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EL TEXTO DESCRIPTIVO

La descripción

Definida habitualmente como “pintura con palabras”, la descripción es una variedad de


discurso mediante la cual se atribuye a los objetos determinadas cualidades o propiedades,
creando así una representación verbal de sus rasgos característicos. Como la narración, es
también una forma de recrear la realidad: el emisor pretende percibir mediante los sentidos,
para que el receptor la perciba intelectualmente.

Aspectos pragmáticos

Se desprende de la definición que la función del lenguaje predominante es la REFERENCIAL: el


interés y la atención del emisor se centra en el referente, en el objeto descrito. Sin embargo,
ello no impide que su intención pueda ser más compleja y que incluya, además de la
representación del objeto, otras finalidades que, en determinados tipos de descripciones,
pueden incluso tener más relevancia que la meramente referencial: si el emisor describe
sentimientos propios sin distanciarse de ellos predominará la FUNCIÓN EXPRESIVA; en la
publicidad, la descripción de un producto puede contener elementos de FUNCIÓN APELATIVA,
puesto que se pretende persuadir al receptor e inducirle a comprarlo; en la mayoría de los
textos literarios de carácter descriptivo interesa, más que el referente mismo, la “imagen” que
de él se recrea, es decir, el mensaje y su forma, por lo que predominará la FUNCIÓN POÉTICA
por encima de la referencial.

Además de su intención comunicativa y de la finalidad concreta, interesa del emisor el punto


de vista que adopta y su actitud ante lo descrito. Se pueden hacer descripciones muy
diferentes, incluso opuestas, de un mismo objeto si se observa desde perspectivas o puntos de
vista diferentes, basado en la relación que tiene quien describe con lo descrito. En cuanto a las
perspectivas, puede tratarse de una perspectiva ESPACIAL, TEMPORAL O EMOTIVA.

También es fundamental la ACTITUD DESCRIPTIVA, la cual implica la relación sujeto-objeto y la


predominancia de uno de ellos, lo cual permite distinguir entre DESCRIPCIONES OBJETIVAS Y
SUBJETIVAS.

Aspectos estructurales

Se suelen mencionar como fases del proceso descriptivo las siguientes: observación selección,
ordenación y expresión. La ordenación del contenido puede ser muy variada. Depende de la
intención del emisor, pero también de convenciones establecidas para algunos tipos especiales
de descripción. Así, es habitual en ciertas descripciones técnicas el seguir un orden prefijado

1. COMPOSICIÓN : enumeración de las partes o elementos que lo constituyen


2. USO: explicación de su funcionamiento o del proceso necesario para su utilización
3. PROPIEDADES O UTILIDAD
PRIMERA PARTE

En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de
una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí
relataremos su historia. Se llamaba Jean–Baptiste Grenouille y si su nombre, a
diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint–Just, Fouchè,
Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que
Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería,
desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su
genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia:
al efímero mundo de los olores.

En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para
el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a
orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata,
las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban
a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al
penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las
curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres
apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los
alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a
leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas,
apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los
palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de artesano, como la
esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un
animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno,
porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias
y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora,
ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada
de algún hedor.

Patrick Süskind

El perfume (fragmento)
EL DRAGÓN

El Dragón posee la capacidad de asumir muchas formas, pero éstas son


inescrutables. En general lo imaginan con cabeza de caballo, cola de serpiente,
grandes alas laterales y cuatro garras, cada una provista de cuatro uñas. Se habla
asimismo de sus nueve semblanzas: sus cuernos se asemejan a los de un ciervo, su
cabeza a la de un camello, sus ojos a los de un demonio, su cuello al de la serpiente,
su vientre al de un molusco, sus escamas a las de un pez, sus garras a las del águila,
las plantas de sus pies a las del tigre, y sus orejas a las del buey. (...) Tienen una
legua de largo; al cambiar de postura hacen chocar a las montañas. Están revestidos
de una armadura de escamas amarillas. Bajo el hocico tienen una barba; las piernas y
la cola son velludas, la frente se proyecta sobre los ojos llameantes, las orejas son
pequeñas y gruesas, la boca siempre abierta, la lengua larga y los dientes afilados. El
aliento hierve a los peces, las exhalaciones del cuerpo los asan.

Cuando suben a la superficie de los océanos producen remolinos y tifones; cuando


vuelan por los aires causan tormentas que destechan las casas y las ciudades y que
inundan los campos. Son inmortales y pueden comunicarse entre sí a pesar de las
distancias que los separan y sin necesidad de palabras.

Jorge Luis Borges El libro de los seres imaginarios.

Es un paisaje impresionante.

Las condiciones estructurales de la tierra se vincularon allá a la máxima violencia de


los agentes exteriores para el trazado de relieves estupendos. El régimen torrencial de
los climas excesivos, sobreviniendo de súbito, después de las insolaciones
prolongadas, y chocando en aquellos declives, dejó en descubierto ha mucho,
arrastrando lejos todos los elementos alterados, las series más antiguas de los últimos
tramos de las montañas: todas las variedades cristalinas, y las cuarcitas ásperas, y las
pilladse y calizas que se entreveran o se entrelazan, aflorando duramente a cada
paso, apenas cubiertos por una flora raquítica, dispuesto el conjunto en un escenario
en que resalta, predominantemente, el aspecto atormentado de los paisajes.

Euclides da Cunha Los sertones (fragmento)


Estaba amaneciendo. Me incorporé para desperezarme y entonces lo vi por vez
primera. En medio del océano, majestuoso y amenazador, se alzaba el tétrico islote de
Tökland, medio oculto por una pasada niebla que hacia imprecisos sus contornos. Su
mole rocosa de color triste, yerma de vegetación y vida, y los agrestes acantilados que
rechazaban el oleaje espumante, componían una estampa de muerte y desolación que
invitaba a cualquier cosa excepto a acercarse a sus costas.

Joan Manuel Gisbert. El misterio de la isla de Tökland.

El parque estaba que daba asco. No es que hiciera mucho frío pero estaba muy
nublado. No se veían más que plastas de perro, y escupitajos, y colillas que habían
tirado los viejos. Los bancos estaban tan mojados que no se podía sentar uno en ellos.
Era tan deprimente que de vez en cuando se le ponía a uno la carne de gallina.

J. D. Salinger. El guardián entre el centeno.

Habían sospechado desde un principio que estaban en una isla (...).

Su forma venía a ser la de un barco: el extremo donde se encontraban se erguía


encorvado y detrás de ellos descendía el arduo camino hacia la orilla. A un lado y otro,
rocas, riscos, copas de árboles y una fuerte pendiente. Frente a ellos, toda la longitud
del barco: un descenso más fácil, cubierto de árboles e indicios de la piedra rosada, y
luego la llanura selvática, tupida de verde, contrayéndose al final en una cola rosada.
Allá donde la isla desaparecía bajo las aguas, se veía otra isla. Una roca, casi aislada,
se alzaba como una fortaleza, cuyo rosado y atrevido bastión les contemplaba a través
del verdor.

William Golding. El señor de las moscas

Ralph se paró, apoyada la mano en un tronco gris, con la mirada fija en el agua
trémula. Allá, quizá a poco más de un kilómetro, la blanca espuma saltaba sobre un
arrecife de coral, y aún más allá, el mar abierto era de un azul oscuro. Limitada por
aquel arco irregular de coral, la laguna yacía tan tranquila como un lago de montaña,
con infinitos matices de azul y sombríos verdes y morados. La playa, entre la terraza
de palmeras y el agua, semejaba un fino arco de tiro, aunque sin final discernible, pues
a la izquierda de Ralph la perspectiva de palmeras, arena y agua se prolongaba hacia
un punto en el infinito. Y siempre presente, casi invisible, el calor.

William Golding. El señor de las moscas


Me parecía verla, menuda y nerviosa como una ratita, un manojo de nervios, los ojos
azul pálido muy hermosos tras unas gafas enormes de estudiante aplicada que
aumentaban su hermosura, unos ojos que iluminaban su cara pálida y avispada de
ardilla sabia; la nariz respingona, la boca siempre con una mueca de disgusto, el pelo
estirado hacia atrás y anudado en la nuca con un lacito del color de los ojos, dos
hoyuelos en las mejillas, siempre vestida de gris, siempre con su enorme cartera de
repartidor de correos llena a rebosar de libros y papeles, y los zapatos de tacón alto
para ganar unos centímetros a la naturaleza...

Emili Teixidor. Los crímenes de la hipotenusa.

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