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Quinto bloque de cuentos asignados, Lengua II

La alienación/1

Eduardo Galeano (Uruguay, 1940-2015)

Allá en los años mozos, fui cajero de banco. Recuerdo, entre los clientes, a un
fabricante de camisas. El gerente del banco le renovaba los préstamos por pura
piedad. El pobre camisero vivía en perpetua zozobra. Sus camisas no estaban mal
pero nadie las compraba. Una noche, el camisero fue visitado por un ángel. Al
amanecer, cuando despertó, estaba iluminado. Se levantó de un salto. Lo primero
que hizo fue cambiar el nombre de su empresa, que pasó a llamarse Uruguay
Sociedad Anónima, patriótico título cuyas siglas son: U.S.A. Lo segundo que hizo
fue pegar en los cuellos de sus camisas una etiqueta que decía, y no mentía:
Made in U.S.A. Lo tercero que hizo fue vender camisas a lo loco. Y lo cuarto que
hizo fue pagar lo que debía y ganar mucho dinero.

La Burocracia/3
Eduardo Galeano

Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.


En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un
soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La
guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y
de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados la
obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se hacía, y siempre
se había hecho, por algo sería.
Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso
conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de
mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un
oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado,
para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca.
Nochebuena
Eduardo Galeano

Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.


En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban
sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo,
cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso
estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se
volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo
reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada
por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
-Decile a... -susurró el niño-
Decile a alguien, que yo estoy aquí.

Pájaros prohibidos
Eduardo Galeano

Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas,
recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo
de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel.
Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están
prohibidos, y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los
circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños
círculos entre las ramas:
- ¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar:
- Ssshhhh.
Y en secreto le explica:
- Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.

La vida profesional/1
Eduardo Galeano

A fines de 1987, Héctor Abad Gómez denunció que la vida de un hombre no vale
más que ocho dólares. Cuando su artículo se publicó, en un diario de Medellín, ya
él había sido asesinado. Héctor Abad Gómez era el presidente de la Comisión de
Derechos Humanos.
En Colombia, es raro morir de enfermedad.
- Cómo quiere el cadáver, su merced?
El matador recibe la mitad a cuenta. Carga la pistola y se persigna.
Pide a Dios que lo ayude en su trabajo.
Después, si no le falla la puntería, cobra la otra mitad. Y en la iglesia, de rodillas,
agradece el favor divino.

Es un chiste/ 2
Eduardo Galeano
Se estrella un automóvil, a la salida de Moscú. El conductor emerge del desastre y
gime:
-Mi Mercedes... Mi Mercedes...
Alguien le dice:
-Pero señor... -Qué importa el auto! ¿No ve que ha perdido un brazo?
Y mirándose el muñón sangrante, el hombre llora:
-¡Mi Rolex! ¡Mi Rolex!

El soldado
Marcio Veloz Maggiolo(Rep. Dominicana, 1936-2021)

Había perdido en la guerra brazos y piernas. Y allí estaba, colocado dentro de una
bolsa con sólo la cabeza fuera. Los del hospital para veteranos le compadecían,
mientras él, en su bolsa, pendía del techo y oscilaba como un péndulo medidor de
tragedias. Pidió que lo declarasen muerto y su familia recibió, un mal día, el
telegrama del Army: "Sargento James Tracy, Vietnam. Murió en combate".
La madre lloró amargamente y pensó para sí: "Hubiera yo preferido parirlo sin
brazos ni piernas; así jamás habría tenido que ir a un campo de batalla".
Retinoblastoma

Gabriel García Márquez (Colombia, 1927-2014)

Mary Jo, de dos años de edad, está aprendiendo a jugar en tinieblas, después de
que sus padres, el señor y la señora May, se vieron obligados a escoger entre la
vida de la pequeña o que quedara ciega para el resto de su vida. A la pequeña
Mary Jo le sacaron ambos ojos en la Clínica Mayo, después de que seis
eminentes especialistas dieron su diagnóstico: retinoblastoma. A los cuatro días
después de operada, la pequeña dijo: “Mamá, no puedo despertarme… No puedo
despertarme”.

El visitante

Gabriel García Márquez (Colombia, 1927-2014)

Dos exploradores lograron refugiarse en una cabaña abandonada, después de


haber vivido tres angustiosos días extraviados en la nieve. Al cabo de otros tres
días, uno de ellos murió. El sobreviviente excavó una fosa en la nieve, a unos cien
metros de la cabaña, y sepultó el cadáver. Al día siguiente, sin embargo, al
despertar de su primer sueño apacible, lo encontró otra vez dentro de la casa,
muerto y petrificado por el hielo, pero sentado como un visitante formal frente a su
cama. Lo sepultó de nuevo, tal vez en una tumba más distante, pero al despertar
al día siguiente volvió a encontrarlo sentado frente a su cama. Entonces perdió la
razón. Por el diario que había llevado hasta entonces se pudo conocer la verdad
de su historia. Entre las muchas explicaciones que trataron de darse al enigma,
una parecía ser la más verosímil: el sobreviviente se había sentido tan afectado
por su soledad que él mismo desenterraba dormido el cadáver que enterraba
despierto.

El soldado mutilado

Gabriel García Márquez (Colombia, 1927-2014)

Un soldado argentino que regresaba de las Islas Malvinas al término de la guerra


llamó a su madre por teléfono desde el Regimiento I de Palermo en Buenos Aires
y le pidió autorización para llevar a casa a un compañero mutilado cuya familia
vivía en otro lugar. Se trataba —según dijo— de un recluta de 19 años que había
perdido una pierna y un brazo en la guerra, y que además estaba ciego.
La madre, aunque feliz del retorno de su hijo con vida, contestó horrorizada que no
sería capaz de soportar la visión del mutilado, y se negó a aceptarlo en su casa.
Entonces el hijo cortó la comunicación y se pegó un tiro.

Hablaba y hablaba

Max Aub (España, de origen francés, 1903-1972)

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y


venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía
más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y
empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba.
¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además
hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto,
que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se
callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por
dentro.

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