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Informe de Dos veces junio, de Martín Kohan

A la luz de las obras teóricas próximas al estructuralismo de Gerard Genette (1972) se


desarrolla el presente informe que da cuenta de los conceptos de tiempo (en particular,
las anacronías, las elipsis y la repetición producidas en el relato), modo (perspectiva y
focalización) y voz (relato heterodiegético y homodiegético) presentes en la novela de
Kohan (2002), Dos veces junio. La misma demuestra ser un testimonio propicio para la
identificación de estos recursos, así como para la ponderación de su deliberada
manipulación y consecuentes efectos en la obra en su totalidad.
En primer lugar, en consonancia con la corriente estructuralista de la devino los
orígenes de la narratología, Genette tuvo por afán —del mismo modo que Barthes—
hallar en el texto y en el relato en sí mismos una unidad definitoria de su estructura que
pudiera, a su vez, esclarecer los entresijos de los elementos indivisibles que la integran;
“[...] nadie puede combinar (producir) un relato, sin referirse a un sistema implícito de
unidades y de reglas” (Barthes, 1966, p. 3). Así, en pos del análisis de este discurso
narrativo, el autor francés abocó su estudio a las relaciones entre lo que definió como
relato (el enunciado, texto o significante), historia (el contenido narrativo en sí mismo)
y narración (la situación comunicativa original).
En las determinaciones que dispuso sobre el orden temporal de los sucesos, su duración
y repetición (indicado como frecuencia) es preciso escudriñar sin perder de vista la
novela aludida. Ya desde el segundo párrafo del primer capítulo se presenta un esquema
temporal que con asidua continuidad se repetirá casi a lo largo de todo el relato (con
excepción en algunos pocos capítulos donde los ritmos exigen una linealidad más
tradicional): “relato primero” (en términos de Genette) - anacronía (que puede ser,
según el capítulo en cuestión, una analepsis o prolepsis, con mayor presencia de las
primeras) - vuelta al “grado cero”. No obstante, esta fórmula y alternancia, al mismo
tiempo, sufre de modificaciones, adhesiones y omisiones durante el devenir de la
narración, por no hablar de focalizaciones e incluso narradores distintos (por ejemplo,
en el cuarto capítulo se ilustra, intercaladamente, la sucesión de eventos que constituyen
la trama principal desde una focalización interna a una perspectiva omnisciente que
detalla distintas especificaciones deportivas que Barthes definiría como funciones
informantes), pero estas alteraciones al orden estipulado en el primer capítulo no
remiten sino a un punto inflexivo en la historia del protagonista (como el episodio de su
encuentro con la prisionera, su búsqueda desesperada del doctor o el reencuentro final).
Asimismo, no sólo en el orden de los acontecimientos se ve distorsionado el tiempo del
relato, sino también en la duración y la frecuencia antes referidos. En lo referente a la
velocidad, es observable cómo las secuencias correspondientes al tiempo base de la
novela (donde concuerdan la diégesis y la narración), en la primera parte, transcurren en
dos extensos días que se prolongan hasta abarcar una franja mayoritaria en el grosor del
libro, incluyendo pausas descriptivas (la sala de comunicaciones de la unidad, los
rostros de los aficionados, las conjeturas sobre los descampados, la descripción de las
oficinas, etc.), sumarios (las anécdotas de los períodos de instrucción del protagonista,
así como los recuerdos de sus primero días como chófer) y escenas (las conversaciones
que mantiene el conscripto en múltiples pasajes). Sin embargo, el procedimiento de
notoriedad más significativa en este aspecto es la elipsis implícita que se proyecta entre
el punto de referencia y los hechos cuatro años posterior; este lapsus, de igual modo,
concita una considerable repetición en la frecuencia narrativa que bautiza a la obra: en
junio de 1978, la selección de Argentina pierde contra el Italia en el Mundial, en junio
de 1982, la selección de Argentina pierde contra Italia en el Mundial.
Por otro lado, a partir de los modos del relato, es apreciable la impronta militar,
rigurosa, inclemente y ordenada que domina todos los hechos. La distancia narrativa se
urde desde un discurso a veces narrativizado, a veces transpuesto (este último más
común en situaciones en las que el conscripto es testigo de una discusión), pero que
siempre se posiciona desde una perspectiva focalizada de manera interna fija, a
excepción de los fragmentos donde se relata la situación de la detenida que dio a luz en
cautividad; allí la focalización es de tipo cero, como ajena al mundo regularizado,
dicotómico y brutalmente jerarquizado del narrador diegético. Por último, esta voz
enunciataria participa en la historia desde un nivel narrativo intradiegético (salvo en las
ocasiones antes mencionadas), en una relación cuasi testimonial, profundamente
afectiva y encarnizadamente ideológica.
Con todo, Dos veces junio se desarrolla como una novela focalizada desde una mirada
cruel, fría y estrictamente reglada como el sesgo conservador y militar de su narrador
principal sugiere. El reconocimiento de los preceptos propuestos por Genette y su
meticulosa disposición —por parte del autor— en el nivel del relato, la diégesis y la
narración no obturan, ni por asomo, la impunidad, el desasimiento, la impiedad y
inhumanidad con la que se perpetró uno de los genocidios más horrorosos y cruentos de
la historia nacional, sino que, por el contrario, lo ponen de relieve bajo la estela del
horror que suscita la aparente humanidad de sus perpetradores.

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