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Aun no tengo título.

Y ahí estaba yo, desvelado entre las cobijas de mi cama, escuchando los
reclamos de mi madre, ya que se me haría tarde para iniciar el día de aquel 28 de
diciembre del 2020, peculiar fecha ¿no?, el día de los inocentes, pues inocente
estaría yo de la importante que sería ese día para mi vida.
Me levanté confuso, eran entre las 8 y 10 de la mañana, grosso modo; no quería
despegar la cabeza de la almohada, pero ya tenía la obligación de asistir a esa
cita. Fui confiado y tranquilo, al fin y al cabo, nadie se ha muerto por una ida con el
estilista, entonces me aliste, y aunque sin ganas, al verse las 11 ya estaba
saliendo de mi casa, soñoliento, pero emocionado, como un niño que se desveló
por esperar a santa, algún parecido si había con aquel mítico personaje navideño,
pues como él, la idea de la sección de belleza era conseguir teñir de blanco puro
mi cabello para unas tomas fotográficas que tendría próximamente.
A las 11 y 45 ya estaba en el salón de belleza, espere algo de tiempo para que
fuera mi turno, pero, aun así, mi emoción seguía intacta; tome asiento con el
barbero con quien días antes había tenido la conversación sobre el procedimiento,
y vi como poco a poco él, acompañado de tres barberos más que él llamó, me
aplicaban un producto en el cabello; que pidiera ayuda me pareció raro, pero no lo
suficiente como para angustiarme. Una vez aplicado el producto me puso un gorro
de aluminio en la cabeza, acompañado de la siguiente advertencia:
− Esto puede arder un poco, ¿bueno?, dijo el barbero.
− Si es verdad, pero recuerda “para ser bello, hay que ver estrellas”, afirmo otro
barbero a su lado.
Yo solo afirmé con la cabeza mientras esperaba que el producto hiciera efecto,
poco tiempo paso para que empezara a sentir un dolor en la cabeza fuera de lo
normal, a pesar de eso, no hice mayor reclamo y continué con el procedimiento,
no obstante, minutos después fue imposible seguir, el dolor fue tan intenso, que
solo el que ha vivido el sufrir de una quemadura química lo entenderá, así es, me
habían quemado el cuero cabelludo; entre gritos y quejos me quitan el gorro de
aluminio, al lavarme la cabeza me doy cuenta como el cabello se caía a pedazos,
me cuentan testigos, que también salía humo antes de retirar el gorro, yo les creo
por completo; el dolor de cabeza era insoportable, tanto así, que como pude
termine el proceso, pague en caja y me fue de la Barbería. Aturdido me monté en
el primer taxi que vi para ir hacia mi casa, ya en este momento no tenía ni idea de
lo que pasaba a mi alrededor y entre vagos recuerdos sé que logre llegar.
Durante días el dolor fue aumentando, debía ir a la clínica, lo sé, pero la pandemia
del COVID-19 hacía imposible que lograra llegar a mi IPS, en esos días de agonía
me visitaron médicos que intentaron atenderme en casa como pudieron; sin
embargo, llego el día en que sucedió lo inevitable, uno de los enfermeros que me
atendía vio algo poco agradable en la herida, y junto a mi madre me llevaron de
inmediato hacia la clínica, en donde determinaron que había una “piel necrófila”
que había que retirar, de nuevo ahí estaba yo, fueron los instantes más largos de
mi vida; yo boca abajo y entre lágrimas esperando que dos enfermeras me
retiraran un pedazo de piel de mi cabeza que me acompaño toda la vida, y que por
culpa de una negligencia no volvería a estar.
Quemadura de tercer grado, eso dijeron los médicos, quienes utilizaron todos los
métodos a su alcance para poder subsanar esa herida, aun así, nada funcionó;
mis días eran una combinación de llorar, retorcerme de dolor, ir a curaciones y dar
clases virtuales, dicha rutina que se repitió durante 4 largos meses, meses en los
que hasta el COVID se incluyó en mis pesares. Hasta que, al fin, después de un
largo proceso, la clínica a la que estoy afiliado logro contratar a un cirujano
plástico, y un 22 de abril del 2021, dos días después de mi cumpleaños, fui
operado; puedo decir sin temor a equivocarme que ese fue el día más feliz de mi
vida, por fin podría descansar de tanto tormento; no les voy a mentir, el
postoperatorio también fue doloroso, pero no tanto como lo fueron los 4 meses
anteriores.
Se puede decir que hoy día creo menos en las frases que dicen popularmente en
la farándula, como el “para ser bella hay que ver estrellas”, pero sigo creyendo en
alguna que otra, porque a pesar de los miles de golpes que te puede dar la vida,
“el show debe continuar”.

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