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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA

APUNTES DE BACHILLERATO
CLASE DE Quique Castillo

GUÍA PARA EL
COMENTARIO CRÍTICO
DE TEXTOS PERIODÍSTICOS:
VALORACIÓN PERSONAL

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ÍNDICE (pincha sobre el título del epígrafe para acceder directamente a su contenido)
1. Valoración personal ………………………………………………………………………………... 2
2. Plantilla para preparar la opinión personal ……………………………………………… 5
Anexo I: Cómo introducir los ejemplos en el comentario ……………………………… 6
Anexo II: Modelo de comentarios resueltos …………………………………………………. 7

1. VALORACIÓN PERSONAL

La valoración personal tiene como objetivo emitir un juicio crítico, razonado,


sobre el contenido del texto y sobre cómo lo dice. Es, por lo tanto, un texto de
carácter expositivo-argumentativo. Da respuesta a esta pregunta: ¿qué puedo
decir yo sobre todo aquello que es relevante en el texto?

Es imprescindible que la valoración esté bien redactada: es un ejercicio de re-


dacción.

CÓMO HACER LA VALORACIÓN PERSONAL

Se iniciará la parte más importante y extensa del comentario, llevando a cabo una
valoración crítica de lo expresado por el autor o la autora (no obligatoria) y una
opinión personal sobre el tema o la idea central que se encuentra en el texto.

a) Valoración crítica (apartado no obligatorio):

En este punto se trata de que se reflexione sobre la información facilitada por el


emisor del texto y se señalen aquellos aspectos que resultan más destacables. Así,
por ejemplo, se puede hablar de cuestiones como las siguientes:

• El tema que se trata resulta de interés general o, por el contrario, solo sería
de interés para un público concreto.
• El tema tratado es o no es de actualidad.
• El autor(a) se expresa de forma clara o, por el contrario, emplea un
vocabulario o expresiones de difícil comprensión.
• El vocabulario empleado por el autor(a), los tiempos verbales, la sintaxis,
etc.
• Los datos y los argumentos que utiliza resultan o no convincentes.
• El texto está bien estructurado en la disposición de sus párrafos o partes.
• Si se está o no de acuerdo con lo expresado por el autor(a) y con la forma
en que lo hace. Se hará de forma razonada y con expresiones correctas,
educadas y no sujetas a ningún tipo de prejuicio personal.

En todos los casos, habrá que justificar con palabras propias todo lo que se diga en
esa valoración crítica y, por tanto, se debe utilizar la tercera persona cuando se esté

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refiriendo al emisor y la primera cuando se expresen las ideas propias. Si se desea
reproducir alguna parte del texto, hay que hacerlo entre comillas. No obstante, no
es conveniente abusar de las citas textuales.

b) Opinión personal:

Como fácilmente se puede intuir, esta es la parte más original del comentario y,
por consiguiente, se debe redactar, preferentemente, en primera persona. Se trata
de que se exponga la opinión personal acerca del tema sobre el que versa el
comentario, de forma razonada, justificada. Por tanto, se elaborará un texto expo-
sitivo-argumentativo en que justificaremos la postura que el tema nos merezca (la
tesis, evitando, eso sí, expresiones manidas como “estoy de acuerdo con…”, “opino
de forma similar”, etc.) a través de argumentos. Para ello, se pueden tomar en
consideración los siguientes consejos:

• Es imprescindible aportar argumentos a favor de nuestra propia


opinión. Y, también, tomar en consideración aquellos contraargumentos
que alguien podría aportar para contradecir nuestra opinión.
• Se podrá explicar o matizar todo aquello que se considere oportuno al
respecto.
• Es muy conveniente aportar experiencias propias, bien sea de tipo
personal, familiar, cultural, social, libros, películas, noticias de prensa, etc.
Muchas de esas experiencias podrían servir como argumentos a favor de la
idea que se está defendiendo.
• Igualmente, se pueden aportar citas de autoridad referidas a personas o
entidades que son reconocidas y respetadas como tales.
• Se podría establecer algún tipo de relación con otros temas o asuntos
similares que sean de nuestro conocimiento; pero sin irse por las ramas
o salirse del tema, ya que esto podría ser evaluado negativamente.
• Se podría tratar de establecer qué consecuencias o resultados prácticos se
derivarían de esos argumentos que se están defendiendo. Y cuáles serían
los que podrían producirse en caso contrario.
• Por supuesto, en todo momento deberemos expresarnos de forma clara,
concisa, coherente, cohesionada y gramaticalmente correcta.

Profesor Paolo Astorga. Redacta un texto argumentativo paso a paso

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Información recogida en los “Criterios generales de evaluación” de la Universidad

En la valoración personal el alumno debe enjuiciar y valorar de un modo personal las ideas del texto y la
forma como han sido expresadas. A través de estos juicios y valoraciones el alumno demuestra su
capacidad crítica y su conocimiento de la realidad.

Es importante subrayar que la valoración personal no es un apartado dislocado del comentario crítico, sino
la continuidad natural del análisis realizado. Debe concebirse, pues, como un cierre conclusivo del
comentario crítico, por lo que parece razonable que a la hora de realizar el examen el alumno la componga
inmediatamente después de los apartados anteriores.

La valoración personal es, ante todo, un ejercicio de redacción en donde el alumno compone un texto de
carácter expositivo-argumentativo en torno a las 20-25 líneas, en el que enjuicia las ideas contenidas en el
texto y la forma con que el autor las ha expresado.

Los errores más habituales de las valoraciones personales suelen ser los siguientes:

-Volver a decir lo ya dicho por el autor del texto.


-No razonar ni justificar los juicios que emite el propio alumno.
-Utilizar el texto como pretexto para hablar de otros temas adyacentes o relacionados.
-Reformular el tema mediante preguntas o hipótesis que plantean una tesis diferente a la sostenida por el
autor del tipo “si se pudiera retocar el texto, si me preguntaran sobre...”.
-Compensar con la valoración personal los déficits sobrevenidos en otras preguntas del examen.

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PREPARO LA
En la opinión personal, la
OPINIÓN PERSONAL
segunda parte de nuestra
valoración personal, aunque no seamos plenamente conscien-
tes de ello, hemos de construir un texto expositivo-argumen-
tativo, es decir, como el autor o autora, partiendo del tema pro-
puesto, hemos de redactar nuestro propio “artículo de opinión”.
Para ello, antes de empezar a redactar desaforadamente, es ne-
cesario fijar la posición de partida: la tesis (qué idea defiendo o cuál es mi
postura sobre el tema); además, necesito tener claros qué argumentos voy a uti-
lizar (cuáles son las razones con las que voy a defender esa tesis).
La opinión que
defiendo es...
(TESIS)

Mi opinión presentará la
siguiente estructura:

Mis argumentos

Con los argumentos tratarás de convencer o persuadir de que tu opinión está


bien fundada y de que, por tanto, tienes razón. ¡Son muy importantes! Tienen,
pues, que estar bien justificados.

¡Recuerda! Si tu tesis no coincide con la del autor o autora cuyo texto


estás comentando, además de aportar tus propios argumentos, puedes
recuperar los suyos, oponiéndote a ellos, contraargumentándolos.
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ANEXO I: CÓMO INTRODUCIR LOS EJEMPLOS EN EL COMENTARIO

En distintos apartados del comentario de texto será necesario introducir ejemplos


con los que demostrar una determinada afirmación. Por supuesto, estos ejemplos
siempre deben aparecer entrecomillados, pues están extraídos de manera literal
del texto. Asimismo, habrá de indicarse siempre la línea de los que están tomados,
para lo cual se puede emplear también alguna de las siguientes abreviaturas:
(ej.) “pensó” (línea 12), “creyó” (lín. 15) o “supuso” (l. 16)

En ocasiones, el ejemplo extraído puede extenderse a lo largo de más de una línea,


situación que se puede expresar por medio de la expresión “línea X y siguiente”, o
su correspondiente fórmula abreviada:
(ej.) “¿acaso no se veía con claridad cuál era su intención?” (l. 7 y s.)

Cuando resulte necesario introducir varios ejemplos seguidos tomados de la misma


línea, se pueden recoger seguidos e indicar la línea solo en último lugar:
(ej.) “pensó”, “creyó” y “supuso” (l. 3)

Al introducir los ejemplos, conviene evitar fórmulas o expresiones rechazables


como la que se ejemplifica a continuación:
(ej.) existen adjetivos valorativos “burda” (l. 6), etc.
Sí sería válido: existen adjetivos valorativos tales como “burda” (l. 6) / existen
adjetivos valorativos como, por ejemplo, “burda” (l. 6), etc.

Es necesario recordar que la expresión escrita es uno de los aspectos que se


valoran en el comentario de texto, por lo que interesa introducir adecuadamente
los ejemplos. Para hacerlo, es posible emplear dos puntos (ej.: existen adjetivos
valorativos: “burda” y etc.), pero existen, no obstante, fórmulas más interesantes
que pueden enriquecer notablemente nuestra redacción: “tales como...”, “cuyos
ejemplos más representativos son...”, “de entre los que destacan...”, etc.
(ej.) “existen adjetivos valorativos, de entre los que destacan “burda” (l. 6),
“inquietante” (l. 7) y “simpática” (l. 9)”

Por último, en ocasiones será interesante reproducir, además del ejemplo que nos
interesa, algún otro elemento que permita entenderlo a aquel con mayor claridad
(por ejemplo, el sustantivo sobre el que actúa un adjetivo valorativo). En ese caso,
este último elemento podrá reproducirse dentro del entrecomillado, pero, como no
se corresponderá con el fenómeno lingüístico que se estará describiendo, conviene
diferenciarlo entre corchetes.
(ej.) “existen adjetivos valorativos, de entre los que destacan “burda [mentira]” (l. 6),
“inquietante [pregunta]” (l. 7) y “simpática [tontería]” (l. 9)”

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ANEXO II: MODELO DE COMENTARIOS RESUELTOS

Leer con luz de luna

Hace tiempo que me preguntan por el libro electrónico. Qué opino y cómo veo el futuro, la
desaparición del papel, los formatos clásicos y demás. Siempre respondo lo mismo: me da igual,
porque yo escribo lo que va dentro. Mi trabajo es ocuparme del contenido: contar historias y que la
gente las lea. Del soporte se ocupan otros. Editores y gente así. Y, por supuesto, los lectores que
5 recurren al medio que estiman conveniente. Al hablar de libro de papel y libro electrónico, lo usual es
oponerlos. Obligarte a elegir, como siempre. O conmigo o contra mí. Y no es esa la cuestión. Creo.
El libro electrónico es práctico y divertido. Hace posible viajar con cientos de libros encima, trabajar
consultándolos con facilidad, aumentar el cuerpo de letra o leer sin otra luz que la propia pantalla.
Incluso los hay con ruido de pasar páginas cuando se va de una a otra, «lo que no deja de ser una
10 simpática gilipollez».
Además, mientras lees puedes zapear a tu correo electrónico, escuchar música, ver imágenes y
cosas así. Pero leer no tiene nada que ver con eso. Me refiero a leer de verdad, en comunión estrecha
con algo que educa tu espíritu, que te hace mejor y consciente de ti mismo. Que aporta lucidez,
multiplica vidas, consuela del dolor, la soledad y el desamparo, aclara la compleja y turbia condición
15
humana. Leer así requiere tiempo, serenidad concentrada, ritual. Cuando estás en ello, ni siquiera las
bombas son capaces de romper el vínculo mágico. Y si se funden los plomos, o como se diga ahora,
el verdadero lector es capaz de seguir haciéndolo a la luz de una vela, de un encendedor, o a la luz de
la luna llena reflejada en la arena de un desierto. Puestos a setas o a Rolex, aún hay más. He dicho
20 que libro de papel y libro electrónico deberían ser complementarios; pero si me obligan a elegir, diré
alto y claro que no hay color. Y que, llegado a ese extremo, la pantalla portátil me la refafinfla.
Estoy harto de toparme con pantallas en todas partes, hasta en el bolsillo, y me niego a
transformar mi biblioteca en un cibercafé. Con un libro electrónico, sea El Gatopardo o El perro de
los Baskerville, no puedo anotar en sus márgenes, subrayar a lápiz, sobarlo con el uso, hacerlo
25 envejecer a mi lado y entre mis manos, al ritmo de mi propia vida. Nada decora como un buen y viejo
libro una casa, o una vida. Y déjenme añadir algo. Si los libros de papel, bolsillo incluido, han de
acabar siendo patrimonio exclusivo de una casta lectora mal vista por elitista y bibliófila, reivindico
sin complejos el privilegio de pertenecer a ella. Que se mueran los feos. Y los tontos. Tengo casi
treinta mil libros en casa; suficientes para resistir hasta la última bala. Quien crea que esa trinchera
30 extraordinaria, su confortable compañía, la felicidad inmensa de acariciar lomos de piel o cartoné y
hojear páginas de papel, pueden sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros
electrónicos dentro, no tiene ni puta idea. Ni de qué es un lector, ni de qué es un libro.

Arturo Pérez-Reverte: XL Semanal (15 de octubre de 2010), adaptación

Valoración personal

El tema recogido en el texto está totalmente en vigencia o es de interés, y lo es


para un público muy amplio, pues la oposición entre los dos soportes principales
de lectura no es un aspecto ya exclusivo de una generación o de un sector de la
sociedad: los precios cada vez más competitivos de los lectores electrónicos, así
como la posibilidad de leer incluso en los dispositivos electrónicos móviles que la
población mayoritariamente posee, lo posibilitan. No obstante, el planteamiento
realizado por Pérez Reverte en este texto de este tema resulta inadecuado e,
incluso, podría admitirse que es incoherente. La incoherencia se observa en el
momento en que, en el primer párrafo, desestima que sea oportuno oponer los
dos formatos, y llega incluso a señalar las ventajas del electrónico, pero termina
por vindicar, especialmente en el último párrafo, y con contundencia, las del

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papel. No solo esto sino que, además, contradice muchas de las cosas que había
admitido anteriormente, desacreditándolas, llegando a llamar “chisme de
plástico” (l. 30) lo que antes era, sin más, “práctico” incluso (l 7). Por todo ello,
parece que su argumentación carece de solvencia o no puede admitirse que se
sostenga. También podría reprocharse la estructuración temática del artículo y
su división en párrafos: ¿acaso el primer enunciado y los últimos (a partir de “he
dicho”, l. 18) del segundo párrafo no tendrían más sentido en el primer y en el
tercer párrafos, respectivamente? Por último, en relación con su lenguaje, con el
objeto de generar polémica, como se ha admitido ya, llama la atención que el
autor emplea un lenguaje soez, que a juicio del que comenta llega incluso a
desacreditarlo, admitiendo, por ejemplo, que “[el lector de formato electrónico]
no tiene ni puta idea (…) ni de qué es un libro” (l. 31).

Buena parte de los argumentos empleados por Arturo Pérez Reverte son fútiles,
románticos (en el sentido más decimonónico de la palabra, basta leer el título):
aluden al tacto, al olor, a las experiencias sensoriales que se desprenden de la
lectura en papel, y olvida que, de igual modo que su trabajo como escritor es
“ocuparse del contenido”, el del lector es interpretar o decodificar lo que ese
objeto contiene, al margen de su formato, al margen de esas otras experiencias
auxiliares que podrían llegar, incluso, a distraerlo tanto o más que una puntual
notificación informando de la recepción de un correo electrónico. Reconozco al
menos que yo, cuando el papel se amarillea, se cuartea, cuando desprende olor a
humedad, no experimento en absoluto las mismas sensaciones que Pérez
Reverte describe exaltado. Además, personalmente no creo que el disfrute de la
lectura tenga nada que ver con los placeres sensuales, sino que se trata de un
ejercicio de carácter intelectual y de abstracción. Paralelamente, hasta que se
extendió el uso del papel a causa de su abaratamiento, en los monasterios
medievales el soporte habitual era el pergamino, elaborado a partir de la piel
animal, y no creo que ahora proceda imaginárselos a los monjes poniendo el
grito en el cielo, montando en cólera, aduciendo que el tacto del pergamino es
más agradable, o que el olor que del pergamino emana evoca y favorece la
lectura. La industria tecnológica evoluciona, y con ella también la industria del
libro, y a veces es normal, y hasta aconsejable, temer el cambio; pero
recordemos, no obstante, que la invención de la imprenta fue catalogada en su
momento como un arma del diablo, algo parecido a lo que ocurre hoy con la
televisión o con internet. Sí, de lo anterior se desprenderá que tengo y disfruto
con mi lector electrónico, que no sustituye a la lectura tradicional: la
complementa. En cualquier caso leo, interpreto, decodifico: extraigo el
contenido, que es mi misión como lector.

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Antes aquí no había nada

Un estudio de la Universidad de Huxley trabaja con la hipótesis de que la masificación


turística y el desparrame urbanístico pueden contribuir a desarrollar las capacidades cognitivas,
porque en muchos sitios se requiere una gran capacidad de abstracción para no ver la gente que hay o
lo que han construido. Seguro que este verano habrán tenido que hacer esta gimnasia mental. Es
5 difícil imaginar cómo es el mundo que no conocimos, hasta que estás en una playa, en un pueblecito,
y un anciano, o alguien no tan mayor, dice esta frase: “Antes aquí no había nada”.
En verano, cuando nos paramos a mirar y a pensar en el mundo, y no en nuestras cosas, suele
haber algún momento en que nos ponemos apocalípticos, como en esta columna. Notas que algo va
mal. Durante un tiempo pensé que si bien el mundo antiguo había desaparecido —mares llenos de
10 peces, bosques rebosantes de animales—, se quedaría más o menos así. Nunca creí llegar a sentirme
como uno de esos ancianos, ver un cambio a peor en mi generación. Una de las mayores impresiones
de mi vida fue regresar el verano pasado a un glaciar de los Alpes que había visto hace 20 años. Era
la mitad, como si lo hubieran borrado con efectos especiales. Esta primavera en Roma no hubo
golondrinas. ¿Se les ocurre una señal de alarma más poética? Pues esperen que les cuente la
15
siguiente: como no llegaron en mayo, por el frío insólito, en junio hubo una invasión de mariposas.
Que en un año normal se habrían comido antes las golondrinas.
Lo curioso es que en la ciudad oyes la frase contraria: “Antes aquí había de todo”. Una
carnicería, una panadería… Ahora, el centro de una ciudad suele ser un lugar sin sentido. Por eso uno
20 revaloriza las ciudades feas, sin turismo, con bares normales. Acabaremos viviendo todos en lugares
anodinos mientras viajamos a los bonitos, que solo serán visitables, no habitables. En verano esa
sensación se agudiza, las ciudades se vacían aún más de sus vecinos, solo hay turistas desubicados.
Además, la tecnología acude en nuestra ayuda para abstraernos bien: cuando la gente está en
los sitios ya es como si no estuviera. Una de las cosas más raras que este verano he visto hacer a
25 alguien con el móvil es un tipo hablando por teléfono mientras cogía moras. ¡Cogiendo moras!
¿Puede haber algo de una disipación más pura, un placer menos maquinal, que coger moras? Yo creo
mucho en esta combinación como solución de futuro: cuando lo que había ya no esté, tampoco
estaremos allí para verlo, porque estaremos siempre con el móvil. O habrán sacado ya unas gafas de
realidad virtual para ver el paisaje como era, como una visita en 3D a unas ruinas griegas. Y hasta
30 veremos las ciudades con gente corriente haciendo la compra y niños jugando en la calle, como
asegurarán los ancianos que eran.

Íñigo Domínguez: El País (18 de agosto de 2019), adaptación

Valoración personal

El texto propuesto para su comentario es de una rabiosa actualidad, ya que los


efectos ocasionados por el turismo desmedido y los excesos urbanísticos son
patentes en muchos lugares, no solo dentro de las fronteras de nuestro país. La
estructura del artículo es especialmente singular pues la enunciación de estos
problemas va acompañada de una propuesta de solución que, sin lugar a dudas,
provoca una fuerte impresión sobre el lector. Indudablemente, bajo ninguna
circunstancia puede concebirse que su autor, Íñigo Domínguez, la está
planteando seriamente. Lo que resulta también bastante curioso es que el autor,
una vez efectuado el análisis de la situación, señale como una de las causas de la
misma la tecnología, o –más exactamente– la inacción ciudadana como
resultado de las distracciones que provoca la tecnología, aspecto con el que, por
otra parte, no se puede estar en desacuerdo, aunque podría ser extensible a
múltiples situaciones en vías de solucionarse. También en relación con la
estructura, por último, resulta bastante acertado –y llega a hacer más

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estimulante la lectura– el establecimiento de una dicotomía u oposición a partir


de dos enunciados antonímicos (“antes aquí no había nada”-“antes aquí había de
todo”, en las líneas 6 y 17, respectivamente).

¿Qué duda cabe de que el turismo es una de las causas de los efectos señalados
por Íñigo Domínguez? La depredación de los recursos naturales necesarios para
sostener un sector económico en auge como este resulta cada vez mayor, sin
olvidar que incluso, en ocasiones, empresarios despiadados yerguen
monumentales edificios en primera línea de playa contraviniendo la ley de costas
o en espacios medioambientales protegidos. Sin embargo, como bien hace el
autor, conviene denunciar que sus efectos no se limitan a impactar sobre una
emergente crisis climática, ya de por sí suficientemente crítica: sus efectos
también se sienten en las ciudades, en las que la habitabilidad de sus vecinos
resulta cada vez más crítica. La aparición de nichos de mercado cada vez más
rentables, por ejemplo, en relación con los pisos turísticos, causados por
especuladores sin escrúpulos, o que solo se preocupan “por la pela”, alentados o
auspiciados por empresas digitales como Airbnb, así como el aumento
indiscriminado de los precios del alquiler que provocan en ocasiones los fondos
buitre que adquieren edificios enteros “a precio de saldo”, provoca lo que se
conoce técnicamente como gentrificación, es decir, el abandono de los centros
urbanos históricos o neurálgicos por parte de sus anteriores inquilinos, que se
ven abocados a instalarse en barrios del extrarradio, en favor de nuevas formas
de negocio con las que los anteriores pueden enriquecerse más. Esta y otras
situaciones similares son las que han movido a muchos grupos ciudadanos a
rebelarse contra el turismo, como en Barcelona, donde han aparecido múltiples
pintadas en que podía leerse “tourists, go home”. Sin embargo, ¿es deseable que
se marchen realmente? No parece esta una postura muy inteligente cuando el
turismo es uno de los sectores económicos que más dividendos ofrece, y que más
puestos de trabajo directos e indirectos genera. Quizá resulte interesante por fin
adoptar las fórmulas de las que la clase política lleva años hablando, consistentes
en reducir el número de visitantes pero aumentar su calidad (en resumidas
cuentas, menos personas, más dinero).

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Palabrera

Deconstrucción no es una palabra pomposa, sino necesaria. Abogo por aumentar el número de
entradas de nuestros lexicones y no avergonzarnos de usar términos como lexicones, saponificación
o tergiversar, un verbo que se trasgiversa mucho. Con palabras se nombra la realidad y se
comprende. Nos hace falta designar emociones, partes del cuerpo y árboles. Aprender palabras
5 ensancha el campo visual, y ensanchar el campo visual enriquece el acervo léxico. Construimos
realidad y pensamiento. Limpiamos la casa y a la vez emborronamos sus límites: esos son los
peligros de nombres, verbos, metáforas y silogismos. Alpendre, escorrentía, epanadiplosis,
flebitis, música... Reivindico la lexicografía, el Scrabble y la acción pública de empollar. Lo cierto es
que la gente redicha es ignífuga y resistente: no se puede andar por la vida con una mochila —como
10 dicen ahora— de 1.200 palabras. Por eso, quiero hablar del profesor Andreu Navarra, que ha
publicado Devaluación continua, libro en el que aprendemos qué es el ciberproletariado. Me
encanta. En el ámbito de las ciencias humanas, dar con la combinación de términos o con el
compuesto o derivado iluminadores es fundamental: fin de la historia, sociedad líquida, literatura
caníbal… Luego discutimos sobre la pertinencia ideológica de los constructos. Con su neologismo,
15
Navarra alude a una generación que se está quedando sin léxico y, lo que resulta paradójico, sin
datos: quizá por el exceso de estímulos, el descrédito de la memoria y por una falta de concentración
que se vincula con nuevos soportes, nuevos modos de lectura, la hegemonía audiovisual, pero
también con la desnutrición. Con la confusión entre el perfil pedagógico y el psicoterapéutico, y la
necesidad de satisfacer instantáneamente el placer. La entrevista que le concedió a Berna González
20
Harbour plantea una inquietud que comparto: la de que cultura y educación hayan dejado de ser
ascensores sociales. Donde esté un buen culo, una lengua bífida o una metralleta, que se quite todo lo
demás. Intento no ser apocalíptica, pero sentirme integrada atenta contra mi esencial optimismo
transformador.
25 La segunda palabrería es más confortable. La Caja de las Letras del Instituto Cervantes acoge
una exposición sobre palabras perdidas. El futuro aparentemente se acelera y las academias hacen el
pino puente para adaptarse a laptops y whatsapps, mientras otras palabras se arrumban, y en ese
arrumbamiento, más allá de melancolías, hay una pérdida de realidad y sentido. María Sánchez lo
cuenta en Tierra de mujeres colocando el foco sobre trabajadoras del medio rural, sus espacios,
30 herramientas, cuidados. Los dueños de las palabras siempre han sido los otros —modelos de virtud
humana y profesional—, y quizá en el rescate de ciertos vocablos descubramos lo poco que han
importado las cosas de mujeres. La exposición de las palabras perdidas nace de la artista zaragozana
Marta P. Campo, que recoge cuñadez, cocadriz (femenino de cocodrilo) o bajotraer (abatimiento,
humillación). La muestra se cierra el 29 de septiembre. Yo, que me siento un poco bajotraída, saldré
35 de mis dormisqueos y me amalaré el noema. Porque, además, de incorporar novedades anglas y jugar
con las piezas del museo, quienes usamos el lenguaje —¿alguien se ha quedado fuera?— tenemos
derecho a mostrar lo mucho que nos importa, inventariándolo, aprendiéndolo, acumulándolo e
inventándonoslo, con mayor o menor fortuna, para hablar de sexo, iluminar lo no dicho, hacer
política o, incluso, circensemente, circunvalar la verdad.

Marta Sanz: El País (23 de septiembre de 2019)

Valoración personal

El texto propuesto para su comentario, aparte de su actualidad e interés para


todos los públicos, que resultan evidentes, destaca por el particular uso del
lenguaje que su autora manifiesta en él. Dada la temática que aborda, este
parece totalmente justificado, aunque, inevitablemente, en muchos momentos
resulta relativamente incomprensible, especialmente en el enunciado “yo, que
me siento un poco bajotraída, saldré de mis dormisqueos y me amalaré el
noema” (l. 33 y s.), como ya se ha apuntado más arriba. Al analizar su léxico,

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resulta cuanto menos significativo que Marta Sanz recoge fenómenos de todo
tipo: de neologismos (“ciberproletariado”, l. 11), de coloquialismos (“hacen el
pino puente”, l. 25 y s.), de voces que se adscriben a un registro más formal
(“lexicones”, l. 2), de tecnicismos (“epanadiplosis”, l. 7), de vulgarismos
(“trasgiversa”, l. 3), de voces en desuso (“cocadriz”, l. 32), etc. En una primera
lectura, esta diversidad genera confusión, resulta particularmente abrumadora,
pero parece correlacionarse perfectamente con el tema del texto, con la
reivindicación de su autora; es decir, el despliegue léxico demostrado por Marta
Sanz está en clara consonancia con su deseo de evitar su depauperación, con su
deseo de demostrar que existe un léxico amplísimo que posibilita aludir a los
conceptos con mayor precisión y que puede acabar por desaparecer si no se
emplea.

Parece imposible no adoptar un tono relativamente apocalíptico, desesperanza-


do, como la autora: es inevitable constatar que el léxico de las últimas
generaciones se está pauperizando de una forma incuestionable, totalmente
palpable (“¿pauperi... qué?”, me responderán). No me encuentro en disposición
de determinar cuál es la causa que lo provoca: tal vez sí se deba a ese exceso de
estímulos que los adolescentes –y no tan adolescentes– encuentran en las
aplicaciones de toda índole, con las que, desde Silicon Valley, se los induce al
entretenimiento en esta sociedad del espectáculo y del escaparate: cuanto mayor
sea su uso, mayor información obtienen de nosotros, mayor cantidad de datos
con los que negociar, con los que vendernos, para que otros, unos terceros,
consigan promocionarse con el éxito garantizado de quien conoce los gustos de
su cliente; en cambio, leer un libro, abrir la prensa a diario para informarse, etc.,
son experiencias con las que no necesariamente se obtiene un disfrute
inmediato, con las que el usuario que las emprende no ha de recibir ese ‘chute’
de dopamina circulando por su organismo, al contrario que con las anteriores.
Sin embargo, ¿cabe por otro lado considerar que esta visión ‘apocalíptica’ quizá
resulte excesivamente exagerada? Me refiero a una versión moderna del tópico
literario de la ‘Edad de Oro’, por la que cualquier tiempo pasado fue mejor; al fin
y al cabo, en boca de nuestros mayores solo es posible imaginar una involución:
la EGB era mejor que la ESO, antes se era más respetuoso, etc.
Lamentablemente, tampoco lo creo. Recuerdo a un profesor de Historia que tuve
que nos señalaba –qué amable él, por otra parte– que la mayoría iba a acabar
saliendo del instituto siendo analfabeta funcional; es decir, sabría leer y escribir,
sí, pero tendría dificultades notables para interpretar un texto medio. Asimismo,
basta examinar la ‘devaluación’ –¡qué coincidencia con el título de A. Navarra!–
entre los libros de texto del antiguo BUP y COU y los actuales de Bachillerato.
Nada que ver. Ahora bien, ¿cabe sobreponerse a esta situación? Por supuesto,
aunque parezca que todo está orquestado para evitarlo: basta una simple
elección, tomar un libro en lugar del dispositivo móvil cuando el aburrimiento
nos acose. Y, por último, ¿esto será suficiente para evitar la depauperación del
léxico, su caída en desuso? Observado en sincronía, es decir, en el momento
actual, representará un cambio notable, claro; pero, en diacronía, en cambio, es
decir, analizando el devenir del tiempo, será imposible impedir su completa
actuación, la del tiempo quiero decir, pues la historia de la lengua nos ha
demostrado que cualquier idioma experimenta una evolución, y en ello resulta
inevitable la desaparición y adopción de nuevos vocablos.

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Atontados

Poca repercusión ha tenido un estudio de Italia tan inquietante como quizá revelador para
comprender lo que les pasa a nuestros vecinos transalpinos y también lo que nos ocurre por estos
lares. Estamos atontados por culpa de algunas cadenas de televisión. Y por eso votamos lo que
votamos. Tirando del hilo llegaríamos a que el desgobierno es cosa de Vasile. Bueno, no tanto, pero
5 casi.
Han concluido tres economistas italianos que Mediaset, el rentabilísimo emporio mediático
que tantos identifican con la telebasura, tuvo una influencia enorme en la elección
de Berlusconi como primer ministro italiano, así como en el más reciente éxito electoral de fuerzas
populistas como las que hoy cogobiernan. El estudio es demoledor. Concluye que la gente que pasa
10 horas y horas consumiendo los programas de este canal -sobre todo ancianos y jóvenes- presenta un
impacto negativo en sus habilidades cognitivas y bajos niveles de compromiso civil. Y establece que,
con la cabeza embotada de tanto ver programas de mamachichos y versiones similares a
nuestro Mujeres, hombres y viceversa, tienen dificultades para procesar cuestiones sobre democracia
con alguna mínima complejidad, por lo que en ellos calan muy bien los eslóganes y las simplezas de
15
los dirigentes que han convertido la política en espectáculo. Rivera haría su agosto en Roma.
Que sepamos, nadie está investigando aún los efectos que pueda tener en los españolitos la
programación que vomitan algunas de nuestras cadenas. Pero no hay que ser linces para presuponer
que algo tendrá que ver con el arraigo aquí del populismo de izquierda y derecha, o con el hecho de
20 que hoy para liderar cualquier partido sea más importante contar con el tipín de Pedro Sánchez que
una cabeza amueblada. Hoy tener el Estado en el cerebro como antes se le atribuía a gentes
como Fraga o Rubalcaba seguro que penaliza en las urnas.
Con todo, lo más preocupante es que, mientras se sitúan al frente de la agenda política
cuestiones como la erradicación del sexismo o el machismo, la lucha contra la cosificación de la
25 mujer, la promoción de la igualdad, etcétera, cada día millones de jóvenes consumen programas
como el mencionado o el engendro recién estrenado por Jesús Vázquez que contribuyen a enquistar
los peores estereotipos sociales en los cerebelos de la generación de la que saldrá el futuro inquilino
de La Moncloa. Igual Carmen Calvo que este verano estará desocupada debiera leerse el informe
italiano. O a lo peor es que nuestros políticos nos quieren cada vez más tontos. No es descartable.

Eduardo Álvarez: El Mundo (3 de agosto de 2019)

Valoración personal

El texto propuesto para su análisis aborda un tema actual e interesante para


todos los públicos, pues en mayor o menor medida toda la población es
televidente o consume contenidos televisivos y, por lo tanto, debería sentirse
preocupada por su ínfima calidad y por el aprovechamiento de esta situación por
parte de la clase política para embrutecer. El argumento que emplea Álvarez
para alcanzar su tesis (de autoridad y de analogía) resulta bastante convincente
para el sostenimiento de la misma, dados –entre otros factores– la similitud
entre el país italiano y el nuestro y la existencia en ambos de canales televisivos
del grupo Mediaset. En el artículo, resulta especialmente significativo el empleo
de un lenguaje claramente connotado (basta observar los ejemplos aducidos a
propósito de la actitud) y el tono irónico o despectivo, como puede observarse en
el particular uso del diminutivo de “españolitos” (l. 16) o “tipín” (l. 19).

La ‘caja tonta’ ‘atonta’. ¡Qué novedad! Nada nuevo bajo el sol, nada que no
supiéramos ya. Esta es una de las conclusiones que alcanza el sociólogo francés
Pierre Bourdieu en su ensayo Sobre la televisión: entre otras, este autor recoge

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la idea de que la calidad de las informaciones que vuelca este medio de


comunicación de masas ha decrecido notablemente, entre otras razones, por el
sometimiento a los índices de audiencia, es decir, se han democratizado los
contenidos de la televisión... pero a la baja; como dijo Lope de Vega a propósito
de su arte nacional, “como las paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darle
gusto”. Esta situación, generalizada entre los distintos canales y que afecta
también, lamentablemente, a los propios espacios informativos, de los que se
espera un contenido más crítico y contrastado, alejado de las noticias de sucesos,
las cuales poseen un impacto mayor sobre la sociedad y, por ende, sobre los
índices de audiencia, resulta sin embargo notablemente más cruda en la parrilla
de la programación de Mediaset: su programación adolece de una falta evidente
de cultura, de rigor, de ética incluso, con escasas aunque honrosas excepciones;
más bien, sus espacios ofrecen la versión más chusca y barriobajera de nuestra
cultura popular, con sus reality shows y sus programas de variedades cuyos
tertulianos mantienen un debate pobre en argumentos pero rico en gritos o
improperios, lleno de lugares comunes. ¿Qué puede esperarse del nivel cultural
o de la implicación política de una sociedad que ha ‘ascendido al poder’, que ha
designado ‘princesa del pueblo’ a un personaje televisivo como Belén Esteban,
cuya biografía se reduce a haber mantenido un affaire con un torero y que
muestra un comportamiento irreverente en la pantalla? Como las paga el vulgo,
se le habla en necio, en efecto. Mientras no se visibilice en televisión a sectores
de la sociedad informados, a intelectuales (científicos, literatos, etc.); mientras
no se emplee la ‘caja tonta’ como medio informativo de primer orden,
democratizador, sino como instrumento administrador de estulticia ‘a
cascoporro’, atontados, sí, y muy atontados, y a mucha honra.

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Parad el mundo, que nosotros nos subimos

Cada día buscamos en el periódico cómo de malo será lo que nos espera. Tratamos de desci-
frar curvas y datos para entender de una vez cuál va a ser la magnitud de este desastre y cuál será su
duración. Sin embargo, algo está pasando al mismo tiempo que este horror. Un cambio en la concien-
cia que no sabemos medir ni mostrar en un gráfico y que, sin embargo, se asoma cada tarde a los bal-
5 cones. Y grita y aplaude. Un cambio que es bueno. […]
Reconozco que me había acostumbrado a aplaudir y gritar siempre contra otros. Por eso es tan
emocionante cuando retumban las calles vacías, llenas de aplausos cada noche. Cuando sentimos que
la solidaridad ha de ser de todos con todos, que no queda otra, ni con el virus ni con los demás.
El Covid-19 ha venido cargado de tristeza. Pero también ha llegado para despertarnos una
10 nue-va conciencia. Y creo, además, que estábamos deseando que este cambio llegara. Llevábamos
dema-siado tiempo anestesiados, formando parte de un sistema que se equivoca demasiado a menudo
en lo fundamental. Teníamos ganas de formar parte de una sociedad capaz de reaccionar ante la
adversidad y de anteponer, si es preciso, la fragilidad al dinero, los cuidados a la producción. […]
Muchos trabajadores nos hemos encerrado en casa para proteger a nuestros mayores y cuidar
15
de esos niños a quienes estamos llenando de tiempo y de sentido. En la era millenial nos hemos con-
vertido en ciudadanos capaces de sacrificarnos por quienes antes lo hicieran por nosotros. Así, en
esta triste parada del mundo, estamos tomando conciencia de que no viajábamos solos. España está
en es-tado de alarma porque creemos que el ritmo de una sociedad no lo marca solo el que más corre,
20 tam-bién el más débil, el más frágil, el que ni siquiera puede correr.
Aunque no todo se ha parado. Muchos y muchas están redoblando esfuerzos ahí fuera, los que
ni siquiera pueden permitirse el lujo de quedarse en casa, de hacer lo posible por no contagiarse.
Gracias a ellos, el Covid-19 ha hecho una excelente distinción entre el valor y el precio de las
cosas. Los más valiosos vuelven a ser los que cuidan y los que educan, si es que debemos distinguir
25 entre ambas cosas. Sanitarios y cuidadores primero; pero también camioneros, tenderos, basureros,
periodistas… Una selección de profesiones a las que casi habíamos perdido el respeto y de las que re-
cordamos ahora su valor.
Es imposible medir el sacrificio inmenso que está haciendo este país. Aún así, es posible que
vengan tiempos peores. Recuerden al menos que nos van a pillar siendo mejores.

Nuria Labari, adaptado de El País, 18/03/2020

Valoración personal

El texto propuesto para su comentario es de una rabiosa actualidad, puesto que


todavía estamos experimentando (incluso sufriendo) los efectos de la pandemia
sanitaria que la articulista describe en este texto. La redacción del mismo favo-
rece que sea fácilmente comprendido por un público relativamente amplio, sor-
prendiendo la inclusión de coloquialismos (ya comentados en el apartado de la
actitud). También sorprende el uso políticamente correcto del lenguaje inclusivo
en la línea 20 (“muchos y muchas”) que, sin embargo, no es secundado en otros
momentos de la columna (por ejemplo, “muchos trabajadores nos hemos ence-
rrado…”, l. 14, o “los más valiosos”, l. 23, y la enumeración de profesionales que
aparece a continuación). Finalmente, resulta especialmente inteligente o intere-
sante la referencia en el título a la archiconocida viñeta de Mafalda “paren el

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mundo, que me quiero bajar”1; teniendo en cuenta que este personaje de Quino
pretendía denunciar fundamentalmente las carencias de la vida en sociedad, la
inversión de esta célebre frase puede bastar, por sí sola, para justificar la pos-
tura de la autora.

Ahora que han pasado casi cuatro meses desde la redacción de este texto por
parte de Nuria Labari, la sola constatación de los últimos acontecimientos vivi-
dos a propósito de la crisis sanitaria permiten suponer que la postura de la auto-
ra es de una extrema ingenuidad. ¿Realmente una crisis de este tipo nos ha con-
vertido en mejores personas, en una sociedad mejor? Dejando al margen que las
experiencias de esta clase, en las que el ciudadano común ve peligrar su modo de
vida, su sustento, su estabilidad, su seguridad…, lo hacen converger hacia pe-
ligrosas posturas individualistas, egoístas, de rechazo a “el otro” (ejemplos de
este comportamiento ha habido en muchas ocasiones a lo largo de la historia,
como, por ejemplo, cuando perdida la I.ª Guerra Mundial Alemania abrazó el
régimen nazi para superar, entre otras razones, la crisis económica en que su
derrota la dejó sumida), hoy es posible aducir muchas otras situaciones que no
respaldan la tesis de Labari: comportamientos incívicos por parte de amplios
sectores de la sociedad que han incumplido el confinamiento o que no emplean
la mascarilla, poniéndose a sí mismos en riesgo, pero también al resto y despre-
ciando el esfuerzo desarrollado por nuestros sanitarios; manifestaciones en fa-
vor de la libertad a lo largo del ancho mundo, desde Estados Unidos hasta Euro-
pa, despreciando también ellos este esfuerzo colectivo del que habla la autora,
este deseo de proteger a los más frágiles; respuestas inverosímiles por parte de
negacionistas (no solo “conspiranoicos”, sino también líderes mundiales), que
no solo han restado credibilidad desde sus tribunas a las evidencias empíricas
proporcionadas por los científicos, sino que han sugerido medidas o soluciones
altamente peligrosas o cuestionables, alimentando, por otra parte, el peligroso
discurso de los “antivacunas”, por ejemplo; actitudes poco responsables por
parte de la clase política, que ha seguido cómodamente parapetada en la con-
frontación sin trabajar conjuntamente para superar la crisis. Esta ristra de es-
perpentos de la vida en común, de espantajos de la civilización occidental, no
niegan, sin embargo, que esta crisis ha representado un “aldabonazo” para otro
importante sector de nuestra sociedad, uno que “ha despertado de la anestesia” y
ha cobrado conciencia de la importancia de la comunidad y de la necesidad de
unos sólidos servicios públicos para garantizar su cohesión y estabilidad. Ahora
bien, ¿será esto suficiente para creer en el advenimiento de un mundo mejor?
¿Nos hará más fuertes esta experiencia, saldremos fortalecidos de la misma o,
por el contrario, ha destapado nuestras vergüenzas y nos enfrentará a unos y
otros para mantener nuestro estatus, nuestra seguridad, nuestro bienestar?

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