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El día que R. Sáenz Peña asume la presidencia, el cólera llega a Brasil a bordo del Araguaya, en
el que viajaban inmigrantes con destino a Bs. As.
El DNH (Departamento Nacional de Higiene), presidido por José Penna, presentó la campaña
anticolérica, que incorporó nuevas estrategias preventivas al proceso de control, desinfección y
aislamiento.
En 1910 se supo que los individuos sanos podían transmitir el cólera, por lo que se buscó
detener el mal mediante el análisis bacteriológico de todos los viajeros; este sistema se utilizo
hasta 1912.
El cólera morbus apareció en Europa en 1817, procedente de la India. Con los cambios
producidos por la Rev. Industrial, se facilitó su expansión por ferrocarriles y buques a vapor.
1883 Roberto Koch importancia del vibrión colérico en la transmisión del mal.
1865 conferencia sanitaria internacional reconoce que la enfermedad era producida por
un principio venenoso transportado por los seres humanos, y que una sola persona infectada
puede desatar un brote generalizado, por lo tanto, el aislacionismo era la única estrategia
defensiva efectiva.
A las ocho epidemias aceptadas, Penna agregaba la de 1856 en Fuerte Argentino (hoy Bahía
Blanca) que fue llevada allí por un regimiento de granaderos en un buque recién arribado de la
India; sus efectos obligaron a la creación de un cementerio adicional. Además, las condiciones
higiénicas de los centros de gran hacinamiento (cárceles, manicomios) favorecían el desarrollo
del cólera.
Durante las décadas siguientes, los médicos ganaron el control de las políticas públicas de
salud; así, Guillermo Rawson, logró que se cree la Cátedra de Higiene en la Facultad de
Medicina, que fomentaba la idea de hacer de la salud una cuestión de política nacional.
En esa época, las medidas sanitarias proponían evitar la propagación de males importados o
exóticos por medio de cuarentenas; pero en 1867 Buenos Aires organizó medidas de vigilancia
domiciliaria, dividiendo la ciudad en distritos médicos. Gracias a las decisiones tomadas en ese
momento las autoridades políticas pudieron intervenir de manera más efectiva al nuevo brote
epidémico que se desarrollaba en Europa. Así la Comisión de Salubridad de la Ciudad de
Buenos Aires:
Con el nuevo estallido colérico, en 1886 Uruguay impidió la entrada de un buque genovés a
Montevideo, sin embargo, Buenos Aires le dio libre entrada a un vapor de igual procedencia
permitiendo la entrada del cólera al Río de la Plata; el DNH evitó tomar las estrategias
preventivas permitiendo la continuación del tráfico fluvial entre los puertos de Buenos Aires y
el resto del país. Así el cólera Se esparció en el litoral y meses más tarde a toda la República;
por este motivo Chile, Uruguay y Brasil interrumpieron toda comunicación con nuestro país.
En contraste con el DNH, la Asistencia Pública de la Ciudad de Buenos Aires, dirigida por José,
María Ramos Mejía, contaba con personal experimentado en materia epidemiológica y el
apoyo del Ministerio del interior. En 1886 la misma se abocó a identificar y destruir todo foco
epidémico dentro de la ciudad; para ello los médicos se dividieron en 8 grupos de visitas
domiciliarias para la asistencia, desinfección y aislamiento de los enfermos sospechosos, las
víctimas que habitaban en lugares donde no fuese posible implementar estos cuidados debían
ser recluidas en la “Casa de Aislamiento”, la cual se hacía cargo de la desinfección de las ropas y
bienes de los infectados y contaba con un horno de incineración para la cremación de los
cadáveres peligrosos.
Sin embargo, para Penna, era imposible detener la epidemia del cólera por completo por dos
razones:
En 1910 se anunció la llegada de la enfermedad a Brasil a bordo del Araguaya; las autoridades
brasileras le habían permitido atracar en Pernambuco ya que el médico a bordo determinó que
las defunciones se debían a casos de gastroenteritis. Días más tarde, cuando se demostró que
se trataba de cólera morbus, el Araguaya, pasajeros y tripulación fueron enviados al lazareto de
Isla Grande; el navío, la carga y el equipaje debían ser desinfectados y la gente sometida a
cuarentena de observación de 10 días. Sin embargo, el cónsul argentino en Brasil informaba a
Penna que algunos pasajeros de primera clase habían abandonado el Araguaya antes de la
cuarentena, embarcándose en otros vapores que se dirigían hacia Buenos Aires.
Dada la experiencia de sus directivos, el DNH, desarrolló tres estrategias para enfrentar el
cólera:
Se teorizaba que individuos asintomáticos podían transmitir el cólera durante períodos que se
extendían hasta los 6 meses, y que las personas inmunes eran tan o más peligrosas que los
enfermos porque transmitían el mal de manera oculta.
Para impedir la entrada en el país de todo viajero infectado, se analizó la flora intestinal de
todos los individuos bajo sospecha de haber sido contagiados (para los higienistas la defensa
contra el cólera requería el estudio de fluidos intestinales de cada individuo).
Mazza: “para el cólera resultaría inútil todo programa que no incluyera la exploración individual
de la flora microbiana intestinal de los pasajeros sospechosos de estar afectados de este mal”
El Araguaya fue detenido y sus pasajeros llevados a Martín García, el laboratorio bacteriológico
buscaba filtrar la intromisión del cólera; allí se encontró el “vibrión Araguaya”.
Para Mazza, el objetivo fundamental era aislar a los individuos que aún sin mostrar síntomas
fuesen portadores de cólera, para ello cada individuo recibió un número que coincidía con el
de la letrina que se le había asignado, el mismo se daba a cada uno de los cultivos y se
registraba en una lista; todas las deposiciones eran recogidas en las letrinas y transportadas a
un pabellón donde se sembraban los cultivos en frascos que facilitaban la operación.
En 1912, Mazza había abandonado su trabajo en el laboratorio de Martín García y aunque éste
se utilizó aún por unos pocos años para la producción de sueros, el lazareto pronto quedó
destinado únicamente para uso militar.