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Fueron gratos los momentos que pase con Jason y no refuto nada de lo que pasó para que

llegáramos al punto que estamos ahora, escondidos y denudos en calles que ni las más
ávidos vagabundeos prevén .

Llegaban las dos am y todos los lunes me veía en la obligación de hacer un buen
recorrido, paseando por las calles más limpias, haciendo rutas cortas que frecuentan mucho
los oficinistas y de vez en cuando, muy raras veces, hacia rutas largas que me obligaron a
salir de mi rango laboral, porque arrogantes jóvenes de plata pagaban mucho para que
regresaran lo más pronto posible a sus hogares, normalmente estaban tan tomados que
aprovechaba para volverle a pedir el trabajo realizado y en su estado etílico no ponen
mucha resistencia y ante alguna agresión avanzaba el carro sin reparar en sus daños. Todo
el tiempo lo dedicaba a las rutas cortas y todo era siempre preciso, ellos llegaban cansados
y pálidos, como si la jornada les hubiera quitado más que tiempo, se sentaban al lado
contrario de mi asiento, quizás para ver mi rostro o prepararse para alguna agresión,
tambien teniamos livianas charlas que me ayudaban a mantenerse despierto. Los oficinistas
son cuidadosos con la movilidad que escogen y eso también me llevaba a un condición
moral que en mi no podía torcer, apenas el precio esté conversando y el pasajero se siente,
me es inverosímil bajarlo; ya sea las imperantes costumbres de nobleza que tengo de
padres severos o mi absoluto compromiso con mi trabajo, la solución era llevarlo y seguir
con mi trayecto y justamente eso fue lo que me llevo a el. Llevaba tres trajes blancos en los
asientos, veían sus relojes con apuro y tomaba el reconfortante aire de un auto higiénico,
doble creo que tres veces por dos edificios que extrañamente parecen grandes e iguales,
con un tanque lleno y sus cortantes frases que hacían por el ambiente de pasaba por sus
ventanas sospeche que no estaban yendo a sus casa.

–¿La pobreza recae en la mayoría, no?– dijo el más rubio.

– Supongo, llevo diez años acá y creo haberlo en el mismo cartón– respondí.

Después voltee por una calle conocida y entendí que arrendaron dos extranjeras esta
noche, que iban a ir al hotel que el proxeneta siempre recomienda, muy aplaudido por de
cuna discreción profesional y la vulgaridad de sus cuartos de balcones enrejados a media
altura y alfombrado rojo. Ellos sabían que solo basta mirar el cielo de noche para encontrar
estrellas, pero es muy recomendado arrendar de paso complicidad y una salubridad menos
dudosa.

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