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Cómo gestionar la ira: más allá del control

Una reflexión sobre el proceso de gestionar la ira y


renunciar a controlarla por completo.

Sentir ira y no poderla controlar es una de las experiencias más desagradables de nuestra
vida, además de traernos las consecuencias más difíciles de solucionar.

La ira nos lleva a elevar la voz, imponernos ante el otro, generar más conflicto del que existía,
y tras ese estallido de ira llega el agotamiento y la preocupación.

Puede ocurrir en tus relaciones de pareja, sociales o familiares, o también en el trabajo


(conflictos con pares, con un equipo de trabajo o con las personas que atendemos). ¿Podemos
evitarlo? ¿Cómo gestionarlo?

Las claves de la gestión de la ira


En muchas ocasiones sentimos que nuestra mayor dificultad es de comunicación. Nos resulta
difícil decir las cosas si no es con ira, de forma imperativa o con imposición de ideas.

Sin embargo, aunque la comunicación es una conducta que puede y debe trabajarse para
mejorar nuestro bienestar y relaciones personales, el origen real del problema no es de
comunicación, sino emocional.

¿De qué depende la forma en la que nos comunicamos? De nuestro estado emocional. La ira
nos hace interrumpir, imponer, gritar o maximizar los daños de lo que ocurre. Nuestras
relaciones se deterioran sin remedio.
Muchas personas solicitan una compañía profesional para vivir un proceso de cambio donde
mejoren esta parte de sí mismas. Aunque al principio creen que el problema es de
comunicación, más tarde descubrimos que en realidad se trata de gestión de emociones (la
comunicación se debe a cómo gestionamos la comunicación).

En este artículo tenemos los siguientes objetivos: primero, descubrir qué es realmente la ira,
cómo la estás gestionando y qué ocasiona en nuestras relaciones y bienestar.

En segundo lugar, descubrir cuál es el problema real que se encuentra tras estas
expresiones.

Y finalmente, ver cómo puedes solucionarlo gracias a tu propio cambio personal (un cambio
profundo, estable y duradero, no solo con tips o parches).

El significado de la ira
La ira es una experiencia emocional intensa y desagradable en la que creemos tener razón.
Nuestra ira nos lleva a pensar que ocurre algo inadecuado y tratamos de ponerle remedio
mediante la agresividad.

Ante todo, la ira implica que queremos tener el control sobre lo que ocurre... y es una paradoja
interesante, ya que el mero hecho de tener problemas con ira implica que perdemos el
control.

Es importante entender que la ira, como emoción, no es necesariamente una emoción


negativa. Las emociones negativas son un concepto habitual pero poco práctico. Todas las
emociones son positivas por su propia naturaleza, ya que las sentimos para adaptarnos a
situaciones. Sin embargo, lo que sentimos no depende principalmente de esas situaciones,
sino de cómo entendemos y gestionamos esas situaciones.

De la misma forma en la que la inseguridad te puede ayudar a protegerte y actuar de forma


prudente, o el miedo te ayuda a aislarte en relación a un hecho que te preocupa, la ira es una
emoción que te ayuda a expresar algo que está sucediendo y que no te gusta o que no
quieres, exactamente igual que un perro cuando ladra (queremos que algo que esté pasando
deje de pasar).

La ira puede ayudarte, entonces, a establecer ciertos límites. Si presencias algún tipo de
injusticia (hacia un niño, un anciano, un animal) y te molesta y sientes ira, esa ira te puede
motivar a ayudar a una persona o a limitar una conducta desagradable. El problema no es la
ira... sino cómo entiendes y gestionas la ira, de tal forma que sea demasiado intensa,
frecuente y duradera.

Problemas habituales vinculados a la ira


Algunas de las consecuencias de vivir con una ira disfuncional son las siguientes.

1. En tu vida sentimental
La relación se termina por vincular demasiado a estos episodios de ira, se genera malestar,
agotamiento, desánimo y un paulatino y cada vez mayor desinterés hacia la relación (la ira
solo es útil pocos segundos, nunca durante varios minutos).

Te habrás dado cuenta de que tras una discusión de pareja nos sentimos agotados. Es una
experiencia agotadora en un sentido tanto emocional como físico. La ira nos agota porque en
ella nuestro sistema neuroendocrino segrega las mismas sustancias que al hacer ejercicio
intenso... pero sin ningún beneficio para tu salud (sino todo lo contrario).

2. En tu área laboral
La ira dificulta la relación con los demás, perjudica la confianza, se crea una mayor distancia
y la comunicación se vuelve más opaca. Con la ira pretendemos tener el control pero lo
perdemos aún más.

En el trabajo necesitamos generar vínculos con confianza y asertividad para poder cumplir
objetivos comunes. La ira crea un ambiente desagradable, aunque solo sea a partir de un
episodio temporal.

3. En tu área social o familiar


El ser humano es un ser social, necesitamos vínculos en los que encontrar confianza y apoyo.
La ira dificulta la calidad de estos vínculos y nos aísla, perjudicando tanto tu estado de ánimo
(la ira lleva al desánimo por lo agotador que resulta) como tu confianza en los demás.

Aunque parece que la ira es un problema en sí mismo, siempre es una consecuencia de algo
más. Llega a nosotros porque entendemos que lo que ocure no es adecuado y pretendemos
cambiarlo. Pero no podemos controlar lo que ocurre, ni el comportamiento ni las decisiones
del otro.

De la misma forma, podemos establecer límites claros y llegar a acuerdos, pero siempre
dentro de una comunicación asertiva y no con ira.

¿De dónde viene el problema?


La ira implica que queremos tener el control porque tememos las consecuencias. Si en el
trabajo tememos posibles consecuencias en relación a proyectos, fechas... la ira hará que
tratemos de controlar el comportamiento de los demás.

Si en tu relación de pareja surge ira es porque tememos las consecuencias del


comportamiento del otro (si no se comporta o valora como quieres, si no acepta exigencias o
cumple expectativas, etc.). La ira siempre implica miedo. Es un tipo de miedo activo.

Cuando el miedo no puede paralizarnos o hacernos escapar, nos vincula con la ira,
exactamente igual que el animal que ataca cuando ya no puede esconderse. ¿Cómo podemos
gestionar algo tan profundo para que no nos condicione tanto?

Gestionar la ira no es controlarla...


Uno de los errores más frecuentes que cometemos con la ira es pensar que debemos
controlarla. Como dije, tratar de controlar una emoción que implica que ya hemos perdido el
control, no tiene ningún sentido. Controlar, además, equivale a reprimir. ¿Qué ocurre si dejas
una olla llena de agua tapada y en el fuego? Finalmente, explota.

Eso es lo que ocurre con la ira. Cuando tratamos de controlarla, explota con más intensidad.
La ira, así como cualquier emoción, no puede controlarse... sino entenderse y gestionarse,
para que no sea tan intensa, frecuente y duradera.

El paso más importante es descubrir cómo estás ahora gestionando tu ira. ¿Cuál o cuáles son
las situaciones que te hacen sentir ira? ¿Qué interpretas de esas situaciones o experiencias
que te llevan a sentir ira una y otra vez? ¿Cuáles son tus comportamientos en relación a la
ira?

Solemos pensar que las emociones provocan comportamientos, pero en realidad son los
comportamientos los que hacen que gestionemos las emociones de una determinada forma (y
la emoción vuelve a surgir en el momento en el que llega una experiencia parecida, ya que se
ha establecido esa asociación).

La única forma de aprender a entender y a gestionar no solo tu ira, sino todas tus emociones
(ira, desánimo, desconfianza, inseguridad, miedo, culpa) está en tu propio cambio personal.

¿Qué es lo que tendría que cambiar en ti para que cambiara lo demás? ¿Cómo pudieras
intepretar la situación para verla de forma más abierta? ¿Qué límites necesitas establecer en
tus relaciones? ¿Qué experiencia debes evitar antes de que aparezca? ¿Qué juicios de valor
haces sobre los demás que te lleva a la ira?
Rubén Camacho
Psicólogo y coach
Málaga
Terapia online

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