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Jesús refuta a los fariseos con algunos argumentos lógicos para explicar por qué
no está echando fuera demonios en el poder de Satanás (Mateo 12:25-29).
Luego, Él habla de la blasfemia contra el Espíritu Santo: "Por tanto os digo: Todo
pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el
Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el
Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo,
no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero" (versículos 31-32).
La blasfemia contra el Espíritu Santo tiene que ver con alguien acusando a
Jesucristo de estar poseído por demonios, en lugar de estar lleno del Espíritu.
Este tipo particular de blasfemia no se puede duplicar hoy en día. Los fariseos
estaban en un momento único de la historia: tenían la Ley y los Profetas, tenían
al Espíritu Santo moviendo sus corazones, tenían al mismísimo Hijo de Dios
estando de pie delante de ellos, y veían con sus propios ojos los milagros que Él
hacía. Nunca antes en la historia del mundo (y nunca desde entonces) se había
concedido tanta luz divina a los hombres; si alguien debería haber reconocido a
Jesús por lo que era, eran los fariseos. Sin embargo, eligieron el desprecio. Ellos
atribuyeron intencionalmente la obra del Espíritu al diablo, aunque conocían la
verdad y tenían la prueba. Jesús declaró que su ceguera voluntaria era
imperdonable. Su blasfemia contra el Espíritu Santo fue su rechazo final de la
gracia de Dios. Habían fijado su curso, y Dios iba a dejarlos navegar sin
restricciones hacia la perdición.
Jesús dijo a la multitud que la blasfemia de los fariseos contra el Espíritu Santo
"no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero" (Mateo 12:32). Esta es
otra manera de decir que su pecado nunca jamás sería perdonado. Ni ahora, ni
en la eternidad. Como dice Marcos 3:29: "es reo de juicio eterno".