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La seguridad jurídica puede ser definida como la predictibilidad de las consecuencias jurídicas

de los actos o conductas. En nuestro ordenamiento jurídico la seguridad jurídica es un concepto


discutido. Su naturaleza es objeto de debate en el ámbito de la Filosofía del Derecho, donde se
discute si tiene condición de principio o de valor jurídico.

¿Qué se entiende por seguridad jurídica?

La seguridad jurídica puede ser definida como la predictibilidad de las consecuencias jurídicas de
los actos o conductas. En nuestro ordenamiento jurídico, heredero en esta materia como en otras
de la tradición francesa, la seguridad jurídica es un concepto discutido.

Su naturaleza es objeto de debate en el ámbito de la Filosofía del Derecho, donde se defiende


bien su condición de principio, entendido como regla que trata de condicionar la actuación de
los sujetos creadores o aplicadores del Derecho en relación con un conjunto indeterminado de
supuestos semejantes, bien su condición de valor jurídico, lo que implicaría un carácter más
reducido, no globalizador como en el caso de los principios jurídicos.

Dejando al margen este debate teórico, en todo caso la seguridad jurídica aparece como una
exigencia fundamental para el mantenimiento del ordenamiento jurídico, vinculada a la
estabilidad económica y social.

La seguridad jurídica ha sido perseguida por el Derecho desde los inicios de la actividad
legisladora. Frente a la incertidumbre de la costumbre, el monarca afirma progresivamente su
poder de dictar normas escritas, hasta el triunfo prácticamente completo de la norma escrita de
producción estatal, a fines del siglo XVIII.

Más tarde, la aparición del Estado constitucional a raíz de las revoluciones de fines del siglo
XVIII, consolida la victoria de la norma estatal escrita sobre la costumbre y la práctica judicial: la
ley pasará a ser considerada como la norma por excelencia, superior en rango y eficacia a
cualquier otra, símbolo de la seguridad que confiere el empleo de una norma escrita de carácter
general.

Es precisamente a raíz de la Revolución Francesa cuando se consagra el nuevo concepto de


seguridad jurídica. La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 26 de agosto de
1789 recoge ya el concepto de sûreté, y el artículo 8 de la Constitución francesa de 1795
recogerá la protection accordée par la societé à chacun de ses membres pour la conservation de
sa personne, de ses droits et de ses propriétés. Desde este momento fundacional en tantos
sentidos, la seguridad jurídica aparece ya como un valor consagrado en los ordenamientos
jurídicos contemporáneos propios de un Estado de Derecho.

¿Cuál es su régimen jurídico?

La Constitución Española recoge el concepto de seguridad jurídica expresamente en su Título


Preliminar, artículo 9.3, según el cual "la Constitución garantiza el principio de legalidad, la
jerarquía normativa, la publicidad de las normas, la irretroactividad de las disposiciones
sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales, la seguridad jurídica, la
responsabilidad y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos".

Recoge este artículo una serie de principios propios del Estado de Derecho, dirigidos sobre todo
al aplicador del Derecho, vinculados entre sí y reconducibles todos ellos a dos grandes principios,
el de legalidad o imperio de la ley, dogma básico del sistema democrático y el de seguridad
jurídica.
La seguridad jurídica implica principalmente dos exigencias para el ordenamiento jurídico:
publicidad de las normas, vinculada a la posibilidad de exigir su cumplimiento, e irretroactividad,
no sólo la mencionada en el artículo 9.3 de la Constitución, irretroactividad de las disposiciones
sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales, sino el principio general de
irretroactividad de todas las normas jurídicas, aplicable tanto a las disposiciones sancionadoras
no a las beneficiosas, en aras de la seguridad jurídica.

El Tribunal Constitucional ha dedicado numerosas sentencias a este concepto. La seguridad


jurídica es "suma de certeza y legalidad, jerarquía y publicidad normativa, irretroactividad de lo
no favorable, interdicción de la arbitrariedad, pero que, si se agotara en la adición de estos
principios, no hubiera precisado de ser formulada expresamente. La seguridad jurídica es la suma
de estos principios, equilibrada de tal suerte que permita promover, en el orden jurídico, la justicia
y la igualdad, en libertad", según la Sentencia del Tribunal Constitucional 27/1981, de 20 de julio.

En el mismo sentido, la Sentencia del Tribunal Constitucional 46/1990, de 15 de marzo afirma en


relación con este concepto que: "la exigencia del artículo 9.3 relativa al principio de seguridad
jurídica implica que el legislador debe perseguir la claridad y no la confusión normativa, debe
procurar que acerca de la materia sobre la que legisle sepan los operadores jurídicos y los
ciudadanos a qué atenerse, y debe huir de provocar situaciones objetivamente confusas (...). Hay
que promover y buscar la certeza respecto a qué es Derecho y no provocar juegos y relaciones
entre normas como consecuencia de las cuales se introducen perplejidades difícilmente salvables
respecto a la previsibilidad de cuál sea el Derecho aplicable, cuáles las consecuencias derivadas
de las normas vigentes, incluso cuáles sean éstas".

En la Sentencia del Tribunal Constitucional 193/2009, de 28 de septiembre se reitera la doctrina


o qué parte de las Sentencias del Tribunal Constitucional 48/1999, de 22 de marzo y 286/2000,
de 27 de noviembre, según la cual: "El principio de seguridad jurídica y el derecho a la tutela
judicial efectiva prohíben a los órganos judiciales, excepto en los supuestos específicamente
previstos en la Ley, reexaminar el juicio realizado en un supuesto concreto, incluso en el caso de
que posteriormente estimaran que su decisión no se ajustaba a la realidad, ya que la protección
judicial no sería efectiva si se permitiera revisar lo ya resuelto en una sentencia firme en cualquier
circunstancia".

¿Qué dimensiones tiene la seguridad jurídica?

De la citada jurisprudencia del Tribunal Constitucional se deduce que la seguridad jurídica


despliega sus efectos en diferentes ámbitos, que abarcan a todo el proceso de creación y aplicación
del Derecho. En un primer momento, la seguridad jurídica permite una correcta elaboración del
Derecho, en cuanto implica la claridad y sencillez de la ley.

Para garantizar estas notas en la producción del Derecho se aplica actualmente en el ámbito
comparado la técnica normativa, sobre todo para hacer frente a la inflación normativa derivada
de factores como la ampliación del sufragio, la revolución industrial o las transformaciones
económicas. En un contexto de interés doctrinal por la técnica normativa, se aprueban las primeras
directrices, las Directrices sobre la forma y estructura de los Anteproyectos de Ley, que fueron
aprobadas por el Consejo de Ministros el 18 de octubre de 1991, y derogadas por las vigentes
Directrices de Técnica Normativa aprobadas por Acuerdo del Consejo de Ministros de 22 de julio
de 2005.

En un segundo momento, de vigencia de las normas una vez aprobadas, la seguridad jurídica
garantiza la estabilidad del ordenamiento jurídico y su ejecución. Por último, este principio
también afecta a la fase de aplicación judicial de las normas jurídicas en caso de conflicto, en
cuanto es función del poder judicial determinar el Derecho aplicable, a lo que se une el efecto de
cosa juzgada de sus resoluciones.
Precisamente sobre la relación entre el poder judicial y la seguridad jurídica se ha pronunciado
asimismo el Tribunal Constitucional, en Sentencia 231/1991, según la cual "el principio de
inalterabilidad de las resoluciones judiciales firmes, (...) constituye garantía mediante la cual el
derecho a la tutela judicial, en conexión con el principio de seguridad jurídica, consagrada en
el artículo 9.3 de la Constitución, asegura a los que son o han sido partes en un proceso, que las
resoluciones judiciales dictadas en el mismo que hayan alcanzado firmeza, no serán alteradas o
modificadas al margen de los cauces judiciales previstos".

¿Cuáles son sus límites?

La seguridad jurídica no es un valor o principio absoluto, sino que se ve limitado en su aplicación


por la existencia de otros principios que, en ocasiones, tendrán un carácter privilegiado, como la
justicia o la legalidad. La relación entre la seguridad jurídica y el valor justicia aparece marcada
en principio por el equilibrio entre ambos conceptos, como se refleja por ejemplo en el respeto a
la propiedad privada. Una vez que la apariencia prolongada contraviene la verdadera titularidad
jurídica, la seguridad jurídica cede ante la justicia, que reconoce la posesión con apariencia de
propiedad premiándola con su conversión en propiedad, a través del instituto de la prescripción
adquisitiva.

En cuanto a la relación entre la seguridad jurídica y el principio de legalidad, a priori este último
principio de legalidad coadyuva al aumento de la seguridad jurídica, en cuanto un mayor número
de normas, tanto de rango legal como de desarrollo reglamentario, supone una mayor cobertura
de los posibles supuestos y por tanto una mayor predictibilidad de las consecuencias de los actos
previstos en dichas normas, objetivo último de la seguridad jurídica.

En un supuesto extremo e irrealizable, si la regulación normativa abarcase todos los supuestos


posibles, la seguridad jurídica sería un principio absoluto, algo que como hemos afirmado, no
sucede. Si, por el contrario, y como sucede en la realidad, la regulación normativa no cubre todos
los supuestos posibles, se plantea el problema de las lagunas normativas, frente a las cuales se
emplean diversas técnicas de búsqueda de una solución normativa que en todo caso permiten
encontrar una norma aplicable.

Lejos de realizarse plenamente, la seguridad jurídica se enfrenta hoy por tanto a múltiples
desafíos, vinculados a la crisis del Estado legislador y a fenómenos como la citada inflación
normativa, la heterogeneidad en el contenido de las normas o la multiplicación de los titulares de
la potestad legislativa, en el caso de los ordenamientos compuestos.

En relación con la inflación normativa, la búsqueda de una mayor seguridad jurídica conduce a
una frecuente aplicación de los principios generales del derecho, en cuanto con su formulación
amplia permiten la solución de múltiples casos por medio de la analogía.

También frente a la inflación normativa y la inseguridad jurídica que provoca para el


administrado, se ha previsto la publicación por la Administración de tablas de derogaciones, para
lograr una mayor claridad en cuanto a la legalidad vigente, si bien actualmente dichas tablas no
se incorporan a los proyectos de ley.

La homogeneidad en el contenido de las normas es otro de los requisitos que exige una correcta
técnica normativa, y a ella se opone la figura de las leyes ómnibus, fenómeno que comenzó con
las Leyes de Presupuestos, leyes anuales cuyo objeto esencial es regular los gastos e ingresos del
sector público estatal. Pese a ello, en la Ley de Presupuestos se fueron incluyendo preceptos
referentes a cualquier materia legislativa distinta de la tributaria, expresamente excluida por
el artículo 134.7 de la Constitución. Desde la Sentencia del Tribunal Constitucional 27/1981, el
supremo intérprete de la Constitución declaró que la Ley de Presupuestos no podía incluir normas
de vigencia permanente, dada la limitación temporal de sus efectos. En la Sentencia del Tribunal
Constitucional 76/1992, declaró que esta Ley no podía contener disposiciones que no coincidan
exactamente con su contenido constitucional.

Tras esta sentencia, el Gobierno comienza a aprobar "Leyes de Acompañamiento Presupuestario",


con la Ley 22/1993, de 29 de diciembre, de Medidas Fiscales, de Reforma del Régimen Jurídico
de la Función Pública y de la Protección del Desempleo. Estas leyes, con un procedimiento
legislativo especial y un contenido cada vez más extenso, se convirtieron en el prototipo de las
Leyes ómnibus, cuya vigencia contravenía las exigencias de la seguridad jurídica.

Por último, la existencia en nuestro ordenamiento de 17 Comunidades Autónomas, cada una de


ellas con su propio ordenamiento jurídico autonómico, dificulta a su vez la plena vigencia del
principio de seguridad jurídica, por la cantidad de normas que son aprobadas y las complejas
relaciones que se entablan tanto entre las normas autonómicas como entre éstas y las normas
estatales.

El principio de seguridad jurídica como principio de buena regulación.

Finalmente, cabe señalar que la Ley 39/2015, de 1 de octubre, del Procedimiento Administrativo
Común de las Administraciones Públicas junto con algunas mejoras en la regulación vigente sobre
jerarquía, publicidad de las normas y principios de buena regulación, hace referencia al principio
de seguridad jurídica como principio de buena regulación. En base a este principio apuesta por
mejorar la planificación jurídica ex ante en relación con la iniciativa legislativa y la potestad
reglamentaria de las distintas Administraciones Públicas.

Así el artículo 129 de la Ley 39/2015, de 1 de octubre, en su apartado primero señala que en el
ejercicio de la iniciativa legislativa y la potestad reglamentaria, las Administraciones Públicas
actuarán de acuerdo con los principios de necesidad, eficacia, proporcionalidad, seguridad
jurídica, transparencia, y eficiencia. En la exposición de motivos o en el preámbulo, según se
trate, respectivamente, de anteproyectos de ley o de proyectos de reglamento, quedará
suficientemente justificada su adecuación a dichos principios.

Concretamente el apartado cuarto indica que, a fin de garantizar el principio de seguridad jurídica,
la iniciativa normativa se ejercerá de manera coherente con el resto del ordenamiento jurídico,
nacional y de la Unión Europea, para generar un marco normativo estable, predecible, integrado,
claro y de certidumbre, que facilite su conocimiento y comprensión y, en consecuencia, la
actuación y toma de decisiones de las personas y empresas.

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