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Hamlet o La Primera Venganza Moderna 1
Hamlet o La Primera Venganza Moderna 1
Trescientos años antes que Freud, el malestar de una cultura finalmente liberada de las
garras de Dios y bendecida con un libre albedrio que ni siquiera toda su filosofía parece capaz de
llenar, comenzarán a expresarse mediante los labios de un príncipe danés la mayor parte de las
contradicciones de una nueva conciencia universal que apuntaba al mismo tiempo contra el
pasado, el presente y el futuro de una monstruosa civilización que nunca paró de crecer. Es que
Hamlet, hijo de un padre asesinado y de una madre adultera, que permite que lo consuele la voz
otra, todos somos huérfanos bajo el mismo cielo. Sin ninguna duda, la obra maestra de
Shakespeare, tanto por la complejidad de su trama como por la perfección estilística con la que ha
sido elaborada, representa desde entonces una fuente inagotable de lecturas posibles. Por qué
¿Se trata simplemente de un conflicto político en el que se ven arrastrados todos sus personajes?
¿O son más bien las víctimas de un thriller metafísico en el que ya nada es lo que parece y en el
que nadie puede cambiar el rumbo del destino? Y, la paulatina desvinculación social y cultural que
sufre el protagonista con respecto a su entorno ¿No anticipa también la soledad que alienará a los
individuos aplastados por la indiferencia y los edificios de las grandes ciudades? Cualquier intento
de clasificarla, por ahora, resulta en un acto inútil, al igual que la eterna perpetuación de la
Sin embargo, si tomamos en cuenta al artículo de Rinesi “La corrupción de los oídos”,
veremos que el autor nos presenta allí tres posibles aproximaciones a la obra del genial
dramaturgo inglés del siglo XVI. En la primera de ellas, la define como una tragedia de los valores,
venganza y, por el otro, el de la moral humanista, nacida durante la Europa del Renacimiento. Una
corresponde a la recurrente ley del Talión, que nos remonta hacia el Antiguo Testamento,
mientras que la otra irrumpe como una posible superación de esta. En segundo lugar, observa en
algunos de sus rasgos una tragedia de la acción, a la que sintetiza en la siguiente frase como “la
tragedia de un sujeto obligado a actuar en un mundo acerca del cual no sabe ni pretende saberlo
todo “, lo cual responde a la condición misma de lo trágico. Esto se refiere a que el protagonista
humanistas a la vieja concepción heroica de la vida. El, junto a su gran amigo Horacio, representan
bases de la Filosofía Moderna. Observándolo desde una distancia prudente, es posible afirmar
que en verdad no existe ninguna diferencia entre la sentencia del monologo más famoso de la
literatura universal, que se debate entre el ser y el no ser, sino que más bien podemos considerar
una afirmación en Descartes cuando declara en 1637 mediante su “Discurso del método”, que son
sus pensamientos, y sobre todo la capacidad de dudar acerca de ellos, las únicas pruebas de su
verdadera existencia. Por otro lado, y es en este sentido, que Rinesi la intenta comprender como
una tragedia del lenguaje, en la que se desbordan los significados y se transforman los fenómenos
de la realidad (y, por ende, también de la ficción) en palabras vacías y nada más. Es que en la
corte de Elsinor se derrama el veneno por todas partes; que es, ni más ni menos, un lenguaje
fragmentario formado por diversas murmuraciones, sospechas y quejidos ahogados. Nadie posee
el poder sobre ellas; aquello único que lo garantizaba ya no está, es apenas una sombra que
desaparece a través de cada función. Quizás porque la política, en un sentido moderno, presupone
una multiplicidad de significados diferentes para cada una de las batallas que se librarán en el
marco de una nueva sociedad asumidamente capitalista y democrática. Por qué no habría tal
necesidad si todas las personas comprendieran lo mismo por términos como libertad, igualdad o
fraternidad. De esta manera la ausencia de un relato oficial para ofrecerles a todos un sentido
común y socialmente aceptado, el cual llega demasiado tarde en los labios de otro personaje
fundamental, agita las aguas del caos y predispone a los cuerpos para el sacrificio. Fortimbrás, con
su irrupción final, introduce un discurso en el que las diferencias establecen un acuerdo que será
alumbrado desde entonces por la omnipotencia del Estado. Este, junto a todas sus instituciones
(que en nuestra contemporaneidad muchas veces intentan asumir el rol de personajes anti
trágicos por excelencia), es la solución Hobbesiana a milenios del ejercicio de una política tan
Por último, y en alusión al título seleccionado para nuestra lectura, nos referiremos al
texto de Girard “La venganza bastarde de Hamlet”, donde se destaca la simbiosis que conecta a
las intenciones del dramaturgo con las de su personaje principal, en quienes se destacan dos tipos
venganza. Uno afecta a la praxis y al arduo trabajo del poeta; el otro, define la psiquis y el alma
entera de aquella conciencia que escapó de la suya, para sufrir una parálisis interminable de su
voluntad ante el pedido de su padre muerto. Ese malestar, nombrado al principio, los acompaña a
ambos hasta las últimas consecuencias. El joven Laertes, hijo del sediciente Polonio y hermano de
la desgraciada Ofelia, será el modelo que les permita a ambos desatar toda la furia contenida en
cada uno de los actos. Pero esta última y desdichada instancia ya no cumplirá con su función
tradicional y sagrada. Será un hecho teatral, que buscará entretener a la masa de espectadores
inmóviles, quienes serán simultáneamente otros cómplices y victimas simbólicas del masivo
asesinato. Girard, cerca del punto final, afirma que no es casualidad que lo sagrado de la venganza
haya ofrecido un soporte ideal a todas las máscaras del resentimiento moderno. Y Hamlet,
malherido después de la reyerta, comprende qué su muerte no será en vano cuando le ruega a
Horacio, el más recto de los hombres que ha logrado conocer, que le narre a su sucesor todos los
pormenores de su trágica existencia. Alejándolo de los últimos resabios de aquel universo, como el