
de Nueva York. Era un hombre de considerable habilidad literaria y
pronto su periódico llegó a ejercer una fuerza significativa en la
comunidad.

COMIENZAN LAS DIFICULTADES

Con posibilidades brillantes ante ellos, los santos se dedicaron con


entusiasmo a edificar su Sión. Pero no tardaron en tropezar con graves
dificultades. A los antiguos colonos les irritó la religión que ellos tenían
y también su evidente aplicación al trabajo; hubo dos ministros en
particular que se dedicaron especialmente a crear oposición. Se describía
a los mormones diciendo que eran “los enemigos comunes de la
humanidad”.2 Sus diferencias políticas constituían otra causa de
conflicto. La mayoría de los mormones provenían de la parte noreste del
país, de estados antiesclavistas, en tanto que Misuri estaba ligado al Sur
como estado en pro de la esclavitud. Estas y otras diferencias similares

38
fueron suficientes para despertar el antagonismo de los antiguos
moradores de la región.
La primera indicación de dificultades serias se manifestó una noche,
en la primavera de 1832, cuando una turba rompió las ventanas de las
casas de varios mormones. En el otoño de ese mismo año les incendiaron
las parvas de heno y con armas de fuego dispararon hacia el interior de
las casas; estos actos no fueron sino el comienzo de una tormenta de
violencia que finalmente barrería a los mormones del estado de Misuri.
En julio de 1833 los antiguos colonos, incitados por agitadores, se
reunieron en Independence con el fin de hallar la manera de deshacerse
de los mormones, “pacíficamente si podemos, por la fuerza si se hace
necesario”.3 No hubo acusaciones de que los mormones hubieran
desobedecido ley alguna; simplemente los consideraban un mal que
había caído sobre ellos y que tenía que eliminarse a toda costa.
Solicitaron que no se permitiera a ningún mormón establecerse en el
condado de Jackson desde entonces en adelante; que a los que residían
allí se les exigiera prometer que se irían del lugar; que suprimieran la
impresión del periódico e hicieran cesar las operaciones de los demás
comercios. Se redactó un ultimátum al respecto y se nombró a una
comisión de doce personas para que lo presentaran a los mormones.
La reunión se suspendió durante dos horas para que la comisión
nombrada presentara la declaración y volviera con la respuesta.
Cuando se les comunicó la noticia a los miembros, éstos no estaban
preparados para dar una respuesta. Las demandas carecían de todo apoyo
legal; los santos habían comprado los terrenos en los que vivían; no
habían quebrantado ninguna ley ni se les acusaba de ello. Quedaron
pasmados por el asunto y pidieron tres meses para considerarlo. Esto se
les negó inmediatamente. Entonces pidieron diez días, y se les contestó
que quince minutos eran más que suficientes. Desde luego, los miembros
no podían aceptar las condiciones que se les habían ofrecido.

EL GOBIERNO DE LA PLEBE

La comisión volvió a reunirse y presentó su informe. El resultado fue


una resolución de destruir la imprenta. Tres días más tarde un populacho
de quinientos hombres recorrió a caballo las calles de Independence,
haciendo ondear una bandera roja y blandiendo pistolas, palos y látigos.
Destruyeron la imprenta y juraron que el condado de Jackson quedaría
libre de mormones. Todo ruego de misericordia y justicia fue recibido
con burlas. Seis de los élderes principales de la Iglesia intentaron salvar a
39
sus compañeros, ofreciéndose como rescate por los santos, e incluso
indicando su disposición a que los azotaran y hasta a que los mataran si
con ello el populacho quedaba satisfecho.
Con una blasfemia se les contestó que no solamente a ellos, sino que
a todos sus compañeros los azotarían y los expulsarían a menos que se
fueran del condado.
Comprendiendo su impotencia, los mormones aceptaron por
compulsión irse de allí para el mes de abril de 1834. Después de llegar a
este acuerdo, el populacho se dispersó; pero a los pocos días nuevamente
estaban asaltando las casas y amenazando a los miembros. Sabiendo que
no contaban con ninguna protección, apelaron al gobernador del estado y
éste les respondió que debían presentar su caso a los tribunales locales.
Esa sugerencia era ridícula en vista de que el juez del tribunal del
condado, dos de los jueces de paz y otros empleados públicos eran los
cabecillas del populacho. No obstante, los mormones buscaron abogados
defensores para presentar su caso.
Como era de esperarse, el proceso en el tribunal resultó inútil y
sirvió únicamente para incitar más al populacho. El 31 de octubre
comenzó un reinado de terror. Día y noche hombres armados cabalgaban
por las calles de Independence, incendiando casas, destruyendo muebles,
hollando maizales, azotando y atacando a hombres y mujeres.
Sin saber a quién recurrir, los habitantes huyeron hacia el norte, a las
desoladas nacientes del río. La sangre que brotaba de sus pies lacerados
dejó marcadas sus huellas sobre la tierra helada y cubierta de nieve.
Algunos perdieron la vida por el frío y el hambre. Afortunadamente, sus
hermanos de Ohio, al enterarse de la situación, les proporcionaron ayuda
y consuelo tan rápidamente como les fue posible. Al llegar ellos, más de
doscientas casas habían sido destruidas. Lo más trágico, sin embargo, fue
que su sueño de Sión también había quedado totalmente destruido.

EN EL ALTO MISURI

Los santos encontraron refugio temporario en el condado de Clay, al


otro lado del río Misuri, frente al condado de Jackson. A fin de poder
sostenerse ellos y sus familias, trabajaron para colonos de la zona
desempeñando toda clase de faenas, desde cortar leña hasta enseñar en
las escuelas. Construyeron casas provisionales de troncos, en las que
vivieron en muy malas condiciones hasta que pudieron establecerse más
permanentemente.

40
Hacia el noreste del condado de Clay el terreno era una pradera
silvestre, en su mayoría un erial. En él vieron una tierra de
oportunidades; otros lo vieron como un lugar en el cual poner a los
mormones para que estuvieran prácticamente a solas.
En diciembre de 1836 el cuerpo legislativo de Misuri organizó el
condado de Caldwell con la idea de convertirlo en un “condado
mormón”. Con su característico espíritu de empresa, los santos
compraron los terrenos y procedieron a trazar ciudades y granjas. La
colonia principal fue Far West y otra colonia importante se estableció al
norte, en Diahman. Dos años después de la organización del condado,
Far West contaba con una población de cinco mil almas, dos hoteles, una
imprenta, herrerías, comercios y 150 casas. Gran parte de este desarrollo
se debió al arribo de los miembros de la Iglesia procedentes de Ohio,
entre ellos José Smith, quien, como hemos visto, salió de Kirtland en
enero de 1 838.

LA LEY ECONÓMICA DE LA IGLESIA

Durante este período de intensa actividad, el Profeta proclamó como


revelación la ley del diezmo, por la cual todos los miembros
contribuirían la décima parte de sus ingresos a la Iglesia para efectuar su
obra.
Esto, naturalmente, fue solamente una reafirmación de la ley antigua.
De hecho, tal como sucedió con otros asuntos de la doctrina y las
prácticas de los mormones, la institución del diezmo no fue sino la
restauración de un principio establecido en épocas bíblicas. Ya había
sido una ley de Dios a su pueblo en la época de Abraham y en los días de
los profetas que vivieron después de él; y en esos días Dios declaraba de
nuevo que su pueblo debía entregarle el diezmo y que esto sería para
ellos una “ley fija perpetuamente”.4

UNA PLAGA DE AFLICCIONES

El 4 de julio de 1838 los mormones celebraron en Far West el día de


la independencia nacional, así como la libertad que entonces gozaban de
la persecución del populacho. Ese mismo día colocaron la piedra angular
para un templo, el cual había de medir 33 m de fondo por 24 m de ancho,
mayor en tamaño que el levantado en Kirtland. Hubo una banda militar y

41
un desfile que, junto con la reverente dedicación que tuvo lugar,
convirtieron el día en una ocasión memorable.
Pero estas condiciones de paz y progreso que celebraban iban a ser
de corta duración. Sus enemigos de antaño, notando el aumento
constante de la población mormona, nuevamente sembraron la discordia.
Se debe tener presente que Misuri era en aquel entonces la tierra de
colonización más occidental en esa parte del país, y los habitantes de
estas tierras generalmente se caracterizaban por un espíritu de anarquía
nacido del fanatismo que era causado por la ignorancia, el
extremadamente limitado roce social de la gente, los prejuicios y los
celos. En tal ambiente era fácil hacer arder las llamas latentes de la
intolerancia y el odio.
Esta agitación ocasionó un conflicto en el pueblo de Gallatin el 6 de
agosto de 1838. Fue un incidente sin importancia que, de no haber sido
por las consecuencias que siguieron, ni valdría la pena considerar. Un
candidato, que no era mormón y que aspiraba al cuerpo legislativo del
estado, incitó a los antiguos colonos declarando que si se permitía votar a
los mormones, los demás habitantes de Misuri no tardarían en perder sus
derechos. Se trataba simplemente de una artimaña política, pero cuando
los mormones intentaron votar, se les impidió por la fuerza.
Llegó a Far West un informe muy exagerado del asunto y un grupo
de miembros de la Iglesia fue a investigar. Nada se hizo al respecto y al
volver a Far West pasaron por la casa de Adam Black, juez de paz, de
quien consiguieron un certificado en el cual hacía constar que ninguna
enemistad tenía contra los mormones y que no formaría parte de ninguna
chusma.
Pero los enemigos de los miembros pronto sacaron gran provecho de
esta ida del grupo de Far West a Gallatin. Varios de ellos, incluso el
mismo juez Black, firmaron una deposición jurídica en la cual afirmaban
que quinientos mormones armados habían entrado en Gallatin para
perjudicar a los que no eran mormones en esa región. Esta vil calumnia
fue como un fósforo encendido puesto al lado de un manojo de paja;
siguieron los rumores, uno tras otro, hasta acumularse una enormidad de
ofensas imaginarias.
Aumentó la gravedad de la situación con la elección de Lilburn W.
Boggs, un rencoroso antimormón del condado de Jackson, como
gobernador del estado. El populacho le informó que los mormones se
habían sublevado, que rehusaban someterse a la ley y que se estaban
preparando para hacer la guerra a los antiguos colonos.
Una vez más los grupos armados cabalgaron en actitud amenazante
por las comunidades mormonas, resueltos a emprender una “guerra de
42
exterminio”. Cuando un grupo de ciudadanos pacíficos que no eran
mormones apelaron al gobernador, éste respondió: “La contienda es
entre los mormones y el populacho y pueden resolverla como lo
deseen”.5
Con tal licencia, los disturbios se esparcieron como incendio en la
pradera avivado por un viento fuerte. Cuando los mormones trataron de
defenderse, el gobernador usó ese esfuerzo como pretexto para expedir
una orden de exterminio inhumana e ilegal: “Se debe tratar a los
mormones como enemigos, y si se hiciere necesario por el bien de la paz
pública, se les debe exterminar o expulsar del estado”6
El 31 de octubre se acercó al pueblo de Far West una milicia
integrada por el populacho. El coronel George M. Hinckle, jefe de los
defensores de la ciudad, solicitó una entrevista con el general Samuel D.
Lucas, comandante de la milicia. Durante la entrevista aquél consintió
entregar a los líderes mormones sin consultar antes con ellos, y, como
resultado de este acto alevoso de traición, José Smith, Hyrum Smith,
Sidney Rigdon, Parley P. Pratt y Lyman Wight cayeron en sus manos.
Esa misma noche se formó un consejo de guerra y se sentenció a los
prisioneros a ser fusilados al amanecer en la plaza pública de Far West.
El general A. W. Doniphan recibió órdenes de llevar a cabo la ejecución.
Ante esta orden Doniphan respondió indignado: “Es un asesinato a
sangre fría. No obedeceré las órdenes. Mi brigada partirá para el pueblo
de Liberty mañana por la mañana, a las ocho; y si usted ejecuta a estos
hombres, le prometo que lo haré responder ante un tribunal terrenal”.7
Doniphan nunca tuvo que responder por esta insubordinación que le
salvó la vida al Profeta. En cuanto al líder mormón y a sus compañeros
de prisión, fueron encerrados en una sucia cárcel donde permanecieron
más de cinco meses.
Superados considerablemente en número y sin sombra alguna de
protección legal, quince mil miembros de la Iglesia huyeron de Misuri,
dejando atrás casas y propiedades que en aquella época tenían un valor
de un millón y medio de dólares.
Durante el invierno de 1838—1839, se encaminaron
angustiosamente hacia el Este, en dirección a Illinois, por no saber a qué
otro lugar dirigirse. Muchos murieron a causa del frío o de enfermedades
agravadas por la baja temperatura. José Smith se hallaba encarcelado y
Brigham Young, miembro del Consejo de los Doce Apóstoles, dirigió
esta penosa migración que probaría ser precursora de un movimiento
todavía más trágico que tendría lugar poco menos de ocho años después
y del cual él habría de ser guía.

43
1 CHC 1:311-312.
2 Véase HC 1:372.
3 Véase HC 1:374.
4 Véase D. y C. 119:4.
5 HC 3:157.
6 HC 3:175.
7 HC 3:190-191.

44
Capítulo 7
NAUVOO LA HERMOSA

Los habitantes de Quincy, estado de Illinois, recibieron con bondad a


los refugiados mormones. No obstante, Brigham Young y otros
comprendieron en seguida que debían tomarse las medidas necesarias
para establecer a este grupo numeroso de desterrados, a fin de que
nuevamente pudieran dedicarse a empresas productivas.
El 22 de abril de 1839, José Smith y los que habían estado presos
con él en Liberty, Misuri, llegaron a Quincy. Sus guardias les habían
dejado ir y entonces cruzaron el Misisipí hasta Illinois. Al día siguiente
el Profeta convocó una conferencia y se nombró a una comisión para
investigar la compra de terrenos. El primero de mayo se efectuó la
compra inicial y subsiguientemente se hicieron otras hasta poder obtener
extensas propiedades sobre las dos riberas del río, tanto en el estado de
Iowa como en el de Illinois.
El sitio principal era el pueblo de Commerce, Illinois, a unos sesenta
y dos kilómetros al norte de Quincy. En este punto el río describe una
curva grande, dando a la tierra sobre su ribera oriental la apariencia de un
promontorio. Cuando se hizo la compra, la aldea se componía
únicamente de tres casas de madera, una de piedra y dos pequeños
fortines.
Era un lugar insalubre, tan mojado que a una persona se le
dificultaba transitar sobre la mayor parte del terreno, y los animales se
hundían hasta el cuadril en el fango. Refiriéndose al lugar y la compra, el
Profeta dijo más tarde: “Commerce era un sitio insalubre y muy pocos
podían vivir allí; pero creyendo que podría convertirse en un lugar
saludable mediante las bendiciones del cielo sobre los santos, y no
habiendo otro sitio disponible, me pareció prudente hacer el intento de
establecer una ciudad”.1
La fe del Profeta en el futuro destino de ese lugar se manifiesta en el
nombre que le dio, Nauvoo, palabra derivada del hebreo que significa “el
lugar hermoso”.

UNA MANIFESTACIÓN DEL PODER DE DIOS

Se desaguaron los pantanos y se trazó la ciudad con los cruces de sus


calles en ángulos rectos. La obra de construcción, sin embargo, avanzó
lentamente porque el pueblo se hallaba debilitado, desfallecido por las
45
aflicciones que le habían sobrevenido; y agotadas sus energías, fue fácil
presa del paludismo.
La mañana del 22 de julio, José Smith miró a su derredor y se vio
rodeado de enfermos, él también lo estaba. La casa en que vivía estaba
llena de ellos y aun en el patio, frente a su puerta, había otros que se
guarecían en tiendas. Wilford Woodruff relata los acontecimientos que
ocurrieron después que el Profeta contempló la desalentadora situación:
“Él (José Smith) invocó al Señor en una oración y el poder de Dios
descendió con fuerza sobre él; y así como Jesús sanaba a cuantos lo
rodeaban en su época, así en esta ocasión José Smith, el Profeta de Dios,
sanó a todos los que había en su derredor. Primero, restauró la salud a
todos los que se encontraban en su casa y en su patio; después,
acompañado de Sidney Rigdon y varios de los Doce, fue entre los
enfermos que yacían a la orilla del río y en el nombre de Jesucristo les
mandó en alta voz que se levantaran y quedaran sanos, y todos sanaron.
Cuando hubo aliviado a todos los enfermos de la margen oriental del río,
cruzó el Misisipí con sus compañeros hasta la ribera occidental... La
primera casa donde entraron fue la del presidente Brigham Young, que
entonces yacía enfermo en cama. El Profeta entró en su casa, lo sanó y
todos salieron juntos.
“Al pasar por mi puerta, el hermano José dijo: ‘Hermano Woodruff,
sígame’.2 Fueron las únicas palabras pronunciadas por los de la
compañía desde que salieron de la casa del hermano Brigham hasta que
cruzaron la plaza pública y entraron en la casa del hermano Fordham.
Hacía una hora que este hermano estaba agonizando y esperábamos verlo
morir de un momento a otro. Yo sentía el Espíritu de Dios que cubría a
Su Profeta. Cuando entramos en la casa, se dirigió hacia el hermano
Fordham y con la mano derecha el Hermano José lo tomó de la mano
mientras con la izquierda sostenía su sombrero. Vio que el hermano
Fordham tenía los ojos vidriosos y que ya no podía hablar, ni estaba
consciente.
“Después de tomarle la mano, fijó la vista en la cara del moribundo y
le preguntó: ‘¿Crees que Jesús es el Cristo?’ ‘Lo creo, hermano José’,
fue la respuesta. Entonces el Profeta de Dios habló en alta voz, como con
la majestad de Jehová: ‘Elijah Fordham, en el nombre de Jesús de
Nazaret te mando que te levantes y sanes de esta enfermedad’.
“Las palabras del Profeta fueron como la voz de Dios y no como las
palabras de un hombre. Me pareció que la casa se estremecía hasta sus
cimientos. Elijah Fordham saltó de la cama como uno que se ha
levantado de entre los muertos. Le volvió el color a la cara y la vida se
manifestó en todos sus actos. Tenía los pies envueltos en cataplasmas de
46
harina india; las echó a un lacio desparramando el contenido, y luego
pidió su ropa y se vistió. Pidió una taza de leche y pan, comió y,
poniéndose el sombrero, nos siguió a la calle para visitar a otros
enfermos.”3
Elijah Fordham vivió cuarenta y un años después de este suceso.

UNA MISIÓN A INGLATERRA

Aunque tenían por delante la tarea de edificar, los mormones no


desatendieron la predicación del evangelio. Durante el verano de 1839,
siete de los miembros del Consejo de los Doce Apóstoles partieron de
Nauvoo para Inglaterra.
Estos hombres eran vigorosos misioneros. Las pruebas que habían
tenido que soportar fortalecieron sus convicciones en cuanto a la causa
con la cual estaban relacionados y ellos convirtieron a centenares de
personas por medio de sus poderosos testimonios.
La labor de Wilford Woodruff fue particularmente fructífera.
Mientras predicaba en Hanley, en el distrito de las alfarerías en
Inglaterra, sintió la impresión de partir de ese lugar sin saber por qué.
Obedeciendo aquella impresión, viajó hasta una sección rural de
Herefordshire. En la casa de un señor llamado John Benbow, próspero
agricultor de ese distrito, fue recibido cordialmente y se le comunicó la
noticia de que un grupo grande de personas de esa región se habían
separado de su religión y se habían unido entre ellas para estudiar las
Escrituras y buscar la verdad.
El hermano Woodruff recibió allí una invitación para hablar y a ésta
siguieron otras. El grupo se componía de unas seiscientas personas, entre
ellas más de una veintena de predicadores. Con una sola excepción,
todos aceptaron el mormonismo, y para cuando el élder Woodruff salió
del distrito, se habían convertido a la Iglesia mil ochocientos miembros
por motivo de sus esfuerzos.
En una conferencia celebrada en las Islas Británicas en abril de 1840,
se tomó la decisión de publicar allí una edición del Libro de Mormón, un
himnario y un periódico.
Durante ese período, Orson Hyde emprendió una misión
extraordinaria. Sobre él, el Profeta había pronunciado la siguiente
bendición: “En el debido tiempo irás a Jerusalén, al país de tus
antepasados. y serás como un vigía para la casa de Israel; y por tu mano
el Altísimo efectuará una obra que preparará el camino y grandemente
facilitará el recogimiento de ese pueblo”.4
47
En enero de 1841, Orson Hyde salió de los Estados Unidos y fue a
Londres, donde trabajó algunos meses con los otros misioneros y de ahí
hizo el viaje a Palestina. A primeras horas de la mañana del domingo 24
de octubre de 1841 ascendió a la cima del Monte de los Olivos y allí, en
una oración y en virtud de la autoridad del sacerdocio, consagró la tierra
de Palestina para el regreso de los judíos. La oración dice, en parte:
“Concede, por tanto, oh Dios, en el nombre de tu muy amado Hijo,
Jesucristo, que se puedan eliminar la aridez y la esterilidad de esta tierra,
y permite que broten manantiales de agua viviente para dar de beber a su
suelo sediento. Haz que la vid y el olivo produzcan con su fuerza, y que
la higuera florezca y se desarrolle... Permite que las manadas y los
rebaños aumenten y se multipliquen grandemente en las montañas y las
colinas. Y concede que tu gran bondad conquiste y venza la incredulidad
de los de tu pueblo. Quítales su corazón de piedra y dales en su lugar un
corazón de carne; y que el sol de tu gracia disipe las frías nubes de
tinieblas que han obscurecido su ambiente... Haz que los reyes sean sus
ayos y que las reinas enjuguen sus lágrimas de aflicción con cariño
maternal.”5
Después de la oración, Orson Hyde levantó un montón de piedras
como altar y como testimonio de lo que había hecho. Terminada su
misión, regresó a Nauvoo, adonde llegó en diciembre de 1842.

DE LOS PANTANOS SURGE UNA CIUDAD

Mientras tanto, la colonia en el oeste de Illinois no había estado


ociosa. Casas, talleres y jardines surgieron en lo que había sido los
pantanos de Commerce, pero a causa de la suma pobreza en que se
encontraban los miembros de la Iglesia, sus problemas se agravaron en
extremo. Se hicieron varios intentos infructuosos de conseguir
indemnización y compensación por las pérdidas sufridas en Misuri, el
más notable de los cuales fue una petición que se envió al Congreso de
los Estados Unidos y una entrevista que tuvo lugar entre José Smith y
Martín Van Buren, Presidente de los Estados Unidos.
La petición no logró nada y el presidente Van Buren dio esta
contestación, que se ha hecho famosa en la historia mormona: “Su causa
es justa, pero no puedo hacer nada por ustedes... Si los defiendo, perderé
los votos del estado de Misuri”.
La reacción del gobernador de Misuri a estos esfuerzos fue enviar
una petición al gobernador de Illinois solicitándole que aprehendiera y le
entregara a José Smith y a cinco de sus compañeros por haberse fugado
48
de la justicia, aunque ya habían transcurrido dos años desde que se les
había permitido escapar de la prisión en Misuri. El gobernador de Illinois
dio curso a la solicitud, pero, mediante un auto de habeas corpus, el juez
Stephen A. Douglas libertó a los acusados. Sin embargo, lo único que se
logró con esta medida fue demorar la realización de los fines que los de
Misuri se habían propuesto.

LA EDIFICACIÓN DEL TEMPLO

Durante ese mismo período se decidió construir un templo en


Nauvoo, el cual se habría de reservar como edificio sagrado para efectuar
ceremonias especiales, incluso el bautismo por los muertos.
Siempre ha parecido injusta la doctrina de que el que tiene la
oportunidad de bautizarse y lo hace, se salva, mientras que aquel que no
la tiene es condenado. Sin embargo, las Escrituras dicen: “...el que no
naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”.6 Esta
ley es universal.
José Smith resolvió ese problema mediante la doctrina del bautismo
vicario por los muertos, que él declaró ser una revelación de Dios.
Cuando se efectúa mediante la debida autoridad, hay personas que
actúan como representantes de los muertos y pueden recibir el bautismo
en nombre de ellos. Esta práctica existía en la Iglesia original, y las
palabras del apóstol Pablo a los Corintios lo confirman: “De otro modo,
¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los
muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?”7
A fin de proveer las instalaciones necesarias para efectuar esta obra
vicaria, así como otras ordenanzas sagradas, se le mandó al Profeta por
revelación que edificara un templo. El 6 de abril de 1841 se reunieron
diez mil miembros de la Iglesia para colocar las piedras angulares de esta
estructura; el 8 de noviembre se terminó la pila bautismal, y para el 30 de
octubre de 1842 la construcción había progresado bastante para permitir
reuniones en algunos de los salones. Sin embargo, no fue sino hasta el 30
de abril de 1846, cuando ya la mayoría de los miembros de la Iglesia
habían tenido que salir de Nauvoo, que el templo quedó terminado con
todos sus detalles. Su construcción costó aproximadamente un millón de
dólares y en esa época el edificio se consideraba el más notable del
estado de Illinois.
La magnífica estructura se levantaba en el sitio más elevado de la
ciudad y dominaba toda la comarca de ambos lados del río. Era la corona
de Nauvoo, que en sí misma contrastaba notablemente con la mayor
49
parte de las ciudades que había en las tierras de colonización de los
Estados Unidos, y que, antes de su evacuación, llegó a ser la más grande
del estado de Illinois.
Muchos visitantes distinguidos llegaron a Nauvoo durante aquel
período de intensa actividad. En 1813, un escritor inglés describió la
comunidad mormona en un artículo que se publicó extensamente,
diciendo, entre otras cosas:
“La ciudad es de buen tamaño y está hermosamente trazada; sus
calles son anchas y se cruzan en ángulos rectos, cosa que aumentará en
gran manera su orden y magnificencia cuando quede terminada. La
ciudad asciende gradualmente en una pendiente moderada desde el
turbulento Misisipí, y al pararse uno cerca del templo, puede contemplar
desde allí el pintoresco panorama que lo rodea. A un lado está el templo,
maravilla del mundo; y en sus inmediaciones y hacia abajo, se pueden
ver atractivos comercios, amplias mansiones y simpáticas casitas
intercaladas en un variado panorama... La paz y la armonía reinan en la
ciudad. Raras veces se ven borrachos como en otras ciudades, ni
tampoco hieren el oído la imprecación ofensiva o el juramento blasfemo;
y mientras que en otros sitios todo es tempestad, disturbios y confusión
en lo que respecta a los mormones, aquí, en su sede, todo es paz y
armonía.”8
La descripción del coronel Thomas L. Kane, que visitó Nauvoo tres
años después, es de interés particular:
“Mientras navegaba río arriba por el Alto Misisipí en el otoño, en la
época en que las aguas están bajas, me vi obligado a viajar por tierra
hasta pasar la sección de los rápidos... Mis ojos estaban hastiados de ver
en todas partes sórdidos, vagabundos e intolerantes pobladores y una
región que sus manos indiferentes habían desfigurado en lugar de
mejorar. Mientas descendía del último cerro que se encontraba en mi
jornada, se presentó a mi vista un paisaje de bello contraste. Medio
circundada por un recodo del río, una linda ciudad resplandecía en el
primer sol de la mañana. Sus relucientes casas nuevas, situadas entre
frescos y verdes jardines, se extendían a los lados de un majestuoso cerro
abovedado y coronado por un noble edificio de mármol cuya alta torre
cónica refulgía de blanco y oro. La ciudad parecía abarcar varios
kilómetros; allende sus límites, sirviéndole de fondo, los campos
esmeradamente labrados formaban cuadros sobre la hermosa pradera.
Las inconfundibles señas de la industria, el carácter emprendedor y la
prosperidad refinada manifestadas en todas partes daban al cuadro una
belleza singular y sumamente notable.”9

50
Los visitantes que llegaban a Nauvoo quedaban impresionados por el
hombre bajo cuya dirección se había levantado, de unos pantanos
insalubres, aquella extraordinaria ciudad. En esa época el Profeta había
alcanzado la cima de su ministerio y muchos que lo conocieron en ese
período han descrito su apariencia. Era bien proporcionado, medía
aproximadamente 1,80 m de estatura y pesaba unos 90 kilos. Tenía ojos
azules, cabello castaño y ondulado, la tez clara y muy poca barba. Era un
hombre de mucha energía y de porte respetable.
El Gran Maestro masón del estado de Illinois escribió lo siguiente
después de visitarlo: “Sobre asuntos religiosos diferimos grandemente,
pero se mostró tan dispuesto a respetar mi opinión que creo que nosotros
también debemos mostrar el mismo respeto y permitirles el derecho de
tener la suya. Y, en vez de un ignorante y tiránico advenedizo, imaginad
mi sorpresa al descubrir que era un compañero sensato e inteligente y
todo un caballero.”10
Uno de los hombres más distinguidos que visitaron a José Smith
durante aquel período fue Josiah Quincy, que en un tiempo había sido
alcalde de Boston. Refiriéndose a sus impresiones del Profeta, escribió
más tarde:
“No es de ninguna manera improbable que en algún texto futuro... se
halle una pregunta más o menos como ésta: ¿Qué estadounidense en la
historia del siglo XIX ha ejercido la influencia más potente en los
destinos de sus compatriotas? Y no es de ninguna manera imposible que
la respuesta a esa interrogación sea la siguiente: José Smith, el Profeta
mormón...
“Aunque nació en la más vil pobreza, sin instrucción escolar y con el
más común de los apellidos ingleses, a la edad de treinta y nueve años se
había convertido en un poder sobre la tierra. De toda la numerosa familia
de Smith que hay en la tierra desde Adam (me refiero a Adam Smith*, el
autor de “Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de las riquezas
de las naciones”), nadie se ha captado el corazón humano ni influido en
las vidas humanas como este José.”11
De esta manera reaccionaban los forasteros que llegaban a Nauvoo y
visitaban a su ciudadano más prominente.
En 1839 los mormones habían comprado una tierra tan pantanosa
que los caballos difícilmente la podían cruzar, y para 1841 habían
edificado sobre esa misma tierra una ciudad sin igual en todas las
regiones colonizadas de los Estados Unidos. Macizas casas de ladrillo,
algunas de las cuales aún están ocupadas, extensas granjas y huertas,
talleres, escuelas y un magnífico templo, junto con veinte mil habitantes,

51
congregados no sólo de los estados del Este y de Canadá sino también de
las Islas Británicas, ¡tal fue Nauvoo, la Hermosa!

1 HC 3:375.
2 Citado en Matthias F. Cowley, Wilford Woodruff (Salt Lake City: Bookcraft,
1964), págs. 104-105.
3 CHC 2:45.
4 HC 4:457.
5 HC 4:80.
6 Juan 3:3.
7 1 Corintios 15:29.
8 Citado en George Q. Cannon, Life of Joseph Smith the Prophet (Salt Lake
City: Deseret Book Co., 1964), págs. 345-355.
9 The Mormons, (Philadelphia: King and Baird, 1850), págs. 3-4.
10 Citado en Cannon, Life of Joseph Smith the Prophet, pág. 352.
11 Figures of the Past from the Leaves of Old Journals, (Boston: Roberts
Brothers, 1883), págs. 376-75.
* Adam Smith: Economista escocés del siglo dieciocho.

52
Capítulo 8
LOS MÁRTIRES

La tarde del 6 de mayo de 1842, Lilburn W. Boggs, que había sido


gobernador de Misuri, estaba sentado en su casa cuando un asaltante
desconocido le hizo fuego con una pistola a través de una ventana,
hiriéndolo gravemente. El arma fue hallada en el suelo, pero el que había
tratado de asesinarlo escapó, y aunque por un tiempo se temía que Boggs
fuera a morir, finalmente se restableció.
En vista de que este ex oficial del estado había tenido una parte tan
prominente en la expulsión de los mormones de ese estado, no tardaron
en propagarse los rumores de que ellos eran los responsables. El ex
gobernador, sin ningún fundamento evidente para justificar su hecho,
hizo una deposición en la cual acusaba del crimen a un miembro de la
Iglesia, Orrin Porter Rockwell, y firmó una segunda acusación contra
José Smith como instigador. Entonces se solicitó al gobernador de
Misuri que le requiriera al gobernador de Illinois la entrega de José
Smith y de Rockwell a un representante del estado de Misuri.
Se dictó una orden de prisión y los dos hombres fueron
aprehendidos; pero después de un juicio se les concedió su libertad
mediante un decreto de habeas corpus. Aunque los planes de los
enemigos del Profeta en Misuri habían fracasado una vez más, éstos no
iban a darse por vencidos tan fácilmente.

ENEMIGOS DENTRO DE LA IGLESIA

En 1840 se había unido a la causa mormona un doctor de nombre


John C. Bennett, un hombre dotado de mucho talento, educado y capaz,
aunque obviamente de pocos escrúpulos. A causa de sus habilidades se
le confiaron varias responsabilidades importantes. pero incurrió en
algunas ofensas morales y fue reprendido por José Smith. Para
desquitarse, abandonó Nauvoo y publicó un libro en contra de la Iglesia,
tras lo cual se puso en contacto con los enemigos de los mormones en
Misuri, logrando por este medio avivar el latente fuego del odio. El
resultado de sus acciones fue otro complot para arrestar a José Smith,
pero también ese intento se frustró.
Sin embargo, había otro grupo en Nauvoo cuyos nefastos esfuerzos
iban a lograr mayor éxito: seis hombres —William y Wilson Law,
Frances M. y Chauncey L. Higbee y Charles A. y Robert D. Foster—
53
que, habiendo sido suspendidos de derechos de la Iglesia, se propusieron
vengarse del Profeta.
La situación política agravaba estas dificultades, porque los
mormones votaban a favor de los candidatos cuya política ellos
consideraban que produciría los mayores beneficios; de modo que
algunas veces favorecían a los de un partido y otras a los del partido
contrario. En la campaña presidencial de 1844, no concordando con la
política de ninguno de los dos partidos mayores, adoptaron una posición
neutral Y propusieron a José Smith como candidato a la presidencia de
los Estados Unidos y a Sidney Rigdon como vicepresidente. El dirigente
mormón hizo una declaración de sus conceptos en cuanto al gobierno,
que llamó la atención a muchas personas. Entre otras cosas, proponía que
el gobierno resolviera el problema de la esclavitud comprando a los
negros, emancipando de este modo a los esclavos y compensando al
mismo tiempo a sus dueños, plan que, de haberse llevado a efecto, podría
haber evitado la pérdida de dinero y vidas que más tarde se sacrificaron
en la guerra civil. También recomendaba que se convirtieran las
prisiones en escuelas, donde los reclusos pudieran aprender profesiones
útiles y llegar a ser miembros provechosos de la sociedad.
A fin de dar a conocer a la gente de la nación los conceptos del
Profeta, varios hombres salieron de Nauvoo para hacer campaña a favor
de su candidatura, y fue mientras éstos se hallaban ausentes de Nauvoo
que las dificultades del Profeta llegaron a su punto culminante.
El 10 de junio de 1844, los seis enemigos previamente nombrados
publicaron un periódico difamatorio llamado el Nauvoo Expositor
[Expositor de Nauvoo], el cual provocó una agitación tremenda porque
manifiestamente calumniaba a algunos ciudadanos prominentes de la
comunidad.
La gente se indignó. Como la legislatura de Illinois, en la carta
constitucional que había dado a Nauvoo, otorgaba a la ciudad la
autoridad de “declarar lo que podría constituir un acto perjudicial, y de
evitar o eliminar lo antedicho”,1 el consejo municipal se reunió durante
catorce horas, tomó declaraciones, consultó la ley en cuanto a actos
perjudiciales, examinó la carta constitucional de la ciudad otorgada por
el cuerpo legislativo a fin de determinar los derechos y obligaciones de
los ciudadanos, y luego tachó de perjudicial la publicación y dio al
Alcalde, que era José Smith, órdenes de suprimirla.
Este, a su vez, expidió un decreto al Jefe de Policía con órdenes de
“destruir la prensa en que se publica el Nauvoo Expositor amontonar en
la calle el tipo de imprenta y quemar todos los ejemplares del Expositor

54
y hojas difamatorias que se encuentren en el establecimiento”2 El oficial
de referencia cumplió con la orden y así informó.
Los publicadores inmediatamente usaron esto como pretexto para
acusar a José Smith y a su hermano Hyrum de violar la libertad de
prensa. Como consecuencia, éstos fueron arrestados, juzgados y
absueltos. Pero desde entonces, el hecho ha sido denunciado por
muchísimos escritores. Un minucioso análisis de la ley que estaba
entonces en vigencia ha llevado a una distinguida autoridad en leyes a
expresar la conclusión siguiente: “Aparte de los daños causados por la
destrucción innecesaria de la imprenta, de la cual las autoridades de
Nauvoo fueron incuestionablemente responsables, el resto de los hechos
del consejo, incluso su interpretación de la garantía constitucional de la
prensa libre, puede encontrar su respaldo en la consulta de la ley de
aquella época”.3
Pero las llamas del odio, por tanto tiempo avivadas, empezaron
entonces a arder furiosamente. Por toda la parte occidental de Illinois
cundieron los rumores y los enemigos del Profeta llegaron hasta el
gobernador Thomas Ford con informes exagerados. Este pidió a José y
Hyrum Smith que se encontraran con él en Carthage, donde los malos
sentimientos en contra de los Smith eran más enconados. Declaró
además: “Garantizaré la seguridad de cuantas personas lleguen hasta
aquí desde Nauvoo, ora para ser juzgadas, ora para testificar a favor de
los acusados”.4
Comprendiendo la verdadera importancia de la situación, José Smith
le contestó: “Aunque Vuestra Excelencia nos promete protección, no nos
atrevemos a ir porque al mismo tiempo ha expresado temor de no poder
contener al populacho, y siendo así, quedaremos a merced de los
despiadados. Excelencia, no nos atrevemos a ir, porque nuestras vidas
estarían en peligro y no somos culpables de ningún delito”.5
El Profeta sabía lo que decía. Treinta y siete veces lo habían
arrestado y absuelto, y lo último que escribió en su diario en esa ocasión
dice: “Le dije a Stephen Markham que si nos volvían a aprehender a mí
y a Hyrum, seríamos asesinados, o yo no soy un Profeta de Dios”.6
José Smith pensó en escapar hacia el Oeste, pero algunos de los más
allegados a él le aconsejaron que fuera a Carthage para ser juzgado. A su
hermano le dijo: “Seremos asesinados”.7 No obstante, el 24 de junio de
1844 el Profeta y varios acompañantes salieron para Carthage. Se
detuvieron cerca del templo, y después de contemplar el magnífico
edificio y la ciudad, lugares donde apenas cinco años antes no había
habido más que terreno pantanoso, les dijo a los que lo acompañaban:

55
“No hay lugar más hermoso, ni mejor gente bajo los cielos; poco saben
de las pruebas que les esperan”.8
Poco más adelante, hizo otra notable afirmación: “Voy como cordero
al matadero; pero me siento tan sereno como una mañana veraniega; mi
conciencia se halla libre de ofensas contra Dios y contra todos los
hombres. Moriré inocente, y aún se dirá de mí: Fue asesinado a sangre
fría”.9
Al llegar a Carthage fueron detenidos y acusados de traición.
Valiéndose de una orden falsa de prisión, se les encarceló; y al protestar
ante el gobernador Ford contra la ilegalidad de esta manera de proceder;
él respondió que no consideraba que fuese su deber intervenir pues ellos
estaban en manos de la ley. Después, procedió a pasar el caso al
magistrado local, el cual resultó ser uno de los caudillos del populacho,
indicándole que empleara la fuerza armada de Carthage para vigilar a los
prisioneros.10
José Smith consiguió una entrevista con el gobernador, el cual le
prometió que se les protegería de los populachos que para entonces se
habían congregado en Carthage. Además, le aseguró que si él, el
gobernador, decidía ir a Nauvoo para investigar el asunto en persona,
como José Smith se lo había solicitado, lo llevaría a él consigo.
A pesar de estas promesas, el gobernador Ford partió para Nauvoo
en la mañana del 27 de junio, dejando presos a José Smith, a su hermano
Hyrum, a Willard Richards y a John Taylor en la cárcel de Carthage, con
la milicia formada por el populacho acampada en la plaza de la ciudad.
Los prisioneros pasaron el día conversando y escribiendo cartas.
Dirigiéndose a su esposa, José Smith escribió: “Estoy bien resignado a
mi suerte, sabiendo que hay justificación para mí y que he hecho lo
mejor que se podía hacer. Haz presente mi cariño a mis hijos... y a todos
los que pregunten por mí. Que Dios os bendiga a todos...”11 Estas cartas
se enviaron con unos visitantes que partieron a la una y media de la
tarde.
Al avanzar el día sobrevino al grupo una sensación de tristeza y a
solicitud del Profeta, John Taylor cantó “Un pobre forastero”, un himno
acerca del Salvador que se había hecho popular en Nauvoo.
Un pobre forastero vi
por mi camino al pasar;
él me rogó con tanto afán
que no lo pude rechazar.
Su nombre, su destinación,
su origen no le pregunté,

56
mas cuando su mirada vi,
le di mi amor; no sé por qué.
El pan, escaso para mí,
comía cuando él llegó,
mas vi su hambre y se lo di;
él lo bendijo y lo partió.
Los dos comimos de ese pan,
que en manjar se convirtió,
pues al comerlo con afán
maná a mí me pareció.
Lo vi esperando en prisión
la muerte como un vil traidor.
De la calumnia defendí
a mi amigo con valor.
En prueba de mi amistad
me suplicó por él morir;
la carne quiso rehusar,
mas mi alma libre dijo “¡Si!”
Al forastero vi ante mí;
su identidad El reveló;
las marcas en sus manos vi:
reconocí al Salvador.
Me dijo: “Te recordaré”,
y por mi nombre me llamó.
“A tu prójimo ayudaste
y así serviste a tu Señor.”
Poco después de terminar la canción, “se oyeron murmullos
provenientes de la puerta exterior de la prisión, junto con un grito de
¡Ríndanse!’, y casi instantáneamente siguieron los disparos de tres o
cuatro armas de fuego. El doctor Richards miró por la ventana y vio a
unos cien hombres armados en los alrededores de la puerta El populacho
rodeó el edificio, y algunos, empujando a un lado a los guardias,
ascendieron la escalera, forzaron la puerta e iniciaron su obra asesina”.
Hyrum Smith fue herido primero y cayó al suelo diciendo: “¡Soy
hombre muerto!” su hermano José corrió a él, exclamando: “¡Oh,
querido hermano Hyrum!” En seguida, John Taylor cayó al suelo
gravemente herido; afortunadamente, el reloj que llevaba en uno de los
bolsillos del chaleco detuvo una de las balas y le salvó la vida.
Al mismo tiempo que entraba por la puerta una lluvia de balas, José
Smith saltó hacia la ventana. Tres balas lo hirieron casi simultáneamente,

57
dos que venían de la puerta y una de la ventana. Moribundo, cayó por la
ventana abierta, exclamando: “¡Oh Señor, Dios mío!”
El doctor Richards salió ileso; pero la Iglesia había perdido a su
Profeta y al hermano de éste, el Patriarca, en el cobarde ataque que se
consumó en unos pocos segundos.12

AFLICCIÓN Y ESPERANZA

Cuando llegaron a Nauvoo las noticias del asesinato de José y


Hyrum Smith, descendió sobre la ciudad un manto de pesar. Al día
siguiente, se llevaron los cadáveres a Nauvoo y miles de personas se
agolparon de ambos lados de las calles por donde pasó el séquito. Al otro
día, los hermanos fueron sepultados.
Mientras tanto, los habitantes de Carthage habían huido de sus casas
temiendo que los mormones se levantaran en masa para vengarse; pero
no había en éstos ninguna disposición de devolver mal por mal; estaban
dispuestos a dejar a los asesinos en manos de Aquel que ha dicho: “Mía
es la venganza, yo pagaré”.
Los del populacho suponían que al matar a José Smith habían
acabado con el mormonismo; pero era porque no comprendían ni el
carácter de la gente ni la organización de la Iglesia. El Profeta había
conferido las llaves de la autoridad sobre los Apóstoles, que estaban bajo
la dirección de Brigham Young, y los miembros los sostuvieron en sus
cargos, aunque por un tiempo hubo un poco de confusión.
El progreso de Nauvoo continuó dirigido por Brigham Young; sin
embargo, cada vez era más evidente que no habría paz para los
mormones en Illinois y que la sangre de los Smith sólo parecía haber
hecho más atrevido al populacho. La ley no había castigado a los
asesinos y aparentemente el gobernador se había confabulado con ellos.
¿Qué les impedía entonces completar la obra de exterminio?
Al menguar el impacto causado por los crímenes, nuevamente
comenzó la depredación de las propiedades. Incendiaban los sembrados,
hacían desaparecer el ganado, y después empezaron la destrucción de las
casas que había en los alrededores de la ciudad. En vista de estas
circunstancias, Brigham Young y otras autoridades de la iglesia
decidieron buscar un lugar donde los santos pudieran vivir en paz, sin ser
molestados por el populacho ni por políticos llenos de prejuicios.
En 1842, mientras los mormones gozaban de paz en Nauvoo, José
Smith había pronunciado una notable profecía. Declaró: “Los santos
seguirán padeciendo mucha aflicción, y serán expulsados a las Montañas
58
Rocosas; muchos apostatarán, otros morirán en manos de nuestros
perseguidores o por motivo de los rigores de la intemperie o las
enfermedades; y algunos de vosotros viviréis para ir y ayudar a
establecer colonias y edificar ciudades, y ver a los santos llegar a ser un
pueblo fuerte en medio de las Montañas Rocosas”.13
Allá, en la inmensidad del Oeste, yacía su esperanza de encontrar la
paz. En el otoño de 1845, constantemente acosados por las amenazas del
populacho, iniciaron los preparativos para abandonar su bella ciudad y
dirigirse a las tierras deshabitadas en busca de un lugar donde pudieran
finalmente adorar a Dios conforme a los dictados de su conciencia.

1 Dallin H. Oaks, “The Suppression of the Nauvoo Expositor”, Utah Law


Review 9 (1965): 875.
2 HC 6:448.
3 Utah Law Review 9 (1965): 903.
4 HC 6:537.
5 HC 6:540.
6 HC 6:546.
7 HC 6:349-550.
8 HC 6:554.
9 D. y C. 135:4.
10 Véase HC 6:570.
11 HC 6:605.
12 Véase HC 6:612-621.
13 HC 5:85.

59
Capítulo 9
EL ÉXODO

El éxodo de los mormones de Nauvoo, Illinois, en febrero de 1846


constituye uno de los acontecimientos épicos en la historia de la
exploración y la colonización de los Estados Unidos. En medio de un
inclemente frío invernal, cruzaron el río Misisipí con las pocas cosas que
pudieron llevar consigo en las carretas, dejando a sus espaldas las casas
que habían construido sobre lo que eran los pantanos de Commerce,
durante los siete años que se les permitió vivir en Illinois. Delante de
ellos se extendían las inconmensurables tierras desiertas, en su mayor
parte desconocidas e inexploradas.
Por motivo de que esta marcha fue tan semejante al éxodo de los
israelitas, cuando salieron de sus casas en Egipto hacia una tierra
prometida que no habían visto, los mormones llamaron a su movimiento
“El campamento de Israel”.
El 4 de febrero de ese año, Brigham Young y la primera compañía
cruzaron el río en balsas, y a los pocos días el río se congeló lo suficiente
para resistir el peso de carros y caballos, cosa que aun cuando facilitó y
aceleró el movimiento, también causó sufrimientos intensos.
Refiriéndose a las condiciones en que se encontraban estos desterrados,
una de las personas del grupo, Eliza R. Snow, escribió:
“Me enteré de que la primera noche en que se acampó, nacieron
nueve criaturas, y de allí en adelante a medida que viajábamos, las
madres daban a luz a sus niños en toda variedad de circunstancias
imaginables, menos aquellas a las que estaban acostumbradas: algunas
en tiendas, otras en carretas, en medio de aguaceros o tormentas de
nieve.
“Téngase presente que las madres de estas criaturas que nacían en
esas regiones silvestres no eran salvajes, ni estaban acostumbradas a
recorrer los bosques y arrostrar las tempestades... la mayoría habían
nacido y se habían educado en los estados del Este; allí habían aceptado
el evangelio que Jesús y sus Apóstoles enseñaron; por amor a su religión
se habían congregado con los santos y en penosas circunstancias habían
ayudado, mediante su fe, paciencia y energías, a convertir a Nauvoo en
lo que su nombre indica, ‘la hermosa’. Allí habían tenido bellas casas,
adornadas con flores y engalanadas con árboles frutales que apenas
habían empezado a producir abundantemente.
“De estas casas, que tuvieron que abandonar sin poder alquilar ni
vender, acababan de despedirse por última vez, y con los pocos bienes
60
que podían cargar en una, dos y en algunos casos tres carretas, se habían
dirigido a las tierras desiertas, ¿hacia dónde? A esta pregunta no había
sino una respuesta en aquel tiempo: Sólo Dios lo sabe.”1
Brigham Young presidía esta caravana de peregrinos. Ellos lo
aceptaron como profeta y líder, el inspirado sucesor de su amado José
Smith. Confiaban en que él los conduciría a un lugar de refugio “en
medio de las Montañas Rocosas”, donde José Smith había predicho que
llegarían a ser “un pueblo fuerte”.

PLANTAR PARA QUE OTROS COSECHARAN

Después que los desterrados llegaron al territorio de Iowa, del lado


opuesto del Misisipí, se organizaron compañías de a cien personas y se
establecieron normas de conducta. Se dividieron las compañías en
grupos de cincuenta y de diez, cada uno dirigido por un oficial. Brigham
Young fue sostenido en calidad de “presidente de todo el Campamento
de Israel”.2
Viajaron hacia el noroeste, por el territorio de Iowa, cruzando una
región escasamente poblada entre los ríos Misisipí y Misuri. En los
primeros días del movimiento, la nieve alcanzaba una profundidad de
quince o veinte centímetros, y sus carretas cubiertas con toldos de lona
les daban poca protección de los helados vientos del norte.
Con la llegada de la primavera, la nieve se derritió y la marcha se
hizo más dificultosa todavía. No había caminos en las regiones por las
cuales viajaban los mormones, de modo que ellos mismos tenían que ir
abriendo el camino. A veces era tan profundo el fango que se
necesitaban hasta tres yuntas de bueyes para arrastrar una carga de poco
más de doscientos kilos. Al fin del día, cuando caían rendidos de
cansancio tras de tirar y empujar, de cortar madera para hacer puentes, de
cargar y descargar carretas, los viajeros descubrían que apenas habían
avanzado unos diez kilómetros. La lluvia y el aguanieve convertían sus
campamentos en verdaderas ciénagas, y por motivo de esta condición y
la alimentación impropia, murieron muchísimas personas.
Los sepelios al lado del camino fueron numerosos. Se hacía un
rústico ataúd de madera de álamo, se realizaban breves servicios
funerarios y los seres queridos del fallecido volvían a encaminar sus
pasos y sus yuntas hacia el Oeste, sabiendo que jamás volverían a pasar
por allí. Es asombroso que aquella gente no se transformara en seres
amargados y vengativos, particularmente al recordar sus cómodas casas

61
que para entonces los populachos de Illinois habían saqueado e
incendiado.
Sin embargo, mitigaban sus pesares con diversiones que ellos
mismos ideaban. Tenían su propia banda de instrumentos de viento y
hacían buen uso de ella. Los colonos de Iowa se asombraban de ver a
estos peregrinos despejar un pedazo de tierra alrededor de sus fogatas, y
ponerse a bailar y cantar hasta que el clarín anunciaba la hora de
acostarse.
Mientras se hallaban en esas circunstancias, uno de ellos, William
Clayton, escribió la letra del épico himno de las praderas, “¡Oh, está todo
bien!” Acoplada a la música de una antigua melodía inglesa. esta canción
se convirtió en un himno de fe y esperanza para los muchos millares de
pioneros mormones. Quizá no haya ninguna otra cosa que tan acertada-
mente exprese el espíritu de ese movimiento.
Cuando escaseaban los alimentos, se veían obligados a ofrecer sus
preciosas posesiones, como loza, cubiertos y encajes, que habían llevado
consigo desde el Este o a través del mar, a cambio de un poco de maíz y
carne de cerdo curada. De esa manera, muchos de los colonos de Iowa
adornaron más sus casas y los mormones pudieron reponer sus escasos
víveres. En ocasiones, la banda viajaba distancias considerables para dar
un concierto en algún lugar colonizado con el fin de poder aumentar las
provisiones.
Uno de los hechos más notables de este movimiento fue el
establecimiento de colonias provisionales a lo largo del camino. La
compañía de pioneros que iba a la vanguardia se detenía periódicamente
el tiempo necesario para desmontar extensos terrenos, cercarlos, ararlos
y plantarlos. Los líderes pedían voluntarios y ponían a unos a cortar
troncos para hacer cercos y puentes, y a otros para desmontar, arar y
sembrar. Se construía un pequeño número de cabañas y se designaban
varias familias para permanecer y cuidar de los sembrados. Después, la
compañía de pioneros seguía adelante, dejando los sembrados para que
las caravanas que les seguían levantaran la cosecha.
Este espíritu de mutuo servicio y cooperación caracterizó todo el
movimiento, y de no haber sido por ello, la migración de veinte mil
almas a través de esas tierras salvajes indudablemente habría terminado
en un desastre.
Aproximadamente tres meses y medio después de haber salido de
Sugar Creek, el campamento sobre la ribera occidental del río Misisipí,
la vanguardia de pioneros llegó a Council Bluffs, a orillas del río Misuri.
Detrás de ellos, por todo el territorio de Iowa, iba una lenta caravana de
centenares de carros. Todo ese verano y hasta muy entrado el otoño
62
continuarían saliendo de Nauvoo y cruzando los ondulantes cerros de
Iowa. ¡Era un Israel moderno en busca de una nueva tierra prometida!

EL BATALLÓN MORMÓN

Una mañana de junio de 1846, los mormones de uno de los


campamentos provisionales que había por el camino se sorprendieron al
ver llegar un pelotón de soldados norteamericanos. El capitán James
Allen venía con la comisión de reclutar a quinientos hombres jóvenes y
hábiles para luchar en la guerra con México.
Se le indicó que fuera a Council Bluffs para hablar con Brigham
Young y otras autoridades de la Iglesia. No es de sorprender el que estos
dirigentes hayan comentado la ironía de la situación: Su patria habiendo
permanecido con los brazos cruzados mientras ellos, los ciudadanos,
sufrían el despojo de sus hogares a manos de los populachos tumul-
tuosos, ahora les pedía voluntarios para el ejército.
Es verdad que los mormones habían solicitado ayuda al gobierno en
forma de contratos para construir fortines a lo largo del camino hacia el
Oeste, pues creían que éstos serían de mucha utilidad para los miles de
emigrantes, tanto mormones como no mormones que se trasladarían al
Oeste en los años subsiguientes; estos fortines los protegerían de los
indios y de otros peligros de los llanos. Sin embargo, un llamado militar
en el que urgentemente se les exigía quinientos hombres no era
precisamente la contestación que esperaban; y por otra parte, la cantidad
de voluntarios que se les pedía, comparando el número de mormones con
el resto de los habitantes de la nación, era sumamente desproporcionada.
A pesar de todo, correspondieron al llamado y Brigham Young y
otras autoridades fueron de un campamento a otro, izando el pabellón
nacional en cada uno de los centros de reclutamiento; y aunque tal paso
significaba que las familias que viajaban por las llanuras se quedarían sin
sus hombres, éstos se alistaron en el ejército cuando el presidente
Brigham Young les aseguró que habría alimento para sus familias
mientras lo hubiera para la suya propia.
La música y el baile que realizaron en la víspera de la despedida
causó asombro al capitán Allen. Los reclutas iban a ir a México, y sus
familias forzosamente tendrían que establecerse para pasar el invierno y
esperar hasta el año próximo para seguir hacia las Montañas Rocosas. No
había respuesta a la pregunta de cuándo o dónde se volverían a ver, pero
tal vez fueran las palabras de Brigham Young lo que mitigó el dolor de
la partida, cuando prometió a los hombres que “si cumplían fielmente
63
sus deberes, sin murmuraciones, e iban en el nombre del Señor, siendo
humildes y orando cada mañana y cada noche, no tendrían que luchar y
volverían a sus hogares sin sufrir daño”.3
De Council Bluffs los del grupo marcharon para el Fuerte de
Leavenworth, donde les anticiparon su paga para que pudieran comprar
ropa. Ellos enviaron gran parte de este dinero para el socorro de sus
familias.
De Leavenworth marcharon hacia el sudoeste hasta la antigua ciudad
española de Santa Fe. Allí los recibió la guarnición militar al mando del
coronel Alexander W. Doniphan, el hombre que le había salvado la vida
a José Smith en Misuri.
De Santa Fe se dirigieron hacia el sur por el valle del río Grande [río
Bravo], pero antes de llegar a El Paso, se desviaron al oeste siguiendo el
curso del río San Pedro.
Después cruzaron el río Gila, marcharon hasta Tucson, siguieron el
río Gila hasta su confluencia con el Colorado y de allí atravesaron las
montañas para llegar a San Diego, California. El ferrocarril de la
compañía Pacífico Sur posteriormente siguió una gran parte del camino
que trazaron.
Los sufrimientos ocasionados por las raciones insuficientes, la sed
abrasadora, los esfuerzos desesperados por conseguir agua, las
agotadoras marchas a través de la espesas arenas del desierto y el camino
que abrieron por entre infranqueables montañas constituyen el relato de
su histórica marcha. Se habían despedido de sus familias en junio de
1846 y llegaron a San Diego, estado de California, el 29 de enero de
1847. La guerra había terminado para cuando llegaron a su destino y no
se vieron obligados a combatir, cumpliéndose así la promesa profética de
Brigham Young.
Al llegar a la costa del Pacífico, su comandante, el coronel Philip
Saint George Cook del ejército de los Estados Unidos, los felicitó y leyó
un documento que decía, en parte:
“El teniente coronel felicita al batallón por haber llegado a salvo a
las playas del Océano Pacífico, y por la conclusión de su jornada de más
de tres mil doscientos kilómetros.
“En vano se buscará en la historia una marcha semejante de
infantería. La mitad del viaje se hizo por entre tierras agrestes, donde no
viven sino salvajes y animales silvestres, o a través de desiertos, en los
que por la falta de agua no existe criatura viviente. En esos lugares, con
trabajos casi desesperados, hemos cavado pozos profundos de los que el
futuro viajero disfrutará; hemos cruzado mesetas desconocidas, sin guías
64
que las hubieran explorado previamente, y en las cuales durante algunas
marchas no hallamos agua; con la barra y el pico en la mano hemos
escalado montañas que parecían desafiar a todos menos a las cabras
monteses, y nos hemos abierto paso por un desfiladero de roca sólida
más angosto que nuestros carros.”4
Pero mientras los integrantes del batallón servían bajo la bandera de
su patria, los populachos, contraviniendo toda garantía constitucional,
continuaban pisoteando a sus compañeros que habían permanecido en
Nauvoo.

LA CAÍDA DE UNA CIUDAD

Aunque la mayoría de los mormones había logrado salir de Nauvoo


antes del primero de mayo de 1846, fecha fijada por sus enemigos para la
evacuación total, algunos de ellos no habían sido tan afortunados. En
agosto todavía quedaban unos mil miembros, muchos de ellos enfermos
y ancianos, y se creía que las turbas dejarían en paz por lo menos a éstos.
Pero la historia da triste testimonio del lamentable equívoco de los
que suponían tal cosa.
Cuando quedó en evidencia que el populacho no iba a esperar, los
habitantes de Nauvoo pidieron ayuda al gobernador; el cual les
respondió enviando a un comandante Parker con diez hombres como
representantes de la fuerza militar del estado de Illinois. Más tarde el
comandante Parker fue reemplazado por el comandante Clifford.
El comandante pidió que se llegara a un acuerdo pacífico, súplica a
la que el populacho contestó lanzando el ataque contra él y los
mormones que voluntariamente se habían ofrecido para servir bajo sus
órdenes. Aunque muy inferiores numéricamente, los defensores de la
ciudad convirtieron en cañones cinco ejes abandonados de un barco de
vapor y levantaron parapetos improvisados. En el nombre del pueblo de
Illinois, el comandante Clifford mandó al populacho que se dispersara.
La respuesta consistió en un ataque sobre la ciudad, que los
defensores pudieron contener por algún tiempo; pero era tan grande la
superioridad numérica del enemigo, que los mormones no tuvieron otra
opción que acordar en evacuar la ciudad en cuanto pudieran recoger
algunos de sus bienes.
Ni aun eso dejó satisfecha a la turba y, mientras los mormones
salían, se les echaron encima y después de atropellarlos se llevaron de
sus carros todo artículo de valor. Los expulsados llegaron hasta el otro
lado del río, al territorio de Iowa, donde acamparon provisionalmente. El
65
coronel Thomas L. Kane, de Filadelfia, que por casualidad los vio en esa
ocasión, más tarde describió su situación ante la Sociedad Histórica de
Pensilvania, diciendo:
“Terribles eran en verdad los padecimientos de esos seres
desamparados; atemorizados y entumecidos alternativamente por el frío
y la fuerza del sol, pasaban los días y noches angustiosos y lentos, siendo
casi todos víctimas incapacitadas de las enfermedades. Estaban allí
porque no tenían casa, ni hospital, ni asilo, ni amigos que se los pudieran
ofrecer. No podían satisfacer las débiles quejas de sus enfermos ni tenían
pan para acallar el desconsolado llanto de sus hijos que padecían
hambre...
“Eran mormones que desfallecían de hambre en el condado de Lee,
estado de Iowa, en la cuarta semana del mes de septiembre del año 1846.
La ciudad [que él acababa de visitar] era Nauvoo, Illinois. Los
mormones habían sido los dueños de esa ciudad y de los prósperos
campos que la rodeaban. Y aquellos que habían hecho parar sus arados,
que hicieron cesar la obra de sus martillos, hachas, lanzaderas y
detenerse las ruedas de sus talleres; aquellos que habían apagado sus
fuegos, comido sus alimentos, despojado sus huertos y hollado con los
pies sus miles de hectáreas de trigo sin cosechar, aquéllos eran los que
ocupaban sus casas, los profanadores de su Templo, cuyos ebrios desen-
frenos herían el oído de los que morían.”5
En esas condiciones de estrechez, indudablemente muchos habrían
perecido de hambre si no hubiera sido por miles de codornices que
descendieron sobre sus campamentos y que ellos pudieron cazar con las
manos; para los mormones, aquello fue como maná de los cielos; fue una
respuesta a sus oraciones.
Afortunadamente no permanecieron en esa situación por mucho
tiempo. Los hermanos que los habían antecedido enviaron carros con
auxilios y compartieron con ellos sus escasas provisiones. Al viajar
penosamente por los cerros de Iowa, lo último que vieron de Nauvoo fue
la torre de su sagrado templo, ahora saqueado y profanado.

1 Citado en Edward W. Tullidge, The Women of Mormondom. (New York:


Tullidge and Crandall, 1877), págs. 307-308.
2 CHC 3:52.
3 Journal History, 13 y 18 de julio de 1846.
4 CHC 3:119-120.
5 The Mormons, págs. 9-10.

66
Capítulo 10
HACIA LA TIERRA PROMETIDA

Brigham Young y las demás autoridades de la Iglesia comprendieron


la imprudencia de tratar de llegar a las Montañas Rocosas en el año
1846, debido a que la expedición se hallaba seriamente debilitada por la
ausencia de los hombres jóvenes que se habían unido al batallón
mormón. Por consiguiente, se estableció una colonia provisional a orillas
del río Misisipí.
El sitio, contiguo en la actualidad a la ciudad de Omaha, en breve
tiempo cobró la apariencia de ciudad más bien que de campamento.
Aunque hubo muchas personas que se conformaron con refugios
excavados y otros albergues rústicos, antes de enero de 1847 se
construyeron mil casas macizas hechas de troncos de árboles.
Todo ese invierno hubo una actividad intensa. Los yunques
resonaban con la fabricación o reparación de carros y carretas; se estudió
cuidadosamente todo informe o mapa disponible y se hizo cuanto
preparativo fue posible realizar a fin de asegurar el éxito del movimiento
proyectado para la primavera siguiente.
A pesar de ser escasas las comodidades, la comunidad no estaba
desprovista de diversiones. A menudo se hacían bailes patrocinados por
los varios quórumes del sacerdocio; los servicios religiosos se efectuaban
tal como si la gente se hallara establecida en forma permanente; las
escuelas para los niños funcionaban con éxito, porque la educación de la
juventud siempre ha sido de primera importancia en la filosofía
mormona.
A menudo un alumno, o en ocasiones varios, no acudían al llamado
de la campana de la escuela debido a que una enfermedad del tipo del
escorbuto, conocida como “gangrena negra”, les asestó su funesto golpe.
La falta de alimentación apropiada, la insuficiente protección de los
elementos y los cambios extremados de temperatura en los terrenos bajos
junto al río causaron que la gente sucumbiera fácilmente a las
enfermedades.
En años recientes la Iglesia ha erigido un monumento en el antiguo
cementerio de Winter Quarters. Representa a un padre y una madre en el
acto de enterrar a su hijo en un sepulcro que saben que no volverán a
visitar. Alrededor del monumento se encuentran los sepulcros de unas
seiscientas personas que fallecieron en aquel campamento provisional de
las llanuras.

67
HACIA EL OESTE

A principios de la primavera de 1847 se completaron los planes para


enviar una compañía de pioneros a las Montañas Rocosas con la
responsabilidad de señalar una ruta y encontrar un lugar para los miles de
personas que les seguirían.
El 14 de enero, el presidente Brigham Young comunicó a los
miembros de la Iglesia lo que él declaró ser una revelación del Señor y
que se convirtió en la constitución que rigió su movimiento hacia el
Oeste. Es un documento interesante, parte del cual dice lo siguiente:
“La Palabra y Voluntad del Señor en cuanto al Campamento de
Israel en su jornada hacia el Oeste:
“Organícense en compañías todo el pueblo de La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días y los que viajen con ellos,
con el convenio y la promesa de guardar todos lo mandamientos y los
estatutos del Señor nuestro Dios.
“Organícense las compañías con capitanes sobre cien, capitanes
sobre cincuenta y capitanes sobre diez, al mando de un presidente y sus
dos consejeros, bajo la dirección de los Doce Apóstoles.
“Y éste será nuestro convenio: andaremos en todas las ordenanzas
del Señor...
“Y si un hombre procura elevarse a sí mismo, y no busca mi consejo,
no tendrá poder y su insensatez se hará manifiesta.
“Buscad y procurad cumplir con todas vuestras promesas el uno con
el otro; y no codiciéis lo que pertenece a vuestro hermano.
“Guardaos del pecado de tomar el nombre del Señor en vano...
“Cesad de contender unos con otros; cesad de hablar mal el uno
contra el otro.
“Cesad la ebriedad; y tiendan vuestras palabras a edificaros unos a
otros.
“Si pides prestado a tu vecino, le devolverás lo que te haya prestado;
y si no puedes devolvérselo, ve luego y díselo, no sea que te condene.
“Y si encuentras lo que tu vecino ha perdido, indagarás
diligentemente hasta que se lo entregues.
“Serás diligente en preservar lo que tengas, para que seas
mayordomo sabio; porque es el don gratuito del Señor tu Dios, y tú eres
su mayordomo.

68
“Si te sientes alegre, alaba al Señor con cantos, con música, con baile
y con oración de alabanza y acción de gracias.
“Si estás triste, clama al Señor tu Dios con súplicas, a fin de que tu
alma se regocije.
“No temas a tus enemigos, porque están en mis manos y cumpliré mi
voluntad con ellos.”1
A estas pautas generales de conducta se añadieron otros reglamentos
especiales: Todo hombre debía portar un rifle cargado o tenerlo en su
carreta, donde en caso de ataque pudiera echar mano de él en seguida; al
anochecer las carretas debían estacionarse en forma de círculo para que
sirvieran de corral a los animales; no habían de viajar ni trabajar durante
el domingo, sino que los tiros de animales, así como los hombres, debían
descansar ese día; y la oración al anochecer y al amanecer debía ser una
práctica normal del campamento.
El 5 de abril, la compañía de pioneros, integrada por ciento cuarenta
y tres hombres, tres mujeres y dos niños, inició el viaje con Brigham
Young en calidad de líder. Afortunadamente no habían recorrido gran
distancia cuando los apóstoles Parley P. Pratt y John Tylor llegaron a
Winter Quarters, procedentes de Inglaterra, llevando consigo barómetros,
sextantes, telescopios y otros instrumentos. Con ellos en manos de Orson
Pratt, consumado científico, los pioneros pudieron determinar la latitud y
la longitud de su posición diaria, además de la temperatura y la elevación
en que se encontraban sobre el nivel del mar. Esta información fue de
valor incalculable en la preparación de una guía para los que habían de
venir después.
A lo largo de la ribera sur del río Platte ya existía uno de los caminos
famosos en la historia, y en años subsiguientes habrían de transitarlo
extensamente los miles de emigrantes que se dirigían a Oregon y
California. Sin embargo, Brigham Young decidió apartarse del camino
de Oregon y abrir un camino nuevo a lo largo de la ribera norte del río.
Dijo que de esta manera los mormones evitarían conflictos con otras
personas que viajaran hacia el Oeste, además de lo cual se asegurarían
más pasto para el ganado de las compañías que los seguirían. Es
interesante notar que la vía del ferrocarril Union Pacific, construida
algunos años después, siguió ese camino mormón por una distancia
considerable.
En 1847 había grandes manadas de bisontes en los llanos y los
emigrantes que viajaban al Oeste acostumbraban matarlos simplemente
por diversión; pero Brigham Young dispuso lo contrario y aconsejó a los
de su pueblo que no mataran más de los que necesitaran para proveerse
de carne.
69
COMENTARIOS SOBRE EL VIAJE

Por varias razones, entre ellas la sumamente importante de preparar


una guía para los que vinieran posteriormente, los pioneros estaban
interesados en saber el número de millas que recorrían diariamente y el
primer aparato que se utilizó para determinar la distancia era un pedazo
de tela roja atado a una de las ruedas del carro. Contaban las
revoluciones de la rueda y, multiplicando este número por la
circunferencia de la misma, era posible determinar la distancia que se
viajaba; pero la observación de las revoluciones de la rueda día tras día
pronto se hizo fastidiosa y fue necesario idear un método mejor.
Luego de consultarlo con Orson Pratt, Appleton Harmon resolvió el
problema tallando un juego de engranajes de madera y construyendo lo
que se llegó a conocer como mide-caminos. Era un aparato singular, el
predecesor del odómetro moderno, y aun cuando estaba construido de
madera, funcionó con precisión sorprendente.
Para orientar a los que habrían de venir después, la compañía de
pioneros dejaba cartas con instrucciones, detallando el número de millas
y la condición del camino, que entonces se depositaban en buzones
improvisados; o escribían dichas instrucciones sobre un cráneo de
bisonte, blanqueado por el sol.
También se escribieron diarios con gran cuidado, en los cuales se
anotaron muchos detalles. Dos extractos del diario de Orson Pratt
servirán de ilustración:
“22 de mayo. A las 5:15 esta mañana el barómetro indicaba 26.623,
el termómetro adjunto marcaba una temperatura de 51,5 ° F (11 °
centígrados), el termómetro separado indicaba 48,5° F. Soplaban vientos
ligeros del sur y el cielo estaba parcialmente cubierto de nubes tenues...
A unas cinco millas y media [aproximadamente nueve kilómetros] de
donde habíamos acampado, cruzamos un riachuelo, que llamamos el
Arroyo del Cangrejo; una milla y tres cuartos más adelante [poco menos
de tres kilómetros], nos detuvimos para pasar el mediodía. Tras una
observación meridiana del sol, descubrimos que nuestra latitud era de 41
grados, con 30 minutos y 3 segundos. Tenía la intención de tomar la
distancia lunar para determinar la longitud, pero las nubes lo impidieron.
Chimney Rock, a una distancia de 42 millas [casi 70 kilómetros] río
arriba, ahora se puede ver con la ayuda de nuestros lentes. Desde esta
distancia tiene la apariencia de una torre corta colocada sobre una colina
o montículo. Cuatro millas y cuarto más adelante [unos 7 kilómetros]
llegamos a un sitio donde el río pasa por entre los barrancos. Como de

70
costumbre, nos vimos obligados a subir hasta la cima y como a unas dos
millas y cuarto [4 kilómetros] más adelante nuevamente llegamos a la
pradera, donde acampamos después de recorrerla una corta distancia.
Viajamos en total quince millas y media [poco más de 25 kilómetros]
durante el día. Desde unas cuantas millas atrás, la formación, más
particularmente la de los barrancos, ha ido cambiando gradualmente de
arena a tierra arcillosa y caliza, cuya naturaleza empieza a cambiar la faz
de la región, presentando escenas de notable y pintoresca belleza..
“Domingo 23 de mayo. Como de costumbre, hoy descansamos
nosotros y nuestros animales. La columna mercurial de barómetro esta
mañana aparece mucho más baja de lo que debería estar por nuestra
ascensión gradual; a las cinco en punto indicaba 26.191 y el termómetro
adjunto marcaba 54,5° F [12,5° C], el termómetro separado indicaba 52°.
La depresión barométrica es indicadora de vientos fuertes. Hoy fuimos
varios a trepar nuevamente las cumbres de algunos de estos barrancos y,
midiendo barométricamente, verifiqué que la altura de uno de ellos es de
71 metros sobre el río y de casi 1.080 metros sobre el nivel del mar... En
este sitio abundan los crótalos [serpientes de cascabel]... Después de
comer, asistimos a nuestros servicios públicos de adoración, donde la
congregación oyó interesantes e inteligentes discursos del presidente
Brigham Young y otros hermanos.”2
La ruta de los pioneros los llevó por el valle del Platte hasta la
confluencia de los ríos North Platte y South Platte; después, a lo largo
del North Platte a través de lo que hoy son los estados de Nebraska y
Wyoming, hasta el paraje en que el río Sweetwater desemboca en el
North Platte; de allí el camino seguía este río hasta la naciente, cerca de
South Pass, Wyoming.
Para el primero de junio la compañía había llegado al antiguo Fuerte
de Laramie, donde tuvieron la sorpresa de encontrar a un grupo de
miembros de la Iglesia que habían viajado desde el sur, procedentes de
Misisipí, pasando por Pueblo, estado de Colorado, con el objeto de
unirse a la compañía de pioneros y seguir con ellos hasta su destino.
El 27 de junio cruzaron el South Pass (Paso del Sur), un sitio donde
las Montañas Rocosas gradualmente descienden hacia las praderas Y por
donde pasaban la mayor parte de los emigrantes que se dirigían al Oeste.
En dicho lugar, los mormones encontraron al comandante Moses Harris,
famoso cazador y explorador, de quien recibieron una descripción de la
cuenca del Lago Salado y un informe desfavorable de la región.
Refiriéndose a este encuentro, Orson Pratt escribió:
“De él obtuvimos mucha información con relación a la cuenca del
Gran Lago Salado, tierra a la cual nos dirigíamos. Su informe, como el
71
del capitán Fremont, es más bien desfavorable para la formación de una
colonia en esa cuenca, principalmente a causa de la escasez de madera.
Dijo que él ha recorrido toda la circunferencia del lago y que no tiene
salida alguna.”3
El 28 de junio encontraron al fuerte veterano explorador del Oeste,
Jim Bridger. Deseosos de saber cuanto pudieran acerca de la tierra hacia
la cual se dirigían, los mormones aceptaron su recomendación de
acampar y pasar la noche con él. Les indicó que había buenos terrenos
tanto hacia el norte como hacia el sur de la cuenca del Lago Salado, pero
los desalentó con respecto a todos sus planes de establecer una colonia
grande en ese lugar.
El 30 de junio se unió a ellos Samuel Brannan, miembro de la
Iglesia, que el 4 de febrero de 1846, fecha del primer éxodo de Nauvoo,
había zarpado con más de doscientos mormones, de Nueva York rumbo
a California, pasando por el Cabo de Hornos.
Habían desembarcado en Yerba Buena, lo que hoy es San Francisco,
y él había establecido el primer periódico publicado en el idioma inglés
en esa región. Partiendo de California en abril, se dirigió hacia el este a
través de las montañas para encontrar a Brigham Young. Había pasado
por el sitio de la tragedia del grupo de Donner el invierno anterior, y dio
a los mormones una descripción del desgraciado campamento en el cual
más de una veintena de personas murieron de hambre entre la nieve de
las Sierras. Brannan le pintó con todo entusiasmo al presidente Young
las bellezas de California, indicándole que era un terreno fértil y
productivo de gran hermosura y clima uniforme, una tierra en la que los
mormones podrían prosperar. Sin embargo, el presidente Young no
estaba dispuesto a apartarse del propósito al cual se había dedicado: Dios
tenía un lugar para Su pueblo y allí se establecerían para labrar su
destino.

“ESTE ES EL LUGAR INDICADO”

Al aproximarse la compañía de pioneros a las montañas, el viaje se


hizo más difícil. Sus animales se hallaban exhaustos y sus carros
desgastados en extremo; y además, las pendientes y los desfiladeros de
las montañas con sus aguas impetuosas, sus inmensas rocas y la espesa
vegetación de árboles les presentaban problemas muy distintos de los
que habían conocido en las llanuras.
El 21 de julio, Orson Pratt y Erastus Snow, que iban a la vanguardia,
entraron en el Valle del Gran Lago Salado. Tres días después, Brigham
72
Young, obligado a viajar más lentamente por motivo de una enfermedad,
salió del desfiladero y contempló el valle. Después de una breve pausa,
anunció:
“Este es el lugar indicado”.
¡Aquella era la tierra prometida! Aquel valle, con su lago de sal que
brillaba bajo el sol de julio; aquel valle totalmente desprovisto de
árboles, en medio de las montañas; aquel trecho de tierra árida,
interrumpido aquí y allí por unos pocos arroyos burbujeantes que corrían
de las montañas en dirección al lago, era el tema de sus visiones y
profecías, la tierra acerca de la cual soñaban miles de personas que aún
se encontraban en Winter Quarters. Aquel era su lugar de refugio, el sitio
sobre el cual los miembros de la Iglesia llegarían a ser “un pueblo fuerte
en medio de las Montañas Rocosas”.

1 D. y C. 136:1-4, 19-21, 23-30.


2 Millenial Star 12 (15 de marzo de 1850): 82-83.
3 Millenial Star 12 (15 de marzo de 1850): 146.
4 HC 5:85

73
Capítulo 11
LA CONQUISTA DEL DESIERTO

Dos horas después de la llegada del cuerpo principal de los pioneros,


se intentó arar por primera vez en el valle del Gran Lago Salado; pero la
tierra estaba tan reseca y dura que quebraron las puntas de los arados.
Entonces se desvió el agua de uno de los arroyos que venían de las
montañas, se humedeció el suelo y de allí en adelante fue más fácil
ararlo. El 24 de julio sembraron papas, en seguida regaron la tierra y de
este modo se inició el sistema de riego artificial por parte de gente
anglosajona en el Oeste. De hecho, ése fue el principio de la práctica
moderna de riego artificial.
Se plantaron también otras semillas y, aunque eran pocas las
posibilidades de que llegara a madurar una cosecha de importancia, se
esperaba recoger lo suficiente para poder contar con semillas en la
próxima primavera.
Brigham Young llegó un sábado. Al día siguiente tuvieron una
reunión religiosa, en la cual también recibieron instrucciones con
respecto a la forma en que habrían de regirse en la nueva colonia. El
presidente Young les dijo que no se debía hacer trabajo alguno el día
domingo, prometiéndoles que si alguien trabajaba ese día, dicha persona
pronto se daría cuenta de que perdía cinco veces más que lo que ganaba;
tampoco debía ir nadie de cacería el día de reposo. Por otra parte, les dijo
que nadie debía tratar de comprar tierras, sino que todo hombre recibiría
una parcela, de acuerdo con sus necesidades, tanto para fines urbanos
como agrícolas; podría cultivar sus terrenos en la forma que mejor le
conviniera, pero debía ser industrioso y cuidar de su parcela. El agua de
los arroyos no sería de propiedad privada y la madera y la leña se
considerarían propiedad común. El presidente Young también les
aconsejó a los santos que usaran como combustible solamente la madera
de los árboles muertos, a fin de preservar la buena para uso futuro. Les
prometió que si eran fieles a estas leyes, serían un pueblo próspero.1

EL PRIMER INVIERNO

El día siguiente todos se dedicaron a explorar las tierras


circunvecinas para descubrir sus recursos naturales. Aunque era fuerte su
fe y grandes sus esperanzas, la situación en que este pueblo se
encontraba era todo menos alentadora. Eran un pequeño grupo con
74
escasas provisiones, situados a mil seiscientos kilómetros de la ciudad
más cercana hacia el este, y cerca de mil doscientos kilómetros de la
costa del Pacífico; además, sin conocer los productos de esa región
nueva y extraña de naturaleza tan diferente de la que habían dejado atrás.
Sin embargo, empezaron los preparativos para fundar una extensa
ciudad. Cuatro días después de su llegada al valle, Brigham Young se
dirigió a un lugar al norte de su campamento y proclamó: “Este es el
lugar para nuestro templo”.2 Se trazó la ciudad alrededor del lugar
indicado, disponiéndose calles de cuarenta metros de ancho, cosa que en
aquellos días se consideraba una locura; pero la previsión de estas
medidas se ha manifestado claramente en la magnitud del tránsito de
nuestros días. La comunidad proyectada recibió el nombre de Ciudad del
Gran Lago Salado.
Una cosa que impresionó a los pioneros al explorar el valle fue la
semejanza que existía entre esta Sión recién descubierta y la Tierra
Santa. A unos cuarenta kilómetros al sur de su campamento se hallaba un
hermoso lago de agua fresca del cual fluía un río, al que optaron por
llamar Jordán; y éste desembocaba en el Gran Lago Salado, otro Mar
Muerto. Habiéndose determinado los métodos y planes de trabajo,
Brigham Young y otros hombres iniciaron el largo viaje de regreso a
Winter Quarters. Los que permanecieron en el valle inmediatamente
comenzaron a construir un fuerte que los albergaría a ellos, así como a
los numerosos grupos de inmigrantes que esperaban hacia fines del
verano. La mayor parte de las familias pasaron el primer invierno en el
fuerte, aunque hubo algunos que se aventuraron a edificar su propia casa.
Afortunadamente, el primer invierno fue desusadamente templado;
mas, a pesar de ello, los colonos padecieron debido a la escasez de
alimento y ropa, y se vieron obligados a sacar de la tierra raíces de una
planta silvestre de la familia de los lirios y recoger tallos de cardos que
hervían para alimentarse. Para rememorar el hecho de que esa planta li-
liácea les preservó la vida, su flor es en la actualidad la flor del estado de
Utah.
No se desperdició ni un momento en prepararse para lo futuro y todo
el invierno los pioneros continuaron la tarea de cercar y limpiar el
terreno. Después araron y plantaron un campo común de dos mil
hectáreas, que fue una empresa tremenda, si se tiene en cuenta lo
rudimentario de las herramientas con que tuvo que trabajar la gente.

75
LA APARICIÓN DE LAS GAVIOTAS

Al llegar la primavera, los extensos campos de verde grano parecían


pronosticar una amplia recompensa por los afanes del otoño e invierno
anteriores. Todos pensaban que con eso habría suficiente alimento tanto
para ellos como para el gran número de inmigrantes que esperaban ese
verano. Con el riego artificial las plantas se desarrollaron y el futuro
parecía prometedor.
De pronto, un día se dieron cuenta de que unos grillos grandes se
estaban comiendo el grano. Los primeros hombres en llegar al valle los
habían visto y los recién llegados habían notado que algunos de los
nativos los usaban para alimento. Sin embargo, no habían previsto lo que
en ese momento estaba sucediendo; y la situación empeoraba con el
transcurso de cada día: los insectos aparecían por miríadas y devoraban
cuanto encontraban a su paso.
El terror se apoderó del corazón de la gente al ver desaparecer el
grano ante la embestida de aquel enemigo. Los combatieron con todas
sus fuerzas; intentaron quemarlos y ahogarlos, abatirlos con escobas y
palas, y probaron cuanta manera pudieron idear de salvar sus plantíos.
No obstante, los insectos voraces continuaban devorando cuanta espiga
encontraban por delante.
Rendidos de fatiga y desesperados, los santos recurrieron al Señor,
suplicándole en oración que Él preservara el pan para sus hijos.
Después de orar llenos de asombro vieron aparecer grandes bandadas
de gaviotas de alas blancas que venían del lago hacia el oeste y
descendían sobre los campos. Al principio, pensaron que era otro
enemigo que venía a azotarlos, pero luego vieron que las gaviotas se
lanzaban sobre los grillos, devorándolos; después volvían al lago para
vomitar y regresaban para seguir comiendo.
Así se salvaron las cosechas de 1848. Por ese motivo, actualmente en
la Manzana del Templo, en Salt Lake City, se halla un monumento a la
gaviota; una placa de bronce lleva esta inscripción: “Para recordar con
agradecimiento la misericordia de Dios hacia los pioneros mormones”.

ORO EN CALIFORNIA

Brigham Young volvió a Winter Quarters, adonde llegó el 31 de


octubre de 1847 y el 5 de diciembre fue sostenido como Presidente de la
Iglesia. Desde el día en que murió José Smith, Brigham Young había
76
dirigido la Iglesia como Presidente del Consejo de los Doce Apóstoles.
Nombró por consejeros suyos en la Primera Presidencia a Heber C.
Kimball, que ingresó a la Iglesia junto con él, y al Dr. Willard Richards.
El 26 de mayo de 1848 partió de Winter Quarters para nunca más
volver al Este. A pesar de que ya conocía el camino, ese segundo viaje
fue más difícil que el primero, pues la compañía que viajaba bajo su
dirección se componía de “397 carretas, 1229 almas, 74 caballos, 19
mulas, 1275 bueyes, 699 vacas, 184 animales de engorda, 411 ovejas,
141 puercos, 605 gallinas, 37 gatos, 82 perros, 3 cabras, 10 gansos, 2
colmenas y 8 palomas”.3 No fue fácil la tarea de conducir una caravana
de tal magnitud a través de 1600 kilómetros de llanos y montañas.
Llegaron al valle del Lago Salado el 20 de octubre, 116 días después
de partir de Winter Quarters. Mientas tanto, un suceso en California
había encendido el corazón de los aventureros por todo el mundo e iba a
surtir su efecto también en los mormones.
Después de que el Batallón Mormón fue dado de baja en California,
algunos de los integrantes se detuvieron en el Fuerte de Sutter, en el
valle de Sacramento, para trabajar y ganar un poco de dinero antes de
cruzar las montañas y reunirse con sus familias. Seis de ellos con el
capataz de Sutter, llamado James W. Marshall, y algunos indios,
emprendieron la construcción de un aserradero sobre el ramal sur del río
American. Allí fue donde, el 24 de enero de 1848, Marshall encontró una
pepitas de oro entre las arenas arrastradas por las aguas que se utilizaban
en el aserradero. Henry Bigler, miembro del batallón, escribió esa noche
en su diario: “Hoy se descubrió, en la corriente que viene del aserradero,
una especie de metal que parece ser oro”.4
Esta anotación histórica es el único documento original del
descubrimiento que provocó una desenfrenada carrera de hombres por
tierra y por mar para llegar a California.
Sin embargo, mientras otros se afanaban por llegar al río American,
los miembros del batallón cumplieron su contrato con Sutter, recogieron
sus pocas posesiones, se encaminaron rumbo al este y cruzaron las
montañas hasta el valle semiárido del Gran Lago Salado, a fin de
emprender con sus amigos la angustiosa labor de dominar el desierto.
Mientras tanto, la fiebre del oro se había hecho sentir en algunos de
los habitantes del valle, que acababan de pasar por un invierno difícil.
Refiriéndose al asunto, Brigham Young dijo:
“Algunos me han preguntado si deben ir. Yo les dije que Dios ha
señalado este sitio para el recogimiento de sus santos; y os irá mejor aquí
que yendo a las minas de oro... Los que aquí permanezcan y sean fieles a

77
Dios y su pueblo ganarán más dinero y serán más ricos que los otros que
corren en pos del dios de este mundo; y os prometo en el nombre del
Señor que muchos de vosotros, que vais con la idea de haceros ricos y
después volver, desearéis no haber ido jamás; y ansiaréis volver, pero no
podréis. Algunos volveréis, pero vuestros amigos que permanezcan aquí
tendrán que ayudaros; no ganaréis tanto dinero como vuestros hermanos
que se queden aquí para ayudar a edificar la Iglesia y reino de Dios; éstos
prosperarán y tendrán lo suficiente para comprar hasta el doble de cuanto
tengáis. Este es el lugar que el Señor ha señalado para su pueblo.
“...A medida que los santos se congreguen aquí y logren la fuerza
necesaria para poseer la tierra, Dios moderará el clima, y edificaremos
una ciudad y un templo al Dios Altísimo en este lugar. Extenderemos
nuestras ciudades y colonias al este y al oeste, al norte y al sur, y
fundaremos cientos de pueblos y ciudades, y miles de santos se
congregarán en ellos, provenientes de los países de la tierra. Este lugar
llegará a ser la gran vía de las naciones; y reyes, emperadores y sabios de
la tierra vendrán aquí a visitarnos, mientras que los impíos y malvados
envidiarán nuestras cómodas casas y posesiones. Tened valor,
hermanos... El peor temor que abrigo en cuanto a los de este pueblo es
que se hagan ricos en esta tierra, olviden a Dios y a su pueblo, se vuelvan
opulentos, se hagan echar de la Iglesia y vayan a parar en el infierno.
Este pueblo aguantará los atropellos y saqueos, la pobreza y todo género
de persecución, y permanecerá fiel; pero mi temor más grande es que no
pueda resistir las riquezas, y sin embargo, será probado por medio de la
abundancia, porque llegará a ser la gente más rica sobre esta tierra.”5
Antes de concluir el año 1848, la población del valle había ascendido
a cinco mil almas. Este fuerte influjo de inmigrantes impuso una pesada
carga sobre los recursos de la comunidad. El hambre y las congojas
fueron comunes ese invierno, y estas circunstancias intensificaron el
desánimo de muchos. En medio de estas condiciones difíciles, Heber C.
Kimball profetizó en una reunión que en menos de un año habría
suficiente ropa y otros artículos de primera necesidad, y que se venderían
en las calles de Salt Lake City por menos precio que en Nueva York o en
Saint Louis, estado de Misuri.6
Era increíble que se realizara tal cosa, pero el cumplimiento de
aquella profecía se efectuó, y en forma notable.
Pensando en hacerse ricos con la venta de mercancías en California,
algunos comerciantes del Este habían cargado grandes caravanas de
carros de transporte con ropa, herramientas y otros artículos que se
necesitarían en las minas de oro. Al llegar a Salt Lake City, sin embargo,

78
se enteraron de que sus competidores se les habían anticipado,
transportando su mercancía embarcada alrededor del Cabo de Hornos.
Después de enterarse de esto, su interés principal consistió en
deshacerse de lo que llevaban por el precio que pudieran conseguir, a fin
de seguir adelante a California lo más rápidamente posible. Desde sus
carros vendían al mejor postor en las calles de Salt Lake City, y los
compradores pagaban menos por telas y ropa que en Nueva York; las
herramientas, que tanto necesitaban, podían comprarlas a esos
mercaderes por un precio más bajo del que hubieran tenido que pagar en
Saint Louis. Gustosamente cambiaban sus tiros de buenos animales,
fatigados por motivo del largo viaje, por los animales más gordos pero
menos finos de los mormones; y daban sus fuertes y pesadas carretas, tan
necesitadas en la colonia montañosa, a cambio de vehículos más ligeros
con los cuales los buscadores de oro podían viajar a mayor velocidad.

LAS BUENAS NUEVAS AL MUNDO

Mientras estos hombres ansiosamente viajaban por tierra y mar en


busca de oro, los mormones también mandaron hombres ansiosos por
tierra y por mar... pero en busca de almas. Se enviaron misioneros a los
estados del Este, a Canadá y a las Islas Británicas. A pesar del tremendo
prejuicio que los precedía, lograron mucho progreso con el bautismo de
miles de almas.
La obra de los misioneros en Francia e Italia no resultó tan fructífera,
aunque se lograron algunos conversos al principio. En los países
escandinavos se asaltaba y se encarcelaba a los élderes, pero
gradualmente se fue manifestando el espíritu de tolerancia y también
hubo miles de conversos en esas tierras.
Aquellos predicadores, que viajaban sin bolsa ni alforja, llegaron
hasta Malta, la India, Chile y las islas del Pacífico. Casi en todas partes
se encontraron con el odio y los gritos de los populachos, pero en cada
uno de esos países hallaron a unos pocos que recibieron su mensaje.
Una vez bautizados, esos conversos casi invariablemente deseaban
“coligregarse” con otros de su fe en los valles de las Montañas Rocosas,
en Sión, como llamaban al lugar; y en cuanto llegaban allí, pronto
desaparecían las diferencias de idiomas y costumbres cuando hombres y
mujeres de muchos países se ponían a trabajar juntos para establecer un
estado.

79
SIÓN EXTIENDE SUS RAMAS

Fue inevitable que los límites de la Iglesia se extendieran más allá


del valle del Lago Salado, y con miles de conversos que llegaban de las
naciones de la tierra se fundaron otras colonias. Al principio, se
establecieron cerca de la colonia madre, pero no tardaron las caravanas
de carretas en dirigirse al norte y al sur, hacia valles lejanos. Al fin del
tercer año, las colonias se extendían hasta unos trescientos veinte
kilómetros hacia el sur y para fines del cuarto año había colonias hasta a
cuatrocientos ochenta kilómetros de distancia. En 1851 quinientos de los
miembros fueron designados para colonizar el sur de California, donde
establecieron los cimientos de la actual ciudad de San Bernardino.
Casi sin excepción estos proyectos colonizadores requerían grandes
sacrificios, y con frecuencia se pedía a las familias que dejaran sus
cómodas casas y sus campos cultivados para empezar a conquistar
nuevamente los yermos. No obstante, debido a esos esfuerzos se
fundaron cientos de colonias en una extensa región del Oeste.
Refiriéndose a la importancia de ese proyecto colonizador, James M.
McClintock, historiador del estado de Arizona, escribió:
“Es un hecho muy poco reconocido el de que los mormones fueron
los que iniciaron la colonización agrícola de casi todos los estados que
hoy ocupan la región montañosa... No se guiaron por visiones de
riquezas, a no ser que estuvieran pensando en mansiones celestiales, sino
particularmente buscaban valles donde pudieran lograr la paz y la
abundancia mediante su trabajo.
“...Los primeros de su fe en las pendientes occidentales del
continente fueron los mormones que llegaron a San Francisco en el
vapor Brooklyn. Desembarcaron el 31 de julio de 1846 para fundar la
primera comunidad de habla inglesa en California, que previamente
había sido territorio mexicano. Ese mismo otoño, los mormones
establecieron la colonia agrícola de Nueva Helvecia en el valle de San
Joaquín, y por otra parte, miembros del Batallón Mormón participaron
en el descubrimiento de oro en el Fuerte de Sutter el 24 de enero de
1848. Ellos fueron también los primeros en colonizar la parte sur de
California, donde en 1851 varios cientos de familias de su fe se
establecieron en San Bernardino.
La primera colonia anglosajona dentro de los limites del actual
estado de Colorado fue la de Pueblo, fundada el 15 de noviembre de
1846 por el capitán James Brown y unos 150 hombres y mujeres
mormones que habían regresado de Nuevo México, en donde habían

80
pertenecido al Batallón Mormón, que después siguió adelante hacia la
costa del Pacífico.
“En el estado de Nevada, la primera colonia estadounidense fue la de
los mormones en 1851, en el valle de Carson, en un lugar llamado
Genoa.
“Ya para 1854 existía en el estado de Wyoming una colonia
mormona conocida como Fort Supply, en Green River, cerca del Fuerte
Bridger.
“En el estado de Idaho, también tuvieron el primer lugar los
mormones en 1855 con una colonia en Fort Lemhi, a orillas del río
Salmon, y otra en Franklin, en el valle de Cache, en 1860...
“...En la colonización de Arizona ocupan un lugar honorable en
cuestión de antigüedad los establecimientos mormones sobre los ríos
Muddy y Virgin.”7
F. S. Dellenbaugh, renombrado investigador de la colonización del
Oeste, escribió lo siguiente en cuanto a la calidad de las colonias
mormonas:
“Se debe reconocer que los mormones fueron destacados
conquistadores de las tierras indómitas. No sólo las dominaron, sino que
las conservaron bajo dominio; y en lugar de cantinas y garitos, plantaron
huertos, jardines y campos, levantaron escuelas y fundaron hogares
pacíficos, que fueron las piedras angulares de su progreso y un
ejemplo...”8

1 Véase Journal History, 25 de julio de 1847.


2 Diary of Wilford Woodruff 28 de julio de 1847.
3 CHC 3:319.
4 CHC 3:362.
5 Citado en Preston Nibley, Brigham Young: The Man and His Work, (Salt Lake
City: Deseret News Press), 1936, págs. 127-128.
6 CHC 3:349-350.
7 Mormon Settlement in Arizona, (Phoenix: James H. McClintock. 1921), págs.
4-6.
8 Ibid, pág. 6.

81
Capítulo 12
LOS AÑOS DE CONFLICTO

Aun en las mejores circunstancias, la colonización de tierras


vírgenes es todavía una tarea cansadora y laboriosa; y en la gran cuenca
del Oeste, esta faena fue una contienda interminable contra la sequía, los
indios, las condiciones dificultosas de viaje, la pobreza, la falta de fuerza
hidráulica, las tarifas excesivas de transporte sobre la mercancía que iba
por tierra, los grillos, las langostas y las malas cosechas. Con frecuencia
sucedían tragedias en la lucha por lograr establecerse firmemente en
aquella región vasta y hostil.
Sería de suponer que en tales situaciones habría poco tiempo para
asuntos espirituales, pero los mormones nunca olvidaron la razón por la
cual habían emigrado a ese territorio. No llegaron en busca de aventuras,
ni tampoco para enriquecerse, porque ya habían conocido más que
suficientes aventuras en Misuri e Illinois, y las tierras que habían
abandonado eran mucho más ricas que las de los valles de las montañas.
Habían ido allí para adorar a Dios y establecer Su obra.

CONVERSOS DE MUCHAS NACIONES

No era algo desusado que la Iglesia repentinamente llamara a un


hombre para que partiera a tierras lejanas en calidad de misionero. Este
paso invariablemente representaba grandes sacrificios, tanto por parte del
misionero como de la familia que él dejaba atrás, pues mientras el padre
predicaba el evangelio, la madre y los hijos desempeñaban las pesadas
faenas, aunque frecuentemente les ayudaban los miembros del
sacerdocio, que dejaban su propio trabajo para ese fin. Grandes números
de conversos se trasladaron a las colonias de las montañas, y para ayudar
a los pobres, se estableció el Fondo Perpetuo Pro Emigración en 1849,
mediante el cual aquellos que necesitaban ayuda podían pedir prestado el
dinero necesario para transportarse, y luego reponerlo cuanto antes a fin
de que otros pudieran recibir el mismo beneficio. El fondo empezó a
funcionar en 1850 y durante los siguientes treinta años ayudó a cuarenta
mil personas a llegar a Utah. El movimiento de fondos para ese fin
alcanzó la suma de 3.600.000 dólares.
Antes de la construcción del ferrocarril, era imposible conseguir
suficientes carretas para transportar a todos los que deseaban cruzar los
llanos. Algunos de ellos estaban tan deseosos de congregarse con los de
82
la Iglesia, que recorrieron a pie la distancia de más de mil seiscientos
kilómetros tirando de sus pequeños carros de mano. La mayor parte de
los que viajaron de esta manera llegaron al valle del Lago Salado sin
novedad y casi con la misma rapidez que los que viajaban con tiros de
bueyes.
Sin embargo, una lamentable tragedia sobrevino a dos de las
compañías de carros de mano, cuya historia se relata brevemente en dos
monumentos que se encuentran en medio de los campos desiertos del
estado de Wyoming, cerca de South Pass. En uno de ellos se lee lo
siguiente:
“La compañía de emigrantes mormones que viajaban hacia Utah con
sus carros de mano, bajo la dirección del capitán James G. Willie,
fatigados en extremo por las profundas nevadas que cayeron cuando
apenas entraba el invierno y padeciendo por falta de víveres y ropa, se
congregó aquí para reorganizarse y esperar socorro de Utah, a fines de
octubre de 1856. Trece personas murieron congeladas en una sola noche
y fueron sepultadas en una tumba común. Al día siguiente fallecieron
dos más que se encuentran sepultadas cerca de aquí. De la compañía de
404 personas, 77 de ellas perecieron antes de que les llegara ayuda. Los
sobrevivientes llegaron a Salt Lake City el 9 de noviembre de 1856.”
Al contemplar este sitio solitario y trágico, es fácil imaginar la
lamentable situación en que se encontraron esos emigrantes de 1856: Un
grupo de hombres, mujeres y niños hambrientos, recostados unos contra
otros en medio de un yermo frío y desolado, fatigados por el viaje de
más de mil seiscientos kilómetros a pie, muchos de ellos enfermos por el
agotamiento y la falta de alimento, con los carros de mano que habían
arrastrado parados junto a las tiendas improvisadas que habían logrado
levantar para guarecerse de la terrible ventisca.
Estas dos compañías habían demorado su salida de Iowa City porque
no les tuvieron listos sus carros como esperaban. No se notificó a las
autoridades de Salt Lake City de su venida y, por consiguiente, no se
había hecho ningún preparativo para socorrerlos; así que cuando las
primeras tempestades los sorprendieron en la parte occidental de
Wyoming, se encontraron en circunstancias desesperadas.
Afortunadamente, los habían pasado por el camino algunos
misioneros que volvían a sus casas en un carro ligero. Comprendiendo la
situación, estos hombres siguieron adelante hasta Salt Lake City con toda
la rapidez que les fue posible. Al llegar, encontraron que la Iglesia estaba
reunida en una conferencia general, pero cuando Brigham Young oyó su
informe, dio fin a la reunión e inmediatamente organizó carretas y tiros
de animales para que fueran a socorrer a los desafortunados emigrantes.
83
Después de pasar ellos mismos por duras experiencias, los rescatadores
encontraron a la compañía de Willie en la hondonada de Rock Creek, y
dejando allí los socorros necesarios siguieron adelante hasta encontrar a
la compañía de Martín, que estaba todavía más retrasada en su camino.
Las trágicas experiencias de estas dos compañías fueron las más
lamentables de todo el éxodo de los mormones.

LOS LAMANITAS

Si la historia de los pioneros de los carros de mano constituye uno de


los capítulos más tristes de los anales mormones, más trágica aún es la
de los indios en la historia de los Estados Unidos. Desgraciadamente. los
hombres que vivían en las tierras de colonización con frecuencia se
regían por una filosofía que afirmaba que “no hay indio bueno sino el
que está muerto”, práctica que contrastaba notablemente con el sistema
de Brigham Young de que era “evidentemente más económico y menos
costoso alimentarlos y vestirlos, que combatirlos”.1 Su generoso trato a
los indígenas causó que el senador Chase de Ohio expresara que “los
indios no habían tenido en tan alta estima a ningún otro gobernador
desde la época de Wm. Penn”2
Este respeto hacia los indígenas proviene del Libro de Mormón. En
dicho libro se declara que los indios son descendientes de Israel, se habla
de sus antepasados llamándolos lamanitas y con carácter profético se
anuncia un futuro lleno de esperanza para este pueblo.
Sin embargo, a pesar de que los mormones fueron pacientes y
generosos, de vez en cuando hubo dificultades. Las manadas de caballos
y ganado eran una tentación que los indios no siempre podían resistir.
Los nativos asaltaban las colonias y en dos choques serios se
ocasionaron grandes pérdidas de propiedad. No obstante, al tomar en
cuenta el extenso territorio que los mormones poblaron, las dificultades
entre ellos y los indios fueron verdaderamente pocas y la historia de las
relaciones entre unos y otros ha demostrado la prudencia del sistema de
Brigham Young.

LA GUERRA DE UTAH

Aun cuando los mormones tuvieron pocas dificultades con los


indios, iban a padecer, sin embargo, por causa de otras medidas
opresivas. El 24 de julio de 1857, los habitantes de Salt Lake estaban

84
celebrando al mismo tiempo el día de la independencia norteamericana y
el décimo aniversario de su llegada al valle. Muchos de ellos se habían
congregado en uno de los desfiladeros contiguos a la ciudad para tal
propósito.
En medio de las festividades llegó un jinete cansado y cubierto de
polvo que inmediatamente se dirigió a la tienda de Brigham Young. Era
portador de graves noticias: ¡Estados Unidos había enviado un ejército
para aplastar a los mormones! Por lo menos, tales fueron los informes
recogidos de los soldados, que se jactaban de lo que harían al llegar a
Salt Lake City.
Ese acontecimiento se debió principalmente al hecho de que dos
personas que habían solicitado contratos del gobierno de Utah para
transportar el correo, despechados porque no habían podido obtenerlos,
enviaron a Washington informes de que los mormones se habían suble-
vado contra los Estados Unidos. De acuerdo con lo que más tarde se
comprobó, esta información era absurda, y sin embargo, sin más
evidencia en qué basarse, el Presidente había ordenado la salida de una
tropa de dos mil quinientos hombres para sofocar la “rebelión
mormona”.
Aunque Brigham Young había sido nombrado debidamente
gobernador del territorio, ninguna noticia se le había comunicado de la
llegada de las tropas. Sin saber qué podían esperar, las autoridades
mormonas hicieron sus preparativos y decidieron que ningún otro grupo,
estuviera armado o no, volvería a habitar las casas que ellos habían
construido; y resolvieron que si era necesario, convertirían a Utah en el
desierto que habían encontrado al llegar.
Se enviaron hombres con órdenes de hacer cuanto pudieran por
demorar al ejército y ganar un poco de tiempo, con la esperanza de poder
hacer algo que disuadiera al Presidente del país de aquella locura. Se
prendió fuego a las praderas y se ahuyentaba y dispersaba el ganado del
ejército; también se destruyeron los puentes construidos por los
mormones y se dragaron los vados; todo eso, sin que costara una sola
vida. Por motivo de ese plan cuidadosamente ejecutado, el ejército se vio
obligado a invernar en el oeste de lo que hoy es el estado de Wyoming.
No obstante, los mormones no se hallaban completamente
desprovistos de amigos. El coronel Thomas L. Kane, hermano de Elijah
Kent Kane, renombrado explorador ártico, había conocido a los
miembros de la Iglesia mientras viajaban por Iowa presenció las
injusticias que padecieron. Al enterarse de los sucesos, se dirigió al
Presidente y recibió permiso para ir a Utah con el fin de enterarse de la
verdadera situación; y principalmente por motivo de sus esfuerzos, se
85
persuadió al Presidente de los Estados Unidos a enviar una “comisión de
paz” a Utah en la primavera de 1858.
Brigham Young consintió en que se diera al ejército permiso para
pasar por la ciudad, con la condición de que no habría de acampar dentro
de los límites de la población; y para evitar que se violara ese acuerdo,
puso por obra el plan que se había ideado al principio.
Al entrar los soldados en el valle, encontraron la ciudad abandonada
y desolada, con excepción de un corto número de hombres vigilantes
armados con pedernal, acero y hachas afiladas. Las casas y los graneros
se hallaban llenos de paja, listos para ser incendiados en caso de que
hubiera alguna violación, las hachas dispuestas para destruir los árboles
frutales en las huertas.
Los habitantes se habían trasladado al sur, dejando sus casas para
que las incendiaran, como previamente lo habían hecho los populachos
en más de una ocasión. Algunos de los oficiales y soldados del ejército
quedaron sumamente impresionados al marchar por las calles
abandonadas, comprendiendo el significado de su llegada. El coronel
Philip Saint George Cooke, que había dirigido al Batallón Mormón en su
larga marcha y estaba enterado de los atropellos que previamente había
sufrido este pueblo, se descubrió la cabeza al pasar como señal de
profundo respeto.
Afortunadamente no hubo ninguna dificultad y el ejército acampó a
unos 64 kilómetros al sudoeste de la ciudad, tras lo cual los del pueblo
volvieron a sus casas.

UN HOMBRE Y SU OBRA

Había sucedido a José Smith un hombre particularmente capacitado


para guiar a la Iglesia en esa época, como el Profeta lo había sido en la
suya. Brigham Young, a quien uno de sus biógrafos llamó “el Moisés
moderno”, había guiado a Israel a otra tierra de Canaán con su Mar
Muerto. Horace Greely, director del periódico New York Tribune, dio
esta interesante descripción del presidente Young, a quien entrevistó en
1859:
“[Brigham Young] habló con soltura... sin ninguna apariencia de
titubeo ni de reserva, y evidentemente sin ningún deseo de esconder cosa
alguna; no rechazó como impertinente ninguna de mis preguntas. Estaba
vestido sencillamente con un traje delgado de verano, y sin ninguna
afectación de mojigatería ni de fanatismo. En cuanto a su apariencia
personal, es un hombre de cincuenta y cinco años, robusto, franco y de
86
buena disposición; parece gozar de la vida y no tener particular prisa por
llegar al cielo. Sus compañeros son personas sencillas que aparentemente
nacieron y se criaron acostumbrados al trabajo arduo, hombres que no
tienen la más mínima apariencia de ser astutos hipócritas o estafadores.”3
En 1860 se inició el famoso Pony Express [correo a caballo]. La
correspondencia que al principio llegaba del Este en carros lentamente
tirados por bueyes, y más tarde en las diligencias, ahora llegaba desde
Saint Joseph, Misuri, a Salt Lake City en seis días. La llegada de los
jinetes era todo un acontecimiento.
No mucho después que se inició este sistema de hacer llegar la
correspondencia al valle, se recibieron en el Oeste noticias de enorme
significado. Los estados sureños se habían separado de la Unión y la
guerra civil dividía a los Estados Unidos. Para los mormones estas
trágicas nuevas fueron confirmación de la profecía declarada por José
Smith el 25 diciembre de 1832. Aunque Utah no era estado todavía,
manifestó su lealtad a la federación cuando Brigham Young, en el primer
mensaje que se envió por el telégrafo, en octubre de 1861, dijo: “Utah no
se ha separado, sino que apoya firmemente la Constitución y las leyes de
nuestro otrora feliz país”.4
El 10 de mayo de 1869 se encontraron en Promontory, Utah, el
ferrocarril Union Pacific, que construía sus vías desde el río Misuri hacia
el occidente, y el Central Pacific, que iba tendiendo sus rieles desde
California hacia el Este. Para los mormones aquello significaba el fin del
aislamiento y de los viajes a través de los llanos en carros tirados por
bueyes; también significaba que la gente los comprendería mejor, a ellos
y su obra, con la llegada de miles de curiosos visitantes que presenciaron
el milagro que los Santos de los Ultimos Días habían obrado en el
desierto. Las escenas que veían en estos valles los viajeros que
atravesaban el país eran verdaderamente interesantes; una cantidad de
ciudades pequeñas y atractivas, rodeadas de campos regados
artificialmente, y más allá pasturas bien pobladas de ganado; y en la
Manzana del Templo, en Salt Lake City, un gran tabernáculo, así como
el edificio del templo parcialmente completo.
En 1853 se había sacado la primera palada de tierra para la
construcción y se había abierto una cantera en el desfiladero de Little
Cottonwood, a unos treinta y dos kilómetros al sur de la ciudad. Sin
embargo, el transporte del granito causó un grave problema, y en los
primeros años de la edificación se demoraba cuatro días en hacer el viaje
de ida y vuelta con cuatro yuntas de bueyes, solamente para llevar una de
las enormes piedras que se usaron para los cimientos.

87
Cuando el ejército llegó a Utah [como se relata anteriormente], se
rellenó la excavación y se cubrieron los cimientos para dar al sitio la
apariencia de un campo recién arado, y se suspendió la construcción
hasta que no hubo ninguna duda en cuanto a lo que el gobierno iba a
hacer.
La obra de construcción del templo fue ejecutada con gran esmero.
Cuando dirigía la construcción, Brigham Young había dicho: “Deseo que
cuando finalice el Milenio... este templo todavía esté en pie como un
majestuoso monumento a la fe, la perseverancia y laboriosidad de los
santos de Dios en las montañas, en el siglo diecinueve”.5
Mientras se erigía el templo en Salt Lake City, se inició la
construcción de edificios similares en Saint George, a poco más de 530
kilómetros al sur; otro en Manti, a unos 240 kilómetros al sudeste; y el
tercero en Logan, a 130 kilómetros al norte.
En 1863, mientras se edificaba el Templo de Salt Lake City, también
se inició la construcción del Tabernáculo en la Manzana del Templo,
edificio que ha llegado a ser uno de los más renombrados de todo el país.
El Tabernáculo mide 45 m de ancho por 75 m de largo y tiene una
altura de 24 m. El techo que habría de cubrir esta superficie presentó un
problema serio por motivo de que no contaban con varas de acero, clavos
ni pernos. Primeramente se erigieron los cuarenta y cuatro pilares de
piedra arenisca, que en realidad vinieron a ser las paredes del edificio,
con puertas entre uno y otro. Cada uno de estos pilares mide 6 m de alto,
1 m de ancho y tiene un espesor de 3 m. Sobre éstos se asentó el enorme
techo, construido con un gran número de vigas a manera de puente y en
forma de enrejado, unidas por medio de tarugos de madera y atadas con
cueros sin curtir para evitar que se rajaran. Esta trabazón tiene un espacio
de 3 m entre el interior y el exterior del techo enyesado y se sostiene sin
ninguna columna o apoyo interior.
Para complementar adecuadamente este vasto auditorio, Brigham
Young solicitó la construcción de un magnífico órgano y se dio la tarea a
Joseph Ridges, constructor de órganos que se había unido a la Iglesia en
Australia. La madera para el órgano fue acarreada en carros tirados por
bueyes, a través de casi 500 kilómetros desde el valle Pine, cerca de
Saint George, hasta Salt Lake City, donde fue tallada a mano por diestros
artesanos.
Con la terminación del edificio y el órgano en 1867, se organizó un
coro; así se inició el renombrado Coro del Tabernáculo que ha cobrado
fama mundial con sus transmisiones semanales de radio desde la
Manzana del Templo y los conciertos que ha presentado en muchas
naciones.
88
LA MUERTE DE BRIGHAM YOUNG

En 1875 llegó de visita a Utah el Presidente de los Estados Unidos,


Ulyses S. Grant, y al llegar a Salt Lake City, lo llevaron por las calles de
la ciudad que estaban llenas de gente. Había aceptado como verdaderas
las calumnias que todavía cundían en los estados del Este acerca de los
mormones, y al pasar por las largas filas de rubicundos niños que lo
saludaban y aplaudían, se volvió al gobernador que era su anfitrión, y le
preguntó de quiénes eran aquellos niños. El gobernador le respondió:
“Son niños mormones”. A esto el Presidente declaró: “Me habían
engañado”.
Para esta época, Brigham Young había llegado ya a los setenta y
cuatro años de edad, y aunque se hallaba en buena salud, las aflicciones
de los años habían dejado sus huellas sobre él. Su vida había sido una
lucha constante desde el día en que se unió a la Iglesia en 1833. A
solicitud del director de un diario de Nueva York de que le preparara un
resumen de sus obras, escribió un artículo bosquejando el resultado de
esta lucha:
“Le agradezco el privilegio de presentar los hechos tal como son, y
me complacerá hacerlo cada vez que usted lo solicite...
“Los resultados de mis obras durante los últimos veintiséis años,
brevemente resumidos, son los siguientes: La población de este territorio
con los Santos de los Ultimos Días, aproximadamente 100.000 almas; la
fundación de más de 200 ciudades, pueblos y villas habitadas por
nuestros miembros... el establecimiento de escuelas, fábricas, molinos y
otras instituciones, con el objeto de mejorar y beneficiar nuestra
comunidad...
“Mi vida entera está consagrada al servicio de Dios Todopoderoso, y
aun cuando lamento que el mundo no entienda mi misión un poco mejor,
llegará el día en que seré comprendido; y dejo en manos de generaciones
futuras el juicio de mis obras y sus resultados, según se manifiesten.”7
La labor de Brigham Young llegó a su fin el 29 de agosto de 1877.
Unos días antes había enfermado gravemente. Las últimas palabras que
pronunció al agonizar fueron dirigidas al hombre que él había sucedido:
“José... José... José...”8

89
1 CHC 4:51.
2 History of Brigham Young 1847-1867, (Berke1ey, Cal.: MassCal Associates,
1964), págs. 159-160.
3 Horace Greeley, An Overland Journey, (New York: Alfred A. Knopf, 1963),
págs. 183-184.
4 Deseret News, 23 de octubre de 1861, pág. 189.
5 Journal of Discourses, 26 vols., (London: Latter-day Saints’ Book Depot,
1854-1886), 10:254.
6 CHC 5:504-505.
7 Citado en Preston Nibley, Brigham Young: The Man and His Work, pág. 492.
8 Véase de Susa Young Gates y Leah D. Widtsoe, The Life Story of Brigham
Young, (New York the Macmillan Company, 1930), pág. 362.

90
Capítulo 13
AÑOS DE SOBRELLEVAR LAS PRUEBAS

La historia de la Iglesia se halla tan estrechamente entrelazada con la


doctrina de la poligamia, que ninguna historia de la Iglesia puede
considerarse completa sin algunos comentarios sobre esta práctica.
José Smith anunció la doctrina en Nauvoo, en 1842, y muchos de los
hombres más allegados a él estaban enterados de ella y la aceptaron
como principio divino; sin embargo, no fue sino hasta 1852 que se
enseñó públicamente. Para empezar, hay que decir que entre los
mormones la práctica de este principio fue radicalmente diferente de la
de los pueblos orientales. Cada esposa ocupaba su propia casa con sus
hijos, o en caso de que las esposas ocuparan la misma casa, como
algunas veces sucedía, habitaban secciones separadas de la vivienda. No
se hacía distinción entre ninguna de las esposas ni entre los hijos; el
esposo proporcionaba a cada familia lo necesario, se hacía responsable
de la educación de los hijos y daba a éstos, así como a sus madres
respectivas, las mismas ventajas que habría recibido su familia en el
sistema monógamo. Si se estimaba que no podría hacerlo, no se le
permitía tomar parte en el ejercicio del matrimonio plural.
Aunque esta práctica fue sumamente limitada, ya que solamente una
pequeña minoría de las familias tomaron parte en ella, fue algo que los
enemigos de la Iglesia fácilmente pudieron utilizar para combatirla.
La opinión pública en contra de la doctrina agitó a todo el país y
hasta se discutió en la campaña presidencial de 1860.
Cuando se le preguntó a Abraham Lincoln qué se proponía hacer en
cuanto a los mormones, su respuesta fue: “Dejarlos en paz”.1 En 1862 el
Congreso aprobó una ley contra la poligamia, pero se trataba de dirigir al
matrimonio plural y no a la relación polígama. Pero diez años después el
Congreso aprobó un proyecto de ley que prohibía la poligamia. Muchos
de los habitantes del país, y los mormones en general, lo consideraron
anticonstitucional, por lo que se llevó un caso ante los tribunales de Utah
para determinar su validez. La causa finalmente llegó a la Suprema Corte
de los Estados Unidos, donde se dictó un fallo adverso para los mor-
mones. Fue en medio de esas dificultades que John Taylor asumió la
Presidencia de la Iglesia, y los años subsiguientes efectivamente fueron
años de tener que sobrellevar las pruebas.

91
“CAMPEÓN DE LA LIBERTAD”

El élder Taylor era oriundo de Inglaterra, donde había sido


predicador laico de la Iglesia Metodista. En 1832 emigró al Canadá y
oyó hablar del mormonismo por primera vez cuatro años después.
Cuando se hizo miembro de la Iglesia, su espíritu audaz, su mente
preparada y su facilidad de expresión lo convirtieron en un destacado
promulgador de la causa. Trabajó como misionero en Canadá, en su país
nativo (Inglaterra), así como también en Francia.
Escogió como su lema: “El reino de Dios o nada”.2 En una ocasión
dijo: “No creo en una religión que no pueda contar con todo mi afecto,
sino en una religión por la cual pueda vivir o también pueda morir”.
“Prefiero tener por amigo a Dios que a todas las demás influencias y
poderes”.3 Con ese espíritu defendió al mormonismo, y con tanto valor,
que sus amigos en la Iglesia lo llamaron “El campeón de la libertad”. El
fue el que resultó herido el día del asesinato de José Smith y su hermano
Hyrum en la cárcel de Carthage.
Por ser el miembro de mayor antigüedad en el Consejo de los Doce
Apóstoles, John Taylor sucedió a Brigham Young como Presidente de la
Iglesia. Fue durante su administración que los mormones una vez más
tuvieron que sentir la encarnizada mano de la persecución. En 1882 el
Congreso aprobó el decreto Edmunds, haciendo así que la poligamia
fuera punible por multa o encarcelamiento, y usualmente era por
encarcelamiento. Ningún hombre que tuviera más de una esposa podía
actuar como jurado en los tribunales de Utah. En Idaho todos los
miembros de la Iglesia fueron privados de sus derechos civiles. Nadie
que admitiese creer en la poligamia podía obtener la ciudadanía.
El presidente Taylor había previsto estas dificultades y en abril de
1882 había aconsejado a los santos con estas palabras: “Encarémoslo [al
decreto Edmunds] tal cual hemos encarado la tormenta de nieve al venir
esta mañana: resguardémonos con las solapas... y esperemos a que la
tormenta cese...”
Dentro de un tiempo habrá turbulencia en los Estados Unidos; y
quiero que nuestros hermanos se preparen para ella. En la última
conferencia... aconsejé que todos los dije tuvieran deudas aprovecharan
los tiempos de prosperidad y pagaran sus cuentas; en esa forma podrán
encontrarse libres de sujeción a cualquiera, y cuando llegue la tormenta,
estarán preparados para enfrentarla.”4
La tormenta se desencadenó cinco años después. En 1887 la ley
Edmunds-Tucker dio más facultad a los jueces que procesaban a los que
92
eran acusados de poligamia. La ley de referencia también disolvió la
corporación de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos
Días, instruyó al Tribunal Supremo que clausurara sus asuntos y dispuso
que sus propiedades pasaran a manos del gobierno federal.
Se administró la ley con severidad extremada y miles de mormones
fueron privados de sus derechos civiles. Un millar de hombres fueron
encarcelados por tener familias con más de una esposa; se desbarataron
muchos hogares y se privó al pueblo del privilegio electoral.
Tal era la situación cuando falleció John Taylor, el 25 de julio de
1887. Wilford Woodruff le sucedió en la Presidencia de la Iglesia.

UN MANIFIESTO AL PUEBLO

La responsabilidad de guiar a la Iglesia en esas circunstancias no fue


tarea pequeña. Las colonias de los Santos de los Ultimos Días se
extendían entonces desde Canadá hasta México. La labor misional se
efectuaba activamente en los Estados Unidos, las Islas Británicas, la
mayor parte de las naciones de Europa y las islas del Pacífico. A pesar de
la encarnizada oposición, en esas misiones se lograba un gran número de
conversos a la fe. En Utah, mientras tanto, se habían confiscado las
propiedades de la Iglesia y la mayor parte de sus líderes se hallaban
encarcelados o sufrían persecución. En estas condiciones, Wilford
Woodruff asumió la responsabilidad de dirigir la Iglesia a la edad de
ochenta años.
Afortunadamente, se hallaba bien capacitado. Se había unido a la
Iglesia apenas tres años después de su organización, había marchado
desde Ohio hasta Misuri para socorrer a sus hermanos cuando fueron
expulsados del Condado de Jackson y había padecido las mismas
persecuciones que ellos en Misuri. Como dijimos previamente, había
sido un potente misionero en Inglaterra, donde convirtió a más de dos
mil personas a la Iglesia.
El presidente Woodruff llegó al Oeste con la primera compañía de
pioneros, y Brigham Young iba en su carreta cuando hizo la declaración
profética concerniente al valle del Lago Salado, diciendo: “Este es el
lugar indicado”. Desde esa época, tomó parte en la mayoría de los
acontecimientos significativos relacionados con el progreso del
territorio.
Pero en los años a los que nos referimos, todo progreso había cesado
por motivo de la pesada mano de la administración de la ley, y el
presidente Woodruff tuvo la responsabilidad de encontrar una salida ante
93
esa dificultad. Mientras luchaba con el problema, buscó dirección en las
Escrituras.
En una revelación que recibió la Iglesia en 1841, el profeta José
Smith había declarado lo siguiente como la palabra del Señor: “De
cierto, de cierto os digo, que cuando doy un mandamiento a cualquiera
de los hijos de los hombres de hacer una obra en mi nombre, y éstos, con
todas sus fuerzas y con todo lo que tienen, procuran hacer dicha obra, sin
que cese su diligencia, y sus enemigos vienen sobre ellos y les impiden
la ejecución de ella, he aquí, me conviene no exigirla más a esos hijos de
los hombres, sino aceptar sus ofrendas”.5 También se aplicaba a la
situación otra enseñanza fundamental de la Iglesia: Uno de los Artículos
de Fe de la organización, el número doce, dice: “Creemos en estar
sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer,
honrar y sostener la ley”.
¿Qué se debía hacer en aquellas circunstancias? La doctrina se había
recibido por revelación y por revelación también se dejó sin efecto.
Después de “orar sinceramente ante el Señor”, el 6 de octubre de 1890 el
presidente Woodruff expidió lo que se conoce en la historia de la Iglesia
como el “Manifiesto”. En él se mandaba poner fin a la práctica de los
matrimonios plurales. y desde ese día la Iglesia no ha practicado ni
aprobado esas uniones.

EL FIN DE UNA ERA

El 6 de abril de 1893 se dio por terminado el gran Templo de Salt


Lake City y se consagró el edificio a Dios como su Santa Casa. Antes de
la dedicación, se invitó a las personas que no eran miembros de la Iglesia
a visitar el edificio y allí se les explicó el uso de sus instalaciones.
Después de la dedicación, sólo se ha permitido la entrada a los miembros
dignos de la Iglesia.
Era apropiado que Wilford Woodruff viviera hasta poder ofrecer la
oración dedicatoria. Cuarenta y seis años antes, él había hundido la
estaca en la tierra para marcar el sitio del edificio y durante cuarenta
años había presenciado su construcción. La dedicación del templo fue
uno de los grandes acontecimientos históricos de la región.
Antes de su muerte, que ocurrió en septiembre de 1898, el presidente
Wilford Woodruff pudo tomar parte en otro acontecimiento significativo.
Aunque desde 1849 los pobladores del territorio habían solicitado que se
les aceptara en la categoría de estado, se les había negado la petición por
motivo de la agitación antimormona que existía en toda la nación. Pero

94
el 4 de enero de 1896, Utah entró en la confederación en calidad de
estado y, en las ceremonias que formaron parte de la ocasión, se invitó al
presidente Woodruff a ofrecer la oración de apertura. En sus palabras,
que citamos a continuación, se refleja la misión del hombre:
“Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, Tú que eres el
Dios de las naciones y el Padre de los espíritus de todos los hombres,
humildemente nos inclinamos delante de ti en esta importante ocasión...
“Al contemplar estos valles fértiles con sus abundantes productos del
campo y los huertos... sus agradables viviendas y sus prósperos
habitantes... y comparar todo esto con los yermos desolados y silenciosos
que contemplaron los ojos de los pioneros cuando vieron por primera vez
estas tierras desérticas, hace menos de medio siglo, nuestras almas se
llenan de asombro y alabanza...
“Y ahora que los esfuerzos de varias décadas por obtener el
incalculable privilegio de una libertad política perfecta... finalmente han
sido coronados con éxito glorioso, sentimos que es a ti, nuestro Padre y
nuestro Dios, a quien debemos esta inestimable bendición.
“Te rogamos que bendigas al Presidente de los Estados Unidos y a
su gabinete, a fin de que reciban inspiración para dirigir los asuntos de
esta gran nación con prudencia, justicia y equidad, de modo que se
preserven sus derechos dentro del país y en el extranjero, y todos sus
ciudadanos puedan disfrutar de los privilegios de hombres libres... Y
concede que los privilegios de un gobierno libre se extiendan a todo país
y clima, y sean derribadas la tiranía y la opresión para no levantarse
nunca más, hasta que todas las naciones se unan para el bien común, a
fin de que cesen las guerras, enmudezca la voz de las contiendas, pueda
prevalecer la hermandad fraternal, y Tú, oh Dios, seas honrado en todo
lugar como el Padre Eterno y Rey de paz.”6

1 CHC 5:70.
2 Véase Journal of Discourses, 6:18-27. Brigham Young utilizó por primera vez
la frase en una carta a un tal coronel Alexander fechada el 16 de octubre de
1857. El texto de la carta se encuentra en The Millenial Star 20 (30 de enero
de 1858), págs. 75-76.
3 Citado en B. H. Roberts, The Life of John Taylor, (Salt Lake City: George Q.
Cannon and Sons Co., 1892), pág. 423.
4 Ibid. págs. 360-361.
5 D. y C. 12 1:49.
6 The Salt Lake Herald, 7 de enero de 1896, pág. 1.

95
Capítulo 14
EL RESPLANDOR DE LA BUENA VOLUNTAD

El presidente Wilford Woodruff murió el 2 de septiembre de 1898 y


Lorenzo Snow lo sucedió como Presidente de la Iglesia a la edad de 85
años, cuando la mayoría de los hombres han dejado de lado las labores
de la vida. Como aconteció con los que lo habían precedido, él también
había obtenido amplia experiencia en la Iglesia durante su juventud,
cumpliendo algunas misiones tanto en el país como en el extranjero.
Cuando asumió el cargo de líder de la organización, la Iglesia se
encontraba en una situación económica desastrosa. La nación había
pasado por una severa crisis económica, que se había hecho sentir en el
Oeste así como en otros lugares. Además, por motivo de la campaña en
contra de la poligamia, había mermado seriamente el pago de los
diezmos y, con la confiscación de los bienes de la Iglesia, había
desaparecido la mayor parte del incentivo para pagarlos. Una carga
abrumadora de deudas pesaba sobre la organización.
En la primavera de 1899, en medio de esta situación, el presidente
Snow hizo un viaje al pueblo de Saint George, en la parte sur de Utah.
La sequía había asolado la tierra; el invierno que acababa de pasar había
sido el más seco en treinta y cuatro años. La gente estaba desanimada
porque parecía que había caído una maldición sobre lo que en otro
tiempo había sido un jardín.
Por inspiración, como él mismo afirmó, el presidente Snow les habló
a los miembros de la Iglesia sobre la ley de los diezmos. ¿Acaso no había
dicho el Señor, por boca del profeta Malaquías, que Israel lo había
robado en los diezmos y ofrendas? Además, ¿no les había prometido que
si llevaban sus diezmos al alfolí, El abriría las ventanas de los cielos y
derramaría bendiciones sobre ellos hasta que sobreabundaran?
Después, les prometió a los miembros de la Iglesia que si pagaban
fielmente sus diezmos, podrían sembrar sus semillas y las lluvias
vendrían. La gente obedeció el consejo y pagó sus diezmos no sólo en
Saint George, sino que, a medida que el Presidente continuaba
exhortando a los miembros, en toda la Iglesia empezaron a obedecer este
mandamiento de Dios. No obstante, en la colonia del sur pasaban las
semanas y los vientos cálidos ya empezaban a marchitar las plantas.
Hasta que un día de agosto por la mañana llegó al escritorio del
presidente Snow un telegrama que decía: “Está lloviendo en Saint
George”. Las aguas llenaron los ríos y arroyos, y las cosechas se
salvaron.
96
En 1907 se liquidó la última de las deudas de la Iglesia y desde esa
fecha ha quedado libre de todo gravamen económico.

JOSEPH F. SMITH

Lorenzo Snow murió el 10 de octubre de 1901, y lo sucedió como


Presidente Joseph F. Smith, hijo de Hyrum Smith, que había muerto
asesinado en la Cárcel de Carthage. Su vida es digna de consideración
porque constituye el epítome de la historia del mormonismo, desde una
posición de ignominia a una de merecido respeto.
Nació el 13 de noviembre de 1838 en Far West, Misuri, en una época
en que su padre se hallaba en manos de la milicia integrada por el
populacho, cuyo propósito declarado era exterminar a los mormones.
Cuando todavía era muy pequeño, su madre lo llevó en brazos en la
huida de Far West a Illinois.
Uno de los primeros recuerdos de su niñez era el de la histórica
noche del 27 de junio de 1844, cuando tenía cinco años de edad. Alguien
tocó a la ventana de la casa de su madre y con voz temblorosa susurró la
noticia de que la turba de Carthage había asesinado a su padre. A la edad
de siete años oyó el rugido de las armas de fuego cuando ocurrió la
expulsión final de los mormones de Nauvoo y, antes de haber cumplido
los ocho, tuvo que conducir un tiro de bueyes casi toda la distancia a
través de Iowa.
En 1848 la familia cruzó los llanos. No fue fácil la tarea de este niño
de diez años de tener que uncir y desuncir los bueyes, además de
arrearlos la mayor parte del día. Cuando el jovencito llegó a los trece
años de edad, su madre falleció como consecuencia de las experiencias
por las cuales había tenido que pasar y que le habían agotado por
completo todas sus fuerzas.
Dos años después se le llamó a cumplir una misión en las Islas
Hawaianas. Llegó a la costa y se puso a trabajar en una fábrica de tejas a
fin de poder ganar lo suficiente para pagarse el pasaje a las Islas.
Tras su servicio misional en Hawai, trabajó por la causa del Señor en
las Islas Británicas así como en otros lugares. En 1901 fue nombrado
Presidente de la Iglesia.
Poco después, Reed Smoot, miembro del Consejo de los Doce
Apóstoles, resultó electo al puesto de senador por el estado de Utah. Sin
embargo, los enemigos políticos trataron de disputar su victoria
basándose en el antiguo asunto de la poligamia. Fue Joseph F. Smith,
más bien que el senador Smoot, quien llegó a ser el blanco principal de
97
esos ataques. En toda la nación se le caricaturizó y se le calumnió; pero
él ya había sufrido tanta intolerancia que pasó por alto estos nuevos
ataques y decía, refiriéndose a los que lo combatían: “Hay quienes
cerrarán los ojos ante toda virtud y ante toda cosa buena que tenga
relación con esta obra de los últimos días y arrojarán aluviones de
falsedades y mentiras contra el pueblo de Dios. Los perdono por ello y
los dejo en manos del juez justo”.1
A pesar de toda esa contención, fueron años de mucho progreso para
la Iglesia. Se expandió la obra misional; se erigieron numerosos edificios
bellos, incluso tres templos, uno en Arizona, uno en Canadá y otro en las
Islas Hawaianas. Se estableció una Oficina de Información en la
Manzana del Templo, en Salt Lake City, para saludar a los miles de
turistas que llegaban de todas partes del mundo, impulsados usualmente
por la curiosidad; y al enterarse de los verdaderos hechos con relación a
los mormones, gradualmente fueron desapareciendo los viejos rencores y
las antiguas enemistades.
Joseph F. Smith falleció el 19 de noviembre de 1918. Los mismos
periódicos que habían calumniado su carácter, a la hora de su muerte lo
elogiaron en sus editoriales y los hombres prominentes de toda la nación
rindieron alto tributo a su memoria. El transcurso de los años lo había
vindicado y junto con él la causa a la cual había dedicado su vida.

HEBER J. GRANT

Cuatro días después de la muerte del presidente Smith, Heber J.


Grant asumió la Presidencia de la Iglesia. Su padre había sido consejero
de Brigham Young, pero falleció cuando el hijo apenas tenía nueve días
de nacido. Nació el 22 de noviembre de 1856 y fue el primero de los
Presidentes de la Iglesia que nació en el Oeste.
Heber J. Grant fue un hombre práctico por naturaleza. Su talento
principal se manifestó en el mundo financiero y siendo todavía joven
logró un éxito envidiable. Sin embargo, al mismo tiempo se conservó
activo en los asuntos de la Iglesia y cuando sólo tenía veintiséis años de
edad fue apartado como miembro del Consejo de los Doce Apóstoles. De
allí en adelante fue un celoso obrero en la causa del mormonismo.
Su habilidad en asuntos monetarios se manifestó en forma muy
notable durante la crisis económica de la década de 1890, cuando el
Presidente de la Iglesia lo envió al Este del país para conseguir algunos
préstamos. A pesar de las condiciones comerciales y de la actitud del

98
pueblo hacia los mormones, volvió con cientos de miles de dólares que
probaron ser de mucho beneficio en aquellos tiempos difíciles.
Heber J. Grant fue una de las figuras principales e influyentes que
condujeron al establecimiento de la industria de azúcar de remolacha en
el Oeste. La Iglesia estaba interesada en este proyecto porque
representaba una cosecha que sus miembros podrían vender al contado.
Consiguientemente, ayudó en forma material a fundar esta industria que
ha traído millones de dólares a los agricultores del Oeste.
Una de las acciones favoritas del presidente Grant era la de
obsequiar libros, y él solía llamar a los fondos que utilizaba para tal
propósito su “dinero para cigarrillos” porque, según decía, el dinero que
algunos de sus amigos malgastaban en cigarrillos él lo podía gastar en
libros. Durante su vida regaló más de cien mil libros que costeó con su
propio dinero.
Era inflexible en su lealtad hacia la Iglesia y sus enseñanzas; mas no
obstante, supo granjearse innumerables amistades. Entre sus amigos
íntimos se hallaban los líderes más destacados del mundo de los
negocios, la educación y el gobierno; y esa habilidad para congeniar con
la gente ayudó en gran manera a derribar el muro de prejuicio que se
había levantado contra los mormones.
Su administración fue una época de progreso. La Iglesia cumplió su
centésimo aniversario en 1930, acontecimiento que se conmemoró con
una gran celebración. Libre de la opresión de fanáticos religiosos, sin
temor de la furia de los populachos, suficientemente fuerte para hacer
sentir su fuerza benéfica, floreció en una época de buena voluntad que
nunca jamás había conocido en toda su historia.

GEORGE ALBERT SMITH

El presidente Grant murió el 14 de mayo de 1945, a la edad de


ochenta y nueve años. Lo sucedió George Albert Smith. El presidente
Smith nació el 4 de abril de 1870. En su juventud había cumplido una
misión en los estados del Sur y, después de ser nombrado miembro del
Consejo de los Doce Apóstoles, presidió los asuntos de la Iglesia en
Europa.
Uno de sus intereses principales era el escultismo. Prestó sus
servicios como miembro del Comité Ejecutivo Nacional de los Boy
Scouts of America y recibió los más altos honores en reconocimiento a
los servicios locales y nacionales que prestó a la causa de los jóvenes. En
la mención honorífica oficial que le otorgaron los oficiales nacionales,
99
decía que “a su entusiasmo por el programa [de escultismo] se debe
principalmente el hecho de que el estado de Utah supera a todos los
demás en el porcentaje de jóvenes que son Boy Scouts”.2
Por muchos años el presidente Smith desempeñó un papel destacado
en la preservación de la historia de los pioneros en los Estados Unidos.
Fue el organizador y presidente de la Asociación de Rutas de Pioneros
de Utah, bajo cuya dirección quedó marcada con piedra y bronce la ruta
mormona desde Nauvoo hasta Salt Lake City. También ejerció el cargo
de vicepresidente de la Asociación Conmemorativa de la Ruta de Oregón
y fue uno de los organizadores de la Asociación de las Rutas de Pioneros
de los Estados Unidos.

DAVID O. MCKAY

El presidente Smith falleció el 4 de abril de 1951, fecha de su


octogésimo primer cumpleaños. Sus funerales se efectuaron en el
Tabernáculo de Salt Lake, y el 7 de abril, tres días después, los
miembros de la Iglesia, reunidos en “asamblea solemne” en el mismo
edificio, sostuvieron como Presidente a David Oman McKay, que
entonces tenía setenta y siete años de edad, habiendo nacido el 8 de
septiembre de 1873 en Huntsville, Utah.
El presidente McKay se había preparado para ejercer el magisterio,
pero dedicó la mayor parte de su vida a la iglesia, ya que a la edad de
treinta y dos años fue llamado a formar parte del Consejo de los Doce
Apóstoles. Hombre de aspecto gallardo y de personalidad dinámica,
ganaba amigos para la Iglesia dondequiera que iba en sus viajes por todo
el mundo y despertaba en ellos un interés en la Iglesia a la cual había
entregado su corazón.
Fomentó un programa de construcción ampliamente expandido
mediante el cual se edificaron miles de nuevos centros de reuniones, así
como templos en Suiza, Inglaterra, Nueva Zelanda y los Estados Unidos;
también fomentó notablemente la expansión del sistema de escuelas de
la Iglesia.

JOSEPH FIELDING SMITH

El presidente McKay falleció en Salt Lake City, el 18 de enero de


1970, a los 96 años de edad. Cinco días después lo sucedió en la
Presidencia Joseph Fielding Smith, Presidente del Consejo de los Doce
100
Apóstoles, del cual había sido miembro durante sesenta años. El
presidente Smith era hijo de Joseph F. Smith, el sexto Presidente de la
Iglesia, y nieto de Hyrum Smith, que fue asesinado junto con el Profeta
José en 1844.
El presidente Joseph Fielding Smith dedicó su vida entera al estudio
de la doctrina y la historia de la iglesia. Sus extensos trabajos escritos
sobre ambos temas lo convirtieron en una reconocida autoridad en estas
materias, y durante muchos años sirvió como Historiador y Registrador
de la Iglesia. En ese cargo era responsable del mantenimiento de
minuciosos archivos que han llegado a ser un tesoro de información, no
solamente con respecto a la Iglesia y su historia, sino también en cuanto
a los medios culturales en los cuales se ha desarrollado la religión
mormona.

HAROLD B. LEE

El presidente Smith falleció en Salt Lake City el 2 de julio de 1972 y


lo sucedió Harold B. Lee, el 7 de julio del mismo año. En 1936, cuando
la nación y la mayor parte del mundo estaban paralizados por una trágica
depresión económica, los oficiales de la Iglesia, basándose en principios
escritos por José Smith, dieron inicio a lo que se llamó el Programa de
Seguridad de la Iglesia, posteriormente llamado Programa de Bienestar.
Los gobiernos estaban tratando de contener el aumento del desempleo
mediante varios programas de trabajo y sistemas de caridad. Pero la
Iglesia enseñó el principio de que en tiempos de dificultad, la
responsabilidad de remediar el problema recae principa1mente en la
persona afectada, luego en su familia y por último en la Iglesia, en lugar
de que el necesitado se convierta en una carga para el gobierno. El élder
Lee recibió la tarea de establecer “un sistema bajo el cual la maldición
del ocio fuera suprimida, se abolieran las limosnas y se establecieran
nuevamente entre nuestro pueblo la industria, el ahorro y el autorrespeto.
El propósito de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí
mismas. El trabajo debe ser nuevamente el principio imperante en la vida
de los miembros de nuestra Iglesia”.3 De acuerdo con este concepto, se
esperaba que todos los miembros de la Iglesia trabajaran juntos para
ayudar a los que estuvieran en dificultades.
La Iglesia adquirió granjas; se construyeron plantas para la
preparación, producción y distribución de productos, y también se
emplearon otros recursos para proveer trabajo a los desocupados,
dándoles así la oportunidad de satisfacer sus necesidades y a la vez de
salvaguardar su dignidad. Este programa, que continúa extendiéndose a
101
medida que la Iglesia crece, ha recibido los elogios de expertos en
asistencia social provenientes de muchas partes del mundo.

SPENCER W. KIMBALL

El Presidente Lee falleció en Salt Lake City, el 26 de diciembre de


1973. Cuatro días después, Spencer W. Kimball ocupó el lugar de
Presidente de la Iglesia. Para entonces, el número de miembros de la
Iglesia ya había superado la cifra de tres millones y en un lapso de cinco
años, bajo su dinámica dirección, se agregó otro millón a la lista de
miembros.
Spencer W. Kimball nació en Salt Lake City, el 28 de marzo de
1895, pero se crió en Arizona. En ese estado sirvió en distintos puestos
de la Iglesia mientras llevaba adelante sus negocios particulares. En 1943
fue ordenado Apóstol, después de lo cual viajó por toda la tierra
estableciendo y fortaleciendo el reino de Dios.
Aunque de baja estatura física, era verdaderamente dinámico en el
desempeño de las responsabilidades que le correspondían como
Presidente de una Iglesia en expansión. Regularmente solicitaba a los
miembros que alargaran el paso y apresuraran la marcha en su servicio a
la Iglesia. En muchas partes de la tierra se abrieron nuevas misiones y
miles de jóvenes, hombres y mujeres sirvieron en ellas dedicando
gratuitamente su tiempo y sus recursos personales para enseñar el
Evangelio restaurado de Jesucristo a las naciones de la tierra.
El 9 de junio de 1978, el presidente Kimball hizo un anuncio de
extrema importancia diciendo que el Señor “ha escuchado nuestras
oraciones y ha confirmado por revelación que ha llegado el día
prometido por tan largo tiempo en el que todo varón que sea fiel y digno
miembro de la Iglesia puede recibir el santo sacerdocio, con el poder de
ejercer su autoridad divina, y disfrutar con sus seres queridos de todas las
bendición que de él proceden, incluso las bendiciones del templo. Por
consiguiente, se puede conferir el sacerdocio a todos los varones que
sean miembros dignos de la Iglesia sin tomar en consideración ni su raza
ni su color”.4 La noticia de este cambio en una norma que se había
observado durante casi un siglo y medio se dio a conocer al mundo por
medio de la prensa oral y escrita, y la reacción pública fue favorable.
Durante los años de liderazgo del presidente Kimball hubo un
enorme incremento en la Iglesia. Se puede hacer mención de tres puntos
que son evidencia de esto: Como hemos dicho anteriormente, los Santos
de los Ultimos Días fueron expulsados de Misuri por una orden ilegal e
102
inhumana de exterminio expedida por el gobernador Boggs. El 25 de
julio de 1976, la persona que ocupaba ese mismo cargo, el gobernador
Christopher S. Bond, expidió otra orden ejecutiva que dice en parte:
“Considerando que la orden expedida por el gobernador Boggs infringía
claramente los derechos de la vida, la libertad, la propiedad y el albedrío
religioso que están garantizados por la Constitución de los Estados
Unidos, así como por la Constitución del estado de Misuri...
“Ahora, por tanto, yo... por la presente expido la orden siguiente:
“Expresando en nombre de todos los habitantes de Misuri nuestro
profundo pesar por la injusticia y el indebido sufrimiento que se causó
por esta orden de 1838, revoco la Orden Ejecutiva Número 44, de fecha
27 de octubre de 1838, expedida por el gobernador Lilburn W. Boggs.”5
En 1978 se descubrieron y dedicaron en Nauvoo, Illinois, varios
monumentos hermosos levantados en memoria de las mujeres de la
Iglesia, los cuales representan, en una variedad de figuras de bronce
dispuestas en un parque, a mujeres de distinta edad, madres e hijas que
vivieron en Nauvoo y a quienes se obligó a abandonar sus casas y huir al
santuario que se había establecido en las montañas, falleciendo muchas
de ellas en el camino. En ocasión de la dedicación de este monumento,
hubo oficiales nacionales y del estado, y hombres y mujeres de renombre
de Illinois y de otras partes de la nación, que rindieron tributo a aquellos
mormones que levantaron una hermosa ciudad sobre los pantanos que
habían encontrado allí.
También en 1978, el Presidente de los Estados Unidos firmó un
decreto aprobado por el Congreso, por el que se derogaba la ley
Edmunds-Tucker de 1887, ley que se había utilizado para quitar a la
Iglesia sus derechos de corporación y para confiscar sus propiedades
durante las duras persecuciones y los juicios contra los Santos de los
Ultimos Días en las últimas décadas del siglo diecinueve.

EZRA TAFT BENSON

El presidente Spencer W. Kimball falleció el 5 de noviembre de


1985, y cinco días más tarde, el 10 de noviembre, Ezra Taft Benson fue
apartado como el decimotercer Presidente de la Iglesia. En esa época ésta
contaba con un total de seis millones de miembros en todo el mundo.
El presidente Benson nació en Whitney, Idaho, en 1899, y recibió el
nombre de su bisabuelo, que he miembro del Consejo de los Doce
Apóstoles durante la presidencia de Brigham Young. Ya en su
adolescencia llevó sobre los hombros gran parte de las responsabilidades
103
de la granja de su familia, mientras su padre servía en una misión regular
para la Iglesia. Ezra Taft Benson fue llamado a ser misionero en Gran
Bretaña, y a su regreso se graduó en la Universidad Brigham Young.
Tras completar su maestría en la Universidad Estatal de Iowa, trabajó
como agente agrícola para el condado y más tarde como economista
universitario en Boise, estado de Idaho. En 1938 se trasladó a
Washington D.C. para desempeñar funciones como Secretario Ejecutivo
del Consejo Nacional de Cooperativas Agropecuarias. Allí sirvió como
presidente de la estaca Washington D. C., llamamiento similar al que ya
había tenido mientras vivía en Idaho. En 1913 fue sostenido como
miembro del Consejo de los Doce Apóstoles de la iglesia. Cuando
Dwight David Eisenhower fue elegido Presidente de los Estados Unidos
en 1952, le ofreció al entonces élder Benson el cargo de Ministro de
Agricultura en su gabinete, posición que él aceptó y que desempeñó en
forma distinguida durante ocho años.
Casi inmediatamente después de ser llamado como Profeta de la
iglesia, el presidente Benson recalcó a los miembros la importancia de
leer y aplicar el Libro de Mormón. En la Conferencia General de abril de
1986, dijo: “No sólo debemos hablar más sobre el Libro de Mormón sino
que tenemos que poner en práctica lo que dice”.6 A partir de ese
momento, el uso de ese volumen de las Escrituras ha incrementado
notablemente en la obra misional y en el estudio y la enseñanza tanto
personal como familiar.
En su primer mensaje de Navidad, la nueva Primera Presidencia
extendió una elocuente invitación para que todos los que estuvieran
descontentos, los que tuvieran una actitud crítica y aquellos que hubieran
transgredido volvieran a la Iglesia. “Regresad. Regresad y sentaos a la
mesa del Señor, para saborear nuevamente los dulces y apetecibles frutos
de la hermandad con los santos.”7 El presidente Benson también ha
hablado enérgicamente en favor de la unidad y solidaridad familiar.

PRESIDENTE HOWARD W. HUNTER

El Presidente Benson falleció el 30 de mayo de 1994. Seis días más


tarde el Presidente Howard W. Hunter fue ordenado y apartado como el
decimocuarto Presidente de la Iglesia. Había sido miembro del Quórum
de los Doce desde 1959 y presidente de este quórum de 1988 hasta 1994.
Como abogado corporativo y hombre de negocios en el sur de
California, al presidente Hunter se le recuerda por su modestia y su
actitud apacible. Al llegar a la presidencia de la Iglesia, hizo dos
104
exhortaciones a los miembros de la Iglesia. Primero, exhortó a todos los
miembros a vivir prestando mayor atención a la vida y al ejemplo del
Señor Jesucristo, especialmente en el amor, la esperanza y la compasión
que El demostró tener. Segundo, exhortó a los miembros de la Iglesia a
que reconocieran el templo del Señor como el símbolo más grande en su
calidad de miembros y el lugar supremo donde realizan sus convenios
más sagrados. Expresó su deseo de que todo miembro de la Iglesia fuera
digno del templo y recomendó a todos los miembros adultos que se
mantuvieran dignos y tuvieran una recomendación vigente para entrar al
templo.
Mantuvo el énfasis en estas exhortaciones durante los que fue
presidente de la iglesia. La obra en los templos se incrementó como
resultado de su consejo e innumerables vidas fueron bendecidas a
medida que más y más gente fue digna de entrar al templo. Durante su
administración, el presidente Hunter dedicó los templos de Orlando
Florida y Bountiful Utah.
A pesar de sus limitaciones físicas, el presidente Hunter viajó a
Europa, Hawai y por todos los Estados Unidos reuniéndose con los
santos y bendiciéndolos. En el mes de diciembre de 1994 organizó una
estaca en la Ciudad de México que fue un hecho histórico por haber sido
la estaca número dos mil de la Iglesia.
El Presidente Hunter falleció pacíficamente el 3 de marzo de 1995,
habiendo servido como presidente sólo nueve meses; el período más
corto de un presidente de la Iglesia. A pesar de esto, su gentil y delicada
personalidad, así como su suplicante voz, ha tenido un impacto
emocionante para los miembros de la iglesia en todo el mundo.

PRESIDENTE GORDON B. HINCKLEY

A los nueve días del deceso del presidente Hunter, el presidente


Gordon B. Hinckley fue ordenado decimoquinto Presidente de la iglesia.
Por este tiempo, los miembros de la Iglesia pasaban los nueve millones.
El presidente Hinckley había servido como consejero durante catorce
años de los presidentes Kimball, Benson y Hunter. Antes de ser
consejero, fue miembro del Quórum de los Doce Apóstoles por veinte
años. Durante esos años ayudó en la administración de la mayoría de los
asuntos financieros de la Iglesia y tuvo una destacada actuación en la
construcción y en la dedicación de templos en varias partes del mundo.
El presidente Hinckley nació en Salt Lake City, Utah se graduó de la
Universidad de Utah y sirvió una misión en las Islas Británicas. Durante
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la mayor parte de su misión se desempeñó como asistente del élder
Joseph F. Merril, miembro del Quórum de los Doce, quien era el
presidente de la Misión Europea, con sus oficinas en Londres. En el año
1935, el presidente Hinckley fue contratado como empleado en las
oficinas del Edificio de la Administración de la Iglesia y desde entonces
ha tenido una oficina en dicho edificio. Fue el pionero en el uso de los
medios de comunicación en la Iglesia. Después dirigió el Departamento
Misional hasta su llamamiento como Asistente de los Doce, en 1958.
Luego de su ordenación como Presidente de la iglesia, el presidente
Hinckley inició de inmediato un riguroso itinerario de viajes. Alentó a
los miembros de la Iglesia a “ergirnos un poco más, a elevar la mirada y
ensanchar la mente para lograr una mayor comprensión y un mayor
entendimiento de la gran misión milenaria de ésta, La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días”.8
El presidente Hinckley preside la Iglesia en una era de más amplio
respeto y admiración hacia ella, y de un crecimiento acelerado. Pero el
presente también ofrece los desafíos que acompañan a la expansión de la
fe por el mundo. La Iglesia ha dejado de ser una iglesia de Utah o una
iglesia de los Estados Unidos o Canadá; en otras áreas del mundo el
promedio de crecimiento es aún mayor. En Gran Bretaña y en otros
países de Europa occidental; en México, Centro y Sudamérica; en
Africa; en Nueva Zelanda en las islas del Pacífico Sur hay
congregaciones de santos cada vez mayores en número y en espíritu. En
una época, quienes se convertían a la Iglesia se congregaban en Sión,
mas ahora permanecen en sus propias tierras para edificar en ellas Sión
con la misma organización, los mismos programas y las mismas
enseñanzas que se pueden encontrar en cualquier lugar donde esté
establecida la Iglesia.
En la actualidad, el mismo testimonio que José Smith dio a sus
vecinos en el norte del estado de Nueva York se puede escuchar en una
variedad de idiomas, declarando que Dios vise, que Jesús es el Cristo,
que su antiguo evangelio se restauró a la tierra y que la Iglesia de
Jesucristo está una vez más al alcance de todos los hombres.

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1 Citado en Joseph Fielding Smith, Life of Joseph F. Smith, 2da. ed., (Salt Lake
City: Deseret Book, 1969), pág. 351.
2 Citado en Preston Nibley, The President of the Church, (Salt Lake City:
Deseret Book, 1941). pág. 366.
3 Mensaje de la Primera Presidencia, en Conference Report, octubre de 1936,
pág. 3. También en Manual de los Servicios de Bienestar, pág. 1.
4 Declaración Oficial—2.
5 Orden Ejecutiva del 23 de junio de 1976, copia de la cual se guarda en los
archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.
6 Liahona, julio de 1986, pág. 2.
7 Church News, 22 de diciembre de 1985, pág. 3.
8 Liahona de julio de 1995, pág. 81.

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