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Necesitaría mucho para explicar esto.

Mi carta será una de las mil e infinitas maneras de


besar el delirio. Mi confesión, un respiro del día a día. Ayer, un frío septiembre salía de la
lluvia, de las ventanas y pegada en toda la calle. Caminé con sentido, como lo haría un
soldado romano en el gran mediterrario, lejos del mármol y la piedra bien pulida, mejor aún,
arenales, flora de sandalias y vistas no labradas. Sobre eso me comparo a la infamia de
describir una avenida perdida en los recovecos de algún suburbio, recordando los poemas
de gran francés, el que fue a combatir la apatía de los mercaderes, creo, sabiendo que el
verso no le llegaba al mango de las armas y un recorrido que ha de ser de un miedo
sumiso, no era más que orgullo, ya que en el poema la humildad es requisito. Así eran mis
calles. Yo terminaba mis oficios, siendo alfarero, librero y periodista. Regresaba o, siempre
es mejor dicho de la peor manera, me regresaba a casa. Antes de acostarme daba un ritual
que podía compararse, si es que no he hecho ya suficientes comparaciones, con la de un
pobre diablo. Y Justo acá empieza mi historia.

Erán las dos, en esa vida no sobraban más trajes largos ni había terco recalco de
normas, cuando estaba fumando el peor de mis cigarros. Miré mi techo por un largo rato. Si
preguntara qué estaba haciendo girando mi silla, sin leer, no hubiera podido verle cara.
Estaba asomado en la ventana con ojos verdes clavados en los de mi, como si hubiera
estado mirándome desde que empeze a fumar o cuando apenas llegué. Más aún, me
dejaba muy enternecido, y algo sospechoso, como si fuera por rareza, no tuve algún miedo
a esos ojos perdidos, ni al redondel de sus ojeras, quizás, un poco ofendido de que no me
haya saludado antes de espiarme. Ni en el momento que hice el ademán con la cabeza
decidio saltar a la formalidad, solo sabía que quería entrar. Era algo bello, aunque no podría
decir lo mismo de las circunstancias: un departamento de interior blanco que abandono su
pureza, ventanas rotas, una silla de mueble y almohada. Abrí la puerta. Tal véz fue muy
rapido de mi parte, abrir de esa manera y volver a sentarme, ella seguia mirandome por la
ventana, alegre ahora, pero sin querer entrar.

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