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La despedida de Arsenio.

La composición literaria indica que toda historia debe tener una introducción, nudo
y un final. Pero como hacer un texto con tales características si lo único que viene
a mi mente son sentimientos de melancolía al pensar en aquel suceso. Un nudo
gigantesco, un dolor intenso que al día de hoy no es que se haya convertido en
gozo, pero sin duda me acostumbre a vivir con él. Así que este párrafo
simplemente es una explicación de por qué está historia no cumple con formato
alguno, pensé en algún momento en ajustarlo al esquema literario tradicional, pero
no tendría el mismo sentimiento con el que aquella noche en la casa del viejo me
senté a poner letras en fila en un esfuerzo más por inmortalizar su memoria.

Buscar un final para cerrar este relato tampoco fue fácil y menos cuando
buscamos perpetuar algo. Por esto las últimas letras serán un corte un poco
abrupto pero apropiado según mi parecer.

El 7 de diciembre de 2007 fue su ultimo respiro, ese día el ya no era él. Esta no
fue una muerte repentina e inesperada como la que toma posesión de algunas
almas, podría decirse que fue invadiendo su espíritu lentamente hasta que llegó
un momento donde no había más brillo que consumir. Que hubiera sido un
proceso largo, permitió que el viejo se llevara sus últimos recuerdos e imprimiera
en nuestro ser algo de su sabiduría. Tatuó recuerdos significativos e imborrables
en nuestros corazones, que estaban por quedar incompletos con un espacio qué
nunca se llenara.

Empecemos por describirlo físicamente, siempre lo conocí con la figura de viejo


sabio y moreno, su cabellera algo despoblada que hacían que en su frente se
formaran dos entradas inmensas. Un metro y sesenta centímetros de estatura, no
se podría decir que acuerpado pero delgado tampoco corresponde a su figura
sobre la cual resaltaba su particular barriga signo del buen comer de la casa. Sus
ojos brillantes y llenos de vivencias, se enmarcaban con algunos pliegues a los
lados que intentaban dificultar un poco su visión, pero nada que el viejo no pudiera
manejar. 

La fecha exacta se escapa de mi mente, pero la noticia no dejo de ser impactante


y dolorosa. Coágulos en el cerebro, formados por un exceso de medicamento los
cuales habían cambiado la textura de su sangre.

Nuestra familia había desarrollado una tolerancia inimaginable en temas médicos,


pues mi abuela, su esposa, llevo consigo por muchos años la enfermedad del
asma lo que constantemente la hacía visitar la clínica y la retenía en sus
habitaciones por más de un par de días. Todas esas entradas y salidas, visitas a
hospitales, exámenes médicos nos hizo paisaje caminar entre la enfermedad, la
incertidumbre, el dolor hasta llegar al punto que casi nos parecía cotidiano y
normal. Sin embargo, el estado de salud del viejo, se asemejaba más al de un
roble, por su edad no dejaba de visitar al médico y tomar algunos médicamente
pero nunca era nada más grave que algún pequeño dolor en alguna articulación.

Ese día fue diferente, en un principio para mí era algo incomprensible. La


profesión que estudie fue Ingeniería Industrial algo muy alejado de la medicina por
lo cual junto con ese cayo forjado sobre la enfermedad de la abuela me hizo
pensar, ya todo pasara y volveremos a estar en casa todos juntos.

Poco después y reflexionando sobre el anuncio del mal que aquejaba al viejo,
pasaron por mi mente muchas cosas. Una afección en el cerebro, era lo que
significada todo ello. Nada más que eso, al viejo se le incrusto un mal en la raíz de
la vida. Después de aterrizar un poco ante la situación surge la duda de que
solución abría para ello, es lo que inmediatamente invade la mente, como volver a
traerlo a la cotidianidad con el menor daño posible, pero es algo estúpido por que
como muchas cosas de la vida solo dependemos de otros para poder
solucionarlas. Yo no era nadie, no sabía nada, estaba impotente ante la situación
y solo me quedaba aferrarme a las creencias inculcadas y elevar una súplica para
que algo sobrenatural sacara eso que se metió en la mente del abuelo. Tristeza,
desazón sensaciones que producen nauseas, llanto y dolor se apoderaron de mi.

Mi padre me informa que el viejo tendrá que pasar por una intervención en su
cabeza, suena todo tan sencillo y hasta fácil de los labios de los doctores. A de ser
porque ellos no sufrirán de igual manera ante un error, si sus manos se equivocan
abran podido decir que hicieron lo posible, pero a nosotros que esperamos afuera
de esa sala de cirugía ya nos abran arrancado algo de vida.

Preparan al viejo con la bata y lo llevan para entrar en lo más profundo de su ser,
en su conocimiento, en su cuerpo, donde está su mente, pero sin poder asegurar
nada. La hora de la cirugía ha llegado, lo que significa que el cuerpo médico está
fisurado su cráneo, hurgando su cerebro, buscando ese maldito coagulo. En eso
han pasado calculo unos dos años aproximadamente, o al menos así lo vivimos
quien lo esperamos afuera en esa mañana. Me pregunto ¿Como el tiempo se
pueden extender tanto?, como los segundos pueden pasar a ser minutos y los
minutos horas. Si el viejo hubiese vivido esa sensación del paso de tiempo sin un
sufrimiento asociado se hubiera saboreado como nadie, el quien a sus citas
llegaba diez o quince minutos antes, quien nunca se le hizo tarde, que su reloj era
su compañero permanente.

El doctor sale con un aire triunfal, incluso podría decirse que vanagloriando su
actuación informando que la operación ha sido un éxito. El señor Arsenio se
encuentra en recuperación, lo que no sabíamos es que el brillo de sus ojos se
disminuyó de tal forma que, al mirarnos unos días después, entendíamos que
quería escapar de esa cárcel en la que había quedado.

Por esa época yo trabajaba en una cadena de comidas rápidas multinacional por
turnos, los cuales alternaba con mi estudio de ingeniería y noches en la clínica
pendiente de cualquier necesidad. Nuestro vinculo se fue estrechando cada vez
más, a pesar de que sus palabras ya no eran claras, sus movimientos lentos, su
respirar se había atenuado pero él seguía ahí, aferrado a la vida. El viejo que
antes del suceso de esta historia velo por su familia cada segundo de su vida, que
no temía al trabajo, que no huía a la obligación, que buscaba estar ocupado
minuto a minuto ese día que salió del quirófano quedó condenado a su propio
cuerpo.

El amor de la familia nunca escatimará en cuidados para aquel ser vulnerable, sin
embargo, creo que esa posición particular de sentirse inútil nunca será provechosa
para nadie. Ahí estaba el, usando pañales, necesitando asistencia para su ducha
matutina, estaba el sobreviviendo. Pasaban por mi mente esos recuerdos de
cuando se levantaba sobre las cuatro de la mañana, su ducha y la infaltable
rasurada que lo dejaba listo para ir a trabajar, su traje impecable, siempre
acompañado de una corbata signo de su formalidad y sus zapatos
espléndidamente brillamos. Esos eran recuerdos, recuerdos que no volverán.

Un par de días después, su condición era estable, para quienes no han escuchado
este término en un hospital lo traduciré de manera sencilla “Así esta y así se va a
quedar”, no hay esperanzas de una pronta mejoría. Los doctores se encargan de
mantener una llama viva al decir que con terapias y tratamientos podría mejorar
algo, pero hoy día creo que cuando dicen eso ante el agobio de un anciano, saben
que solamente es parte de un parlamento que aprendieron en la universidad. 

Ese concepto médico, "estable" abrió la puerta de embarcar al viejo en el carro y


poder llevarlo a casa, allá donde lucho gran parte de su vida y dónde forjó nuestra
hermosa familia. Eso le iba a servir mucho, así pensamos todos. El viejo no
defraudo nuestras esperanzas, abandono esa silla de ruedas a la cual había
quedado amarrado, claro está que ayudado con un caminador y tiempo después
apoyado por su bastón. Si antes de caer en esa enfermedad el viejo traía un paso
lerdo por un mal que cargaba en sus rodillas, los días que se animaba a tomar su
bastón y andar por ese pasillo de unos cinco metros de largo, hubiese sentido que
sus pasos de antes se asemejaban a un carro de fórmula uno pasando al lado
suyo.

Mi padre por esos días tenía un carrito viejito, el cual me adjudicaba algunas
oportunidades para acompañar al abuelo a sus consultas médicas. Todo un placer
para mí, encender ese coche y acelerarlo al máximo para poder brindar la
atención más oportuna.  Tanto así que un día camino a la clínica y en un cruce de
la avenida Boyacá tuvimos un choque simple con otro vehículo, nada grave.
Simplemente descendí del vehículo, mire el daño y me preocupe por la atención
de él y la hora de la consulta, así que sin tener culpabilidad alguna en el incidente
vial seguimos adelante acarreando los gastos de la reparación. 

Por esos días y ante exámenes incesantes, que debemos agradecer a su oficio de
juventud y la profesión de mi tía las cuales permitieron que el sistema de salud de
la Policía nunca escatimara en gastos sobre su atención, se detectó otro nuevo
coágulo es su mente. Otra cirugía, otro arrebato de vida, ¿Le dejarían algo dentro
de él? Solo lágrimas corrían entre nosotros, porque, aunque no estaba en las
mejores condiciones ya nos habíamos hecho a la idea de velar por que estuviera
con nosotros con el amor que pudo crear mientras nos protegió en su sanidad.

Para esta cirugía requerían una donación de plaquetas, un proceso largo, no por
eso complicado o doloroso, pero si tardaba alrededor de dos horas. Yo ávido de
ayudar a mi viejo me conecte a esa máquina, simplemente sacaba mi sangre por
un canal extraía lo que el necesitaba por si se presentaba alguna novedad y me la
devolvía para que mi cuerpo joven volviera a crear eso en la sangre. Algo sencillo
pero significativo, me hacía sentir el Superman de mi viejo.

Llego de nuevo la hora del quirófano. ¿Recuerdan el cayo que les había
mencionado en el principio de este escrito sobre los hospitales?, este ya no servía
para nada. Lo veíamos frágil y vulnerable y solo queríamos que nos lo devolvieran.
Escuchar esa palabra que aborrecimos, pero ahora deseábamos con todas las
fuerzas, “Esta Estable”.

Los años no llegan solos y creo que difícilmente un joven en óptimas condiciones
de salud resistiría una segunda operación cerebral, pero el si lo logro, sobrevivió.

La condenada que llevaba en su cuerpo maltratado, ahora como si ampliaran su


pena sin razón alguna, paso a ser una cama, amarrado en la unidad de cuidados
intensivos por qué ya ni siquiera sus órganos eran suficientes para sobrevivir.

Empezó otra etapa de nuestra despedida, ya sin saber si nos oía, si nos entendía,
si estaba ahí, solo veíamos cables conectados por todos lados. Pitidos incesantes
que significaban que había sobrevivido a ese último ciclo respiratorio. La fe que
puede llegar a tener el ser humano en condiciones de dolor es indescriptible, una
lástima que muchos en momentos de gloria la olvidemos.

No quedaba mucho, nos aferramos a camándulas, ungüentos del Señor de los


Milagros, estampitas de la virgen y oraciones repetitivas junto con ruegos salidos
de lo más profundo. El viejo no decepcionaba de la fortaleza de la cual hizo gala
toda su vida. Unos días después notamos que él no estaba allí porque quisiera,
sino que nosotros estábamos tan aferrados a él, que en su responsabilidad de
cabeza de familia sabía que no nos podía abandonar.

Nos miramos a los ojos entre nosotros, por primera vez vimos la realidad de la
situación, él sufría, pero nosotros lo queríamos de vuelta. Que sentimiento tan
envidioso el que nos había invadido, vasto ese momento para que las cosas
fueran diferentes. Sin necesidad de acordar nada, de hablar o de coordinar alguna
metodología particular entramos uno a uno a su cama y entregando nuestras
ultimas lágrimas que en vida le daríamos, un adiós como lo merecía, lleno de
agradecimiento, reconocimiento y amor. Entregándolo a la Virgen de quien era tan
devoto, no importaba credo ni religión, el viejo amaba la Virgen y a ella lo íbamos
a encomendar. El pasillo de la UCI parecía un desfile, nada que ver con las
pasarelas de Paris, podría asociarlo más a el de los judíos yendo a la cámara de
gas. Íbamos a despedir al ser amado, a dar un adiós, pero entregar parte de
nosotros también.

Se fue, se fue tranquilo y satisfecho. Eso lo sé.

¿Reconocer el cuerpo, que es eso? Qué pasó tan absurdo tienen los hospitales
hoy día, si acaba de enfriarse su cuerpo ante nuestros ojos y debíamos según los
médicos ir a reconocerlo. ¿Qué íbamos a reconocer? si ya no había nada, todo
había pasado de lo material a lo espiritual. Los protocolos de la sociedad son
inexorables, mi padre entro a la morgue a afirmar que aquellos despojos eran los
del ser que le había dado la vida. Herméticamente, en una bolsa negra se llevaron
lo que quedaba de él en la tierra rumbo a su último adiós.

Que mejor lugar para hacer sus exequias que algo que evocara sus épocas de
juventud, aclaro que no pude gozar de ella, pero debió ser muy particular, ese
viejo no siempre fue viejo.

El Centro religioso de la Policía Nacional fue el lugar donde nos íbamos a


despedir, el dentro de un cajón recibiendo a todas aquellas visitas que no tuvieron
tiempo en vida de convidar un café, pero el día del velorio siempre llegaran a
reclamar la aromática o tinto al cual consideran que tienen derecho.

Durante la ceremonia de velación, de una forma particular el viejo aseguraba que


a su amada no faltara el sustento de los siguientes meses asistido por sus hijos.
Pero de seguro que no ha presentado ninguna incomodidad al respecto, incluso
observándonos desde una posición privilegiada en ese momento.

Pasó el día y la noche y llego la hora de la eucaristía. Como era promesa, debía
entregar a mi viejo ante la Virgen que tanto amaba, y yo debía cargar ese ataúd
pesase lo que pesase y al llegar al altar pronunciar, “Gracias por el tiempo que me
lo prestaste, acá esta para que lo cuides y más pronto que tarde lo volveré a ver”
así quedo sobre la mesa y me retire ahogado por mi llanto.

Uno de mis tíos, me pregunta: ¿Por qué llora?, acaso no se da cuenta de la


estupidez que acaba de decir, no volveré a ver a mi viejo. Minutos después y
reflexionando las palabras que exprese en el altar, le doy la razón al imbécil que
pregunto eso. Mi viejo sufría y necesitaba un nuevo aire, ya el universo me lo
volverá a prestar más adelante. Sin embargo, fisiológicamente la tristeza trae
llanto y así fuera más consciente de lo que había pasado seguiría llorando como
un recién nacido hasta que la tierra cubriera la tapa de su cajón.

Llego la hora, la fortaleza la que mostró mi abuela era asombrosa, en esas


paladas de tierra se iba su realidad, todo lo que conocía hasta el momento y se
despertaba una incertidumbre de que vendría para ella. Sin embargo, la conocí y
sé que dentro de ella le reprocho más de una vez que el que abandonara primero
esta tierra fuera él y no espero a que ella se adelantara.
Durante su funeral y asegurándome que nadie más pudiera conocer lo que decía
allí, introduje una carta en su cofre para que la llevase donde quiera que fuera a ir
y no olvidara nunca lo que había hecho en mí. Ese papel no lo podría leer nadie
igualmente, durante su escritura las gotas de dolor que brotaban de mis ojos
cifraban la información corriendo la tinta por todos lados, pero ahí decía lo que
tenía que decir y el viejo no tendría problema alguno en leerlo. Ya ni siquiera
necesitaba sus anteojos.

Un cementerio gigante al norte de la ciudad; la primera persona que se iba de mi


círculo cercano, lo que estipula la sociedad como un dolor tan fuerte que podrás
faltar a tus obligaciones laborales unos días. No sabía que era lo que se sentía,
como se afrontaba ni nada por el estilo. Hoy pienso que eso nunca lo sabremos en
verdad.

Ese día solamente grabe en mi mente el lugar en tierra que le asignaron entre una
inmensidad de hectáreas destinadas para el dolor. Se había terminado todo, el ya
no estaba. Si quería telefonearlo tendría que adquirir poderes sobre naturales, ya
no habitaba esta tierra.

Meses después volví a su tumba, el viejo fue muy querido para mí y necesitaba
que el guardara uno de los secretos más grandes de mi vida. Solo una persona
con la que perdí todo contacto lo conoce este secreto, pero sé que ahí está
seguro. El otro en saberlo fue el viejo, le indilgue la culpa porque sabía que ante el
frío de su lapida no iba a encontrar reproche alguno. Y así fue, le comenté todo y
me fui con algo de paz para el resto de mis días.

De mi viejo puedo recordar que le sacaba rabias por vocación, por gusto, por verlo
enojado. No me arrepiento, que sería de mi hoy día sin esos recuerdos. Su
nobleza era tal que ante mis fastidiosas actitudes solamente le informaba a mi
abuela, salvando toda responsabilidad de reprensión sobre mí.

También por mi mente pasa aquel día que insinuó que me regalaría una moto,
pero ante la mirada radical de mi padre y abuela se retractó de inmediato. Sin
sospechar que a posteriori andar en motocicleta se convertiría en una de mis
mayores pasiones en la vida. 

Años después de su fallecimiento, me encontraba en la zona cercana a donde él


trabajaba, Universidad Santo Tomas. Departía con unos amigos, incluso uno de
ellos el destino también le arrebato su respirar y hoy día tampoco está en este
mundo, tal vez me anime a contar esa historia en otra oportunidad. Brindábamos,
reíamos, bailábamos, cuando de pronto un inmenso deseo me llevo a visitar los
pasillos que él recorrió muchos años entregando razones. Yo buscando su
presencia, totalmente alicorado, camuflado entre los estudiantes de esa academia
recogiendo sus pasos. Buscando traer un poco de el de nuevo; la arquitectura de
esa universidad le daba un toque de misticismo a mi recorrido, pero solo lo pude
evocar en mi mente, ya nunca más vendría. Lo recordé esa noche demasiado,
tanto como en otras que me he recostado en mi cama, con el llanto invadiendo mi
mirar, claro está que estas sin necesidad de licor alguno.

Se fue el viejo y al menos en este mundo no lo volveré a ver más que en retratos y
en los recuerdos gráficos que puede traer mi mente.

Algunas circunstancias aquí descritas puedan haber variado de la realidad, pero


así las sentí y así las recordare. Mi intención nunca fue realizar un texto histórico,
aunque la vida de él bien daría lugar a ello.

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